lunes, 3 de octubre de 2022

“IDEOLOGIA WOKE”, MÁS ALLÁ DE LA IDEOLOGIA LGTBIQ+ (I de II)

Zeus y Aquiles interpretado por actores negros, los Elfos de Tolkien nativos de África y sus Enanos casados con africanas, blancos que se arrodillan públicamente ante negros pidiéndoles perdón por ofensas cometidas por otros, un 60% de anuncios de televisión en los que cualquier producto se vende propuesto por figurantes negros, incluso en países en los que son una ínfima minoría (y, sin contar que Nigeria desde el 1º de octubre de 2022, prohíbe publicidad en la que aparezcan blancos), defensa cerrada de la “cultura africana” y petición de subsidios para los nacidos afroamericanos, estén donde estén, por compensación a los latrocinios -reales o supuestos- cometidos contra ellos… Todo esto, que parece haberse descontrolado en los últimos cuatro años, forma parte de la “ideología woke”. En estos tiempos de política-basura, cine basura, comida-basura, los nuevos productos ideológicos, como éste, promovidos por activistas estridentes, apoyados por centros de poder económicos, no puede sino ser calificada como otra muestra más de ideología basura.

Vale la pena adentrarnos un poco en su historia para tener en cuenta este nuevo producto que viene a unirse a otros de similar calado suficientemente conocidos por las siglas LGTBIQ+.

Ponga un negro en su vida, para que su vida valga algo”, así podría resumirse el mensaje que nos envía este nuevo producto ideológico-adoctrinador. Pero ¿por qué africanos y no asiáticos? ¿Por qué no “ponga un chino en su vida”? ¿o se pida perdón a los vietnamitas por los bombardeos de los B-52 americanos? Este es el primer misterio a explicar. A éste seguirán otras preguntas. Al contestarlas, esperamos que el lector tenga una visión completa y clara de este nuevo subproducto de la ideología-basura.

Antes que nada, queremos expresar que ni somos racistas, ni hemos expresado comportamientos de este tipo. Reconocemos nuestra incompatibilidad con el criterio de “igualdad”, un concepto que nos resulta imposible de compartir en la medida en que en la naturaleza orgánica vemos solamente “desigualdad”. Por tanto, tenemos a las “razas humanas” como fundamentalmente desiguales unas en relación a las otras. ¿”Superioridad” de unas razas en relación a otras? Ese es un concepto relativo y subjetivo,discutible. “Diferencia”, en cambio, es un concepto objetivo, casi un axioma matemático que no precisa demostración por su evidencia.

Sí, porque las razas existen. No existe una “raza humana”, sino una “especie humana”, por mucho que hoy los popes de la mundialización y del igualitarismo a ultranza quieran imponer el criterio de que “las razas no existen” (vale la pena ver la edición de Wikipedia en castellano, en el término “raza”, en donde, en lugar de explicarse lo que es la “raza” se niega, simplemente, su existencia. Las protestas están incluidas en la “Discusión” y son significativas…), basándose -al igual que en lo relativo al sexo- en que las “razas” son un concepto “social”, pero no científico… La única base para esta argumentación es que existe un “consenso científico” para negar su existencia… Así pues, la ciencia se construye a base de “consensos” y no de realidades objetivas demostrables según el método científico.

Incluso el concepto “etnia” es cuestionado en Wikipedia: no existen -se dice textualmente- “grupos étnicos”, solamente “grupos”…  La “gran enciclopedia mundial” que pretendió ser Wikipedia se ha quedado solamente como expresión de la “corrección política”, apisonadora de las identidad y basurero ideológico-adoctrinador de todas las formas de progresismo, cuyo último producto es la “ideología woke”.

¿Por qué africanos y no asiáticos?

Una muestra del racismo implícito en el progresismo es, precisamente, que Aquiles, el de “los pies ligeros” o Zeus, “el padre de los dioses del Olimpo”, son representados en la serie Troya por actores de color negro. Otro tanto ocurre con la protagonista de Ana Bolena. Y, en La princesa española, nos llevamos la sorpresa de que el séquito de la hija de los Reyes Católicos que llega a la Inglaterra del siglo XV está compuesta por magrebíes y subsaharianos. La inclusión de una “jarl” negra como jefa de una tribu de vikingos daneses medievales, en la serie Vikingos Valhalla, resulta, así mismo, casi un chiste. Hemos visto, igualmente -serie Britannia- a antiguos pobladores de las islas Británicas, negros. Por no hablar de legionarios romanos negros aparecidos en varias series, justificados por la progresía porque el emperador Lucio Septimio Severo era “africano” (nacido en África, habría que corregir, o mejor dicho, en Numidia), dejando deslizar que “era negro”: en absoluto, su ascendencia era itálica por parte de madre y púnico-bereber, por su padre; hay muchas estatuas del Emperador testigos de su origen étnico). Y en cuanto a los gladiadores del circo “negros”, debió haberlos… a título de excepciones. Constituye una falta de respeto hacia la historia presentar el “multiculturalismo” de hoy como presente siempre en la historia.

