Infokrisis.- Entramos con esta entrega en el meollo del asunto que nos ocupa: la obra del conde Coudenhove-Kalergi y la naturaleza y el origen de su pensamiento político. En esta entrega estableceremos que el pacifismo, muy común en la primera postguerra europea, fue el núcleo originario de inspiración sobre la que construiría su idea de Paneuropa. Al mismo tiempo tocaremos tangencialmente los coqueteos de Coudenhove con la masonería austriaca.
c. Europa, antes de Paneuropa. El pacifismo en los años 20
Por algún motivo que se escapa al analista, el Conde Coudenhove-Kalergi es considerado como el “padre de Europa” gracias al lanzamiento de su proyecto en 1922, cuando en realidad existían relevantes precentes anteriores a los que les correspondería este honroso título.
En 1919, Luigi Einaudi, profesor de economía política en las universidades de Turín y Milán, publicó un manifiesto en forma de carta abierta sobre la “necesidad de reunir a los pueblos hermanos que acababan de combatir y reconstruir juntos una Europa unida, para que ésta conservara su papel eminente en el mundo”[1]. La idea aparecía en el momento en el que la Conferencia de Paz de París había aprobado una resolución en sentido contrario. En efecto, el presidente norteamerino Wilson hizo triunfar su tesis sobre el “derecho de los pueblos a disponer de sí mismos” lo que equivalía a negar proyectos supranacionales. Los conflictos de intereses surgidos en las negociaciones de París entre las distintas potencias europeas demostraron que ni siquiera los países amigos y aliados eran capaces de entenderse. Por todo ello el proyecto de Einaudi quedaría inédito.
Sin embargo, Einaudi debería haber quedado como precedente originario de la Unión Europea. Si no ha pasado a la historia como arranque de la idea europea ha sido, sin duda, porque colaboró con el fascismo y solamente se separó del régimen a partir de 1935 cuando Italia invadió Etiopía. A partir de ese momento se refugió en Suiza y se convirtió en uno de los padres de la República Italiana. Einaudi siempre fue un liberal, pero su silencio durante los primeros años del fascismo le costó el olvido histórico[2].
Desde 1920, esta vez desde la Alemania vencida, se había elevado otra voz pro-europea. Esta vez no partió del campo de la política sino de la economía. El 22 de abril de 1926 el diario francés Le Matin publicaba una entrevista con Arnold Rechberg, en la que este magnate del potasio se manifestaba a favor de un compromiso franco-alemán. Rechberg proponía una fusión de intereses entre la industria de la potasa francesa y la alemana, entre la industria pesada y entre las industrias químicas de ambos países. Esto le permite figurar como precedente de los intentos de unión económica europea que luego serían confirmados por los acuerdos de Roma y la creación del Mercado Común Europeo.
Lamentablemente para Rechberg los otros siete puntos de su programa eran favorables a la revisión del Tratado de Versalles en un proyecto que recuerda extraordinariamente el programa del NSDAP que llevó a Hitler al poder en 1933. Rechberg se manifestaba, en efecto, por la caducidad del Tratado de Versalles, el derecho de Alemania a recuperar el corredor de Dantzig, a la incorporación de Austria a Alemania y a la evacuación de las tropas de ocupación en el Sarre. Los acuerdos económicos franco-alemanes, previos a todo esto, alejarían el peligro de una guerra[3].
La opinión de Rechberg era compartida por importantes industriales de ambos lados del Rihn. En 1927, a instancias de los empresarios franceses amigos de Rechberg se creó un Comité franco-alemán de información y documentación cuya primera asamblea tuvo lugar el 29 de mayo de 1926 en Luxemburgo. La iniciativa quedó ligada a los representantes de la industria pesada franco-alemana.
