[con Gonzalo Rodríguez, Eduard Alcántara y Ernesto Milá].

Hay varios motivos y ninguno de ellos es contradictorio con todos
los demás. De hecho, el ciclo franquista terminó con la vida de su fundador
y, por mucho que se empeñaran sus partidarios, era imposible la existencia de
un “franquismo sin Franco”.
Los motivos de la desaparición del franquismo fueron, por este
orden:
1) Desde mediados de los años 60 se había generado un
capitalismo español, todavía débil, pero vivo y activo que respondía a las
leyes del mercado. En otras palabras: el control del Estado sobre la
economía fue cada vez más débil y, por tanto, se generó una economía liberal
que, a medida que fue creciendo, hizo necesario el que las estructuras
políticas se adaptaran a las prácticas económicas. A una economía de mercado
corresponde un sistema democrático, la cara y la cruz del liberalismo:
económico y político. A partir de principios de los 70, era necesario para
ese capitalismo español entrar en el “Mercado Común Europeo” y eso solamente
podía hacerse adoptando el mismo modelo político del resto de socios europeos.
2) El régimen franquista, a
partir de mediados de los años 60 dejó de preocuparse por la “lucha cultural” y
la dejó en manos de editores y asociaciones privadas -y, por tanto, de alcance
limitado-, mientras que la “lucha cultural progresista” se beneficiaba del
concurso de buena parte de empresas editoriales que difundieron, libremente y
sin ninguna cortapisa, textos progresistas de moda en aquel momento: Marx,
Engels, Lenin, Mao, Freud, Marcusse, Fromm, que -contrariamente a la leyenda
proclamada por la “memoria histórica”, lejos de estar prohibidos, se vendían
libremente a partir de finales de los 60. En otros terrenos del mundo de la
cultura, el régimen franquista renunció en la segunda mita de los 60 a
cualquier forma de lucha cultural. No es que no existieran textos,
orientaciones, autores que no estuvieran en esa línea, sino que la Editora
Nacional, vinculada al ministerio de Información y Turismo, prácticamente cesó
actividades en el último tercio de los 60, convirtiéndose en residual. Esto
explica por qué al concluir el franquismo las universidades tenían mayorías de
profesores y de alumnos ubicados a la izquierda o porqué desde el primer tercio
de los años 70, las escuelas normales de formación del profesorado habían caído
en manos de los principios educativos del progresismo. E, incluso, por qué
el PCE no encontró inconvenientes en ganarse al grueso de la industria del cine
para su causa.
3) La Ley de Inversiones extranjeras de 1959, convirtió a
España en un país atractivo para el capital extranjero, pero en el que todavía
una parte importante de la economía estaba en manos públicas y, por tanto,
ofrecía resistencia a la penetración económica extranjera. Otro tanto
ocurría con la actividad de las multinacionales que solo penetraban poco a poco
en nuestra economía y difícilmente podían competir con las empresas del INI en
algunos terrenos. La presión del capital extranjero y de las multinacionales
fue uno de los principales factores para imponer el curso de la democratización
y, consiguientemente, allanar el camino hacia las Comunidades Europeas.
4) Tras Richard Nixon, la política exterior norteamericana
varió: se trataba, no solo de conseguir aliados en la Guerra Fría contra la
URSS, sino, además, integrarlos en la OTAN, para lo que eran preciso unas
exigencias democráticas. A pesar de que Franco había firmado con Eisenhower en
1956 los acuerdos mutuos de defensa y de asistencia, veinte años después, se
trataba de conectar a España (y también a los gobiernos autoritarios de Grecia
y Portugal) en el dispositivo de mando de la OTAN. Así se daba “profundidad”
a la Alianza. Estas nuevas orientaciones pesaron como uno losa sobre el
franquismo en 1975.
5) El asesinato de Carrero Blanco dejó sin sucesor confiable a
Franco. De haber sobrevivido Carrero, sin duda la transición también
hubiera tenido lugar, pero de otra manera, más reposadamente y con unos plazos
más largos. El asesinato de Carrero contribuyó a desmoralizar a los partidarios
del régimen y a dejarles con la duda no superada de lo que ocurriría tras la
muerte de Franco: el “después de Franco, las instituciones” que repetía
la propaganda oficialista en los últimos años del franquismo solamente era
válido si esas “instituciones” eran tuteladas por un hombre fuerte. Y
estaba muy claro que el príncipe Juan Carlos ni era ese “hombre fuerte”, ni
hubiera querido serlo jamás.
6) Ante todo esto, la acción de la “oposición democrática”,
apenas hizo cosquillas al régimen. El PCE que tenía una estrategia y un “aparato
político” curtido en la clandestinidad, financiado por la URSS y por los países
del bloque comunista fieles a Moscú, era el único que disponía de estrategia y
tácticas perfectamente definidas. El PSOE era una sombra de lo que fue y
solamente a partir de 1972, la socialdemocracia alemana empezó a financiar a través
de la Fundación Ebert al pequeño grupo de socialistas andaluces, lo
suficientemente mansos y necesitados de apoyo, como para ofrecerse como una de
las columnas del futuro régimen. Como ya hemos dicho, la oposición era
fuerte en el medio estudiantil, en las concentraciones industriales (a través
de Comisiones Obreras), entre los “intelectuales y artistas” (los “trabajadores
de la cultura” impulsados sobre todo por el PCE) y en determinados ambientes
del clero y de la jerarquía. Pero, en su conjunto, carecía de fuerza
social suficiente como para desplazar al régimen que contaba con el apoyo, sobre
todo, de la mayoría silenciosa y de los poderes fácticos. La oposición
democrática fue determinante a la hora de construir una alternativa al
franquismo, pero no fue, desde luego, ni remotamente, la promotora de esa
alternativa.
7) En 1975, la cadena de prensa del Movimiento, llegó a tener 43
diarios, pero sus beneficios habían caído de 44.547.529 pesetas en 1966 a un
déficit de 74.309.865 pesetas en 1975. Ese año cerraron los más deficitarios. Tras
la muerte de Franco y especialmente a partir de 1977 se fueron subastando
cabeceras (alguna de las cuales prolongó su existencia hasta 1984). En 1976,
la prensa más leída en España, aparte de las cabeceras “históricas (ABC, La
Vanguardia, el Correo Español) había pasado a ser la Cadena 16, el grupo
PRISA y el Grupo Z, todas de reciente creación. Estos tres grupos
mediáticos, influyeron decididamente en la transición, ocultando algunas
informaciones, publicando otras llegadas de servicios de información nacionales
y extranjeros, promoviendo una “nueva cultura” y disfrutando de una libertad de
prensa sin restricciones. Todos estos grupos mediáticos, sin excepción, se
preocuparon de aislar al “franquismo político” y orientar al “franquismo
sociológico” hacia el voto centrista (de centro-derecha o de
centro-izquierda que, desde entonces se convirtieron en las dos columnas sobre
las que se edificaría el nuevo régimen).
7) Los años habían ido desgastando al franquismo, los jóvenes
falangistas que en 1940 tenían 25 años, en 1975 habían superado los 60 y
estaban agotando su ciclo vital. Muchas cosas habían cambiado desde 1939:
las estructuras del régimen (Sindicatos, Guardia de Franco, Movimiento, Frente
de Juventudes, Sección Femenina), se habían ido convirtiendo en estructuras
burocráticas con escasa militancia y poco prestigio social. La transformación
del “Movimiento-organización” en “Movimiento-comunión de todos los españoles en
los ideales del 18 de julio” operada por la Ley Orgánica del Estado, con el fin
de alejarlo de la idea de “partido único”, había contribuido a despolitizar
especialmente a los jóvenes (la OJE no pasaba de ser un grupo de boy-scouts
en donde la preocupación era que no parecieran ni muy falangistas, ni
difundieran ideales joseantonianos que podían remitir al viejo fascismo de los
años 30). Ni se buscaba, ni siquiera se querían nuevos afiliados al Movimiento
o a la Guardia de Franco, en los primeros años 70. En cuanto al “asociacionismo”,
con el que Carrero Blanco pretendía crear una “derecha política” frente a una “izquierda”
ya organizada, tampoco contribuyó a atraer a más interesados que los que campaban
intramuros del régimen. El régimen, en su conjunto, trató de despolitizarse,
pero no advirtió que la “oposición democrática” politizaba toda la vida social
y cultural. El “frente” que había dado vida a la coalición que apoyo la
sublevación del 18 de julio, estaba, desde principios de los años 40,
fracturada en los distintos grupos que la compusieron y a partir de los 60,
algunas fracciones había cruzado la divisoria y se habían situado en el espacio
de la “oposición democrática”. El régimen conservaba todavía base social,
pero empezaba a carecer de “grupos activos”. Rápidamente, tras la muerte de
Carrero, el régimen franquista, con Franco todavía vivo, inició su
desmoronamiento que se acentuó el 20 de noviembre de 1975. Cada político del
régimen trató de ubicarse allí donde creyó que podía beneficiarse mejor de cara
al futuro. Por una parte, los “evolucionistas” del franquismo se situaron
en torno a los “siete magníficos” de los que nacería Alianza Popular y el
actual PP. Inicialmente, se creyó que este grupo de centro-derecha protagonizaría
la transición, pero Adolfo Suárez se adelantó creando la Unión del Centro
Democrático, con grupos extremadamente minoritarios, liberales,
socialdemócratas, democristianos, ex funcionarios del franquismo y oportunistas
sin principios, pero que contaban con el apoyo de los medios de comunicación de
la época y aceleró la transición, en medio de una situación caótica que remitía
a la Segunda República, pero que pudo controlar gracias a la colaboración de
servicios de inteligencia norteamericanos.
