miércoles, 31 de mayo de 2023

LA ESTRATEGIA DEL SALMÓN COMO FORMA DE AFRONTAR LA MODERNIDAD

La ictiología es aquella rama de la zoología que estudia los peces. Se puede aprender mucho de los peces. Nombres de raigambre ictiológica se utilizan para definir comportamientos humanos: el “tiburón”, por ejemplo, es el nombre que reciben los depredadores económicos, dícese del “merluzo” que es alguien “tonto y bobo” o el “besugo”, según el diccionario de la Real Academia es alguien “torpe y mendaz” y, por lo mismo, un “manta” (en alusión a la mantarraya que pasa horas muertas descansando en el lecho del mar) es, simplemente, un holgazán y perezoso. Así pues, la ictiología define comportamientos, actitudes y estrategias. Por algún motivo, la zoología es una fuente de inspiración, acaso por aquello que decía Nietzsche en su Zaratustra: “Hemos recorrido el camino entre el gusano y el hombre, pero queda en nosotros mucho de gusano”. Pero si existe un pez que, en sí mismo y en su comportamiento, nos muestre el estilo de vida y la estrategia en esta época, no lo dudéis, ese es el salmón.


UNAS NOTAS SOBRE EL SIMBOLISMO DEL PEZ Y DE LA PESCA

Algo debía tener el pez en aquellos primeros años de nuestra era cuando los cristianos lo utilizaban como símbolo de reconocimiento. Era el tiempo en el que los arúspices romanos observaban las evoluciones de los peces en las piscinas de sus quintas, para tratar de intuir los rasgos del “dios de la nueva era”. El propio Nerón, pagaba esas investigaciones y su propio nombre quería decir “agua limpia”. El dios del futuro, pensaban, debía de nacer en las aguas del mar.

En general, en las civilizaciones tradicionales -esto es, en aquellas que eran antípodas de la nuestra- el pez era el símbolo de la fertilidad y la abundancia. Al menos tal era su significado más pedestre y popular. Entre las cofradías de iniciados, en cambio, el pez estaba relacionado con la sabiduría. Los primeros cristianos, aprovechando que parte de los apóstoles eran pescadores, utilizó el símbolo abundantemente: “Yo os haré pescadores de hombres”, les dijo Cristo. Este fue uno de los motivos por los que el símbolo del pez fue adoptado por los primeros cristianos. En griego, por lo demás, las tres primeras letras de la palabra “ichtus” o “ichtys” (pez) eran las iniciales de “Jesús Ungido Dios”. Este simbolismo se relacionó también con la trinidad: tres peces entrelazados representaban al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Se dice que la mitra de los obispos se inspira precisamente en la cabeza del pez e, incluso, en el siglo XV circulaba en el Baltikum la leyenda de un pez por cuerpo humano que fue pescado en sus aguas y entregado al rey de Polonia. Éste, apiadado por sus súplicas, lo depositó de nuevo en el mar y el pez-humano, para demostrarle su agradecimiento, le hizo la señal de la cruz.

Los egipcios lo asociaban a la diosa Isis y los chinos veían en el pez un símbolo de riqueza. En la misma época, hacia el sur, en la península del Indostán, los Puranas relataban la historia de Vishnú, el dios mantenedor del orden cósmico, que se transforma en pez para salvar al mundo de un diluvio con todas las características de ser similar al que sorprendió a Noé en su arca.

Casi siempre, el pez era un buen augurio. Por sus escamas se le asociaba a la Luna y por su hábitat natural, a las aguas primordiales de las que había surgido el universo. En la iconografía griega, era frecuente que se representara a Ulises retornando a Ítaca, rodeado de peces (a la sazón, delfines). El caballito de mar era la montura de Poseidón y el pulpo -cefalópodo, pero compartiendo los mares con los peces- el símbolo de la volubilidad y la inconstancia.

En cada ámbito geográfico y antropológico, el pez característico de esa zona ha sido adoptado como símbolo por cada cultura: la carpa en China, símbolo de perseverancia, la anguila en Polinesia asociado al erotismo (por sus contorneos), el pez espada en Nueva Guinea y Japón, el tiburón en Polinesia, Hawái y las costas africanas, tenido como sagrado, y así sucesivamente.



EL SALMÓN DE LA SABIDURÍA

Dentro de las especies marinas, hay una, por encima de todas las demás, que aparece, especialmente en la tradición occidental y, más concretamente, en la tradición hermética alejandrina, como símbolo de la sabiduría: el salmón. Los motivos son fácilmente comprensibles, pero no tanto el exclusivismo del que gozó entre los celtas (aún circula por nuestras venas algo de sangre celta, vale la pena no olvidarlo) para los que era la única criatura marina que merecía un respeto. Para los celtas no había otro símbolo bajo las aguas más que el del salmón. Cuando en la literatura céltica se utiliza la palabra “pez” es, casi siempre, una alusión al salmón.

