El “procés”
tiene dos viejas historias conspiranoicas que aparecen y desaparecen: una de ellas
es la participación de George Soros en el procés. La otra la colaboración de Puigdemont
con Rusia. Ambas son -por supuesto- falsas. Y esto por una sencilla
razón: Soros tiene más intereses en Madrid que en Barcelona y, por lo demás,
nunca invertiría en un “negocio ruinoso” como la imposible independencia catalana.
En cuanto a Putin, ha hecho bien en tomárselo a broma.
Hace unos años,
poco antes del proceso independentista, un programa de humor ruso convenció a
la Cospedal de que Puigdemont trabajaba para el Kremlim con el nombre de “agente
Cipollino” (tradicionalmente, en Cataluña, un independentista es un “çeva”,
cebolla en catalán, “Cipolla” es cebolla en italiano y “Cipollino”,
sería, por tanto, el “cebollino”…). Ya comentamos todo esto en su momento [ver
artículo]. Era una broma, después de que el gobierno Rajoy difundiera la
noticia de la participación rusa en el “procés”… Pero, haber, había algo detrás
de ambas noticias.
En efecto, el
tema de Soros ya lo tratamos ampliamente [ver
artículo] y pudimos identificar que las relaciones entre la Fundación Open
Society y “Diplocat” eran mínimas y se reducían a un traspaso de 27.024 euros
para financiar unas “jornadas sobre xenofobia y euroescepticismo”. En
total, Soros entregó a organismos indepes no más de 50.000 euracos, gota de
agua en el “procés”… pero, manejando este dato, era posible mezclar el nombre
del odiado (y odioso) financiero en el estúpido y estupidizante “procés”.
En cuanto a
la implicación rusa, seguramente procedían de la inteligencia norteamericana para
la que la Guerra Fría nunca ha concluido y cualquier excusa es buena para
aguijonear al rival histórico. Ahora bien, cuando se habla de “participación
rusa”, había que distinguir entre “participación oficial” y “participación
mafiosa”. Hay que descartar por completo la primera que implicaría a las
autoridades rusas e incluiría la independencia de Cataluña como una “operación
encubierta”. Así pues, si ha habido algo -y algo parece que ha existido- ha
debido implicar a la “mafia rusa” con la “mafia independentista”.
Sea lo que
fuere, la justicia lo estaba siguiendo desde hacía años y estos días se han
producido los primeros registros y detenciones. Las noticias filtradas a la
prensa parecen increíbles, pero no pueden sorprender excesivamente a poco que
nos fijemos en los protagonistas por parte catalana. Se trata de “empresarios”,
amigos del poder convergente y del independentismo, que cometieron el error de
ver y creer a TV3…
Durante los años
del “procés” la televisión pública pagada por todos los catalanes, daba la
independencia como algo ya prácticamente conseguido, del que solamente faltaba
el mero trámite del referéndum que, por supuesto, daría el “si”. Quienes se
alimentaban del agit-prop difundido por los medios de comunicación de la
gencat, creían que sólo quedaban unos pocos trámites fastidiosos que realizar
para lograr que Cataluña ingresara en la ONU, para que fuera miembro de la UE e,
incluso, tenían “embajadas” que los representaban ante los mandatarios de todo
el mundo. Puigdemont, en definitiva, estaba al nivel de Putin o de Obama:
en efecto, todos eran “jefes de Estado”.
Y algunos
indepes con cargos en el Diplocat empezaron a tratar de ganar puntos llamando a
la puerta de misiones diplomáticas e instituciones europeas
(visitaron todas las embajadas de países de la UE acreditados en Cataluña e
hicieron de su presencia en Bruselas y Estrasburgo, capitales de la UE, una
constante. Pronto quedó claro que eran recibidos con frialdad e, incluso, a
parte de las declaraciones oficiales y de las noticias de TV3, según las cuales
-recuerden la consigna “Cataluña, futuro Estado europeo”-, resultó que las
puertas de Europa permanecieron siempre cerradas para los indepes. Así que algunos
-ahora se conocen sus nombres- trataron de elaborar un Plan B. China o Rusia, a
elegir. Los chinos estaban muy lejos, además sus rostros eran impenetrables.
Los indepes no tenían relaciones con ellos. Pero con los rusos era diferente: en
primer lugar, porque existe una tendencia rusa a considerarse “próximos al
poder” (nosotros mismos hemos conocido a un personaje que decía ser “asesor de
Gorbachov”, “asesor de Eltsin” y que todavía aparece como “asesor de Putin”,
otro que pasaba por antiguo miembro del KGB -si bien su juventud lo hacía
improbable- y, finalmente, a un antiguo “spanetz” que también decía estar “bien
relacionado” con el Kremlim) y cualquier empresario ruso, mucho más si se trata
de un antiguo diputado de la Duma por Rusia Unida (el partido oficialista), podía
pasar como “interlocutor válido” entre el “procés” y el gobierno ruso. Como, Serguéi
Markov. A este nombre se sumó el de Mikhail Gorbachov, ex presidente ruso y hoy
embarcado en tareas humanitarias, mediaciones remuneradas y presencias de
prestigio.
