Infokrisis.- El 10 de octubre de 1963, yo apenas tenía once años pero recuerdo de manera indeleble aquel día como otros recordarán cuando el hombre llegó a la luna, el día en que murió Marilyn o el 11-S. Mi padre era admirador de Jean Cocteau y había leído todos sus poemas y visto las películas que entonces podían verse filmadas por él, en especial su recreación del mito de Orfeo. Mi madre, por el contrario, aficionada a la música ligera solía cantar en su francés adquirido en el Instituto de esa nacionalidad, las canciones de Edith Piaf. Aquel 10 de octubre se vivió trágicamente en mi casa, porque fallecieron el mismo día y casi en la misma hora, Edith Piaf y Jean Cocteau. Habitualmente, todo el mundo recuerda lo que hacía cuando un mes después asesinaron a Kennedy, yo recuerdo con más nitidez el día de la muerte de la Piaf y de Cocteau. Años después recordé cuando me encontraba en la cárcel Modelo de Barcelona una de sus canciones que supuso para mí la justificación a todo lo que había vivido y a todo lo que viviría desde entonces: Rien de Rien, Nada de nada, yo no lamento nada…
Es curioso como una música y una letra elaboradas por alguien que no tiene nada que ver contigo logra sintetizar todo tu propia actitud ante la vida. Había militado políticamente desde los 16 años. Cuando otros compañeros se decantaron hacia el marxismo yo lo hice hacia la extrema-derecha. Cuando esos compañeros abandonaron su aventura yo proseguí adelante. Eso quemaría mis posibilidades de ser alguien "respetable" y mi vida. Ni me supe ni me quise retirar a tiempo. A fin de cuentas la aventura es lo que algunos experimentamos como necesidad. Así pues, una vez iniciada la aventura, solamente puede aspirarse a llegar a sus últimas consecuencias. En mi caso fueron dolorosas y molestas.
Mi padre pudo ver como la policía entraba en mi casa y registraba mi habitación como si su hijo fuera un delincuente. Aquello no le gustó, pero él también había sido joven y había tenido ideales. Un día encontré algunos papeles y escritos que guardaba de su juventud, cuando había sido amigo de Josep Dencás, el dirigente de los Escamots de Estat Catalá, y conseller de interior de la Generalitat justo en el momento en que el torpe (Dios, que torpe) Lluis Companys proclamó la efímera y bufa independencia de Catalunya. Mi padre no militó jamás en ese sector. Su primera esposa era hija de la aristocracia del Penedés y el hecho de que fuera propietaria de una manzana y de algo más que una manzana en lo mejor del Eixample, y el que ambos fueran de confesión católica, bastaron para que iniciada la Guerra Civil, se tuvieran que exiliar. Él y su esposa cruzaron el Pirineo a pie. Llegaron a Perpignan y allí se pusieron en contacto con la red Occident, compuesta por fascistas franceses y alimentada con las arcas del franquismo, de los legitimistas y monárquicos de Action Française y por las ligas, que les facilitó los medios para entrar a la "España Nacional" por el recién liberado puente de Hendaya. Fue allí, acompañado por una docena de jóvenes huidos como ellos, cuando mi padre y su primera esposa, en esa "no man’s land" que era el puente internacional de Hendaya, hablaban en catalán y un oficial de Franco se permitió exigirles a cajas destempladas que hablaran en "cristiano". Todos los jóvenes que acompañaban a mi padre, eran carlistas y murieron dos años después en el sitio de Codo encuadrados en el Tercio de Montserrat. En cuanto a mi padre y a su primera esposa (que moriría de cáncer ocho años después), si en aquel momento hubieran estado seguros de que nos les hubieran disparado por la espalda habrían preferido quedarse, en ese momento, en Francia.