En los textos irlandeses se asociación el salmón con una fuente de sabiduría al pie de un avellano que da frutos escarlatas. Cuando las ramas del avellano dejan desprender sus frutos maduros sobre las aguas, los salmones se alimentan de ellos. Y dicen aquellas viejas leyendas que quien come estos salmones, se vuelve sabio, vidente y omnisciente. Una de estas leyendas, la de Find “el héroe”: alumno de un poeta en sus años de formación, se disponía a asar un salmón para su maestro. Al dar la vuelta en la parrilla se quemó e inmediatamente se llevó el dedo a la boca y así adquirió la sabiduría y el conocimiento universal. Cada vez que quería penetrar en algún misterio de la naturaleza le bastaba con tocarse la muela en la que había quedado depositada toda la sabiduría del cosmos, transmitida por el salmón, para profetizar y ver pasado, presente y futuro. Al ser evangelizada Irlanda, el personaje de Eithene, que encarnaba a la propia isla, hija del rey de los Fomores y madre de Lug, se alimenta sólo de salmón tras su conversión al cristianismo.

Los druidas lo ponían al mismo nivel que el jabalí y hacían de ambos símbolos de sabiduría y alimento espiritual. El salmón aparece, igualmente, en algunas aventuras del Grial. En uno de estos relatos, uno de los héroes, tras vivir cien años, adopta la forma de salmón. Sin saberlo, los pescadores de Irlanda se hacen con él y se lo regalan a la reina de Irlanda: ésta, al comerlo, queda en cinta.

Los griegos asociaban el salmón con la determinación de aquellos que son capaces de nadar contra la corriente y, por eso mismo, simbolizan determinación y coraje. Para ellos era el símbolo de muerte y renacimiento.

DE LA ALQUIMIA A LA ASTROLOGÍA, PASANDO POR EL ARTE

No resistimos realizar una última asociación: en tanto que símbolo de la sabiduría, el salmón estaba asociado a las operaciones alquímicas y al fin último de Ars Regia: la conquista de la sabiduría representada por este pez. De los antiguos tratados de alquimia, pasó a adornar las fuentes del mundo neoclásico (esas en que muestran, habitualmente, a dos salmones de piedra escupiendo agua por la boca). Fulcanelli, en su Misterio de las Catedrales y en Las moradas filosofales, recuerda al “pez misterioso por excelencia”, a veces el delfín, la trucha en ocasiones, el esturión a otras, pero casi siempre el salmón. Lo ve en la decoración de la mansión Lallemant y en los artesonados del castillo de Dampierre. Y recuerda, incluso, aquel grabado que nos muestra al Ichtus griego en las catacumbas romanas, nadando entre las aguas y portando en su lomo una cesta con los panes y una botella de vino: carne y sangre de la tierra. El jeroglífico ha quedado eternizado incluso hoy en nuestros pasteles de Reyes en cuyo interior el afortunado encuentra un pez.

Resulta inevitable pasar de la alquimia a la astrología o, para los racionalistas, a la astronomía. En el fondo, la constelación de Piscis está presente en una y otra rama de la ciencia tradicional y de la ciencia moderna. Es la doceava constelación del zodíaco, aquella constelación por la que empezó a salir el sol en el Equinoccio de Primavera en los primeros años de nuestra era. Este punto se va desplazando con el paso del tiempo, en lo que se llama “los grandes meses” que forman juntos el “año platónico”: 25.776 años. Así pues, el tránsito por Piscis dura la doceava parte, esto es 2.148. Dicen los “ciclólogos” que cada uno de estas eras, está marcada por los mitos incluidos en el zodíaco: viviríamos hoy la “era de Piscis”, marcada por este símbolo y por su opuesto, Virgo. Y algo de eso debe de haber si tenemos en cuenta que los peces figuraron entre los primeros símbolos de reconocimiento entre los cristianos y que la Virgen tiene un papel excepcionalmente importante en el catolicismo. Así mismo, nos cuentan que el sacrificio del cordero (Aries, representación del signo anterior a Piscis) simboliza el fin de la religión hegemónica en el período anterior y que la presencia del aguador (símbolo del signo posterior a Piscis, Acuario) anuncia la etapa precedente. Y también aquí, algo debe de haber cuando en los Evangelios se alude con frecuencia al “sacrifico del cordero” y, tras haber resucitado, en Marcos 14:12-31 aparece, sorpresivamente, la figura del “aguador”: “Y envió dos de sus discípulos y les dijo: ir a la ciudad, y os encontrará un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle…”, relato que se repite en Lucas 22:10. Las exégesis sobre este fragmento son poco convincentes, a no ser que se tenga en cuenta que, tras Piscis sigue la era zodiacal de Acuario cuyo símbolo era y sigue siendo la figura del aguador.

Generalmente, se interpreta a este “aguador” como símbolo de la humanidad. Aluce de Ganímedes, el “copero de los dioses”. Pero vale la pena no olvidar que el contenido del movimiento religioso de una época está constituido también por el símbolo opuesto, en este caso, el opuesto a Acuario es Leo, la jerarquía, el imperio solar.


Salvador Dalí en su penúltimo período artístico, pintó uno de sus mejores y más trabajados cuadros, La pesca de los atunes. En él puede verse a dos jóvenes que matan a sendos atunes. El centro del cuadro es un filoso cuchillo y a la izquierda puede verse otro atún ensartado por una lanza. El cuadro data de 1966-67 y Dalí lo atribuyó, inicialmente al recuerdo de los relatos que le contaba su padre sobre la pesca en el Mediterráneo. Sin embargo, luego reconoció, si bien este relato constituía la inspiración estética del cuadro, su simbolismo remitía al final de la era de Piscis, representada por los dos atunes sacrificados, y el inicio de la era de Acuario (que entonces cantaban los hippys precisamente en una ópera rock con este nombre), la era de la juventud que está presente en el cuadro, asesinando a los peces.