¿De dónde había surgido esta iniciativa? Rechberg estaba vinculado al Príncipe Heredero y estaba próximo al alto mando imperial. Más tarde sería amigo de Alfred Rosemberg y en la época en la que realizaba su declaración a Le Matin ya habia entregado las primeras cantidades a Hitler que contribuyeron a mantener en pie la estructura de las SA. Se ha dicho incluso que, gracias a Rosenberg, Rechberg financió el periódico del partido, el Volkischer Beobachter[4]. Era evidente que todas estas relaciones le costaron a Rechberg ser ignorado como padre de Europa si bien, mucho más que Einaudi, entendió que la reconciliación franco-alemana pasaba por la cooperación económica y, por tanto, precedía en casi 20 años el nacimiento del Mercado Común Europeo. De hecho, existieron expectativas de aplicación del “plan Rechberg” mientras gobernó en Alemania el canciller Stresemann y Aristide Briand en Francia. La muerte del primero en 1929 y del segundo en 1932 lo hicieron prácticamente imposible[5].
Era evidente que tanto Coudenhove como Rechberg estaban arropados por los mismos personajes de la alta política. Ciertamente, el programa Coudenhove-Kalergi era “más político que económico”, mientras que el de Rechberg era justamente al contrario y acaso más realista y anticipador: primero unidad política franco-alemana y a partir de ella unidad política ampliada a nivel continental.
La iniciativa Rechberg estaba apoyada por las fuerzas conservadoras alemanas horrorizadas no sólo por las destrucciones de la Primera Guerra Mundial, sino también y sobre todo por la caída del Kaiser y la disolución del II Reich. El denominador común de la iniciativa Rechberg con la del Conde Coudenhove-Kalergi era el pacifismo surgido del conflicto.
En este sentido, a pesar de que, ya desde el momento en que estos planes fueron lanzados, no faltó, especialmente en la derecha radical europea –y muy concretamente en Francia en las filas de Action Française- quien denunció estas iniciativas como “cosmopolitas”, antipatrióticas e internacionallistas, lo cierto es que basta un análisis ponderado para advertir que la importancia de las destrucciones de la Primera Guerra Mundial que seguían a las que y habían tenido lugar una generación antes con la Guerra Franco-Prusiana y que enlazaba casi directamente con las guerras napoleónicas. Era evidente que, o existía un acuerdo franco-alemán que garantizara la paz en Europa, o un par de veces en cada siglo, ambos países terminarían enfrentados; dado el creciente poder destructivo de las nuevas armas, cada guerra era más destructiva que la anterior. Las nubes de gas de cloro lanzadas primero en Ypress y luego el descubrimiento de gases organofosforados, utilizados por uno y otro bando, habían estremecido a las inteligencias más sensibles. Además, en el horizonte se adivinaban nuevas armas que solamente habían sido tímidamente utilizadas en este primer grna conflicto del siglo XX: la aviación de bombardeo y las fuerzas blindadas mecanizadas. Muchos estimaban que Europa no podría soportar un nuevo conflicto y nadie se engañaba –solamente el primer ministro francés Clemenceau- que la “venganza” antialemana que supuso el Tratado de Versalles sería, a corto plazo el semillero de un nuevo conflicto.
Así pues, no es raro que en los años 20 las ideas pacifistas fueran a coincidir con las nacientes ideas europeistas: no era necesario ni ser masón –como acusaban los artículos de Action Française- ni ser uno de los “amos del mundo” denunciados en las revistas antisemitas de la época e identificados a la ligera con los “sabios de Sión”, para reconocer que pacifismo y europeismo eran una esperanza en la Europa de los años 20.
Así mismo tampoco es sorprendente advertir que este pacifismo emergió también en los círculos nacionalistas de la derecha no solamente económica, sino también en la derecha intelectual. Los que luego serían grandes escritores fascistas de los años 30 y 40, reconocidos internacionalmente y olvidados hoy a causa de su compromiso político y del desenlace de la II Guerra Mundial, serían pacifistas de esticta observancia. “Todavía es habitual hablar del “pacifismo” de Ezra Pound, de Drieu La rochelle o de Celine”[6] escribe Tarmo Kunnas uno de los que han sistematizado de manera más brillante su análisis sobre la intelectualidad fascista.
