jueves, 11 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (3) - El fracaso de la "primera Dictadura" del siglo XX

4. Fracaso de la primera Dictadura del siglo XX

Uno de los sectores en los que el regeneracionismo arraigó con más intensidad, fue en el Ejército. No en vano las fuerzas armadas habían jurado fidelidad a la bandera y no podía negarse que en sus filas existía un hondo patriotismo y un profundo malestar por el período que estaba viviendo España entre el “desastre del 98” y la época del pistolerismo. Las dos dictaduras del siglo XX, la de Miguel Primo de Rivera y la de Franco, fueron, en esencia, “regeneracionistas”. Los militares no serían los únicos regeneracionistas, pero sí los que mantuvieron durante más tiempo los mismos ideales que, en la práctica, se prolongan hasta el tardofranquismo.

El asalto de un grupo de oficiales de la guarnición de Barcelona a la redacción del Cu-cut!, periódico satírico, y a La Veu de Catalunya, propiedad de la Lliga Regionalista, en 1905, además se ser el primer choque entre militares y el poder mediático que tuvo lugar en el siglo XX, fue también ejemplo de la lucha entre regeneracionistas y regionalistas periféricos. Estos asaltos tuvieron lugar después de la publicación de una caricatura y de varios artículos en los que estos medios ironizaban sobre las derrotas del ejército, como si fueran algo ajenas a Cataluña. Alfonso XIII, tomó partido por el ejército. Fue a raíz de estos incidentes como cayó el gobierno del Partido Liberal (Moret) y el Rey llamó al Partido Conservador (Antonio Maura) para formar gobierno.

El catalanismo, que hasta ese momento había sido minoritario, atizando el victimismo, constituyó en torno suyo Solidaritat Catalana, frente en el que participaron casi todos los partidos catalanes, obteniendo un triunfo arrollador en las elecciones generales de 1906, obteniendo 41 de los 44 escaños que correspondían a las provincias catalanas. A partir de ese momento, el “regionalismo” (que pronto, mutaría en nacionalismo independentista) se convirtió en un nuevo problema.

Tres años después, la “Semana Trágica” demostró que la burguesía catalana, por sí misma, era incapaz de mantener el orden y contener los movimientos extremistas de carácter anarquista, ligados a los republicanos. Para sobrevivir, la burguesía catalana precisa del concurso y la ayuda del Ejército español, esto es, del Estado Español.  Estas necesidades persisten todavía hoy, cuando las amenazas que pesan sobre Cataluña son muy diferentes (la inmigración masiva e inintegrable) y son las que están en el fondo del fracaso del “procés” independentista).

La “Semana Trágica” supuso la caída del gobierno de Maura y el nombramiento del liberal José Canalejas como su sucesor. Así se llegó al “gobierno largo” (de apenas ¡dos años! de duración, algo excepcional en la época). Durante 1910-1912, Canalejas reconoció la existencia de nuevos problemas. El más preocupante era el aumento de la población española que había pasado de 18.600.000 habitantes en 1900, a 20.050.000 doce años después. Hoy puede parecer un aumento insignificante, pero en aquellos primeros pasos del siglo XX, y para un sistema económico, de escaso crecimiento, suponía un problema que se fue agravando en los años siguientes (en 1930, el censo daba 23.600.00 millones, gracias a las mejoras sanitarias abordadas por la Dictadura). Este aumento poblacional generó migraciones interiores de las zonas más deprimidas a las regiones más industrializadas. Y todo esto sin contar que entre 1900 y 1930 emigraron a América, 4.000.000 de españoles (quizás un millón más, si tenemos en cuenta a la emigración clandestina). “Hacer las Américas” se convirtió en una alternativa para jóvenes que huían de la inestabilidad, del anquilosamiento del sistema económico español y del a parálisis política. Los destinos más habituales fueron Cuba y Argentina. La España rural empezaba a abandonar el campo y a concentrarse en torno a las grandes ciudades.

Tras el asesinato de Canalejas, España iniciará una larga deriva que culminará en 1923 con la proclamación de la Dictadura del General Primo de Rivera. En los meses después a la desaparición del estadista, tanto el Partido Liberal como el Conservador se fracturaron interiormente y desaparecieron en la práctica. Cuando el conde de Romanones asume el poder en 1913, ya no queda nada del canovismo ni de la alternancia. Seguimos en la Restauración, al menos formalmente, pero sin pilotos en la cabina de mando.

Mientras, se ha creado la CNT y el Sindicato Minero Asturiano vinculado al PSOE, ambos en 1910. Son años de huelgas continuas y de conflictos obreros de envergadura, del que el principal fue la huelga ferroviaria de 1916. Al año siguiente, las protestas obreras en todo el mundo se centuplican por la euforia del estallido revolucionario en Rusia el mes de octubre de 1917. El año 1917 es de mala cosecha: otro factor que excitará las protestas sociales. Como contrapeso aparecen ese mismo año las juntas de Defensa compuestas por jefes y oficiales, una especie de “sindicato militar legalizado”. Más huelgas, más presión del regionalismo catalán: 1917 es el inicio de la crisis terminal del régimen de la Restauración. Al año siguiente nadie quiere hacerse cargo del gobierno, incluso Alfonso XIII amenaza con abdicar. Entonces Maura acepta la propuesta de formar gobierno. Pero la Restauración está rota.

Incluso el ejército se ha partido en dos. Por un lado, los militares “africanistas” que llevaban sobre sus espaldas el peso de la guerra de Marruecos y acusaban al otro sector, a los miembros de las Juntas de Defensa, de burócratas. Esta división se prolongará hasta la Guerra Civil y será una de las causas, tanto del golpe de 1923, como del alzamiento de una parte del ejército en 1936.

Otro tanto ocurre en el mundo sindical. La UGT convoca una huelga general en 1917, constituyó un fracaso. La UGT, fuerte en Madrid y el País Vasco, era débil en Cataluña y Andalucía, a su vez, bastiones de la CNT. Ambas organizaciones pactaron un día de huelga general en diciembre de 1916 que resultó un éxito de movilización y apoyos, pero sin resultados en las reivindicaciones. Así que, los sindicatos pactaron una “huelga general indefinida” de carácter “revolucionario”. Pero, pronto surgieron discrepancias entre los convocantes: la CNT empezó a desconfiar de los contactos con “políticos burgueses” de la UGT y del carácter que este sindicato quería dar. La huelga fue un fracaso relativo (apenas cinco días y solo en las grandes zonas urbanas e industriales). El balance final fue de 71 muertos, 156 heridos y 2000 detenidos. Para afrontar el desafío sindical, Alfonso XIII nombró un “gobierno de concentración” en el que participó también la Lliga Regionalista de Cambó. En las elecciones de 1918, el PSOE colocó en sus listas a los dirigentes de la UGT que habían instigado la huelga.

Mayor impacto tuvo, al menos en Cataluña, la huelga de “La Canadiense”, en 1919 que se prolongó durante 45 días y paralizó el 70% de la industria catalana. Esta huelga contribuyó a que la CNT alcanzara la hegemonía en el medio obrero catalán y se saldó con mejoras salariales, amnistía de los detenidos, readmisión de despedidos y jornada de ocho horas. Pero también el campo opuesto se reorganizó con la creación de la Federación Patronal Catalana, la más intransigente y combativa patronal que creó “listas negras”, multiplicó los lockouts y los despidos masivos como tácticas contra el movimiento obrero.