Hombre de derecha regionalista católica, con un hermano de 17 años en la Falange barcelonesa anterior a la guerra civil (en toda Catalunya no habían en ese momento más de 100 falangistas), mi padre fue siempre un hombre de orden, por tanto creo intuir el inmenso dolor que le causó ver a su hijo implicado en actividades políticas y mucho más el hecho de que la policía registrara mi habitación. Mi padre murió en 1980, lo justo para ver durante ocho meses a su primer nieto. Nunca olvidaré su rostro de felicidad en aquellos meses y el cuidado que él mismo ponía en vigilar al recién nacido, niño desde la cuna travieso, equilibrista y funambulista varias veces con la cara recompuesta a base de puntos. A poco de morir mi padre, yo tuve que emprender el camino del exilio. No he sido consciente del daño que causé a mi madre hasta hace relativamente poco tiempo y siempre me perseguirá la duda de si yo fui el responsable de la aceleración de su deterioro físico que concluyó con un fallecimiento relativamente prematuro a los 76 años. Lo peor, de todas formas, no fue solamente el exilio sino el que en aquellos años, con cierta frecuencia, mi nombre salía a relucir en las primeras páginas de la prensa vinculado a los más increíbles episodios de la extrema-derecha local e internacional.
En 1987, vivía los últimos meses de mi condena en La Modelo, cuando una vez más los hados se conjugaron para que en el mismo día mi cerebro recibirá dos estímulos. En la Sexta Galería se estaba proyectando Blade Runner y tras verla, al volver a la celda, pude oír en la radio una rememoración de la canción de Edith Piaf, Rien de rien. Entre exilio, clandestinidad y actividad política entre 1981 y 1987 apenas pude ir al cine y tardé años en recuperar la cultura cinematográfica propia de esa época. Por lo tanto, cuando vi las primeras escenas de Blade Runner me sorprendieron. Por algún motivo, el cura de la cárcel Modelo era quien realizaba la selección del vídeo que cada tarde se exhibía a los presos. Estos colocaban sus sillas plegables en el corredor de la galería y solían ver cintas que, por algún motivo, eran las más inconvenientes que podían verse en una prisión. En efecto, la mayoría eran sobre cárceles y fugas. Sin embargo, Blade Runner me apareció como definitoria de una nueva estética. De hecho, yo me encontraba en la Cárcel Modelo de Barcelona, un mundo situado en la ciudad de mediados de los años 80, pero en cuyas galerías se vivía un mundo que más parecía a ese otro sórdido y miserable pintado en aquella cinta.
Era difícil entender todas las frases, en ocasiones susurradas, en la película. De hecho, la misma película es difícilmente comprensible si no se recurre a la lectura de la novela originaria de la que partió el guión, "¿Sueñan los androides con ovejas metálicas?" que solamente pude leer dos años después. El ruido metálico de las cancelas abriéndose y cerrándose, la población penitenciaria habitualmente proclive a los chillidos y a las frases gritadas en un cheli casi incomprensible para un "chico bien" como yo, los altavoces que requerían a tal o cual preso, las voces de los funcionarios, el botar y rebotar de dos o tres balones en el patio más próximo, y algún que otro preso malamente sobrellevando un síndrome de abstinencia de manera escandalosa, no eran desde luego el mejor escenario para captar todos los matices de Blade Runner. Sin embargo había dos cosas que me llamaron la atención: los papeles de Sean Young, Daryl Hanna y Joanna Casidy, los tres papeles femeninos a cual más atractivo y el hecho de que todo lo que capté en aquella primera y desconcentrada visualización girara en torno al "recuerdo". Los androides precisaban recuerdos porque eran esos mismos recuerdos los que les aproximaban a la condición humana. Sus diseñadores, por tanto, se los habían implantado… recuerdos amputados, recuerdos incompletos, recuerdos sostenidos en fotografías, recuerdos que no eran piezas de un puzle con millares de huecos por cubrir, imposibles de cubrir.
Y tuvo gracia porque justo cuando regresaba a la celda pensando en los recuerdos, el azar quiso que el Radio TeleTaxi, la de Justo Molinero, sonara aquella tarde -yo creo que por única vez en toda su historia- un ritmo que no tenía nada que ver ni con la copla, ni con la rumba catalana, ni con los Chicos, los Calís o las Azúcar Moreno, sino que sonó Edith Piaf a petición de uno de los oyentes. Y de entre todo lo que podía sonar de la Piaf, en aquel momento la cinta desgarró el Rien de Rien.