Pensar que estos escritores fueron belicistas es confundir los términos. Ninguno de ellos aspiraba a una nueva guerra de agresión. A algunos, como Jünger, la posibilidad de la guerra no les asustaba y sus obras podían ser confundidas como belicistas. Sin embago, gentes como Jünger e incluso como Drieu la Rochelle que habia sido soldado en las trincheras opuestas, la experiencia de la guerra era sobrehumana, ponía a la personalidad ante el desafío absoluto, ante el cual o se derrumbaba o se sobreponía. Jünger no enseña nada más que a soportar las destrucciones de la guerra y a transformarlas en via de acceso a experiencias trascendentes. En la obra de Drieu encontramos idénticas indicaciones. Sin embargo todos estos autores eran excepcionalmente violentos con quienes habían hecho posible la guerra mundial y las destrucciones del frente: la alta finanza. Ezra Pound transformó en poesía su odio al mundo del dinero y al de la política dominada por el dinero[7].
De todos estos autores, uno de ellos entra directamente en el ámbito de nuestro estudio sobre Paneuropa en la medida en que, tambien él, propuso a mediados de los años 20 la idea europea como salida a la conflictividad continental. Era Pierre Drieu la Rochelle. Drieu había sido durante dos años uno de los defensores de Verdún. Diariamente había sobrevivido a las cargas a la bayoneta y a los bombardeos sobre las trincheras, durante más de 700 días había escuchado las detonaciones y olido el aroma de la pólvora y la cordita, empapado con su propia sangre y la de sus compañeros, aquel joven que había llegado a las trincheras impregnado por el pensamiento de Nietzsche y un patriotismo de empuje, duda y expresa esas duras en Estado Civil[8], su primer libro. Drieu, a lo largo de los años 20 y al margen de las ideas de Coudenhove-Kalergi y de Rechberg, se convencería por sí mismo, estudiando la historia –esa gran fuente de enseñanza de la que han bebido todos los partidarios de la idea europea- de la necesidad de “Europa”. Expresará estas ideas en sus obras Géneve ou Moscou[9], Europe contre les patries[10], Gilles[11], Le Française d’Europe[12] y, especialmente, Le Jeune Européenne[13], ninguna de las cuales, desgraciadamente, está traducida al castellano.
En ninguna de estas obras, Drieu menciona a Coudenhove, pero la proximidad de algunos planteamientos es clara. A medida que la situación en Europa se vaya radicalizando, especialmente a partir de 1933, los caminos de separarán pero siempre quedará un poso común: la idea de que la Europa de hoy es hija del mundo clásico y la admiración por la Edad Media y por el fenómeno de la caballería. Incluso en los escritos más radicales de Drieu y de Louis Ferdinand Celine se percibe ese aroma antibelicista y pacifista. Se ha argumentado que era lógico que los escritores fascistas franceses adoptaran el pacifismo porque resolvía su contradicción entre su nacionalidad francesa y sus simpatías (relativas, por lo demás) pro-germanas[14]. No es cierro: su pacifismo era anterior a la subida de los fascismos al poder. Estado Civil, sin ir más lejos, se publica en 1921, cuando ni siquiera el fascismo italiano es conocido más allá de los Alpes.
Otros movimientos artísticos de la época eran igualmente pacifistas. El dadaísmo, en el fondo, había sido el producto de un grupo de exiliados en Suiza que se habían negado a combatir, no tanto por cobardía como por rechazo a lo que estaba en juego (el poder de la alta finanza incitadora del conflicto). Solamente los incipientes movimientos comunistas hablaban un lenguaje opuesto y agresivo. Para ellos, lo importante no era negar la guerra sino afirmar la necesidad y la decisión de luchar por una “revolución mundial” cuyo teatro de operaciones sería, indudablemente Europa –pues no en vano era la sede de lo esencial del mundo capitalista desarrollado-.