Lo mismo cabría decir de ofensiva versión de la serie Los anillos del poder, respecto a la obra de Tolkien, incluyendo en todas las razas de la Tierra Media a algún africano. Y esto último es lo que ha desatado una polémica mundial sobre un tema que no es nuevo sino que viene proliferando desde hace cinco años.

Lo racista viene a cuento de que SIEMPRE se trata de interpolaciones de africanos en tiempos míticos o históricos en los que, el subsahariano era completamente desconocido en Europa, pero ¿por qué esos papeles no son representados por algún actor hindú (que los hay y muy buenos), ¿cuándo veremos a un chino en el papel de Homero o a un coreano interpretando al Barón de Sandwich, a Carlomagno o al Don Favila? Y lo que es más ¿para cuándo un biopic de Nelson Mandela interpretado, pongamos, por Brad Pitt y a un Martin Luther King por algún actor traído de Bollybood? ¿Qué impide que los orientales, los arios de la India, los mongoles de las estepas y los aborígenes sudamericanos reivindiquen roles de Alejandro Magno, César Borgia o del Papa Juan Pablo II? A fin de cuentas, si “no existen razas”, como nos cuentan los antropólogos subsidiados por la Fundación Rockefeller y si de lo que se trata es de elegir buenos actores para asumir papeles, por encima de su raza, ¿qué esperan los productores para acceder a estas peticiones de un cinéfilo y seriéfilo empedernido como el que suscribe? Y si tenemos en cuenta la publicidad, ¿qué esperan las grandes marcas para anunciarse mediante otras razas diferentes de la negra? ¿Por qué el 60% de anuncios están monopolizados por africanos hasta el punto de que las agencias que en Barcelona se dedican a la contratación de actores para publicidad, desde hace un año, admiten, casi en exclusiva, a figurantes negros?

No es, desde luego, por ninguna razón antropológica o cultural, ni siquiera por la negación de la cultura y la antropología, sino porque, en su racismo, estos progresistas, consideran que la raza negra es la más alejada de la blanca y, por tanto, si se logra hacer pasar a Zeus, Aquiles, los legionarios romanos, el séquito de la hija de los reyes católicos, Ana Bolena, a la princesa de Eboli o a un Elfo tolkieniano, por negro, se habrá operado la “superación de todo racismo”. Un indoario o un oriental no sirven para esto. No generan reacciones. No parece que entre ellos y un “blanco” exista el mismo abismo antropológico que el existente con un subsahariano.

Millones los europeos practican yoga o Zen, filosofías y prácticas llegadas del otro extremo del globo. Ravi Shankar suscitó entusiasmos con la música de su sitar. No ocurre lo mismo con el candomblé de Bahía traído directamente de las profundidades del continente negro o con el vudú afrocaribeño, muestras de una espiritualidad extática. No es lo mismo la música de tam-tam o de bongos, que el jazz. La primera es música específicamente subsahariana, la segunda música negra norteamericana, apoyada por instrumentos de origen europeo (trompeta, saxo, trombón, clarinete, contrabajo y baterias). Hay, por tanto, diferencias y muy notables. El Zen es filosofía oriental que tiene su reflejo en el estoicismo romano, pero no hay equivalente al vudú, al candomblé o al palo-mayombé en nuestra cultura. El África subsahariana es un punto y aparte en la historia de la humanidad.

Es cierto que existen huellas de canibalismo en todas las culturas, incluidas las europeas (ver el artículo en este blog “Comeos los unos a los otros…” La religión del canibalismo y el sacrificio humano)… pero en Europa esa práctica fue abandonada entre 2.500 y 3.000 años, mientras que periódicamente reaparece en África, especialmente en zonas interiores del continente en donde jamás ha sido desterrada del todo). Este es el primer problema: que los europeos somos “culpables” de haber colonizado África. ¿Nos vamos a quejar los mediterráneos de las invasiones dóricas y aqueas llegadas del norte o de los movimientos de las tribus germánicas de Este a Oeste? Las aceptamos como "movimientos históricos". Sin embargo, solamente los "movimientos históricos" realizados por europeos son hoy censurados. De los españoles en América y de la colonización del XIX. Pero lo cierto es que, gracias a la colonización, el África subsahariana superó el neolítico. Y, probablemente, había africanos que se sentían más cómodos en el neolítico que dentro de la “civilización occidental” que, no era la suya y así hubieran querido permanecer.

El mundialismo ve las cosas de una manera muy diferente: de lo que se trata para los popes del mundialismo, no es de que la raza subsahariana comparta las filosofías, las costumbres, las formas religiosas, los hábitos culturales que han sido propias de la “raza blanca”, sino más bien de que sea la “raza blanca” la que comparta el patrimonio subsahariano. ¿Y cuál es este patrimonio? Este es el gran problema: que ese patrimonio es tan menguado, atávico y difícil de definir, que apenas resulta compatible con la modernidad.