El gobierno había afrontado sucesivamente tres desafíos: el militar (con la creación de las Juntas de Defensa), el catalanista (con la creación de Solidaritat Catalana) y el proletario (con la irrupción de UGT y CNT). Ninguno de ellos había sido resuelto. Todos quedaban pendientes de solución. Los problemas se acumulaban. Y, para colmo, en Cataluña, las luchas entre la patronal y la CNT dio lugar, como hemos visto, al fenómeno del pistolerismo: en apenas 5 años (1917-1923) se produjeron 267 muertos y 583 heridos. En el verano de 1921 se agravó la crisis del Rif con el desastre de Annual en el verano de 1921 (12.000 soldados españoles muertos).

Tras el descalabro, Alfonso XIII había expresado su deseo de enderezar la situación “fuera o dentro de la Constitución”. El general Miguel Primo de Rivera, Gobernador Militar de Cataluña tomó cartas en el asunto: el 13 de septiembre de 1923 se inició la “primera Dictadura”. El Rey, que había permanecido alejado de la preparación del golpe, apoyó la decisión de Primo de Rivera: pero, contrariamente, a lo que se ha creído desde entonces, no encabezó el pronunciamiento que fue una acción unánime de todo el estamento militar.

¿Era Primo de Rivera el “cirujano de hierro” que había pedido Joaquín Costa tras el “desastre del 98”? El poder militar había triunfado sobre el poder civil: cuando éste se vio incapaz de enderezar la situación, apareció el “puñado de soldados” que salvó a la Patria. Sin embargo, solamente en los primeros momentos el poder militar sustituyó completamente a la ineptitud del poder civil. En efecto, en 1923-1925, el directorio militar ocupó todos los ministerios, los burócratas, subsecretarios y políticos profesionales, fueron sustituidos por militares de carrera. El país apoyó la decisión que solamente fue deplorada por la clase política, enviada al paro.

El Dictador nunca pretendió eternizarse en el poder y siempre declaró que su gobierno sería provisional y, por tanto, evitó acometer reformas constitucionales. España seguía siendo una monarquía parlamentaria y así seguiría siendo. De hecho, solamente existió un “gobierno militar” entre la fecha del golpe, cuando se constituyó un “Directorio Militar” y diciembre de 1925, en el que Primo de Rivera creó un Directorio Civil” (junto a una Asamblea Nacional Consultiva) que ejerció como gobierno efectivo de la nación. En los primeros momentos, las declaraciones sobre la temporalidad de la Dictadura convencieron a los más, pero a medida que se prolongaba esta etapa, se hizo evidente que faltaba “legitimidad” y, sobre todo, conciencia de hasta cuándo iba a durar el régimen a la vista de que los problemas resueltos eran menores que los que se iban acumulando.


Sin embargo, la principal característica de la Dictadura serían sus continuos cambios de criterio en materias capitales. El balance final de la Dictadura es una mezcla de logros y fracasos de los que resulta imposible extraer un balance final.

Entre los fracasos se cuenta, la progresiva pérdida de apoyos (obreros, patronales, intelectuales e, incluso, militares), la incapacidad para resolver los grandes problemas estructurales del país, especialmente el caciquismo, contra el que Primo de Rivera apenas pudo hacer nada; al llegar la crisis de 1929, aunque España no fue de las naciones más afectadas, pero se notó la crisis financiera y el paro fue aumentando, lo que facilitó la acción de los sindicatos clandestinos que, a partir de 1925 se fueron reorganizando y empezaron a crear dificultades que luego, desde los primeros meses de la República, se multiplicarían exponencialmente. En general, la Dictadura respondió con medidas represivas que, inicialmente, afectaron a los partidos políticos (que fueron disueltos), a la prensa (que fue sometida a censura) y a los sindicatos (especialmente a la CNT, intentando integrar a la UGT en los Comités Paritarios constituidos por el ministro Eduardo Aunós).

Las primeras muestras de descontento, se habían iniciado en 1926 con la “sanjuanada”, golpe revisto para la “noche de San Juan” y que fracasó. El golpe había sido instigado por las viejas glorias de la Restauración, junto a oficiales del Cuerpo de Artillería. A partir de ahí, empezó la disidencia militar. Consciente de la necesidad de una reforma del estamento militar, especialmente tras la pacificación de Marruecos, las medidas adoptadas generaron descontento en las filas militares en donde la unidad del estamento demostrada en el momento del golpe se rompió pronto, volviéndose a la división entre “africanistas” y “junteros”: Primo de Rivera, optó, primero por los “junteros” partidarios de abandonar Marruecos, pero luego en 1925, optó por los “africanistas”, organizando el desembarco de Alhucemas. En ese momento, de todas formas, la polémica no se centraba en tanto en la guerra del Rif como en la política de ascensos: los “junteros” proponían que se realizasen por antigüedad, los “africanistas” por “méritos de guerra”. Esto generó que los “junteros”, a partir de 1926, empezaran a contactar con representantes de los disueltos partidos políticos para finiquitar la Dictadura, mientras que los “africanistas” reabrían la Academia General Militar de Zaragoza con Francisco Franco como director, demostrando que Primo de Rivera había terminado apoyándolos en detrimento de artilleros, intendencia, sanidad e ingenieros (en los que figuraban muchos miembros de la aristocracia).

Finalmente, los intelectuales rompieron tempranamente con la Dictadura y tuvieron un papel decisivo en la última etapa del régimen solidarizándose en 1929 con los estudiantes que protestaban contra la Ley Callejo. Primo de Rivera dio su brazo a torcer presionado por las patronales que temían el fracaso de los “eventos del 29” (las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla) y la reunión de la Sociedad de Naciones que debía celebrarse en Madrid. El Ateneo de Madrid, por otra parte, se había convertido en un foro disidente y fue clausurado. La crisis con los intelectuales llegó hasta el extremo de enviar a Miguel de Unamuno a Fuerteventura a raíz de un artículo publicado en la prensa argentina.

Con el regionalismo, la política de la Dictadura fue también oscilante. Cambó tenía esperanzas en que el Dictador, al que conocía, accediera a algunas reivindicaciones catalanistas, a lo que éste, inicialmente, pareció dispuesto. Pero pronto, tales esperanzas se vieron decepcionadas, entablándose una larga polémica sobre el uso del catalán en las predicaciones de la Iglesia, desde el momento en el que Primo de Rivera consideró que la cuestión lingüística era el principal caballo de batalla del independentismo.

Si estos fueron los fracasos más sonados de la Dictadura, toca ahora aludir a sus éxitos. El más notorio fue la pacificación de Marruecos tras el desembarco de Alhucemas. No solamente el protectorado se estabilizó, sino que la victoria dio un gran prestigio al gobierno de Primo de Rivera. También, en una primera fase, la cooperación con la UGT y el PSOE, hizo que disminuyeran las tensiones sociales que se redujeron a las generadas por la CNT. El Dictador creó la Organización Corporativa del Trabajo en 1926 para regular los problemas laborales. También se adoptaron medidas sociales como el Código de Trabajo y el seguro de maternidad. Aumentó la dotación para crear infraestructuras de nuevo cuño (aeropuertos), obras hidráulicas y carreteras. Se adoptó una política económica proteccionistas que facilitó el desarrollo de la industria y el aumento de la producción; tres grandes empresas nacionales fueron creadas (Telefónica, CAMPSA e Iberia) y hasta 1928 se produjo un desarrollo económico notable que, de haber seguido, hubiera facilitado la recuperación del tiempo perdido durante el siglo XIX. Aumentaron las inversiones en educación (se crearon 5.000 escuelas, 25 institutos de enseñanza media y se inició la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid) y sanidad y empezó la lucha contra el analfabetismo, finalmente, se mejoró el funcionamiento de la administración y, por supuesto, en el terreno del orden público, la situación igualmente mejoró, especialmente en lo relativo al terrorismo. El número se universitarios se multiplicó por tres en los años de la Dictadura.