Y, por supuesto, el Conde Coudenhove-Kalergi era uno de los más convencidos pacifistas de la época. Las razones que contribuían al arraigo de ese pacifismo eran múltiples: de un lado su origen. Nació siendo ciudadano del Imperio Austro-Hüngaro, pero por sus venas corría la sangre japonesa de su madre. Cuando concluye la guerra, pasa a ser ciudadano checoslovaco (luego, como hemnos visto, pasará a ser ciudadano francés). Nunca la nobleza ha sido “nacionalista”, en el sentido de que siempre, desde los orígenes de la edad media, ha considerado que estaba más próxima a otro noble de su mismo rango de cualquier país, por distante que fuera, de cualquier conciudadano de su propio país que tuviera un rango distinto[15]. Por su origen étnico y su pertenencia a la nobleza no es raro que Coudenhove-Kalergi estuviera más cerca de un ideal “supranacional” que de unos Estados centroeuropeos mal definidos e inestables. De hecho, como iremos viendo a lo largo de este estudio, el pensamiento de Coudenhove-Kalergi es inseparable de su propia vida: sólo entendiéndola se consigue entender cómo llegó a las conclusiones que le convirtieron en el “padre oficial” de la idea europea.
Tardíamente, Coudenhove, resume sus convicciones pacifistas en una obra escrita en la segunda postguerra europea: De la Guerra permanente a la Paz universal[16]. La lectura de esta obra nos confirma en tres opiniones: su autor es un hombre de gran cultura, esa cultura es inseparable del origen diverso de sus padres (maneja perfectamente conceptos cristianos con orientales) y es un pensador autodidacta que construye su obra a partir de sus propias observaciones empíricas mucho más que siguiendo a determinados autores.
Por curioso que pueda parecer –sin duda, se trataba del “espíritu de la época”- Coudenhove, al igual que Drieu la Rochelle o el propio Céline, experimentaban hacia la guerra una doble actitud. De un lado la consideraban como la expresión máxima del heroísmo y, por tanto, como asumible por determinados tipos humanos. De otro, abominaban de ella en tanto suma de destrucciones. Coudenhove realiza una notable metáfora al respecto; dice: “El hombre es, po naturaleza, amante de la paz, más al propio tiempo, muestra inclinación hacia la guerra. Anhela la paz, pero la guerra le atrae de un modo irresistible, del mismo modo que la polilla se siente atríada por la llama que acabará con ella”[17].
La obra, fue escrita en 1958 cuando Coudenhove ya había realizado un breve tránsito por la francmasonería checa[18]. A pesar de la importancia que algunos autores han dado a esta adhesión, en sus escritos posteriores, Coudenhove-Kalergi es extremadamente respetuoso con el cristianismo e incluso se aleja de las interpretaciones propiamente masónicas de temas como el de Lucífer o Prometeo[19]. Es curioso leer como acepta la versión del Génesis y considerar que la primera “guerra” fue la habida entre Caín y Abel: “Ello provocó la caída del hombre y la expulsión del Reino de la Paz, del Paraíso, para habitar un mundo de dolores, amarguras y forcejeos: el mundo, Reino de la Guerra”[20].