Con la acción de estos siete factores, con un nuevo “jefe del
Estado” a título de Rey, consciente de la situación en la que había heredado
las riendas del Estado, de sus limitaciones y de la historia del último Rey de
España, Alfonso XIII, que perdió el trono por haberse implicado demasiado en la
política cotidiana, optó por aceptar su papel de convidado de piedra y dejar
que actuaran libremente los elementos que hemos enumerado hasta aquí. Lo que tenemos hoy, el régimen político español, es el resultado
de aquella transición, con la salvedad de que todos los demás elementos han
variado, incluso desaparecido:
- El franquismo se desarrolló durante la Tercera Revolución Industrial (hoy vamos por la cuarta)
- Los grupos mediáticos que apoyaron la transición ya no existen (Grupo 16 desaparecido, Cadena PRISA y Grupo Z, con una influencia mucho menor que en 1976 y habiendo cambiado de titularidad).
- Los partidos de centro-derecha (PP) y centro-izquierda (PSOE) en franca pérdida de energía, con un PCE desaparecido subsumido en Izquierda Unida y luego en Sumar.
- Con un aumento progresivo del “euroescepticismo” y una desconfianza absoluta en la capacidad de la UE para generar un futuro para Europa
- Con una situación económica en la que el sector industrial ha sido mermado en beneficio del sector servicios y una agricultura desahuciada por el “pacto verde” de la UE.
- Con un déficit cercano a los dos billones de euros, una fiscalidad asfixiante, una inflación real que supera con mucho los trucajes estadísticos (especialmente en vivienda y alimentación), una caída en picado de los servicios públicos (especialmente sanidad y educación), un negro futuro para el sistema de pensiones, y, para colmo, una estructura burocrático-administrativas sin precedentes en la que se une a la administración central del Estado, las administraciones autonómicas, las diputaciones provinciales, las administraciones municipales y… los consejos comarcales en algunas autonomías. Lo que implica un gasto público desmesurado, insostenible y sin precedentes.
- Con una población de casi 50.000.000 de habitantes, de los que unos 10-12.500.000 son o bien nacidos en el extranjero, o hijos de extranjeros o extranjeros nacionalizados: esto es, una sociedad multiétnica y multirreligiosa en la que el Islam es la confesión que cuenta con más centros de culto.
- En un marco de mundialismo cultural favorecido por la ONU y sus organismos especializados, y una globalización económica inviable y partida en dos a raíz del conflicto ucraniano.
- Con una situación internacional completamente diferente a la que se dio en 1975.
- Con una juventud ampliamente despolitizada, en la que el número de ni-nis asciende a un 10%.
No es, desde luego el panorama más alentador, ni el que esperaba la
sociedad española en 1976, tanto la que se decantaba hacia la “oposición
democrática” como la que se decantaba hacia la “mayoría silenciosa”. Si el franquismo dio “pan y trabajo”, pero faltaba “libertad”, el
régimen que la ha sucedido, fue encareciendo progresivamente el “pan”,
disminuyó la cantidad, la calidad y el poder adquisitivo de las percepciones
por “trabajo” y ni siquiera juega en su favor en este momento, las
restricciones reales a la libertad de expresión (que está intentando el
gobierno Sánchez), tanto por leyes imperativas como por presión y coacción
moral de determinadas minorías. Hoy no hemos progresado tanto en este terreno:
si ayer hacía falta exprimir la imaginación para eludir la censura franquista,
hoy hace falta ser cauto no sea que cualquier minoría presente una denuncia por
“delito de odio”.
7. Lo absurdo del guerracivilismo en el siglo XXI.
Han pasado 86 años desde el final de la Guerra Civil y medio siglo
tras la desaparición de Franco. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto en
1984 actualizar el recuerdo de la Guerra Hispano-Americana de 1898? ¿o que en
1960 se hubiera generado un movimiento de “memoria histórica” que exigiera
buscar las fosas comunes de los fusilados durante la Tercera Guerra Carlista
(1872-1876)? Y ¿qué decir del guerracivilismo
promovido por la extrema-izquierda, por un lado, y la “memoria histórica
unidireccional” avivada por el PSOE en estos momentos de aceleración de la
historia cuando el tiempo pasa aún más rápidamente y en 10 años se producen
tantos cambios que en otras épocas tardaban siglos?
Hasta la llegada de Zapatero, la sociedad española había dejado
atrás la Guerra Civil. Solamente el Partido Comunista de España, mantenía vivo
el recuerdo para mantener a sus votantes de tercera edad dispuestos a recordar
sus años y sus ideales de juventud. Las familias españolas, que, en general,
habían tenido combatientes en ambos bandos, sabían que era mejor olvidar antes
que tratar de ajustar cuentas con el pasado.
Quien esto escribe tuvo un abuelo, teniente-coronel del Ejército
de la República, juzgado por un tribunal militar y condenado a dos penas de
muerte, conmutadas. Tras tres años de prisión, perdió el grado y la carrera
militar. Mi padre, apolítico, pero casado con su primera esposa perteneciente a
la alta burguesía catalana, debió de emprender junto a ella el cruce
clandestino del Pirineo a causa de los crímenes cometidos por pistoleros de la
FAI en los tres primeros meses de Guerra Civil en Cataluña, ante la pasividad
de Companys que pagó así a los anarquistas el haber colaborado decisivamente a
sofocar la rebelión militar en Barcelona. En mi familia hubo combatientes de
ambos bandos. Por lo que recuerdo, desde que tuve uso de razón en 1959,
jamás oí hablar en mi familia de la guerra civil. Era un mal recuerdo por el
que nadie quería volver a pasar. La noche, había quedado atrás.
Y esto ha durado hasta esa explosión de guerracivilismo con el que
la izquierda del siglo XXI pretende esconder su debilidad argumental y encubrir
su vacío absoluto y su indigencia intelectual en lo doctrinal. Ese guerracivilismo es lo que le permite a la izquierda podemita
amenazar con “machacar a la derecha”, dedicar millones de euros
distribuidos por un gobierno corrupto y corruptor con diversas excusas ancladas
todas en la “memoria histórica”, profanar tumbas en el Valle de los Caídos,
incluso la creación de un organismo judicial, la Fiscalía de la Memoria
Democrática para investigar delitos reales o supuestos ocurridos hace casi un
siglo y, para colmo, otorgar la nacionalidad española a descendientes de los
que abandonaron España como consecuencia de la guerra civil: hasta diciembre
de 2025, el número de nacionalizaciones obtenidas a través de este medio
asciende en el momento de escribir estas líneas a 414.652 personas, habiendo
sido solicitado por más de dos millones de personas… Y no, no es un rasgo de
generosidad, el haber nacionalizado a personas que, por lo general, nunca han
estado en España, sino más bien, una medida para sustituir las pérdidas de
votantes socialistas con estos “nuevos españoles” que votarán por correo (la
forma de votar que se presta universalmente a más fraudes).
Lo peor no es tener un gobierno fraudulento, cleptocrático, mentiroso y
degenerado, sino un gobierno que justifica “democráticamente” cualquier fraude
deliberado con una apelación pretendidamente moralista y humanitaria. Tiene razón Vox cuando alerta sobre la posibilidad de fraude en
las próximas elecciones. Y habrá que estar muy pendiente de este factor y NO DEJARLO PASAR.
8. El 20-N de Pedro Sánchez
Quizás, lo más absurdo del enfoque que está dando el PSOE y la
izquierda radical, es tratar de pensar que el régimen franquista se mantuvo
solamente por la fuerza de sus aparatos coercitivos y propagandísticos. Que
estos aparatos represivos existieron y actuaron con dureza es algo de lo que no
puede dudarse, pero también resulta absolutamente increíble que un régimen
pudiera mantenerse en el poder durante un período tan prolongado sin tener una
amplia base de apoyo social. Ya hemos aludido a que la transición triunfó
sobre la “ruptura democrática” porque que los partidarios de esta carecían de
fuerza social suficiente para forzarla… lo que equivale a confirmar que, el
franquismo disponía, en efecto, de una amplia base sociológica.
Creemos que los “eventos del 50º aniversario de la muerte de
Franco” no han sido más que una dilapidación de fondos públicos, para mayor
gloria de la tendencia al despilfarro que caracteriza al actual gobierno. Si
se pretendía que el 20 de noviembre de 1975, fecha de fallecimiento de Francisco
Franco, fuera un hito en el “sanchismo”, hay que reconocer que, realmente lo ha
sido: en efecto, ese mismo día, el Tribunal Supremo condeno a dos años de
inhabilitación al Fiscal General del Estado, nombrado por Sánchez para el cargo
y primera condena a la que se hace acreedor un fiel servidor del sanchismo.
