Vamos a vivir unos meses trepidantes en un nuevo ciclo electoral. ¿Votar?
¿A quién votar? ¿A programas “conservadores” o a programas “progresistas”?
¿programas de “derechas” o de “izquierdas”? ¿Con que sigla identificarse? Lo
primero sería preguntarse si estos términos tienen hoy sentido en la actual
fase de la Cuarta Revolución Industrial. Lo segundo, reconocer qué es lo que
aporta esta “revolución” a nuestras sociedades y cómo modifica los criterios
políticos. Y, finalmente, plantearnos cuál es la “gran contradicción” de
nuestro tiempo y lo que implica en términos políticos. Estos apuntes
responden en parte a estas cuestiones.
UN VIEJO PROBLEMA
Preguntas así se vienen formulando desde hace 90, en los años 30
del siglo XX, cuando los “no conformistas”
franceses la pusieron sobre el tapete, hartos de que lo mejor de su generación
se viera desgarrada por luchas partidarias. La piedra de toque fue el mito
soreliano del 6 de febrero de 1934, en el que columnas de Acción Francesa y
de las ligas fascistas convergieron en la parisina Plaza de la Concordia, a las
que se unieron formaciones comunistas, intentando marchar contra el parlamento
situado al otro lado del puente del Sena, para protestar contra la República
agonizante por la corrupción, ingobernable por las luchas partidarias y
gestionada por gobiernos ineptos.
Durante décadas, cierta extrema-derecha permaneció presa por
este mito y por la moraleja que encerraba: ¿Era posible que extrema-derecha y
extrema-izquierda se unieran para combatir al “sistema”? Pregunta inútil,
porque la realidad, pertinaz y tozuda, respondía siempre negativamente.
Pero noventa años después del 6 de febrero de 1934, algo ha cambiado. Lo que
era antes imposible, improbable e, incluso, altamente ofensivo al sentido
común, ha adquirido ahora cierta lógica, especialmente si nos centramos en lo
esencial y nos olvidamos de lo que ayer era relevante y hoy es, casi,
superfluo.
¿CUÁNDO NACIÓ LA DIFERENCIACIÓN DERECHA-IZQUIERDA?
No existe unanimidad sobre el acta de nacimiento de los términos
“derecha” e “izquierda”. Para unos se trata de dos puntos de vista que separaban
a los monárquicos de los republicanos a partir de la Revolución Francesa; para
otros, la diferenciación nace en el mundo anglosajón en el debate entre
Edmundo Burke y Thomas Paine (véase el libro de Yuval Levin “El gran
debate”), en el que el primero encarnaría los valores de la derecha y el
segundo los de la izquierda. Pero, de lo que no queda la menor duda, es de que
la diferenciación y la popularización de ambos conceptos se produjo en un
momento indeterminado de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. En
otras palabras: estos conceptos nacieron con el hundimiento de las
aristocracias y con la irrupción de la burguesía de la mano de la Primera
Revolución Industrial. No hay derecha, ni izquierda, en el mundo previo a la
irrupción del vapor. Este pequeño detalle es importante.
Hoy se admite que cada revolución industrial impone cambios en
profundidad a las sociedades: introduce cambios en las costumbres, en la
vida económica y altera profundamente la realidad social. Y quienes dictan las
nuevas “reglas del juego” siempre, inevitablemente, son los propietarios y, por
tanto, los principales beneficiarios, de las nuevas tecnologías que han hecho
posible ese salto económico.
La Primera Revolución Industrial tuvo como resultado barrer la
hegemonía de las aristocracias y las reformas que se produjeron desde la
independencia de los EEUU hasta la Revolución Francesa, marcaron la irrupción
de la burguesía. Fueron ellos los que,
enarbolaron el lema “libertad, igualdad, fraternidad”. La Primera
Revolución Industrial permitió una primera acumulación de capital y el
establecimiento de monarquías constitucionales (en donde la aristocracia
quedaba relegada a un lugar “honorífico” en el menor de los casos) o de
Repúblicas laicas (allí donde la monarquía fue derribada).
