lunes, 27 de enero de 2020

REFLEXIONES SOBRE LA GUERRA DE SIRIA (1 de 3)



> INTRODUCCIÓN

Siguen existiendo algunos rescoldos e, incluso, zonas dominadas por algunas de las fuerzas que, en los primeros momentos del conflicto, tuvieron alguna iniciativa (kurdos en el norte, los fundamentalistas islámicos en el Este y los títeres de los norteamericanos (el Ejército Libre Sirio)… pero es preciso entender esta realidad: la guerra civil siria ha concluido con una victoria innegable y definitiva. ¿De quién? De Rusia y, en concreto, de su presidente Vladimir Putin. Negar este hecho es negar la gravedad. Si partimos de la base de que lo que queda en este momento, son rescoldos del conflicto y que, salvo el ejército sirio, el resto de contendientes ocupa posiciones muy comprometidas y que, a todas luces, perderán en los próximos meses, e incluso que las zonas estratégicas del país están íntegramente en manos del presidente Bashar al-Asad, estaremos en condiciones de realizar un análisis completo de lo que ha ocurrido.

Vale la pena decir que, una cosa es lo que ha ocurrido realmente, otra lo que nos han estado contando los medios de comunicación occidentales (que han aceptado casi siempre la versión del conflicto que nos ha llegado de los EEUU) y otra muy diferente lo que ha ocurrido en realidad. La primera mentira, por tanto, que hemos creído oportuno desvelar es que la “guerra civil siria sigue”: no, lo que sigue es la actividad de desesperados que ya solo piensan en salvar la piel, pero las tropas de al-Asad, en estos momentos mantienen el control de las zonas estratégicas importantes y grupos como el DAESH están en franca desbandada.

Ahora bien, el conflicto ha tenido repercusiones geopolíticas importantes que no se han apreciado durante los años en los que ha dudado: la brutalidad de algunas imágenes, las noticias confusas sobre lo que estaba ocurriendo allí y sobre la naturaleza de los contendientes, ha contribuido a que casi nunca se valorara en su justa medida los sucesos que estaban ocurriendo.
Entre otras, las principales repercusiones internacionales del conflicto han sido:
1) EEUU e Israel han sido derrotados. El primero une al fracaso en las intervenciones en Iraq y Afganistán, esta nueva derrota, bien es cierto que no sufrida directamente, pero sí experimentada por sus aliados interpuestos (los mercenarios sirios que dieron lugar al Ejército Sirio Libre  a la Coalición Nacional Siria).
2) Turquía ha cambiado de bando. En principio, alineada inequívocamente con la OTAN y con los intereses de los EEUU, la posición de este país se ha ido deslizando, progresivamente, y aproximándose a la percepción rusa del conflicto. La firma de los “acuerdos de Sochi” en octubre de 2019, es el certificado del cambio de actitud turca.
3) Durante diez años la inmigración masiva a Europa se ha justificado a causa de los “refugiados”. Solamente en el verano de 2015 llegaron a Alemania, un millón de “refugiados” en unos pocos meses. La excusa era “humanitaria”, pero si este país admitió a esa cantidad desmesurada fue simplemente por motivos económicos (para reajustar el valor estadístico de los salarios después de las devaluaciones de la moneda chica).
4) Los simpatizantes del DAESH en Europa desencadenaron oleadas de atentados en apoyo del “califato” y enviaron miles de combatientes yihadistas a la zona que demostraron que en el siglo XXI el único terrorismo que se ha experimentado en el continente es de matriz yihadista.
 
Luego veremos cada uno de estos elementos con más detalle. Vale la pena advertir que si realizamos este estudio es ante la imposibilidad de entender el contenido de “webs de referencia” (Wikipedia y otras) en las que la abundancia de información contribuye, una vez más, a ocultar lo esencial y, sobre todo, a evitar extraer las conclusiones correctas. La Guerra Civil Siria ha sido el episodio de mayor trascendencia internacional desde que en 2001 los EEUU decidieron intervenir directamente en la zona, exterminar al gobierno de Saddam Hussein, pensando que podían apropiarse y garantizar los inmensos recursos petroleros de Oriente Medio. Su resultado indica que, a 30 años del final de la Guerra Fría, el vencedor de entonces, ha sido el derrotado ahora.