Ernest Hemingway en su mejor novela, El viejo y el mar, alude al pez que representa resistencia y perseverancia.

EL MARCO TEÓRICO Y LAS CONDICIONES IMPUESTAS POR EL “FIN DEL CICLO”

Todos estos elementos simbólicos que nos ha gustado agrupar y reproducir como muestras de la sabiduría tradicional, intuitiva, en contraposición a la ciencia moderna, racionalista y positiva, nos sirven para definir el marco teórico en el que insertamos lo que hemos dado en llamar “la estrategia del salmón”, en cierta forma completaría a otro simbolismo utilizado por Julius Evola en el título mismo de su obra Cabalgar el Tigre.

Este marco teórico es el del “pensamiento tradicional”: la concepción que hace de la historia un proceso de decadencia que termina fatalmente con el hundimiento de una civilización cuyos objetivos iniciales estaban volcados “hacia lo alto”, en el sentido de que todos sus elementos aspiraban a un desarrollo del espíritu humano y a una superación de la condición humana para alcanzar estados superiores del Ser, y que ha terminado justo en las antípodas, con un modelo de civilización en el que, tras cerrarse todas las vías de acceso a la trascendencia, solamente queda como objetivo humano el que ha sido definido por los transhumanistas como “superlongevidad, superbienestar y superinteligencia” que se conseguirá mediante procedimientos técnicos y con la imbricación de la técnica en el ser humano. El pensamiento tradicional, sitúa, pues, nuestro momento de civilización en una fase terminal del ciclo. Ese momento se ha vivido en anteriores civilizaciones: no es un fin, sino que supone un nuevo comienzo. Tras la noche oscura, el nuevo amanecer. No se trata, por tanto, de una doctrina pesimista, ni apocalíptica, porque, como en la Caja de Pandora, una vez liberados todos los horrores del universo, queda al final, la esperanza en el inicio de un nuevo ciclo.

Esto sitúa perfectamente nuestra época y explica todos y cada uno de sus rasgos decadentes, mejor que cualquier teoría sociológica o las interpretaciones postmodernas que han ido surgiendo y propagándose en las últimas décadas, algunas como justificación de los rasgos críticos (presentados como “progreso”) y otros interpretándolos como riesgos o desafíos. Sin embargo, lo que importa aquí es resaltar dos elementos:

- Vivimos en un período de transición entre la noche oscura y el nuevo amanecer. Aun teniendo esa certeza, parece claro que no podemos establecer cuándo terminará de morir el ciclo actual, ni cuáles serán los rasgos del tiempo nuevo, ni mucho menos cuando éstos empezarán a manifestarse. Por el momento, parece claro que las sombras impiden el brillo de cualquier luz y que, en la actualidad, no existe absolutamente ningún grupo social, ni ninguna estructura que goce de salud suficiente para guiar el tránsito entre el final y el nuevo comienzo.

- Aceptando lo anterior, deberemos aceptar necesariamente, que el problema de lo que Evola llamaba “hombres diferenciados” (esto es, aquellos que se niegan a aceptar, asumir e interiorizar en sí mismos, la decadencia de los tiempos en los que les ha tocado vivir) consiste en cómo actuar en estos momentos de crisis y cómo garantizar, como mínimo, un hilo conductor que una el pasado con el futuro. Porque, a fin de cuentas, el problema es cómo vivir en estos tiempos, cómo afrontarlos, cómo permanecer en pie y cómo educar a los propios hijos o a las generaciones futuras.

Cuando Evola escribió Los hombres y las ruinas (1953), ofreció su obra a todos los que se sentían predispuestos a seguir combatiendo en el terreno político por una “verdadera Derecha” (en alusión a la “Derecha tradicional”, en absoluto a lo que hoy se conoce como “derecha”, sinónimo de liberalismo burgués). Apenas nueve años después, publicó su Cabalgar el Tigre (1962) en el que se sintió obligado a describir otras vías adaptadas para aquellos que habían advertido la imposibilidad de que el terreno de la lucha política fuera el más adecuado para una obra de “reconstrucción tradicional”. Sus orientaciones, en este terreno, estaban impuestas por las “condiciones impuestas por el fin de ciclo”. Pero, desde entonces, han pasado más de sesenta años y tales “condiciones” han variado extraordinariamente. Ya hemos demostrado en otros escritos que, en 1962, se vivía el esplendor de la Segunda Revolución Industrial. Sin embargo, hoy, no encontramos en los primeros pasos de la Cuarta. Así pues, hace falta completar conceptos y sobre todo definir estrategias para este momento histórico en función de las nuevas circunstancias. Estas van variando progresivamente, pero solamente siguiéndolas, día a día, es posible describir orientaciones justas que supongan economías de esfuerzos, actos justos y meditados y, sobre todo, prioridades y actitudes personales.

LA ESTRATEGIA, EL CONCEPTO Y LOS PROBLEMAS QUE PLANTEA

Se entiende por “estrategia” el plan general de operaciones desarrollado para alcanzar un objetivo. En este caso, el objetivo es garantizar la supervivencia de valores e ideas de la Tradición (entendida en un sentido amplio, en función de los textos de Julius Evola y de René Guénon), mientras se prolongue la agonía del actual ciclo histórico, de tal forma que sea posible transmitirlo a quienes nazcan en el nuevo amanecer. Este es el concepto que no puede perderse de vista.