La creación de la Unión Patriótica no puede considerarse un éxito: el partido, provisto de un fuerte carácter “regeneracionista”, no consiguió ser una fuerza social decisiva para sobrevivir tras el fin de la dictadura. Como ocurriría posteriormente con el Movimiento Nacional franquista, su programa inicial, sería podado y declarado “apolítico”… pero “patriótico”.

El resultado fue que, a finales de los años 20, estaba claro que Primo de Rivera había sufrido un desprestigio constante y que Alfonso XIII ya no apreciaba su gestión como en 1923. La Dictadura había reducido extraordinariamente su base social, incluso en el ejército. Sin aferrarse al poder, sin tratar de eternizarse, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 (“por razones de salud”), muriendo en París 47 días después. Trasladado su cuerpo a España, sus restos no recibieron ningún tratamiento especial, ni fueron recibidos por unidades militares en atención a su rango. 



 









miércoles, 10 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (2) - Pistolerismo, terrorismo, magnicidios


3. Radicalización social y política

Desde el inicio del reinado de Alfonso XIII, se abre un nuevo período de inestabilidad política. Prácticamente el primer tercio del siglo XX está ocupado por el reinado de este Borbón que, más que ningún otro antes suyo, decidió intervenir en política. También aquí podemos aludir a un fracaso histórico. Alfonso XIII reinó desde su mayoría de edad, 16 años, en 1902. Alfonso XIII puede considerarse un “rey regeneracionista”.

Por entonces, la situación política ya se había radicalizado. Mateo Morral, hijo de un industrial catalán, que conoció al anarquista italiano Enrico Malatesta y trabajó como bibliotecario en la Escuela Moderna de Ferrer Guardia, se asoció con Luis Buffi, un médico anarquista partidario del control de natalidad y con otros anarquistas nacionales y extranjeros. Morral era un “chico bien”, lo que hoy llamaríamos un “intelectual progre” o un “izquierdista caviar”, hablaba alemán y francés con soltura. Había conocido a Michele Angiolillo, el anarquista que había asesinado a Cánovas en 1897 y, como puede verse, estaba relacionado con la “élite” del radicalismo anarquista partidario del ejercicio del terrorismo.

Morral lanzó una bomba Orsini oculta en un ramo de flores, contra la caravana de Alfonso XIII y de su esposa desde el balcón de su pensión en el número 84 de la calle Mayor. Los reyes salieron ilesos, pero murieron 25 personas (de las que 15 eran militares) y otras 200 resultaron heridas. Otra bomba Orsini fue encontrada sin explotar. Morral fue localizado poco después, al intentar tomar un tren para Barcelona, mató a un guardia que intentó detenerlo y luego se suicidó. La Guardia Civil custodió el cadáver para impedir que fuera destrozado por la multitud.

Este atentado y el asesinato previo de Cánovas suponen una “línea de tendencia” y la intensificación de los atentados anarquistas que ya se habían manifestado, siempre protagonizado por anarquistas, desde la bomba del Liceo de Barcelona en 1893 (20 muertos) y el atentado contra la procesión del Corpus de Barcelona en 1896 (12 muertos). Desde ese momento y hasta la dictadura de Primo de Rivera, el anarquista sería el principal factor de desestabilización y terrorismo que estuvo presente en la sociedad española.

Previamente se habían producido dos hechos fundamentales: por una parte, la victoria en Cataluña de Solidaridad Catalana en 1907, opción electoral formada por todos los partidos catalanes (salvo el Partido Radical de Lerroux), incluyendo al carlismo. Esta victoria rompió el esquema “turnista” de la Restauración. Dos años después, en 1909, estalló la Semana Trágica tras el decreto de Antonio Maura de enviar tropas a África. En el curso de los combates urbanos perecieron 150 civiles y 8 militares. Tras el “desastre del 98”, España decidió recuperar protagonismo en África (en Guinea Ecuatorial y en el Rif). En julio de 1909 se produjo la sublevación rifeña con un ataque al ferrocarril que unía las minas del Rif (propiedad del conde de Romanones y del conde de Güell. Así se inició la “segunda guerra del Rif” o “Guerra de Melilla”. Maura, entonces presidente, movilizó a los reservistas que afectó solamente a los reclutas que no pudieron pagar los 6.000 reales de rescate: los llamados a morir por las minas del Rif eran, sobre todo, hijos del proletariado y del campesinado, buena parte de ellos casados y con hijos.

La insurrección se inició en el puerto durante el embarque de tropas y de ahí se extendió a las provincias de Barcelona y Gerona en las que se formarían “juntas revolucionarias” que proclamarían la república. Barcelona quedó aislada del resto de España y solamente cuatro días después del inicio de la revuelta llegaron tropas que restablecieron el orden. Resultaron incendiados un centenar de edificios religiosos. Se produjeron miles de detenidos, 2000 procesos, 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte (entre ellas la de Ferrer Guardia considerado como líder de la revuelta). Al igual que luego ocurriría en septiembre de 1975, se produjeron manifestaciones en toda Europa para pedir clemencia por Ferrer Guardia. Estas protestas fueron la excusa que Alfonso XIII encontró para destituir a Antonio Maura de la presidencia del gobierno y entregársela al liberal Moret, miembro de la francmasonería (al igual que Ferrer Guardia).

Cuando todavía no se habían calmado los ánimos por la Semana Trágica y la ejecución de Ferrer Guardia, José Canalejas, entonces presidente del gobierno resultó asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas. Aparte del estupor que causa saber que dos jefes de gobierno fueron asesinatos en el curso de pocos años y que desde el último cuarto del siglo XIX hasta 1923, el anarquismo se había configurado como un movimiento de carácter terrorista, con sospechas de que fuera manipulado por unos o por otros a la vista de la debilidad de sus estructuras políticas y con lazos con la masonería.

En 1921, Eduardo Dato, conservador “regeneracionista”, destacado líder conservador, partidario de la neutralidad de España en la Primera guerra mundial, resultó asesinado por tres pistoleros anarquistas. Pero en esos momentos, el pistolerismo ya se había hecho habitual en Cataluña, especialmente.

En efecto, entre 1917 y 1923, la patronal catalana, harta de sufrir atentados, contrató, con el beneplácito del general Martínez Anido, gobernador militar de Cataluña, a pistoleros profesionales que causaron en torno a 200 bajas entre los líderes obreros y anarquistas en una verdadera guerra civil entre bandas anarquistas y de la patronal, sin precedentes en ningún otro país europeo.

