La verdad es que
no recuerdo para qué exactamente escribí estas líneas que no han sido
publicadas hasta ahora. Creo que fue para el último capítulo de un libro sobre
la “New Age” que casi completé en la primera mitad de los años 90, pero que,
finalmente, a la vista de todas las locuras que encontré en ese ambiente,
renuncié a publicar. De hecho, este capítulo era el último de la obra y en él,
además de definir lo que era la “Gran Tradición”, debía añadir un resumen de
las tesis de sus máximos exponentes, Julius Evola y René Guénon, a modo de
contraste con las 300 páginas anteriores sobre la “New Age”: de la locura, a la
sobriedad; del esperpento al rigor; de lo originario a la originalidad. De lo
Tradicional a lo Moderno, en una palabra.
TODO LO QUE
ASCIENDE, CONVERGE
Se podría
definir el mundo tradicional diciendo que es la antítesis del mundo moderno. La
definición sería tan exacta como incompleta. Podríamos también elegir una
definición cualquiera y presentarla como modelo de valor universal; sin embargo,
con esto no haríamos otra cosa que centrarnos en el terreno de las formas
contingentes. En efecto, las distintas tradiciones, no son sino aplicaciones
concretas, luego sujetas a los condicionamientos de lugar y tiempo, de una
verdad única y superior que es precisamente lo que nos interesa ahora definir.
Como si cada una de las olas que van acariciar las playas fueran las diversas
manifestaciones concretas de una substancia única y superior a todas ellas que
es la Tradición Primordial, o en nuestro ejemplo, la totalidad del Océano.
Falta pues definir lo que es la Tradición y como reconocerla.
Los distintos
autores que han trabajado sobre estos temas tienen como denominador común en
sus investigaciones lo que podríamos llamar el "método tradicional",
consistente en analizar las distintas tradiciones partiendo de sus textos
fundamentales -todas las tradiciones se han desarrollado a partir de una
"revelación" surgida de uno de sus fundadores y se han concretizado
en un "libro", de carácter sagrado, inspirado por un carisma superior
a lo humano -compararlos y extraer aquellos elementos de carácter universal que
están presentes en cada una y en todas ellas.
Las conclusiones
que pueden extraerse de tal operación son bien simples:
- Cada tradición
particular no es más que una fase de desarrollo de la Tradición Primordial,
- Cada
"revelación" particular no es sino una transcripción, sujeta a las
contingencias de lugar y tiempo, de las verdades conocidas por la Humanidad
Primordial, que dan un sentido a la vida y la orientan hacia la realización del
Espíritu (1).
- Todas las
tradiciones son conjuntos jerarquizados de verdades hasta el punto que puede
afirmarse que, a medida que se asciende en la jerarquía iniciática y esotérica
de las distintas tradiciones, las verdades tienden a converger, hasta que en un
último grado de la pirámide jerárquica se advierte la similitud entre todas
ellas y el hecho de que todas hacen referencia a una misma experiencia
espiritual.
En conclusión: "Todo
lo que asciende converge" (2).
LAS
TRADICIONES, DISTINTAS OLAS DEL MAR DE LO ABSOLUTO
Para fijar las
distancias entre la Tradición Primordial y las tradiciones particulares podemos
hacer referencia a un elemento simbólico universal: la rueda radiada, en la que
el centro -el cubo de la rueda- puede ser comparado a la Tradición Primordial y
cada uno de los radios, a las distintas tradiciones particulares. Este centro,
es fijo e inmóvil, pero no por ello menos existente. Hesíodo (3) cuando hace
referencia a la Edad de Oro y a la raza que le correspondía, dice de ésta que
al iniciarse su decadencia pasó a "habitar la tierra subterránea siendo
los guardianes de los hombres mortales ", es decir, que aquella raza que
debió dar origen a la Tradición Primordial, pasó a un estado de latencia,
inmanifestado pero no por ello menos real y operativo: en efecto, cada
tradición particular es su muestra y manifestación.
No es el caso,
ahora, examinar las distintas tradiciones “verticales”, adaptadas a las
características de distintos hipos humanos, la Tradición Guerrera y Heroica, la
Tradición Sacerdotal y la Tradición Gremial. Ahora limitémonos a definir la
Tradición en general.