El primer problema que se plantea es: ¿Quién transmite esas ideas? A su vez, éste iría precedido por un enunciado de las ideas, valores y enseñanzas que constituyen el denominador común de las distintas formas tradicionales. E, igualmente, responder a estas cuestiones supondría la condición sine qua non para abordar la cuestión estratégica propiamente dicha. En el contexto de este estudio solamente podemos responder a la primera y a la última cuestión, esto es, al quién y al cómo se transmiten estas ideas. En cuanto a las ideas en sí mismas, remitimos, por supuesto a las obras de los autores mencionados y a otros que, de alguna manera, las han completado, analizado y definido, aun reconociendo la urgencia de realizar una síntesis en forma de manifiesto o, incluso, de “catecismo”.

El primer problema que se plantea es que, para ser efectiva, una transmisión de ideas (Tradición implica siempre “transmisión” y tal es su raíz etimológica) solamente puede ser realizada por una “élite”. Existen muchos tipos de “élites”, e incluso “anti-élites”. Este punto es capital: cuando aludimos a “élites tradicionales”, aludimos a élites en sentido espiritual. Es decir, a “los mejores”, no en el terreno de la erudición, ni del simple saber intelectual, sino a los que han logrado ascender algunos peldaños en el camino de la realización del espíritu. En una situación “normal” la pertenencia a una élite se medía por el “grado iniciático” que se ostentaba en el interior de una sociedad que impartía enseñanza y prácticas graduales para ascender de peldaño en peldaño hasta la realización del ser. Pero las “condiciones de fin de ciclo” hacen que estas sociedades hayan desaparecido y, por tanto, ya no sea posible identificar estas élites a través de sus grados.

El problema subsiste en la medida en que, a diferencia de una ideología o de una simple doctrina política, el “pensamiento tradicional” precisa de “hombres diferenciados” para poder transmitir el núcleo de su enseñanza. Y, hoy, habitualmente, lo que encontramos son hombres y mujeres que, más o menos, conocen la “doctrina tradicional”, pero de una manera puramente intelectual. Casi serían equivalentes a podcasts: capaces de transmitir unos sonidos justos que definen ideas justas, pero nada más. Alguien que transmita esas ideas, no necesariamente es un “hombre diferenciado”. Y lo que se requiere es una estatura espiritual próxima a la realización del ser, esto es, que conozca y haya penetrado en otros estados de conciencia y niveles de realización interior.

¿HA DICHO “ÉLITES”? ¿DÓNDE ENCONTRARLAS? ¿CÓMO FORMARLAS?

Otra de los puntos de partida a considerar es que, en toda época de crisis, todos los elementos constitutivos de esas sociedades, se encuentran también en crisis: por tanto, fiarse de escuelas filosóficas, de religiones oficiales, de corrientes místicas accesibles mediante publicidad, es, seguramente, la mejor forma de fracasar. No podemos ser completamente negativos en este terreno. Existen algunos factores con los que podemos jugar partiendo del principio de que las élites se forjan en la lucha y las élites espirituales recorriendo el camino. Así pues, es necesario algún tipo de práctica espiritual, repetida, intensa y diaria.

No puede descalificarse completamente al catolicismo. A pesar de que ha llegado la época anunciada en los Evangelios en los que será preciso encontrar “al aguador”, es decir, al anunciador del nuevo ciclo, es posible encontrar entre los representantes de la Iglesia algunas personalidades de envergadura que pueden ser llamados verdaderamente “maestros espirituales”. No abundan, desde luego, en la “iglesia oficial”, pero si están presentes en parroquias, órdenes religiosas tradicionales y círculos católicos, por mucho que el vértice de la Iglesia, haya entrado en un proceso de decadencia irreversible (es significativo a este respecto que la lista de papas enunciada en las profecías del seudo-Malaquías, haya terminado con Benedicto XVI, como si los que vinieran detrás, ejercieran como pontifex, pero fueran, más bien, “destructores de puentes”, entregados a la corrección política, al pensamiento único y a los “poderes del siglo”).

Pero hace falta aceptar también que las respuestas pueden encontrarse en otras prácticas tradicionales alejadas, en principio, del catolicismo. Si en las Iglesia católica, por ejemplo, existen rastros de prácticas abordadas por los místicos renanos o por la mística del Siglo de Oro español, o en los mismos Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola o en textos como La Imitación de Cristo, que todavía hoy pueden seguirse y aprovecharse, también en las Iglesias Ortodoxas existen prácticas como el hesicasmo (nombre derivado del término griego ἡσυχία que alude a "quietud, silencio, paz interior").

ALGUNAS ADVERTENCIAS SOBRE LA “VÍA ESPIRITUAL”

Hace falta desembarazarse algunas ideas y de caminos que desaconsejamos al existir brechas antropológicas y culturales o bien al haber llegado a Europa a través de representantes poco o nada cualificados y en formas completamente desfiguradas.

Entre los primeros incluimos las prácticas musulmanas. Al margen de los niveles de realización interior que puedan adquirirse en táriqas sufíes o en escuelas de derviches turcos, es importante asumir que, no todo musulmán es un doctor en teología islámica, sino que lo más frecuente es encontrar entre las comunidades musulmanas a hombres justos que siguen los “cinco pilares del islam” y, si se trata de esto, resulta mucho más próximo a nuestras raíces el seguir la vía propuesta por el catolicismo en los diez mandamientos de Moisés, en el catecismo católico o en el Sermón de la Montaña.

