Zeus y Aquiles interpretado por actores negros, los Elfos de Tolkien
nativos de África y sus Enanos casados con africanas, blancos que se arrodillan
públicamente ante negros pidiéndoles perdón por ofensas cometidas por otros, un
60% de anuncios de televisión en los que cualquier producto se vende propuesto
por figurantes negros, incluso en países en los que son una ínfima minoría (y,
sin contar que Nigeria desde el 1º de octubre de 2022, prohíbe publicidad en la
que aparezcan blancos), defensa cerrada de la “cultura africana” y petición de
subsidios para los nacidos afroamericanos, estén donde estén, por compensación a los latrocinios -reales o supuestos- cometidos contra ellos… Todo esto,
que parece haberse descontrolado en los últimos cuatro años, forma parte de la “ideología
woke”. En estos tiempos de política-basura, cine basura, comida-basura, los
nuevos productos ideológicos, como éste, promovidos por activistas estridentes,
apoyados por centros de poder económicos, no puede sino ser calificada como otra
muestra más de ideología basura.
Vale la pena adentrarnos un poco en su historia para tener en
cuenta este nuevo producto que viene a unirse a otros de similar calado
suficientemente conocidos por las siglas LGTBIQ+.
“Ponga un negro en su vida, para que su vida valga algo”,
así podría resumirse el mensaje que nos envía este nuevo producto
ideológico-adoctrinador. Pero ¿por qué africanos y no asiáticos? ¿Por qué no
“ponga un chino en su vida”? ¿o se pida perdón a los vietnamitas por los
bombardeos de los B-52 americanos? Este es el primer misterio a explicar. A
éste seguirán otras preguntas. Al contestarlas, esperamos que el lector tenga
una visión completa y clara de este nuevo subproducto de la ideología-basura.
Antes que nada, queremos expresar que ni somos racistas, ni hemos
expresado comportamientos de este tipo. Reconocemos nuestra incompatibilidad
con el criterio de “igualdad”, un concepto que nos resulta imposible de
compartir en la medida en que en la naturaleza orgánica vemos solamente “desigualdad”.
Por tanto, tenemos a las “razas humanas” como fundamentalmente desiguales unas
en relación a las otras. ¿”Superioridad” de unas razas en relación a otras? Ese
es un concepto relativo y subjetivo,discutible. “Diferencia”, en cambio, es un concepto
objetivo, casi un axioma matemático que no precisa demostración por su
evidencia.
Sí, porque las razas existen. No existe una “raza humana”, sino
una “especie humana”, por mucho que hoy los popes de la mundialización y del
igualitarismo a ultranza quieran imponer el criterio de que “las razas no existen”
(vale la pena ver la edición de Wikipedia en castellano, en el término “raza”,
en donde, en lugar de explicarse lo que es la “raza” se niega, simplemente, su
existencia. Las protestas están incluidas en la “Discusión” y son significativas…),
basándose -al igual que en lo relativo al sexo- en que las “razas” son un
concepto “social”, pero no científico… La única base para esta
argumentación es que existe un “consenso científico” para negar su
existencia… Así pues, la ciencia se construye a base de “consensos” y no de
realidades objetivas demostrables según el método científico.
Incluso el concepto “etnia” es cuestionado en Wikipedia: no
existen -se dice textualmente- “grupos étnicos”, solamente “grupos”… La “gran enciclopedia mundial” que pretendió
ser Wikipedia se ha quedado solamente como expresión de la “corrección política”,
apisonadora de las identidad y basurero ideológico-adoctrinador de todas las
formas de progresismo, cuyo último producto es la “ideología woke”.
¿Por qué africanos y no asiáticos?
Una muestra del racismo implícito en el progresismo es,
precisamente, que Aquiles, el de “los pies ligeros” o Zeus, “el padre de los
dioses del Olimpo”, son representados en la serie Troya
por actores de color negro. Otro tanto ocurre con la protagonista de Ana
Bolena. Y, en La
princesa española, nos llevamos la sorpresa de que el séquito de la
hija de los Reyes Católicos que llega a la Inglaterra del siglo XV está
compuesta por magrebíes y subsaharianos. La inclusión de una “jarl” negra
como jefa de una tribu de vikingos daneses medievales, en la serie Vikingos
Valhalla, resulta, así mismo, casi un chiste. Hemos visto,
igualmente -serie Britannia-
a antiguos pobladores de las islas Británicas, negros. Por no hablar de
legionarios romanos negros aparecidos en varias series, justificados por la progresía
porque el emperador Lucio Septimio Severo era “africano” (nacido en África,
habría que corregir, o mejor dicho, en Numidia), dejando deslizar que “era
negro”: en absoluto, su ascendencia era itálica por parte de madre y
púnico-bereber, por su padre; hay muchas estatuas del Emperador testigos de su
origen étnico). Y en cuanto a los gladiadores del circo “negros”, debió
haberlos… a título de excepciones. Constituye una falta de respeto hacia la
historia presentar el “multiculturalismo” de hoy como presente siempre en la
historia.
