viernes, 10 de enero de 2020

Alemania 1930: 107 diputados con camisa parda (4 de 10) - EL IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA CRISIS DE 1929


Con el inicio del otoño de 1929 se inició también la recesión económica internacional. Dos factores desencadenados por esta crisis influyeron decisivamente en el inicio de la última etapa de la República de Weimar. De un lado, el retroceso del comercio mundial, con el consiguiente descenso de las exportaciones, las quiebras de empresas y el aumento del paro. De otro, el corte brusco de los créditos llegados el extranjero que habían servido, especialmente para que los ayuntamientos pudieran llevar a cabo obras públicas locales, se contaron en seco, aumentando el paro. Para colmo, los precios de los productos agrícolas experimentaron un descenso en todo el mundo. Gobernaba en ese momento Alemania la socialdemocracia a cuyo frente estaba el canciller Hermann Müller el cual adoptó las primeras medidas de ahorro y contención del gasto público.

La discusión principal a finales de 1929 y durante la primera mitad de 1930 en Alemania, fue qué grupos social debía soportar los efectos de la crisis. EL SPD se encontraba dividido al respecto: el ala conservadora decía que “todo el país”, el ala izquierda señalaba a los capitalistas y a la alta burguesía.


Bruscamente el pueblo alemán entendió con esta discusión de fondo que todos sufrirían las consecuencias. Esto fue lo esencial y el factor diferencial de la crisis del 29 tal como se planteó en Alemania en relación a otros países. La discusión que se produjo en el interior del gobierno socialdemócrata no era una discusión entre partidos, sino en el seno mismo del gobierno a partir de la cual se produjo un fenómeno psicológico que renovó el miedo que había sacudido Alemania después de la guerra, que se había renovado con la paz de Versalles, que había vuelto con la ocupación el Ruhr y había estado siempre presente especialmente en los primeros años de la República entre el golpe de Kapp, las operaciones de los freikorps y las frecuentes insurrecciones bolcheviques. La crisis en Alemania fue muy real (como en el resto de Europa), pero tuvo sobre todo una dimensión psicológica que alcanzó a todo el país y a todos los grupos sociales que lo componían.

No era para menos: en el mes de septiembre de 1930 se llegó a los tres millones de parados. Realmente poco, porque un año y medio después se había sumado millón y medio más. Y en septiembre de 1932 habían llegado a cinco millonesCuando Hitler llega al poder son ya seis millones de parados. 

Esto implicaba que una familia de cada dos se vio afectada por la crisis. Más de quince millones de personas recibieron algún tipo de ayuda pública para poder sobrevivir y paliar apenas el hambre. Los suicidios se convirtieron en una forma habitual de morir especialmente entre banqueros y empresarios, pero también entre las clases medias, incluidos empleados y jubilados. Hubo familias enteras que optaron por esa vía. La natalidad se frenó en seco y la población de las grandes ciudades empezó a descender. Una sensación de caos, de fin de ciclo y de locura se apoderó de toda la sociedad alemana. Como suele ocurrir en estos casos y como Spengler había previsto, el retroceso de la religiosidad tradicional que se había producido en los años veinte, no fue reemplazado por una ola de racionalismo, sino por la irrupción de todo tipo de cultos estrafalarios y, especialmente, por la proliferación de videntes, magos, espiritistas y quirománticos que adivinaban el futuro a buen precio.

Nadie entendía cómo era posible que se hubiera llegado en poco tiempo a esos extremos de desintegración social e inseguridad. Solamente Hitler entendió lo que estaba ocurriendo y fue capaz de dar una respuesta simple a un problema complejo: de ahí su éxito a partir de ese momento.

Ahora era cuando, verdaderamente, tenía un caballo de batalla que no era como el Plan Dawes o el Plan Young, difíciles de explicar a unas masas que creían que se estaban recuperando de la crisis de la postguerra y que permitían solamente argumentos que podían satisfacer a los nacionalistas: ahora estaba ante una crisis de toda la nación. La campaña contra el Plan Young le había permitido ser conocido en todos los rincones de Alemania, pero solamente había logrado interesar a un 13,4% del electorado, al sector sensibilizado por lo que suponía el pago de las indemnizaciones de guerra; ahora los argumentos eran casi los mismos o parecidos, pero aplicado a un tema que todos, absolutamente todos, los alemanes percibían como el problema central de sus vidas y ante los que el resto de partidos no estuvieron en condiciones de reconstruir un discurso coherente en ningún momento.

Hitler dijo a los alemanes que sus miedos y sufrimientos estaban causados por la guerra perdida, por la paz de Versalles, por el afán de lucro y el espíritu de usura de la banca y del gran capital, por los empréstitos llegados del extranjero y por la existencia de una clase política degenerada e incapaz de sentir ni patriotismo, ni saber lo que era la “comunidad del pueblo”. Fue la campaña en la que Hitler más atacó a la banca y al capitalismo, junto a sus habituales invectivas contra el bolchevismo.

El discurso era atractivo en la medida en que conjugaba tradición y revolución. El objetivo era Weimar, la República y quienes la habían gestionado hasta entonces. Se lo podía permitir: a fin de cuentas, el NSDAP, a diferencia del resto de partidos que hasta ese momento habían participado en algún momento en alguna de las coaliciones de gobierno, era virginal en este sentido. Nadie podía reprocharle nada. Nadie podía responsabilizarlo de ninguna medida. Al resto, en cambio, sí: a unos de transigencia, a otros de aventurerismo, a todos de gobernar al margen de la “comunidad del pueblo”.