lunes, 31 de octubre de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: HOY ES UN BUEN DIA PARA CANCELAR EL ABONO A NETFLIX

Es hora de meditar sobre el abono a Netflix. Y, por extensión, a cualquier otra plataforma. Y quizás hoy sea un buen día para replantear una forma de ver televisión y de emplear nuestro tiempo de ocio.

Me dedico a esto de la crítica de series, así que recibo muchas notificaciones de usuarios de los distintos servicios de streaming. Estos últimos días, muchos se han quejado, especialmente, los abonados a Netflix, de que la gran empresa del sector les había puesto trabas a seguir manteniendo distintos perfiles no alojados en el mismo domicilio. Netflix no es un servicio particularmente barato. Sus beneficios mensuales son multimillonarios, tanto como inefable es su voluntad de adoctrinamiento. Netflix quiere adoctrinar y que los abonados lo acepten de manera bovina. Quizás éste sea un buen momento para darse de baja de Netflix (y del resto de streamings que sigan por el mismo camino).

Resumo la situación: Netflix ha ido perdiendo abonados desde principios de año. ¿Motivo? La caída de calidad de sus producciones. Nadie está dispuesto a pagar 15 euros al mes por ver dos o tres series que valgan la pena y un par de películas aceptables. La cosa era atractiva por la posibilidad de colocar distintos “perfiles” en cada abono. En efecto, cuatro amigos o familiares podían ponerse de acuerdo, abonarse uno a Netflix, el otro a HBO, otro más a Amazon Prime, a Disney el cuarto y a Apple+ el último. Y todos podían intercambiar perfiles de tal manera que un abono para tal plataforma, intercambiados los códigos con sus amigos, podía facilitar el que estos cedieran también sus claves y, por el precio de un abono, disfrutaran cinco personas diferentes. Eso se ha terminado.

Netflix ha enviado una circular: solo admitirá perfiles dentro del mismo domicilio. Bien: es su empresa, son sus reglas. Pero, claro, un usuario compulsivo y acrítico de Netflix puede aceptarlo y borrar los perfiles de sus amigos. O bien, puede replantearse el abono a la plataforma. Porque si no puede compartir con otros, otros no estarán obligados a compartir sus abonos a otras plataformas. Así pues, donde hasta ayer había cinco abonados por cuota pagada a Netflix, el gigante del streaming quiere que exista un abono por cada espectador domiciliado en un lugar diferente.

PEQUEÑA HISTORIA DEL MEDIO: 
DE LA TELEVISIÓN GENERALISTA
AL STREAMING PASANDO POR LA TELEBASURA

A principios de los 80 era frecuente oír que el público denostaba de la única televisión existente, TVE con sus dos canales y de alguna televisión regional. Zbigniew Brzezinsky, el fundador de la Comisión Trilateral y cerebro de la administración Carter, había determinado que, en las décadas siguientes, los Estados deberían mantener entretenida a la población y evitar que se mezclaran con las decisiones de la alta política. Y, para ello había que proliferar, desde parques temáticos hasta el mundo del espectáculo. Que la gente se preocupara por su ocio y dejara a los “iniciados” las grandes cuestiones político-económicas. Era necesario impulsar la “industria cultural” para que ocupara cada vez parcelas más grandes en el ocio del ciudadano. Dado que, en aquella época, los 70 y principios de los 80, la opinión de Brzezinsky y de la Trilateral, indicaban tendencias que había que seguirlas imperativamente.

Los años 80 registraron la eclosión de las televisiones privadas. Se creía que la ampliación del mercado televisivo iba a repercutir positivamente en la oferta: los distintos canales intentarán ser lo más competitivos posibles y esto llevará a una elevación en la calidad de los contenidos. Ocurrió, justamente, lo contrario: la aparición de las Mama-chicho, precedente de la telebasura que nos invadió a partir de ese momento, fue el primer aviso de que las cosas no iban en la dirección prevista.

Con el tiempo, entre la publicidad institucional de los canales públicos nacionales y regionales habituales del peloteo y lisonja para quien ocupara el poder, difusores de basura política, los canales generalistas se convirtieron en vendedores de telebasura.

