martes, 2 de diciembre de 2025

Tras el “año Franco”, reflexión sobre el franquismo (2) - ¿Por qué cayó el franquismo? - Guerracivilismo en el siglo XXI


6. ¿Por qué cayó el franquismo?

Hay varios motivos y ninguno de ellos es contradictorio con todos los demás. De hecho, el ciclo franquista terminó con la vida de su fundador y, por mucho que se empeñaran sus partidarios, era imposible la existencia de un “franquismo sin Franco”.

Los motivos de la desaparición del franquismo fueron, por este orden:

1) Desde mediados de los años 60 se había generado un capitalismo español, todavía débil, pero vivo y activo que respondía a las leyes del mercado. En otras palabras: el control del Estado sobre la economía fue cada vez más débil y, por tanto, se generó una economía liberal que, a medida que fue creciendo, hizo necesario el que las estructuras políticas se adaptaran a las prácticas económicas. A una economía de mercado corresponde un sistema democrático, la cara y la cruz del liberalismo: económico y político. A partir de principios de los 70, era necesario para ese capitalismo español entrar en el “Mercado Común Europeo” y eso solamente podía hacerse adoptando el mismo modelo político del resto de socios europeos.

2) El régimen franquista, a partir de mediados de los años 60 dejó de preocuparse por la “lucha cultural” y la dejó en manos de editores y asociaciones privadas -y, por tanto, de alcance limitado-, mientras que la “lucha cultural progresista” se beneficiaba del concurso de buena parte de empresas editoriales que difundieron, libremente y sin ninguna cortapisa, textos progresistas de moda en aquel momento: Marx, Engels, Lenin, Mao, Freud, Marcusse, Fromm, que -contrariamente a la leyenda proclamada por la “memoria histórica”, lejos de estar prohibidos, se vendían libremente a partir de finales de los 60. En otros terrenos del mundo de la cultura, el régimen franquista renunció en la segunda mita de los 60 a cualquier forma de lucha cultural. No es que no existieran textos, orientaciones, autores que no estuvieran en esa línea, sino que la Editora Nacional, vinculada al ministerio de Información y Turismo, prácticamente cesó actividades en el último tercio de los 60, convirtiéndose en residual. Esto explica por qué al concluir el franquismo las universidades tenían mayorías de profesores y de alumnos ubicados a la izquierda o porqué desde el primer tercio de los años 70, las escuelas normales de formación del profesorado habían caído en manos de los principios educativos del progresismo. E, incluso, por qué el PCE no encontró inconvenientes en ganarse al grueso de la industria del cine para su causa.

3) La Ley de Inversiones extranjeras de 1959, convirtió a España en un país atractivo para el capital extranjero, pero en el que todavía una parte importante de la economía estaba en manos públicas y, por tanto, ofrecía resistencia a la penetración económica extranjera. Otro tanto ocurría con la actividad de las multinacionales que solo penetraban poco a poco en nuestra economía y difícilmente podían competir con las empresas del INI en algunos terrenos. La presión del capital extranjero y de las multinacionales fue uno de los principales factores para imponer el curso de la democratización y, consiguientemente, allanar el camino hacia las Comunidades Europeas.

4) Tras Richard Nixon, la política exterior norteamericana varió: se trataba, no solo de conseguir aliados en la Guerra Fría contra la URSS, sino, además, integrarlos en la OTAN, para lo que eran preciso unas exigencias democráticas. A pesar de que Franco había firmado con Eisenhower en 1956 los acuerdos mutuos de defensa y de asistencia, veinte años después, se trataba de conectar a España (y también a los gobiernos autoritarios de Grecia y Portugal) en el dispositivo de mando de la OTAN. Así se daba “profundidad” a la Alianza. Estas nuevas orientaciones pesaron como uno losa sobre el franquismo en 1975.

5) El asesinato de Carrero Blanco dejó sin sucesor confiable a Franco. De haber sobrevivido Carrero, sin duda la transición también hubiera tenido lugar, pero de otra manera, más reposadamente y con unos plazos más largos. El asesinato de Carrero contribuyó a desmoralizar a los partidarios del régimen y a dejarles con la duda no superada de lo que ocurriría tras la muerte de Franco: el “después de Franco, las instituciones” que repetía la propaganda oficialista en los últimos años del franquismo solamente era válido si esas “instituciones” eran tuteladas por un hombre fuerte. Y estaba muy claro que el príncipe Juan Carlos ni era ese “hombre fuerte”, ni hubiera querido serlo jamás.

6) Ante todo esto, la acción de la “oposición democrática”, apenas hizo cosquillas al régimen. El PCE que tenía una estrategia y un “aparato político” curtido en la clandestinidad, financiado por la URSS y por los países del bloque comunista fieles a Moscú, era el único que disponía de estrategia y tácticas perfectamente definidas. El PSOE era una sombra de lo que fue y solamente a partir de 1972, la socialdemocracia alemana empezó a financiar a través de la Fundación Ebert al pequeño grupo de socialistas andaluces, lo suficientemente mansos y necesitados de apoyo, como para ofrecerse como una de las columnas del futuro régimen. Como ya hemos dicho, la oposición era fuerte en el medio estudiantil, en las concentraciones industriales (a través de Comisiones Obreras), entre los “intelectuales y artistas” (los “trabajadores de la cultura” impulsados sobre todo por el PCE) y en determinados ambientes del clero y de la jerarquía. Pero, en su conjunto, carecía de fuerza social suficiente como para desplazar al régimen que contaba con el apoyo, sobre todo, de la mayoría silenciosa y de los poderes fácticos. La oposición democrática fue determinante a la hora de construir una alternativa al franquismo, pero no fue, desde luego, ni remotamente, la promotora de esa alternativa.

7) En 1975, la cadena de prensa del Movimiento, llegó a tener 43 diarios, pero sus beneficios habían caído de 44.547.529 pesetas en 1966 a un déficit de 74.309.865 pesetas en 1975. Ese año cerraron los más deficitarios. Tras la muerte de Franco y especialmente a partir de 1977 se fueron subastando cabeceras (alguna de las cuales prolongó su existencia hasta 1984). En 1976, la prensa más leída en España, aparte de las cabeceras “históricas (ABC, La Vanguardia, el Correo Español) había pasado a ser la Cadena 16, el grupo PRISA y el Grupo Z, todas de reciente creación. Estos tres grupos mediáticos, influyeron decididamente en la transición, ocultando algunas informaciones, publicando otras llegadas de servicios de información nacionales y extranjeros, promoviendo una “nueva cultura” y disfrutando de una libertad de prensa sin restricciones. Todos estos grupos mediáticos, sin excepción, se preocuparon de aislar al “franquismo político” y orientar al “franquismo sociológico” hacia el voto centrista (de centro-derecha o de centro-izquierda que, desde entonces se convirtieron en las dos columnas sobre las que se edificaría el nuevo régimen).

7) Los años habían ido desgastando al franquismo, los jóvenes falangistas que en 1940 tenían 25 años, en 1975 habían superado los 60 y estaban agotando su ciclo vital. Muchas cosas habían cambiado desde 1939: las estructuras del régimen (Sindicatos, Guardia de Franco, Movimiento, Frente de Juventudes, Sección Femenina), se habían ido convirtiendo en estructuras burocráticas con escasa militancia y poco prestigio social. La transformación del “Movimiento-organización” en “Movimiento-comunión de todos los españoles en los ideales del 18 de julio” operada por la Ley Orgánica del Estado, con el fin de alejarlo de la idea de “partido único”, había contribuido a despolitizar especialmente a los jóvenes (la OJE no pasaba de ser un grupo de boy-scouts en donde la preocupación era que no parecieran ni muy falangistas, ni difundieran ideales joseantonianos que podían remitir al viejo fascismo de los años 30). Ni se buscaba, ni siquiera se querían nuevos afiliados al Movimiento o a la Guardia de Franco, en los primeros años 70. En cuanto al “asociacionismo”, con el que Carrero Blanco pretendía crear una “derecha política” frente a una “izquierda” ya organizada, tampoco contribuyó a atraer a más interesados que los que campaban intramuros del régimen. El régimen, en su conjunto, trató de despolitizarse, pero no advirtió que la “oposición democrática” politizaba toda la vida social y cultural. El “frente” que había dado vida a la coalición que apoyo la sublevación del 18 de julio, estaba, desde principios de los años 40, fracturada en los distintos grupos que la compusieron y a partir de los 60, algunas fracciones había cruzado la divisoria y se habían situado en el espacio de la “oposición democrática”. El régimen conservaba todavía base social, pero empezaba a carecer de “grupos activos”. Rápidamente, tras la muerte de Carrero, el régimen franquista, con Franco todavía vivo, inició su desmoronamiento que se acentuó el 20 de noviembre de 1975. Cada político del régimen trató de ubicarse allí donde creyó que podía beneficiarse mejor de cara al futuro. Por una parte, los “evolucionistas” del franquismo se situaron en torno a los “siete magníficos” de los que nacería Alianza Popular y el actual PP. Inicialmente, se creyó que este grupo de centro-derecha protagonizaría la transición, pero Adolfo Suárez se adelantó creando la Unión del Centro Democrático, con grupos extremadamente minoritarios, liberales, socialdemócratas, democristianos, ex funcionarios del franquismo y oportunistas sin principios, pero que contaban con el apoyo de los medios de comunicación de la época y aceleró la transición, en medio de una situación caótica que remitía a la Segunda República, pero que pudo controlar gracias a la colaboración de servicios de inteligencia norteamericanos.

