jueves, 11 de marzo de 2021

MATERIALES DE ARCHIVO: ¿QUÉ ES LA GRAN TRADICIÓN?

La verdad es que no recuerdo para qué exactamente escribí estas líneas que no han sido publicadas hasta ahora. Creo que fue para el último capítulo de un libro sobre la “New Age” que casi completé en la primera mitad de los años 90, pero que, finalmente, a la vista de todas las locuras que encontré en ese ambiente, renuncié a publicar. De hecho, este capítulo era el último de la obra y en él, además de definir lo que era la “Gran Tradición”, debía añadir un resumen de las tesis de sus máximos exponentes, Julius Evola y René Guénon, a modo de contraste con las 300 páginas anteriores sobre la “New Age”: de la locura, a la sobriedad; del esperpento al rigor; de lo originario a la originalidad. De lo Tradicional a lo Moderno, en una palabra.

TODO LO QUE ASCIENDE, CONVERGE

Se podría definir el mundo tradicional diciendo que es la antítesis del mundo moderno. La definición sería tan exacta como incompleta. Podríamos también elegir una definición cualquiera y presentarla como modelo de valor universal; sin embargo, con esto no haríamos otra cosa que centrarnos en el terreno de las formas contingentes. En efecto, las distintas tradiciones, no son sino aplicaciones concretas, luego sujetas a los condicionamientos de lugar y tiempo, de una verdad única y superior que es precisamente lo que nos interesa ahora definir. Como si cada una de las olas que van acariciar las playas fueran las diversas manifestaciones concretas de una substancia única y superior a todas ellas que es la Tradición Primordial, o en nuestro ejemplo, la totalidad del Océano. Falta pues definir lo que es la Tradición y como reconocerla.

Los distintos autores que han trabajado sobre estos temas tienen como denominador común en sus investigaciones lo que podríamos llamar el "método tradicional", consistente en analizar las distintas tradiciones partiendo de sus textos fundamentales -todas las tradiciones se han desarrollado a partir de una "revelación" surgida de uno de sus fundadores y se han concretizado en un "libro", de carácter sagrado, inspirado por un carisma superior a lo humano -compararlos y extraer aquellos elementos de carácter universal que están presentes en cada una y en todas ellas.

Las conclusiones que pueden extraerse de tal operación son bien simples:

- Cada tradición particular no es más que una fase de desarrollo de la Tradición Primordial,

- Cada "revelación" particular no es sino una transcripción, sujeta a las contingencias de lugar y tiempo, de las verdades conocidas por la Humanidad Primordial, que dan un sentido a la vida y la orientan hacia la realización del Espíritu (1).

- Todas las tradiciones son conjuntos jerarquizados de verdades hasta el punto que puede afirmarse que, a medida que se asciende en la jerarquía iniciática y esotérica de las distintas tradiciones, las verdades tienden a converger, hasta que en un último grado de la pirámide jerárquica se advierte la similitud entre todas ellas y el hecho de que todas hacen referencia a una misma experiencia espiritual.

En conclusión: "Todo lo que asciende converge" (2).

LAS TRADICIONES, DISTINTAS OLAS DEL MAR DE LO ABSOLUTO

Para fijar las distancias entre la Tradición Primordial y las tradiciones particulares podemos hacer referencia a un elemento simbólico universal: la rueda radiada, en la que el centro -el cubo de la rueda- puede ser comparado a la Tradición Primordial y cada uno de los radios, a las distintas tradiciones particulares. Este centro, es fijo e inmóvil, pero no por ello menos existente. Hesíodo (3) cuando hace referencia a la Edad de Oro y a la raza que le correspondía, dice de ésta que al iniciarse su decadencia pasó a "habitar la tierra subterránea siendo los guardianes de los hombres mortales ", es decir, que aquella raza que debió dar origen a la Tradición Primordial, pasó a un estado de latencia, inmanifestado pero no por ello menos real y operativo: en efecto, cada tradición particular es su muestra y manifestación.

