viernes, 30 de octubre de 2015

Efecto secundario del “procés”: el fin de una estrategia centenaria


Info|krisis.- Si uno fuera conspiranoico y mal pensado estaría por decir que Artur Mas es un agente del nacionalismo español, pagado para liquidar más de un siglo de nacionalismo catalán. Nada más lejos de la realidad, obviamente; pero sí que es rigurosamente cierto que después del entierro definitivo del “procés” ya nada será igual en Cataluña, ni en las relaciones de la clase política nacionalista catalana con el resto del Estado. La fosa del “procés” ya está cavada (acuerdo PP-PSOE-Cs) ahora sólo queda enterrar al cadáver.

Hasta ahora, el nacionalismo catalán ha podido ir sobreviviendo gracias a su innegable capacidad de negociación con el Estado Español. Lo hizo durante la Restauración, durante la República, volvió a hacerlo en la transición logrando –a través de Miquel Roca– una Constitución en la que el nacionalismo moderado se situaba en disposición de negociar siempre mayores techos autonómicos y competencias a cambio de apoyar al gobierno del Estado cuando no alcanzaba a obtener mayorías absolutas.


Este papel de “refuerzo” ha sido pagado a precio de oro por el centro-derecha y por el centro-izquierda español. Durante los últimos 38 años, el nacionalismo moderado evitó entrar en los gobiernos de Felipe González, Aznar o Zapatero, pero no dudó en apoyarlos, cuando fue requerido, a cambio de algunas contraprestaciones autonómicas. Esta estrategia ha llegado a ser odiosa: todo el mundo sabía que CiU terminaría apoyando a quien se sentara en Moncloa si le faltaban algunos diputados para gobernar en mayoría. Y todo el mundo sabía que, al margen de lo que declarasen las partes, en el fondo, todo se quedaba en una negociación a cambio de transferencias cuantificables en cientos de millones de Euros.

A nadie le gusta tener que pagar a un “aliado” a precio de oro. Desde el tiempo de Felipe González, era más que evidente que el nacionalismo no era “leal” e incluso que estaba protagonizando casos de corrupción sin el más mínimo recato y, además, aspiraba a la impunidad… amparándose en el apoyo que prestaba al gobierno de turno en Madrid. Cataluña empezó a perder peso estratégico dentro del Estado. La constitución del eje Lisboa-Madrid-Valencia fue el primer toque de atención. Atlántico y Mediterráneo unidos a través de Madrid y en línea recta, sin pasar por Barcelona. El segundo golpe fue todavía más duro: el eje pirenaico que comunicará Madrid y Valencia con Francia a través de los Pirineos centrales (Aragón), eludiendo el “corredor mediterráneo” que, inevitablemente pasaría por Cataluña.

Todo iría viento en popa para el nacionalismo, mientras se mantuvieran los equilibrios y consensos que habían dado lugar a la constitución de 1979. Pero a partir de 2007 se pusieron de manifiesto varios problemas: el primero de todos que Cataluña cada vez iba perdiendo más peso en el conjunto de la economía española y se veía sometida a un proceso de pérdida de tejido industrial. Entre 2000 y 2007 Cataluña perdió el 30% de su capacidad industrial, en los años de la crisis siguió transformándose en una zona de servicios. Las hilaturas han desaparecido, sustituidas por la hostelería y el turismo, sectores de muy bajo valor añadido.

A esto se añadió la pérdida de vigor de los que hasta hace poco habían sido los únicos partidos mayoritarios en los que se sustentaba la estabilidad del sistema: dos columnas, una de centro-derecha y otra de centro-izquierda en alternancia, apoyados por un partido nacionalista cuando no tienen mayoría absoluta para gobernar… El sistema funcionaba, a condición de que los partidos mayoritarios siguieran siéndolo ad infinitum y que el partido nacionalista no rompiera la baraja. Lo sucedido en los últimos dos años como producto, sin duda, de la crisis económica, ha hecho saltar todo esto por los aires: PP y PSOE han ido perdiendo fuerza social, lo mismo les ha ocurrido al PNV y a CiU; en su lugar han aparecido siglas nuevas (Podemos, Ciudadanos, Bildu, o siglas que hasta hace poco apenas habían tenido relevancia, como ERC). Los “actores parlamentarios” ya no son cuatro; se han convertido en ocho. La era de las mayorías absolutas parece haber terminado y el papel de CiU como partido de apuntalamiento se ha desvanecido por completo.