Otro tanto puede decirse por las vías orientales que contienen implícitos dos riesgos: es cierto que el lamaísmo, el budismo tibetano, ha llegado a Europa a través de representantes cualificados, pertenecientes a órdenes lamaístas regulares. Pero no es menos cierto que sus enseñanzas esotéricas implican al mismo tiempo, la asunción de un exoterismo excepcionalmente alejado de nuestro ámbito cultural. Aquel que decide emprender ese camino -y hablamos con conocimiento de causa- debe realizar un esfuerzo suplementario por “situarse” dentro del contexto cultural en el que han nacido esas expresiones religiosas que, frecuentemente, bloquean y retardan sus esfuerzos.

Así mismo, es preciso advertir sobre otro riesgo: desconfiar de todos aquellos que entregan sus enseñanzas a cambio de exigencias económicas. Desde que los Beatles cayeron en los tentáculos de Marahishi en los años 60, los falsos gurús se han popularizado en Occidente. Cada uno de ellos ofrece una visión particular presentada de tal manera que pueda ser aceptada y difundida entre occidentales. De hecho, el fenómeno no es nuevo: desde el siglo XIX, primero a través de las fantasmagorías de autores ocultistas que desvirtuaron, deformaron e, incluso, convirtieron en caricaturas, las doctrinas orientales (nos referimos, en concreto al teosofismo, matriz de la mayor parte del ocultismo contemporáneo), luego a través de disidentes del hinduismo que carecían de audiencia en su país pero entendieron que su “tierra de promisión” serían los EEUU, han ido llegando y difundiéndose sectas y más sectas, gurús de medio pelo, capaces de reclutar a pobres crédulos. Es una opción a tener en cuenta si lo que se pretende es ver la cuenta corriente saqueada sin piedad, pero no, desde luego, si se pretende iniciar un camino espiritual.

Y, finalmente, vale la pena lanzar dos alertas: una de ellas sobre las posibilidades de “realización espiritual” presentes en las distintas obediencias masónicas. Quien haya conocido, de cerca o de lejos, una logia, sabe que, en el mejor de los casos, puede terminar dominando el simbolismo tradicional (algo que está al alcance de decenas de libros, manuales y páginas web), pero poco más. La iniciación masónica, incluso dando por sentado que la fundación de la Gran Logia de Londres fuera “regular”, ha sufrido desde entonces excesivas modificaciones, rupturas y degradaciones como aceptar que siga valiendo como “impulso” para alcanzar los más bajos niveles de realización del ser. La segunda advertencia tiene que ver con los grupos ocultistas: los nombres de Aleister Crowley, de Gurdjieff, de Steiner, de Papus, Kremmerz, etc, todos ellos son sistemas elaborados por personalidades, más o menos, excepcionales, ninguna de las cuales logró perpetuar su enseñanza. A su muerte, sus escuelas periclitaron, muestra de que ensayaron caminos que no consiguieron coronar ni para ellos ni para los miembros de sus círculos.

Si bien es cierto que en todos estos nombres y movimientos está presente un anhelo a la trascendencia -algo imprescindible para seguir una vía tradicional- puede afirmarse que estas escuelas, gurús, doctrinas ocultistas, obediencias masónicas, nuevas doctrinas religiosas, religiones de importación, corren el riesgo de descarrilar las experiencias espirituales de quienes las asumen. Vale la pena conocerlas, desde luego, como vale la pena conocer cualquier dato cultural en este terreno: pero hay que prevenirse de ellas y, sobre todo, asumir que una vía espiritual no se basa en una cuota mensual ni se resuelve con una ceremonia seudo-iniciática. Es algo que requiere esfuerzo, sacrificio, entrega, tiempo y constancia.

Pero, tras estas advertencias, es posible ofrecer algunos puntos de luz: el primero de todos es que existe literatura suficiente, fácilmente accesible a través de Internet, sobre prácticas tradicionales. Al margen de las prácticas a las que hemos aludido en los primeros párrafos y de las que siguen existiendo rastros en las prácticas católicas y ortodoxas, tenemos, igualmente, dos filosofías que no se limitan a reflexionar sobre la condición humana, la espiritualidad y el sentido de la vida, sino que se traducen en prácticas muy concretas. Son filosofías, recalcamos esto, no religiones. Pero hubo un tiempo en el que ambos conceptos caminaban juntos:

- El estoicismo es una de esas concepciones del mundo que, observándola, consigue desarrollar nuestra percepción espiritual y proporciona un método de meditación continua que permite recorrer peldaños en nuestra búsqueda interior. La otra es el Zen, derivado del budismo de los orígenes. 

- El Zen es, ante todo, práctica y tiene la ventaja de que la podemos adaptar a nuestra vida, sea cual sea la que hagamos. Existen escuelas de Zen, pero no nos sentiríamos muy predispuestos a recomendar ninguna: una de las condiciones impuestas por el fin del ciclo es que no puede asumirse nada presente en la modernidad sin algún tipo de reserva mental. Parece mucho más “seguro” recomendar lecturas de textos clásicos sobre budismo y zen y seguir algún método de meditación (en estos textos clásicos es fácil encontrarlos), cuanto más simple, mejor. La insistencia, la continuidad, el esfuerzo, tendrán sus efectos que el propio “buscador” irá percibiendo.