No es el caso, ahora, examinar las distintas tradiciones “verticales”, adaptadas a las características de distintos hipos humanos, la Tradición Guerrera y Heroica, la Tradición Sacerdotal y la Tradición Gremial. Ahora limitémonos a definir la Tradición en general.

Se dice que una civilización es “tradicional” cuando toda ella, sus manifestaciones sociales, culturales, políticas, religiosas y rituales, están orientas hacia lo alto, como si quisiera mantener siempre un contacto vivo y activo con la trascendencia. No es por casualidad que incluso en algo tan alejado de "lo alto" como la actividad económica, registrara esta presencia de lo divino en las inscripciones sagradas realizadas en las monedas y acuñaciones y que esta actividad estuviera revestida de un carácter religioso incluso hasta tiempos relativamente recientes (destrucción de la Orden del Temple, en 1314).

Tampoco es una casualidad que las artes y los oficios, incluso los actualmente considerados como más bajos, se atuvieran a una serie de rituales y manipulaciones, estructuras internas y mitos, que le conferían un carácter sagrado que todavía puede encontrarse en los residuos degenerados de las cofradías y hermandades artesanales de la Edad Media o que pueden reconocerse en las producciones que han llegado hasta nosotros (4). El mismo sistema de castas de la India y de cualquier otra latitud allí donde se implantó, tenía un “origen divino”, y como tal, cada casta tenía sus cultos y ritos particulares (5). Incluso en el mismo aspecto religioso, la humanidad tradicional se diferenciada de la humanidad moderna: mientras que para ésta la religión ha pasado a ser una mera forma exterior desprovista de sentido o un ritualismo vacío, o incluso en el peor de los casos, una forma de demagogia social, en la humanidad tradicional la religión, en su forma exotérica, era un sistema de ritos y creencias que debían asegurar al hombre un destino "tranquilo" tras la muerte, mientras que, en sus formas esotéricas, era una vivencia intensa a este lado de la muerte que le permitía, no adorar a un Dios personal, sino asumir la potencia de la divinidad, experimentarla y sentirse él mismo parte de lo trascendente. Desde este punto de vista pueden entenderse en su significado estas frases del filósofo neoplatónico Plotino: "A los dioses les corresponde venir a mí y no ir yo hacia ellos" (6) y "Para conocer a los dioses es preciso hacerse semejante a ellos".

GRAN TRADICION Y RELIGION CONVENCIONAL

En conclusión, si lo importante para una religión es la creencia en la divinidad (que conduce a la “salvación”), lo fundamental para la Tradición, es la identificación, en vida, con la misma Divinidad (que conduce a la “liberación”).

De ahí que se pueda establecer una diferencia entre la vida religiosa y la experiencia tradicional: ser "religioso" es ser "tradicional" solo a medias; por el contrario, "ser tradicional" es haber superado o estar en camino de superar las distintas formulaciones religiosas. Un escritor sufí del siglo pasado  (7) decía: "Como el que busca agua cavando un poco por allí y un poco por allá, no encontrará agua y morirá de sed, mientras que el que cava en un solo lugar, confiando en Dios y dejándolo en sus Manos, encontrará agua y beberá y hará beber a los otros", frase que expresa la necesidad de seguir una tradición religiosa en particular efectivamente, pero retornando al ejemplo anterior del océano, puede añadirse que en el momento en que se profundiza suficiente en una tradición religiosa concreta -ascendiendo en su jerarquía iniciática- se tiene conciencia de esta proximidad a otras.

En definitiva, puede estarse al margen de la religión, bien "por abajo", es decir, por la vía del ateísmo, o bien, “por arriba”, en la vía de una realización espiritual más allá de las formas religiosas tradicionales, vivenciando o aproximándose a la tradición primordial (8).

