Es hora de meditar sobre el abono a Netflix. Y, por extensión, a
cualquier otra plataforma. Y quizás hoy sea un buen día para replantear una
forma de ver televisión y de emplear nuestro tiempo de ocio.
Me dedico a esto de la crítica de series, así que recibo muchas
notificaciones de usuarios de los distintos servicios de streaming. Estos
últimos días, muchos se han quejado, especialmente, los abonados a Netflix,
de que la gran empresa del sector les había puesto trabas a seguir manteniendo
distintos perfiles no alojados en el mismo domicilio. Netflix no es un
servicio particularmente barato. Sus beneficios mensuales son multimillonarios,
tanto como inefable es su voluntad de adoctrinamiento. Netflix quiere
adoctrinar y que los abonados lo acepten de manera bovina. Quizás éste sea un
buen momento para darse de baja de Netflix (y del resto de streamings que
sigan por el mismo camino).
Resumo la situación: Netflix ha ido perdiendo abonados desde
principios de año. ¿Motivo? La caída de calidad de sus producciones. Nadie
está dispuesto a pagar 15 euros al mes por ver dos o tres series que valgan la
pena y un par de películas aceptables. La cosa era atractiva por la posibilidad
de colocar distintos “perfiles” en cada abono. En efecto, cuatro amigos o
familiares podían ponerse de acuerdo, abonarse uno a Netflix, el otro a HBO,
otro más a Amazon Prime, a Disney el cuarto y a Apple+ el último. Y todos
podían intercambiar perfiles de tal manera que un abono para tal plataforma,
intercambiados los códigos con sus amigos, podía facilitar el que estos
cedieran también sus claves y, por el precio de un abono, disfrutaran cinco
personas diferentes. Eso se ha terminado.
Netflix ha enviado una circular: solo admitirá perfiles dentro del
mismo domicilio. Bien: es su empresa, son sus reglas. Pero, claro, un usuario
compulsivo y acrítico de Netflix puede aceptarlo y borrar los perfiles de sus
amigos. O bien, puede replantearse el abono a la plataforma. Porque si no puede
compartir con otros, otros no estarán obligados a compartir sus abonos a otras
plataformas. Así pues, donde hasta ayer había cinco abonados por cuota
pagada a Netflix, el gigante del streaming quiere que exista un abono por cada
espectador domiciliado en un lugar diferente.
PEQUEÑA HISTORIA DEL MEDIO:
DE LA TELEVISIÓN GENERALISTA
AL STREAMING PASANDO
POR LA TELEBASURA
A principios de los 80 era frecuente oír que el público denostaba
de la única televisión existente, TVE con sus dos canales y de alguna
televisión regional. Zbigniew Brzezinsky, el fundador de la Comisión
Trilateral y cerebro de la administración Carter, había determinado que, en las
décadas siguientes, los Estados deberían mantener entretenida a la población y
evitar que se mezclaran con las decisiones de la alta política. Y, para ello
había que proliferar, desde parques temáticos hasta el mundo del espectáculo. Que
la gente se preocupara por su ocio y dejara a los “iniciados” las grandes
cuestiones político-económicas. Era necesario impulsar la “industria cultural”
para que ocupara cada vez parcelas más grandes en el ocio del ciudadano. Dado que,
en aquella época, los 70 y principios de los 80, la opinión de Brzezinsky y de
la Trilateral, indicaban tendencias que había que seguirlas imperativamente.
Los años 80 registraron la eclosión de las televisiones privadas. Se
creía que la ampliación del mercado televisivo iba a repercutir positivamente
en la oferta: los distintos canales intentarán ser lo más competitivos posibles
y esto llevará a una elevación en la calidad de los contenidos. Ocurrió,
justamente, lo contrario: la aparición de las Mama-chicho, precedente de
la telebasura que nos invadió a partir de ese momento, fue el primer aviso de
que las cosas no iban en la dirección prevista.
Con el tiempo, entre la publicidad institucional de los canales
públicos nacionales y regionales habituales del peloteo y lisonja para quien
ocupara el poder, difusores de basura política, los canales generalistas se
convirtieron en vendedores de telebasura.
