Infokrisis.- Tiene gracia que una película que inicialmente no causó un excesivo impacto –mesurable éste a través de la taquilla– haya terminado siendo una película de culto, quizás la que goza de mayor favor de un público devoto desde Blade Runner a principios de los 80. De tanto en tanto la industria del cine genera productos que superan con mucho la media miserable propia de nuestra época. Somos perfectamente conscientes de que El Club de la Lucha es una película susceptible de varios niveles de interpretación. Lo que intentaremos en las páginas que siguen es una desde nuestro particular punto de vista que no acabe en la misma película, sino que alcance a su matriz, la novela de Chuck Palahniuk sobre la que se construye el argumento original. Ambas, película y novela, son una canto a la Generación X.
1. ¿Quién es Palahniuk?
A este pregunta solamente puede contestarse con una afirmación: Palahniuk es un tipo complicado; de vida y experiencias inusuales, las retrata en su obra. En general, los textos suyos que hemos leído nos han resultado extremadamente fáciles de seguir, con argumentos sorprendentes con huellas de homofilia que, a fin de cuentas, también están presentes en El club de la Lucha. A efectos de estas notas es absolutamente irrelevante si Palahniuk es o no homosexual, algo que en EEUU ha desatado vivas polémicas.
Mucho más interés tiene su pertenencia a la autotitulada Sociedad de Cacofonía, organizada en “capítulos” locales como cualquier otra organización filantrópica o hermandad universitaria. A decir verdad, la Sociedad de Cacofonía no es ni una cosa ni otra sino que se define como una “red creada al azar por espíritus libres unidos en la búsqueda de experiencias al margen de la sociedad establecida”. Se cuenta de este grupo excéntrico que fue formado en 1986 por supervivientes del fenecido Club del suicidio de San Francisco. En los raros escritos que hemos podido encontrar en Internet se nos muestran como herederos del dadá y de los situacionistas de postguerra. Su concepto central es el “viaje a la Zona” que querría indicar el tránsito por la vida contingente. Ese tránsito lo aprovechan para realizar algo parecido a “happenings” o “performances” que a menudo no pasar de ser travesuras con mucho o poco sentido del humor.
La provocación es algo relativamente habitual en las subculturas americanas. Durante las guerra del Vietnam los hippies llegaron a rociar con gasolina a perros callejeros y prenderles fuego. Esta acción -definida por el psiquiatra André Stephane como manifestación de un complejo sádico-anal- era realizada a efectos de provocación: quien pasaba de largo era insultado por su indiferencia ante el sufrimiento y quien se detenía e increpaba a los hippis, se le llamaba hipócrita ya que era capaz de salir en defensa de un chucho, pero no de los miles de niños abrasados por el napalm en Vietnam. Quince años antes, los beatniks ya habían practicado provocaciones de este tipo que fueron transferidas Holanda y estuvieron en la base de la contestación local a mediados de los 60: el “movimiento provo” de Amsterdam, o “provocatorio”, que estuvo en el origen de la contestación en aquel país.
Las provocaciones de los cacofónicos se realizan con entera libertad de creación y ni siquiera otros miembros de la sociedad tienen la obligación de estar presentes. Hace cinco navidades un miembro de la sociedad vestido de Papa Nöel cantó Villancicos obscenos ante grandes almacenes. Que sepamos Palahniuk no ha explicado los motivos de su presencia en la sociedad, pero la lectura de sus novelas indica que le interesa la “vida asociativa”, el círculo que comparte (o cree compartir) idénticos ideales capaces de homogeneizar a gentes llegadas de lugares muy diversos. El Club de la Lucha es una de esas estructuras que parecen inspiradas en los cacophonist, hasta el punto de que incluso el episodio del Proyecto Mayhend que aparece es la traslación de las bromas cacofónicas al relato. En Superviviente, la trama gira en torno al último superviviente de una secta religiosa cuyos miembros se han suicidado e intenta.
En cierto sentido, algunos rasgos de Palahniuk recuerdan al John Kennedy de La conjura de los necios. Los protagonistas suelen ser outsierds, completos fracasados, individuos necesitados de autoestima cuyo encuentro y convergencia, va urdiendo por sí misma la trama. No busquen mucha lógica, sentido común y racionalidad en estos autores.