En tanto que frutos del azar, nuestros pensamientos pueden recombinar en función de la necesidad. Eso fue lo que hice aquella noche cuando apagaron las luces a las 23:00. Hice lo que no suelo hacer: pensar en el pasado, mirar atrás en lugar de hacerlo hacia adelante. Entonces recordé que había oído en varias ocasiones esa música durante mi exilio, en varios países distintos, en varias circunstancias diferentes unidas sólo por el tener que desplazarme de un sitio a otro con pasaportes a nombre de personas inverosímiles y de nacionalidades extrañas; recordé también que antes había oído esa música en mi domicilio familiar. Mi madre la había puesto en tantas ocasiones y la había cantado en muchas más, acaso mientras mi padre me comentaba entusiasmado el argumento del Orfeo de Cocteau o quizás la Bella y la Bestia que había visto en París en 1945 o el Testamento de Orfeo proyectada en el Cine Coliseo de Barcelona no hacía mucho. Desde entonces tengo particular aprecio por esta canción y por la voz desgarrada de quien la interpretó mejor que nadie, Edith Piaf.
Un buen día, hablando con un camarada que había servido en la Legión Extranjera francesa durante la revuelta de Argel y el golpe de Estado frustrado, me comentó que tras el descalabro en el que se vio envuelto el III Regimiento de Paracaidistas del Capitán Pierre Sargeant (que luego sería concejal de Perpignan por el Front National y a quien fuimos a saludar en varias ocasiones), la tropa -vencida pero con honor- retornó a su acuartelamiento cantando precisamente el Rien de Rien je ni retrete rien… nada de nada, yo no lamento nada.
La vida de Edith Piaf fue desmesurada y bohemia. Alcoholizada y toxicómana tenía algo inexplicable y propio de esas mujeres que solamente gustan a los aventureros. No era seguramente la más bella, ni siquiera la que cantaba mejor, no era tampoco una mujer "recomendable" en el sentido burgués y moralista del término, alcoholizada, débil y enfermiza, no cantaba como una diva, sino como había oído que lo hacía su madre en su Normandía natal, allí donde su abuela era propietaria del putiferio en donde Edith creció. Hoy, en youTube, pueden encontrarse prácticamente medio centenar de actuaciones suyas originales reproducidas: frágil, menuda, enfermiza, visiblemente dependiente de las drogas, tenía, sin embargo, un atractivo especial para determinado tipo humano. Ella lo sabía.
Sabía, por ejemplo, que en la Legión Extranjera se encontraba el grueso de sus admiradores y que hasta el último quepis blanco habría dado la vida por ella. No busquéis gente normal en ningún cuerpo de élite: veréis aventureros, herederos de los lansquenetes y de los mosqueteros, de los templarios y de los hoplitas de Esparta, todos ellos hablan el mismo lenguaje, aman a los dioses pero no dudan en blasfemar en su nombre, son capaces de formar batallones con la disciplina y el ritmo de un ballet clásico, pero también de caer unos sobre otros rendidos por el alcohol, la droga y la exaltación propia de las noches de luna llena y excesos. Esos cuerpos de élite repletos de aventureros, puteros y héroes, viven en climas extremos, no hay ellos la tibieza que precisa el honesto burgués medio, el clima seguro de entretiempo con un sol que calienta pero no quema y un frío aun inmanifestado. En grupos extremos reinan temperaturas extremas, lo peor se hace perdonar por lo mejor, después de robar unas gallinas se puede realizar la acción heroica más extrema, el sacrificio absoluto sigue a la felonía vergonzosa y la redime. Nada en esos cuerpos, como diría Drieu, eternamente Drieu, se hace sin sangre.
