En 2001, la
Editorial PYRE lanzó una serie de libros, todos ellos sobre temas polémicos con
tiradas que empezaban a ser relativamente altas para la época (2.000 ejemplares
por edición) y que contaban con una buena distribución, tanto en librerías como
en kioscos (si bien, ya en aquella época, El Corte Inglés, absorbía un
25% de la tirada, configurándose como la “mayor librería” del país… papel hoy
en manos de Amazon). En 2004, decidimos lanzar una serie de libros de bolsillo
de carácter polémico, estridentes en sus títulos y con portadas dotadas de
personalidad propia. Para facilitar su distribución los publicábamos de dos en
dos. Los primeros títulos de la colección Impacto (el nombre vino inspirado por
una revista francesa que apareció en los años 70 con ese nombre) fueron ¿Fumas
porros, gilipollas? y ¿Aún votas, merluzo? El resultado
nos sorprendió y en apenas un año lanzamos tres ediciones de cada título.
Básicamente, la
idea era lanzar unos títulos de no más de 100 folios que dieran para 200
páginas de libros, y expusieran un tema de manera desenfadada, accesible para
todos, por compleja que fuera la temática y que, en sus títulos, mostraran una
voluntad provocativa.
El segundo
volumen apareció en un momento en el que la política española (y la
internacional), se habían vuelto particularmente desagradables: hacía poco,
habíamos visto como un pequeño país, era, literalmente, masacrado por los
cazabombarderos de la OTAN y que un español, Luis solana, socialista, secretario
y telefonista de la misma, había transmitido la orden emanada de la Casa Blanca.
Luego, habíamos visto cómo se derrumbaban las Torres Gemelas, en unos ataques
apenas explicados y cuya versión oficial -increíble y primitiva- sirvió para
justificar la invasión de Afganistán y, posteriormente, a Irak. Todo, en aquel
momento, era conformista, acrítico e ingenuo-felizote. Era el tiempo dorado de
los “tertulianos” que florecían como hongos en todos los canales. Bostezo y
aburrimiento. Mentiras sobre mentiras, presentadas como dogmas incuestionables.
Nadie nos puede reprochar que lanzáramos una colección concebida como esas
bofetadas que se dan para que alguien espabile.
El socialismo
felipista había caído y nos encaminábamos hacia la tragedia del 11-M que pondría
punto final al ciclo de la derecha. Esta lo había hecho, como mínimo, tan mal
como la izquierda. Quedaban pocas opciones. Llevábamos casi treinta años de
democracia, habíamos votado no menos de docena y media de ocasiones y el
país parecía gobernado por gentes atentadas solamente a lo que se decidía en
EEUU, con una oposición socialista que estaba sentada en esos bancos
precisamente por su carácter cleptomaníaco, con unas comunidades autónomas que
solo querían más autonomía (esto es, más control sobre la caja) y con unos
ayuntamientos que se estaban poniendo morados con el boom de la construcción. Aburrimiento,
corrupción, falta de perspectivas y nulas posibilidades de que el sistema
pudiera ser democrático: satisfacía demasiado a las exigencias ambiciones
de la clase política, así que, ¿para qué reformar el más mínimo de sus muchos
desfases?
Entiendo que, en
1975 o 77, votar era una novedad. Nos había dicho -e, incluso, algunos lo
habían creído- que votar (democracia implicaba votar, se nos insistía en la
transición, votar una y otra vez, votar, cuanto más, mejor) lo iba a resolver
todo. Pero, a medida que se iban desgranando elecciones y votaciones,
empezábamos a convencernos -al menos, los observadores críticos- que ocurría
justo lo contrario: los problemas se acumulaban unos sobre otros. En 2004,
nosotros mismos habíamos perdido las esperanzas en que pudiera resolverse algo
por vía electoral. Nos daba la sensación de que todo iba de mal en peor y que
nos estábamos precipitando por un precipicio.
Así pues,
optamos por dedicar un volumen a esta temática: votar, ni había resuelto
nuestros problemas, ni existían posibilidades de que los resolviera. De ahí la
pregunta que nos formulábamos en el título: “¿Aún votas…?”, que
era cómo preguntar “pero, ¿cómo diablos se te ocurre perder el tiempo
escuchando promesas electorales de impresentables que solamente quieren que tu
voto les solucione la vida? ¿Cómo te prestas a que unos impresentables
justifiquen con tu voto el ponerse como “el tenazas”, trincando más y más? ¿Es
que aún no te has enterado que, al morir las ideologías, lo único que impulsa
al político es la ambición (en el mejor de los casos) o la psicopatía (en el peor)?”.
Treinta años votando
y creyendo que el voto resolvería algo, empezaba a ser mucho tiempo como para
seguir mecánicamente perdiendo una hora de nuestra vida cada año como promedio
(entre elecciones autonómicas, generales, locales, europeas, referéndums, es un
no parar), para que una banda de mangantes pudiera justificar sus exacciones.
De ahí el adverbio (“aún”) y los interrogantes.
Pero ¿a qué
venía lo de “merluzo”?
Tiene su
explicación: me la dieron aquellos documentales de TV2 en las que, inevitablemente,
pusieras ese canal a la hora que lo pusieras, siempre aparecían algún animal
del zoológico. En este caso del acuario. No sé por qué, en un documental sobre
peces, escuche que el cerebro de uno de estos animales acuáticos no da para
mucho: un pez de colores, cuando completa una vuelta en el interior de una
peque pecera circular, lo que hace en apenas tres segundos, ha olvidado por
donde ha pasado antes. La memoria está reñida por los pececillos, de la
misma forma que el elector carece de memoria para contabilizar las veces que
unas siglas u otras le han tomado el pelo.