Las medidas de “acción directa” del movimiento obrero, incluían huelgas, sabotajes y atentados a patronos especialmente odiados por los sindicatos. La patronal, a su vez, respondió creando, por una parte “sindicatos libres”, a imitación de los sindicatos “amarillos”, católicos, que habían nacido en Francia, y, posteriormente, de estos sindicatos surgió el pistolerismo patronal. Por su parte, el gobierno autorizó a disparar contra detenidos que intentasen huir tras la detención (“Ley de Fugas”). Puede imaginarse el caos en el que había caído la región catalana, especialmente, tras el final de la Primer Guerra Mundial, cuando disminuyeron los pedidos procedentes de los países contendientes, aumentó el paro y con él la “guerra social”.

El “pistolerismo” fue uno de los elementos que terminaron desencadenando el golpe del General Primo de Rivera (gobernador militar de Cataluña) que, en pocos meses, liquidó el problema, reprimiendo al pistolerismo patronal y a las bandas armadas anarquistas. La política de “mano dura” y la “ley de fugas”, acabó en pocas semanas el fenómeno que solamente se reavivó en los primeros meses de la Segunda República.

Por entonces -e, incluso, en la actualidad- las derechas y el conservadurismo se han horrorizado por la violencia política, fuera cual fuera su forma, y muy especialmente por el terrorismo anarquista y, posteriormente, tras la desaparición efectiva del anarquismo y del anarcosindicalismo (durante los primeros años de la transición), por el terrorismo separatista (ETA) y de extrema-izquierda (FRAP, GRAPO). La izquierda progresista, por el contrario, ha mostrado mucha más desconfianza hacia las medidas represivas del Estado, resaltando la existencia de un terrorismo de extrema-derecha (especialmente durante los años de la transición).

Sea como fuere, en los últimos 150 años en la historia de España, el terrorismo ha sido habitual: “comprendido” por la izquierda socialista (lo que justifica el que desde Pablo Iglesias se hiciera “causa común”, hasta que Pedro Sánchez llame a la movilización electoral contra la “extrema-derecha” y pacte con los herederos de ETA, Bildu). A lo largo de todo este largo período, no han faltado teorías “conspirativas” y/o “conspiranoicas”, como suele ocurrir con todos los fenómenos de violencia política y social.


 









Los antecedentes históricos del franquismo (1) - La Restauración - El "Desastre del 98"

Ramiro Ledesma escribió en su Discurso a las Juventudes de España: “Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la España subversiva (ambos en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monarquía Constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo sobre esa gran pirámide de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y rotundo”. Era el año 1935. Desde entonces han pasado 90 años, casi un siglo. A esta pirámide podrían añadirse otros muchos fracasos: el fracaso histórico que supuso el estallido de la Guerra civil como colofón final al fracaso de República, los años del franquismo, los años de la transición, los cuarenta años de democracia…

Cada uno de estas estaciones requiere un análisis específico de todo lo que la precedido, sin el cual, sería difícil entender ese momento histórico. Puede hablarse de “fracasos espectaculares” en el caso de la Segunda República (que no dio ni libertad, ni pan, ni trabajo), de “fracasos consensuados como éxitos” en el actual “régimen” (que ha dado algo de pan, menos trabajo, demasiada corrupción y libertades en disminución) y de “fracasos relativos” en el caso del franquismo (que, como hemos dicho, dio “pan y trabajo”, pero no libertades)

En lo que se refiere al franquismo, si se trata de situarlo en la historia (algo inevitable si queremos llegar a una interpretación correcta), habrá que realizar antes un breve repaso a sus precedentes: fracaso de la Restauración, desastre del 98, radicalización social y política, fracaso de la Dictadura, hasta llegar al abismo en el que la República situó al país. Y lo vamos a hacer con la brevedad que exigen estas páginas. Eso nos permitirá entender algo que la “memoria histórica” del sanchismo ha desfigurado y desvirtuado: si hubo franquismo, fue precisamente porque era el único camino que quedaba para llevar al país a la modernidad: la mano de hierro que trajera pan y trabajo… aunque no libertad.

1. Fracaso de la Restauración (1874-1902)

La Restauración fue uno de esos momentos históricos necesarios para estabilizar el país a tenor de todo lo que la había precedido, especialmente desde la llegada de las tropas napoleónicas. Desde el reinado de Carlos IV las cosas habían ido de mal en peor. La derrota de Trafalgar acentuó la crisis del reinado de un monarca sólo interesado por la caza, que había entregado el gobierno a distintos validos y, finalmente, abdicado en su hijo Fernando VII. La farsa propia de un vodevil de la convocatoria de Carlos IV en Bayona, reclamando la corona a su hijo, sin saber éste, que su padre había cedido los derechos a favor de Napoleón, es uno de los episodios más chuscos y lamentables de este período.

El pueblo español, mayoritariamente, apoyó a Fernando VII y la presencia de las tropas napoleónicas en España, generó la sublevación popular del 2 de mayo, fecha en la que se inicia la “Guerra de la Independencia” que, sin embargo fueron tres guerras superpuestas: una guerra civil (porque no solo combatieron españoles contra franceses, sino “españoles afrancesados” contra “españoles patriotas”), una guerra de liberación nacional (contra la ocupación francesa y contra la monarquía napoleónica usurpadora), una guerra internacional (con ingleses y franceses persiguiéndose y combatiendo mutuamente). E, incluso, podría hablarse de una “guerra ideológica”, con liberales y conservadores a la greña.

Para colmo, en los años siguientes al final del conflicto, a pesar del apoyo inicial, con el que contó Fernando VII (su apoyo era “El Deseado”), desde entonces todo se torció: Retorno al absolutismo, represión liberal, pérdida de las colonias americanas. Mientras Europa se modernizaba y entraba en la Segunda Revolución Industrial, España empezaba a quedar muy atrás con el período de las tres guerras carlistas, el fracaso de todos los “ensayos liberales” y el inicio de las crisis sociales que se prolongarían durante un siglo. Durante el reinado de Isabel II (1833-1968) se consolidó el liberalismo, terminando el reinado con el “sexenio democrático” en el que hay que incluir los sucesivos fracasos de la monarquía de Amadeo I de Saboya y de la fugaz Primera República, que dio paso a la Restauración, en la figura de Alfonso XII y con el sistema de bipartidismo canovista, con su alternancia y con la constitución de 1876.

Con Cánovas, diseñador de la Restauración y uno de los grandes estadistas de su tiempo, se inicia un período de necesaria estabilidad, inexistente desde hacía un siglo. Pero también con él aparece, por primera vez, la figura de un estadista de derechas, moderado, que, en lugar de buscar soluciones radicales a los problemas, trata de parchearlos, uno tras otro. En aquel momento, se trataba de resolver la cuestión dinástica después de dos guerras carlistas, resolver la cuestión cubana y la insurgencia que avanzaba en Filipinas. Y, sobre todo, lograr un impulso económico que ayudara a que el país recuperara el tiempo perdido desde el reinado de Carlos IV y las crisis que siguieron.