Con la acción de estos siete factores, con un nuevo “jefe del Estado” a título de Rey, consciente de la situación en la que había heredado las riendas del Estado, de sus limitaciones y de la historia del último Rey de España, Alfonso XIII, que perdió el trono por haberse implicado demasiado en la política cotidiana, optó por aceptar su papel de convidado de piedra y dejar que actuaran libremente los elementos que hemos enumerado hasta aquí. Lo que tenemos hoy, el régimen político español, es el resultado de aquella transición, con la salvedad de que todos los demás elementos han variado, incluso desaparecido:

- El franquismo se desarrolló durante la Tercera Revolución Industrial (hoy vamos por la cuarta)

- Los grupos mediáticos que apoyaron la transición ya no existen (Grupo 16 desaparecido, Cadena PRISA y Grupo Z, con una influencia mucho menor que en 1976 y habiendo cambiado de titularidad).

- Los partidos de centro-derecha (PP) y centro-izquierda (PSOE) en franca pérdida de energía, con un PCE desaparecido subsumido en Izquierda Unida y luego en Sumar.

- Con un aumento progresivo del “euroescepticismo” y una desconfianza absoluta en la capacidad de la UE para generar un futuro para Europa

- Con una situación económica en la que el sector industrial ha sido mermado en beneficio del sector servicios y una agricultura desahuciada por el “pacto verde” de la UE.

- Con un déficit cercano a los dos billones de euros, una fiscalidad asfixiante, una inflación real que supera con mucho los trucajes estadísticos (especialmente en vivienda y alimentación), una caída en picado de los servicios públicos (especialmente sanidad y educación), un negro futuro para el sistema de pensiones, y, para colmo, una estructura burocrático-administrativas sin precedentes en la que se une a la administración central del Estado, las administraciones autonómicas, las diputaciones provinciales, las administraciones municipales y… los consejos comarcales en algunas autonomías. Lo que implica un gasto público desmesurado, insostenible y sin precedentes.

- Con una población de casi 50.000.000 de habitantes, de los que unos 10-12.500.000 son o bien nacidos en el extranjero, o hijos de extranjeros o extranjeros nacionalizados: esto es, una sociedad multiétnica y multirreligiosa en la que el Islam es la confesión que cuenta con más centros de culto.

- En un marco de mundialismo cultural favorecido por la ONU y sus organismos especializados, y una globalización económica inviable y partida en dos a raíz del conflicto ucraniano.

- Con una situación internacional completamente diferente a la que se dio en 1975.

- Con una juventud ampliamente despolitizada, en la que el número de ni-nis asciende a un 10%.

No es, desde luego el panorama más alentador, ni el que esperaba la sociedad española en 1976, tanto la que se decantaba hacia la “oposición democrática” como la que se decantaba hacia la “mayoría silenciosa”. Si el franquismo dio “pan y trabajo”, pero faltaba “libertad”, el régimen que la ha sucedido, fue encareciendo progresivamente el “pan”, disminuyó la cantidad, la calidad y el poder adquisitivo de las percepciones por “trabajo” y ni siquiera juega en su favor en este momento, las restricciones reales a la libertad de expresión (que está intentando el gobierno Sánchez), tanto por leyes imperativas como por presión y coacción moral de determinadas minorías. Hoy no hemos progresado tanto en este terreno: si ayer hacía falta exprimir la imaginación para eludir la censura franquista, hoy hace falta ser cauto no sea que cualquier minoría presente una denuncia por “delito de odio”.

7. Lo absurdo del guerracivilismo en el siglo XXI.

Han pasado 86 años desde el final de la Guerra Civil y medio siglo tras la desaparición de Franco. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto en 1984 actualizar el recuerdo de la Guerra Hispano-Americana de 1898? ¿o que en 1960 se hubiera generado un movimiento de “memoria histórica” que exigiera buscar las fosas comunes de los fusilados durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876)? Y ¿qué decir del guerracivilismo promovido por la extrema-izquierda, por un lado, y la “memoria histórica unidireccional” avivada por el PSOE en estos momentos de aceleración de la historia cuando el tiempo pasa aún más rápidamente y en 10 años se producen tantos cambios que en otras épocas tardaban siglos?

Hasta la llegada de Zapatero, la sociedad española había dejado atrás la Guerra Civil. Solamente el Partido Comunista de España, mantenía vivo el recuerdo para mantener a sus votantes de tercera edad dispuestos a recordar sus años y sus ideales de juventud. Las familias españolas, que, en general, habían tenido combatientes en ambos bandos, sabían que era mejor olvidar antes que tratar de ajustar cuentas con el pasado.

Quien esto escribe tuvo un abuelo, teniente-coronel del Ejército de la República, juzgado por un tribunal militar y condenado a dos penas de muerte, conmutadas. Tras tres años de prisión, perdió el grado y la carrera militar. Mi padre, apolítico, pero casado con su primera esposa perteneciente a la alta burguesía catalana, debió de emprender junto a ella el cruce clandestino del Pirineo a causa de los crímenes cometidos por pistoleros de la FAI en los tres primeros meses de Guerra Civil en Cataluña, ante la pasividad de Companys que pagó así a los anarquistas el haber colaborado decisivamente a sofocar la rebelión militar en Barcelona. En mi familia hubo combatientes de ambos bandos. Por lo que recuerdo, desde que tuve uso de razón en 1959, jamás oí hablar en mi familia de la guerra civil. Era un mal recuerdo por el que nadie quería volver a pasar. La noche, había quedado atrás.

Y esto ha durado hasta esa explosión de guerracivilismo con el que la izquierda del siglo XXI pretende esconder su debilidad argumental y encubrir su vacío absoluto y su indigencia intelectual en lo doctrinal. Ese guerracivilismo es lo que le permite a la izquierda podemita amenazar con “machacar a la derecha”, dedicar millones de euros distribuidos por un gobierno corrupto y corruptor con diversas excusas ancladas todas en la “memoria histórica”, profanar tumbas en el Valle de los Caídos, incluso la creación de un organismo judicial, la Fiscalía de la Memoria Democrática para investigar delitos reales o supuestos ocurridos hace casi un siglo y, para colmo, otorgar la nacionalidad española a descendientes de los que abandonaron España como consecuencia de la guerra civil: hasta diciembre de 2025, el número de nacionalizaciones obtenidas a través de este medio asciende en el momento de escribir estas líneas a 414.652 personas, habiendo sido solicitado por más de dos millones de personas… Y no, no es un rasgo de generosidad, el haber nacionalizado a personas que, por lo general, nunca han estado en España, sino más bien, una medida para sustituir las pérdidas de votantes socialistas con estos “nuevos españoles” que votarán por correo (la forma de votar que se presta universalmente a más fraudes).

Lo peor no es tener un gobierno fraudulento, cleptocrático, mentiroso y degenerado, sino un gobierno que justifica “democráticamente” cualquier fraude deliberado con una apelación pretendidamente moralista y humanitaria. Tiene razón Vox cuando alerta sobre la posibilidad de fraude en las próximas elecciones. Y habrá que estar muy pendiente de este factor y NO DEJARLO PASAR.

8. El 20-N de Pedro Sánchez

Quizás, lo más absurdo del enfoque que está dando el PSOE y la izquierda radical, es tratar de pensar que el régimen franquista se mantuvo solamente por la fuerza de sus aparatos coercitivos y propagandísticos. Que estos aparatos represivos existieron y actuaron con dureza es algo de lo que no puede dudarse, pero también resulta absolutamente increíble que un régimen pudiera mantenerse en el poder durante un período tan prolongado sin tener una amplia base de apoyo social. Ya hemos aludido a que la transición triunfó sobre la “ruptura democrática” porque que los partidarios de esta carecían de fuerza social suficiente para forzarla… lo que equivale a confirmar que, el franquismo disponía, en efecto, de una amplia base sociológica.

Creemos que los “eventos del 50º aniversario de la muerte de Franco” no han sido más que una dilapidación de fondos públicos, para mayor gloria de la tendencia al despilfarro que caracteriza al actual gobierno. Si se pretendía que el 20 de noviembre de 1975, fecha de fallecimiento de Francisco Franco, fuera un hito en el “sanchismo”, hay que reconocer que, realmente lo ha sido: en efecto, ese mismo día, el Tribunal Supremo condeno a dos años de inhabilitación al Fiscal General del Estado, nombrado por Sánchez para el cargo y primera condena a la que se hace acreedor un fiel servidor del sanchismo.