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La inmigración ha terminado por complicarlo todo. Mientras cada raza tenía un continente que consideraba propio, no era necesario realizar “equilibrios”: se enseñaba la historia del Reino Unido a los alumnos anglosajones, con todas las exageraciones y deformaciones que se quiera, pero que, más o menos, se aproximaba a lo que había sido, sin esperpentos, sin falsificaciones, sin adulteraciones flagrantes y sin llegar a “situaciones buenistas” ridículas. Hoy esto es muy difícil: en Londres, la mayoría de población ya no es anglosajona: ¿qué le importa a un londinense de origen nigeriano la historia de Cromwell o el ciclo del Grial o el Muro de Adriano? No se enseñan, porque ningún “nuevo londinense” se identifica con estas temáticas. Por lo mismo: ¿qué puede experimentar un alumno de color o un magrebí en España cuando se le cuenta la historia de la Reconquista, el estoicismo romano, los emperadores romanos de origen español o las guerras carlistas? No es raro que genere hostilidad o, simplemente, les deje fríos: “No tenemos nada que ver con eso”. Lo que niegan los progres, lo tienen muy claro aquellos a los que quieren proteger: porque, para la inmigración. la raza no solamente existe, sino que constituye el primer factor identitario, por encima de la religión (lo que explica, sin ir más lejos, que haya mezquitas para árabes y mezquitas para subsaharianos, diferenciadas por completo). "Lo étino", es lo que cuenta el rapero Morad, nacido en Hospitalet de Llobregat pero que se siente sólo marroquí (y está dispuesto a demostrarlo). El “choque cultural” es lo que desestabiliza el mito de que “las razas no existen”. Por tanto -sugieren los progres-, hay que orillar los conceptos de “raza” y “etnia” y actuar como si no existieran. Y, mejor demostrarlo con un negro, que el racismo implícito de los progres considera como "lo más alejado de un blanco”, que con un oriental o un indoario.

Además, lo limitado y tribal de las culturas africanas constituye el gran aliciente para el mundialismo: si se logra que las culturas occidentales y cualquier otra, renuncien a su patrimonio cultural y vayan adoptando usos y costumbres subsaharianas, esto garantizará menores resistencias a su proyecto de lograr una población obediente, sin pasado, sin tradición y sin ambiciones, con una cultura sumaria. Con unas estructuras sociales muy débiles, con la tribu como “dimensión comunitaria”, una sexualidad compulsiva, pasividad inherente a                                                                                                                                                                             los calores de la sabana africana, es el “modelo social” ambicionado por el “nuevo orden mundial”: el que ofrece menos resistencias a su implantación.

Es cierto que, también en África, existen gradaciones y distintos niveles culturales: se suele citar a la cultura de los dogones como la más alta expresión de las culturas subsaharianas. Pero los dogones no fueron nunca más de 25.000, según unos, 400.000 para otros y 800.000 para los más optimistas, en cualquier caso, una minoría entre los 1.200.000.000 de subsaharianos; su religión es un animismo en el que la estrella Sirius ocupa un papel importante, practican la ablación genital femenina y algunos antropólogos opinan que sus conocimientos astronómicos han sido sobrevalorados erróneamente. Pero, si aceptamos como bueno todo lo que se ha escrito sobre los dogones, aceptaremos también que se trata de una “excepción africana”.

Lo contradictorio es que el subsahariano valora especialmente el factor racial hasta el punto de que para el africano, el “color” es lo importante y sirve para situar en una capa social concreta. A más “negritud”, corresponde a una escala social más baja. Esta escala abarca desde el color achocolatado, situado en la cúspide social, hasta el negro con un tono de piel próximo al código hexadecimal #000000. Entre los distintos tonos, abismos de desigualdad. Nosotros mismos, que conocemos relativamente bien África, podemos dar cuenta de que el racismo está presente allí de manera absolutamente lacerante para el ser humano de tonalidad más oscura, víctima de racismo por parte de africanos de todos los tonos de color más claros. Quien conoce África sabe que decimos la verdad.

La globalización quiere “negrificar” nuestro espíritu. No aspira a “indoarinizar”, “ni japonizarnos”, “ni a asiatizar”, no pretende que cambiemos la mitología greco-latina por la hindú, ni el estoicismo por el zen, o el humanismo por el budismo. Aspira a que perdamos nuestra identidad cultural en beneficio de una cultura subsahariana en la que el pansexualismo, el naturalismo primitivista, y la mentalidad tribal sean las dominantes. Tanto el Zen como los Vedas o el Buda Sakyamuni, enseñan a controlar la sexualidad y a vivirla plenamente. El subsahariano, en cambio, aspira a una ejercicio naturalista y fálico de la sexualidad (machista si queremos utilizar una terminología progresista). La música del sitar o la música zen, incluso el simple gong de los monasterios orientales, inducen a la meditación y a la interiorización; el tam-tam africano, retumba en nuestro interior y solamente favorece la posesión extática, en el curso de la cual se pierde el sentido de la personalidad.

¿Se va entendiendo porque el mundialismo privilegia a lo subsahariano por encima de cualquier otro conjunto étnico-racial?