La Restauración, en cierta medida, fue una “revolución burguesa” reducida, porque exiguo era el volumen de la burguesía española. En la Restauración todo se hizo a medias. Quien hable de “período democrático” se engaña: la Restauración se elevó sobre el fraude electoral sistémico, el caciquismo, forma que adoptaba la corrupción en la época. Gracias a ese sistema Cánovas pudo implantar el “bipartidismo” de estilo británico y lograr que funcionara durante dos décadas. El suyo era el Partido Conservador y el “rival”, el Partido Liberal de Sagasta.  El año antes de proclamarse la constitución de 1876, Alfonso XII lanza un decreto ordena al ejército “permanecer en total alejamiento de las luchas de los partidos y de las ambiciones políticas”. El ejército, por tanto, debía preocuparse de lo suyo y permanecer ajeno a la política. Pero esto no era fácil: a fin de cuentas, el ejército vive de los presupuestos del Estado que son calculados por la clase política. Por tanto, la mutua independencia entre ambos poderes que buscaba Cánovas, era poco menos que inviable, especialmente si tenemos en cuenta los frentes abiertos en Cuba, Filipinas y Marruecos.

El otro problema era la Iglesia: en el inicio de la Restauración, el Vaticano se oponía resueltamente al liberalismo. Y Cánovas era liberal. Eran los tiempos de “el liberalismo es pecado” y, si bien, no todos los católicos, inicialmente, colaboraron con la Restauración, un amplio sector de la Iglesia española se alineó con Cánovas, especialmente a partir de la llegada al Vaticano de Leon XIII que dulcificó la actitud católica. Normalizándose por completo en 1891 con la publicación de la Encíclica Rerum Novarum. Ahora bien, durante el período anterior, la Iglesia española, excesivamente vinculada a las clases altas había dejado descristianizadas a amplias zonas del país y a los grupos sociales más desfavorecidos. España seguía siendo católica (como reconoció la constitución de 1876), pero amplias zonas del país, especialmente en los campos de Andalucía existía un vacío religioso, paralelo a la pobreza. Para colmo, una parte de las élites culturales de la época, eran partidarias de un mediocre filósofo alemán Friedrich Krause (que proponía el racionalismo, el panteísmo, la libertad de cátedra, la tolerancia y la ética humanista). Expulsados de la Universidad por el canovismo en 1875, fundaron ese mismo año la Institución Libre de Enseñanza. A partir de entonces, pareció como si el “mundo de la cultura” estuviera vinculado en exclusiva a sector “progresistas”. El mito se ha mantenido hasta nuestros días.

En la primera década de la Restauración todo fue bien: se pacificó el país con el final de la Tercera Guerra Carlista y descendió la tensión independentista en Cuba. La continuidad dinástica parecía asegurada. Pero en la siguiente década, las cosas empezaron a torcerse. Se hizo evidente la inmoralidad del sistema electoral basado en el “turnismo” (alternancia en el poder de conservadores y liberales) y el caciquismo, la industrialización y la falta de derechos sociales generó la aparición de un movimiento obrero organizado que identificaba patronal con catolicismo, dirigido por socialistas y anarquistas que el sistema de la Restauración no supo integrar y que se radicalizarían más aún en las décadas siguientes; se agravó el problema colonial tanto en Cuba como en Filipinas, la desactivación del carlismo transformó a amplias franjas de éste en movimientos nacionalistas periféricos dirigidos por las burguesías regionales que creían que la independencia aumentaría sus beneficios contables.

La fecha crucial para el reconocimiento del fracaso de la Restauración sería el “desastre del 98”. Por entonces tres cuartas partes del país eran analfabetas: se entiende, pues, que siempre gobernasen por “turno” las élites conservadoras o liberales: los electores, controladas por los caciques, especialmente en la España rural (la mayoría del país) votaban lo que éste decidía. El hecho de que en 1888 se aprobase el “sufragio universal” por un gobierno liberal presidido por Sagasta, no puede considerarse un gran “avance social”, sino una garantía de que el sistema de alternancia caciquil y manipulación corrupta de los resultados electorales se mantendría sin alteración. Y es que, la Restauración no fue más que un sistema oligárquico en su cúspide y analfabeto y empobrecido en su base.

2. El Desastre del 98

Al igual que ocurre en la actualidad, en aquella época no faltaban elogios para jalear al sistema político y a la constitución de 1876 (“la más larga de cuantas ha tenido España”, se decía). En realidad, todo era ficción, fachada y artificio: la resolución a los problemas se iba parcheando, para colmo, la masonería, con mucho protagonismo en el primer tercio del siglo XIX, había vuelto a recuperar su influencia. Y, no sólo eso, en Filipinas había nacido una masonería autónoma, independentista (el “Katipunán”), justificada por el hecho de que la masonería “regular”, solamente admitía a “hombres libres y de buenas costumbres” y los aborígenes, tanto de EEU, como de las colonias inglesas, o los negros, ni seles consideraba libres, ni de “buenas costumbres”, mientras que en Cuba la masonería isleña era una prolongación de la norteamericana. Y ésta tenía una identificación completa con los designios de la política exterior norteamericana. Por lo tanto, las logias en Cuba trabajaron a favor de la expulsión de España del Caribe, de la misma manera que las logias españolas condicionaron las políticas de los sucesivos gobiernos de la época. Todo ello explica, tanto la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, como la crisis que atravesó la masonería española, desapareciendo prácticamente en las primeras décadas del siglo y solamente habiendo recuperado en los años de ausencia casi total, en la última etapa de la dictadura de Primo de Rivera.

Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la flota española no estaba tan atrasada en 1898 como se ha presentado. Existían barcos de madera, pero también cruceros modernos y, de hecho, la flota dirigida por el almirante Cervera en Santiago de Cuba era superior en cantidad y calidad a la flota norteamericana. Sea como fuere, los EEUU estaban decididos a apropiarse de Cuba y Filipinas y utilizaron como casus belli, la extraña explosión del Maine que la prensa amarilla de Joseph Pulitzer y Randolph Hearst aprovechó para desatar la histeria contra España. Se sabe cómo terminó: pérdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. Los EEUU que buscaban salir del continente lo lograron a costa de España: el Tratado de París puso fin al conflicto (la presencia española en Asia ya no tenía sentido tras la pérdida de Filipinas y Guam, así que las Hearst Marianas, las Carolinas y el archipiélago de Palaos, fueron vendidas a Alemania). España estaba “sin pulso” como sentenció Francisco Silvela.

Sin embargo, fue a partir de ese momento en el que aparece un grupo de intelectuales (la “generación del 98”) y políticos (“regeneracionistas”) que toman conciencia de la gravedad de la situación y de las necesidades del país. En ese momento toman cuerpo algunos de los problemas ante los que reaccionarán esta y las posteriores generaciones de patriotas que tratarán de encarrilar nuestra historia, hasta 1975.

El “desastre del 98” es el primer aviso de que la Restauración ha tocado techo y no ha resuelto los problemas de España. La generación del 98 y los “regeneracionistas” son los primeros en levantar la voz para señalar que la decadencia es el resultado del atraso cultural, del caciquismo y de la falta de modernización del país. Así pues, la superación de la crisis solamente puede hacerse mediante un proceso de educación cultural (que solamente culminará en los años del franquismo, con la erradicación casi total del analfabetismo), con una reforma del sistema político que implica una dignificación de la autoridad y una lucha abierta contra el caciquismo y la corrupción. Joaquín Costa será el inspirador del movimiento. Su fugaz Unión Nacional no consiguió ser el “tercer partido”, ni romper la alternancia entre conservadores y liberales, pero sí influir entre los intelectuales de la “generación del 98” (más literaria, mientras el “regeneracionismo” era más político y técnico; ambos, en cualquier caso, tenían a España como principal preocupación). Salvo algunas reformas, el “regeneracionismo” no consiguió “curar” los males de España.