> CONFLICTOS SUPERPUESTOS EN EL MISMO ESCENARIO

La Guerra Civil Siria no fue una guerra preparada desde el interior contra un régimen tiránico y atrasado. Fue un conflicto inducido desde el exterior, inseparable de las “primaveras árabes” que cambiaron el mapa de buena parte del Norte de África. Las “primaveras árabes” se presentaron en Occidente como un deseo de “democratizar” las zonas en donde estallaron. Era falso: los movimientos que se produjeron en Argelia, Túnez, Libia, Egipto y Siria, era evidente que no iban a conducir a una democracia “a la occidental”, sino que iban a tener a un único beneficiario: el fundamentalismo islámico.

En la mayoría de esos países el islamismo era el principal grupo social de oposición (otro tanto ocurría en Siria, donde el régimen laico de los el-Asad, tenía el apoyo de cristianos, chiitas y alauitas, pero no del grupo religioso mayoritario, los sunnitas). Derribar a gobiernos estables o que, al menos, mostraban beligerancia contra el fundamentalismo islámico, no iba a suponer “democratizar” estos regímenes, sino generar una situación caótica en la que los únicos beneficiarios iban a ser los sectores fundamentalistas. ¿Y eso por qué? Por que pueblos atrasados, con un altísimo grado de atavismos religiosos, con un capitalismo poco evolucionado, sin apenas clase media, nunca iban a generar democracias formales y porque, como ya se había demostrado en Argelia en los 90, el factor religioso era el determinante.

Movimientos de este tipo resultan de la confluencia de distintos factores.
- Unos son factores objetivos (sentimiento extendido en esos países de crisis y pobreza que generó el crecimiento del islamismo radical, deseo de cambio, explosión demográfica y falta de expectativas de los jóvenes).
- Otros son factores subjetivos (ambición de políticos de oposición, intereses económicos contrapuestos de grupos que creen que sus intereses mejorarían en otras circunstancias) y
- Finalmente existen factores externos (que derivan del intervencionismo de gobiernos extranjeros que pretenden jugar una partida estratégica en zonas geográficas concretas).
Para que se produzca un cambio es preciso que estos tres elementos estén suficientemente desarrollados y presentes. Lo que nos han contado, por ejemplo, los medios de comunicación en el caso de Libia es que las primeras manifestaciones de protestas a principios de 2011 fueron reprimidas violentamente y que esa violencia contribuyó a que el pueblo libio intentara liberarse de un dictador que, por espacio de cuarenta años había tenido atenazada a la sociedad. Así pues, lo ocurrido en Libia -caso extremo en aquellos momentos, luego solamente superado por la Guerra Civil Siria- no fue más que un “movimiento popular”. Error.

Desde el principio, las “primaveras árabes” fueron programadas en los laboratorios de inteligencia de dos potencias: EEUU y Francia. A eso contribuía el hecho de que Francia estuviera dirigido por un presidente mediocre, sin nociones de política exterior y con una sociedad desmoralizada y con una polarización de la oposición en torno al Front National, lo que implicaba que debía de hacer algo en política exterior de lo que todos los ciudadanos franceses estuvieran orgullosos: restaurar la democracia en Libia, supondría acabar con una dictadura y ganar un aliado estratégico en el Magreb, a la vista de que la influencia francesa había disminuido, hasta evaporarse en Argelia y Marruecos. Fue Francia, la que, a diferencia de otras “primaveras árabes” quiso actuar mediante ayudas a rebeldes, facilitando dinero, armas y asesoramiento, transfiriendo cantidades para lograr deserciones de jefes militares próximos a Gadafi y para reclutar fuerzas que pudieran hacerse con el control del país. Pero,  destruyendo al régimen de Gadafi, se destruyó un “poder” que mantenía estable a la zona. Gadafi no era más despótico que otros gobiernos del Magreb, en donde la democracia, tal como se entiende en Europa es pura ficción. Pero, lo cierto es que el petróleo es lo que “quemó” a Gadafi. Eso y sus veleidades nacionalistas: a diferencia de el-Asad que permitió el establecimiento de bases rusas en el mediterráneo sirio (en Latakia y Tartos) y, por tanto, recibió la ayuda que le ha permitido sobrevivir, Gadafi fue siempre remiso a la presencia de asesores soviéticos y a una excesiva aproximación a Rusia. Este país, por su parte, consideraba, además, que Libia estaba alejado de su zona de influencia y conocía las veleidades nacionalistas y panarabistas de Gadafi que no entraban en su diseño estratégico: por tanto, simplemente, lo dejó solo a merced de los intereses franceses y de los mercenarios pagados por Hollande.