Y era en ese clima en el que Edith Piaf se sintió más a gusto. Dedicó su Rien de rien a la Legión Extranjera francesa, siendo el equivalente al himno de nuestra Legión, allí donde "cada uno será lo que quiera" y en donde "nada importa su vida anterior". Edith Piaf lo decía arrastrando las erres en un francés más gutural y áspero que nunca, lo decía con otras palabras, las eternas que hablan los aventureros de todos los tiempos que no tienen nada que perder en sus andanzas y sólo aspiran a autodestruirse en la conquista del mundo.
La Piaf dedicó varias canciones más a sus legionarios. El Fanion de la Legión, entre otras. Otras, como La vie en Rose, La Foule, Hymme a l'amour, Tu est partout o Padam-Padam podían ser asumidos fácilmente por los legionarios de los años 60. Y no era un tiempo ingenuo, romántico y arrebatado: eran los tiempos en los que la Legión Extranjera estaba luchando en Argelia contra el terrorismo del FLN. En aquel momento, la crema de la intelectualidad francesa había optado por la causa "progresista" de la independencia argelina, la salida burguesa, la más fácil. Solamente unos pocos franceses reaccionaron en las filas de la OAS cuando fracasó el Golpe de Argel. Eran tiempos en los que Sartre y Simone de Beauvoir denunciaban que la Legión "torturaba" a los terroristas… pero olvidaban que, antes, los terroristas asesinaban y mutilaban hasta la crueldad más absoluta a los franceses nacidos en Argelia. Ya entonces, cantar Rien de rien y fotografiarse junto a los heroicos quepis de la Legión era una ofensa a lo políticamente correcto que ya despuntaba. Edith Piaf no lo dudó y lo hizo. Rien de Rien está dedica expresamente a la Legión Extranjera.
El 10 de octubre de 1963 con apenas 47 años, literalmente hecha polvo por sus achaques de salud, por el opio y por los desengaños, la vida de Edith Piaf se extinguió. Cocteau, murió en la misma fecha a los 74 años de edad a pesar de haber recorrido senderos parecidos y haberse entendido con el opio durante varios períodos de su creativa vida.
¿Cómo no iba a recordar a Edith Piaf y a su Rien de Rien? A fin de cuentas yo también me sentía un aventurero. Era hijo de burgueses medios, pero a partir de los 15 años supe que quería otro destino para mí. Sólo en 1987 me di cuenta de que había causado mucho dolor a los que tenía cerca de mí. Era tarde y ya no podía hacer nada. Tan solo llegar al final de la aventura. Mentiría si tomara al pie de la letra la canción de Edith Piaf, claro que lamentaba algunas decisiones que tomé en mi vida: justo las que causaron dolor y angustia en mis seres queridos. Hoy a eso se le llama "daños colaterales"., inevitables. De lo que sí estoy seguro es de que yo no lamento nada, absolutamente nada de lo que ha sido mi vida en los últimos 40 años. No lamento la opción política que escogí… porque nunca tuve la menor intención de hacer carrera política, sino de apurar una aventura hasta las heces. No lamento ninguno de los episodios de los que he sido testigo o he protagonizado porque dieron un sentido a mi vida y porque, en el curso de todos ellos, no di un paso atrás. No valemos lo que creemos valer, sino que valemos por lo que hacemos. Y en este sentido no tengo que avergonzarme de nada de lo hecho, no tengo motivos para no mirar a los ojos a todos los que he conocido, ni para renunciar al camino recorrido.
Aquella noche en la Cárcel Modelo de Barcelona, repasando los recuerdos inducidos por la primera visualización de Blade Runner encontré, en estas estrofas de la Piaf, respuestas. Ella decía mucho mejor de lo que yo hubiera sido capaz de expresaren aquel momento, que no lamentaba nada de lo que había hecho en la vida.
Es curioso como una música y una letra elaboradas por alguien que no tiene nada que ver contigo logra sintetizar todo tu propia actitud ante la vida. Había militado políticamente desde los 16 años. Cuando otros compañeros se decantaron hacia el marxismo yo lo hice hacia la extrema-derecha. Cuando esos compañeros abandonaron su aventura yo proseguí adelante. Eso quemaría mis posibilidades de ser alguien "respetable" y mi vida. Ni me supe ni me quise retirar a tiempo. A fin de cuentas la aventura es lo que algunos experimentamos como necesidad. Así pues, una vez iniciada la aventura, solamente puede aspirarse a llegar a sus últimas consecuencias. En mi caso fueron dolorosas y molestas.
