A la hora de examinar la crisis de civilización actual (porque
estamos en una fase crepuscular de civilización y, si esto no se reconoce, es
recomendable consultar a un psiquiatra o a un optometrista) es preciso
remontarse a la “causa primera”. Para ello, la lectura de Julius Evola y de su Hombres
y Ruinas (en 10 días estará lista una traducción “decente” de esta obra,
por cierto) y a la frase de José Antonio Primo de Rivera: “Acuérdese su
señoría, de lo de Caín y Abel, aquello si que fue terrible”. Nuestra intención
es más modesta: después de constatar que las enfermedades mentales y la mala
educación constituyen los rasgos más habituales de la sociedad española actual,
nos hemos preguntado cuál fue su origen. Respuesta: el primer gobierno
felipista. Amén. Ahora vamos a desarrollar esta idea.
EL FRANQUISMO NI FUE NINGUNA GANGA
(PERO TAMPOCO FUE EL CAOS
ACTUAL)
No es que con el franquismo todo fuera una balsa de aceite. La
sociedad tardofranquista ya había sido contagiada por el virus del consumismo,
la adaptación del “sueño americano” a la España desarrollista y la
bastardización cultural de nuestro pueblo con modas llegadas de allende
fronteras: desde la “nueva izquierda”, hasta el LSD y desde la Coca-Cola hasta
la Ley General de Educación, pasando por las crisis económicas cíclicas propias
del capitalismo y los pelotazos inmobiliarios. ¿Corrupción? Había, pero poca.
Un gobernador civil recibía un reloj de oro enviado por un empresario astuto,
un constructor le regalaba un 600 a un concejal para que firmara una
recalificación. No era algo sistemático, porque la moral católica que Franco
profesaba incluía el séptimo mandamiento de “no robarás”. Y, además, los
aspirantes a corruptos -que los había- tenían miedo de aquel anciano que guiaba
el país desde El Pardo.
Se sabe lo que ocurrió después. Contaré una historia personal. Me
encontraba en Bolivia, en la oficina de prensa de la Presidencia. Era finales
de septiembre de 1982. El télex escupió un largo comunicado: eran las
candidaturas que se presentaban a las elecciones generales de España que
tendrían lugar el 28 de octubre. Lo leí con sorpresa: mi primera impresión es
que alguien se había vuelto loco. Llegué a contar siete candidaturas de
extrema-derecha… No tuve la menor duda de que el PSOE se haría con el poder,
sin poner excesiva carne en el asador.
LA DESPENALIZACIÓN DE LA DROGA:
ORIGEN DE MUCHOS PROBLEMAS
POSTERIORES
Pero el PSOE se quiso asegurar la mayoría absoluta: en aquellos
años, entre 1975 y 1982, el país había empezado a sufrir los primeros estragos
de “las drogas”. Antes, sí es cierto, llegaban a la península algunos “caramelos
de kify”, la “gauche divine” se alimentaba de LSD y raros eran los que sabían
lo que era la cocaína y solamente algunos talegueros natos conocían la heroína.
Pero entre 1972 y 1982 el porro empezaba a generalizarse. Se calculaba que,
en aquel momento, existían tres millones de habituales de la marihuana y de la
resina de haschís. El comité electoral del PSOE decidió que esa era un caladero
de votos sólido que había que cultivar. Y fue así como lanzaron su propuesta
estrella: “despenalización del consumo de drogas”. Tres millones de
colgadetes aportaron su parcela de soberanía a la sigla PSOE.
No puede extrañar que cinco años después, el país ya estuviera inmerso
en la epidemia de heroína que terminó cuando el
SIDA y el deterioro físico que conlleva este consumo llegó a la casi total eliminación
de aquella generación de toxicómanos. Se castigaba el tráfico, pero no el
consumo. Y el consumo de todas las drogas se disparó. A fin de cuentas, se
nos decía y se nos sigue diciendo, la “maría” es inocua… por mucho que los
especialistas y la medicina sepa desde hace décadas que los cannabinoides abren
la puerta de la esquizofrenia.
En estos momentos hay entre 600.000 y 1.000.000 de casos
diagnosticados de esquizofrenia en nuestro país. Hay
cierta opacidad en las cifras. No coinciden las dadas por la Asociación Española
de Psiquiatría y las del gobierno, pero lo que es indudable es que se trata
de una enfermedad que avanza paralelamente al consumo de drogas y que, por
cierto, ha aumentado espectacularmente desde 2017.