Menos mal que aprendimos a “bajar” series y películas a través de programas como el primigenio Napster (que duró poco) y el eMule. Hubo protestas de las productoras y el presidente ZP, siempre atento a las exigencias de los “grandes” se le ocurrió imponer un canon a los soportes de reproducción: desde pendrives, hasta DVDs, pasando por discos duros, tarjetas de memoria, etc.

La medida no sirvió para mucho: ni era lógica (mucho de este material se utilizaba para trabajos que no tenían nada que ver con el pirateo), ni resolvió nada. Las multinacionales siguieron presionando: querían que se criminalizara a los que utilizaban programas de intercambio de archivos. Prohibición, palo y tentetieso. ZP no llegó a tanto: ni tenía carácter para ello, ni se atrevía a la vista de que buena parte del electorado utilizaba estos sistemas para piratear música, películas, series y videojuegos. En un momento en el que España afrontaba el vía crucis de la crisis de 2007-2011, solamente faltaba eso para añadir otro factor al descontento nacional y que “los indignados” además tuvieron otro motivo para estarlo.

La técnica solucionó el problema. A fin de cuentas, con el tiempo, algunos nos planteamos si no sería mejor tener acceso a plataformas que ofrecieran en su catálogo series y películas, sin necesidad de tener que buscarlas, “bajarlas” de las plataformas más insospechadas, con calidades dudosas. Y decidimos “abonarnos” a las distintas plataformas especializadas. Se había iniciado la “época de los streamings”. Netflix fue la que partió primero y, por tanto, la que experimentó el primer tirón global en todo el mundo. Luego seguirían otras y ahora son decenas las que compiten en ese mercado.

Pero esto ha generado un problema. O, mejor, varios.

LOS PROBLEMAS EVIDENCIADOS EN 2017:
BAJADA DE CALIDAD Y ADOCTRINAMIENTO

Por un lado, cantidad y calidad están siempre en razón inversa: la calidad exige detenimiento, trabajo artesanal, perfeccionamiento y sentido de la “obra bien hecha”; pero, la cantidad sugiere necesariamente prisa, amontonamiento, calidad mediocre, productos elaborados sin refinado de guiones ni controles de calidad. Y, el problema era que el abonado medio a estas plataformas, cada día, miraba novedades; si no las encontraba, pasaba a otra plataforma y se daba de baja. De ahí que, durante diez años, los streamings hicieran la vista gorda ante los distintos perfiles incluidos en cada uno de sus abonados. A cambio, para ofrecer más y más novedades, se fueron acostumbrando a importar y producir series de ínfima calidad, horribles.

Netflix es el paradigma del catálogo inextricable en donde todo está pensado para absorber el tiempo del abonado en búsquedas que podrían facilitarse mediante un buscador y mediante filtros. Pero, uno de los antiguos presidentes de Netflix había establecido la pauta cuando dijo “mi gran enemigo es el sueño del abonado; cuando no duerme se trata de que esté en Netflix viendo o buscando”.

A esta caída de calidad se unió en 2017 otro factor: las “agendas progresistas”. Dado que existían nexos entre los sectores empresariales e inversores que proponían estas “agendas” (desde las big tech o “dinero nuevo”, hasta las viejas dinastías económicas especulativas, el “dinero viejo”), los streamings se convirtieron en “transmisores” de los principios incluidos en las “agendas” (agenda feminista, agenda abortista, agenda gay, agenda LBGTIQ+, agenda medioambiental, agenda woke, etc, etc, etc.). Los streamings se convirtieron en el canal más frecuente para adoctrinar en la “corrección política” y en el “progresismo”. Bruscamente, entre 2017 y 2018, se percibió en los streamings esta nueva orientación.

El resultado fue que, los guionistas y creadores, además de estar presionados por el tiempo y tener que rebajar la calidad y el refinado de sus productos, se vieron compelidos por el refajo de la corrección política: su creatividad ya no iba en sentido libre, sino que era encarrilada por las rutas del progresismo, las agendas y la corrección política. El resultado fue que los streamings empezaron a difundir “doctrina basura”.

