lunes, 29 de marzo de 2021

¿AÚN VOTAS, MERLUZO?, ahora que algunos se disponen para votar...

En 2001, la Editorial PYRE lanzó una serie de libros, todos ellos sobre temas polémicos con tiradas que empezaban a ser relativamente altas para la época (2.000 ejemplares por edición) y que contaban con una buena distribución, tanto en librerías como en kioscos (si bien, ya en aquella época, El Corte Inglés, absorbía un 25% de la tirada, configurándose como la “mayor librería” del país… papel hoy en manos de Amazon). En 2004, decidimos lanzar una serie de libros de bolsillo de carácter polémico, estridentes en sus títulos y con portadas dotadas de personalidad propia. Para facilitar su distribución los publicábamos de dos en dos. Los primeros títulos de la colección Impacto (el nombre vino inspirado por una revista francesa que apareció en los años 70 con ese nombre) fueron ¿Fumas porros, gilipollas? y ¿Aún votas, merluzo? El resultado nos sorprendió y en apenas un año lanzamos tres ediciones de cada título.

Básicamente, la idea era lanzar unos títulos de no más de 100 folios que dieran para 200 páginas de libros, y expusieran un tema de manera desenfadada, accesible para todos, por compleja que fuera la temática y que, en sus títulos, mostraran una voluntad provocativa.

El segundo volumen apareció en un momento en el que la política española (y la internacional), se habían vuelto particularmente desagradables: hacía poco, habíamos visto como un pequeño país, era, literalmente, masacrado por los cazabombarderos de la OTAN y que un español, Luis solana, socialista, secretario y telefonista de la misma, había transmitido la orden emanada de la Casa Blanca. Luego, habíamos visto cómo se derrumbaban las Torres Gemelas, en unos ataques apenas explicados y cuya versión oficial -increíble y primitiva- sirvió para justificar la invasión de Afganistán y, posteriormente, a Irak. Todo, en aquel momento, era conformista, acrítico e ingenuo-felizote. Era el tiempo dorado de los “tertulianos” que florecían como hongos en todos los canales. Bostezo y aburrimiento. Mentiras sobre mentiras, presentadas como dogmas incuestionables. Nadie nos puede reprochar que lanzáramos una colección concebida como esas bofetadas que se dan para que alguien espabile.

El socialismo felipista había caído y nos encaminábamos hacia la tragedia del 11-M que pondría punto final al ciclo de la derecha. Esta lo había hecho, como mínimo, tan mal como la izquierda. Quedaban pocas opciones. Llevábamos casi treinta años de democracia, habíamos votado no menos de docena y media de ocasiones y el país parecía gobernado por gentes atentadas solamente a lo que se decidía en EEUU, con una oposición socialista que estaba sentada en esos bancos precisamente por su carácter cleptomaníaco, con unas comunidades autónomas que solo querían más autonomía (esto es, más control sobre la caja) y con unos ayuntamientos que se estaban poniendo morados con el boom de la construcción. Aburrimiento, corrupción, falta de perspectivas y nulas posibilidades de que el sistema pudiera ser democrático: satisfacía demasiado a las exigencias ambiciones de la clase política, así que, ¿para qué reformar el más mínimo de sus muchos desfases?

Entiendo que, en 1975 o 77, votar era una novedad. Nos había dicho -e, incluso, algunos lo habían creído- que votar (democracia implicaba votar, se nos insistía en la transición, votar una y otra vez, votar, cuanto más, mejor) lo iba a resolver todo. Pero, a medida que se iban desgranando elecciones y votaciones, empezábamos a convencernos -al menos, los observadores críticos- que ocurría justo lo contrario: los problemas se acumulaban unos sobre otros. En 2004, nosotros mismos habíamos perdido las esperanzas en que pudiera resolverse algo por vía electoral. Nos daba la sensación de que todo iba de mal en peor y que nos estábamos precipitando por un precipicio.

Así pues, optamos por dedicar un volumen a esta temática: votar, ni había resuelto nuestros problemas, ni existían posibilidades de que los resolviera. De ahí la pregunta que nos formulábamos en el título: “¿Aún votas…?”, que era cómo preguntar “pero, ¿cómo diablos se te ocurre perder el tiempo escuchando promesas electorales de impresentables que solamente quieren que tu voto les solucione la vida? ¿Cómo te prestas a que unos impresentables justifiquen con tu voto el ponerse como “el tenazas”, trincando más y más? ¿Es que aún no te has enterado que, al morir las ideologías, lo único que impulsa al político es la ambición (en el mejor de los casos) o la psicopatía (en el peor)?”.

Treinta años votando y creyendo que el voto resolvería algo, empezaba a ser mucho tiempo como para seguir mecánicamente perdiendo una hora de nuestra vida cada año como promedio (entre elecciones autonómicas, generales, locales, europeas, referéndums, es un no parar), para que una banda de mangantes pudiera justificar sus exacciones. De ahí el adverbio (“aún”) y los interrogantes.

Pero ¿a qué venía lo de “merluzo”?

Tiene su explicación: me la dieron aquellos documentales de TV2 en las que, inevitablemente, pusieras ese canal a la hora que lo pusieras, siempre aparecían algún animal del zoológico. En este caso del acuario. No sé por qué, en un documental sobre peces, escuche que el cerebro de uno de estos animales acuáticos no da para mucho: un pez de colores, cuando completa una vuelta en el interior de una peque pecera circular, lo que hace en apenas tres segundos, ha olvidado por donde ha pasado antes. La memoria está reñida por los pececillos, de la misma forma que el elector carece de memoria para contabilizar las veces que unas siglas u otras le han tomado el pelo.

