Tras el
congreso megretista, los escindidos adoptaron el nombre de Front
National–Mouvement National, a fin de conservar la «denominación de
origen». Megret, en esa ocasión anunció
que se presentaría a las elecciones al Parlamento europeo del siguiente 13 de
junio. Sus dos lugartenientes, Jean Yves Le Gallou y Serge Martínez, delegado
general y secretario nacional respectivamente, le secundaron de forma
entusiástica. Lo más irónico fue que la última decisión del congreso consistió
en nombrar a Jean Marie Le Pen «presidente honorario» de los escindidos, gesto
envenenado que contribuyó aún más a enturbiar los ánimos.
Al cerrarse
el congreso una cosa estaba clara: los medios de comunicación miraban con
simpatía a Megret a quien tenían por más «tratable» que Le Pen. El electorado,
decía otra cosa y en cuanto a la militancia, salvo en los momentos iniciales de
confusión, pronto Le Pen logró recomponer sus filas si bien se perdieron
cuadros notables (Pierre Vial, un histórico ideólogo de la Nouvelle Droite, en
primer lugar y algunos otros cuadros brillantes procedentes de ese sector),
algunos hombres notables del aparato que, desde los tiempos de militante en
Ordre Nouveau siempre habían mantenido contactos subterráneos con el gaullismo
y con servicios especiales. El caso es que Megret se movió siempre con medios
desproporcionados a la entidad real de sus huestes y con un apoyo mediático
espectacular en relación a Le Pen. Era evidente que alguien favorecía su
crecimiento: el gaullismo chiraquiano, sin duda. Le Pen así lo consideraba y
así nos lo manifestó.
El
resultado de las elecciones europeas posterior a la escisión fue catastrófico
para Le Pen y aún más para Megret que alcanzaron un 6’7% y un 3’3%.
respectivamente. Poco, muy poco para un Le Pen que poco antes recogía el 15%
del electorado y nada para un Megret que se hacía ilusiones de desbancar el
liderazgo de su mentor. De nada le había servido llevarse inicialmente el 59%
de los secretarios departamentales y el 51% de los consejeros regionales. Los
medios y las fuerzas políticas tradicionales se alegraron: «finalmente Le
Pen regresa a la etapa grupuscular que jamás debió abandonar». Los votos
sumados por las dos listas (el 10’9%) no estaba muy lejos de los obtenidos en
anteriores elecciones europeas (10,9% en 1984, 11,8% en 1989 et 10,5% en 1994),
pero quedaban muy lejos de los resultados obtenidos en las elecciones
regionales de marzo de 1998, con una media nacional del 15%, que en 13 departamentos
llegaba hasta el 20%. Y, por lo demás, 6 + 3 no tienen el mismo peso político
que 9…
Megret
consiguió decapitar –tal como reconoció «Nouvel Observateur»– al aparato
del partido lepenista, pero convencer al electorado es algo muy diferente.
Apenas logró atraer a una cuarta parte de los votos frentistas. Solo en un
departamento (Bouches du-Rhône) los megretistas lograron imponerse a Le Pen. El
control sobre las alcaldías de Marignane et Vitrolles era una pobre ventaja
para el escindido. Victoria pírrica, pues, para Le Pen que, por primera vez en
15 años se encontraba en una posición marginal por detrás del Partido de los
Cazadores que se situaba delante suyo con un 6’7%. Para colmo, un sondeo
realizado a pie de urna demostró que el 53% de los votantes del FN en las
elecciones legislativas de 1997 engrosaron la bolsa de abstención. Nadie dudaba
que el período de expansión electoral del FN llegaba a su fin. Un año después,
durante el congreso del partido en abril de 2000 las cosas no habían variado y
el evento pasó desapercibido para la opinión pública. Ni un solo medio de
comunicación le consagró más que unas escuetas notas en páginas interiores.
Solo una
semana antes de las elecciones de abril de 2002, cuando se hicieron públicas
los últimos sondeos electorales, resultó evidente que Le Pen y su partido se
habían recuperado y la suerte, una vez más, les era favorable. Y luego vino lo
que ya conocemos…