Se dice que una
civilización es “tradicional” cuando toda ella, sus manifestaciones sociales,
culturales, políticas, religiosas y rituales, están orientas hacia lo alto,
como si quisiera mantener siempre un contacto vivo y activo con la
trascendencia. No es por casualidad que incluso en algo tan alejado de "lo
alto" como la actividad económica, registrara esta presencia de lo divino
en las inscripciones sagradas realizadas en las monedas y acuñaciones y que
esta actividad estuviera revestida de un carácter religioso incluso hasta
tiempos relativamente recientes (destrucción de la Orden del Temple, en 1314).
Tampoco es una
casualidad que las artes y los oficios, incluso los actualmente considerados
como más bajos, se atuvieran a una serie de rituales y manipulaciones,
estructuras internas y mitos, que le conferían un carácter sagrado que todavía
puede encontrarse en los residuos degenerados de las cofradías y hermandades
artesanales de la Edad Media o que pueden reconocerse en las producciones que
han llegado hasta nosotros (4). El mismo sistema de castas de la India y de
cualquier otra latitud allí donde se implantó, tenía un “origen divino”, y como
tal, cada casta tenía sus cultos y ritos particulares (5). Incluso en el mismo aspecto
religioso, la humanidad tradicional se diferenciada de la humanidad moderna:
mientras que para ésta la religión ha pasado a ser una mera forma exterior
desprovista de sentido o un ritualismo vacío, o incluso en el peor de los
casos, una forma de demagogia social, en la humanidad tradicional la religión,
en su forma exotérica, era un sistema de ritos y creencias que debían asegurar
al hombre un destino "tranquilo" tras la muerte, mientras que, en sus
formas esotéricas, era una vivencia intensa a este lado de la muerte que le
permitía, no adorar a un Dios personal, sino asumir la potencia de la
divinidad, experimentarla y sentirse él mismo parte de lo trascendente. Desde
este punto de vista pueden entenderse en su significado estas frases del
filósofo neoplatónico Plotino: "A los dioses les corresponde venir a mí
y no ir yo hacia ellos" (6) y "Para conocer a los dioses es
preciso hacerse semejante a ellos".
GRAN
TRADICION Y RELIGION CONVENCIONAL
En conclusión,
si lo importante para una religión es la creencia en la divinidad (que conduce
a la “salvación”), lo fundamental para la Tradición, es la identificación, en
vida, con la misma Divinidad (que conduce a la “liberación”).
De ahí que se
pueda establecer una diferencia entre la vida religiosa y la experiencia
tradicional: ser "religioso" es ser "tradicional" solo a
medias; por el contrario, "ser tradicional" es haber superado o estar
en camino de superar las distintas formulaciones religiosas. Un escritor sufí
del siglo pasado (7) decía: "Como
el que busca agua cavando un poco por allí y un poco por allá, no encontrará
agua y morirá de sed, mientras que el que cava en un solo lugar, confiando en
Dios y dejándolo en sus Manos, encontrará agua y beberá y hará beber a los
otros", frase que expresa la necesidad de seguir una tradición
religiosa en particular efectivamente, pero retornando al ejemplo anterior del
océano, puede añadirse que en el momento en que se profundiza suficiente en una
tradición religiosa concreta -ascendiendo en su jerarquía iniciática- se tiene
conciencia de esta proximidad a otras.
En definitiva,
puede estarse al margen de la religión, bien "por abajo", es decir,
por la vía del ateísmo, o bien, “por arriba”, en la vía de una realización
espiritual más allá de las formas religiosas tradicionales, vivenciando o
aproximándose a la tradición primordial (8).
CIVILIZACIONES
TRADICIONALES Y CIVILIZACIÓN MODERNA
Quedando claras
las diferencias entre Tradición y religión, no está demás valorar las
implicaciones de la anterior definición que hemos dado sobre las civilizaciones
tradicionales. Desde ese punto de vista, Evola recordaba que no existe
pluralidad sino dualidad de civilizaciones; no existen infinitos tipos de
civilizaciones cuyo ciclo, como definió Spengler sea el nacimiento, el
desarrollo y la muerte, sino que existe una dualidad de civilizaciones:
civilizaciones tradicionales (volcadas hacia lo alto y civilizaciones modernas
(orientadas hacia lo bajo), o lo que es lo mismo, civilizaciones cuyo punto de
referencia es lo trascendente y civilizaciones cuya referencia está en lo
contingente (9) y la relación entre
ambas "se trata de dos mundos, uno de los cuales se ha diferenciado
hasta el punto de no conservar apenas ningún punto de contacto con el anterior.