Otra de las consecuencias del “desastre del 98” fue la aparición de tensiones entre el “poder civil” y el “poder militar”. Unos y otros se acusaban mutuamente de la responsabilidad en lo sucedido: si tenemos en cuenta que la Restauración se apoyaba en la coalición de terratenientes, cerealistas andaluces, banqueros, industriales catalanes (textiles) y vascos (metalúrgicos), el fondo del conflicto era con un ejército que ya desconfiaba de la Restauración y las fuerzas civiles y oligárquicas que lo apoyaban.

España en esa época tenía en torno a 18.000.000 de habitantes, de los que quince pertenecían al proletariado, a la población rural y a los sectores más desfavorecidos, un tercio de los cuales -5.000.000- estaban por debajo de lo que hoy se conoce como el umbral de la pobreza. Entre un 60 y un 70% era analfabeta. Fue sobre este grupo sobre el que se cebó la propaganda anarquista que, a la vista de la situación, prosperó rápidamente.

Durante la restauración, España seguía siendo un país agrícola en sus tres cuartas partes. El único mercado mundial en el que nuestro país era hegemónico, era en el del vino y la exportación de cítricos era nuestra principal fuente de divisas. Sin embargo, éramos deficitarios en trigo (que había que importar). Fuera los núcleos industriales periféricos, la industria española era minúscula y la clase media todavía no había alcanzado un nivel de desarrollo comparable a otros países de Europa Occidental.

Esta situación se prolongó -con leves variaciones- hasta 1939 y explica perfectamente el por qué entre los sublevados que siguieron a Franco, y el propio Jefe del Estado eran “regeneracionistas” convencidos, dispuestos a llevar a España a la modernidad, proyecto en el que habían fracasado todos los intentos desde el 98 hasta la Segunda República.

En aquel momento, nadie se dio cuenta de que el “desastre del 98” fue también la primera gran derrota de Europa frente a los EEUU. A pesar de que España hiciera gala de neutralismo en las dos guerras mundiales, que en muchos sentidos pueden ser consideradas como “guerras civiles europeas”, estimuladas desde fuera del continente, lo cierto es que, desde la voladura del Maine (seguramente un autoatentado), Europa ha ido retrocediendo cada vez más: allí se inició el expansionismo norteamericano que luego pondría un primer pie en Europa durante la Primera Guerra mundial y, más tarde, confirmaría su hegemonía sobre Alemania durante el tiempo en el que se prolongó la Segunda Revolución Industrial, para terminar siendo hegemónica en economía y geopolíticamente competidor de la URSS, al concluir la Segunda Guerra Mundial e iniciarse la Tercera Revolución Industrial. Ciento veintisiete años después del “ciclo estadounidense”, Europa está reducida a una irrisión, prácticamente abandonado por los EEUU y en brazos de la República Popular China que solamente es capaz de estimular el miedo a Rusia para justificar un desarrollo de la industria armamentista, la única que quedará en apenas cinco años, tras los golpes que están recibiendo las industrias europeas de automoción por la competencia china.


 









jueves, 4 de diciembre de 2025

JULIUS EVOLA: "EXPLORACIONES, HOMBRES Y PROBLEMAS" - Editorial EAS


"Exploraciones Hombres y Problemas"

[con Gonzalo Rodríguez, Eduard Alcántara y Ernesto Milá].

Un debate sobre el último libro de Julius Evola, publicado por ediciones EAS.









martes, 2 de diciembre de 2025

Tras el “año Franco”, reflexión sobre el franquismo (2) - ¿Por qué cayó el franquismo? - Guerracivilismo en el siglo XXI


6. ¿Por qué cayó el franquismo?

Hay varios motivos y ninguno de ellos es contradictorio con todos los demás. De hecho, el ciclo franquista terminó con la vida de su fundador y, por mucho que se empeñaran sus partidarios, era imposible la existencia de un “franquismo sin Franco”.

Los motivos de la desaparición del franquismo fueron, por este orden:

1) Desde mediados de los años 60 se había generado un capitalismo español, todavía débil, pero vivo y activo que respondía a las leyes del mercado. En otras palabras: el control del Estado sobre la economía fue cada vez más débil y, por tanto, se generó una economía liberal que, a medida que fue creciendo, hizo necesario el que las estructuras políticas se adaptaran a las prácticas económicas. A una economía de mercado corresponde un sistema democrático, la cara y la cruz del liberalismo: económico y político. A partir de principios de los 70, era necesario para ese capitalismo español entrar en el “Mercado Común Europeo” y eso solamente podía hacerse adoptando el mismo modelo político del resto de socios europeos.

2) El régimen franquista, a partir de mediados de los años 60 dejó de preocuparse por la “lucha cultural” y la dejó en manos de editores y asociaciones privadas -y, por tanto, de alcance limitado-, mientras que la “lucha cultural progresista” se beneficiaba del concurso de buena parte de empresas editoriales que difundieron, libremente y sin ninguna cortapisa, textos progresistas de moda en aquel momento: Marx, Engels, Lenin, Mao, Freud, Marcusse, Fromm, que -contrariamente a la leyenda proclamada por la “memoria histórica”, lejos de estar prohibidos, se vendían libremente a partir de finales de los 60. En otros terrenos del mundo de la cultura, el régimen franquista renunció en la segunda mita de los 60 a cualquier forma de lucha cultural. No es que no existieran textos, orientaciones, autores que no estuvieran en esa línea, sino que la Editora Nacional, vinculada al ministerio de Información y Turismo, prácticamente cesó actividades en el último tercio de los 60, convirtiéndose en residual. Esto explica por qué al concluir el franquismo las universidades tenían mayorías de profesores y de alumnos ubicados a la izquierda o porqué desde el primer tercio de los años 70, las escuelas normales de formación del profesorado habían caído en manos de los principios educativos del progresismo. E, incluso, por qué el PCE no encontró inconvenientes en ganarse al grueso de la industria del cine para su causa.

3) La Ley de Inversiones extranjeras de 1959, convirtió a España en un país atractivo para el capital extranjero, pero en el que todavía una parte importante de la economía estaba en manos públicas y, por tanto, ofrecía resistencia a la penetración económica extranjera. Otro tanto ocurría con la actividad de las multinacionales que solo penetraban poco a poco en nuestra economía y difícilmente podían competir con las empresas del INI en algunos terrenos. La presión del capital extranjero y de las multinacionales fue uno de los principales factores para imponer el curso de la democratización y, consiguientemente, allanar el camino hacia las Comunidades Europeas.

4) Tras Richard Nixon, la política exterior norteamericana varió: se trataba, no solo de conseguir aliados en la Guerra Fría contra la URSS, sino, además, integrarlos en la OTAN, para lo que eran preciso unas exigencias democráticas. A pesar de que Franco había firmado con Eisenhower en 1956 los acuerdos mutuos de defensa y de asistencia, veinte años después, se trataba de conectar a España (y también a los gobiernos autoritarios de Grecia y Portugal) en el dispositivo de mando de la OTAN. Así se daba “profundidad” a la Alianza. Estas nuevas orientaciones pesaron como uno losa sobre el franquismo en 1975.