En la propia vida de Palahniuck el sentido común parece estar frecuentemente ausente. Había nacido en el seno de una familia tan poco convencional que se educó sobre una casa móvil. Graduado en periodismo, como la mayoría de licenciados en esta carrera, tras trabajar como becario no pudo reciclarse en la profesión y terminó siendo mecánico de diesel. De algo le tenía que servir la carrera, así que aprovechó para escribir unos cuantos manuales de automoción. Hacia 1991 entendió que ni los diésel ni los camiones eran lo suyo así que se dedicó al voluntariado social: hospicios, sanatorios para terminales, reuniones de apoyo (otro elemento del que dejará constancia en El Club de la Lucha).
Siguió un taller de escritura del que saldrá una primera novela (Insomnia) que jamás verá la luz y una segunda (Monstruos invisibles) que solamente será publicada cuando alcance la fama. Los editores, cuenta, la habían encontrado excesivamente deprimente. La protagonista es una modelo de irradiante belleza que queda horriblemente desfigurada tras un accidente. El tema es una nueva percepción de la balleza que recuerda el principio atribuido a Lenin de que la “ética es la estética del futuro”. A esta siguió una primera versión de El Club de la Lucha como relato corto que luego se fue ampliando hasta convertirse en una verdadera provocación contra el editor que, contra todo pronóstico, accedió a publicarla. Apenas se mantuvo unas semanas en venta y seguramente hoy sería completamente desconocida de no ser porque David Fincher, director de Alien 3 o La habitación del pánico, siempre interesado en explorar el lado oscuro de la condición humana, se fijó en la obra de Palahniuck y la llevó al cine. Aun así, la película no tuvo inicialmente el éxito esperado. Solamente cuando apareció en DVD y cuando empezó a difundirse por los circuitos P2P alcanzó el rango de “película de culto”. Esto arrastró a la novela del olvido y en poco tiempo se reeditó en tiradas importantes.
A partir de ese momento, Palahniuk fue reforzando su fama como escritor herético. Lo que ocurrió luego nos importa poco a efectos de estas notas. Desde entonces ha publicado ocho novelas alcanzando el primer bestseller con Asfixia. En 1999, el éxito se convirtió en tragedia cuando su padre y la amante de éste fueron asesinadas por el amante obsesivo de ésta que incendió los cuerpos. En su novela Nana, Palahniuck novela estos hechos y clama por la pena de muerte para el asesino.
Volvió a reincidir como “cacophonist” titulado cuando en 2003 publicó Diario: una novela. En la gira promocional leyó un relato breve que forma parte de su libro Fantasmas en el que aludía a los accidentes que pueden producirse durante la masturbación. Unas 35 personas –presuntamente la mayoría eran cacophonists- se desmayaron en el curso de la lectura. Al año siguiente logró que 60 personas cayeran redondas –o simularan desmayarse- ante la lectura de aquellas mismas páginas. Es el happenings orientado hacia la promoción editorial.
Hoy se considera a Palahniuc el “autor de los marginados y autodestructivos”. Como en otros autores –el propio Vázquez Montalbán obedecía a este comportamiento- tras un humor negro revestido de constantes ironías, no puede ocultar una tremenda amargura y desencanto hacia la sociedad de su tiempo. Su estilo se ha definido como “mininal”: descripciones extraordinariamente precisas, frases compuestas sólo de sujeto, verbo y predicado, descripción del ambiente que hace innecesario añadir adjetivaciones, uso de “muletillas” o frases que se repiten en todos sus libros y obsesivamente dentro de cada uno. Nada, de todas formas, debe impedir que el lector de sienta impactado después de cada página. La obra generalmente destila un aroma nihilista que el autor niega. Para él se trata simplemente de una inspiración romántica. Los dos calificativos que se repiten para definir a su obra son “impactante” y “perturbador”. De hecho, las novelas horrorizan frecuentemente por sus descripciones descarnadas que adereza con leyendas urbanas para describir un “horror” al que Josep Conrad ni siquiera se aproximó en las páginas más duras de El Corazón de las Tinieblas.
Es importante destacar que buena parte de la fama de Palanhnuck está cimentada en Internet. En la web del autor, él mismo imparte un taller de escritura en el que participan miles de internautas. Es un autor que nunca ha desdeñado estar en contacto –permanentemente a través de la red- con su público.