En historia también rige el principio de la “heterotelia”: llegar
a fines muy diferentes de los que inicialmente se había propuesto. La fecha
del 50 aniversario de la muerte de Franco no será recordada como el momento en
el que el PSOE ajustó cuenta con el pasado y condenó definitivamente al
franquismo, sino como el día en que se inició el principio del fin del
sanchismo.
El 20 de noviembre de 2025, Pedro Sánchez había decretado la
culminación de un año salpicado de eventos para conmemorar el 50 aniversario del
fallecimiento de Francisco Franco, jefe del Estado Español durante casi 40
años. En una celebración de este tipo, lo normal hubiera sido crear una
comisión de historiadores (porque el franquismo es historia), economistas
(porque durante ese período España experimentó una transformación profunda),
sociólogos (porque la sociedad de 1936 no se pareció en nada a la de 1975) y
representantes de las distintas corrientes de la sociedad civil que tuvieron algún
protagonismo en ese período. Obviamente se hubieran producido polémicas y
confrontaciones… pero es que la democracia es precisamente eso: debate.
En lugar de eso, el gobierno, perdido entre brumas cada vez más
densas de corrupción y mala gestión en todos los frentes, optó por el “unilateralismo”:
si hablamos de “franquismo”, necesariamente debe hacerse desde el punto de
vista del “antifranquismo”. La campaña de publicidad sanchista debía celebrar
100 eventos a lo largo del año bajo el lema “España en libertad”. Pero,
realmente, solo ha llegado a los medios, sin suscitar excesivo interés, el acto
inicial de la campaña y hay que visitar la web de la campaña (http://espanaenlibertad/) para advertir la
parcialidad de la campaña y lo minoritario de la asistencia a los eventos
celebrados (significativamente no hay ninguna foto de las asistencias, lo que
sugiere directamente que las “masas populares” estuvieron ausentes).
Ha sido un fenomenal patinazo del gobierno Sánchez, otro más, que
ha operado en su contra. No solamente la culminación del “año Franco” fue el día
en el que se publicó la primera sentencia condenatoria contra el “sanchismo”
(contra el fiscal general del Estado acusado de “revelación de secretos”), sino
que se publicó que -como no podía ser de otra manera- hay sectores que
conocieron aquellos años y que los añoran. En cuanto a la juventud, esas mismas
estadísticas demostraron que es cada vez más “de derechas” y que mira con
benevolencia aquellos años. El inicio del proceso
de disolución de la Fundación Francisco Franco o los proyectos de demolición
del Valle de los Caídos, ni han prestigiado a quienes los han promovido, ni siquiera
han suscitado entusiasmos ni adhesiones incondicionales a un gobierno asediado
por la corrupción y, digámoslo también, por la traición a un país y a su
historia.
A punto de acabar el circo generado desde La Moncloa, es hora de
poner los puntos sobre las íes. El franquismo tuvo sus pros y sus contras.
Cabría aplicar el viejo refrán español de “ni tanto, ni tan calvo”. Así que ahora, cuando los juicios por corrupción cada día
avanzan un poco más, cuando el “año Franco” diseñado por el sanchismo empieza a
quedar atrás y la historia sigue implacable su curso, es un buen momento
para plantearnos qué fue el franquismo, cómo fue y por qué fue.
> LOS PROBLEMAS CENTRALES
1. Franquismo uno y trino
El principal error en el que se cae a la hora de examinar el “franquismo”
es considerar que fue un período homogéneo en la historia de España, sobre la
base de que el Jefe del Estado fue siempre el mismo. Pero se trata de un error.
Podemos definir al franquismo como una forma de “adaptacionismo
conservador” y describirlo como una modificación de posturas adaptadas a las
circunstancias internacionales para defender valores católicos y conservadores.
Desde este punto de vista, no hubo “un franquismo”, sino varios. En cada una de las fases del régimen, marcada por los
acontecimientos internacionales, pero también por las alianzas en cada momento
y por las necesidades de la sociedad española, se sucedieron distintas
políticas y se fueron alterando los equilibrios entre grupos políticos que
habían participado en la sublevación cívico-militar de julio de 1936. Lo que
da unicidad a ese período no es la persistencia durante casi cuarenta años de
la misma persona el frente del Estado, sino el objetivo que esa persona, el
Generalísimo[1]
Franco, se trazó en el momento en el que asumió este título otorgado por la
Junta de Defensa Nacional en 1936, concentrando el mando de todas las fuerzas militares del bando sublevado
durante la Guerra Civil. También se acordó nombrarlo “Jefe del Gobierno del
Estado Español”. Provisto de esta doble autoridad, Franco tuvo las manos libres
para su gobierno de casi cuarenta años.
Así pues, hubo “un Franco”, pero varios “franquismos”, entendiendo
por tales, las fases en las que se aplicaron distintas fórmulas y principios
para gobernar España. Este problema no ha sido
entendido por los herederos del franquismo que, habitualmente, tomaban alguno
de esos períodos parciales y lo extrapolaban a la totalidad del franquismo.
Esto queda muy claro en aquellos franquistas que hacen gala hoy de un nacional-catolicismo
identificándolo con los años del Franquismo, cuando el nacional-catolicismo fue
hegemónico dentro del régimen en un período del mismo (que definiremos más
adelante), pero no en la totalidad del mismo. Y otro tanto puede decirse de los
“falangistas franquistas” que confunden todo el tiempo del franquismo con los
apenas cinco años en los que los falangistas tuvieron la hegemonía dentro del
régimen. Incluso, cuando Blas Piñar fundó su partido, Fuerza Nueva, el uniforme
que adoptaron, el que había caracterizado al régimen en sus primeros años,
camisa azul de la Falange y boina roja del carlismo, no tenía absolutamente nada
que ver con el “tercer franquismo” que fue, sobre todo, tecnocrático y
desarrollista y para el que la uniformidad era algo del pasado que ya no tenía
mucho sentido en la sociedad española de los años 60 y 70.
2. En franquismo ¿fue una forma de fascismo?
El parágrafo anterior tiende a contestar automáticamente esta
cuestión. En efecto, una de las fases del franquismo, que abarcaría desde la
Guerra Civil hasta 1942, período en el cual estaba muy presente la ayuda
prestada por las potencias del Eje a la victoria del bando “nacional” y en el
que, una vez desencadenada la Segunda Guerra Mundial, registró los triunfos militares
del Tercer Reich, el régimen se adaptó a estas circunstancias y cabe aplicarle
el calificativo de “fascista”, con matices[2].
Si el franquismo, solamente durante ese período, puede ser definido, en rigor cómo
idéntico al “tercer fascismo”, hay que tener en cuenta que esto no implica que,
en su interior, desaparecieran por completo las otras fuerzas que habían
participado en la sublevación contra la República: alfonsinos, carlistas,
derecha radical, centro-derecha, nacionalistas, católicos participaron
con los falangistas en la fundación del régimen. Lo más oportuno es decir
que en esa primera etapa del régimen, fue “hegemónico” dentro del gobierno una
forma de fascismo diferente al italiano y al alemán de raíces católicas, muy
influido por el zeitgeist de aquellos años que fueron “los años del
fascismo” en toda Europa.
La cuestión clave, más bien, es ¿qué entra dentro de la definición
de “fascismo”? Desde el punto de vista histórico, el fascismo es un movimiento
que aparece en los años 20 y 30 en la mayor parte de países occidentales con
unas características propias (cesarismo, corporativismo, militarización de las
masas, anticomunismo, antiliberalismo, nacionalismo, políticas sociales y
centralización del poder). Desde nuestro particular punto de vista, el fascismo
es una reacción de la clase media y de otros sectores de las clases populares
contra los efectos más visibles de la Segunda Revolución Industrial (excesos
del capitalismo, omnipotencia del sector industrial y financiero, desigualdades
de clase, ausencia de políticas sociales, crisis cíclicas). No fue la única
reacción, el bolchevismo fue otro tanto apoyado por intelectuales procedentes
de la clase media y por las masas obreras.
Lo que no fue, de ninguna manera, fue una forma de gobierno de facto
que no contara con el apoyo de las masas. Si se resta ese apoyo social, resulta
imposible entender cómo los gobiernos de Franco y Oliveira Salazar prolongaron su
gobierno durante períodos tan prolongados. Sobrevivieron,
simplemente, por que tenían, incluso en las fases finales de ambos regímenes,
una “fuerza social” superior a la de sus oponentes. En el caos español, esto es
muy visible durante los primeros momentos de la transición: cuando la “oposición
democrática”, tras las oleadas de huelgas y manifestaciones que tuvieron lugar a
lo largo de 1976, entiende que no posee “fuerza social” suficiente para
imponerse sobre los “poderes fácticos” (magistratura, ejército, principalmente)
y que el franquismo conserva todavía una importante “mayoría silenciosa”, es
cuando abandona progresivamente la idea de la “ruptura democrática” y opta por
la “transición pactada”.
3. Franquismo y dictadura
Hay palabras que arrastran una carga negativa que no tenían en su
origen: “fascismo” es una de ellas. Para restituir lo que fue el fascismo y ponerlo
en el lugar que le corresponde hay que situarse más allá de los conceptos de la
propaganda política que han contribuido a hacer de los “fascismos” el mal absoluto.
