viernes, 7 de diciembre de 2018

365 QUEJÍOS (215) – TRANS-HUMANISMO Y POST-HUMANISMO (5)


Sería ocioso ir más allá de lo dicho sobre el trans-humanismo. Toda ahora la ingrata tarea de proponer un juicio de conjunto y también una alternativa. Para ello, hará falta volver a lo dicho en los primeros párrafos de la primera entrega de esta serie: el “humanismo” (como filosofía que sitúa al individuo en el centro de la historia) debe ser superado. A pesar de que los trans-humanistas generen un baile de confusiones y aludan a que su intento debe conducir a la “post-humanidad”, entendida como una “superación del actual estadio evolutivo de la humanidad”, nosotros creemos mucho más sensato revalorizar el sentido de lo humano (mediante el reforzamiento de todo el régimen de identidades que constituyen sus puntos de referencia: identidad cultural, identidad sexual, identidad nacional, identidad étnica, identidad social, identidad personal) integrando los adelantos técnicos procedentes de las ciencias de vanguardia.  No es la humanidad lo que precisa ser “superado” sino la concepción “humanista” que ha sido hegemónica, primero en el terreno del arte y de la cultura, luego en el de la filosofía y, finalmente, en el de la religión y la política.

El avance de las ciencias es algo que no es posible detener, ralentizar, ni siquiera orientar. Pero, las ciencias -al igual que la economía- no son fines en sí mismos, sino medios para alcanzar un fin. Y ese fin no puede ser otro que contribuir al aumento del bienestar de la sociedad y, por tanto, de su estabilidad.

No importa, por ejemplo, que la nanotecnología, la medicina o la farmacología, garanticen que la vida pueda prolongarse en condiciones normales, 130 años: hace falta, prever lo que esto puede suponer, especialmente si la privatización de la sanidad, hace imposible el acceso a  estos avances para la mayoría. Obviamente, se retornaría a la “lucha de clases” que, en el fondo, fue una respuesta de las clases desfavorecidas a las clases pudientes y que ahora pasaría a ser, de nuevo, una lucha por la supervivencia bajo otro formato.

No importa, así mismo, que la robótica y la inteligencia artificial eliminen el 75% de los trabajos actualmente existentes: de lo que se trata es de que quienes se liberen del trabajo tengan la posibilidad de encontrar otros alicientes y dar un sentido a sus vidas. Y, por supuesto, sobrevivir sin trabajar… ya que los puestos de trabajo no serán accesibles a todos, ni siquiera atendiendo a su preparación ni a su capacitación profesional.

En cualquiera de estos dos casos, y en otros muchos que se puedan presentar, hará falta reformar las estructuras del Estado y garantizar que éste estará en condiciones de entregar salarios sociales a cambio de determinadas prestaciones, servicios o tareas. Por lo mismo, hará falta olvidarse del bíblico “creced y multiplicaros” y actuar en dos direcciones: estabilizar la población de las naciones, estabilizar las sociedades, procurar que sean lo más homogéneas posibles, y generar las mejores condiciones de vida y de educación para los nuevos nacimientos. En estas condiciones, los Estados deberán imponer profundas reformas educativas tendentes a forjar el carácter de los jóvenes y, al mismo tiempo, medidas eugenésicas: “menos, pero mejores”. Por otra parte, no hay que olvidar que no existe “desarrollo sostenible” en el planeta tierra, sino que el planeta tiene unos recursos limitados que deberán ser administrados de la manera más prudente posible. Y para ello hará falta optimizar el número de habitantes del planeta y no escandalizarse por la reducción de la población en Europa: “menos, pero mejores”. El problema radica, especialmente en países (China, África y el mundo árabe) de demografía explosiva de la que Occidente debe protegerse.



En el terreno político, las doctrinas humanistas (liberalismo, socialismo, marxismo) ya no responderán a las exigencias del tiempo nuevo, ni, por tanto las “partidocracias” actuales podrán mantenerse: será preciso reconocer que la democracia solamente es viable cuando toda la población alcanza unos niveles de cultura cívica, capacidad crítica y bienestar óptimos, pero es inútil y se pervierte su sentido en situaciones de indigencia cultural, masificación y amputación de la posibilidad de establecer juicios objetivos sobre la actuación de los gobernantes.

Estamos persuadidos, igualmente, que, en efecto, nos aproximamos a una “nueva era” e, incluso que está implicará la superación de lo que ha sido en la anterior, el eje de la cultura occidental (el cristianismo, que los newagers vinculan a la Era de Piscis), pero no será  (como pretenden esos mismos medios) la “era de la Humanidad” lo que se imponga, sino que (al igual que Piscis tiene su complementario en Virgo, la Virgen y ésta, efectivamente tiene un papel muy importante en el cristianismo) la “nueva era” puede depender, en grandísima medida, del signo opuesto a Acuario, el de Leo, que introduce un nuevo elemento en la ecuación: la jerarquía. La resultante será, pues, una nueva humanidad que recupere de nuevo la idea de Orden, implícita en la noción de jerarquía. Pero, sin necesidad, de recurrir a las concepciones puestas de moda por los newagers, cabe prever que, tras el “horizontalismo” que se ha impuesto de manera creciente desde la Revolución Francesa y que, en este momento, está agotado llegando a sus últimas consecuencias, se impondrá un retorno del péndulo hacia el “verticalismo” y, solamente se tratará de evitar, que no sea ni la capacidad económica, ni la brutalidad, o la simple tecnocracia, en función de la que se reorganicen los sistemas jerárquicos, sino en base al carisma, el liderazgo, la capacidad de organización y de mando, los valores personales y su fidelidad hacia ellos y la capacidad de entrega de la persona a la sociedad con el reconocimiento de que lo comunitario es superior a lo individual.

No se trata, por tanto, de renegar a los descubrimientos y avances científicos, sino de negar, en primer lugar, la idea de “progreso”. Tales avances pueden ser empleados en realizar la Utopía, o bien, hacia todo lo contrario: para convertir el mundo en un infierno. En segundo lugar, se trata de reconocer que las sociedades humanas precisan, para ser viables y facilitar la vida a sus miembros, ser estables. Por tanto, se trata de combinar ambos polos: evitar que el progreso científico convulsione cada veinte años a la humanidad y facilitar el que los Estados puedan aplicar reformar que vayan al paso con estos avances científicos. Para ello será preciso dotar a las sociedades y al propio Estado de unos valores que permanezcan inalterables y se sitúen por encima de los cambios.

En este esquema está implícito la alternativa al trans-humanismo y lo que podemos definir como post-humanismo: una síntesis entre Tradición y Revolución. Tradición en los valores. Revolución en la integración de los avances técnológicos en el devenir social. Todo ello bajo tres principios: Orden (estabilidad y referencia a valores inalterables), Autoridad (derivada del liderazgo, de las capacidades individuales y de la voluntad de poder puesta al servicio de la sociedad, más necesaria aún en el momento de la reconstrucción, tras las desintegraciones actuales) y Jerarquía (organización de la sociedad en distintos niveles en función de sus capacidades e intereses). Esto implicaría, en síntesis: restaurar los regímenes de identidades que han venido siendo tradicionales e inseparables de la humanidad.

En definitiva, de lo que se trata es de recuperar un tipo humano “tradicional” para un determinado momento de la historia caracterizado por el impacto de las vanguardias tecnológicas. Solamente esta combinación conseguirá disipar las fantasías distópicas del “trans-humanismo” y la superación de la filosofía “humanista”, de la que el primero es solamente su consecuencia más extrema.

Leer Trans-Humanistas y Post-Humanistas (Parte V)