El proceso se repitió en la Segunda y en la Tercera Revolución
Industrial con la aparición del motor de combustión interna, la electricidad,
la fusión nuclear, las comunicaciones a distancia, etc. El leit-motiv político
seguía siendo el mantra “libertad – igualdad- fraternidad”, utilizado
tanto por las democracias liberales burguesas, como por las democracias
populares proletarias. En cada una de estas fases de desarrollo del
capitalismo, las sociedades se fueron reordenando en función de quién era el
propietario de las tecnologías que habían hecho posible el salto evolutivo en
materia económico-tecnológica.
EL TRÁNSITO DE UNA A OTRA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
La Segunda Revolución Industrial aceleró las concentraciones de
capital, pero, también, las crisis de superproducción. Las reglas del juego fueron
impuestas por los “barones del ferrocarril”, los “barones del petróleo”, los “barones
ladrones” (en los EEUU), los propietarios de las grandes siderúrgicas y de los
consorcios energéticos, los grandes fabricantes de automóviles y de armamento,
las industrias químicas, etc. El vigor de esta mutación socio-económica alcanzó
hasta finales de los años 80: fue el momento del auge y de la caída del
colonialismo europeo, de las dos Guerras Mundiales, de las revoluciones
proletarias y de la Guerra Fría. El mundo capitalista multinacional se organizó
en partidocracias, mientras que su antítesis, el mundo comunista se organizó en
torno a la “casa-madre” soviética.
Sin embargo, en los años 80 y 90, aparecieron nuevas tecnologías
de la información, se popularizó el microchip, la informática y la computación,
paralelamente al colapso de la URSS. Es así como se llega a la Tercera
Revolución Industrial en la que los propietarios de las tecnologías de
vanguardia de la época son empresas IBM, las empresas de comunicaciones,
mientras que aumenta la digitalización que permite optimizar el comercio
mundial, aparecen nuevas empresas que se desarrollarán rápidamente (Microsoft,
Apple). El capitalismo exaspera los rasgos financiero-especulativos, mientras
que el comunismo se hunde irremediablemente. En ese período, los dictados del
poder mundial emanan de los EEUU, lo que solamente fue posible porque los
recursos tecnológicos de esta revolución industrial habían nacido casi
exclusivamente en los EEUU. Irrumpe la globalización.
Pero hacia finales del milenio se inicia una nueva revolución
tecnológica que hace que, a partir de ese momento, ya nada sea como antes. Las
investigaciones sobre robótica, inteligencia artificial, ingeniería genética,
el establecimiento del mapa del genoma, la computación cuántica, los nuevos
materiales, etc, suponen un salto que nos lleva a la Cuarta Revolución
Industrial caracterizada por la digitalización de la economía y de la
producción y conduce a rutas nunca antes exploradas para el género humano.
¿QUE ESTÁ OCURRIENDO EN LA MODERNIDAD?
Los términos de “derecha” e “izquierda” que se habían formado
durante en el clima de la revolución del vapor (entre monárquicos cristiano y
liberales laicos), que habían sobrevivido en la Segunda Revolución Industrial
(entre conservadores y socialistas), que pudo prolongarse en la Tercera (entre
partidos de centro-derecha y partidos de centro-izquierda), todo esto ha
saltado por los aires
Las enseñanzas históricas se obtienen cuando concluye un ciclo
histórico y este final permite que sea observado y analizado con más
objetividad que cuando se está desarrollando. Pero, si hacemos un esfuerzo por
entender los elementos que están presentes en la nueva situación, nos veremos
obligados a constatar:
1) Que el impacto de las nuevas tecnologías surgidas con la Cuarta
Revolución Industrial sobre la sociedad, es mucho mayor que lo que supuso la
aplicación del vapor, de la electricidad o del motor de combustión interna.
2) Que, mientras las mutaciones tecnológicas anteriores, afectaban
solamente a lo que hoy se llama “la calidad de la vida” y redundaban en una
mejora en las condiciones de vida de nuestras sociedades, la Revolución
Industrial en curso no aspira a crear nuevas y mejores condiciones de vida,
sino a modificar al ser humano. No afectan a la “calidad de la vida”, sino a la
misma “vida”.