2. ¿Qué es la Generación X?
Todos estos elementos biográficos y el contenido y temática de sus obras no son exclusivos de Palahniuck sino que abarcar a toda una constelación de nuevos escritores norteamericanos que evocan a los beatniks de los años 50 en su estilo e ideales (mucho más que en su forma de vida) y que ha sido llamada “Generación X”. Se dice que con Obama, la Generación X ha llegado al poder. Pura exageración.
Sí existe una Generación X tanto en EEUU como en Europa. Es la nacida entre 1970 y 1980, aunque no exista unanimidad, para otros sus fechas de nacimiento se situación entre 1975 y 1980. Quienes han nacido en esta época tienen sus recuerdos de infancia ligados a la familia tradicional y a los dos canales de TV y en blanco y negro. El color solamente entró en sus vidas a lo largo de su infancia, al mismo tiempo que la familia tradicional se iba desmantelando.
Es la primera generación que habrá jugado con videoconsolas y que habrá conocido una vida en laque la informática ocupa cada vez parcelas más amplias. Cuando cumplían los 30, los viejos televisores de blanco y negro, repletos de canales muertos, ya habían dejado atrás incluso a los televisores de tubo catódico en color y habían sido sustituidos por pantallas de plasma y LTC.
Es también la primera generación que habrá vivido un distanciamiento abismal entre los valores proclamados cínicamente por los medios de comunicación y las doctrinas oficiales y los valores realmente vividos por la sociedad y por los gobiernos: materialismo, insatisfacción, alusiones constantes a la libertad y al derecho de autodeterminación por encima de normas, reglas y estándars, todo para ser una sociedad atemorizada, que –especialmente en América- está dispuesta a renunciar a sus libertades si eso vale para salvarse la piel de la hidra terrorista que, por cierto, nadie sabe exactamente qué pretende, qué es, ni dónde se oculta.
La Generación X es la primera que habrá crecido sin una educación orgánica o, lo que es lo mismo, educada por un sistema educativo que se cae en pedazos y al que cualquier obra de apuntalamiento y reforma descubre más y más fallos estructurales. Ya sea por conspiración, por dejadez o por incapacidad, los gobiernos ha abjurado de su tarea educativa y transformado las escuelas en algo parecido al almacén con cuya panorámica termina la primera entrega de India Jones y el Arca Perdida.
El problema es que, paralelamente a su renuncia a educar (bieneducar, se entiende), el Estado ha decretado que la enseñanza es obligatoria, lo que, a fin de cuentas equivale a decir que el destino programado por el Estado para sus ciudadanos del futuro es el analfabetismo estructural. Sabrán leer lo justo para rellenar la declaración de Hacienda y pagar sus impuestos, competencia de los buenos ciudadanos o de la grey esquilmada para alimentar a los pastores. Pero no sabrán mucho más. Su vida transcurrirá entre miedos de todo tipo: hoy a una crisis económica que les imprimirá a fuego la imagen de la miseria en sus imaginarios, ayer unos ataques terroristas ante cuya ceguera todos somos vulnerables, mañana seguramente una guerra civil, racial y social, ante la que muchos alertan y que los Estados hacen lo posible por materializarla. Quién sabe. De hecho, la Generación X, crecida en todo este caos, no sabe gran cosa. Se suele decir que “andan confundidos”, pero se olvida que oros estimulan y lanzan la confusión en beneficio propio. Las palabras de la Biblia: “Es necesario que haya el escándalo, pero ¡ay de quien crea el escándalo!” se han trastocado: “Es necesario que haya crisis para que quienes se alimenten de la crisis sigan explotando a los explotados”.
Muchos de ellos nacieron en hogares cuyos padres habían aprendido que el trabajo es capaz de generar consumo y éste da algún tipo de satisfacción, así que animaron a sus hijos a que estudiaran para ser consumidores (a la generación que nacimos en los años 50 se nos decía que debíamos estudiar para ser “hombres de provecho”). Estudiaron duro, obtuvieron títulos universitarios, a los que siguieron largos períodos como becarios. Creyeron que tras acabar su “formación” (¿cuántos periodistas titulados han tenido que servir cafelitos a toda la sección del diario o han realizado las más ingratas tareas en redacciones y emisoras de racio?) podrían emanciparse y algunos lo hicieron. Luego resultó que expulsados del ciclo del becario nunca más pudieron ejercer la profesión a la que habían dedicado cinco años de estudio y dos de becaría. Quienes se fueron del hogar paterno e incluso se casaron, retornaron años después, divorciados y con la sensación de fracaso.