ASÍ PUES, ¿CUÁL ES LA ESTRATEGIA DEL SALMÓN?

Los ictiólogos, al describir la conducta del salmón, están describiendo, en realidad, lo que es el arte de vivir y la estrategia del “hombre diferenciado” en esta época de fin de ciclo. Los jóvenes salmones han nacido en las partes altas de los ríos. Allí donde el agua que fluye está más cerca de las altas montañas y las aguas son más frías. Una vez convertidos en alevines, su instinto los lleva corriente abajo y es así como llegan al océano cuando son todavía adolescentes. Por eso se dice que son “diádromonos”, esto es, que viven tanto en agua dulce como en agua salada: se adaptan a cualquier situación. Permanecerán en aguas frías y saladas fortaleciéndose, pero nunca -óigase bien- absolutamente nunca, perderán la conciencia de sus orígenes. Un instinto les indicará siempre dónde nacieran hasta el punto de que, cuando se sientan suficientemente fuertes, ya adultos, volverán a la desembocadura donde el agua salada se vuelve de nuevo dulce, remontarán el río y desovarán justo allí donde nacieron.

Ese tránsito ascendente se realizará en ocasiones en condiciones extremadamente penosas: no solamente en algunas zonas el agua fría de las montañas descenderá de manera salvaje y tumultuosa, sino que a lo largo de esa ruta encontrarán todo tipo de depredadores que tratan de alimentarse con ellos. Osos pardos y negros, nutrias, águilas calvas, están al acecho. Lo maravilloso es que los salmones los conocen por sus excrementos depositados en el lecho de los ríos, los huelen, los notan, los sienten y eso les ayuda a esquivarlos. Su otra técnica de defensa consiste en viajar en la noche. Pero lo más maravilloso de su comportamiento es el empeño y el esfuerzo que ponen en remontar los ríos. Llegan a remontar cascadas de hasta dos metros y medio de altura; lo hacen mediante saltos y cuando todo juega en su contra: la potencia de las aguas que descienden, la altura de las rocas, la amenaza de los depredadores. Y, a pesar de todo ello, hasta el 90% de los salmones depositan sus huevos en las zonas en las que han nacido. Para ello, algunas variedades ascienden hasta cotas de 2.100 metros de altura.

Es una especia antigua. Existen diversas variedades, pero no han evolucionado mucho. Las distintas variedades actualmente existentes tienen un ancestro común, el Pez Salmoninae, que dominaba los mares hace 40.000.000 de años, cuando todavía no había divergencias entre el salmón del Atlántico y el salmón del Pacífico. Éstas se produjeron en un período indeterminado hace entre 10 y 20 millones de años. Si tenemos en cuenta que los neandertales nacieron hace 300.000 años y se extinguieron hace 28.000, eso nos da un dato significativo sobre la antigüedad y la persistencia del salmón en su afán de vivir.

Salmón macho y salmón hembra tienen distintos roles. El macho vierte su semen en el río, fecundando a la hembra. Ésta prepara en el lecho del río la “cuna” para albergar los huevos, lo hará reuniendo piedrecillas y gravilla, mientras que el macho, aleja a otros machos que pueden disputarle a “su hembra”. Depositados los huevos -entre 500 y 1.000- los cubrirá con su cuerpo hasta morir. Hay algo heroico en las hembras de esta especie.

Si trasladamos estos comportamientos a la esfera de lo humano, podemos hablar en rigor de “la estrategia del salmón”: en efecto, nos marca un camino. Y esto por seis elementos:

1) Siempre mantiene la memoria de sus orígenes: nunca olvida el origen de su identidad. Siempre vuelve a sus orígenes. En este sentido es RE-VOLUCIONARIO, su vida es una completa "revolución" que termina allí donde ha nacido, completa un círculo completo que solamente los menos dotados no alcanzan a realizar: solamente un 10% parecen no reconocer su origen.

2) En su época de juventud se limita a seguir la corriente: son conscientes de que no tienen fuerza ni vigor suficiente, ni encontrarán alimento para fortalecerse y alcanzar la madurez, así que se dejan arrastrar. No ofrecen resistencia, simplemente, se deslizan por las aguas. Observan el entorno, aprenden, desde que son todavía jóvenes -y, por tanto, difíciles de capturar por los depredadores- a reconocer a sus enemigos.

3) En la grandeza del océano se fortalecen, adquieren músculo, crece la grasa que les protegerá de la frialdad de las aguas, es bajo las aguas turbulentas, oscuras y caóticas de los océanos en donde se hacen sabios, libres y fuertes.

4) Saben de donde son hijos, conocen su “identidad” y nunca la olvidan. Tanto es así que cuando su instinto les dicta el imperativo de supervivencia de la especie mediante la reproducción, no hay nada que pueda detenerles en ese retorno a los orígenes, a su tierra natal, a su patria originaria.

5) Y entonces, no les importa nadar contra la corriente. Remontan el camino que habían seguido cuando todavía eran débiles, pero ahora están acompañados de los conocimientos que han ido adquiriendo desde entonces. Reconocen los excrementos de sus enemigos, los eluden, realizan saltos prodigiosos y no les importa salir agotados de ese retorno a sus orígenes.