En Siria, lo que hemos visto ha sido un choque entre partidarios de un poder laico (el-Asad, el baasismo sirio, las ramas del cristianismo sirio, los alauitas (a los que pertenece el propio el-Asad) y la mayoría sunnita del país (un 70%) que opinaban que, al ser mayoría, Siria debía estar en sus manos. Hay que recordar, por lo demás, que tras estos grupos sunnitas se encontraban las fracciones más extremas del radicalismo islámico (un 20% de los sunnitas han apoyado al DAESH). Por su parte, los kurdos del norte de Siria, esperaban la ocasión para reivindicar el Estado Kurdo en el Norte del país.

Ninguna de estas dos fuerzas, por sí mismas, se hubiera sentido lo suficientemente fuerte como para intentar la aventura de una guerra civil, pero sí desde el momento en el que detrás de cada una de estas fuerzas se situaban intereses de otros países.

En cierta medida, los apoyos a cada una de las partes derivaban del fraccionamiento religioso del mundo islámico dominado en la zona por el enfrentamiento entre los poderes regionales: la Arabia Saudí, salafista (esto es, rigorista en materia religiosa), que apoyaba a los sunnitas sirios) contra el Irán de los ayatolas chiitas. De hecho, Arabia Saudí ha alimentado a los grupos armados de la oposición a al-Asad (concretamente a las milicias yihadistas).

Estaba claro que otro país, Turquía, iba a estar interesado en los sucesos de la zona: lo que pretendía evitar es que el norte de Siria se convirtiera en base de operaciones del PKK kurdo contra la integridad del territorio turco. Y este era el factor que se había escapado a los programadores de la “primavera árabe” en su versión Siria y que tendría unas consecuencias catastróficas para los EEUU y para la OTAN.

Porque, a pesar de que el conflicto tuviera una deriva local (luchas por el poder en Siria, que, en realidad era una lucha entre laicistas e islamistas), a pesar de que era inevitable que las dos potencias regionales (Irán y Arabia) entraran en el conflicto mediante fuerzas interpuestas, lo cierto es que, finalmente, en la zona se dirimían también los intereses entre
- los EEUU (deseoso de asegurarse el suministro de petróleo -el hecho de que Siria albergue grandes reservas de petróleo y de gas y el hecho de que sea el “frente mediterráneo” del mundo árabe, eran los factores determinantes para el interés de los EEUU que, además, en segundo lugar, generando un cambio de gobierno en Siria creían contribuir a la seguridad del Estado de Israel)
- y Rusia (país que no podía tolerar una espina clavada en su flanco sur que formara parte de la cadena de contención histórica que el mundo anglosajón siempre ha impuesto a Rusia, cerrándole la marcha hacia los mares cálidos).
Así que, a fin de cuentas, la Guerra civil Siria formaba también parte del conflicto entre dos visiones de la política internacional: el unilateralismo norteamericano y el multilateralismo ruso aparecido con el gobierno de Vladimir Putin.

Es sobre la base de estos elementos cómo debemos de analizar lo ocurrido en los casi diez años de Guerra Civil Siria. Ha vencido Bashar al-Asad… pero también, con él se ha impuesto Irán a Asabia Saudí. Y, sobre todo, ha vencido Rusia que ha descompuesto el flanco sur de la OTAN, logrando acuerdos directos e históricos con la Turquía de Erdogan.

En cuanto a Europa ha sido el “gran mudo”, el “actor ausente” que contribuye a confirmar que la “política exterior y de seguridad común de la Unión Europea” (PESC) es una ficción tan inofensiva como inexistente, tan tenue como y frágil como el resto de los acuerdos de Maastrich (1993), nacida de aquel pacto apresurado y poco meditado y en vigor actualmente.