De este fracaso, del aura de fracaso que rodea a la Generación X han nacido escritores notables que han sabido transformar el fracaso en bestsellers. Denostados inicialmente por las grandes editoriales finalmente el mundo del libro ha tenido que abrirles las puertas. La literatura la hacen los hombres de cada época y ésta nuestra es la época de la Generación X. Lo acepta todo, mientras todo venga envuelto en los celofanes de la modernidad, pero no se cree nada. Tampoco se siente con energías para revelarse (Panahliuck es un tipo delgaducho, físicamente débil, arquetipo del gay que suele aparecer en las series americanas; véase a este respecto la serie My name is Earl que ha hecho reir a los X de uno y otro lado del océano, simplemente porque es la historia de uno de ellos en clave de humor y marginalidad).
Douglas Coupland fue el autor de la novela que dio nombre a una generación, mientras Kurt Cobain le daba a la guitarra con los mismos temas. Eran jóvenes pero estaban hartos de la vida. Cobain, sin ser miembro del Club del Suicidio optó por ahí y en cuando a Coupland, con barba cana y completamente calvo, cumple los 50 este año. Otros siguen en activo, como Irvine Wesh, autor de Trainspotting, así mismo llevada al cine y considerada así mismo como “perturbadora”, pero no tanto como para ser considerada así por quienes leímos a Bouguhs, Ginsberg, Lamantia o nos pusimos On de road (En el camino) con Jack Kerouac o seguimos durante un tiempo el Zen en el arte del mantenimiento de la motocicleta. Cada generación cree que ha descubierto lo cayó en desuso en la anterior, pero que la que había precedido a ésta tenía ya como lugar común. El ladrón de Chicles de Coupland (vendido en España por El Aleph), del “último Coupland”, no es diferente a ninguna novela garabateada en la Playa Norte de San Francisco en los años 50, como tampoco es muy diferente al naturalismo del siglo XIX: a cada época su género y el naturalismo del último tercio del XIX no podía ser igual al de los primeros años del XXI. En período de Balzac, el telégrafo era tenido como obra diabólica, hoy nadie se sorprende por el último hallazgo tecnológico.
Muchos de ellos nacieron en hogares cuyos padres habían aprendido que el trabajo es capaz de generar consumo y éste da algún tipo de satisfacción, así que animaron a sus hijos a que estudiaran para ser consumidores (a la generación que nacimos en los años 50 se nos decía que debíamos estudiar para ser “hombres de provecho”). Estudiaron duro, obtuvieron títulos universitarios, a los que siguieron largos períodos como becarios. Creyeron que tras acabar su “formación” (¿cuántos periodistas titulados han tenido que servir cafelitos a toda la sección del diario o han realizado las más ingratas tareas en redacciones y emisoras de racio?) podrían emanciparse y algunos lo hicieron. Luego resultó que expulsados del ciclo del becario nunca más pudieron ejercer la profesión a la que habían dedicado cinco años de estudio y dos de becaría. Quienes se fueron del hogar paterno e incluso se casaron, retornaron años después, divorciados y con la sensación de fracaso.
De este fracaso, del aura de fracaso que rodea a la Generación X han nacido escritores notables que han sabido transformar el fracaso en bestsellers. Denostados inicialmente por las grandes editoriales finalmente el mundo del libro ha tenido que abrirles las puertas. La literatura la hacen los hombres de cada época y ésta nuestra es la época de la Generación X. Lo acepta todo, mientras todo venga envuelto en los celofanes de la modernidad, pero no se cree nada. Tampoco se siente con energías para revelarse (Panahliuck es un tipo delgaducho, físicamente débil, arquetipo del gay que suele aparecer en las series americanas; véase a este respecto la serie My name is Earl que ha hecho reir a los X de uno y otro lado del océano, simplemente porque es la historia de uno de ellos en clave de humor y marginalidad).