3) Por tanto, no estamos ante la perspectiva de mutaciones
sociales, económicas o culturales que modifiquen y mejoren las condiciones de
vida del ser humano, sino que, por primera vez en la historia de la humanidad,
se pretende, sobre todo, “cambiar al hombre” e, incluso, alterar la misma
concepción de lo humano y de la organización social. Por primera vez el ser
humano, ya no es el protagonista ni el sujeto de la historia, sino que este
rango ha pasado a las tecnologías susceptibles de variar la condición humana.
4) Estamos, pues, ante una mutación antropológica y, en este
plano, ya no puede hablarse de derechas o de izquierdas, sino de gentes que
aspiran a ser lo que siempre han sido, a organizarse en función de células
básicas familiares, como siempre han sido (esto es, con hombres y mujeres), compartiendo
valores sociales y culturales comunes, o bien de gentes que aceptan la
subordinación de lo humano a lo tecnológico, que aspiran a utilizar las
tecnologías para “mejorar” al ser humano y en nombre del nuevo lema “igualdad
– diversidad – inclusión”, paradigma que ha llegado con la revolución
tecnológica.
5) Estos cambios antropológicos son posibles mediante la
aplicación de las nuevas tecnologías que antes hemos enumerado: ingeniería
genética, cambios de género, bebés a la carta, prolongación artificial de la
vida mediante conectividad cerebro-ordenador, creación de mundos virtuales,
manipulación genética, etc, o bien mediante las “nuevas filosofías”, desde los
“estudios de género”, hasta la ingeniería social, los nuevos patrones
psicológicos de “salud” y “enfermedad”.
“LOS FRACASOS DE LA MODERNIDAD, NO SON LOS FRACASOS DEL
PROGRESISMO, SINO CULPA DEL SER HUMANO…”
La mutación antropológica está en marcha: cada día oímos en medios
de comunicación, tan ignorantes como petulantes, que el planeta está a punto de
desaparecer por culpa de lo humano, que por todas partes existe hambre,
sufrimiento, guerra, miseria y desesperación y que, todo esto podría resolverse
poniéndonos en manos de experimentos como la Agenda 2030, y su malhadada idea
apocalíptica del “cambio climático antropogénico”; ante la posibilidad
del apocalipsis malthusiano, la única salvación está en que dejemos de tener
hijos y nos contentemos con mascotas, en abolir la noción de familia
heterosexual; martillean con la idea de que las relaciones estériles son los
más dignos de respeto y los que más atención merecen… Cuando recurrimos a un
teléfono de ayuda ya no hablamos con alguien de carne y hueso, sino con una
inteligencia artificial, los bancos han dejado de “vender” calor humano,
cierran oficinas y derivan a su clientela hacia el mundo virtual; éste, por su
parte, se prepara para recibir a millones de migrantes decepcionados por el
mundo real, en donde allí podrán ser lo que quieran y presentarse como quieran.
Si tienes recursos suficientes podrás disfrutar de las nuevas terapias
genéticas y de las medicinas diseñadas a medida, podrás incorporar nanomáquinas
a tu cuerpo que resolverán gen a gen, célula a célula, cualquier problema de
salud. Los ancianos ya no se verán acogidos y cuidados por sus familias, sino
por robots, nuestros hijos ligarán y se relacionarán con los personajes virtuales
que elijan y construyan a su gusto, nada de convivir hombres y mujeres, nada de
hijos, mejor adoptar mascotas o inmigrantes, para los que quieran y puedan
pagarlos; y, por supuesto, que nunca un embarazo deforme tu cuerpo, ni te
absorba la educación de tus hijos. La familia, la comunidad, forma parte del
pasado: si quieres una comunidad propia, constrúyela en un espacio virtual, a
tu gusto, a tu antojo, para ti. Diferente a cualquier otra, en tu propia unidad
del multiverso...