En historia también rige el principio de la “heterotelia”: llegar a fines muy diferentes de los que inicialmente se había propuesto. La fecha del 50 aniversario de la muerte de Franco no será recordada como el momento en el que el PSOE ajustó cuenta con el pasado y condenó definitivamente al franquismo, sino como el día en que se inició el principio del fin del sanchismo.


Tras el “año Franco”, reflexión sobre el franquismo (1) - 1936-1975 ¿Qué fue, cómo fue y por qué fue el franquismo?

El 20 de noviembre de 2025, Pedro Sánchez había decretado la culminación de un año salpicado de eventos para conmemorar el 50 aniversario del fallecimiento de Francisco Franco, jefe del Estado Español durante casi 40 años. En una celebración de este tipo, lo normal hubiera sido crear una comisión de historiadores (porque el franquismo es historia), economistas (porque durante ese período España experimentó una transformación profunda), sociólogos (porque la sociedad de 1936 no se pareció en nada a la de 1975) y representantes de las distintas corrientes de la sociedad civil que tuvieron algún protagonismo en ese período. Obviamente se hubieran producido polémicas y confrontaciones… pero es que la democracia es precisamente eso: debate.

En lugar de eso, el gobierno, perdido entre brumas cada vez más densas de corrupción y mala gestión en todos los frentes, optó por el “unilateralismo”: si hablamos de “franquismo”, necesariamente debe hacerse desde el punto de vista del “antifranquismo”. La campaña de publicidad sanchista debía celebrar 100 eventos a lo largo del año bajo el lema “España en libertad”. Pero, realmente, solo ha llegado a los medios, sin suscitar excesivo interés, el acto inicial de la campaña y hay que visitar la web de la campaña (http://espanaenlibertad/) para advertir la parcialidad de la campaña y lo minoritario de la asistencia a los eventos celebrados (significativamente no hay ninguna foto de las asistencias, lo que sugiere directamente que las “masas populares” estuvieron ausentes).

Ha sido un fenomenal patinazo del gobierno Sánchez, otro más, que ha operado en su contra. No solamente la culminación del “año Franco” fue el día en el que se publicó la primera sentencia condenatoria contra el “sanchismo” (contra el fiscal general del Estado acusado de “revelación de secretos”), sino que se publicó que -como no podía ser de otra manera- hay sectores que conocieron aquellos años y que los añoran. En cuanto a la juventud, esas mismas estadísticas demostraron que es cada vez más “de derechas” y que mira con benevolencia aquellos años. El inicio del proceso de disolución de la Fundación Francisco Franco o los proyectos de demolición del Valle de los Caídos, ni han prestigiado a quienes los han promovido, ni siquiera han suscitado entusiasmos ni adhesiones incondicionales a un gobierno asediado por la corrupción y, digámoslo también, por la traición a un país y a su historia.

A punto de acabar el circo generado desde La Moncloa, es hora de poner los puntos sobre las íes. El franquismo tuvo sus pros y sus contras. Cabría aplicar el viejo refrán español de “ni tanto, ni tan calvo”. Así que ahora, cuando los juicios por corrupción cada día avanzan un poco más, cuando el “año Franco” diseñado por el sanchismo empieza a quedar atrás y la historia sigue implacable su curso, es un buen momento para plantearnos qué fue el franquismo, cómo fue y por qué fue.

> LOS PROBLEMAS CENTRALES

1. Franquismo uno y trino

El principal error en el que se cae a la hora de examinar el “franquismo” es considerar que fue un período homogéneo en la historia de España, sobre la base de que el Jefe del Estado fue siempre el mismo. Pero se trata de un error.

Podemos definir al franquismo como una forma de “adaptacionismo conservador” y describirlo como una modificación de posturas adaptadas a las circunstancias internacionales para defender valores católicos y conservadores.

Desde este punto de vista, no hubo “un franquismo”, sino varios. En cada una de las fases del régimen, marcada por los acontecimientos internacionales, pero también por las alianzas en cada momento y por las necesidades de la sociedad española, se sucedieron distintas políticas y se fueron alterando los equilibrios entre grupos políticos que habían participado en la sublevación cívico-militar de julio de 1936. Lo que da unicidad a ese período no es la persistencia durante casi cuarenta años de la misma persona el frente del Estado, sino el objetivo que esa persona, el Generalísimo[1] Franco, se trazó en el momento en el que asumió este título otorgado por la Junta de Defensa Nacional en 1936, concentrando el mando de todas las fuerzas militares del bando sublevado durante la Guerra Civil. También se acordó nombrarlo “Jefe del Gobierno del Estado Español”. Provisto de esta doble autoridad, Franco tuvo las manos libres para su gobierno de casi cuarenta años.

Así pues, hubo “un Franco”, pero varios “franquismos”, entendiendo por tales, las fases en las que se aplicaron distintas fórmulas y principios para gobernar España. Este problema no ha sido entendido por los herederos del franquismo que, habitualmente, tomaban alguno de esos períodos parciales y lo extrapolaban a la totalidad del franquismo. Esto queda muy claro en aquellos franquistas que hacen gala hoy de un nacional-catolicismo identificándolo con los años del Franquismo, cuando el nacional-catolicismo fue hegemónico dentro del régimen en un período del mismo (que definiremos más adelante), pero no en la totalidad del mismo. Y otro tanto puede decirse de los “falangistas franquistas” que confunden todo el tiempo del franquismo con los apenas cinco años en los que los falangistas tuvieron la hegemonía dentro del régimen. Incluso, cuando Blas Piñar fundó su partido, Fuerza Nueva, el uniforme que adoptaron, el que había caracterizado al régimen en sus primeros años, camisa azul de la Falange y boina roja del carlismo, no tenía absolutamente nada que ver con el “tercer franquismo” que fue, sobre todo, tecnocrático y desarrollista y para el que la uniformidad era algo del pasado que ya no tenía mucho sentido en la sociedad española de los años 60 y 70.

2. En franquismo ¿fue una forma de fascismo?

El parágrafo anterior tiende a contestar automáticamente esta cuestión. En efecto, una de las fases del franquismo, que abarcaría desde la Guerra Civil hasta 1942, período en el cual estaba muy presente la ayuda prestada por las potencias del Eje a la victoria del bando “nacional” y en el que, una vez desencadenada la Segunda Guerra Mundial, registró los triunfos militares del Tercer Reich, el régimen se adaptó a estas circunstancias y cabe aplicarle el calificativo de “fascista”, con matices[2]. Si el franquismo, solamente durante ese período, puede ser definido, en rigor cómo idéntico al “tercer fascismo”, hay que tener en cuenta que esto no implica que, en su interior, desaparecieran por completo las otras fuerzas que habían participado en la sublevación contra la República: alfonsinos, carlistas, derecha radical, centro-derecha, nacionalistas, católicos participaron con los falangistas en la fundación del régimen. Lo más oportuno es decir que en esa primera etapa del régimen, fue “hegemónico” dentro del gobierno una forma de fascismo diferente al italiano y al alemán de raíces católicas, muy influido por el zeitgeist de aquellos años que fueron “los años del fascismo” en toda Europa.

La cuestión clave, más bien, es ¿qué entra dentro de la definición de “fascismo”? Desde el punto de vista histórico, el fascismo es un movimiento que aparece en los años 20 y 30 en la mayor parte de países occidentales con unas características propias (cesarismo, corporativismo, militarización de las masas, anticomunismo, antiliberalismo, nacionalismo, políticas sociales y centralización del poder). Desde nuestro particular punto de vista, el fascismo es una reacción de la clase media y de otros sectores de las clases populares contra los efectos más visibles de la Segunda Revolución Industrial (excesos del capitalismo, omnipotencia del sector industrial y financiero, desigualdades de clase, ausencia de políticas sociales, crisis cíclicas). No fue la única reacción, el bolchevismo fue otro tanto apoyado por intelectuales procedentes de la clase media y por las masas obreras.

Lo que no fue, de ninguna manera, fue una forma de gobierno de facto que no contara con el apoyo de las masas. Si se resta ese apoyo social, resulta imposible entender cómo los gobiernos de Franco y Oliveira Salazar prolongaron su gobierno durante períodos tan prolongados. Sobrevivieron, simplemente, por que tenían, incluso en las fases finales de ambos regímenes, una “fuerza social” superior a la de sus oponentes. En el caos español, esto es muy visible durante los primeros momentos de la transición: cuando la “oposición democrática”, tras las oleadas de huelgas y manifestaciones que tuvieron lugar a lo largo de 1976, entiende que no posee “fuerza social” suficiente para imponerse sobre los “poderes fácticos” (magistratura, ejército, principalmente) y que el franquismo conserva todavía una importante “mayoría silenciosa”, es cuando abandona progresivamente la idea de la “ruptura democrática” y opta por la “transición pactada”.