CIVILIZACIONES TRADICIONALES Y CIVILIZACIÓN MODERNA

Quedando claras las diferencias entre Tradición y religión, no está demás valorar las implicaciones de la anterior definición que hemos dado sobre las civilizaciones tradicionales. Desde ese punto de vista, Evola recordaba que no existe pluralidad sino dualidad de civilizaciones; no existen infinitos tipos de civilizaciones cuyo ciclo, como definió Spengler sea el nacimiento, el desarrollo y la muerte, sino que existe una dualidad de civilizaciones: civilizaciones tradicionales (volcadas hacia lo alto y civilizaciones modernas (orientadas hacia lo bajo), o lo que es lo mismo, civilizaciones cuyo punto de referencia es lo trascendente y civilizaciones cuya referencia está en lo contingente (9)  y la relación entre ambas "se trata de dos mundos, uno de los cuales se ha diferenciado hasta el punto de no conservar apenas ningún punto de contacto con el anterior. Con lo cual, para la gran mayoría de los modernos también quedan cerradas las vías de una comprensión efectiva de esta última (la civilización tradicional)” (10).

Las conclusiones de este posicionamiento son simples: lo que en la humanidad moderna tiene una dimensión "horizontal", es decir, pesada y de masas, en la civilización tradicional tiene un carácter "vertical" (en su sentido de elevación: hacia lo alto). De esta "verticalidad" emana la jerarquía (los diferentes niveles de comprensión de lo Absoluto), que en la civilización moderna es abolido en beneficio de lo promiscuo e igualitario.

La civilización tradicional, la Tradición, es algo fundamentalmente anti-igualitario, aristocrática y diferenciada. La esencia de la jerarquía es la cualidad, lo cualitativo, la cualificación de cada miembro en relación a lo Absoluto, que es, al mismo tiempo, lo que posiciona dentro del marco jerárquico. Esta cualidad se transforma, en la civilización "horizontal" moderna, en "cantidad" número e indiferenciación masiva.

De este sistema emana una "organicidad", es decir, un conjunto articulado -orgánico- de principios, valores, instituciones y normas que son el soporte de la jerarquía, y lo que asegura la unidad dentro de la diversidad de cada escalón jerárquico y de cada plano de actividad. En la sociedad moderna esta coherencia interna es inexistente en la medida en que se trata de una sociedad inorgánica: una sociedad en la que, siendo el referente, la contingencia y la pura materialidad, dado que ésta puede dividirse hasta el infinito (un mineral -y el mineral es lo más representativo de la materialidad- puede martillarse hasta que cada fragmento queda roto en cada uno de sus átomos) y no existiendo un factor unitario y cohesivo -la Tradición- cada parte -grupos sociales, económicos, regionales, etc.- se distancia del conjunto tomando una dirección propia. Mientras que la civilización tradicional y la Tradición son centrípetas, la civilización moderna es centrífuga, no tiende a la unidad sino a la dispersión de sus elementos.

VIDA Y MUERTE DE LAS TRADICIONES

La utilidad de una tradición no es la conservación de principios y creencias, sino su transmisión: la palabra Tradición, etimológicamente del latín, procede de "tradere" = transmitir. Lo cual implica un dinamismo conceptual al mismo tiempo que un problema real: la muerte de las tradiciones.

Una tradición muere en dos supuestos: cuando cesa de transmitirse y las únicas referencias que se tiene de ella proceden del exoterismo religioso o de la investigación arqueológica, o bien, cuando por el paso del tiempo, esa Tradición ha sufrido un desgaste interior que se ha traducido en la pérdida de su impulso originario, persistiendo sólo como forma vacía, una cáscara dentro de la cual solamente existe un esqueleto o un cuerpo sin vida.

El cristianismo es muestra de una tradición que, poco a poco, ha ido, perdiendo impulso y hoy se encuentra separada de cualquier forma esotérica (es decir, iniciática) pasando a ser un mero exoterismo. El celtismo a su vez, es muestra de una tradición muerta cuyas únicas referencias pueden encontrarse en los museos arqueológicos o en las cátedras eruditas. Ambas tradiciones no han podido perpetuarse, han perdido impulso lenta o traumáticamente, la continuidad de la "cadena" se ha cortado; la eficacia de la transmisión de los ritos iniciáticos que facilitaban al hombre, al adepto, el impulso sobrenatural para colocarse en el umbral del mundo metafísico, han desaparecido: la Tradición no tiene validez porque carece de eficacia.