Cierta filosofía se ha hecho eco de lo que han definido como el "fracaso del ser humano". Al igual que cuando el marxismo veía fracasar sus esfuerzos en tal o cual país, proclamaba inmediatamente que la doctrina no había fracasado, sino que el fracaso se había debido a los que la habían asumido, frecuentemente la clase obrera, ahora se nos cuanta que no es el sistema rousoniano y sus derivados, los que han fracasado, sino que el fracaso se ha debido a una humanidad lo suficientemente estúpida para no apreciar "tan nobles y justos ideales".
Así pues, lo mejor es que esa humanidad perezca
alegremente por extinción (sin hijos y con mascotas), y mientras tarda en
desaparecer, mejor que se refugie en mundos virtuales antes que apreciar y
tratar de modificar la realidad. La “élite”, aquella que, por las razones que
sea ha logrado una acumulación de capital suficiente que le permita disfrutar
de las posibilidades de consumo, ocio e, incluso, de la huida del planeta en
caso de necesidad, será la que cuente: por lo demás, como decía Nietzsche, que
se la lleven el diablo y las estadísticas.
DENTRO DE ESTE PANORAMA ¿PODEMOS SEGUIR HABLANDO DE DERECHAS E
IZQUIERDAS?
Vivimos tiempos de transición, tiempos en los que un ciclo se está
cerrando; no sabemos cuánto tiempo durará esta fase decadente de civilización,
ni cuándo volverá a lucir el Sol, pero lo que sí sabemos es que las categorías
de “derechas” e “izquierda” nacidas para posicionar a las poblaciones en las
tres revoluciones industriales anteriores, ya no sirven para la Cuarta.
Las antítesis de derecha-izquierda tenía su lógica en aquellos momentos en que existían contradicciones “sociales” y “económicas”, o antítesis entre bloques geopolíticos identificados con posiciones “proletarias” o “capitalistas”. Pero ahora el problema es mucho más complejo: se trata de afrontar un reto antropológico.
Existen gentes de izquierdas y gentes de derechas que
están de acuerdo en que solo existen dos sexos, que consideran que la familia
es un buen modelo organizativo de la sociedad y que siempre ha existido de la
misma forma que la ley de la gravedad siempre ha operado sobre lo humano; o que
cada pueblo tiene derecho a un marco propio de convivencia y en que ese marco es
deseable que sea lo más homogéneo posible, en donde las contradicciones
étnicas, culturales y antropológicas, estén reducidas a la mínima expresión y
en donde puedan existir proyectos y valores comunes, a la vista de que, sin
valores de referencia, cualquier forma de Estado es literalmente inviable;
existen gentes de izquierdas y de derechas que consideran peligrosos
determinados experimentos sociales y monstruoso alterar lo humano, incluso en
que, la honestidad, la claridad, la verdad, son valores que merecen ser exaltados
y que deben serlo en lugar de “postverdades”, discursos políticamente
correctos, wokismos y demás basuras ideológicas de la modernidad. Estarán de
acuerdo, igualmente, en la monstruosidad de algunas normas educativas tendentes
a adoctrinar en función de ideologías de género y demás locuras surgidas del
cerebro de inadaptados sociales, trastornados o simplemente carne de
psiquiátrico.
Las rivalidades que han podido tener izquierdas y derechas, han
quedado en el tiempo de la Cuarta Revolución Industrial muy desfiguradas y relegadas a aspectos muy secundarios en relación con el vector principal de este momento histórico: la revolución tecnológica y sus implicaciones sobre la sociedad. Es un
proceso que se está dando ante nuestra vista, casi sin que nos demos cuenta. Ni
siquiera la antigua clasificación “progresistas-conservadores” que hoy suelen
utilizar los herederos de la izquierda es ya válida. Hay “progresistas
sensatos” y “progresistas aventureros”: progresistas que aspiran a que la
sociedad evolucione de manera natural y otros que aspiran a poner el pie en el
acelerador, de la misma forma que los conservadores tienen distintas
velocidades e intensidades. Los bloques de derechas y de izquierdas van
difuminando sus fronteras: los centrismos van desapareciendo en todo el mundo,
los eclecticismos son cosa del ayer; aquellos que son consciente de lo que está
ocurriendo se orientan automáticamente hacia posiciones extremas en un sector
que ya no es la “derecha de la derecha” y hacia otro sector que ya no es la “izquierda
de la izquierda”. Es preciso, por tanto, establecer nuevas categorías políticas
definan lo que es “amigo” de lo que es “enemigo”.