Menos mal que aprendimos a “bajar” series y películas a través de
programas como el primigenio Napster (que duró poco) y el eMule. Hubo protestas de las productoras y el presidente ZP, siempre
atento a las exigencias de los “grandes” se le ocurrió imponer un canon a los soportes
de reproducción: desde pendrives, hasta DVDs, pasando por discos duros,
tarjetas de memoria, etc.
La medida no sirvió para mucho: ni era lógica (mucho de este
material se utilizaba para trabajos que no tenían nada que ver con el pirateo),
ni resolvió nada. Las multinacionales siguieron presionando:
querían que se criminalizara a los que utilizaban programas de intercambio de
archivos. Prohibición, palo y tentetieso. ZP no llegó a tanto: ni tenía
carácter para ello, ni se atrevía a la vista de que buena parte del electorado
utilizaba estos sistemas para piratear música, películas, series y videojuegos.
En un momento en el que España afrontaba el vía crucis de la crisis de
2007-2011, solamente faltaba eso para añadir otro factor al descontento
nacional y que “los indignados” además tuvieron otro motivo para estarlo.
La técnica solucionó el problema. A fin de cuentas, con el
tiempo, algunos nos planteamos si no sería mejor tener acceso a plataformas que
ofrecieran en su catálogo series y películas, sin necesidad de tener que
buscarlas, “bajarlas” de las plataformas más insospechadas, con calidades
dudosas. Y decidimos “abonarnos” a las distintas plataformas especializadas.
Se había iniciado la “época de los streamings”. Netflix fue la que partió
primero y, por tanto, la que experimentó el primer tirón global en todo el
mundo. Luego seguirían otras y ahora son decenas las que compiten en ese
mercado.
Pero esto ha generado un problema. O, mejor, varios.
LOS PROBLEMAS EVIDENCIADOS EN 2017:
BAJADA DE CALIDAD Y
ADOCTRINAMIENTO
Por un lado, cantidad y calidad están siempre en razón inversa: la
calidad exige detenimiento, trabajo artesanal, perfeccionamiento y sentido de
la “obra bien hecha”; pero, la cantidad sugiere necesariamente prisa, amontonamiento,
calidad mediocre, productos elaborados sin refinado de guiones ni controles de
calidad. Y, el problema era que el abonado medio a estas plataformas, cada día,
miraba novedades; si no las encontraba, pasaba a otra plataforma y se daba de
baja. De ahí que, durante diez años, los streamings hicieran la vista gorda
ante los distintos perfiles incluidos en cada uno de sus abonados. A cambio,
para ofrecer más y más novedades, se fueron acostumbrando a importar y producir
series de ínfima calidad, horribles.
Netflix es el paradigma del catálogo inextricable en donde todo
está pensado para absorber el tiempo del abonado en búsquedas que podrían facilitarse
mediante un buscador y mediante filtros. Pero, uno de los antiguos presidentes
de Netflix había establecido la pauta cuando dijo “mi gran enemigo es el
sueño del abonado; cuando no duerme se trata de que esté en Netflix viendo o
buscando”.
A esta caída de calidad se unió en 2017 otro factor: las “agendas
progresistas”. Dado que existían nexos entre los sectores empresariales e
inversores que proponían estas “agendas” (desde las big tech o “dinero nuevo”,
hasta las viejas dinastías económicas especulativas, el “dinero viejo”), los
streamings se convirtieron en “transmisores” de los principios incluidos en las
“agendas” (agenda feminista, agenda abortista, agenda gay, agenda LBGTIQ+,
agenda medioambiental, agenda woke, etc, etc, etc.). Los streamings se
convirtieron en el canal más frecuente para adoctrinar en la “corrección política”
y en el “progresismo”. Bruscamente, entre 2017 y 2018, se percibió en los streamings
esta nueva orientación.
El resultado fue que, los guionistas y creadores, además de
estar presionados por el tiempo y tener que rebajar la calidad y el refinado de
sus productos, se vieron compelidos por el refajo de la corrección política: su
creatividad ya no iba en sentido libre, sino que era encarrilada por las rutas
del progresismo, las agendas y la corrección política. El resultado fue que
los streamings empezaron a difundir “doctrina basura”.