Mi padre pudo ver como la policía entraba en mi casa y registraba mi habitación como si su hijo fuera un delincuente. Aquello no le gustó, pero él también había sido joven y había tenido ideales. Un día encontré algunos papeles y escritos que guardaba de su juventud, cuando había sido amigo de Josep Dencás, el dirigente de los Escamots de Estat Catalá, y conseller de interior de la Generalitat justo en el momento en que el torpe (Dios, que torpe) Lluis Companys proclamó la efímera y bufa independencia de Catalunya. Mi padre no militó jamás en ese sector. Su primera esposa era hija de la aristocracia del Penedés y el hecho de que fuera propietaria de una manzana y de algo más que una manzana en lo mejor del Eixample, y el que ambos fueran de confesión católica, bastaron para que iniciada la Guerra Civil, se tuvieran que exiliar. Él y su esposa cruzaron el Pirineo a pie. Llegaron a Perpignan y allí se pusieron en contacto con la red Occident, compuesta por fascistas franceses y alimentada con las arcas del franquismo, de los legitimistas y monárquicos de Action Française y por las ligas, que les facilitó los medios para entrar a la "España Nacional" por el recién liberado puente de Hendaya. Fue allí, acompañado por una docena de jóvenes huidos como ellos, cuando mi padre y su primera esposa, en esa "no man’s land" que era el puente internacional de Hendaya, hablaban en catalán y un oficial de Franco se permitió exigirles a cajas destempladas que hablaran en "cristiano". Todos los jóvenes que acompañaban a mi padre, eran carlistas y murieron dos años después en el sitio de Codo encuadrados en el Tercio de Montserrat. En cuanto a mi padre y a su primera esposa (que moriría de cáncer ocho años después), si en aquel momento hubieran estado seguros de que nos les hubieran disparado por la espalda habrían preferido quedarse, en ese momento, en Francia.
Hombre de derecha regionalista católica, con un hermano de 17 años en la Falange barcelonesa anterior a la guerra civil (en toda Catalunya no habían en ese momento más de 100 falangistas), mi padre fue siempre un hombre de orden, por tanto creo intuir el inmenso dolor que le causó ver a su hijo implicado en actividades políticas y mucho más el hecho de que la policía registrara mi habitación. Mi padre murió en 1980, lo justo para ver durante ocho meses a su primer nieto. Nunca olvidaré su rostro de felicidad en aquellos meses y el cuidado que él mismo ponía en vigilar al recién nacido, niño desde la cuna travieso, equilibrista y funambulista varias veces con la cara recompuesta a base de puntos. A poco de morir mi padre, yo tuve que emprender el camino del exilio. No he sido consciente del daño que causé a mi madre hasta hace relativamente poco tiempo y siempre me perseguirá la duda de si yo fui el responsable de la aceleración de su deterioro físico que concluyó con un fallecimiento relativamente prematuro a los 76 años. Lo peor, de todas formas, no fue solamente el exilio sino el que en aquellos años, con cierta frecuencia, mi nombre salía a relucir en las primeras páginas de la prensa vinculado a los más increíbles episodios de la extrema-derecha local e internacional.
En 1987, vivía los últimos meses de mi condena en La Modelo, cuando una vez más los hados se conjugaron para que en el mismo día mi cerebro recibirá dos estímulos. En la Sexta Galería se estaba proyectando Blade Runner y tras verla, al volver a la celda, pude oír en la radio una rememoración de la canción de Edith Piaf, Rien de rien. Entre exilio, clandestinidad y actividad política entre 1981 y 1987 apenas pude ir al cine y tardé años en recuperar la cultura cinematográfica propia de esa época. Por lo tanto, cuando vi las primeras escenas de Blade Runner me sorprendieron. Por algún motivo, el cura de la cárcel Modelo era quien realizaba la selección del vídeo que cada tarde se exhibía a los presos. Estos colocaban sus sillas plegables en el corredor de la galería y solían ver cintas que, por algún motivo, eran las más inconvenientes que podían verse en una prisión. En efecto, la mayoría eran sobre cárceles y fugas. Sin embargo, Blade Runner me apareció como definitoria de una nueva estética. De hecho, yo me encontraba en la Cárcel Modelo de Barcelona, un mundo situado en la ciudad de mediados de los años 80, pero en cuyas galerías se vivía un mundo que más parecía a ese otro sórdido y miserable pintado en aquella cinta.