Con lo cual, para la gran mayoría de los modernos también quedan cerradas las
vías de una comprensión efectiva de esta última (la civilización tradicional)”
(10).
Las conclusiones
de este posicionamiento son simples: lo que en la humanidad moderna tiene una
dimensión "horizontal", es decir, pesada y de masas, en la
civilización tradicional tiene un carácter "vertical" (en su sentido
de elevación: hacia lo alto). De esta "verticalidad" emana la
jerarquía (los diferentes niveles de comprensión de lo Absoluto), que en la civilización
moderna es abolido en beneficio de lo promiscuo e igualitario.
La civilización
tradicional, la Tradición, es algo fundamentalmente anti-igualitario, aristocrática
y diferenciada. La esencia de la jerarquía es la cualidad, lo cualitativo, la
cualificación de cada miembro en relación a lo Absoluto, que es, al mismo
tiempo, lo que posiciona dentro del marco jerárquico. Esta cualidad se
transforma, en la civilización "horizontal" moderna, en
"cantidad" número e indiferenciación masiva.
De este sistema
emana una "organicidad", es decir, un conjunto articulado -orgánico-
de principios, valores, instituciones y normas que son el soporte de la
jerarquía, y lo que asegura la unidad dentro de la diversidad de cada escalón
jerárquico y de cada plano de actividad. En la sociedad moderna esta coherencia
interna es inexistente en la medida en que se trata de una sociedad inorgánica:
una sociedad en la que, siendo el referente, la contingencia y la pura
materialidad, dado que ésta puede dividirse hasta el infinito (un mineral -y el
mineral es lo más representativo de la materialidad- puede martillarse hasta
que cada fragmento queda roto en cada uno de sus átomos) y no existiendo un
factor unitario y cohesivo -la Tradición- cada parte -grupos sociales,
económicos, regionales, etc.- se distancia del conjunto tomando una dirección propia.
Mientras que la civilización tradicional y la Tradición son centrípetas, la
civilización moderna es centrífuga, no tiende a la unidad sino a la dispersión
de sus elementos.
VIDA Y MUERTE
DE LAS TRADICIONES
La utilidad de
una tradición no es la conservación de principios y creencias, sino su
transmisión: la palabra Tradición, etimológicamente del latín, procede de "tradere"
= transmitir. Lo cual implica un dinamismo conceptual al mismo tiempo que un
problema real: la muerte de las tradiciones.
Una tradición
muere en dos supuestos: cuando cesa de transmitirse y las únicas referencias
que se tiene de ella proceden del exoterismo religioso o de la investigación
arqueológica, o bien, cuando por el paso del tiempo, esa Tradición ha sufrido
un desgaste interior que se ha traducido en la pérdida de su impulso
originario, persistiendo sólo como forma vacía, una cáscara dentro de la cual
solamente existe un esqueleto o un cuerpo sin vida.
El cristianismo
es muestra de una tradición que, poco a poco, ha ido, perdiendo impulso y hoy
se encuentra separada de cualquier forma esotérica (es decir, iniciática)
pasando a ser un mero exoterismo. El celtismo a su vez, es muestra de una tradición
muerta cuyas únicas referencias pueden encontrarse en los museos arqueológicos
o en las cátedras eruditas. Ambas tradiciones no han podido perpetuarse, han
perdido impulso lenta o traumáticamente, la continuidad de la
"cadena" se ha cortado; la eficacia de la transmisión de los ritos
iniciáticos que facilitaban al hombre, al adepto, el impulso sobrenatural para
colocarse en el umbral del mundo metafísico, han desaparecido: la Tradición no
tiene validez porque carece de eficacia.