Otro tanto, cabe decir del término “dictadura” que tan a menudo se aplica al
franquismo y que, originariamente, en la antigua Roma, fue una institución ideada
para salir de situaciones de crisis extrema y que actualmente se asocia con
regímenes de extrema-dureza y total ausencia de respeto a los derechos humanos. Ya hemos visto las matizaciones necesarias
que hay que formular sobre el término “fascismo” y sobre lo que hubo de
fascismo en el franquismo. ¿Fue, entonces, una dictadura? Si, en la medida
en la que en la primavera de 1936 la República estaba en crisis (de hecho,
nunca había conseguido estabilizarse y nada auguraba que consiguiera hacerlo) y
Franco encabezó una revuelta, no sólo para restablecer el orden, sino provista
de un proyecto político basado en dos ideas: retorno a la monarquía que ha
acompañado nuestra historia desde tiempos inmemoriales, y desarrollo económico
realizado mediante la planificación sacrificando cualquier otro elemento a esta
premisa: y el resultado final, hay que reconocerlo, fue que el franquismo dio “pan
y trabajo”, pero no “libertad” (entendida en un sentido democrático: no
existía sufragio universal, no existían partidos políticos, no existía una
total libertad de expresión, ni existían derecho de manifestación, preceptos
que se consideran necesarios en un modelo democrático). La “libertad” vendría
en el postfranquismo.
Ahora bien, haría falta establecer si se trató de una “dictadura”
o de una “dictablanda”. A pesar de que en el “año Franco” no se ha hecho esta
distinción, parece evidente que la situación en 1942 no era la misma que en 1975.
A pesar de que no hay cifras “oficiales”, se estima que, entre 1939 y 1945 se
produjeron 25.000 fusilamientos por razones vinculadas a la guerra. Y esta cifra,
por elevada que sea, no puede extrañar por tres motivos: parte de los
fusilamientos se debían al cumplimiento de sentencias judiciales por abusos, asesinatos
y torturas ejercidas durante la Guerra Civil. Otra parte, se debió a acciones
armadas del maquis que solamente pudieron ser contenidas mediante una fuerte represión
combinada por el silencio informativo sobre la existencia de grupo aislados que
seguían realizando acciones esporádicas, en la mayor parte de los casos, de
pura supervivencia.
Pero en 1975 solamente se produjeron cinco ejecuciones, todas
ellas relacionados con delitos de terrorismo. Por
entonces, el franquismo había realizado varios intentos de “apertura” previendo
la muerte del Jefe del Estado. El más reciente, puede situarse entre 1969 y
1973, cuando Carrero Blanco fue nombrado presidente del gobierno y acometió una
“transición controlada” que preveía legalizar “asociaciones políticas” y que
participaran en las elecciones por lo que entonces se llamaba el “tercio
familiar” para las Cortes. Carrero en persona había dicho que esta legalización
abarcaba hasta los socialistas, nada más allá de ellos: lo que impedía
legalizar al Partido Comunista (entonces hegemónico en la “oposición
democrática”) y a los grupúsculos de extrema-izquierda. Es importante señalar
que durante la primera mitad de los 70, los responsables del PSOE, no fueron
en absoluto molestados por la policía en un gesto de “buena voluntad”,
mientras que se multiplicaban detenciones en el PCE y se aniquiló a los grupos
terroristas: desde ETA hasta el FRAP.
Así pues, si hablamos con propiedad, podemos calificar al “franquismo”
como una “dicta-dura” en su inicio, que fue evolucionando hacia una “dicta-blanda”
en su último tramo.
4. ¿El franquismo fue un régimen paternalista?
Algunos han preferido calificar al franquismo de “paternalista”,
esto es de un gobierno que adopta posiciones de tutela y protección de la
sociedad ante todo lo que puede suponer valores disolventes y considerados como
negativos, considerando que su bienestar exige la limitación de ciertas
libertades que pueden facilitar empíricamente su degradación. Este rasgo
estuvo presente en todo el ciclo franquista y a él se debe tanto la institución
de la censura, como la prevención ante el riesgo que determinados grupos
calificados como “subversivos” pudieran actuar contra el “bien común”. Suponía
limitar la libertad de expresión y de información a todo aquello que se
consideraba que pudiera ser negativo para la sociedad y para el individuo particular.
De ahí surgía la prohibición de elementos tan diferentes como la pornografía o
el comunismo, la falta de patriotismo o el sexo fuera del matrimonio. Este
paternalismo se ha explicado como consecuencia de la moral nacional-católica y
que, incluso, concordaban con las ideas de la moral y el estilo falangista.
El ”paternalismo” también entraba dentro de las políticas sociales
del franquismo. Los críticos con el franquismo han visto en todo ello una
necesidad de atraerse a las capas más desfavorecidas ofreciéndoles, como
contrapartida, el acceso al consumo. Pero también es probable que las ideas “sociales”,
tanto del sector falangista, como del catolicismo (recomendada en la encíclica
de León XIII, Rerum Novarum) y que compartía el propio Franco, influyeran
en esta orientación “paternalista”, junto con la planificación económica que
tendía, como en toda forma de capitalismo moderno, de convertir al trabajador
alienado en consumidor integrado.
Por tanto, no es una definición extraviada, con intención de “salvar”
al franquismo, sino más bien un concepto complementario al de “dicta-blanda”.
5. ¿Cuál fue el papel histórico del franquismo?
Durante el período napoleónico fue imposible valorar el papel
histórico jugado por Napoleón Bonaparte. Las pasiones estaban excesivamente
encendidas para pretender el beneficio de la objetividad. Los había que lo
consideraban el “heredero” de la Revolución Francesa, otros como el “salvador”
de Francia, contra los que veían en el Gran Corso a un psicópata agresivo que
había causado entre 3 y 6 millones de muertos y 500.000 soldados franceses
caídos en la campaña de Rusia. Solamente a partir del último tercio del siglo
XIX, los historiadores pudieron empezar a valorar la gestión de Napoleón de
manera más objetiva. En España, lo cierto es que, en 2003, la Guerra Civil
había sido olvidada y superada. Pero el problema fue que, entonces ascendió al
poder un presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, tras las bombas del 11-M, el
peso de 200 muertos y los errores de comunicación del entonces ministro del
interior de Aznar. Zapatero no tenía una ideología definida, ni siquiera
puede decirse de él que conociera lo que era el socialismo, tenía una idea
propia de lo que era la izquierda e, incluso, se discutía su legitimidad sobre
la base de que se ignoraba casi todo sobre los atentados del 11-M. Tampoco
se sentía comprometido con los “pactos de la transición” que implicaban la
superación de la Guerra Civil. Así que, desde el primer momento, fue proclive a
favorecer a colectivos favorables al bando republicano. Fue Zapatero quien
instauró la “memoria histórica”, desenterrando los fantasmas de la guerra civil.
Esto, hubiera sido una medida de madurez de no ser porque la “nueva
memoria histórica” no era objetiva, sino que aspiraba a recordar solamente los crímenes
y abusos de un bando. No del otro. Empezó a
aparecer un tipo de asociaciones que se vieron regadas con fondos públicos,
especializadas en localizar fosas de republicanos fusilados y un “hispanista”,
Ian Gibson, inició la búsqueda de la tumba de García Lorca. Con más frecuencia
de la esperada, se encontraban restos de fusilados… por el bando republicano.
Pero eso no fue obstáculo para que con una frecuencia cada vez mayor, que ha
llegado hasta la histeria con Pedro Sánchez, cada vez más se ha ido aludiendo a
la “memoria histórica” siempre “unidireccional”, excluyendo de cualquier abuso,
crimen o violencia al bando republicano.
Esto, obviamente, ha suscitado dos fenómenos: una reacción en
contra y un fracaso absoluto del “año Franco” (los millones invertidos no ha tenido
relación con los resultados obtenidos)[3].
Ha sido una ocasión perdida para valorar objetivamente los años
del franquismo cuando ya ha pasado medio siglo de su desaparición. Pero la
pregunta sigue en pie: ¿cuál ha sido el papel histórico del franquismo?
Y, sin embargo, es una pregunta extremadamente fácil de responder.
Por una parte, el franquismo “reseteo” el caos republicano.
Desde el día 1 de su existencia, la Segunda República se había demostrado un
régimen imposible. En los tres primeros meses ya estaba claro que, en
lugar de atenuar tensiones sociales, lo que estaba haciendo era una ofensiva de
la España republicana, laica y “progresista”, contra la España monárquica,
católica y “conservadora”. No importa, a fin de cuentas, si fueron los
elementos más extremistas los que impusieron su ley en los primeros meses de la
república: lo que importa es que las nuevas autoridades no fueron capaces de
asegurar el orden, ni proteger, ni siquiera de distinguir entre agresores y
agredidos. Las derechas reaccionaron con la “sanjurjada” y el fracaso los
llevó a reconsiderar la situación y tratar de restablecer el orden por la vía
electoral. Pero, cuando en las elecciones de 1933 son ganadas ampliamente por
la CEDA, el presidente de la república Alcalá-Zamora, desconfía de Gil Robles y,
a pesar de que la Unión de Centro (en realidad, los radicales de Alejandro
Lerroux) hubieran obtenido 127 escaños sobre 473, los llamó para formar
gobierno a despecho, incluso de que la CEDA había obtenido 212 (y apenas 59 el
PSOE). Cuando se impuso la realidad, y Lerroux tuvo que incluir a tres ministros
de la CEDA (considerada por el PSOE como “fascista”, cuando en realidad se
trataba de un partido burgués, sin milicias, un partido propiamente de derecha
moderada que ni siquiera se declaraba monárquico), se produjo el golpe de
Estado del PSOE (auxiliado en Cataluña con la secesión de Companys) que
desembocó en la llamada “revolución de Asturias”. Apagados estos fuegos, la
derecha entendió que difícilmente podría gestionar el poder en condiciones
normales y empezó a conspirar. Tras la victoria del Frente Popular y el
estallido de huelgas y desórdenes que sacudieron las calles, las conspiraciones
se unificaron y se formó la coalición que daría lugar al 18 de julio de 1936.