Para Coudenhove-Karlegi “La guerra y la paz quedan personificadas en héroes y santos”[21]. También aquí realiza una afirmación de cristianismo. Explica: “El culto al héroe es la base de una de las cuatro falsas religiones más antiguas del hombre, siendo las otras el culto a los astros, la veneración a los antepasados y la adoración de los fenómenos de la naturaleza”[22]. Se sobreentiende que si estas son las “falsas religiones”, el cristianismo es la “auténtica religión”. Y es, precisamente lo que afirma unas líneas más adelante: “El cristianismo acabó con este culto al héroe, reemplazándolo cpn al veneración a Dios y a los santos”[23]. Pero aún así, a pesar de que sea patrimonio de la “falsa religión” reconoce que: “Los ideales representados por el héroe siguen existiendo latentes en lo más profundo del alma europea”[24], especialmente entre los jóvenes: “Todo joven sueña con convetirse en héroe y toda muchacha con ser la amada de uno de ellos” y concluye más adelante: “Del mismo modo que el héroe es el hombre de la guerra, el santo es el hombre de la paz”[25]. Cómo indica: “el santo es esencialmente pacifista, puesto que en su alma reinan la paz y el amor a la misma siendo su mayor afán compartirla con sus semejantes. Por ello el santo abomina de la guerra”[26]. Esta disquisición lleva a una conclusión imprevista: el héroe –y cita a Alejandro Magno- honra a los santos[27], lo que está implícito en este juicio es que el “santo” es superior al “héroe”, o dicho de otra manera, la religión es anterior y superior a la política. Ambos aspectos son como los dos filos de uan espada: “Héroes y santos se complementan unos a otros, del mismo modo que en el alma humana hallan cobijo por igual el amor a la paz y la afición a la guerra. Si todos los hombres fuesen santos, se acabarían las guerras y, con ellas, la gran lucha de la humanidad”[28]. Este planteamiento remite casi directa y necesariamente a la vieja polémica entre guelfos y gibelinos, partidarios del papado o del imperio, del poder espiritual en estado puro y del poder imperial considerado como espiritual y material a la vez, respectivamente. Es significativo que Coudenhove recupere esta vieja polémica dictaminando que, aún siendo necesarios el héroe y el santo, éste último es superior al primero porque la paz es superior a la guerra.
En 1958 Coudenhove ha dejado muy atrás su estado emocional al percibir la grandeza de las destrucciones de la I Guerra Mundial, incluso hace 13 años que los cañones han acallado y que Europa ha reemprendido el camino de la reconstrucción, pero no puede evitar sentir un estremecimiento por la nueva realidad que se ha impuesto, la Guerra Fría y que corre el riesgo de ensangretar, quién abe si definitivamente, a Europa. No comparte el espíritu de algunos estrategas de la época que afirmaban que la bomba atómica era la arma definitiva para asegurar la paz en tanto que su utilización garantizaba la destrucción mutua de los contendientes. Desconfía de las situaciones de provisionalidad: “Los llamados tratados de paz” no fueron nunca otra cosa que armisticios, precursores de preparativos para nuevas campañas”[29].
Para Coudenhove-Kalergi la paz solamente puede ser asegurada permanentemente mediante iniciativas políticas y por eso a lo largo de las 100 páginas siguientes de su obra se dedica a trazar una somera historia de los conflictos[30]. En el Capítulo VI, titulado Tres Organizaciones Pacifistas”[31], es signifitivo que la primera de todas ellas sea la Santa alianza, siendo las otras dos, la SDN y NNUU. Incluso en el Anexo de su obra reproduce el pacto firmado el 26 de septiembre de 1815 que dio origen a la Santa Alianza sobre las ruinas del imperio napoleónico[32].
Así pues, hay que situar el pacifismo de Coudenhove-Kalergi –pacifismo que es la excusa para lanzar la idea paneuropea- en un marco propio: el de la primera postguerra europea que advierte que las destrucciones del conflicto 1914-18 no han sido solamente materiales, sino que es todo un mundo el que se ha hundido: la monarquía austro-húngara caída, la monarquía de los zares pulverizada, el gobierno del Keiser liquidado, incluso el imperio turco convertido en República. No es raro que ante esta oleada de destrucciones, Coudenhove-Kalergi –y tanto otros como él en su propia generación- se preocuparan de adoptar iniciativas para que esto no volviera a ocurrir. Ya hemos mencionado que incluso los escritores más brillantes del fascismo, fueron también, a su manera, pacifistas convencidos.
Pero el pacifismo de Coudenhove-Kalergi es diferente. Difiere del pacifismo actualmente de moda que llega hasta renunciar a cualquier forma de defensa que implique la utilización de las armas. Su pacifismo se basa en la “superioridad del santo sobre el héroe”, pero en la necesidad de ambos. Es, digámoslo ya, un pacifismo conservador y la idea de Paneuropa, renovadora en lo político, es conservadora en su basamento ideológico. No se basa como han percibido erróneamente los autores antimasónicos en principios universalistas o antinacionales, sino que pretende que las naciones europeas colaboren entre sí para evitar nuevos conflictos y tensiones que, a la vista de los recursos armamentísticos, serían cada vez más destructivas.