Así pues, ya tenía
título: “¿Aún votas, merluzo?”. Ahora, solamente faltaba darle un
contenido. Vivía entonces en Crevillente, construyendo chalets. Crevillente
era, en aquel momento, una de las ciudades más islamizadas del país. Recuerdo
que, cruzando una avenida, se llegaba al barrio de mayoría islámica. Me
sorprendió que, incluso existía una boutique de moda islámica con todo tipo de
velos, chilabas, babuchas y alfombras, tan pronto de encontradas un burka, como
un chador… Era un pueblo con una alta tasa de delincuencia, así que opté por
alquilar un piso frente al cuartel de la Guardia Civil. Fueron muchas las veces
en las que me desperté por la alarma de alguna tienda cercana que estaban
desvalijando. Tenía la Kawasaki 750 c/c justo bajo el balcón para poder
controlarla mejor. Allí escribí, en unos pocos días, estas páginas.
No me
arrepiento, ni del título, ni del contenido, a pesar de que, lo primero puede
valerme la acusación de irrespetuoso y lo segundo de “antidemócrata”. Acepto
las dos acusaciones, pero no la de mala voluntad: el libro -y lo he
reeditado para que pueda percibirse- ni destila inclinaciones por una
dictadura, ni adhesión a cualquier forma de golpismo, sino que lanza ideas a
modo de cargas de profundidad, no para hundir un submarino, sino para despertar
a su tripulación. No todo lo que se da como “verdadero” lo es. En buena parte
de los casos, se trata solamente de la “ilusión de una época”. Y la ilusión (en
la triple acepción de la palabra: como esperanza, como ironía y como representación
que no tiene nada que ver con la realidad) de nuestra época es el Dogma de la
Igualdad. Ilusión está demasiado cerca de “iluso”. Lo decía entonces, en 2004,
lo pensaba cuando apenas tenia 16 años, y lo digo ahora con la misma fuerza y
convicción que entonces: “la igualdad es pura ficción”. Lo sé desde que vi en
Estudio 1, El
enemigo del pueblo. Pongo el enlace porque tú, si no lo has visto,
no te puedes perder esta obra maestra de Henrik Ibsen. La fecha que da es de 1981,
pero yo recuerdo haberla visto en 1968 o 1969. Nunca más tarde de 1970.
El índice
esta obra permite ver que se trata de un trabajo mesurado, crítico, pero
constructivo, en la medida en la que, en el capítulo final se sugieren
formas para la reforma democrática.
SUMARIO
Nota para la nueva edición
Introducción
La nueva religión laica
Orígenes religiosos de la democracia.
Las enfermedades de la democracia
Las culpas del elector
El voto cachondo
El voto loco
El voto constante.
El voto nómada
El voto instintivo.
El voto meditadoSugerencias para la reforma democrática
1: Más democracia - Menos partitocracia
2: El Senado como cámara corporativa
3: Democracia Directa Digital «3D»
4: Listas abiertas y desbloqueadas
5: Referéndum – Plebiscito
6: Aligerar el Estado, disminuir la burocraciaConclusión
En total, 217
páginas que son hoy más actuales que cuando se escribieron hace 16 años. He
optado por no variar ni una coma, ni actualizar ejemplos. Creo en la inteligencia
del lector: si ha comprado este libro es porque intuye que “algo” no termina de
funcionar bien en nuestro sistema político. Eso ya nos hace miembros de la
misma familia. Lo que expongo es el origen de estos errores, la naturaleza de
los mismos, la etiología de las enfermedades de la democracia y las culpas del
elector (por que aquel que vota es dueño de su voto y, por tanto, responsable
de lo que vota), para finalmente lanzar seis ideas -que, en mi opinión, son irrenunciables-
para garantizar el fair play democrático y la viabilidad a largo plazo
del sistema.
De esta obra, de
tanto en tanto aparece algún ejemplar en eBay de segunda mano (6.000 ejemplares
en tres ediciones son muchos, incluso para el momento en el que se publicó).
Hace unos años, un amigo me dio a firmar uno de estos ejemplares que había
comprado de segunda meno. Me conmovió ver que tenía el exlibris de otro
antiguo amigo, fallecido, cuya esposa liquidó por eBay su bien provista
biblioteca…
La obra, en sus
tres primeras ediciones llevaba como autor a “Pol Ubach”, uno de los alias que
utilizaba en la época. Que ¿por qué ocultaba mi nombre? La razón que daba entonces
es que, desde que ley el sermón de Benarés del Buda, creo que no hay que atarse
a nada, ni siquiera a la propia personalidad, que en plis abandonamos sin que
deje de salir el sol, y desde que ley el Bhagavad Gita, sé que hay que
realizar la “obra”, pero no apegarse a sus “frutos”. Ahora lleva mi nombre,
porque considero que un autor debe asumir lo que ha escrito.
Puedes
comprar este libro, reeditado y con una introducción realizada a propósito en Amazon
o bien pidiéndolo a eminves@gmail.com
En las próximas semanas va a haber elecciones. No te voy a recomendar que te inhibas, pero sí que votes, sin fe, sin respeto y sin esperanza. Pero ten una cosa clara: si bien es cierto que, el resultado de las votaciones puede ralentizar la crisis que vive la sociedad española, lo que no contribuirá en nada en absoluto, es el resolverla. Desde hace más de 250 años, España tiene una crisis que se va agravando y que no solucionará el depositar una papeleta en un sobre. Eso lo debes de tener claro si decides ir a votar. Y, dentro de cuatro años, piensa en lo que ha ocurrido y si las cosas están mejor o peor. Porque si juzgas que todo va a peor, antes o después te convencerás de que es mejor que todo se desplome de una vez y empezar a reconstruir un país a partir de cero, que una larga agonía.