Era difícil entender todas las frases, en ocasiones susurradas, en la película. De hecho, la misma película es difícilmente comprensible si no se recurre a la lectura de la novela originaria de la que partió el guión, "¿Sueñan los androides con ovejas metálicas?" que solamente pude leer dos años después. El ruido metálico de las cancelas abriéndose y cerrándose, la población penitenciaria habitualmente proclive a los chillidos y a las frases gritadas en un cheli casi incomprensible para un "chico bien" como yo, los altavoces que requerían a tal o cual preso, las voces de los funcionarios, el botar y rebotar de dos o tres balones en el patio más próximo, y algún que otro preso malamente sobrellevando un síndrome de abstinencia de manera escandalosa, no eran desde luego el mejor escenario para captar todos los matices de Blade Runner. Sin embargo había dos cosas que me llamaron la atención: los papeles de Sean Young, Daryl Hanna y Joanna Casidy, los tres papeles femeninos a cual más atractivo y el hecho de que todo lo que capté en aquella primera y desconcentrada visualización girara en torno al "recuerdo". Los androides precisaban recuerdos porque eran esos mismos recuerdos los que les aproximaban a la condición humana. Sus diseñadores, por tanto, se los habían implantado… recuerdos amputados, recuerdos incompletos, recuerdos sostenidos en fotografías, recuerdos que no eran piezas de un puzle con millares de huecos por cubrir, imposibles de cubrir.
Y tuvo gracia porque justo cuando regresaba a la celda pensando en los recuerdos, el azar quiso que el Radio TeleTaxi, la de Justo Molinero, sonara aquella tarde -yo creo que por única vez en toda su historia- un ritmo que no tenía nada que ver ni con la copla, ni con la rumba catalana, ni con los Chicos, los Calís o las Azúcar Moreno, sino que sonó Edith Piaf a petición de uno de los oyentes. Y de entre todo lo que podía sonar de la Piaf, en aquel momento la cinta desgarró el Rien de Rien.
En tanto que frutos del azar, nuestros pensamientos pueden recombinar en función de la necesidad. Eso fue lo que hice aquella noche cuando apagaron las luces a las 23:00. Hice lo que no suelo hacer: pensar en el pasado, mirar atrás en lugar de hacerlo hacia adelante. Entonces recordé que había oído en varias ocasiones esa música durante mi exilio, en varios países distintos, en varias circunstancias diferentes unidas sólo por el tener que desplazarme de un sitio a otro con pasaportes a nombre de personas inverosímiles y de nacionalidades extrañas; recordé también que antes había oído esa música en mi domicilio familiar. Mi madre la había puesto en tantas ocasiones y la había cantado en muchas más, acaso mientras mi padre me comentaba entusiasmado el argumento del Orfeo de Cocteau o quizás la Bella y la Bestia que había visto en París en 1945 o el Testamento de Orfeo proyectada en el Cine Coliseo de Barcelona no hacía mucho. Desde entonces tengo particular aprecio por esta canción y por la voz desgarrada de quien la interpretó mejor que nadie, Edith Piaf.
Un buen día, hablando con un camarada que había servido en la Legión Extranjera francesa durante la revuelta de Argel y el golpe de Estado frustrado, me comentó que tras el descalabro en el que se vio envuelto el III Regimiento de Paracaidistas del Capitán Pierre Sargeant (que luego sería concejal de Perpignan por el Front National y a quien fuimos a saludar en varias ocasiones), la tropa -vencida pero con honor- retornó a su acuartelamiento cantando precisamente el Rien de Rien je ni retrete rien… nada de nada, yo no lamento nada.