5) El asesinato de Carrero Blanco dejó sin sucesor confiable a Franco. De haber sobrevivido Carrero, sin duda la transición también hubiera tenido lugar, pero de otra manera, más reposadamente y con unos plazos más largos. El asesinato de Carrero contribuyó a desmoralizar a los partidarios del régimen y a dejarles con la duda no superada de lo que ocurriría tras la muerte de Franco: el “después de Franco, las instituciones” que repetía la propaganda oficialista en los últimos años del franquismo solamente era válido si esas “instituciones” eran tuteladas por un hombre fuerte. Y estaba muy claro que el príncipe Juan Carlos ni era ese “hombre fuerte”, ni hubiera querido serlo jamás.

6) Ante todo esto, la acción de la “oposición democrática”, apenas hizo cosquillas al régimen. El PCE que tenía una estrategia y un “aparato político” curtido en la clandestinidad, financiado por la URSS y por los países del bloque comunista fieles a Moscú, era el único que disponía de estrategia y tácticas perfectamente definidas. El PSOE era una sombra de lo que fue y solamente a partir de 1972, la socialdemocracia alemana empezó a financiar a través de la Fundación Ebert al pequeño grupo de socialistas andaluces, lo suficientemente mansos y necesitados de apoyo, como para ofrecerse como una de las columnas del futuro régimen. Como ya hemos dicho, la oposición era fuerte en el medio estudiantil, en las concentraciones industriales (a través de Comisiones Obreras), entre los “intelectuales y artistas” (los “trabajadores de la cultura” impulsados sobre todo por el PCE) y en determinados ambientes del clero y de la jerarquía. Pero, en su conjunto, carecía de fuerza social suficiente como para desplazar al régimen que contaba con el apoyo, sobre todo, de la mayoría silenciosa y de los poderes fácticos. La oposición democrática fue determinante a la hora de construir una alternativa al franquismo, pero no fue, desde luego, ni remotamente, la promotora de esa alternativa.

7) En 1975, la cadena de prensa del Movimiento, llegó a tener 43 diarios, pero sus beneficios habían caído de 44.547.529 pesetas en 1966 a un déficit de 74.309.865 pesetas en 1975. Ese año cerraron los más deficitarios. Tras la muerte de Franco y especialmente a partir de 1977 se fueron subastando cabeceras (alguna de las cuales prolongó su existencia hasta 1984). En 1976, la prensa más leída en España, aparte de las cabeceras “históricas (ABC, La Vanguardia, el Correo Español) había pasado a ser la Cadena 16, el grupo PRISA y el Grupo Z, todas de reciente creación. Estos tres grupos mediáticos, influyeron decididamente en la transición, ocultando algunas informaciones, publicando otras llegadas de servicios de información nacionales y extranjeros, promoviendo una “nueva cultura” y disfrutando de una libertad de prensa sin restricciones. Todos estos grupos mediáticos, sin excepción, se preocuparon de aislar al “franquismo político” y orientar al “franquismo sociológico” hacia el voto centrista (de centro-derecha o de centro-izquierda que, desde entonces se convirtieron en las dos columnas sobre las que se edificaría el nuevo régimen).

7) Los años habían ido desgastando al franquismo, los jóvenes falangistas que en 1940 tenían 25 años, en 1975 habían superado los 60 y estaban agotando su ciclo vital. Muchas cosas habían cambiado desde 1939: las estructuras del régimen (Sindicatos, Guardia de Franco, Movimiento, Frente de Juventudes, Sección Femenina), se habían ido convirtiendo en estructuras burocráticas con escasa militancia y poco prestigio social. La transformación del “Movimiento-organización” en “Movimiento-comunión de todos los españoles en los ideales del 18 de julio” operada por la Ley Orgánica del Estado, con el fin de alejarlo de la idea de “partido único”, había contribuido a despolitizar especialmente a los jóvenes (la OJE no pasaba de ser un grupo de boy-scouts en donde la preocupación era que no parecieran ni muy falangistas, ni difundieran ideales joseantonianos que podían remitir al viejo fascismo de los años 30). Ni se buscaba, ni siquiera se querían nuevos afiliados al Movimiento o a la Guardia de Franco, en los primeros años 70. En cuanto al “asociacionismo”, con el que Carrero Blanco pretendía crear una “derecha política” frente a una “izquierda” ya organizada, tampoco contribuyó a atraer a más interesados que los que campaban intramuros del régimen. El régimen, en su conjunto, trató de despolitizarse, pero no advirtió que la “oposición democrática” politizaba toda la vida social y cultural. El “frente” que había dado vida a la coalición que apoyo la sublevación del 18 de julio, estaba, desde principios de los años 40, fracturada en los distintos grupos que la compusieron y a partir de los 60, algunas fracciones había cruzado la divisoria y se habían situado en el espacio de la “oposición democrática”. El régimen conservaba todavía base social, pero empezaba a carecer de “grupos activos”. Rápidamente, tras la muerte de Carrero, el régimen franquista, con Franco todavía vivo, inició su desmoronamiento que se acentuó el 20 de noviembre de 1975. Cada político del régimen trató de ubicarse allí donde creyó que podía beneficiarse mejor de cara al futuro. Por una parte, los “evolucionistas” del franquismo se situaron en torno a los “siete magníficos” de los que nacería Alianza Popular y el actual PP. Inicialmente, se creyó que este grupo de centro-derecha protagonizaría la transición, pero Adolfo Suárez se adelantó creando la Unión del Centro Democrático, con grupos extremadamente minoritarios, liberales, socialdemócratas, democristianos, ex funcionarios del franquismo y oportunistas sin principios, pero que contaban con el apoyo de los medios de comunicación de la época y aceleró la transición, en medio de una situación caótica que remitía a la Segunda República, pero que pudo controlar gracias a la colaboración de servicios de inteligencia norteamericanos.

Con la acción de estos siete factores, con un nuevo “jefe del Estado” a título de Rey, consciente de la situación en la que había heredado las riendas del Estado, de sus limitaciones y de la historia del último Rey de España, Alfonso XIII, que perdió el trono por haberse implicado demasiado en la política cotidiana, optó por aceptar su papel de convidado de piedra y dejar que actuaran libremente los elementos que hemos enumerado hasta aquí. Lo que tenemos hoy, el régimen político español, es el resultado de aquella transición, con la salvedad de que todos los demás elementos han variado, incluso desaparecido:

- El franquismo se desarrolló durante la Tercera Revolución Industrial (hoy vamos por la cuarta)

- Los grupos mediáticos que apoyaron la transición ya no existen (Grupo 16 desaparecido, Cadena PRISA y Grupo Z, con una influencia mucho menor que en 1976 y habiendo cambiado de titularidad).

- Los partidos de centro-derecha (PP) y centro-izquierda (PSOE) en franca pérdida de energía, con un PCE desaparecido subsumido en Izquierda Unida y luego en Sumar.

- Con un aumento progresivo del “euroescepticismo” y una desconfianza absoluta en la capacidad de la UE para generar un futuro para Europa

- Con una situación económica en la que el sector industrial ha sido mermado en beneficio del sector servicios y una agricultura desahuciada por el “pacto verde” de la UE.