A partir de estos hechos, podemos considerar al franquismo como
una desembocadura de una situación caótica que se prolongaba desde el inicio de
la propia República, cuyos objetivos prioritarios fueron: restablecer el orden
público y recuperar el tiempo perdido a lo largo del agitado siglo XIX y del
primer tercio del XX, cuyo momento clave había sido el desastre de 1898,
situando a España en línea con los países industrializados. A pesar de que la mayoría de fuerzas políticas de la coalición
eran, más o menos, monárquicas -si bien existían desacuerdos en las propuestas
sobre el aspirante al trono y en cuándo debía restaurarse la monarquía- en los
primeros momentos del “Alzamiento” este tema se aparcó e, incluso, algunos
militares se sublevaron al grito de “Viva la República”.
Lo evidente fue que, a lo largo de las décadas del franquismo, primero
afrontando una situación internacional dificilísima, pero luego, adaptándose a
la realidad, los años 60 constituyeron el período en el cual los últimos objetivos
del régimen fueron alcanzados: la economía en esa
década creció a una media del 7% anual, suficiente para situarnos como novena
economía mundial en término de PIB (esto es, una de las primeras), aunque en el
puesto 29 en Producto Nacional Bruto (una de las intermedias). No fue un mal
balance, a decir verdad: España tenía entonces todas las ventajas de ser un
país “barato” (lo que estimuló en turismo que se convirtió en la primera fuente
de divisas), no industrializado completamente, pero sí con capacidad para
atraer inversión extranjera. A pesar de que hoy se diga que “España no se
encontraba en 1975 entre las economías más avanzadas”, lo cierto es que, el
progreso era evidente, había “pan y trabajo”, los servicios públicos
funcionaban razonablemente bien y los “planes de desarrollo” habían alcanzado
casi todos los objetivos. En cuanto a la inestabilidad política había
quedado muy atrás y, esto es lo importante, pocos querían que regresar a lo
que parecía haber quedado atrás: el caos republicano.
La “planificación de la economía” resultó un éxito y demostró que,
habiendo sido excluida del Plan Marshall, superado el período de aislamientos
internacional (en la práctica, desde 145 a 1953), a partir de 1959 (con la ley
de inversiones extranjeras) se inició el desarrollismo y con él la sociedad
española cambió radicalmente. La actividad del
sector agrario aumentó en productividad, aunque disminuyó en ocupación. España pasó
de ser rural a urbana y, aunque no puede considerarse este período como una “revolución
burguesa”, si es cierto que en esas décadas la clase media se convirtió en
mayoritaria y se abrió la puerta para que se fuera engrosando con aportaciones
del proletariado. Las empresas en el Instituto Nacional de Industria se
convirtieron en negocios rentables que aportaban beneficios a las arcas del
Estado, lo que, unido a los ingresos turístico que hicieron crecer el volumen
de reserva de divisas en manos del Banco de España.
Este fue el papel histórico del franquismo. Es probable que, con las ayudas del Plan Marshall, sin el cerco
internacional, en 1975 se hubiera llegado a una situación parecida, pero
solamente a costa de que el otro elemento, la estabilización de la Segunda
República hubiera sido posible. Y eso, si tenemos en cuenta el ciclo
republicano, cabe calificar a ese período de “quinquenio caótico” y no tenemos
absolutamente ninguna razón -sino todo lo contrario- para pensar que los ánimos
se hubieran calmado. Es más, de no haber sucedido la Guerra Civil, podemos
pensar que España se habría imbricado en la Segunda Guerra Mundial, del lado de
las “democracias” (los exiliados republicanos siempre actuaron a favor de los
aliados), en un momento en el que los medios de destrucción masiva habían
crecido extraordinariamente en poco tiempo.
[1] El título de “Generalísimo” se ha eludido completamente a lo
largo del “año Franco”, como si se tratara de una especie de muestra de “narcisismo”
del militar llamado Francisco Franco Bahamonde, cuando en realidad es un término que significa "el de mayor rango
entre todos los generales". Como veremos más adelante, el nombramiento fue
decisivo para concentrar en una sola persona el mando de fuerzas, civiles y
militares que, de partida, eran muy heterogéneas. Fue ese nombramiento el que
dio un mando único al bando nacional, ventaja que el bando republicano nunca estuvo
en condiciones de igualar y que, de hecho, fue la principal razón de su
derrota.
[2] Estos matices ya los
hemos expuesto en anteriores ediciones de esta publicación dedicadas al “tercer
fascismo” dentro de cuya catalogación entraría Falange Española. Sería un
fascismo católico, en el que el antisemitismo no tendría lugar, ni tampoco el
racismo y que derivaría de intelectuales monárquicos que conocían la obra de
Charles Maurras y la sintetizaron con los fascismos de finales de los años 20 y
de los años 30. Los trabajos que hemos dedicado a este tema están incluidos en
el volumen El Tercer Fascismo ("fascismo ibérico"): Su origen, sus
rasgos, su inspiración, su alcance, su final, Eminves, Barcelona, 2025,
distribuido por Amazon.
[3] El País ha publicado que la inversión gubernamental ha
sido de 20 millones de euros, a lo que hay que sumar lo aportado a otros organismos,
como el Instituto Cervantes, que se ha visto regado con casi un millón para
promover actos culturales en todo el mundo sobre el cincuenta aniversario de la
muerte de Franco. Solamente el acto inaugural de los eventos costo 65.000
euros. Celebrado en el Centro de Arte Reina Sofía. El Rey Felipe VI no asistió,
ni tampoco representantes del PP o VOX, por unos motivos y, por otros, tampoco
estuvieron presentes representantes del BNG, Junts, Bildu y Podemos. La
audiencia, por tanto, se limitó a Sumar y al PSOE y a altos cargos del gobierno.
Esto explica también el desinterés de la población por estos eventos que se
percibían como “propaganda del gobierno” (lo que, de hecho, eran).

En esta antología de lo que hemos llamado “el pensamiento
sociológico antidemocrático del siglo XX” hemos reunido textos de una serie de
autores cuyas ideas chocan frontalmente con lo que generalmente se entiende
como “democracia”: “el mando del pueblo”. Se trata de pensadores que gozaron (y
siguen gozando) de gran prestigio y cuyas ideas no han sido superadas, sino más
bien completadas por estudios posteriores. El común interés que tuvieron en
vida todos ellos, era aproximarse a los rasgos de las sociedades de su tiempo y
extraer de ellas leyes universales aptas para interpretar el pasado y también para
prever los rasgos del futuro. Salvo uno de ellos, el último, Edward Bernays, se
limitaron a teorizar y sólo éste, quiso poner en práctica las teorías,
especialmente, de Le Bon.
En general, no se declararon explícitamente anti-demócratas, eran
preferentemente conservadores en lo político e, incluso, como veremos, algunos
de ellos, en su juventud, militaron políticamente en la izquierda. Sin embargo,
sus teorías invalidan los conceptos que estaban en vigor en el siglo XIX: el
“mando del pueblo” era imposible porque las masas —tal como estableció Gustave
Le Bon— eran manipulables como la arcilla en manos de un alfarero. Bastaba con
conocer las leyes que movían a las masas para poder llevarlas a donde se
quisiera.
Esta idea fue completada por trabajos posteriores enfocados de
cara a la sociología política. En todos ellos, el “realismo” se antepone a
cualquier otra consideración. De ellos, puede decirse que nació lo esencial de
la sociología aplicada a la política.
Seamos claros: cuando aludimos a estos autores como doctrinarios
de un pensamiento “antidemocrático” solo queremos decir que sus textos suponen
un reproche frontal a la única línea de defensa de las democracias actuales y
en especial a sus criterios cuantitativos: todos estos autores, por distintas
vías, contribuyen a demostrar que, quien dice “democracia” como una alusión al
“gobierno del pueblo”, simplemente, miente o quiere engañar. Nada tan
manipulable como la opinión pública. Así pues, en rigor, “democracia” sería el
gobierno de los manipuladortes, sobre los manipulados. Y esto en el mejor de
los casos. En el peor, esto es, en su actual estadio degenerativo, “democracia”
es un simple subterfugio, como en el caso español y de la propia Unión Europea,
para evitar el término, mucho más realista y oportuno, de cleptocracia
Si entre esta selección de textos hemos incluido también un texto
de Werner Sombart sobre los judíos y la vida económica, no es en absoluto por
un deseo de justificar el antisemitismo, sino para entender la formación del
espíritu moderno que conduce del “homo faber” al “homo economicus”.