3. Franquismo y dictadura

Hay palabras que arrastran una carga negativa que no tenían en su origen: “fascismo” es una de ellas. Para restituir lo que fue el fascismo y ponerlo en el lugar que le corresponde hay que situarse más allá de los conceptos de la propaganda política que han contribuido a hacer de los “fascismos” el mal absoluto. Otro tanto, cabe decir del término “dictadura” que tan a menudo se aplica al franquismo y que, originariamente, en la antigua Roma, fue una institución ideada para salir de situaciones de crisis extrema y que actualmente se asocia con regímenes de extrema-dureza y total ausencia de respeto a los derechos humanos.  Ya hemos visto las matizaciones necesarias que hay que formular sobre el término “fascismo” y sobre lo que hubo de fascismo en el franquismo. ¿Fue, entonces, una dictadura? Si, en la medida en la que en la primavera de 1936 la República estaba en crisis (de hecho, nunca había conseguido estabilizarse y nada auguraba que consiguiera hacerlo) y Franco encabezó una revuelta, no sólo para restablecer el orden, sino provista de un proyecto político basado en dos ideas: retorno a la monarquía que ha acompañado nuestra historia desde tiempos inmemoriales, y desarrollo económico realizado mediante la planificación sacrificando cualquier otro elemento a esta premisa: y el resultado final, hay que reconocerlo, fue que el franquismo dio “pan y trabajo”, pero no “libertad” (entendida en un sentido democrático: no existía sufragio universal, no existían partidos políticos, no existía una total libertad de expresión, ni existían derecho de manifestación, preceptos que se consideran necesarios en un modelo democrático). La “libertad” vendría en el postfranquismo.

Ahora bien, haría falta establecer si se trató de una “dictadura” o de una “dictablanda”. A pesar de que en el “año Franco” no se ha hecho esta distinción, parece evidente que la situación en 1942 no era la misma que en 1975. A pesar de que no hay cifras “oficiales”, se estima que, entre 1939 y 1945 se produjeron 25.000 fusilamientos por razones vinculadas a la guerra. Y esta cifra, por elevada que sea, no puede extrañar por tres motivos: parte de los fusilamientos se debían al cumplimiento de sentencias judiciales por abusos, asesinatos y torturas ejercidas durante la Guerra Civil. Otra parte, se debió a acciones armadas del maquis que solamente pudieron ser contenidas mediante una fuerte represión combinada por el silencio informativo sobre la existencia de grupo aislados que seguían realizando acciones esporádicas, en la mayor parte de los casos, de pura supervivencia.

Pero en 1975 solamente se produjeron cinco ejecuciones, todas ellas relacionados con delitos de terrorismo. Por entonces, el franquismo había realizado varios intentos de “apertura” previendo la muerte del Jefe del Estado. El más reciente, puede situarse entre 1969 y 1973, cuando Carrero Blanco fue nombrado presidente del gobierno y acometió una “transición controlada” que preveía legalizar “asociaciones políticas” y que participaran en las elecciones por lo que entonces se llamaba el “tercio familiar” para las Cortes. Carrero en persona había dicho que esta legalización abarcaba hasta los socialistas, nada más allá de ellos: lo que impedía legalizar al Partido Comunista (entonces hegemónico en la “oposición democrática”) y a los grupúsculos de extrema-izquierda. Es importante señalar que durante la primera mitad de los 70, los responsables del PSOE, no fueron en absoluto molestados por la policía en un gesto de “buena voluntad”, mientras que se multiplicaban detenciones en el PCE y se aniquiló a los grupos terroristas: desde ETA hasta el FRAP.

Así pues, si hablamos con propiedad, podemos calificar al “franquismo” como una “dicta-dura” en su inicio, que fue evolucionando hacia una “dicta-blanda” en su último tramo.

4. ¿El franquismo fue un régimen paternalista?

Algunos han preferido calificar al franquismo de “paternalista”, esto es de un gobierno que adopta posiciones de tutela y protección de la sociedad ante todo lo que puede suponer valores disolventes y considerados como negativos, considerando que su bienestar exige la limitación de ciertas libertades que pueden facilitar empíricamente su degradación. Este rasgo estuvo presente en todo el ciclo franquista y a él se debe tanto la institución de la censura, como la prevención ante el riesgo que determinados grupos calificados como “subversivos” pudieran actuar contra el “bien común”. Suponía limitar la libertad de expresión y de información a todo aquello que se consideraba que pudiera ser negativo para la sociedad y para el individuo particular. De ahí surgía la prohibición de elementos tan diferentes como la pornografía o el comunismo, la falta de patriotismo o el sexo fuera del matrimonio. Este paternalismo se ha explicado como consecuencia de la moral nacional-católica y que, incluso, concordaban con las ideas de la moral y el estilo falangista.

El ”paternalismo” también entraba dentro de las políticas sociales del franquismo. Los críticos con el franquismo han visto en todo ello una necesidad de atraerse a las capas más desfavorecidas ofreciéndoles, como contrapartida, el acceso al consumo. Pero también es probable que las ideas “sociales”, tanto del sector falangista, como del catolicismo (recomendada en la encíclica de León XIII, Rerum Novarum) y que compartía el propio Franco, influyeran en esta orientación “paternalista”, junto con la planificación económica que tendía, como en toda forma de capitalismo moderno, de convertir al trabajador alienado en consumidor integrado.

Por tanto, no es una definición extraviada, con intención de “salvar” al franquismo, sino más bien un concepto complementario al de “dicta-blanda”.

5. ¿Cuál fue el papel histórico del franquismo?

Durante el período napoleónico fue imposible valorar el papel histórico jugado por Napoleón Bonaparte. Las pasiones estaban excesivamente encendidas para pretender el beneficio de la objetividad. Los había que lo consideraban el “heredero” de la Revolución Francesa, otros como el “salvador” de Francia, contra los que veían en el Gran Corso a un psicópata agresivo que había causado entre 3 y 6 millones de muertos y 500.000 soldados franceses caídos en la campaña de Rusia. Solamente a partir del último tercio del siglo XIX, los historiadores pudieron empezar a valorar la gestión de Napoleón de manera más objetiva. En España, lo cierto es que, en 2003, la Guerra Civil había sido olvidada y superada. Pero el problema fue que, entonces ascendió al poder un presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, tras las bombas del 11-M, el peso de 200 muertos y los errores de comunicación del entonces ministro del interior de Aznar. Zapatero no tenía una ideología definida, ni siquiera puede decirse de él que conociera lo que era el socialismo, tenía una idea propia de lo que era la izquierda e, incluso, se discutía su legitimidad sobre la base de que se ignoraba casi todo sobre los atentados del 11-M. Tampoco se sentía comprometido con los “pactos de la transición” que implicaban la superación de la Guerra Civil. Así que, desde el primer momento, fue proclive a favorecer a colectivos favorables al bando republicano. Fue Zapatero quien instauró la “memoria histórica”, desenterrando los fantasmas de la guerra civil.

Esto, hubiera sido una medida de madurez de no ser porque la “nueva memoria histórica” no era objetiva, sino que aspiraba a recordar solamente los crímenes y abusos de un bando. No del otro. Empezó a aparecer un tipo de asociaciones que se vieron regadas con fondos públicos, especializadas en localizar fosas de republicanos fusilados y un “hispanista”, Ian Gibson, inició la búsqueda de la tumba de García Lorca. Con más frecuencia de la esperada, se encontraban restos de fusilados… por el bando republicano. Pero eso no fue obstáculo para que con una frecuencia cada vez mayor, que ha llegado hasta la histeria con Pedro Sánchez, cada vez más se ha ido aludiendo a la “memoria histórica” siempre “unidireccional”, excluyendo de cualquier abuso, crimen o violencia al bando republicano.

Esto, obviamente, ha suscitado dos fenómenos: una reacción en contra y un fracaso absoluto del “año Franco” (los millones invertidos no ha tenido relación con los resultados obtenidos)[3].

Ha sido una ocasión perdida para valorar objetivamente los años del franquismo cuando ya ha pasado medio siglo de su desaparición. Pero la pregunta sigue en pie: ¿cuál ha sido el papel histórico del franquismo? Y, sin embargo, es una pregunta extremadamente fácil de responder.

Por una parte, el franquismo “reseteo” el caos republicano. Desde el día 1 de su existencia, la Segunda República se había demostrado un régimen imposible. En los tres primeros meses ya estaba claro que, en lugar de atenuar tensiones sociales, lo que estaba haciendo era una ofensiva de la España republicana, laica y “progresista”, contra la España monárquica, católica y “conservadora”. No importa, a fin de cuentas, si fueron los elementos más extremistas los que impusieron su ley en los primeros meses de la república: lo que importa es que las nuevas autoridades no fueron capaces de asegurar el orden, ni proteger, ni siquiera de distinguir entre agresores y agredidos. Las derechas reaccionaron con la “sanjurjada” y el fracaso los llevó a reconsiderar la situación y tratar de restablecer el orden por la vía electoral. Pero, cuando en las elecciones de 1933 son ganadas ampliamente por la CEDA, el presidente de la república Alcalá-Zamora, desconfía de Gil Robles y, a pesar de que la Unión de Centro (en realidad, los radicales de Alejandro Lerroux) hubieran obtenido 127 escaños sobre 473, los llamó para formar gobierno a despecho, incluso de que la CEDA había obtenido 212 (y apenas 59 el PSOE). Cuando se impuso la realidad, y Lerroux tuvo que incluir a tres ministros de la CEDA (considerada por el PSOE como “fascista”, cuando en realidad se trataba de un partido burgués, sin milicias, un partido propiamente de derecha moderada que ni siquiera se declaraba monárquico), se produjo el golpe de Estado del PSOE (auxiliado en Cataluña con la secesión de Companys) que desembocó en la llamada “revolución de Asturias”. Apagados estos fuegos, la derecha entendió que difícilmente podría gestionar el poder en condiciones normales y empezó a conspirar. Tras la victoria del Frente Popular y el estallido de huelgas y desórdenes que sacudieron las calles, las conspiraciones se unificaron y se formó la coalición que daría lugar al 18 de julio de 1936.