El proceso de decadencia de las tradiciones es siempre el mismo en reglas generales: las tradiciones dejan de vivirse, su eficacia se aminora primero, atenúa luego y desaparece por fin, transformándose en ética, su valor operativo, es decir, transformador e iniciático desaparece; la ética sigue siendo algo vivido en el mejor de los casos, pero un "hombre ético" no deja por ello de ser un hombre imposibilitado de traspasar la barrera de lo humano y de lo físico. En una fase siguiente de decadencia, la ética, agotada y exangüe, parece una imposición exterior al individuo y no algo que se asuma voluntaria y gustosamente como norma de vida, entonces es solo costumbre, algo que se realiza irreflexivamente, sin conciencia de los porqués. La fase siguiente será la de desaparición de las últimas huellas de la Tradición, o su permanencia en estado larvario como recuerdo, curiosidad histórica o erudita, o simplemente como exótico patrimonio de los antepasados.

Este proceso degenerativo es, ya desde su primera fase irreversible: cuando una bola de nieve cae por la ladera de una montaña jamás se detendrá, sino que tenderá a aumentar de volumen y arrastrarlo todo en su caída. Pues bien, la tradición se sitúa en la cúspide de la montaña: siendo la montaña la representación simbólica de lo que está elevado y que al mismo tiempo es fijo y estable, es también evidente que el origen de la Tradición no estará en lo alto de la montaña, sino aún más arriba, en la pura trascendencia. La Tradición es pues algo no humano, más que humano, algo de origen divino.

Todo lo humano es discutible por ser solo eso, una creación de la mente del hombre que puede ser discutida y superada, imitada por cualquier otro. Lo trascendente no admite discusión: simplemente ES, y por ello las leyes emanadas de los "legisladores" tradicionales (Moisés, Gilgamesh, etc.) son indiscutibles, su infracción no es una falta punible en razón de sus repercusiones contingentes sino porque implica una vulneración de la ley divina, una "ofensa a la trascendencia".

No debe pensarse, sin embargo, que la Tradición haya nacido de un dios personalizado al estilo del propuesto por el cristianismo. El dios teísta se considera solamente en el mundo del exoterismo religioso judeo-cristiano, las formas más depuradas de la tradición prescinden de personalizaciones antropomórficas o totémicas. La divinidad o las divinidades, son consideradas como fuerzas de la naturaleza y del cosmos que pueden manifestarse en toda su potencia, siempre y cuando el evocador sea una persona cualificada y el rito evocatoria sea el prescrito.

GRAN TRADICIÓN Y CONSERVADURISMO

Es frecuente que la palabra Tradición traiga el reflejo condicionado de un pasado no muy remoto: el ochocentismo. La civilización burguesa, en su cenit, quiso hablar de Tradición y, cuando lo hizo, se refirió, inevitablemente, a un formalismo social desprovisto de cualquier lazo con lo sagrado y lo suprasensible. El ochocentismo no es sino una fase del proceso general de decadencia al que se ha visto avocada la viejo Europa. Como fórmula cultural del "burguesismo", es decir, del período histórico en que la burguesía fue la clase social hegemónica, el ochocentismo no es más que el reflejo de las tendencias y los intereses de la casta de los mercaderes cuya formulación política hoy es el conservadurismo.

Sin embargo, la Tradición está en otro sitio: la Tradición no puede ser conservadurismo por que la Tradición es consciente de que nada en el mundo moderno es digno de ser conservado y que la "partida" se disputa entre dos concepciones radicalmente antitéticas: o mundo tradicional o mundo moderno, ningún compromiso es posible, ningún híbrido puede mantenerse por mucho tiempo en forma y manera estable. O uno u otro.

Los actuales conservadores tienen la partida perdida por anticipado, se baten a la defensiva y en un terreno que no es el suyo: el burguesismo, el conservadurismo y todas sus formulaciones surgidas más o menos del ochocentismo, apenas han representado en el devenir general de la historia una fase puntual de decadencia, en absoluto su culminación, ni su punto más bajo: la bola de nieve, convertida ya en alud, todavía cae -en el "sentido de la historia"- entrando en la fase proletaria, colectivista y de masificación generalizada y global. Todo aquel que pretenda detenerse a medio camino en la dirección de la caída será arrastrado por ella.