6) Finalmente, macho y hembra, dan nueva vida, quieren que exista una “transmisión generacional”: por eso vuelven a sus orígenes sabiendo que sus hijos harán otro tanto. Llevan haciendo eso mismo 40.000.000 de años…

DE LAS AGUAS A LA TIERRA FIRME. AL AQUÍ Y AL AHORA

Quizás ahora entendamos mejor por qué el salmón fue el “pez de la sabiduría” para los viejos alquimistas. Su comportamiento es una lección para los humanos y especialmente para nuestra desgraciada época y para todos los que nos hemos vistos arrojados a las aguas movedizas y oscuras de un mundo turbulento y caótico. Queremos volver a nuestros orígenes, aspiramos a la seguridad que nos da volver a nuestra tierra natal, a las tradiciones y a los hábitos que siempre ha adoptado el género humano: instinto territorial, instinto de reproducción, transmisión generacional mediante la institución de la familia con su división de funciones: “re-volvere”, revolución, implica “volver a los orígenes”. Pero, en tanto que humanos, aspiramos a algo más que cualquier otra especie animal: tenemos conciencia de nosotros mismos, tenemos en nosotros mismos una chispa de trascendencia y la capacidad de realizarla. Esa aspiración a la trascendencia es lo que nos distingue de cualquier otra especie: somos biología, pero también somos algo más que pura biología.

A partir de este planteamiento, el comportamiento etológico del salmón nos sugiere una estrategia para alcanzar ese “re-volvere” y las distintas fases de las que se compone. En una primera fase -en la que nos encontramos hoy los “hombres diferenciados”- parece evidente que carecemos de fuerza, preparación y capacidad suficiente para obtener resultados. Una actitud de oposición, en unos hábitats particularmente hostiles, como son los tiempos en los que hemos nacido, no ofrecen ninguna posibilidad de éxito. La debilidad de un movimiento de oposición total al sistema, implicaría que no soportaría los primeros choques. Sería fácil aplastarlo en el embrión e impedir que alcanzara la madurez. Por tanto, en esa primera fase, se trata de actuar como el salmón de río recién nacido: observar los excrementos de los depredadores que acechan en las riberas del río, aprender a conocerlos; lo que implica, en la práctica, identificar los adversarios y sus “excrementos ideológicos”: “wokismo”, “corrección política”, “doctrinas de género”, “pro-inmigracionismo”, que son, sin duda, los más pestilentes, pero también, no lo olvidemos, aquellos otros excrementos, nacidos desde la época de la Ilustración. Resultaría imposible afrontar todos estos adversarios: de ahí la necesidad de dejarse arrastrar por la corriente, no oponerse a ella, simplemente identificar a los actores y a los motores de la decadencia.

A lo largo del recorrido descendente, durante los años en los que los “hombres diferenciados” tratan de edificar una respuesta a la modernidad y volver a los orígenes, muchos de ellos, se quedarán en el camino: unos elegirán ingerir la “pastilla roja”, la que garantiza vivir en una mentira reconfortante, se convertirán en peces muertos que nadan a favor de la corriente rechazando la verdad incómoda que implica la “pastilla azul”. Otros, simplemente, se sentirán agotados, desfallecidos, entenderán que lo que se les pide es un esfuerzo superior al que están dispuestos a entregar o al que son capaces de abordar; estos se quedarán también en el camino. Y, finalmente, están los que morirán en el intento: su etapa de fortalecimiento en las aguas turbulentas y frías, terminará dramáticamente cuando algún depredador dé cuenta de ellos.

Si en la primera fase, la del descenso por las aguas dulces hasta el océano, el movimiento, simplemente, debe aprender, observar, recordar de dónde vienen, hasta el punto de que era fase puede compararse a una “defensiva estratégica”, en la segunda fase, no deben engañarse; aun habiéndose fortalecido, todavía están en situación de “inferioridad estratégica”: los peligros que deben afrontar son muchos y multiformes, todavía carecen de la fuerza suficiente para afrontar la batalla final. Pasará tiempo antes de que entren en la fase de “equilibrio de fuerzas”, cuando ya se sientan, como individuos lo suficientemente fuertes como para resistir el nadar contra la corriente y, como comunidad, lo suficientemente numerosas como para que las mermas que, inevitablemente, se producirán, no interrumpan el proceso revolucionario, el retorno a los orígenes.

La etapa de “ofensiva estratégica” se inicia desde el momento en que el movimiento y cada uno de sus miembros se siente lo suficientemente fuerte para iniciar el retorno a los orígenes, al punto de partida. Para esa fase hará falta disponer de condiciones excepcionales. Se producirá una selección natural. Sucumbirán, en primer lugar, aquellos que se hayan engañado a sí mismos, que no sean lo suficientemente fuertes, física, emocional y espiritualmente, para afrontar lo que implica nadar contra la corriente. La tendencia natural es a dejarse arrastrar por la corriente mayoritaria. De ahí que para abordar esa etapa se precisen “élites”: “los mejores”, o de lo contrario, se producirán abandonos, traiciones, desfallecimientos. El movimiento debe ser capaz de incorporar sólo a los más fuertes. La tarea sobrehumana de remontar una crisis de civilización como la que vivimos, solamente está al alcance de seres muy especiales, que, además de tener un convencimiento doctrinal de la necesidad de un retorno a la normalidad, hayan experimentado experiencias espirituales interiores que les den la seguridad y la certidumbre absoluta de que más allá de lo físico, existe otra realidad, a la que el curso de la civilización en los últimos siglos, ha hecho cada vez más difícil acceder.

