viernes, 26 de marzo de 2021

“¿FUMAS PORROS GILIPOLLAS?” nueva (y más necesaria) reedición

En 2004, en apenas un año, se vendieron tres ediciones de 2.000 ejemplares cada una de este libro de título deliberadamente provocador. Y, en aquel momento, hay que decir que se fumaba mucha menos marihuana de la que se fuma en la actualidad. La mayor parte, procedía de Marruecos, pero empezaba a cultivarse “in-door” en tiestos y macetas que ya podían verse en muchos balcones y patios interiores. Hoy, en toda la geografía nacional, existen grow-shops, clubs de cannabis y rara es la ciudad de tamaño medio para arriba, en la que no se celebre alguna “feria del cannabis”. Volviendo de Francia, por el valle de Arán, lo primero que el viajero ve, es el anuncio de un club de cannabis situado, especialmente dispuesto para acoger a franceses en busca de un relajo. Es un reclamo para el turismo sediento de porros, y es que Cataluña (y BCN, en concreto) quieren competir con Amsterdam en “capital europea del canuto”.

Siempre he mantenido una actitud bicéfala ante las drogas. Comparto la opinión de Alaister Crowley cuando decía que “la droga es el alimento de los fuertes”, pero también sé perfectamente que la mayoría de los que consumen algún tipo de drogas, no son lo que se dice “fuertes”, sino más bien, todo lo contrario. Las drogas son -como la religión para unos, el trabajo para otros o el sexo para los más obsesos, y así sucesivamente- una simple cobertura al nihilismo: muletas para que individuos que no se sienten lo suficientemente fuertes para andar por la vida.

Pertenezco a una generación a la que, sobre todo, le gustaba “experimentar”. Recuerdo que, en los años jóvenes, incluso en la militancia política, decíamos: “hacemos esto o lo otro… a ver qué pasa”. Y con las drogas no puede jugarse. Especialmente, cuando caen en manos de adolescentes o de personas con una constitución interior débil y quebradiza. El “alimento de los fuertes”, en estos casos, simplemente, los destruye.

La división entre “drogas duras” y “drogas blandas” es falaz e ilusoria. Hasta una cañita puede ser una “droga dura” dependiendo de la dosis y de su frecuencia. He visto gente “enganchada” al ajedrez y al sexo, con el cerebro carcomido por su adicción. Es algo propio de nuestra época: desde que Nietzsche constató la “muerte de Dios”, el hombre ha querido “ser libre”, pero esa libertad ha destruido a muchos.

Estudié en los Escolapios -algo de lo que no estoy en absoluto orgulloso, teniendo en cuenta que, en 1968, la inmensa mayoría de miembros de la orden en aquel cole habían ingresado en el PSUC (y algunos ostentarían en los años siguientes cargos de responsabilidad, incluso la secretaría general del partido, “el pare Jaume Botell”, por ejemplo). Comí en el cole durante unos ocho años y recuerdo las mesas de cuatro en las que nos ponían una botella de vino tinto y otra de agua. Nadie nos lo enseñó, pero bebíamos con moderación y no recuerdo ninguno de sus compañeros de aquellos días que cayera en el alcoholismo, ni que se emborrachara a la hora de comer. Nos gustaba vivir despiertos y, aunque en los últimos cursos descubrimos lo que eran la marihuana y el hachís, no consiguieron hacer de nosotros, adictos.

Ahora es muy diferente y por varios motivos:

- En primer lugar, porque la selección genética de las variedades de marihuana ha lanzado al mercado hierba con diez, incluso veinte veces más principio activo que las que se fumaban hace cincuenta años, en el período hipioso.

- En segundo lugar, porque

la escuela está hundida, buena parte de los jóvenes carecen de esperanzas en el futuro y optan por evadirse en los mundos de la droga, del videojuego, del móvil o del botellón. En una palabra, se “alienan”.

No es algo que no hubiera ocurrido antes, pero es que la “alienación” generada por la droga corre el riesgo de atrapar, neutralizar y liquidar a buena parte de la juventud. “Alienarse”, hay que recordarlo, es dejar de ser uno mismo, pare ser otra cosa: en este caso, un producto modelado por la droga, llámase marihuana o cañita. Ha sido patrimonio de las grandes culturas de la historia el proponer siempre el mismo estilo de vida que estaba resumido en las inscripciones que figuraban en las dos columnas que abrían el templo de Delfos: “Sé tu mismo” y “Nada de más”. Sé tú mismo, no otro, ni algo que no eres tú. No acumules ni en tu personalidad, ni en tu vida, ni en tu día a día, nada que sea superfluo e innecesario: viaja con una maleta ligera por la vida. Desde el mundo clásico, hasta la india védica, el “saber vivir” se concentraba en estos dos lemas.