Dejando sentado estos principios, estaremos en condiciones más delante de definir cuáles eran los puntales sobre los que Richard de Coudenhove-Kalergi apoyaba su proyecto de Paneuropa.
(c) Ernesto Milà - infokrisis - infokrisis@yahoo.es - http://infokrisis.blogia.com
[1] Cf. Pierre Ginestet, Le Parlament européen, PUF, colección Que sais-je?, París 1974, pág. 7-9.
[2] Una biografía extremadamente favorable y acrítica sobre el personaje se puede leer en http://es.wikipedia.org/wiki/Luigi_Einaudi. Nuestros datos proceden de Jacques bordito, L’Occident Demantelé, París 1974, Librairie Française, pág. 197.
[3] El texto completo de esta entrevista está incluido en La Europa de los Banqueros, Henri Coston, Librería-Editorial Argos, Barcelona 1963, págs. 10 y 12.
[4] Articulo publicado el 28 de febrero de 2001 en The Guardian y reproducido en http://www.cpa.org.au/garchve3/1035cult.html
[5] Henri Coston, L’Occident Démantelé, op. cit., pág. 189-192.
[6] La tentazione fascista, Tarmo Kunns, Akropolia, Nápoles, 1981 (edición original Drieu, Céline, Brasillach et la tentation fascista, Les Sept Couleurs, París 1972), especialmente Capítulo V, págs. 101 y sigs.
[7] Ezra Pound en sus Cantos Pisanos llega a decir que mientras Pétain defendía Verdun, Léon Bkum o defendía nada más que su bidé (Citado por T. Kunnas, op. cit., pág. 101).
[8] «Cada noche, durante años, esperaba encontrarme al día siguiente distinto de como me había acostado, impaciente con el yugo de mi debilidad, resuelto por fin a ejercer el maravilloso poder de la voluntad». Estado Civil, Drieu la rochelle, Ediciones Icaria, Barcelona 1978, pág. 45.
[9] Geneve ou Moscou, Drieu la Rochelle, Editions Gallimard, 1928 (reimpresión en Gallimard 1978).
[10] Europe contre les patries, Drieu la rochelle, Editions Gallimard, 1938.
[11] Gilles, Drieu la Rochelle, Editions Gallimard 1939 (reimpresión 1978).
[12] Le Française d’Europe, Editions Balzac, 1944.
[13] Le Jeune Européenne, Editions Gallimard 1927 (reimpresión 1978).
[14] Tal es la tesis de Eduardo González Calleja, en el artículo Los intelectuales filofascistas y la defensa de Occidente, reproducido sin más indicación en http://www.cepc.es/rap/Publicaciones/Revistas/3/REPNE_081_130.pdf. En dicho artículo González Calleja cita incluso a Coudenhove-Kalergi pero sin conseguir establecer ningún nexo entre alguno de estos escritores y el promotor de Paneuropa.