A partir de estos hechos, podemos considerar al franquismo como una desembocadura de una situación caótica que se prolongaba desde el inicio de la propia República, cuyos objetivos prioritarios fueron: restablecer el orden público y recuperar el tiempo perdido a lo largo del agitado siglo XIX y del primer tercio del XX, cuyo momento clave había sido el desastre de 1898, situando a España en línea con los países industrializados. A pesar de que la mayoría de fuerzas políticas de la coalición eran, más o menos, monárquicas -si bien existían desacuerdos en las propuestas sobre el aspirante al trono y en cuándo debía restaurarse la monarquía- en los primeros momentos del “Alzamiento” este tema se aparcó e, incluso, algunos militares se sublevaron al grito de “Viva la República”.

Lo evidente fue que, a lo largo de las décadas del franquismo, primero afrontando una situación internacional dificilísima, pero luego, adaptándose a la realidad, los años 60 constituyeron el período en el cual los últimos objetivos del régimen fueron alcanzados: la economía en esa década creció a una media del 7% anual, suficiente para situarnos como novena economía mundial en término de PIB (esto es, una de las primeras), aunque en el puesto 29 en Producto Nacional Bruto (una de las intermedias). No fue un mal balance, a decir verdad: España tenía entonces todas las ventajas de ser un país “barato” (lo que estimuló en turismo que se convirtió en la primera fuente de divisas), no industrializado completamente, pero sí con capacidad para atraer inversión extranjera. A pesar de que hoy se diga que “España no se encontraba en 1975 entre las economías más avanzadas”, lo cierto es que, el progreso era evidente, había “pan y trabajo”, los servicios públicos funcionaban razonablemente bien y los “planes de desarrollo” habían alcanzado casi todos los objetivos. En cuanto a la inestabilidad política había quedado muy atrás y, esto es lo importante, pocos querían que regresar a lo que parecía haber quedado atrás: el caos republicano.

La “planificación de la economía” resultó un éxito y demostró que, habiendo sido excluida del Plan Marshall, superado el período de aislamientos internacional (en la práctica, desde 145 a 1953), a partir de 1959 (con la ley de inversiones extranjeras) se inició el desarrollismo y con él la sociedad española cambió radicalmente. La actividad del sector agrario aumentó en productividad, aunque disminuyó en ocupación. España pasó de ser rural a urbana y, aunque no puede considerarse este período como una “revolución burguesa”, si es cierto que en esas décadas la clase media se convirtió en mayoritaria y se abrió la puerta para que se fuera engrosando con aportaciones del proletariado. Las empresas en el Instituto Nacional de Industria se convirtieron en negocios rentables que aportaban beneficios a las arcas del Estado, lo que, unido a los ingresos turístico que hicieron crecer el volumen de reserva de divisas en manos del Banco de España.

Este fue el papel histórico del franquismo. Es probable que, con las ayudas del Plan Marshall, sin el cerco internacional, en 1975 se hubiera llegado a una situación parecida, pero solamente a costa de que el otro elemento, la estabilización de la Segunda República hubiera sido posible. Y eso, si tenemos en cuenta el ciclo republicano, cabe calificar a ese período de “quinquenio caótico” y no tenemos absolutamente ninguna razón -sino todo lo contrario- para pensar que los ánimos se hubieran calmado. Es más, de no haber sucedido la Guerra Civil, podemos pensar que España se habría imbricado en la Segunda Guerra Mundial, del lado de las “democracias” (los exiliados republicanos siempre actuaron a favor de los aliados), en un momento en el que los medios de destrucción masiva habían crecido extraordinariamente en poco tiempo.



[1] El título de “Generalísimo” se ha eludido completamente a lo largo del “año Franco”, como si se tratara de una especie de muestra de “narcisismo” del militar llamado Francisco Franco Bahamonde, cuando en realidad es un término que significa "el de mayor rango entre todos los generales". Como veremos más adelante, el nombramiento fue decisivo para concentrar en una sola persona el mando de fuerzas, civiles y militares que, de partida, eran muy heterogéneas. Fue ese nombramiento el que dio un mando único al bando nacional, ventaja que el bando republicano nunca estuvo en condiciones de igualar y que, de hecho, fue la principal razón de su derrota.

[2] Estos matices ya los hemos expuesto en anteriores ediciones de esta publicación dedicadas al “tercer fascismo” dentro de cuya catalogación entraría Falange Española. Sería un fascismo católico, en el que el antisemitismo no tendría lugar, ni tampoco el racismo y que derivaría de intelectuales monárquicos que conocían la obra de Charles Maurras y la sintetizaron con los fascismos de finales de los años 20 y de los años 30. Los trabajos que hemos dedicado a este tema están incluidos en el volumen El Tercer Fascismo ("fascismo ibérico"): Su origen, sus rasgos, su inspiración, su alcance, su final, Eminves, Barcelona, 2025, distribuido por Amazon.

[3] El País ha publicado que la inversión gubernamental ha sido de 20 millones de euros, a lo que hay que sumar lo aportado a otros organismos, como el Instituto Cervantes, que se ha visto regado con casi un millón para promover actos culturales en todo el mundo sobre el cincuenta aniversario de la muerte de Franco. Solamente el acto inaugural de los eventos costo 65.000 euros. Celebrado en el Centro de Arte Reina Sofía. El Rey Felipe VI no asistió, ni tampoco representantes del PP o VOX, por unos motivos y, por otros, tampoco estuvieron presentes representantes del BNG, Junts, Bildu y Podemos. La audiencia, por tanto, se limitó a Sumar y al PSOE y a altos cargos del gobierno. Esto explica también el desinterés de la población por estos eventos que se percibían como “propaganda del gobierno” (lo que, de hecho, eran).

 










domingo, 30 de noviembre de 2025

TEXTOS DE SOCIOLOGÍA ANTIDEMOCRÁTICA ¿Por qué las democracias siempre terminan en el engaño o en la manipulación? Responden: Mosca, Pareto, Michels, Sombart, Le Bon, Bernays


Introducción

En esta antología de lo que hemos llamado “el pensamiento sociológico antidemocrático del siglo XX” hemos reunido textos de una serie de autores cuyas ideas chocan frontalmente con lo que generalmente se entiende como “democracia”: “el mando del pueblo”. Se trata de pensadores que gozaron (y siguen gozando) de gran prestigio y cuyas ideas no han sido superadas, sino más bien completadas por estudios posteriores. El común interés que tuvieron en vida todos ellos, era aproximarse a los rasgos de las sociedades de su tiempo y extraer de ellas leyes universales aptas para interpretar el pasado y también para prever los rasgos del futuro. Salvo uno de ellos, el último, Edward Bernays, se limitaron a teorizar y sólo éste, quiso poner en práctica las teorías, especialmente, de Le Bon.

En general, no se declararon explícitamente anti-demócratas, eran preferentemente conservadores en lo político e, incluso, como veremos, algunos de ellos, en su juventud, militaron políticamente en la izquierda. Sin embargo, sus teorías invalidan los conceptos que estaban en vigor en el siglo XIX: el “mando del pueblo” era imposible porque las masas —tal como estableció Gustave Le Bon— eran manipulables como la arcilla en manos de un alfarero. Bastaba con conocer las leyes que movían a las masas para poder llevarlas a donde se quisiera.

Esta idea fue completada por trabajos posteriores enfocados de cara a la sociología política. En todos ellos, el “realismo” se antepone a cualquier otra consideración. De ellos, puede decirse que nació lo esencial de la sociología aplicada a la política.