A partir de este texto puede entenderse perfectamente la tesis de Marx según la
cual el antisemitismo carecía de interés a partir del siglo XIX, en la medida
en la que la burguesía estaba heredando de manera acelerada los valores, los
usos y costumbres que había sido hasta ese momento consuetudinarias del pueblo
judío. Esos valores, son, en el terreno económico los que acompañan al
liberalismo y la democracia. Y, puede entenderse también que, por lo mismo,
aquellos sectores sociales que rechazaban tales valores, protagonizaran incluso
en algunos países desde los inicios del siglo XX hacia atrás, pogromos e
iniciativas antisemitas.
Hemos reunido estos textos que resumen lo esencial de todos estos
seis autores. Cada uno de sus trabajos está precedido por un resumen biográfico
y una exposición de sus principales teorías. Ninguno de ellos ha perdido vigor
con el paso del tiempo, antes bien, parece que en algo más de un siglo, desde
que establecieron sus teorías hasta nuestros días, todo parece haberlas
confirmado. Así pues, lo que están a punto de leer es una crítica implícita a
una forma de gobierno que hoy se acepta, generalmente, como “bueno”. Como dijo
Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de
todos los demás que se han inventado”. No estamos tan seguros… Los
pensadores que hemos repasado tienden a confirmar la primera parte de la frase.
En cuanto a la segundo, prefieren no opinar. Pero, la boutade de Churchill,
aparte de hacernos esbozar una sonrisa, nos sitúa en el gran drama de nuestro
tiempo que, en el fondo, consiste en reconocer, a poco que se examine la
cuestión, que la democracia es el peor sistema de gobierno, pero el único que
desde 1945 resulta obligatorio… a excepción de todos los demás que se han
inventado.
Ernesto Milá
Le Bon no ha pasado a la historia de la física teórica por ser el
primero en descubrir que puede obtenerse energía a partir del átomo. A pesar de
haberse adelantado unos meses al primer enunciado de la teoría de la
relatividad de Einstein, y de haber elaborado otros trabajos en este mismo
campo, su nombre pasará a la historia a raíz de su obra Psicología de las
muchedumbres publicado en 1895.
Si en física, Le Bon se adelantó a Einstein, en el terreno de la
psicología, su obra precedió a las teorías de Freud. Hoy se ha “cancelado” a Le
Bon, mientras que Freud sigue siendo el nombre inevitable que acompaña a todas
las divagaciones woke. Pero, la realidad es que este último, trataba la
cuestión de las masas con el tamiz de sus teorías alambicadas sobre su
“psicología profunda” que no son más que una reinterpretación de las ideas de
Le Bon. Hoy se tiende a olvidar cada vez más las teorías freudianas y a
revalorizar la obra de Le Bon que está especialmente presente en Eduard Bernays
(sobrino, por lo demás, de Freud), otro de los autores -el más pragmático y
“moderno” de todos ellos- que hemos seleccionado y que aplicó los principios de
Le Bon al campo de la publicidad.
Lo esencial de Le Bon es la idea de que la masa se despersonaliza
y es el disolvente universal para las personalidades individuales que la
componen, generando una especie de “egregor” al que llama “alma
colectiva”. Ésta puede ser ganada, dominada o manipulada por un “líder”. La
masa sigue al líder como el rebaño al pastor. La voluntad de uno se impone al
gregarismo del otro. Ésta no necesita creencias racionales ni objetivas: la
basta, simplemente, con tener fe. Cuanto mayor es la masa, más grande es su
irracionalidad y mayor su fanatismo. El “alma colectiva” hace que el sujeto
piense de forma radicalmente diferente a cómo lo haría de encontrarse aislado.
Si esto es así, entonces ¿qué puede esperarse de la democracia entendida como
el sistema en el que las mayorías se imponen a las minorías y, por tanto, en
donde 49 científicos, se ven en minoría ante 51 patanes?
La tarea del “líder” no es otra más que la de aprovechar estas
características y, tanto mayor será la capacidad de sugestión de un líder en
cuanto sepa encontrar las ideas-fuerzas más poderosas para generar el contagio
entre las masas. El líder crea situaciones que pueden ser calificadas como de
hipnosis colectiva. Su éxito deriva de que su voluntad es más fuerte que las
voluntades individuales anuladas de los individuos que componen una masa y, por
tanto, el “alma colectiva” de ésta se sitúa en disposición de seguir a su
pastor hasta donde éste lo estime oportuno. El resultado final es que el
“líder” (provisto de una “voluntad de poder” nietzscheana) es superior a la
masa, por mucho que algunos individuos que la componen sean intelectualmente
más brillantes que él. La masa anula esta ventaja y, este es otro de los
teoremas más brillantes de Le Bon, la inteligencia media de una masa, no es el
resultado de la suma de las inteligencias individuales de sus miembros, sino
que se sitúa al nivel del más bajo de todas ellas.
El texto seleccionado a continuación pertenece al primer y segundo
capítulos de Psicología de las Muchedumbres.
Gaetano Mosca (1858
– 1941)
Mosca, licenciado en Derecho en la Universidad de Palermo, sentó
las bases para el desarrollo de la ciencia política contemporánea al pasar del
doctrinarismo abstracto al análisis de las fuerzas reales del poder. Su fama
deriva de haber definido lo que es la “clase política” con un realismo y una
frialdad inédita en su tiempo. Y lo hizo para rebatir las ideas democráticas y
al marxismo que se había hecho un lugar entre los intelectuales. Para Gaetano
Mosca, lo esencial no era la “lucha de clases” entre burguesía y proletariado,
sino el reconocer que esa lucha existía, pero entre una minoría que domina y
una mayoría que es dominada. La primera conserva el poder real, la segunda
puede quedarse con el virtual, es decir, con un poder que delega en la minoría
dirigente que es, a la postre, la que conserva el control del Estado.
La teoría de las élites de Gaetano Mosca postula que toda sociedad
está gobernada por una élite minoritaria. Para él, el “poder popular”, esto es,
la emanación desde el “pueblo” de una soberanía que voluntariamente delega en
una minoría, es el factor esencial que explica el que los menos dominan y
controlen a los más. Mosca llama a esas élites, “clase política dirigente”. Sin
esas élites el “pueblo” sería completamente incapaz de gobernarse a sí mismo. Y
esto es así porque la élite tiene una alta capacidad de organización; gracias a
ello son siempre minorías las que monopolizan el poder. Así pues, la “lucha”,
finalmente enfrenta a una “minoría organizada” frente a una “mayoría
invertebrada”.
Sus estudios centrales están ocupados por investigaciones sobre la
capacidad de organización de las élites. La capacidad de organizarse es lo que
permite a la minoría dirigir a la mayoría. A esto debe añadirse una
inteligencia superior, un carácter más fuerte, mayor poder económico e,
incluso, una superioridad moral. Existe una fuerte tendencia en la élite a
volverse hereditaria, conservando el poder y los privilegios a lo largo de
generaciones, aunque las élites también pueden ser sustituidas históricamente
(algo que se encargara de estudiar Vilfredo Paretto). Mosca considera que la
renovación de las élites a lo largo es fundamental para la supervivencia del
Estado. Si, por distintos factores, en un momento dado, se interrumpe la
renovación de la élite, ésta puede volverse cada vez más cerrada y es entonces
cuando se produce lo que Maurras llamaba la ruptura entre el “país real” y el
“país legal”.
En cuanto a las leyes, pueden ser utilizadas por la élite para
proteger su posición y sus bienes frente a los intentos de la mayoría de formar
parte del grupo dirigente o de sustituirlo.
Rechaza la idea de que la democracia basada en el sufragio
universal podía realmente cambiar esta estructura de poder. Consideraba el
sufragio universal como un mito peligroso que crea la ilusión de que el pueblo
gobierna, cuando en realidad siempre son los miembros de la élite quienes se
imponen. Las élites alcanzan su mayor liderazgo cuando las mayorías las buscan
y requieren ante situaciones adversas.
Una élite que, progresivamente, se va aislando, es una élite
destinada a degenerar convirtiendo al sistema político en vulnerable. La
“circulación de élites” es posible cuando una fracción comienza a ser marginada
por sus intentos renovadores. A partir de ese momento puede apoyarse en las
mayorías que se oponen al orden constituido y que se convierten en una
herramienta necesaria para la sublevación. Pero también puede ocurrir que el
uso de las mayorías juegue a favor del orden constituido, cuando la clase dominante
recurre a las masas para frenar intentos renovación. Es frecuente que el
proceso de renovación de las élites se produzca con la incorporación de
elementos de las clases inferiores.
El texto que hemos seleccionado corresponde a uno de los capítulos
de su obra Elementi di Scienza Politica, publicado en 1896.