Pero la esquizofrenia es solamente uno de los aspectos del
problema que se generó a partir de la despenalización de las drogas. Aumentaron
las adicciones… y con ellas, los individuos que no podían ni trabajar, ni
estudiar, convirtiéndose en socialmente inservibles para cualquier actividad
socio-económica. En este, como en cualquier otro campo, la
permisividad se paga cara: en inmigración, sin ir más lejos, se ignora el
número real de ahogados en el cruce del estrecho y se boicotea cifra real de
víctimas y daños (incluida la violencia doméstica y los asesinatos de mujeres o
el número de violaciones) generadas por delincuentes llegados con la
inmigración masiva y descontrolada).
La permisividad en materia de drogas, unida a otros fenómenos que aparecieron a partir de los años 90 (el acceso libre a la pornografía en cualquier edad a través de internet, los videojuegos, las redes sociales, los ritmos extáticos, etc), consiguieron que aumentara el número de ni-nis (entre 500.000 y 1.500.000 en este momento en España) cuya única posibilidad de subsistencia en el momento en el que fallezcan sus padres es el “salario social” (para pagar la pizza diaria, la conexión a internet y el móvil y para poco mas). Basta mirar a nuestro entorno para ver que la sociedad está en una crisis que coincidió con la despenalización del consumo de drogas.
LA DESTRUCCION DE LA “EDUCACIÓN”
COMO NORMA CÍVICA DE COMPORTAMIENTO
Pero en aquellos primeros años de gobierno socialista apareció
otra tendencia igualmente deletérea. Alfonso Guerra definió en aquellos años
en los que era vicepresidente del gobierno sistemáticamente como “fascista”
cualquier comportamiento social que entrañara transmisión de educación, de
urbanismo y de comportamiento cívico. Era un rescoldo del antifranquismo
socialista: en efecto, hasta mediados de los años 50, existía una asignatura en
los primeros años de enseñanza que se llamaba “Urbanidad”. Se trataba de transmitir normas de
comportamiento social. Sin olvidar que tales normas se inculcaban también en el
ejército (incluso se enseñaba a andar con estilo…) durante el servicio militar
y a las mujeres durante los meses de “servicio social”. El resultado era que
aquella sociedad, incluso en sus estratos más humildes sabía lo que era la
educación y las normas de convivencia. Hasta mediados de los años 70, la imagen
del “negro zumbón” con un radiocasete al hombro (que habían puesto de moda los
marinos de los EEUU que llegaban a puertos españoles) era considerado como la
mayor muestra de horterismo, mala educación y comportamiento zafio…
Las reformas socialistas en educación, hicieron que la escuela
dejara de “educar” y transmitir valores “cívicos”, e incluso que estos se
dejaran de aplicar en las aulas. Se trataba de que
los alumnos “aprendieran a aprender” y que, en sus primeros años “aprendieran
jugando”, sin esfuerzo, casi sin darse cuenta. El aprendizaje memorístico quedó
proscrito. La tabla de multiplicar ya no se “cantaba”, la calculadora había
penetrado en las aulas. Los niños que “aprendía jugando”, terminaron “aprendiendo
a jugar”, nada más. Ni esfuerzo, ni sacrificio, ni estudio, ni dedicación, ni
siquiera premio a los buenos estudiantes… Los niños empezaron a crecer entre
paños calientes: de ser los reyes de la casa, pasaron a ser los tiranos de la
casa. Se hace lo que el pequeño tirano quiere… en absoluto lo que le
conviene para su futuro.
El zapaterismo prohibió -so pena de prisión- a los padres dar un
sopapo a los hijos. Quien esto escribe, recibió
más de uno de sus padres y les está muy agradecido. No me ha ido mal. Se
confundía violencia sádica con cachete educativo. En los colegios, el
profesor ya no era la “autoridad” en la clase. Y a los padres, por lo demás, se
les había quitado autoridad también en el hogar. El resultado fue el
aumento asindótico de ni-nis, la necesidad de rebajar el listón en la educación
pública y privada para que el mayor número de alumnos pudiera seguir su curso,
el absurdo estúpido de que un alumno pudiera pasar de curso con todas las
asignaturas suspendidas… problemas que ahora alcanzan también a la
universidad: es necesario rebajar el listón para que el centro universitario no
gane fama de “duro” y vea reducidas sus matriculaciones. El resultado ha sido
que España está eternamente a la cola del programa PISA: en otras palabras, tenemos
a los alumnos más negados de toda Europa; peor aún, tenemos al sistema
educativo más deficiente del continente…
El definir como “fascista” cualquier forma de autoridad hizo que
los padres considerasen normal el que sus hijos se comportaran como histéricos
en cualquier lugar. Educar, en el fondo, no es muy diferente a adiestrar a un
animal. Al menos en los primeros años. Que nadie se sorprenda: cuando se doma a
un potro hay que doblegar por todos los medios su tendencia natural a la
agitación. Cuando se consigue, la educación de un caballo ha llegado a buen
puerto. Si, desde muy joven, ese potro se habitúa a que nadie le imponga
normas, que alguien tire de las bridas, al crecer servirá para muy poco. Evidentemente,
la educación de un niño no termina poniéndole bridas; pero si empieza
frenándolo, poniéndole límites a su agitación: y ni el sistema educativo en
España ni los padres en el hogar, ponen y límites a la agitación infantil.