Seamos claros: cuando aludimos a estos autores como doctrinarios de un pensamiento “antidemocrático” solo queremos decir que sus textos suponen un reproche frontal a la única línea de defensa de las democracias actuales y en especial a sus criterios cuantitativos: todos estos autores, por distintas vías, contribuyen a demostrar que, quien dice “democracia” como una alusión al “gobierno del pueblo”, simplemente, miente o quiere engañar. Nada tan manipulable como la opinión pública. Así pues, en rigor, “democracia” sería el gobierno de los manipuladortes, sobre los manipulados. Y esto en el mejor de los casos. En el peor, esto es, en su actual estadio degenerativo, “democracia” es un simple subterfugio, como en el caso español y de la propia Unión Europea, para evitar el término, mucho más realista y oportuno, de cleptocracia

Si entre esta selección de textos hemos incluido también un texto de Werner Sombart sobre los judíos y la vida económica, no es en absoluto por un deseo de justificar el antisemitismo, sino para entender la formación del espíritu moderno que conduce del “homo faber” al “homo economicus”. A partir de este texto puede entenderse perfectamente la tesis de Marx según la cual el antisemitismo carecía de interés a partir del siglo XIX, en la medida en la que la burguesía estaba heredando de manera acelerada los valores, los usos y costumbres que había sido hasta ese momento consuetudinarias del pueblo judío. Esos valores, son, en el terreno económico los que acompañan al liberalismo y la democracia. Y, puede entenderse también que, por lo mismo, aquellos sectores sociales que rechazaban tales valores, protagonizaran incluso en algunos países desde los inicios del siglo XX hacia atrás, pogromos e iniciativas antisemitas.

Hemos reunido estos textos que resumen lo esencial de todos estos seis autores. Cada uno de sus trabajos está precedido por un resumen biográfico y una exposición de sus principales teorías. Ninguno de ellos ha perdido vigor con el paso del tiempo, antes bien, parece que en algo más de un siglo, desde que establecieron sus teorías hasta nuestros días, todo parece haberlas confirmado. Así pues, lo que están a punto de leer es una crítica implícita a una forma de gobierno que hoy se acepta, generalmente, como “bueno”. Como dijo Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”. No estamos tan seguros… Los pensadores que hemos repasado tienden a confirmar la primera parte de la frase. En cuanto a la segundo, prefieren no opinar. Pero, la boutade de Churchill, aparte de hacernos esbozar una sonrisa, nos sitúa en el gran drama de nuestro tiempo que, en el fondo, consiste en reconocer, a poco que se examine la cuestión, que la democracia es el peor sistema de gobierno, pero el único que desde 1945 resulta obligatorio… a excepción de todos los demás que se han inventado.

Ernesto Milá

 


Gustave Le Bon
(1841 - 1931)

Le Bon no ha pasado a la historia de la física teórica por ser el primero en descubrir que puede obtenerse energía a partir del átomo. A pesar de haberse adelantado unos meses al primer enunciado de la teoría de la relatividad de Einstein, y de haber elaborado otros trabajos en este mismo campo, su nombre pasará a la historia a raíz de su obra Psicología de las muchedumbres publicado en 1895.

Si en física, Le Bon se adelantó a Einstein, en el terreno de la psicología, su obra precedió a las teorías de Freud. Hoy se ha “cancelado” a Le Bon, mientras que Freud sigue siendo el nombre inevitable que acompaña a todas las divagaciones woke. Pero, la realidad es que este último, trataba la cuestión de las masas con el tamiz de sus teorías alambicadas sobre su “psicología profunda” que no son más que una reinterpretación de las ideas de Le Bon. Hoy se tiende a olvidar cada vez más las teorías freudianas y a revalorizar la obra de Le Bon que está especialmente presente en Eduard Bernays (sobrino, por lo demás, de Freud), otro de los autores -el más pragmático y “moderno” de todos ellos- que hemos seleccionado y que aplicó los principios de Le Bon al campo de la publicidad.

Lo esencial de Le Bon es la idea de que la masa se despersonaliza y es el disolvente universal para las personalidades individuales que la componen, generando una especie de “egregor” al que llama “alma colectiva”. Ésta puede ser ganada, dominada o manipulada por un “líder”. La masa sigue al líder como el rebaño al pastor. La voluntad de uno se impone al gregarismo del otro. Ésta no necesita creencias racionales ni objetivas: la basta, simplemente, con tener fe. Cuanto mayor es la masa, más grande es su irracionalidad y mayor su fanatismo. El “alma colectiva” hace que el sujeto piense de forma radicalmente diferente a cómo lo haría de encontrarse aislado. Si esto es así, entonces ¿qué puede esperarse de la democracia entendida como el sistema en el que las mayorías se imponen a las minorías y, por tanto, en donde 49 científicos, se ven en minoría ante 51 patanes?

La tarea del “líder” no es otra más que la de aprovechar estas características y, tanto mayor será la capacidad de sugestión de un líder en cuanto sepa encontrar las ideas-fuerzas más poderosas para generar el contagio entre las masas. El líder crea situaciones que pueden ser calificadas como de hipnosis colectiva. Su éxito deriva de que su voluntad es más fuerte que las voluntades individuales anuladas de los individuos que componen una masa y, por tanto, el “alma colectiva” de ésta se sitúa en disposición de seguir a su pastor hasta donde éste lo estime oportuno. El resultado final es que el “líder” (provisto de una “voluntad de poder” nietzscheana) es superior a la masa, por mucho que algunos individuos que la componen sean intelectualmente más brillantes que él. La masa anula esta ventaja y, este es otro de los teoremas más brillantes de Le Bon, la inteligencia media de una masa, no es el resultado de la suma de las inteligencias individuales de sus miembros, sino que se sitúa al nivel del más bajo de todas ellas.

El texto seleccionado a continuación pertenece al primer y segundo capítulos de Psicología de las Muchedumbres.


Gaetano Mosca (1858 – 1941)

Mosca, licenciado en Derecho en la Universidad de Palermo, sentó las bases para el desarrollo de la ciencia política contemporánea al pasar del doctrinarismo abstracto al análisis de las fuerzas reales del poder. Su fama deriva de haber definido lo que es la “clase política” con un realismo y una frialdad inédita en su tiempo. Y lo hizo para rebatir las ideas democráticas y al marxismo que se había hecho un lugar entre los intelectuales. Para Gaetano Mosca, lo esencial no era la “lucha de clases” entre burguesía y proletariado, sino el reconocer que esa lucha existía, pero entre una minoría que domina y una mayoría que es dominada. La primera conserva el poder real, la segunda puede quedarse con el virtual, es decir, con un poder que delega en la minoría dirigente que es, a la postre, la que conserva el control del Estado.

La teoría de las élites de Gaetano Mosca postula que toda sociedad está gobernada por una élite minoritaria. Para él, el “poder popular”, esto es, la emanación desde el “pueblo” de una soberanía que voluntariamente delega en una minoría, es el factor esencial que explica el que los menos dominan y controlen a los más. Mosca llama a esas élites, “clase política dirigente”. Sin esas élites el “pueblo” sería completamente incapaz de gobernarse a sí mismo. Y esto es así porque la élite tiene una alta capacidad de organización; gracias a ello son siempre minorías las que monopolizan el poder. Así pues, la “lucha”, finalmente enfrenta a una “minoría organizada” frente a una “mayoría invertebrada”.

Sus estudios centrales están ocupados por investigaciones sobre la capacidad de organización de las élites. La capacidad de organizarse es lo que permite a la minoría dirigir a la mayoría. A esto debe añadirse una inteligencia superior, un carácter más fuerte, mayor poder económico e, incluso, una superioridad moral. Existe una fuerte tendencia en la élite a volverse hereditaria, conservando el poder y los privilegios a lo largo de generaciones, aunque las élites también pueden ser sustituidas históricamente (algo que se encargara de estudiar Vilfredo Paretto). Mosca considera que la renovación de las élites a lo largo es fundamental para la supervivencia del Estado. Si, por distintos factores, en un momento dado, se interrumpe la renovación de la élite, ésta puede volverse cada vez más cerrada y es entonces cuando se produce lo que Maurras llamaba la ruptura entre el “país real” y el “país legal”.

En cuanto a las leyes, pueden ser utilizadas por la élite para proteger su posición y sus bienes frente a los intentos de la mayoría de formar parte del grupo dirigente o de sustituirlo. 

Rechaza la idea de que la democracia basada en el sufragio universal podía realmente cambiar esta estructura de poder. Consideraba el sufragio universal como un mito peligroso que crea la ilusión de que el pueblo gobierna, cuando en realidad siempre son los miembros de la élite quienes se imponen. Las élites alcanzan su mayor liderazgo cuando las mayorías las buscan y requieren ante situaciones adversas.

Una élite que, progresivamente, se va aislando, es una élite destinada a degenerar convirtiendo al sistema político en vulnerable. La “circulación de élites” es posible cuando una fracción comienza a ser marginada por sus intentos renovadores. A partir de ese momento puede apoyarse en las mayorías que se oponen al orden constituido y que se convierten en una herramienta necesaria para la sublevación. Pero también puede ocurrir que el uso de las mayorías juegue a favor del orden constituido, cuando la clase dominante recurre a las masas para frenar intentos renovación. Es frecuente que el proceso de renovación de las élites se produzca con la incorporación de elementos de las clases inferiores. 

El texto que hemos seleccionado corresponde a uno de los capítulos de su obra Elementi di Scienza Politica, publicado en 1896.