EN 2022 TODO EMPEZÓ A CAMBIAR
SIEMPRE NOS QUEDARÁN LAS APPS DE INTERCAMBIO DE ARCHIVOS

A principios de 2022, se produjeron fenómenos que pasaron desapercibidos para la opinión pública, pero que, sin embargo, indicaban un cambio de tendencia: el número de abonados de Netflix, por ejemplo, en lugar de aumentar, fue disminuyendo. Los que se daban de baja superaban preocupantemente a las nuevas altas. En otros streamings, el fenómeno irrumpió. En principio los responsables de estas empresas atribuyeron sus mermas al trasvase de abonados de una plataforma a otra. Luego resultó que las estadísticas y las investigaciones sociológicas demostraron que los abonados estaban hartos de pagar mensualmente una cuota que les reportaba pocas satisfacciones.

Los deseos de adoctrinamiento y las consiguientes rebajas en las calidades de lo producido eran tales que muchos se negaban a pagar. ¿Dónde iban? Retornaban a las plataformas de intercambio de archivos. Emule, que en la década anterior se había reducido a ser una herramienta para intercambiar PDFs y libros, bruscamente volvió a ser lo que había sido al principio: un foro para obtener en pocos minutos cualquier seria -en los últimos 10 años las velocidades de la fibra óptica habían mejorado y permitían que una película de 90 minutos que, diez años antes de descargaba en cuatro o seis horas, ahora fuera casi inmediata. Y, por otra parte, los “torrents” habían mejorado también. Cada vez que el gobierno de turno cerraba uno, se abría otro. Hoy, incluso coexisten cuatro o cinco clones de la misma plataforma que, en caso de ser bloqueada judicialmente, volvería a estar operativa en otros cuatro o cinco direcciones web al día siguiente… Ahí van a parar los dimisionarios de los streamings.

A todo esto, se ha unido el resultado de la inflación, la crisis económica y el encarecimiento de la vida. Una familia media, puede gastar en streaming al final de la pandemia, entre 50 y 100 euros en abonos a los distintos streamings. Hoy, esta cantidad son muchos los que consideran que es excesiva para ocio en un momento de crisis y alzas descontroladas en productos de primera necesidad. Si hay que renunciar a algo que sea a parcelas de ocio.

Lo cierto es que, entre los “torrents” y eMule, las series que realmente valen la pena ver, están presentes desde el mismo día del estreno. Sí, ya sé que se atenta contra los “creadores” y que es “ilegal”. Pero hay tantas cosas ilegales en nuestra desgraciada época que no sé porqué uste y yo deberíamos ser los únicos que nos preocupásemos por la legalidad.

Lo que los streamings quieren en este momento es adoctrinarnos y que, además, seamos nosotros los que paguemos la factura. Lo dicho: “hacer de putas y pagar la cama”. HAY QUE DECIR BASTA. Hay que hacer entrar en cintura a los streamings: si quieren adoctrinar, si quieren sepultarnos con un aluvión de productos basura, poco o mal elaborados y en absoluto refinados, que se atengan a las consecuencias.

La exigencia de Netflix de que los distintos perfiles del mismo abonado estén incluidos en la misma vivienda, va a hacer que el problema salga a la superficie de manera brutal. Es un buen momento para que los streamings rectifiquen: MAS CALIDAD, MENOS ADOCTRINAMIENTO.

El Vuze para tener acceso a los “torrents” es una aplicación que se instala con suma facilidad. Emule cuesta algo más, pero en internet hay tutoriales que basta con seguirlos para beneficiarnos de millones de archivos gratuitos y de actualidad. Basta con mirar un calendario de series (el de El País es aceptable y ahí podemos ver lo que nos interesa y lo que no) y buscarlo con más rapidez en Vuze o en eMule: LIBREMENTE, SIN IMPOSICIONES ADOCTRINADORAS, SIN INTELIGENCIA ARTIFICIAL QUE NOS CONDICIONES, SIN PAGAR POR BASURA

Si quieres que te pague, dame calidad y no me des basura adoctrinadora”, tal debería ser el “motivo” que alegar cuando nos demos de baja en los streamings. Hoy es una alta obligación moral.