EN 2022 TODO EMPEZÓ A CAMBIAR
SIEMPRE NOS QUEDARÁN LAS APPS DE INTERCAMBIO DE ARCHIVOS
A principios de 2022, se produjeron fenómenos que pasaron
desapercibidos para la opinión pública, pero que, sin embargo, indicaban un
cambio de tendencia: el número de abonados de Netflix, por ejemplo, en lugar
de aumentar, fue disminuyendo. Los que se daban de baja superaban
preocupantemente a las nuevas altas. En otros streamings, el fenómeno irrumpió.
En principio los responsables de estas empresas atribuyeron sus mermas al
trasvase de abonados de una plataforma a otra. Luego resultó que las estadísticas
y las investigaciones sociológicas demostraron que los abonados estaban hartos
de pagar mensualmente una cuota que les reportaba pocas satisfacciones.
Los deseos de adoctrinamiento y las consiguientes rebajas en las
calidades de lo producido eran tales que muchos se negaban a pagar. ¿Dónde iban?
Retornaban a las plataformas de intercambio de archivos. Emule, que en la
década anterior se había reducido a ser una herramienta para intercambiar PDFs
y libros, bruscamente volvió a ser lo que había sido al principio: un foro para
obtener en pocos minutos cualquier seria -en los últimos 10 años las
velocidades de la fibra óptica habían mejorado y permitían que una película de
90 minutos que, diez años antes de descargaba en cuatro o seis horas, ahora fuera
casi inmediata. Y, por otra parte, los “torrents” habían mejorado también. Cada
vez que el gobierno de turno cerraba uno, se abría otro. Hoy, incluso coexisten
cuatro o cinco clones de la misma plataforma que, en caso de ser bloqueada
judicialmente, volvería a estar operativa en otros cuatro o cinco direcciones
web al día siguiente… Ahí van a parar los dimisionarios de los streamings.
A todo esto, se ha unido el resultado de la inflación, la crisis
económica y el encarecimiento de la vida. Una familia media, puede gastar en
streaming al final de la pandemia, entre 50 y 100 euros en abonos a los
distintos streamings. Hoy, esta cantidad son muchos los que consideran que es
excesiva para ocio en un momento de crisis y alzas descontroladas en productos
de primera necesidad. Si hay que renunciar a algo que sea a parcelas de ocio.
Lo cierto es que, entre los “torrents” y eMule, las series que
realmente valen la pena ver, están presentes desde el mismo día del estreno.
Sí, ya sé que se atenta contra los “creadores” y que es “ilegal”. Pero hay
tantas cosas ilegales en nuestra desgraciada época que no sé porqué uste y yo
deberíamos ser los únicos que nos preocupásemos por la legalidad.
Lo que los streamings quieren en este momento es adoctrinarnos y
que, además, seamos nosotros los que paguemos la factura. Lo dicho: “hacer de
putas y pagar la cama”. HAY QUE DECIR BASTA.
Hay que hacer entrar en cintura a los streamings: si quieren
adoctrinar, si quieren sepultarnos con un aluvión de productos basura, poco o
mal elaborados y en absoluto refinados, que se atengan a las consecuencias.
La exigencia de Netflix de que los distintos perfiles del mismo
abonado estén incluidos en la misma vivienda, va a hacer que el problema salga
a la superficie de manera brutal. Es un buen momento para que los streamings
rectifiquen: MAS CALIDAD, MENOS ADOCTRINAMIENTO.
El Vuze para tener acceso a los “torrents” es una aplicación que
se instala con suma facilidad. Emule cuesta algo más, pero en internet hay
tutoriales que basta con seguirlos para beneficiarnos de millones de archivos
gratuitos y de actualidad. Basta con mirar un calendario de series
(el de El País es aceptable y ahí podemos ver lo que nos interesa y lo
que no) y buscarlo con más rapidez en Vuze o en eMule: LIBREMENTE, SIN IMPOSICIONES
ADOCTRINADORAS, SIN INTELIGENCIA ARTIFICIAL QUE NOS CONDICIONES, SIN PAGAR POR
BASURA…
“Si quieres que te pague, dame calidad y no me des basura adoctrinadora”, tal debería ser el “motivo” que alegar cuando nos demos de baja en los streamings. Hoy es una alta obligación moral.