Si Gaetano Mosca enunció el concepto de “clase política dirigente”
y mencionó la necesaria “circulación de élites”, será Vilfredo Paretto quien
profundizará en este tema. Al igual que Le Bon, además de la sociología se
interesó por muchos otros temas hasta el punto de que para definir su
personalidad se utilizó un término hoy en desuso: “polímata”, palabra derivada
de los términos griegos πολύ polý, mucho, y μανθάνω, aprender. Sus
contribuciones a la economía, la ciencia política, la ingeniería y la filosofía
son casi tan importantes como sus incursiones en la sociología. Se le ha
descrito como “el último Renacentista”. Su formación inicial estuvo centrada en
la física y en las ciencias exactas y, a partir de ahí, se interesó por las
estadísticas y sus aplicaciones en distintos campos.
La tesis central de Paretto que nos interesa en el contexto de la
presente antología, tiene que ver con la teoría de las élites en donde sostenía
que estas no eran grupos cerrados. A eso le había llevado su análisis histórico
en el que identificó un constante movimiento en las élites. Siempre serán ellas
las que determinan las características de un momento concreto de la sociedad.
Sin embargo, esas élites están destinadas a la decadencia desde el momento en
el pierden capacidades intelectuales y morales, disminuye su eficiencia en la
gestión de las sociedades y aumenta su hedonismo. También puede ocurrir que las
capas más bajas desarrollen capacidades más acordes con el “tiempo nuevo”,
justo cuando las élites más elevadas han iniciado su proceso degenerativo. Es
entonces. Cuando las élites de reemplazo, procedentes de las clases inferiores,
llaman a la puerta, capitaneadas por los individuos más capaces del nuevo
grupo. Tal es el proceso que describe como “circulación de élites”.
Para él, poco importan las excusas o los razonamientos
“ideológicos” para justificar que una élite u otra detentes los mecanismos de
poder. Son excusas que tienden a encubrir el hecho fundamental de que las
élites mantienen el poder mediante la fuerza (represión ejercida mediante
distintas instituciones y mecanismos para eliminar físicamente o neutralizar a
los opositores), o bien mediante el consentimiento, la sutileza y el ingenio,
generalmente incorporando a individuos procedentes de las clases bajas para seguir
manteniendo el control de la sociedad.
Las élites, para justificar su persistencia en el poder, suelen
argumentar lo que Pareto llama “residuos” (instintos, emociones, pasiones,
miedos y creencias de las masas) y “derivaciones” (justificaciones lógicas o
racionales que la élite da a sus acciones y creencias, muchas veces para
ocultar los residuos subyacentes en sí mismas).
Al igual que Mosca, Pareto sostenía que toda sociedad está
dirigida por una minoría selecta y que la historia es la circulación de estas
élites. Pero, yendo más allá que aquel, dividió las élites en dos tipos: la
gobernante (la que ejerce el poder directo o indirecto) y la no gobernante (la
que integra al resto de los individuos más capaces). Su visión de la historia
social es cíclica y puede resumirse como una sucesión continua de élites que
entran en decadencia siendo sustituidas por otras élites nuevas más aptas para
gobernar.
La selección que ofrecemos a continuación está incluida en I
sistemi socialisti, 1902, pp. 165 y ss. Y en el Trattato di sociologia
generale, 1906.
Nacido en Colonia en el seno de una rica familia de empresarios
alemanes, murió en Roma, naturalizado italiano. En su juventud fue militante
sindicalista y socialista convencido. En Italia, se asoció con el “sindicalismo
revolucionario” italiano, una tendencia izquierdista del Partido Socialista al
que representó en la Segunda Internacional. En 1907 abandonó este ambiente
político.
Alumno de Max Weber, en 1907, obtuvo la cátedra de Economía
Política y Sociología Económica en la Universidad de Turín. Posteriormente, se
convirtió en catedrático en Basilea, para volver definitivamente, en los
últimos años de su vida, a enseñar en Perugia. Tras la Primera Guerra Mundial,
se adhirió tempranamente, en 1924, al Partido Nacional Fascista y vio en
Mussolini a un líder carismático capaz de sortear las vacilaciones del
parlamentarismo y los procesos de anquilosamiento burocrático de la política.
A diferencia de Pareto, Michels sostiene que no existe circulación
de las élites, sino que la oligarquía, mediante el instrumento de lo que llama
“cooptación” (por el cual los líderes ofrecen a sus rivales cargos honoríficos
sin poder ejecutivo efectivo), consigue no ser desplazada de la cima de la
pirámide social por la minoría adversaria. Porque, a fin de cuentas, como
sentenció Mosca, son las élites las que, siempre, cualquiera que sea la fórmula
utilizada por el poder, gobiernan. En el interior de todos los partidos
políticos se tiende a la centralización de los cargos y de los recursos,
mientras que las decisiones “entre congreso y congreso”, son tomadas por un
pequeño comité directivo (el “comité ejecutivo”) que excluye al resto de
militantes.
Así pues, los partidos políticos están gobernados por pequeñas
oligarquías que eligen a sus propios sucesores… De ahí que sea ocioso discutir
entre “monarquía” y “república” a la vista de que en ambos está presente el
“derecho de sucesión”.
La gran contribución de Michels al estudio de la sociología
política fue su obra Los partidos políticos y dentro de este trabajo, lo
que llama “La Ley de hierro de la oligarquía” cuyo texto fundamental
reproducimos tras esta presentación.
La colaboración entre Max Weber y Michels, iniciada en 1906, se
interrumpió con el estallido de la Primera Guerra Mundial a la que éste se
oponía. Entonces optó por la metodología histórica de Werner Sombart,
realizando una crítica al marxismo al que definió brillantemente como un
“determinismo materialista”. En esos años adoptó nuevas convicciones personales
que le llevaron en 1912 a asistir como ponente al Primer Congreso Internacional
de Eugenesia, presentando un documento titulado “La eugenesia en la
organización del partido”. Ya por entonces se había interesado por la
sociología del partido político.
Pero su nombre ha pasado a la historia por el enunciado de su “ley
de hierro de la oligarquía”, según la cual, toda organización, sin importar su
estructura inicial, desarrolla inevitablemente tendencias oligárquicas, que
llevan a que el poder se concentre, progresivamente, en una minoría de líderes.
Esta tendencia se debe a la necesidad de una estructura jerárquica para su
funcionamiento eficiente. Esto conduce a la formación de una élite que se
distancia de la base y conserva el poder, convirtiendo los objetivos iniciales
en un fin en sí mismo: en efecto, los líderes y la organización, terminan
teniendo un único objetivo: mantenerse en el poder el mayor tiempo posible,
incluso aunque ello implique el abandono de los ideales iniciales. La
burocracia y la especialización hacen que los líderes y “expertos” se vuelvan
indispensables, lo que les otorga poder. En definitiva, la “ley de hierro”
implica que, en cualquier organización, una minoría terminará siempre
gobernando, ya sea en un sistema democrático o autocrático.
Los fragmentos seleccionados pertenecen a su obra Los
partidos políticos y a La ley de hierro de la oligarquía. Ambos
textos tienen algunas reiteraciones que hemos conservado.
Si los anteriores textos seleccionados procedían de psicólogos
sociales y/o sociólogos, con Sombart nos encontramos con un sociólogo que,
además, es historiador especializado en economía y, más en concreto, en el
proceso de formación del capitalismo moderno. Sus trabajos en economía se
elaboraron a partir de sus propios estudios sociológicos y se centraron en la
crítica al socialismo y liberalismo. Inicialmente ubicado en el campo de la
izquierda progresista, sus estudios le llevaron a situarse en el extremo
opuesto.
Nacido en Ermsleben (Alemania), estudio Derecho y Economía
Política en Berlín y Pisa. En 1917 fue nombrado catedrático de Economía en la
Universidad de Berlín. Generalmente, su nombre está unido a la Joven Escuela
Histórica alemana y a su tercera generación, la más tardía y con algunos
matices diferenciales en relación a las dos generaciones anteriores. Para esta
escuela la historia es la principal fuente de conocimiento sobre las acciones
humanas y especialmente sobre la economía. Ni economía ni historia pueden
abordarse por separado si se quiere entender algo sobre las acciones humanas y
la cultura. Para llegar a conclusiones válidas, el historiador deberá basarse
en datos empíricos sobre cada período histórico y en cada área geográfica en
concreto. No existen leyes económicas que puedan aplicarse universalmente y en
todos los tiempos.
Para Sombart y para los “jóvenes historiadores” de esta escuela,
la crítica a los economistas clásicos se basaba en que, en estos, las
necesidades del individuo y su voluntad eran autónomos. Refutaron esta posición
sosteniendo de manera convincente que había que colocar en primer plano a la
“comunidad” antes que al individuo, algo que era posible a la vista de que la
comunidad disponía de instituciones e instrumentos que condicionaban la acción
de los individuos. Cada sociedad, en cada momento dado de la historia, tenía
unos valores y una ética que iban variando según los períodos, las latitudes de
referencia y las áreas culturales. Esto, en la práctica, tendía a revalorizar
el papel del Estado: mientras el liberalismo sostenía que el Estado debía de
abstenerse de cualquier intervención en materia económica, los “jóvenes
historiadores” sostenían que el Estado tenía una responsabilidad ineludible en
materia económica. Por eso se les considera partidarios de una “política
socializante” destinada a mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Al
Estado le correspondía rectificar situaciones indeseables a las que pudiera
conducir la libertad de mercado.