- Con un déficit cercano a los dos billones de euros, una fiscalidad asfixiante, una inflación real que supera con mucho los trucajes estadísticos (especialmente en vivienda y alimentación), una caída en picado de los servicios públicos (especialmente sanidad y educación), un negro futuro para el sistema de pensiones, y, para colmo, una estructura burocrático-administrativas sin precedentes en la que se une a la administración central del Estado, las administraciones autonómicas, las diputaciones provinciales, las administraciones municipales y… los consejos comarcales en algunas autonomías. Lo que implica un gasto público desmesurado, insostenible y sin precedentes.

- Con una población de casi 50.000.000 de habitantes, de los que unos 10-12.500.000 son o bien nacidos en el extranjero, o hijos de extranjeros o extranjeros nacionalizados: esto es, una sociedad multiétnica y multirreligiosa en la que el Islam es la confesión que cuenta con más centros de culto.

- En un marco de mundialismo cultural favorecido por la ONU y sus organismos especializados, y una globalización económica inviable y partida en dos a raíz del conflicto ucraniano.

- Con una situación internacional completamente diferente a la que se dio en 1975.

- Con una juventud ampliamente despolitizada, en la que el número de ni-nis asciende a un 10%.

No es, desde luego el panorama más alentador, ni el que esperaba la sociedad española en 1976, tanto la que se decantaba hacia la “oposición democrática” como la que se decantaba hacia la “mayoría silenciosa”. Si el franquismo dio “pan y trabajo”, pero faltaba “libertad”, el régimen que la ha sucedido, fue encareciendo progresivamente el “pan”, disminuyó la cantidad, la calidad y el poder adquisitivo de las percepciones por “trabajo” y ni siquiera juega en su favor en este momento, las restricciones reales a la libertad de expresión (que está intentando el gobierno Sánchez), tanto por leyes imperativas como por presión y coacción moral de determinadas minorías. Hoy no hemos progresado tanto en este terreno: si ayer hacía falta exprimir la imaginación para eludir la censura franquista, hoy hace falta ser cauto no sea que cualquier minoría presente una denuncia por “delito de odio”.

7. Lo absurdo del guerracivilismo en el siglo XXI.

Han pasado 86 años desde el final de la Guerra Civil y medio siglo tras la desaparición de Franco. ¿Podemos imaginar lo que hubiera supuesto en 1984 actualizar el recuerdo de la Guerra Hispano-Americana de 1898? ¿o que en 1960 se hubiera generado un movimiento de “memoria histórica” que exigiera buscar las fosas comunes de los fusilados durante la Tercera Guerra Carlista (1872-1876)? Y ¿qué decir del guerracivilismo promovido por la extrema-izquierda, por un lado, y la “memoria histórica unidireccional” avivada por el PSOE en estos momentos de aceleración de la historia cuando el tiempo pasa aún más rápidamente y en 10 años se producen tantos cambios que en otras épocas tardaban siglos?

Hasta la llegada de Zapatero, la sociedad española había dejado atrás la Guerra Civil. Solamente el Partido Comunista de España, mantenía vivo el recuerdo para mantener a sus votantes de tercera edad dispuestos a recordar sus años y sus ideales de juventud. Las familias españolas, que, en general, habían tenido combatientes en ambos bandos, sabían que era mejor olvidar antes que tratar de ajustar cuentas con el pasado.

Quien esto escribe tuvo un abuelo, teniente-coronel del Ejército de la República, juzgado por un tribunal militar y condenado a dos penas de muerte, conmutadas. Tras tres años de prisión, perdió el grado y la carrera militar. Mi padre, apolítico, pero casado con su primera esposa perteneciente a la alta burguesía catalana, debió de emprender junto a ella el cruce clandestino del Pirineo a causa de los crímenes cometidos por pistoleros de la FAI en los tres primeros meses de Guerra Civil en Cataluña, ante la pasividad de Companys que pagó así a los anarquistas el haber colaborado decisivamente a sofocar la rebelión militar en Barcelona. En mi familia hubo combatientes de ambos bandos. Por lo que recuerdo, desde que tuve uso de razón en 1959, jamás oí hablar en mi familia de la guerra civil. Era un mal recuerdo por el que nadie quería volver a pasar. La noche, había quedado atrás.

Y esto ha durado hasta esa explosión de guerracivilismo con el que la izquierda del siglo XXI pretende esconder su debilidad argumental y encubrir su vacío absoluto y su indigencia intelectual en lo doctrinal. Ese guerracivilismo es lo que le permite a la izquierda podemita amenazar con “machacar a la derecha”, dedicar millones de euros distribuidos por un gobierno corrupto y corruptor con diversas excusas ancladas todas en la “memoria histórica”, profanar tumbas en el Valle de los Caídos, incluso la creación de un organismo judicial, la Fiscalía de la Memoria Democrática para investigar delitos reales o supuestos ocurridos hace casi un siglo y, para colmo, otorgar la nacionalidad española a descendientes de los que abandonaron España como consecuencia de la guerra civil: hasta diciembre de 2025, el número de nacionalizaciones obtenidas a través de este medio asciende en el momento de escribir estas líneas a 414.652 personas, habiendo sido solicitado por más de dos millones de personas… Y no, no es un rasgo de generosidad, el haber nacionalizado a personas que, por lo general, nunca han estado en España, sino más bien, una medida para sustituir las pérdidas de votantes socialistas con estos “nuevos españoles” que votarán por correo (la forma de votar que se presta universalmente a más fraudes).

Lo peor no es tener un gobierno fraudulento, cleptocrático, mentiroso y degenerado, sino un gobierno que justifica “democráticamente” cualquier fraude deliberado con una apelación pretendidamente moralista y humanitaria. Tiene razón Vox cuando alerta sobre la posibilidad de fraude en las próximas elecciones. Y habrá que estar muy pendiente de este factor y NO DEJARLO PASAR.

8. El 20-N de Pedro Sánchez

Quizás, lo más absurdo del enfoque que está dando el PSOE y la izquierda radical, es tratar de pensar que el régimen franquista se mantuvo solamente por la fuerza de sus aparatos coercitivos y propagandísticos. Que estos aparatos represivos existieron y actuaron con dureza es algo de lo que no puede dudarse, pero también resulta absolutamente increíble que un régimen pudiera mantenerse en el poder durante un período tan prolongado sin tener una amplia base de apoyo social. Ya hemos aludido a que la transición triunfó sobre la “ruptura democrática” porque que los partidarios de esta carecían de fuerza social suficiente para forzarla… lo que equivale a confirmar que, el franquismo disponía, en efecto, de una amplia base sociológica.

Creemos que los “eventos del 50º aniversario de la muerte de Franco” no han sido más que una dilapidación de fondos públicos, para mayor gloria de la tendencia al despilfarro que caracteriza al actual gobierno. Si se pretendía que el 20 de noviembre de 1975, fecha de fallecimiento de Francisco Franco, fuera un hito en el “sanchismo”, hay que reconocer que, realmente lo ha sido: en efecto, ese mismo día, el Tribunal Supremo condeno a dos años de inhabilitación al Fiscal General del Estado, nombrado por Sánchez para el cargo y primera condena a la que se hace acreedor un fiel servidor del sanchismo.

En historia también rige el principio de la “heterotelia”: llegar a fines muy diferentes de los que inicialmente se había propuesto. La fecha del 50 aniversario de la muerte de Franco no será recordada como el momento en el que el PSOE ajustó cuenta con el pasado y condenó definitivamente al franquismo, sino como el día en que se inició el principio del fin del sanchismo.