Pero, aquí y ahora, afortunadamente, mientras queden una pizca de
sensatez y racionalidad, los habrá que se apongan a una mutación forzada del
género humano y los habrá que aspiremos a reconfigurar al ser humano mediante
técnicas de adoctrinamiento, injerencias en nuestro ADN, establecimiento de
mundos virtuales o medidas de modificación de las estructuras básicas de la
sociedad. Y no es una bagatela coyuntural: hasta ahora todas las sociedades
desarrolladas se han basado en la familia como célula básica; si ahora se
destruye a la familia, lo que se está es dando un doble salto al vacío sin red,
que puede concluir en la desarticulación completa de la sociedad (o acaso eso
es lo que se pretende).
Como siempre, son los propietarios de las nuevas tecnologías los
que tienen la tentación, no tanto de modificar las estructuras sociales, sino
especialmente de modificar al ser humano y los principios básicos de
organización de la sociedad. Son los Bill Gates, son los Zuckerberg, son los
Bezos, son los Musk, los que aspiran a marcar el camino, acompañados por
algunos “filántropos” con aspiraciones de reformismo social: los Soros, los
Schwab, y sus organizaciones de notables.
Alguien ha definido las nuevas posiciones como “transhumanistas”
frente a “bioconservadores”. Vale hasta cierto punto y puede aceptarse
provisionalmente como sustituto de las contradicciones entre “progresistas” y
“conservadores” o a las antiguas de “derechas” contra “izquierdas”. Lo que buscan
unos, ya no tiene nada que ver con las ideas que acompañaron a la izquierda
durante 200 años: no es el “progreso social”, ni mayores derechos para las “clases
populares”, ni tampoco una sociedad “más justa”. Ni tampoco tiene nada que ver
con el conservadurismo o las concepciones de la derecha sobre la nación, la
religión o la tradición, propias de las derechas. Lo que ahora está en el
tapete es -lo repetimos- una posibilidad de alteración del ser humano en su propia
naturaleza, la concepción que se tiene de él, y practicar una ingeniería social
demoledora de todas las estructuras que han acompañado a la sociedad desde el
paleolítico. La magnitud de la obra de demolición es tal que implica una nueva
definición de los “frentes”, por encima de las derechas y de las izquierdas: si
aceptamos que esto es así, las dos únicas posibilidades son adherirnos al “transhumanismo”
-si es que vamos a poder beneficiarnos en algo de él y si es que nos forjamos
esperanzas en que pueda aportar algo más de la piqueta de demolición contra lo
humano- o bien el “bioconservadurismo”, si es que aspiramos a que solamente se
modifiquen las condiciones de vida, pero no el ser humano, ni las estructuras
que le han acompañado desde que es tal.
* * *
Este es el “Tema” -con mayúsculas y entre comillas- que
está marcando nuestro tiempo y que lo marcará a fuego en el futuro. Y explica por
qué se producen sorprendentes aproximaciones y coincidencias entre gentes que
portan a hoz y el martillo por un lado y otros que lucen cruces y rosarios por
otro, entre unos que levantan el puño y otros que alzan el brazo, entre
conservadores lo suficientemente inteligentes como para identificar al enemigo
y progresistas conscientes de que el “progreso” tiene límites y que, cuando se
han emprendido caminos erróneos, es preciso tener el valor de dar marcha atrás.
Esto explica porque hay “combates comunes” en los que es posible encontrar a
gentes de la derecha y gentes procedentes de la izquierda tradicional: en el
debate sobre la inmigración, en el debate sobre el wokismo, en el debate sobre
el pack LGTBIQ+, en la lucha contra la Agenda 2030, en el rechazo al
transhumanismo, y así sucesivamente.
Ahora nos toca ver, en la segunda parte de este artículo, algunos precedentes que intentaron anticiparse a la superación de los conceptos de “derechas” e “izquierdas”.