La vida de Edith Piaf fue desmesurada y bohemia. Alcoholizada y toxicómana tenía algo inexplicable y propio de esas mujeres que solamente gustan a los aventureros. No era seguramente la más bella, ni siquiera la que cantaba mejor, no era tampoco una mujer "recomendable" en el sentido burgués y moralista del término, alcoholizada, débil y enfermiza, no cantaba como una diva, sino como había oído que lo hacía su madre en su Normandía natal, allí donde su abuela era propietaria del putiferio en donde Edith creció. Hoy, en youTube, pueden encontrarse prácticamente medio centenar de actuaciones suyas originales reproducidas: frágil, menuda, enfermiza, visiblemente dependiente de las drogas, tenía, sin embargo, un atractivo especial para determinado tipo humano. Ella lo sabía.
Sabía, por ejemplo, que en la Legión Extranjera se encontraba el grueso de sus admiradores y que hasta el último quepis blanco habría dado la vida por ella. No busquéis gente normal en ningún cuerpo de élite: veréis aventureros, herederos de los lansquenetes y de los mosqueteros, de los templarios y de los hoplitas de Esparta, todos ellos hablan el mismo lenguaje, aman a los dioses pero no dudan en blasfemar en su nombre, son capaces de formar batallones con la disciplina y el ritmo de un ballet clásico, pero también de caer unos sobre otros rendidos por el alcohol, la droga y la exaltación propia de las noches de luna llena y excesos. Esos cuerpos de élite repletos de aventureros, puteros y héroes, viven en climas extremos, no hay ellos la tibieza que precisa el honesto burgués medio, el clima seguro de entretiempo con un sol que calienta pero no quema y un frío aun inmanifestado. En grupos extremos reinan temperaturas extremas, lo peor se hace perdonar por lo mejor, después de robar unas gallinas se puede realizar la acción heroica más extrema, el sacrificio absoluto sigue a la felonía vergonzosa y la redime. Nada en esos cuerpos, como diría Drieu, eternamente Drieu, se hace sin sangre.
Y era en ese clima en el que Edith Piaf se sintió más a gusto. Dedicó su Rien de rien a la Legión Extranjera francesa, siendo el equivalente al himno de nuestra Legión, allí donde "cada uno será lo que quiera" y en donde "nada importa su vida anterior". Edith Piaf lo decía arrastrando las erres en un francés más gutural y áspero que nunca, lo decía con otras palabras, las eternas que hablan los aventureros de todos los tiempos que no tienen nada que perder en sus andanzas y sólo aspiran a autodestruirse en la conquista del mundo.
La Piaf dedicó varias canciones más a sus legionarios. El Fanion de la Legión, entre otras. Otras, como La vie en Rose, La Foule, Hymme a l'amour, Tu est partout o Padam-Padam podían ser asumidos fácilmente por los legionarios de los años 60. Y no era un tiempo ingenuo, romántico y arrebatado: eran los tiempos en los que la Legión Extranjera estaba luchando en Argelia contra el terrorismo del FLN. En aquel momento, la crema de la intelectualidad francesa había optado por la causa "progresista" de la independencia argelina, la salida burguesa, la más fácil. Solamente unos pocos franceses reaccionaron en las filas de la OAS cuando fracasó el Golpe de Argel. Eran tiempos en los que Sartre y Simone de Beauvoir denunciaban que la Legión "torturaba" a los terroristas… pero olvidaban que, antes, los terroristas asesinaban y mutilaban hasta la crueldad más absoluta a los franceses nacidos en Argelia. Ya entonces, cantar Rien de rien y fotografiarse junto a los heroicos quepis de la Legión era una ofensa a lo políticamente correcto que ya despuntaba. Edith Piaf no lo dudó y lo hizo. Rien de Rien está dedica expresamente a la Legión Extranjera.