Vilfredo Paretto
(1848 – 1923)

Si Gaetano Mosca enunció el concepto de “clase política dirigente” y mencionó la necesaria “circulación de élites”, será Vilfredo Paretto quien profundizará en este tema. Al igual que Le Bon, además de la sociología se interesó por muchos otros temas hasta el punto de que para definir su personalidad se utilizó un término hoy en desuso: “polímata”, palabra derivada de los términos griegos πολύ polý, mucho, y μανθάνω, aprender. Sus contribuciones a la economía, la ciencia política, la ingeniería y la filosofía son casi tan importantes como sus incursiones en la sociología. Se le ha descrito como “el último Renacentista”. Su formación inicial estuvo centrada en la física y en las ciencias exactas y, a partir de ahí, se interesó por las estadísticas y sus aplicaciones en distintos campos.

La tesis central de Paretto que nos interesa en el contexto de la presente antología, tiene que ver con la teoría de las élites en donde sostenía que estas no eran grupos cerrados. A eso le había llevado su análisis histórico en el que identificó un constante movimiento en las élites. Siempre serán ellas las que determinan las características de un momento concreto de la sociedad. Sin embargo, esas élites están destinadas a la decadencia desde el momento en el pierden capacidades intelectuales y morales, disminuye su eficiencia en la gestión de las sociedades y aumenta su hedonismo. También puede ocurrir que las capas más bajas desarrollen capacidades más acordes con el “tiempo nuevo”, justo cuando las élites más elevadas han iniciado su proceso degenerativo. Es entonces. Cuando las élites de reemplazo, procedentes de las clases inferiores, llaman a la puerta, capitaneadas por los individuos más capaces del nuevo grupo. Tal es el proceso que describe como “circulación de élites”.

Para él, poco importan las excusas o los razonamientos “ideológicos” para justificar que una élite u otra detentes los mecanismos de poder. Son excusas que tienden a encubrir el hecho fundamental de que las élites mantienen el poder mediante la fuerza (represión ejercida mediante distintas instituciones y mecanismos para eliminar físicamente o neutralizar a los opositores), o bien mediante el consentimiento, la sutileza y el ingenio, generalmente incorporando a individuos procedentes de las clases bajas para seguir manteniendo el control de la sociedad.

Las élites, para justificar su persistencia en el poder, suelen argumentar lo que Pareto llama “residuos” (instintos, emociones, pasiones, miedos y creencias de las masas) y “derivaciones” (justificaciones lógicas o racionales que la élite da a sus acciones y creencias, muchas veces para ocultar los residuos subyacentes en sí mismas).

Al igual que Mosca, Pareto sostenía que toda sociedad está dirigida por una minoría selecta y que la historia es la circulación de estas élites. Pero, yendo más allá que aquel, dividió las élites en dos tipos: la gobernante (la que ejerce el poder directo o indirecto) y la no gobernante (la que integra al resto de los individuos más capaces). Su visión de la historia social es cíclica y puede resumirse como una sucesión continua de élites que entran en decadencia siendo sustituidas por otras élites nuevas más aptas para gobernar.

La selección que ofrecemos a continuación está incluida en I sistemi socialisti, 1902, pp. 165 y ss. Y en el Trattato di sociologia generale, 1906.


Robert Michels (1876-1936)

Nacido en Colonia en el seno de una rica familia de empresarios alemanes, murió en Roma, naturalizado italiano. En su juventud fue militante sindicalista y socialista convencido. En Italia, se asoció con el “sindicalismo revolucionario” italiano, una tendencia izquierdista del Partido Socialista al que representó en la Segunda Internacional. En 1907 abandonó este ambiente político.

Alumno de Max Weber, en 1907, obtuvo la cátedra de Economía Política y Sociología Económica en la Universidad de Turín. Posteriormente, se convirtió en catedrático en Basilea, para volver definitivamente, en los últimos años de su vida, a enseñar en Perugia. Tras la Primera Guerra Mundial, se adhirió tempranamente, en 1924, al Partido Nacional Fascista y vio en Mussolini a un líder carismático capaz de sortear las vacilaciones del parlamentarismo y los procesos de anquilosamiento burocrático de la política.

A diferencia de Pareto, Michels sostiene que no existe circulación de las élites, sino que la oligarquía, mediante el instrumento de lo que llama “cooptación” (por el cual los líderes ofrecen a sus rivales cargos honoríficos sin poder ejecutivo efectivo), consigue no ser desplazada de la cima de la pirámide social por la minoría adversaria. Porque, a fin de cuentas, como sentenció Mosca, son las élites las que, siempre, cualquiera que sea la fórmula utilizada por el poder, gobiernan. En el interior de todos los partidos políticos se tiende a la centralización de los cargos y de los recursos, mientras que las decisiones “entre congreso y congreso”, son tomadas por un pequeño comité directivo (el “comité ejecutivo”) que excluye al resto de militantes.

Así pues, los partidos políticos están gobernados por pequeñas oligarquías que eligen a sus propios sucesores… De ahí que sea ocioso discutir entre “monarquía” y “república” a la vista de que en ambos está presente el “derecho de sucesión”.

La gran contribución de Michels al estudio de la sociología política fue su obra Los partidos políticos y dentro de este trabajo, lo que llama “La Ley de hierro de la oligarquía” cuyo texto fundamental reproducimos tras esta presentación.

La colaboración entre Max Weber y Michels, iniciada en 1906, se interrumpió con el estallido de la Primera Guerra Mundial a la que éste se oponía. Entonces optó por la metodología histórica de Werner Sombart, realizando una crítica al marxismo al que definió brillantemente como un “determinismo materialista”. En esos años adoptó nuevas convicciones personales que le llevaron en 1912 a asistir como ponente al Primer Congreso Internacional de Eugenesia, presentando un documento titulado “La eugenesia en la organización del partido”. Ya por entonces se había interesado por la sociología del partido político.

Pero su nombre ha pasado a la historia por el enunciado de su “ley de hierro de la oligarquía”, según la cual, toda organización, sin importar su estructura inicial, desarrolla inevitablemente tendencias oligárquicas, que llevan a que el poder se concentre, progresivamente, en una minoría de líderes. Esta tendencia se debe a la necesidad de una estructura jerárquica para su funcionamiento eficiente. Esto conduce a la formación de una élite que se distancia de la base y conserva el poder, convirtiendo los objetivos iniciales en un fin en sí mismo: en efecto, los líderes y la organización, terminan teniendo un único objetivo: mantenerse en el poder el mayor tiempo posible, incluso aunque ello implique el abandono de los ideales iniciales. La burocracia y la especialización hacen que los líderes y “expertos” se vuelvan indispensables, lo que les otorga poder. En definitiva, la “ley de hierro” implica que, en cualquier organización, una minoría terminará siempre gobernando, ya sea en un sistema democrático o autocrático.

Los fragmentos seleccionados pertenecen a su obra Los partidos políticos y a La ley de hierro de la oligarquía. Ambos textos tienen algunas reiteraciones que hemos conservado.


Werner Sombart (1863-1941)

Si los anteriores textos seleccionados procedían de psicólogos sociales y/o sociólogos, con Sombart nos encontramos con un sociólogo que, además, es historiador especializado en economía y, más en concreto, en el proceso de formación del capitalismo moderno. Sus trabajos en economía se elaboraron a partir de sus propios estudios sociológicos y se centraron en la crítica al socialismo y liberalismo. Inicialmente ubicado en el campo de la izquierda progresista, sus estudios le llevaron a situarse en el extremo opuesto.

Nacido en Ermsleben (Alemania), estudio Derecho y Economía Política en Berlín y Pisa. En 1917 fue nombrado catedrático de Economía en la Universidad de Berlín. Generalmente, su nombre está unido a la Joven Escuela Histórica alemana y a su tercera generación, la más tardía y con algunos matices diferenciales en relación a las dos generaciones anteriores. Para esta escuela la historia es la principal fuente de conocimiento sobre las acciones humanas y especialmente sobre la economía. Ni economía ni historia pueden abordarse por separado si se quiere entender algo sobre las acciones humanas y la cultura. Para llegar a conclusiones válidas, el historiador deberá basarse en datos empíricos sobre cada período histórico y en cada área geográfica en concreto. No existen leyes económicas que puedan aplicarse universalmente y en todos los tiempos.

Para Sombart y para los “jóvenes historiadores” de esta escuela, la crítica a los economistas clásicos se basaba en que, en estos, las necesidades del individuo y su voluntad eran autónomos. Refutaron esta posición sosteniendo de manera convincente que había que colocar en primer plano a la “comunidad” antes que al individuo, algo que era posible a la vista de que la comunidad disponía de instituciones e instrumentos que condicionaban la acción de los individuos. Cada sociedad, en cada momento dado de la historia, tenía unos valores y una ética que iban variando según los períodos, las latitudes de referencia y las áreas culturales. Esto, en la práctica, tendía a revalorizar el papel del Estado: mientras el liberalismo sostenía que el Estado debía de abstenerse de cualquier intervención en materia económica, los “jóvenes historiadores” sostenían que el Estado tenía una responsabilidad ineludible en materia económica. Por eso se les considera partidarios de una “política socializante” destinada a mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Al Estado le correspondía rectificar situaciones indeseables a las que pudiera conducir la libertad de mercado.