Así pues, ya tenía título: “¿Aún votas, merluzo?”. Ahora, solamente faltaba darle un contenido. Vivía entonces en Crevillente, construyendo chalets. Crevillente era, en aquel momento, una de las ciudades más islamizadas del país. Recuerdo que, cruzando una avenida, se llegaba al barrio de mayoría islámica. Me sorprendió que, incluso existía una boutique de moda islámica con todo tipo de velos, chilabas, babuchas y alfombras, tan pronto de encontradas un burka, como un chador… Era un pueblo con una alta tasa de delincuencia, así que opté por alquilar un piso frente al cuartel de la Guardia Civil. Fueron muchas las veces en las que me desperté por la alarma de alguna tienda cercana que estaban desvalijando. Tenía la Kawasaki 750 c/c justo bajo el balcón para poder controlarla mejor. Allí escribí, en unos pocos días, estas páginas.

No me arrepiento, ni del título, ni del contenido, a pesar de que, lo primero puede valerme la acusación de irrespetuoso y lo segundo de “antidemócrata”. Acepto las dos acusaciones, pero no la de mala voluntad: el libro -y lo he reeditado para que pueda percibirse- ni destila inclinaciones por una dictadura, ni adhesión a cualquier forma de golpismo, sino que lanza ideas a modo de cargas de profundidad, no para hundir un submarino, sino para despertar a su tripulación. No todo lo que se da como “verdadero” lo es. En buena parte de los casos, se trata solamente de la “ilusión de una época”. Y la ilusión (en la triple acepción de la palabra: como esperanza, como ironía y como representación que no tiene nada que ver con la realidad) de nuestra época es el Dogma de la Igualdad. Ilusión está demasiado cerca de “iluso”. Lo decía entonces, en 2004, lo pensaba cuando apenas tenia 16 años, y lo digo ahora con la misma fuerza y convicción que entonces: “la igualdad es pura ficción”. Lo sé desde que vi en Estudio 1, El enemigo del pueblo. Pongo el enlace porque tú, si no lo has visto, no te puedes perder esta obra maestra de Henrik Ibsen. La fecha que da es de 1981, pero yo recuerdo haberla visto en 1968 o 1969. Nunca más tarde de 1970.

El índice esta obra permite ver que se trata de un trabajo mesurado, crítico, pero constructivo, en la medida en la que, en el capítulo final se sugieren formas para la reforma democrática.

SUMARIO

Nota para la nueva edición

Introducción

La nueva religión laica

Orígenes religiosos de la democracia.

Las enfermedades de la democracia

Las culpas del elector

El voto cachondo
El voto loco
El voto constante.
El voto nómada
El voto instintivo.
El voto meditado

Sugerencias para la reforma democrática

1: Más democracia - Menos partitocracia
2: El Senado como cámara corporativa
3: Democracia Directa Digital «3D»
4: Listas abiertas y desbloqueadas
5: Referéndum – Plebiscito
6: Aligerar el Estado, disminuir la burocracia

Conclusión

 

En total, 217 páginas que son hoy más actuales que cuando se escribieron hace 16 años. He optado por no variar ni una coma, ni actualizar ejemplos. Creo en la inteligencia del lector: si ha comprado este libro es porque intuye que “algo” no termina de funcionar bien en nuestro sistema político. Eso ya nos hace miembros de la misma familia. Lo que expongo es el origen de estos errores, la naturaleza de los mismos, la etiología de las enfermedades de la democracia y las culpas del elector (por que aquel que vota es dueño de su voto y, por tanto, responsable de lo que vota), para finalmente lanzar seis ideas -que, en mi opinión, son irrenunciables- para garantizar el fair play democrático y la viabilidad a largo plazo del sistema.

De esta obra, de tanto en tanto aparece algún ejemplar en eBay de segunda mano (6.000 ejemplares en tres ediciones son muchos, incluso para el momento en el que se publicó). Hace unos años, un amigo me dio a firmar uno de estos ejemplares que había comprado de segunda meno. Me conmovió ver que tenía el exlibris de otro antiguo amigo, fallecido, cuya esposa liquidó por eBay su bien provista biblioteca…

La obra, en sus tres primeras ediciones llevaba como autor a “Pol Ubach”, uno de los alias que utilizaba en la época. Que ¿por qué ocultaba mi nombre? La razón que daba entonces es que, desde que ley el sermón de Benarés del Buda, creo que no hay que atarse a nada, ni siquiera a la propia personalidad, que en plis abandonamos sin que deje de salir el sol, y desde que ley el Bhagavad Gita, sé que hay que realizar la “obra”, pero no apegarse a sus “frutos”. Ahora lleva mi nombre, porque considero que un autor debe asumir lo que ha escrito.

Puedes comprar este libro, reeditado y con una introducción realizada a propósito en Amazon o bien pidiéndolo a eminves@gmail.com

En las próximas semanas va a haber elecciones. No te voy a recomendar que te inhibas, pero sí que votes, sin fe, sin respeto y sin esperanza. Pero ten una cosa clara: si bien es cierto que, el resultado de las votaciones puede ralentizar la crisis que vive la sociedad española, lo que no contribuirá en nada en absoluto, es el resolverla. Desde hace más de 250 años, España tiene una crisis que se va agravando y que no solucionará el depositar una papeleta en un sobre. Eso lo debes de tener claro si decides ir a votar. Y, dentro de cuatro años, piensa en lo que ha ocurrido y si las cosas están mejor o peor. Porque si juzgas que todo va a peor, antes o después te convencerás de que es mejor que todo se desplome de una vez y empezar a reconstruir un país a partir de cero, que una larga agonía.