Pero ha ocurrido otro elemento que ha puesto en guardia a cualquier partido de ámbito estatal ante el nacionalismo. Un partido que, bruscamente, de un día para otro, cambia su argumentación y, de nacionalista moderado, pasa a ser soberanista radical generando un problema de centrifugación del Estado, no parece digno de confianza para nadie, ni siquiera para los socialistas tan predispuestos a las “terceras vías”. La crisis desencadenada por Artur Mas lo apea, prácticamente para siempre, de la gobernabilidad el Estado, mientras que la aparición de otras fuerzas (especialmente de Ciudadanos)  hace que la “tercera fuerza” que daba o quitaba el poder cuando un partido estatalista carecía de mayoría absoluta, ya no sea el nacionalismo ¡sino precisamente el partido más antinacionalista del espectro político español: Ciudadanos!

El problema del nacionalismo –ahora cuando el “procés” ya puede darse por fracasado (hoy las declaraciones de Ban Ki-Mun negando que Cataluña entrara en la definición de “territorio con derecho a la autodeterminación” o los primeros síntomas de enfrentamiento entre Mas y sus Consellers, son nuevas puntillas que está recibiendo; y van…)– es que ha perdido la iniciativa estratégica y apelar a la desobediencia cívica no va a hacer que la recupere. Para hacerlo, debería contar con algún aliado en el resto del Estado. Y sí, estos aliados existen, básicamente Podemos e IU, que no tendrían inconveniente en que se convocara un referéndum por la autodeterminación… el pequeño problema es que se trata de partidos cuya “solidaridad” empieza y termina con la propuesta de referéndum (que perdería el soberanismo) y que se trata de dos organizaciones a las que les repugna la corrupción en Cataluña, el nacionalismo catalán y su gestión en los últimos 38 años. Sin olvidar que, difícilmente gobernarán en la próxima legislatura.

En la última semana, ante la proclama independentista en el Parlament y el anuncio de acciones de desobediencia, se ha reconstruido un nuevo consenso del que el nacionalismo es el principal perjudicado al quedar fuera. Los años de constante cambalacheo protagonizados por el nacionalismo (dinero a cambio de apoyo en Madrid) han terminado. El soberanismo va a conocer la dramática sensación que se siente al estar aislado, contra las cuerdas, sometido a procesos sin fin, presentado como el malo de la película y sin posibilidad de reconstruir una estrategia para salir del hoyo en el que le ha introducido el aventurerismo de Artur Mas.

Nada de todo esto habría ocurrido si Mas no hubiera adoptado la deriva soberanista en cuanto los pro-hombres de CiU percibieron que empezaban a investigarse sus cuentas. En aquel momento hubiera bastado rebajar la presión sobre el Estado, demostrar mayor colaboracionismo en la gobernabilidad a cambio de congelar estas investigaciones. Pero Artur Mas, empujado inicialmente por el clan Pujol y luego por el soberanismo más radical (ERC, las CUP, las “tietas”), realizó una fuga adelante a partir del 11-S de 2011, fuga cada vez más acelerada que, de momento, le ha costado el que la coalición CiU saltara por los aires y el que ahora mismo esté teniendo problemas dentro de su propio partido.

Artur Mas y el soberanismo (hasta ayer “nacionalismo moderado”) están siendo víctimas de sí mismos. Mas debe saber a estas alturas –si le queda algo de realismo– que con el pacto PP-PSOE-Cs ya ha perdido la partida. Debería avisar a sus socios de que dejaran de comportarse como si tuvieran la independencia de Cataluña al alcance de la mano… porque nunca como hoy están tan lejos de obtenerla. El hecho de que un cretino próximo al proyecto de Mas de crear una “hacienda catalana”, ayer mismo se jactara con aire de suficiencia de que “el que no quiera pagar impuestos a la Hacienda Catalana que se vaya” es el síntoma de las estupideces que se pueden cometer cuando solamente se escuchan los informativos de TV3 y uno está completamente desconectado de la realidad.