La civilización es algo "total", algo que no puede asumirse parcialmente; quienes han elegido el camino de la anti-tradición, quienes han estimulado los procesos de decadencia y liquidación de la sociedad tradicional, quienes promovieron la lucha contra las aristocracias, instauraron un sistema económico liberal, emergieron como clase hegemónica, sobre las espaldas de la cuarta casta, la de los productores y sobre las cabezas guillotinadas de la aristocracia, no están en condiciones de luchar contra aquello que emana directamente de sus pasados errores y excesos: el período de masas, de la lucha de clases, del proletariado revuelto, del colectivismo, en fin.

Si la burguesía ha aludido al individualismo, exaltándolo, al libre mercado y a sus leyes, no puede evitar que las masas respondan con la lucha de clases, del proletariado revuelto y el colectivismo, en fin. Si la burguesía ha hablado del individualismo exaltándolo, no puede evitar que tales individuos “iguales, libres y fraternos”, terminen formando una masa y que esta pretende no solo una "igualdad" como principio, sino como hecho y quieran llegar hasta sus últimas consecuencias.

Si la lucha social y política está planteada hoy en Occidente, sean cuales sean las etiquetas utilizadas, como una lucha entre conservadores y revolucionarios, no puede olvidarse que los primeros suponen la RETAGUARDIA del mundo moderno, mientras que los segundos son su VANGUARDIA, ambos dentro del mismo proceso de decadencia. El conservador no es más que un progresista "ralentizado", mientras que el revolucionario es un progresista "acelerado", ambos participan del mismo marco de la civilización moderna e integrados o alienados en los mismos mecanismos de producción y consumo.

No hay Tradición, en definitiva, dentro de la sociedad moderna. Una vez más volvemos al principio: el mundo moderno es la negación del mundo tradicional.

 NOTAS

 (1) Cf. J. EVOLA, L'Arco e la clava págs. 242-247, Ed. Vanni Scheiwiller, Milán, 1.969, en dónde toda esta temática está ampliamente tratada.

(2) Cf. F. SCHUON, Tras las huellas de la religión perenne, Ediciones de la Tradición Unánime. Barcelona, 1982; y De la unidad trascendente de las religiones, Ed. Heliodromo, Madrid 1.980. Ambos libros pueden ser leídos para completar esta idea.

(3) HESIODO, Los trabajos y los Días, vrs. 109-173. Ed. Bruguera, col. Libro de Oro. 1.976.

(4) Para una información complementaria sobre estos temas. cf. R. GUENON, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Ed. Ayuso, Madrid 1976, especialmente el cap. XVI, "La inversión de la moneda". Por lo que se refiere a las corporaciones artesanales. cf. L. BENOIST, Le compagnonage et les metiers, PUF. col. Que Sais je?, París, 1975.

(5) F. SCHUON, Castas y razas, Ed. de la Trad. Unánime, Barcelona 1982 para completar las nociones sobre este punto.

(6) Cf. Porfirio, Vida de Plotino, Trad. E. Brehier, Paris 1954, T.I. pág. 13.

(7) Letters of a Sufi master, Londres, 1968, pág. 29. De Saij al Darqwi.

(8) Este tema está tratado en profundidad en J. EVOLA, Chevaucher la tigre, Ed. La Colombe, París 1964. Especialmente el cap. 9, pág. 69-76. "Au delá du theisme et du atheisme".

(9) Sobre la diferencia entre "civilización tradicional" y "civilización moderna". Evola ha profundizado ampliamente en Tradición Hermética, Martínez Roca, 1975, c.l. Revuelta contra el mondo, op. cit. IIa. Parte; Glio uomini e le rovine, 1968, cap. I. Así como en diversos artículos (L'Italiano e Il Conciliatore)

(10) Cf. EVOLA, Tradición Hermética, op. cit., cap. I, pág. 31.