El proceso de decadencia
de las tradiciones es siempre el mismo en reglas generales: las tradiciones
dejan de vivirse, su eficacia se aminora primero, atenúa luego y desaparece por
fin, transformándose en ética, su valor operativo, es decir, transformador e
iniciático desaparece; la ética sigue siendo algo vivido en el mejor de los
casos, pero un "hombre ético" no deja por ello de ser un hombre
imposibilitado de traspasar la barrera de lo humano y de lo físico. En una fase
siguiente de decadencia, la ética, agotada y exangüe, parece una imposición
exterior al individuo y no algo que se asuma voluntaria y gustosamente como
norma de vida, entonces es solo costumbre, algo que se realiza
irreflexivamente, sin conciencia de los porqués. La fase siguiente será la de
desaparición de las últimas huellas de la Tradición, o su permanencia en estado
larvario como recuerdo, curiosidad histórica o erudita, o simplemente como
exótico patrimonio de los antepasados.
Este proceso
degenerativo es, ya desde su primera fase irreversible: cuando una bola de
nieve cae por la ladera de una montaña jamás se detendrá, sino que tenderá a
aumentar de volumen y arrastrarlo todo en su caída. Pues bien, la tradición se
sitúa en la cúspide de la montaña: siendo la montaña la representación
simbólica de lo que está elevado y que al mismo tiempo es fijo y estable, es
también evidente que el origen de la Tradición no estará en lo alto de la
montaña, sino aún más arriba, en la pura trascendencia. La Tradición es pues
algo no humano, más que humano, algo de origen divino.
Todo lo humano
es discutible por ser solo eso, una creación de la mente del hombre que puede
ser discutida y superada, imitada por cualquier otro. Lo trascendente no admite
discusión: simplemente ES, y por ello las leyes emanadas de los "legisladores"
tradicionales (Moisés, Gilgamesh, etc.) son indiscutibles, su infracción no es
una falta punible en razón de sus repercusiones contingentes sino porque
implica una vulneración de la ley divina, una "ofensa a la trascendencia".
No debe pensarse,
sin embargo, que la Tradición haya nacido de un dios personalizado al estilo
del propuesto por el cristianismo. El dios teísta se considera solamente en el mundo
del exoterismo religioso judeo-cristiano, las formas más depuradas de la
tradición prescinden de personalizaciones antropomórficas o totémicas. La
divinidad o las divinidades, son consideradas como fuerzas de la naturaleza y
del cosmos que pueden manifestarse en toda su potencia, siempre y cuando el
evocador sea una persona cualificada y el rito evocatoria sea el prescrito.
GRAN
TRADICIÓN Y CONSERVADURISMO
Es frecuente que
la palabra Tradición traiga el reflejo condicionado de un pasado no muy remoto:
el ochocentismo. La civilización burguesa, en su cenit, quiso hablar de
Tradición y, cuando lo hizo, se refirió, inevitablemente, a un formalismo
social desprovisto de cualquier lazo con lo sagrado y lo suprasensible. El
ochocentismo no es sino una fase del proceso general de decadencia al que se ha
visto avocada la viejo Europa. Como fórmula cultural del
"burguesismo", es decir, del período histórico en que la burguesía
fue la clase social hegemónica, el ochocentismo no es más que el reflejo de las
tendencias y los intereses de la casta de los mercaderes cuya formulación
política hoy es el conservadurismo.
Sin embargo, la
Tradición está en otro sitio: la Tradición no puede ser conservadurismo por que
la Tradición es consciente de que nada en el mundo moderno es digno de ser
conservado y que la "partida" se disputa entre dos concepciones
radicalmente antitéticas: o mundo tradicional o mundo moderno, ningún compromiso
es posible, ningún híbrido puede mantenerse por mucho tiempo en forma y manera
estable. O uno u otro.
Los actuales
conservadores tienen la partida perdida por anticipado, se baten a la defensiva
y en un terreno que no es el suyo: el burguesismo, el conservadurismo y todas
sus formulaciones surgidas más o menos del ochocentismo, apenas han
representado en el devenir general de la historia una fase puntual de
decadencia, en absoluto su culminación, ni su punto más bajo: la bola de nieve,
convertida ya en alud, todavía cae -en el "sentido de la historia"-
entrando en la fase proletaria, colectivista y de masificación generalizada y
global. Todo aquel que pretenda detenerse a medio camino en la dirección de la
caída será arrastrado por ella.