Lo mismo cabría decir de ofensiva versión de la serie Los
anillos del poder, respecto a la obra de Tolkien, incluyendo en todas
las razas de la Tierra Media a algún africano. Y esto último es lo que ha
desatado una polémica mundial sobre un tema que no es nuevo sino que viene
proliferando desde hace cinco años.
Lo racista viene a cuento de que SIEMPRE se trata de
interpolaciones de africanos en tiempos míticos o históricos en los que, el
subsahariano era completamente desconocido en Europa, pero ¿por qué esos
papeles no son representados por algún actor hindú (que los hay y muy buenos), ¿cuándo
veremos a un chino en el papel de Homero o a un coreano interpretando al Barón
de Sandwich, a Carlomagno o al Don Favila? Y lo que es más ¿para cuándo un
biopic de Nelson Mandela interpretado, pongamos, por Brad Pitt y a un Martin
Luther King por algún actor traído de Bollybood? ¿Qué impide que los
orientales, los arios de la India, los mongoles de las estepas y los aborígenes
sudamericanos reivindiquen roles de Alejandro Magno, César Borgia o del Papa
Juan Pablo II? A fin de cuentas, si “no existen razas”, como nos cuentan los
antropólogos subsidiados por la Fundación Rockefeller y si de lo que se trata
es de elegir buenos actores para asumir papeles, por encima de su raza, ¿qué
esperan los productores para acceder a estas peticiones de un cinéfilo y
seriéfilo empedernido como el que suscribe? Y si
tenemos en cuenta la publicidad, ¿qué esperan las grandes marcas para
anunciarse mediante otras razas diferentes de la negra? ¿Por qué el 60% de
anuncios están monopolizados por africanos hasta el punto de que las agencias
que en Barcelona se dedican a la contratación de actores para publicidad, desde
hace un año, admiten, casi en exclusiva, a figurantes negros?
No es, desde luego, por ninguna razón antropológica o cultural, ni siquiera por la negación de la cultura y la antropología, sino porque, en su racismo, estos progresistas, consideran que la raza negra es la más alejada de la blanca y, por tanto, si se logra hacer pasar a Zeus, Aquiles, los legionarios romanos, el séquito de la hija de los reyes católicos, Ana Bolena, a la princesa de Eboli o a un Elfo tolkieniano, por negro, se habrá operado la “superación de todo racismo”. Un indoario o un oriental no sirven para esto. No generan reacciones. No parece que entre ellos y un “blanco” exista el mismo abismo antropológico que el existente con un subsahariano.
Millones los europeos practican yoga o Zen, filosofías y
prácticas llegadas del otro extremo del globo. Ravi Shankar suscitó entusiasmos
con la música de su sitar. No ocurre lo mismo con el candomblé de Bahía traído directamente de las profundidades del continente negro o con el
vudú afrocaribeño, muestras de una espiritualidad extática. No es lo mismo la
música de tam-tam o de bongos, que el jazz. La primera es música específicamente
subsahariana, la segunda música negra norteamericana, apoyada por instrumentos de
origen europeo (trompeta, saxo, trombón, clarinete, contrabajo y baterias). Hay, por tanto, diferencias y muy notables. El Zen es
filosofía oriental que tiene su reflejo en el estoicismo romano, pero no hay equivalente
al vudú, al candomblé o al palo-mayombé en nuestra cultura. El África
subsahariana es un punto y aparte en la historia de la humanidad.
Es cierto que existen huellas de canibalismo en todas las
culturas, incluidas las europeas (ver el artículo en este blog “Comeos
los unos a los otros…” La religión del canibalismo y el sacrificio humano)…
pero en Europa esa práctica fue abandonada entre 2.500 y 3.000 años, mientras
que periódicamente reaparece en África, especialmente en zonas interiores del
continente en donde jamás ha sido desterrada del todo). Este es el primer
problema: que los europeos somos “culpables” de haber colonizado África. ¿Nos vamos a quejar los mediterráneos de las invasiones dóricas y aqueas llegadas del norte o de los movimientos de las tribus germánicas de Este a Oeste? Las aceptamos como "movimientos históricos". Sin embargo, solamente los "movimientos históricos" realizados por europeos son hoy censurados. De los españoles en América y de la colonización del XIX. Pero lo cierto es que, gracias a la colonización, el África subsahariana superó el neolítico. Y, probablemente, había africanos que se sentían
más cómodos en el neolítico que dentro de la “civilización occidental” que, no era la suya y así hubieran querido permanecer.
El mundialismo ve las cosas de una manera muy diferente: de lo que se trata para los popes del mundialismo, no es de que la raza subsahariana comparta las filosofías, las costumbres, las formas religiosas, los hábitos culturales que han sido propias de la “raza blanca”, sino más bien de que sea la “raza blanca” la que comparta el patrimonio subsahariano. ¿Y cuál es este patrimonio? Este es el gran problema: que ese patrimonio es tan menguado, atávico y difícil de definir, que apenas resulta compatible con la modernidad.