Pues bien, la marihuana contribuye a que dejemos de ser nosotros mismos y pasemos a ser entidades modeladas por su principio activo, el THC. Fundamentalmente, por eso me opongo a que, alguien que no tenga la suficiente solidez interior, consuma incluso la droga más blanda. Sea cual sea.

Pero, no nos engañemos. Ni todas las drogas, tienen la misma capacidad de adicción, ni todos los individuos se “enganchan” con la misma facilidad a una droga en concreto. Fuera de la heroína (de la que se dice que, a los tres pinchazos, uno ya es adicto para toda la vida), lo cierto es que la capacidad adictiva de una caña, con un 3,5% de alcohol de promedio, no es la misma que las variedades más agresivas de marihuana, con, entre un 2 y un 27% de THC. Hace falta beber mucho litraje de cerveza para que te cambie el carácter, sin embargo, con seis meses de fumar porros de continuo, ya estamos ante otra persona.

Hay más. En 2004, cuando escribí con el seudónimo de “Pol Ubach”, ¿Fumas porros, gilipollas?, apenas existían casos de sicosis cannábica en las urgencias de los hospitales. Hoy son el pan de cada día. A principios del milenio costaba encontrar literatura científica que expresara dudas sobre la ausencia de riesgos de la marihuana, hoy está bastante claro que es una llave que abre la puerta de la esquizofrenia… afortunadamente, no a todos los que fuman, sino a aquellos que son particularmente sensibles y cuya ecuación personal los predispone a esta enfermedad.

No creo que haya ningún departamento de recursos humanos que se arriesgue a contratar a alguien que confiese abiertamente que es un porrero o del que se pueda sospechar que abusa del porro. Incluso en series de televisión, reflejo de la realidad, suele haber algún porrero pintado con rasgos descontrolados y ridículo por su falta de encaje con la realidad. Sin embargo, a diferencia de las campañas contra el tabaco, hasta ahora, ninguna campaña publicitaria ha recomendado, siquiera, un mínimo de prudencia ante la marihuana.

La situación, en este terreno, se ha agravado extraordinariamente, desde 2004. La crisis económica del 2008-2011 abrió la puerta para la legalización de facto del porro: hoy, en la práctica, está legalizado y se reprime tanto como puede reprimirse el tabaco de contrabando. En ocasiones, se sabe que en cierto chalet se cultiva marihuana “in door” (el olor es inconfundible) pero solamente la policía actúa cuando hay alguna denuncia de vecinos. Hay chavales que han empezado a fumar desde los 12 años: sus estudios se han resentido brutalmente, a los 18 años ya muestran episodios de irritabilidad, agresividad, nerviosismo que solamente atenúan consumiendo más cannabis. Vivirán de sus padres y luego de la “paguita”. Lo más probable es que un porcentaje importante adquiera enfermedades crónicas de carácter psicológico.

En 2020, un 30% de la población había consumido cannabis en los últimos 30 días. La edad media para el inicio del consumo eran los 15 años y, junto al tabaco y al alcohol, era la droga más accesible y utilizada. Estas cifras (extraídas del Informe 2020 sobre Alcohol, tabaco y drogas ilegales en España, publicado por el Observatorio Español de los Drogas y las Adicciones) demuestran, por sí mismas, que el porro es hoy un fenómeno de masas, tolerado ante la falta de perspectivas que el sistema ofrece a los jóvenes, a modo de tranquilizante para neutralizar capacidades de análisis de su situación y actitudes reivindicativas.

A diferencia de en los años 60, con el underground, la contracultura y la búsqueda de “experiencias nuevas”, actualmente, el porro es un neutralizador para la crítica social y las actitudes revolucionarias. El porro, es un juego de muletas que el “sistema” pone a disposición de los jóvenes para sumirlos en la pasividad. Así se neutraliza a toda una generación.

Estos son algunas de las razones por las que he decidido lanzar una nueva edición de ¿Fumas porros, gilipollas? El título es, deliberadamente provocador. Pero no miente: a fin de cuentas, un “gilipollas” no es otra cosa que alguien que se hace daño a sí mismo.

No he tocado ni una coma del texto original, solamente he añadido un prólogo que adapta la edición a la realidad de 2021: 17 años en los que el problema se ha cuadruplicado en volumen.

Este es el índice de la materia tratada:

Prólogo a la edición de 2021
Introducción
I. El porro situado           
II. El porro historiado    
III. El porro farmacéutico
IV. El porro y sus efectos             
V. El porro reivindicado
VI. El porro como arma 
VII. El porro superado   

El libro puede ser pedido directamente a Amazon: en versión libro convencional o en versión libro electrónico. Yo os recomendaría que, si tenéis algún familiar con este problema, o vosotros mismos tenéis tendencia a consumir porros, le dierais un repaso. No encontraréis aquí argumentos alarmistas, pero sí una buena dosis de realismo sin concesiones, ni a la corrección política, ni a la tendencia general de la sociedad.