La civilización
es algo "total", algo que no puede asumirse parcialmente; quienes han
elegido el camino de la anti-tradición, quienes han estimulado los procesos de
decadencia y liquidación de la sociedad tradicional, quienes promovieron la
lucha contra las aristocracias, instauraron un sistema económico liberal,
emergieron como clase hegemónica, sobre las espaldas de la cuarta casta, la de
los productores y sobre las cabezas guillotinadas de la aristocracia, no están
en condiciones de luchar contra aquello que emana directamente de sus pasados
errores y excesos: el período de masas, de la lucha de clases, del proletariado
revuelto, del colectivismo, en fin.
Si la burguesía
ha aludido al individualismo, exaltándolo, al libre mercado y a sus leyes, no
puede evitar que las masas respondan con la lucha de clases, del proletariado
revuelto y el colectivismo, en fin. Si la burguesía ha hablado del
individualismo exaltándolo, no puede evitar que tales individuos “iguales,
libres y fraternos”, terminen formando una masa y que esta pretende no solo una
"igualdad" como principio, sino como hecho y quieran llegar hasta sus
últimas consecuencias.
Si la lucha
social y política está planteada hoy en Occidente, sean cuales sean las
etiquetas utilizadas, como una lucha entre conservadores y revolucionarios, no
puede olvidarse que los primeros suponen la RETAGUARDIA del mundo moderno,
mientras que los segundos son su VANGUARDIA, ambos dentro del mismo proceso de
decadencia. El conservador no es más que un progresista
"ralentizado", mientras que el revolucionario es un progresista
"acelerado", ambos participan del mismo marco de la civilización
moderna e integrados o alienados en los mismos mecanismos de producción y
consumo.
No hay
Tradición, en definitiva, dentro de la sociedad moderna. Una vez más volvemos
al principio: el mundo moderno es la negación del mundo tradicional.
NOTAS
(1) Cf. J. EVOLA, L'Arco e la clava
págs. 242-247, Ed. Vanni Scheiwiller, Milán, 1.969, en dónde toda esta temática
está ampliamente tratada.
(2) Cf. F.
SCHUON, Tras las huellas de la religión perenne, Ediciones de la
Tradición Unánime. Barcelona, 1982; y De la unidad trascendente de las
religiones, Ed. Heliodromo, Madrid 1.980. Ambos libros pueden ser leídos para
completar esta idea.
(3) HESIODO, Los
trabajos y los Días, vrs. 109-173. Ed. Bruguera, col. Libro de Oro. 1.976.
(4) Para una
información complementaria sobre estos temas. cf. R. GUENON, El reino de la
cantidad y los signos de los tiempos, Ed. Ayuso, Madrid 1976, especialmente
el cap. XVI, "La inversión de la moneda". Por lo que se refiere a las
corporaciones artesanales. cf. L. BENOIST, Le compagnonage et les metiers,
PUF. col. Que Sais je?, París, 1975.
(5) F. SCHUON, Castas
y razas, Ed. de la Trad. Unánime, Barcelona 1982 para completar las
nociones sobre este punto.
(6) Cf.
Porfirio, Vida de Plotino, Trad. E. Brehier, Paris 1954, T.I. pág. 13.
(7) Letters of a
Sufi master, Londres, 1968, pág. 29. De Saij al Darqwi.
(8) Este tema
está tratado en profundidad en J. EVOLA, Chevaucher la tigre, Ed. La
Colombe, París 1964. Especialmente el cap. 9, pág. 69-76. "Au delá du
theisme et du atheisme".
(9) Sobre la
diferencia entre "civilización tradicional" y "civilización
moderna". Evola ha profundizado ampliamente en Tradición Hermética,
Martínez Roca, 1975, c.l. Revuelta contra el mondo, op. cit. IIa. Parte;
Glio uomini e le rovine, 1968, cap. I. Así como en diversos artículos (L'Italiano
e Il Conciliatore)
(10) Cf. EVOLA, Tradición Hermética, op. cit., cap. I, pág. 31.