La inmigración ha terminado por complicarlo todo. Mientras cada
raza tenía un continente que consideraba propio, no era necesario realizar “equilibrios”:
se enseñaba la historia del Reino Unido a los alumnos anglosajones, con todas
las exageraciones y deformaciones que se quiera, pero que, más o menos, se
aproximaba a lo que había sido, sin esperpentos, sin falsificaciones, sin
adulteraciones flagrantes y sin llegar a “situaciones buenistas” ridículas. Hoy
esto es muy difícil: en Londres, la mayoría de población ya no es
anglosajona: ¿qué le importa a un londinense de origen nigeriano la historia de
Cromwell o el ciclo del Grial o el Muro de Adriano? No se enseñan, porque
ningún “nuevo londinense” se identifica con estas temáticas. Por lo mismo: ¿qué
puede experimentar un alumno de color o un magrebí en España cuando se le
cuenta la historia de la Reconquista, el estoicismo romano, los emperadores romanos de origen español o las guerras carlistas? No es raro que genere
hostilidad o, simplemente, les deje fríos: “No tenemos nada que ver con eso”.
Lo que niegan los progres, lo tienen muy claro aquellos a los que quieren
proteger: porque, para la inmigración. la raza no solamente existe, sino que constituye
el primer factor identitario, por encima de la religión (lo que explica,
sin ir más lejos, que haya mezquitas para árabes y mezquitas para
subsaharianos, diferenciadas por completo). "Lo étino", es lo que cuenta el rapero Morad, nacido en Hospitalet de
Llobregat pero que se siente sólo marroquí (y está dispuesto a demostrarlo). El “choque
cultural” es lo que desestabiliza el mito de que “las razas no existen”. Por
tanto -sugieren los progres-, hay que orillar los conceptos de “raza” y “etnia” y actuar como si no
existieran. Y, mejor demostrarlo con un negro, que el racismo implícito de los
progres considera como "lo más alejado de un blanco”, que con un oriental o un indoario.
Además, lo limitado y tribal de las culturas africanas constituye el gran aliciente para el mundialismo: si se logra que las culturas occidentales y cualquier otra, renuncien a su patrimonio cultural y vayan adoptando usos y costumbres subsaharianas, esto garantizará menores resistencias a su proyecto de lograr una población obediente, sin pasado, sin tradición y sin ambiciones, con una cultura sumaria. Con unas estructuras sociales muy débiles, con la tribu como “dimensión comunitaria”, una sexualidad compulsiva, pasividad inherente a los calores de la sabana africana, es el “modelo social” ambicionado por el “nuevo orden mundial”: el que ofrece menos resistencias a su implantación.
Es cierto que, también en África, existen gradaciones y distintos niveles culturales: se suele citar a la cultura de los dogones como la más alta expresión de las culturas subsaharianas. Pero los dogones no fueron nunca más de 25.000, según unos, 400.000 para otros y 800.000 para los más optimistas, en cualquier caso, una minoría entre los 1.200.000.000 de subsaharianos; su religión es un animismo en el que la estrella Sirius ocupa un papel importante, practican la ablación genital femenina y algunos antropólogos opinan que sus conocimientos astronómicos han sido sobrevalorados erróneamente. Pero, si aceptamos como bueno todo lo que se ha escrito sobre los dogones, aceptaremos también que se trata de una “excepción africana”.
Lo contradictorio es que el subsahariano valora especialmente el
factor racial hasta el punto de que para el africano, el “color” es lo
importante y sirve para situar en una capa social concreta. A más “negritud”,
corresponde a una escala social más baja. Esta escala abarca desde el color achocolatado,
situado en la cúspide social, hasta el negro con un tono de piel próximo al
código hexadecimal #000000. Entre los distintos tonos, abismos de desigualdad.
Nosotros mismos, que conocemos relativamente bien África, podemos dar cuenta de
que el racismo está presente allí de manera absolutamente lacerante para el ser
humano de tonalidad más oscura, víctima de racismo por parte de africanos de todos
los tonos de color más claros. Quien conoce África sabe que decimos la verdad.
La globalización quiere “negrificar” nuestro espíritu. No aspira a
“indoarinizar”, “ni japonizarnos”, “ni a asiatizar”, no pretende que cambiemos
la mitología greco-latina por la hindú, ni el estoicismo por el zen, o el
humanismo por el budismo. Aspira a que perdamos nuestra identidad cultural en
beneficio de una cultura subsahariana en la que el pansexualismo, el naturalismo
primitivista, y la mentalidad tribal sean las dominantes. Tanto el Zen como los Vedas o el Buda Sakyamuni, enseñan a
controlar la sexualidad y a vivirla plenamente. El subsahariano, en cambio,
aspira a una ejercicio naturalista y fálico de la sexualidad (machista si queremos utilizar una terminología progresista). La música del
sitar o la música zen, incluso el simple gong de los monasterios orientales, inducen a la
meditación y a la interiorización; el tam-tam africano, retumba en nuestro interior y
solamente favorece la posesión extática, en el curso de la cual se pierde el sentido de la
personalidad.
¿Se va entendiendo porque el mundialismo privilegia a lo
subsahariano por encima de cualquier otro conjunto étnico-racial?