Douglas Coupland fue el autor de la novela que dio nombre a una generación, mientras Kurt Cobain le daba a la guitarra con los mismos temas. Eran jóvenes pero estaban hartos de la vida. Cobain, sin ser miembro del Club del Suicidio optó por ahí y en cuando a Coupland, con barba cana y completamente calvo, cumple los 50 este año. Otros siguen en activo, como Irvine Wesh, autor de Trainspotting, así mismo llevada al cine y considerada así mismo como “perturbadora”, pero no tanto como para ser considerada así por quienes leímos a Bouguhs, Ginsberg, Lamantia o nos pusimos On de road (En el camino) con Jack Kerouac o seguimos durante un tiempo el Zen en el arte del mantenimiento de la motocicleta. Cada generación cree que ha descubierto lo cayó en desuso en la anterior, pero que la que había precedido a ésta tenía ya como lugar común. El ladrón de Chicles de Coupland (vendido en España por El Aleph), del “último Coupland”, no es diferente a ninguna novela garabateada en la Playa Norte de San Francisco en los años 50, como tampoco es muy diferente al naturalismo del siglo XIX: a cada época su género y el naturalismo del último tercio del XIX no podía ser igual al de los primeros años del XXI. En período de Balzac, el telégrafo era tenido como obra diabólica, hoy nadie se sorprende por el último hallazgo tecnológico.
En España hay todos los escritores X que se quiera, pero les falta experiencia de la vida. Parecen haber forjado su experiencia viendo las películas de Almodóvar y lo más avanzado que concibes es Alaska y sólo porque salió orinando en el primer Almodóvar. Me han aburrido profundamente los Ray Loriga, los añas y no digamos Lucía Etxebarría (a quien tuve que leer recomendada por un maquetista gay que literalmente me obligó a leerla a punta de pistola). Mi impresión es que no se enteran mucho de lo que pasa más allá de su círculo de amigos y que la lectura de El País, de los informativos de la CNN y de la SER al levantarse, les ha terminado afectando las neuronas.
Si la Generación X, en general, aceptó su incapacidad y resignación para cambiar las cosas tras el suicidio de Kurt Cobain, aquí en España, su suicidio ha sido intelectual y alcanzó su límite antropológico con el marco costumbrista delimitado por Almodóvar, por “los de la ceja”, por las manifestaciones contra la guerra de Irak y por la firma de declaraciones a favor de la integración de los inmigrantes o de la eutanasia, con la misma facilidad con que dos generaciones atrás se depositaba una limosnita a través de la ranura que mostraba la cabeza de un indio de escayola. La generación X va a repartir bocadillos en una misión humanitaria al Tercer Mundo como hace dos generaciones se iba con la misma candidez y desenfoque a las misiones católicas en China, en la India o en Tombuctú.
Créanme: no hay nada completamente nuevo bajo el Sol desde que presocráticos y platónicos, establecieron sus posiciones o desde que finalizaron las especulaciones upanishadicas. Claro que El Club de la Lucha aborda todo esto desde una perspectiva original y por ello más agradable. La película y la novela si son algo, pues, son la expresión de la concepción del mundo de una generación.
Si la Generación X, en general, aceptó su incapacidad y resignación para cambiar las cosas tras el suicidio de Kurt Cobain, aquí en España, su suicidio ha sido intelectual y alcanzó su límite antropológico con el marco costumbrista delimitado por Almodóvar, por “los de la ceja”, por las manifestaciones contra la guerra de Irak y por la firma de declaraciones a favor de la integración de los inmigrantes o de la eutanasia, con la misma facilidad con que dos generaciones atrás se depositaba una limosnita a través de la ranura que mostraba la cabeza de un indio de escayola. La generación X va a repartir bocadillos en una misión humanitaria al Tercer Mundo como hace dos generaciones se iba con la misma candidez y desenfoque a las misiones católicas en China, en la India o en Tombuctú.
Créanme: no hay nada completamente nuevo bajo el Sol desde que presocráticos y platónicos, establecieron sus posiciones o desde que finalizaron las especulaciones upanishadicas. Claro que El Club de la Lucha aborda todo esto desde una perspectiva original y por ello más agradable. La película y la novela si son algo, pues, son la expresión de la concepción del mundo de una generación.
(c) Ernest Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com - prohibida su reproducción sin indicar origen.