Así pues, el “hombre diferenciado” debe demostrarlo en tres frentes:

- un conocimiento de los mecanismos de la “subversión moderna”, debe ser capaz de identificarlos, prevenirse de ellos, y aislarlos;

- debe, en segundo lugar, vivir los “valores tradicionales”, incorporarlos a su ser, capaz de explicarlos a otros y hacerlo de manera pura, encarnándolos, difundiendo la “idea” con su ejemplo;

- finalmente, deberá realizar algún tipo de práctica espiritual a través del cual pueda conocer la experiencia trascendente.

Si falla alguno de estos elementos, puede derrumbarse en el curso de su viaje hacia los orígenes:

- si le falla esa conciencia clara de lo que es la subversión moderna, correrá el riesgo de asumir algunos rasgos de esta, olvidando que el monstruo, como las estrellas de mar, se reconstruye en poco tiempo, por mucho que se hayan cercenado alguna de sus partes. De ahí la necesidad de fijar el “año cero” de la subversión moderna: ese momento es fácil de identificar, el Siglo de las Luces, el Iluminismo, la ideología de la Ilustración y, a partir de ahí, los cambios de ideas que han impuesto cada una de las cuatro revoluciones industriales: liberalismo, socialismo, libertarianismo, transhumanismo…

- si no tiene una clara preparación doctrinal y él mismo encarna los valores que dice defender, si para él, ser un “hombre diferenciado” es solamente un “look” o una pose a adoptar, será imposible transmitir la forma más simple, directa y gratuita de transmitir una doctrina de corazón a corazón: mediante el ejemplo. Lo que pide el tiempo futuro no son discursos ideológicos complicados, artificiosos o polémicos: lo que va a contar, lo que cuenta a la hora de afirmar un carácter y una voluntad diferente, es simplemente, el ejemplo.

- si no realiza ninguna práctica interior de introspección y búsqueda de la transcendencia, no dispondrá de esa fuerza sobrehumana que le permita, como el salmón de río, remontar una corriente, hasta el retorno a su “tierra natal”; porque solo con las fuerzas humanas resultaría imposible emprender un viaje de tal envergadura. Por otra parte, el planteamiento propio del “hombre diferenciado” es el reconocimiento de dos órdenes de realidad, la física y la metafísica: esto implica que buena parte de sus esfuerzos deben estar destinados a “tomar el cielo por asalto”, conocer la experiencia trascendente, adquirir de ella y en ella, la fuerza necesaria para superar todo lo que es “humano, nada más que humano” y combatir con la convicción suficiente de que, gane o pierda, lo importante es “vivir” como se piensa y “abrir las puertas de la trascendencia”.

El salmón ha pasado por todos estos estados: empieza a asumir sabiduría desde el momento mismo en el que empieza su descenso por el río. En cada momento es consciente de lo que puede y de lo que no puede hacer, no puede plantear batalla cuando es débil, debe fortalecerse en todo momento, debe tener conciencia clara de su objetivo final, no renunciar jamás a él. Ser consciente de que, los riesgos serán muchos y que la mayoría se perderán en el camino (de los 500 o 1.000 huevos que pone la hembra del salmón, solo llegarán al océano un 10% y de estos solamente un 1% conseguirá sobrevivir en el océano, remontar el río y alcanzar su objetivo de retornar a los orígenes. Pero serán, sin duda, los más fuertes, los mejores, la élite de su especie. Eso mismo y no otra cosa es lo que debe tratar de realizar el “hombre diferenciado”, el que se esfuerza en tocar con los dedos los caracteres reales de su tiempo y que no se deja impresionar por la envergadura del proceso de decadencia y del alejamiento de cualquier estándar de “normalidad” que estamos viviendo, el que no se engaña sobre la realidad de la crisis, ni sobre las posibilidades de enderezamiento y acepta que está implicado en una lucha a largo plazo, parte de la cual deberá pasarla fortaleciéndose cultural, humana y espiritualmente, sin llamar la atención, en las catacumbas, propagando su ejemplo. Hasta que juzgue se ha llegado el momento. Llegando a los orígenes, en ese preciso instante, será el momento de plantear la batalla final y ser implacable. Las heridas solo se cauterizan con fuego y a los virus patógenos solamente se les trata con anticuerpos que los liquiden uno a uno. Se engaña quien crear que una nueva sociedad, que una “re-volución”, que un retorno a los orígenes, puede realizarse sin dolores de parto.

La fortuna nos ha permitido vivir en un tiempo en el que tenemos conciencia de que resulta imposible que nuestro modelo de civilización logre superar la crisis que ha implicado el alejamiento de los principios y valores que han hecho posible el desarrollo de la civilización. Es cierto que no sabemos todavía cuándo se producirá el desplome final: el viejo mundo se resiste a morir y sus espasmos de agonía resultan cada vez más grotescos, pero tampoco estamos en condiciones de intuir los rasgos del tiempo nuevo. Ninguno de ellos está presente en nuestra desgraciada época, salvo el modelo ideal de las sociedades tradicionales. Sabemos incluso que se tratará de una tarea “arqueofuturista”: combinar la técnica más avanzada con los valores más originarios.

Dadle al salmón una espada laser y un altar ante el que meditar y tendréis el modelo necesario.