Todo esto, que es tan actual como lo era a mediados del siglo XIX,
propio de épocas de cambios económicos acelerados y bruscos, llevó a Sombart a
enunciar dos conceptos: “capitalismo tardío” y “destrucción creativa”. En el
primero, analiza los rasgos del capitalismo en la fase de desarrollo que se
vivía a principios del siglo XX, identificando los procesos de acumulación de
capital, mecanización del trabajo, e inserción de las nuevas tecnologías de la
época en el proceso de producción. Por “destrucción creativa” entendía el
proceso capitalista en el que las innovaciones constantes generan el reemplazo
continuo de empresas, productos y modelos de negocio que obligan a una
reestructuración continua de la economía.
Sombart fue el primero en analizar los sistemas económicos desde
un punto de vista cultural y espiritual. Le gustaba afirmar que sus estudios se
centraban en el “alma del capitalismo”, concepto en el que incluía los factores
psicológicos y culturales que debían analizarse paralelamente al “cuerpo del
capitalismo” (su estructura material). Y no había racionalidad en este “alma
capitalista”, sino valores que juzgaba procedentes de las concepciones que
hasta finales del siglo XVIII habían sido propias de las comunidades judías:
ambición, deseo de lucro, usura, acumulación de riqueza y que luego pasaron a
ser propias del “burgués”.
Hemos elegido un texto de Sombart en el que estas líneas, no solamente demuestran el “estilo de trabajo” sistemático que utilizó, sino en el que queda muy clara la relación concepción judía – traslación de esa concepción al liberalismo económico – valores burgueses: Los judíos y la vida económica y el capítulo “Formación de la mentalidad capitalista”.
Con Bernays se cierra el círculo iniciado con Le Bon. La
diferencia entre ambos es que Le Bon fue un teórico de la psicología social,
mientras que Bernays optó por aplicar, inteligente —pero también,
torticeramente— lo enseñado por el autor de Psicología de las Muchedumbres.
En efecto, Edward Bernays es considerado como el pionero de las “relaciones
públicas” y de la publicidad. Le Bon se limitó a constatar sobre hechos que, en
el fondo, repugnaban a su mentalidad. Bernays, simplemente, los puso en
práctica y constató, indirectamente, su validez empírica. También puede
añadirse que Sombart diseccionó la mentalidad judía y sus valores para explicar
su transferencia a la burguesía y explicar el nacimiento del capitalismo.
Bernays hizo algo más: demostró que la mentalidad judía —había nacido en el
seno de una familia judía vienesa cuya madre estaba emparentada con Freud y su
abuelo era rabino-jefe de Hamburgo— podía aplicarse a la publicidad.
Hemos colocado a Bernays en último lugar en esta antología de
texto “antidemocráticos” en la medida en la que, con él queda demostrado que en
el “capitalismo tardío” del que hablara Sombart, la masa es una materia
moldeable a voluntad de los “aprendices de brujo” que hacen de cada ser humano,
un “consumidor”. Su lema era que “el consumo da la felicidad”. A pesar de que
Bernays, en varias ocasiones, aludiera a la “ética de las relaciones públicas”,
es cuestionable que en este terreno exista algo que pueda ser llamado con
propiedad “ética”.
En 1890, los Bernays se trasladaron a EEUU y dos años después,
toda la familia se asentó en Nueva York, que ya por entonces empezaba a ser la
capital mundial de los negocios. Y tuvo un éxito extraordinario como “asesor de
relaciones públicas”. Consiguió convencer a los “consumidores” de la necesidad
de cambiar sus hábitos. Véanse unos ejemplos: fue el creador del “verdadero
desayuno estadounidense”, a base de tocino y huevos y, para ello, utilizó las
tesis de Freud sobre el inconsciente; en 1930 logró convencer a la población de
que solamente los vasos desechables eran higiénicos, vinculando la imagen de un
vaso de vidrio desbordado con imágenes subliminales de genitales afectados por
enfermedades venéreas. Consiguió que la mujer se convirtiera en fumadora para
la marca Lucky Strike, cuando un discípulo de Freud le comentó que para la
mujer el cigarrillo era la “antorcha de la libertad”, así que unió las
reivindicaciones feministas al deseo de fumar. Incluso, para las fiestas de Pascua,
contrató a cientos de mujeres delgadas (fue el promotor del ideal de delgadez
en la mujer) y jóvenes, pero no modelos, para que fumaran sin cesar al acabar
los oficios de Semana Santa. Y, por supuesto, convocó un gran evento social en
el Waldorf Astoria, con beneficios “destinados a obras de caridad”, en la que
damas de alta sociedad lucían los mismos colores que Lucky Strike, la marca que
lo había contratado: el verde. Antes, se había preocupado de que el verde fuera
el color de moda… Lo más paradójico de toda esta historia es que Bernays jamás
había fumado e, incluso, que trató de convencer a su esposa de que dejara de
hacerlo.
Desarrolló un proceso sistemático para las relaciones públicas,
que incluía definir objetivos, investigar al público, adaptar objetivos,
decidir la estrategia, crear el mensaje y planificar las acciones tácticas. Lo
importante en estas campañas era que el agente instigador de las mismas
permaneciera en la sombra. A esto le llamo “manipulación del consenso”. Bernays
sostenía que las personas “invisibles” que crean conocimiento y propaganda
pueden gobernar a las masas moldeando sus pensamientos y valores.
Por increíble que pueda parecer, todas las técnicas empleadas por
Bernays tuvieron éxito, así que políticos y el propio gobierno federal
recurrieron a él para sus campañas electorales o, como en el caso de Guatemala
en 1954, para facilitar el golpe de Estado organizado por la CIA contra Jacobo
Arbenz. En las elecciones para la alcaldía de Nueva York, cuando trabajaba para
el candidato William O’Dwyr, se preocupó de segmentar a los electores y
proyectar sobre cada grupo las opiniones que mejor podían aceptar: a los
irlandeses se les informó sobre la mafia italiana y cómo el candidato iba a
combatirla, pero a los electores italianos se les habló sobre la reforma del
departamento de policía y, para los judíos, O’Dwyr era presentado como su firme
defensor ante el ascenso del nazismo. Obviamente, durante la Segunda Guerra
Mundial, Bernays trabajó para distintos organismos de defensa y figuró entre
los más activos promotores del intervencionismo norteamericano contratado por
Roosevelt. En la postguerra, asesoró a la CIA.
El texto seleccionado forma parte del libro Propaganda: como
manipular a la opinión pública en democracia. Así pues, estamos hablando de
“manipulación”, no de “gobierno del pueblo”. Eso es, precisamente, en lo que se
ha convertido la democracia cuantitativa: esto es, en el arte de la
manipulación.
SUMARIO
Introducción
PRIMERA PARTE - DEMOCRACIA: SOCIOLOGIA DE LO IMPOSIBLE
> Gustave
Le Bon (1841 - 1931)
PSICOLOGÍA DE LAS MUCHEDUMBRES
Características generales de las
masas. Ley psicológica de su unidad mental.
La era de las masas
Los sentimientos y la moral de las
masas
1. Impulsividad, movilidad e
irritabilidad de las masas
2. La sugestionabilidad y la
credulidad de las masas
3. La exageración y la ingenuidad de
los sentimientos de las masas.
4. La intolerancia, la tendencia a la
dictadura y al conservadurismo de las masas
5. La moralidad de las masas
El poder de raciocinio de las masas.
La imaginación de las masas
La forma religiosa que toman todas las
convicciones de las masas
> Gaetano
Mosca (1858 – 1941)
LA CLASE POLÍTICA
1. La teoría democrática
2. Consecuencia de la diversidad
social entre el pueblo y la clase dirigente
> Vilfredo
Paretto (1848 – 1923)
LA CIRCULACIÓN DE ÉLITES
Cómo se manifiestan las élites
Cómo se desarrolla el socialismo
Heterogeneidad social y circulación entre
las partes
La clase superior y la clase inferior
en general.
> Robert
Michels (1876-1936)
LA LEY DE HIERRO DE LA OLIGARQUÍA
El principio de la masa
La organización
La oligarquía
Las consecuencias políticas de la
oligarquía
La tendencia de las masas a venerar al
líder
A. Causas del liderazgo
1. La necesidad de organización
2. Imposibilidad mecánica y técnica
de un gobierno directo de las masas
3. El partido democrático moderno
como partido de lucha
B. Causas psicológicas del liderazgo
1. El establecimiento de un
derecho consuetudinario para el cargo de delegado
2. La necesidad de liderazgo que experimenta
la masa
3. La gratitud política de las
masas
SEGUNDA
PARTE: EL CAMINO HACIA LA MODERNIDAD
> Werner
Sombart (1863-1941)
LOS JUDÍOS Y LA VIDA ECONÓMICA
La formación de la mentalidad
capitalista
> Edward
Bernays (1891 - 1995)
PROPAGANDA: COMO MANIPULAR LA OPINIÓN
EN DEMOCRACIA
Organizar el caos
La nueva propaganda
Los nuevos propagandistas
La psicología de las relaciones
públicas
La propaganda y la autoridad política
Los mecanismos de la propaganda