[15] Julius Evola, por lo demás miembro de la pequeña nobleza italiana, ha insistido mucho en esta idea en buena parte de su obra, expresando ideas que todavía hoy son habituales en muchos sectores de la nobleza europea que siguen considerándose “supranacionales” y enabsoluto vinculados a los Estados-Nación que surgieron con las revoluciones liberales del siglo XIX y liquidaron las monarquía tradicionales. Podemos citar entre otras referencias, sin duda las más significativas de este autor: Rivolta contro il mondo moderno, Julius Evola, Edizioni Mediterranee, reimpresión 1988 (Primera Edición, 1934), Primera Parte, capítulo 14, La doctrina delle caste, pág. 120 y sigs., Segunda Parte, capítulo 11, Traslazione dell’Impero. Il Medievo ghibelino, pág. 350 y sigs. Y finalmente, capítulo 14, La regresiones delle caste, pág 397. Así mismo este orden de ideas está presente en la “parte política” del compendio evoliano: Los Hombres y las Ruinas, Juius Evola, Ediciones Heracles, Buenos Aires, 1994,especialmente capítulo II, Soberanía, Autoridad, Imperium, pág 33 y sigs., y capítulo V, Bonapartismo, maquiavelismo, elitismo, pág, 45 y sigs. Así mismo está idea está presente en El fascismo visto desde la derecha y especialmente en el anexo Notas Sobre el Tercer Reich, (véase en http://juliusevola.blogia.com/temas/notas-sobre-el-iii-reich.php)
[16] De la Guerra permanente a la Paz universal, Conde Richard Coudenhove-Kalergi, Editorial Hispano Europea, Barcelona 1958. Existe un ejemplar depositado en la Biblioteca de Catalunya
[17] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra, op. cit., pág. 11.
[18] Resulta curioso que autores como Henri Coston o Jacques Bordiot, tan habitualmente bien informados sobre la masonería, no hayan publicado en las obras en las que han mencionado a Coudenhove-Kalergi, su pertenencia a esta organización. Bordiot en L’Occidente Démentelé, op. cit., pág. 192, en el parágrafo La iniciativa Coudenhove-Kalergi, se limita a citar un texto de Pierre Virion en donde dice crípticamente que “Su abuela Marie Kalergi, nacida en 1860, fue amiga de Bismarck, de Enrique Heine, de Wagner, es deci, que vivió en un medio pasablemente “iniciado””. La cita original está extraída de la obra de Pierre Virion, Bientôt un Gouvernement Mundial, une super et contre église? Editions Saint Michel, Saint-Cénéré, 1967, pág. 45. En la página 315 del Dictionnaire de la Francmaçonnerie puede leerse en la notación sobre Coudenhove-Kalergi que fue iniciado en 1922 en la Logia Humanitas « al oriente de Viena ». Esta logia formaba parte de la Gran Logia Austríaca y del Capítulo Mozart. Esta obediencia estaba muy influida por la personalidad de Albert Hermann Frisch, miembro de la logia Sokrater de Viena entre 1908 y 1921 fecha de su muerte. Frisch era pacifista y siguió siéndolo durante toda la I Guerra Mundial; su carácter y sus ideas, mucho más que sus escritos, tuvieron una gran influencia en la masonería austríaca de postguerra que conoció Coudenhove. Pierre Virion y los autores antimasónicos despachan la obra de Coudenhove limitándose a afirmar en el mejor de los casos que “fue masón”, sin aportar datos. Efectivamente, fue masón, pero esto no resuelve la cuestión. Coudenhoe publica su manifiesto paneuropeo en 1923 y un año antes entra en una masonería conservadora y pacifista. A fin de cuentas, él también es un conservador pacifista. Es posible que ingresara en la masonería para facilitar la circulación de sus ideas por Europa. Pero lo cierto es que no permaneció mucho tiempo como masón activo. En el Dictionnaire de la Francmaçonnerie se lee: “Para no entorpecer los esfuerzos de Coudenhove, la Gran Logia Austríaca suspendió su pertenencia masónica, aun manteniéndose en contacto con ñel y apoyando su obra”. Lamentablemente, no existen fuentes en las que se establezca en qué fecha tuvo lugar esta “suspensión”, pero debió ser al poco de publicarse el manifiesto, en cualquier caso cuando Coudenhove-Kalergi llevaba menos de un lustro en la masonería. Por tanto, en una logia observante de las viejas tradiciones y conservadora también en los rituales, Coudenhove no pudo escalar hasta los más altos grados masónicos. Es posible que llegara al grado de Maestro. Por lo demás, el que la militancia en la masonería tuvo una importancia relativa lo da el hecho de que, si bien algunos de sus colaboradores en