La suma de un
antiguo diputado -Markov- y de un expresidente -Gombachov- podía crear la
sensación de que “Rusia estaba en el ajo” (mejor “en el encebollado”). Los
servicios de seguridad del Estado debieron detectarlo pronto, porque Víctor Terradellas
-antiguo responsable de “relaciones internacionales” de CDC, llamado “el Willy
Fogg del procés”- es un adicto al teléfono y, sin saber que sus comunicaciones
estaban intervenidas desde hacía mucho- iba hablando de sus “logros”
internacionales que comunicaba a todos los pilotos del “procés”. Es con él donde
la mitomanía, las falsas esperanzas, el desconocimiento del lenguaje diplomático
y las medias verdades convertidas en mentirijillas para autoanimarse, han dado
lugar a la “Operación Volkhov”.
La idea general
es que el tal Terradellas comunicó a Puigdemont y a otros, que podría cambalachearse
el reconocimiento catalán a la anexión rusa de Crimea, ¡a cambio del
reconocimiento ruso a la independencia de Cataluña! Y no solo eso: en
alguna conversación telefónica se habló de que los rusos estaban dispuestos a
enviar “10.000 soldados para garantizar la independencia de Cataluña”.
Con el sentido del humor que requiere la situación, los medios oficialistas
rusos han respondido que no, que existe un error en estas cifras y que no eran
10.000, sino 1.000.000 los militares que estaban dispuestos a enviar a
Barcelona… Terradellas afirmó también que esperaba “dinero chino”…
No vale la pena
perder mucho tiempo tratando de intuir qué hay de cierto en todo esto. Ningún
Estado seria accedería a comprometerse hoy en operaciones de carácter
napoleónico. Pero el caso demuestra el nivel intelectual y moral de los
dirigentes independentistas y de los personajes que se situaban en torno a
ellos durante los meses del “procés”. Estaban dispuestos a admitir un “ejército
de ocupación” con tal de no renunciar a su proyecto. Desde Pau Clarís, el
independentismo, con excesiva frecuencia, ha hipotecado las libertades de
Cataluña, se ha vendido a otro país (Francia habitualmente), no tanto para
alcanzar su objetivo -la independencia- sino para “derrotar” a España. Este es
su “patriotismo”. Pero hay algo todavía peor.
Esta trama,
de la que formaban parte empresarios independentistas, ONGs y entidades
ultrasubvencionadas, que ha desviado dinero de la Diputación de Barcelona para
el “procés”, ha seguido funcionando después del derrumbe del procés y, gracias
a ella, Puigdemont y su corte han podido seguir llevando un tren de vida
faraónico en Waterloo. Y lo han hecho con dinero público. Esta es la única
realidad, más allá de las fantasías, las ensoñaciones, las medias verdades y
las mentirijillas de Terradellas y de sus interlocutores.
Sin olvidar, lo
más importante, detrás de todas estas iniciativas “patrióticas”, lo que
existía era prisa para que el “procés” llegara a buen puerto. Todos los
implicados tenían intereses económicos y promesas de buenos negocios a la sombra
de la independencia del Estado recién creado. Todos ellos querían acaparar los
grandes asuntos económicos más rentables. Todos ellos eran “corruptos en
potencia” -algunos de ellos, como Xavier Vendrell de ERC, están siendo paralelamente
investigados por “pelotazos urbanísticos”- y, por eso, tenían necesidad de
animar, incluso, a Puigdemont, a seguir dando los pasos que le han llevado a
Waterloo. En este contexto, un comentario con cualquier ruso se convertía
en “10.000 soldados”, una conversación con el cajero de un “todo a cien” chino,
pasara a ser “promesa de dinero de Pekín”, una llamada a la telefonista de la
oficina de Govachov era considerada como “muestra de solidaridad del ex
dirigente ruso” o un email a Assange, la promesa de que publicaría todo lo que se
le enviara... Y así sucesivamente.
El berenjenal
judicial es de campeonato y, sobre todo, de comedia de situación: es la
continuación al “La República no existe, idiota” y a la broma de “Cipollino”. No
estoy muy seguro de si la justicia debería de tomarse todo esto en serio. A
medida que se van conociendo más y más detalles de todo aquel cúmulo de
despropósitos, el “procés” se va redimensionando de “aventura política” o “cena
de los idiotas”. Soy de los que creen que los “políticos presos” (que no “presos
políticos”) deberían haber sido juzgados por generar “alarma social” y por “dividir
a la sociedad catalana”. Algunos de ellos precisaban psiquiatras más que
jueces y, no me importaría que los Mossos D’Esquadra, la Policía Nacional o la
Guardia Civil, crearan una “Brigada para la Represión de la Estupidez y
la Credulidad” para casos como éste.
Ahora vienen
elecciones a la gencat. Supongo que, desde ahora, hasta que se conozcan los
resultados, se irán conociendo más y más datos sobre esta comedia de situación
catalana. Que ganará ERC está cantado (por mucho que tenga la mayor tasa, en
estos momentos, de corruptos, de acosadores). La exCDC ha dado lugar a una
marejada de siglas de las que solamente tiene posibilidades de ser algo la que
cuente con el nombre de Puigdemont y no parece que la CUP vaya a mejorar sus
resultados, sino todo lo contrario. Habrá que ver, si en bloque, los partidos “estatalistas”
sube o baja (lo que parece claro es que Cs fue flor de un día y está hoy
periclitado y a la baja y que Vox mejorará posiciones.
Que del nuevo
“parlament” saldrá una Cataluña ingobernable, parece seguro, en medio de una
España covidizada. La cuestión es quién irá a votar y quien se quedará en su
casa. En cuanto a la Operación Volkhov, seguro que cuando oigamos hablar de
ella, volvemos a sonreír.