Puedo dar constancia de que los niños españoles son los más agitados de todo el
mundo.
¿Es bueno no poder ningún freno a los niños? Los hechos demuestran
que, si el trastorno de déficit de atención o el síndrome de hiperactividad se
han disparado en nuestros tiempos, se debe a estas premisas educativas. Hoy empiezan a darse cuenta de ello, maestros troquelados en las
Escuelas Normales que transmiten sistemas educativos que han fracasado en todo
el mundo. Pero la solución no es pedir bajas psiquiátricas: la solución es
reformar el sistema educativa justo en la dirección opuesta en la que se ha
ido deformando a partir de mediados de los años 70. Incluso estoy convencido de
que si a Alfonso Guerra, hoy, se le preguntara qué sistema educativo es mejor,
si aquel que él mismo tildaba de “fascista” en los años 80 o el actual generado
por las distintas reformas socialistas de la enseñanza, contestaría que el
primero.
LA PERMISIVIDAD SE PAGA (Y SE PAGA CARO)
Lamentablemente, la historia ya no puede dar marcha atrás. El
mal está hecho: la permisividad se paga con el caos, la debilidad mata, la
falta de normas cívicas, genera brutalización de la sociedad, primitivismo y
aculturización. Y hay que llamar a las cosas por su nombre.
Lo que empezó despenalizando el consumo de drogas y achacando de “fascista”
cualquier comportamiento cívico, ha terminado haciendo inviable esta sociedad:
son dos generaciones las que han pasado desde entonces. Basta ver cómo queda
un cine después de una sesión para sentir náuseas por suelos cubiertos de basura
generada en apenas dos horas. Basta ir a un gimnasio para ver que un lugar
en el que debería existir concentración y autodisciplina, se ha convertido en
un lugar de hiperexcitación, gritos, ruido de pesas al caer, música estridente
(es frecuente que junto a una clase de yoga -que precisa silencio y relación-
se dé una clase de spinning -que no es tal sino hay gritos estúpidos y
música atronadora). Pasear por la calle y ver en balcones minúsculos a perros
de tamaño medio ladrando en soledad, a pesar de que la “ley de bienestar
animal” recientemente aprobada sancione esta situación (y es que, de la misma
forma que la abundancia de moneda empobrece a la moneda y genera inflación, la
inflación de leyes haya imposible su cumplimiento y, por tanto, degrada el
concepto mismo de ley). Se sanciona a quien habla por teléfono en el
vehículo, pero se pasa por algo a quien lleva bafles atronadores, a pesar
de que tenga la cabeza como un bombo y ni siquiera se pueda pensar. Se viaja en
un transporte público, se sienta uno en un bar y tiene que estar escuchando
las miserias de la conversación que el idiota de al lado comunica sin el más
mínimo pudor, ni el menor rastro de intimidad, conversaciones que siempre
resultan planas, estúpidas e innecesarias, sino groseras, ¡cuantas desgracias ha
generado la tarifa plana del móvil!
Todo esto son algunos ejemplos de las consecuencias de la mala
educación generada con la consideración de que “educación” equivale a “fascismo”,
“autoritarismo” y “dictadura”. Podríamos seguir.
Pero, si se nos ha leído hasta aquí, se entenderá porqué consideramos a la
sigla “PSOE” como la “sigla maldita” de la política española. En 1982 tenía
la posibilidad de haber negociado una buena integración en Europa, de haberse puesto
límites a la participación de España en la OTAN, de haber abordado una reforma constructiva
de la sociedad, de haber aplicado leyes que aumentaran la cohesión de la sociedad
española, se podía, incluso, haber despenalizado el consumo de drogas,
aumentando la presión contra el narcotráfico… Pero el PSOE prefería estatizar
RUMASA para luego venderla a los amigotes, lograr el consenso de los centros de
poder internacionales de Occidente, y crear una y cinco reformas educativas
cada una de las cuales hundió a la enseñanza un poco más que la anterior. Y,
además, robar.