Todo esto, que es tan actual como lo era a mediados del siglo XIX, propio de épocas de cambios económicos acelerados y bruscos, llevó a Sombart a enunciar dos conceptos: “capitalismo tardío” y “destrucción creativa”. En el primero, analiza los rasgos del capitalismo en la fase de desarrollo que se vivía a principios del siglo XX, identificando los procesos de acumulación de capital, mecanización del trabajo, e inserción de las nuevas tecnologías de la época en el proceso de producción. Por “destrucción creativa” entendía el proceso capitalista en el que las innovaciones constantes generan el reemplazo continuo de empresas, productos y modelos de negocio que obligan a una reestructuración continua de la economía.

Sombart fue el primero en analizar los sistemas económicos desde un punto de vista cultural y espiritual. Le gustaba afirmar que sus estudios se centraban en el “alma del capitalismo”, concepto en el que incluía los factores psicológicos y culturales que debían analizarse paralelamente al “cuerpo del capitalismo” (su estructura material). Y no había racionalidad en este “alma capitalista”, sino valores que juzgaba procedentes de las concepciones que hasta finales del siglo XVIII habían sido propias de las comunidades judías: ambición, deseo de lucro, usura, acumulación de riqueza y que luego pasaron a ser propias del “burgués”.

Hemos elegido un texto de Sombart en el que estas líneas, no solamente demuestran el “estilo de trabajo” sistemático que utilizó, sino en el que queda muy clara la relación concepción judía – traslación de esa concepción al liberalismo económico – valores burgueses: Los judíos y la vida económica y el capítulo “Formación de la mentalidad capitalista”.


 Edward Bernays (1891 - 1995)

Con Bernays se cierra el círculo iniciado con Le Bon. La diferencia entre ambos es que Le Bon fue un teórico de la psicología social, mientras que Bernays optó por aplicar, inteligente —pero también, torticeramente— lo enseñado por el autor de Psicología de las Muchedumbres. En efecto, Edward Bernays es considerado como el pionero de las “relaciones públicas” y de la publicidad. Le Bon se limitó a constatar sobre hechos que, en el fondo, repugnaban a su mentalidad. Bernays, simplemente, los puso en práctica y constató, indirectamente, su validez empírica. También puede añadirse que Sombart diseccionó la mentalidad judía y sus valores para explicar su transferencia a la burguesía y explicar el nacimiento del capitalismo. Bernays hizo algo más: demostró que la mentalidad judía —había nacido en el seno de una familia judía vienesa cuya madre estaba emparentada con Freud y su abuelo era rabino-jefe de Hamburgo— podía aplicarse a la publicidad.

Hemos colocado a Bernays en último lugar en esta antología de texto “antidemocráticos” en la medida en la que, con él queda demostrado que en el “capitalismo tardío” del que hablara Sombart, la masa es una materia moldeable a voluntad de los “aprendices de brujo” que hacen de cada ser humano, un “consumidor”. Su lema era que “el consumo da la felicidad”. A pesar de que Bernays, en varias ocasiones, aludiera a la “ética de las relaciones públicas”, es cuestionable que en este terreno exista algo que pueda ser llamado con propiedad “ética”.

En 1890, los Bernays se trasladaron a EEUU y dos años después, toda la familia se asentó en Nueva York, que ya por entonces empezaba a ser la capital mundial de los negocios. Y tuvo un éxito extraordinario como “asesor de relaciones públicas”. Consiguió convencer a los “consumidores” de la necesidad de cambiar sus hábitos. Véanse unos ejemplos: fue el creador del “verdadero desayuno estadounidense”, a base de tocino y huevos y, para ello, utilizó las tesis de Freud sobre el inconsciente; en 1930 logró convencer a la población de que solamente los vasos desechables eran higiénicos, vinculando la imagen de un vaso de vidrio desbordado con imágenes subliminales de genitales afectados por enfermedades venéreas. Consiguió que la mujer se convirtiera en fumadora para la marca Lucky Strike, cuando un discípulo de Freud le comentó que para la mujer el cigarrillo era la “antorcha de la libertad”, así que unió las reivindicaciones feministas al deseo de fumar. Incluso, para las fiestas de Pascua, contrató a cientos de mujeres delgadas (fue el promotor del ideal de delgadez en la mujer) y jóvenes, pero no modelos, para que fumaran sin cesar al acabar los oficios de Semana Santa. Y, por supuesto, convocó un gran evento social en el Waldorf Astoria, con beneficios “destinados a obras de caridad”, en la que damas de alta sociedad lucían los mismos colores que Lucky Strike, la marca que lo había contratado: el verde. Antes, se había preocupado de que el verde fuera el color de moda… Lo más paradójico de toda esta historia es que Bernays jamás había fumado e, incluso, que trató de convencer a su esposa de que dejara de hacerlo.

Desarrolló un proceso sistemático para las relaciones públicas, que incluía definir objetivos, investigar al público, adaptar objetivos, decidir la estrategia, crear el mensaje y planificar las acciones tácticas. Lo importante en estas campañas era que el agente instigador de las mismas permaneciera en la sombra. A esto le llamo “manipulación del consenso”. Bernays sostenía que las personas “invisibles” que crean conocimiento y propaganda pueden gobernar a las masas moldeando sus pensamientos y valores.

Por increíble que pueda parecer, todas las técnicas empleadas por Bernays tuvieron éxito, así que políticos y el propio gobierno federal recurrieron a él para sus campañas electorales o, como en el caso de Guatemala en 1954, para facilitar el golpe de Estado organizado por la CIA contra Jacobo Arbenz. En las elecciones para la alcaldía de Nueva York, cuando trabajaba para el candidato William O’Dwyr, se preocupó de segmentar a los electores y proyectar sobre cada grupo las opiniones que mejor podían aceptar: a los irlandeses se les informó sobre la mafia italiana y cómo el candidato iba a combatirla, pero a los electores italianos se les habló sobre la reforma del departamento de policía y, para los judíos, O’Dwyr era presentado como su firme defensor ante el ascenso del nazismo. Obviamente, durante la Segunda Guerra Mundial, Bernays trabajó para distintos organismos de defensa y figuró entre los más activos promotores del intervencionismo norteamericano contratado por Roosevelt. En la postguerra, asesoró a la CIA.

El texto seleccionado forma parte del libro Propaganda: como manipular a la opinión pública en democracia. Así pues, estamos hablando de “manipulación”, no de “gobierno del pueblo”. Eso es, precisamente, en lo que se ha convertido la democracia cuantitativa: esto es, en el arte de la manipulación.

 

SUMARIO

Introducción

PRIMERA PARTE - DEMOCRACIA: SOCIOLOGIA DE LO IMPOSIBLE

> Gustave Le Bon (1841 - 1931)

    PSICOLOGÍA DE LAS MUCHEDUMBRES

         Características generales de las masas. Ley psicológica de su unidad mental.

         La era de las masas

         Los sentimientos y la moral de las masas

         1. Impulsividad, movilidad e irritabilidad de las masas

         2. La sugestionabilidad y la credulidad de las masas

         3. La exageración y la ingenuidad de los sentimientos de las masas.

         4. La intolerancia, la tendencia a la dictadura y al conservadurismo de las masas

         5. La moralidad de las masas

         El poder de raciocinio de las masas.

         La imaginación de las masas

         La forma religiosa que toman todas las convicciones de las masas

> Gaetano Mosca (1858 – 1941)

    LA CLASE POLÍTICA

         1. La teoría democrática

         2. Consecuencia de la diversidad social entre el pueblo y la clase dirigente

> Vilfredo Paretto (1848 – 1923)

    LA CIRCULACIÓN DE ÉLITES

        Cómo se manifiestan las élites

        Cómo se desarrolla el socialismo

        Heterogeneidad social y circulación entre las partes

        La clase superior y la clase inferior en general.

> Robert Michels (1876-1936)

    LA LEY DE HIERRO DE LA OLIGARQUÍA

        El principio de la masa

        La organización

        La oligarquía

        Las consecuencias políticas de la oligarquía 

        La tendencia de las masas a venerar al líder

        A. Causas del liderazgo

            1. La necesidad de organización

            2. Imposibilidad mecánica y técnica de un gobierno directo de las masas

            3. El partido democrático moderno como partido de lucha

         B. Causas psicológicas del liderazgo

              1. El establecimiento de un derecho consuetudinario para el cargo de delegado

              2. La necesidad de liderazgo que experimenta la masa

              3. La gratitud política de las masas

SEGUNDA PARTE: EL CAMINO HACIA LA MODERNIDAD

> Werner Sombart (1863-1941)

    LOS JUDÍOS Y LA VIDA ECONÓMICA
         La formación de la mentalidad capitalista    

> Edward Bernays (1891 - 1995)               

    PROPAGANDA: COMO MANIPULAR LA OPINIÓN
    EN DEMOCRACIA        

         Organizar el caos

         La nueva propaganda

         Los nuevos propagandistas

         La psicología de las relaciones públicas

         La propaganda y la autoridad política

         Los mecanismos de la propaganda