El 10 de octubre de 1963 con apenas 47 años, literalmente hecha polvo por sus achaques de salud, por el opio y por los desengaños, la vida de Edith Piaf se extinguió. Cocteau, murió en la misma fecha a los 74 años de edad a pesar de haber recorrido senderos parecidos y haberse entendido con el opio durante varios períodos de su creativa vida.
¿Cómo no iba a recordar a Edith Piaf y a su Rien de Rien? A fin de cuentas yo también me sentía un aventurero. Era hijo de burgueses medios, pero a partir de los 15 años supe que quería otro destino para mí. Sólo en 1987 me di cuenta de que había causado mucho dolor a los que tenía cerca de mí. Era tarde y ya no podía hacer nada. Tan solo llegar al final de la aventura. Mentiría si tomara al pie de la letra la canción de Edith Piaf, claro que lamentaba algunas decisiones que tomé en mi vida: justo las que causaron dolor y angustia en mis seres queridos. Hoy a eso se le llama "daños colaterales"., inevitables. De lo que sí estoy seguro es de que yo no lamento nada, absolutamente nada de lo que ha sido mi vida en los últimos 40 años. No lamento la opción política que escogí… porque nunca tuve la menor intención de hacer carrera política, sino de apurar una aventura hasta las heces. No lamento ninguno de los episodios de los que he sido testigo o he protagonizado porque dieron un sentido a mi vida y porque, en el curso de todos ellos, no di un paso atrás. No valemos lo que creemos valer, sino que valemos por lo que hacemos. Y en este sentido no tengo que avergonzarme de nada de lo hecho, no tengo motivos para no mirar a los ojos a todos los que he conocido, ni para renunciar al camino recorrido.
Aquella noche en la Cárcel Modelo de Barcelona, repasando los recuerdos inducidos por la primera visualización de Blade Runner encontré, en estas estrofas de la Piaf, respuestas. Ella decía mucho mejor de lo que yo hubiera sido capaz de expresaren aquel momento, que no lamentaba nada de lo que había hecho en la vida.
PD.- Hay canciones traducibles pero imposibles de cantar en otros idiomas. Rien de Rien es una de ellas. Hubiéramos deseado reproducir la canción en versión subtitulada pero, por algún motivo, aún estando presente en este link de youTube no puede trasladarse al blog. Esta versión es interesante porque está cantada por la propia Piaf en sus últimos años cuando ya estaba herida de muerte. Reproducimos otra versión anterior. Siempre de negro en el escenario, siempre pequeña, siempre con sus erres arrastradas y guturales, prematuramente envejecita,, casi completamente hierática y, sin embargo, con cuánta fuerza expresiva.
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien
Ni le bien qu’on m’a fait
Ni le mal tout ça m’est bien égal !
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien…
C’est payé, balayé, oublié
Je me fous du passé !
Avec mes souvenirs
J’ai allumé le feu
Mes chagrins, mes plaisirs
Je n’ai plus besoin d’eux !
Balayés les amours
Et tous leurs trémolos
Balayés pour toujours
Je repars à zéro …
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien …
Ni le bien, qu’on m’a fait
Ni le mal, tout ça m’est bien égal !
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien …
Car ma vie, car mes joies
Aujourd’hui, ça commence avec toi !
© Ernest Milà - http://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin citar origen.
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien
Ni le bien qu’on m’a fait
Ni le mal tout ça m’est bien égal !
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien…
C’est payé, balayé, oublié
Je me fous du passé !
Avec mes souvenirs
J’ai allumé le feu
Mes chagrins, mes plaisirs
Je n’ai plus besoin d’eux !
Balayés les amours
Et tous leurs trémolos
Balayés pour toujours
Je repars à zéro …
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien …
Ni le bien, qu’on m’a fait
Ni le mal, tout ça m’est bien égal !
Non ! Rien de rien …
Non ! Je ne regrette rien …
Car ma vie, car mes joies
Aujourd’hui, ça commence avec toi !
© Ernest Milà - http://infokrisis.blogia.com - infokrisis@yahoo.es - Prohibida la reproducción de este texto sin citar origen.