el ideal paneuropeo sí eran masones (Eduard Benes, presidente de a república checoslovaca, dimisionario tras los acuerdos de Munich (1938) y luego, tras la guerra nuevamente presidente del país hasta el llamado Golpe de Praga que dio origen al gobierno comunista checoslovaco, había sido iniciado en 1918 en la Logia Pravda Vitézi de Praga), pero la mayoría no lo eran y, desde luego, quienes llevaron adelante la idea europea eran democristianos (Monnet, Adenauer, De Gasperi). Por lo tanto, hay que redimensionar la breve militancia masónica de Coudenhova-Kalergi y no exagerar su importancia. Los autores antimasónicos tienden a realizar una generalización abusiva. Su razonamiento se basa en el siguiente silogismo: “la masonería es antinacional”, “todo lo que excede la idea nacional es masónico”, por lo tanto, paneuropa es una idea masónica”. El razonamiento es falar en sus premisas: la masonería no es “antinacional”… sino que incluso la existencia de la mayor parte de Naciones-Estado de Europa ha estado íntimamente ligada a la actividad masónica. Para la crítica de la segunda premisa léase nuestro trabajo sobre el “universalismo masónico” en http://infokrisis.blogia.com/2008/081201-una-reflexion-sobre-el-universalismo-masonico...-anexo-a-la-docrina-excentrica-.php
[19] El mito de Lucifer y el de Prometeo están muy difundidos en la masonería en tanto que revueltas contra los poderes absolutos y búsqueda de la “luz”. Coudenvohe-Kalergi, sin embargo, los menciona de forma crítica: “Lucifer –“portador de luz”, Prometeo- rebelose contra Dios, imulsado por la envidia y el orgullo” (Coudenhove-Kalergi, De la guerra…, op. cit., pág. 12. Da la sensación incluso de que Coudenhove-Kalergi haya leído la obra de René Guénon, El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, Editorial Ayuso, Barcelona 1976. En efecto, en esa misma disquisición sobre el origen de la guerra, explica: “La mitología griega nos descubre como se realizó la unión entre guerras y tiempo. Cronos, el dios del tiempo, arrojó del cielo a su padre Urano, iniciándose así la era de las luchas, tanto entre los dioses como entre los hombres. El tiempo se había adueñado del espacio”. René Guénon, por su parte, en la obra citada explica detalladamente este proceso en el capítulo XXI, titulado precisamente Caín y Abel. En este capítulo Guénon explica justamente que la contradicción entre Caín pastor y Abel agricultor, dependientes respectivamente del espacio y del tiempo, elementos contradictorios. La muerte de Abel a manos de Caín significaría la victoria del espacio sobre el tiempo, pero, añade Guénon progresivamente “los nómadas son absorbidos por los sedentarios” (op. cit., pág. 154) con lo que, como concluía Coudenhove: “El tiempo se adueña del espacio”.
[20] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 12.
[21] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 13.
[22] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 13.
[23] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 13.
[24] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 14.
[25] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 14.
[26] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 15.
[27] Coundenhove explica sobre el Santo: “Su combate no se libra contra otros hombres ni contra fieras y dragones, sino contra los malos instintos e inclinaciones de su corazón; contra la avaricia, el afán de honores y el pecado. El santo es un héroe de carácter íntimo y profundo. Está dispuesto a morir por sus ideales, pero no a matar por ellos”. Sigue: “La religión ha tratado de reemplazar el culto al héroe por la veneración a los santos, pero, debido a la naturaleza humana, no ha podido lograrlo aún”. Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., págs. 14-15.
[28] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 15.
[29] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 24.
[30] “El pasado es la escuela del fturo; la Historia, la escuela de la política. Hechos y situaciones no se repiten nunca; pero con frecuencia se parecen entre sí. Sólo aquel que comprende el pasado puede atreverse a interpretar el futuro y confiar en poder dominar los acontecimientos” Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 24.
[31] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 109.
[32] Coudenhove-Kalergi, De la Guerra…, op. cit., pág. 212-213.