Infokrisis.- Su figura ha sido tratada hasta la saciedad por novelistas y se han filmado incluso dos películas recordándole, los estudios históricos sobre su figura han proliferado y no se descarta que en el futuro genere nuevo interés pues, no en vano, no todos los días la historia alumbra de un Lope de Aguirre. Personaje nietzscheano por excelencia, megalómano, Caro Baroja dice de él que es un personaje de gran guiñol y añade que los Aguirres de Oñate frecuentemente ven relacionado su apellido con el lobo (lupo, Lope), que se asocia al apellido Lope. El lema que acompañaba al escudo “Omnia si perdideris, famam servare memento” (“Aunque pierdas, recuerda de mantener tu fama”). Cuando en el siglo XVI un animal estaba asociado al escudo nobiliario de una familia equivalía a que reconocer que ese animal iba a tener gran importancia en la vida de ese linaje. Se trataba de un resto de las antiguas creencias totémicas. Había en Lope de Aguirre mucho de lobo.
Que fue un guerrero no cabe duda. Como buena parte de la caballería y de la nobleza medievales, tenía cierta ilustración y había leído a los clásicos, él mismo en sus escritos –especialmente en su archifamosa carta a Felipe II- se expresaba con claridad y finura; incluso tenía buena letra y suele utilizar latinismos en sus escritos. Conocía así mismo, la política de Felipe II, lo que indica que estaba al cabo de la calle de la actualidad de su momento histórico. Pero, sobre todo, él se consideraba un guerrero y, como recuerda Caro Baroja, practicaba cierto desdén hacia los “ombres ceuiles”. En sus horas más sombrías seguía recordando ese linaje de guerreros al que pertenecía. Decía por ejemplo: “Yo bien sé que me tengo que condenar pero en el infierno no tengo yo de estar con la gente bahúna, sino con Alejandro Magno, con Julio César, con Pompeyo y otros príncipes del mundo”.
Cuando Lope de Aguirre nace (1510) estamos en pleno Renacimiento, pero en los altos valles de Guipúzcoa se viven todavía conceptos propios de la Edad Media. Lope de Aguirre es, ante todo, un guerrero impregnado por esos conceptos y especialmente por el deseo de demostrar su valor y temple. A esto se le llamaba “más valer”. El concepto de igualdad era completamente inexistente para la humanidad medieval y solamente existía un régimen estricto de jerarquías en función de méritos adquiridos. La aspiración de un guerrero era “valer más” que cualquier otro. Dice Lope de Aguirre en su carta a Felipe II: “En mi mocedad pasé el océano a las partes del Pirú, por valer más con la lanza en la mano y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien”.
Un guerrero medieval no podía concebir ni el honor ni la jerarquía sino era en función del concepto de “más valer”. Cualquier hazaña se realiza para “valer más”, todo acto de heroísmo o de servicio no tiene otra justificación más que demostrar el propio temple. El propio Aguirre recalca este concepto en su carta a fra Francisco Montesinos: “… porque después de creer en Dios, el que no es más que otro, no vale nada”. En la cúspide de la pirámide jerárquica se encuentra el guerrero que vale más que cualquier otro, en la base el que no vale nada. Cuando se demuestra la propia valía, la cúspide de la jerarquía aceptar el acto de afirmación personal con su reconocimiento explícito.
Lope de Aguirre de había criado en este concepto que vivió intensamente por lo cual reaccionó de manera desaforada ante lo que juzgaba era la indiferencia y la falta de reconocimiento a su valía por parte del emperador Felipe II. Lope juzgaba que había sido tratado injustamente por el emperador que había desconocido su valor en las guerras del Perú. Desde 1531, Lope de Aguirre había puesto pie en el nuevo continente siguiendo a Rodrigo Buran, para enrolarse luego junto a Cristóbal Vaca de Castro y participar en algunos enfrentamientos cuando ya su fama de aguerrido, pendenciero y exaltado se había extendido por el virreinato. Se enfrentó a Gonzalo Pizarro para liberar al enviado de Felipe II y aplicar las Leyes Nuevas que debían liberar a los nativos. En los enfrentamientos, Lope resultó herido en el pie derecho y la explosión de un arcabuz defectuoso le quemó las manos. Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes, fueron finalmente derrotados en 1546 cuando Lope de Aguirre era sargento mayor y se había desplazado a Nicaragua.
En 1551, al regresar a Potosí, cometió un abuso sobre unos indios lo que le valió ser procesado. En su defensa alegó que era “hidalgo de buena familia” lo que no impidió que fuera azotado públicamente por orden del juez Francisco de Esquivel al que perseguiría durante tres años y cuatro meses a lo largo de 6.000 km hasta matarlo, episodio por el cual fue declarado culpable en rebeldía.
Vázquez describe así a Lope de Aguirre: "Fue hombre de casi cincuenta años, muy pequeño y poca persona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los ojos que si miraban de hito le estaban bullendo en el casco, en especial cuando estaba enojado… Fue gran sufridor de trabajos, especialmente del sueño, que en todo el tiempo de su tiranía pocas veces le vieron dormir, sino era algún rato del día, que siempre le hallaban velando. Caminaba mucho a pie y cargado con mucho peso; sufría continuamente muchas armas a cuestas; muchas veces andaba con dos cotas bien pesadas, y espada y daga y celada de acero, y su arcabuz o lanza en la mano; otras veces un peto".
Es muy probable que fuera la sentencia del juez de Esquivel la que tendría un extraordinario impacto emocional en Lope de Aguirre mucho más que los azotes a los que fue sometido. A través de esa sentencia se demostraba que sus esfuerzos por “más valer” no habían sido tenidos en cuenta, sus méritos pasados no habían logrado borrar su culpa presente, ni sus múltiples heridas al servicio de la corona, ni siquiera su apoyo a la legalidad vigente frente a los nobles levantiscos.
Cuando en 1560, el virrey Andrés Hurtado de Mendoza organiza una expedición para buscar El Dorado, estaba claro que su intención era deshacerse de los antiguos combatientes curtidos en las guerras civiles, algunos empobrecidos y otros como Lope de Aguirre, simplemente resentidos por no haber sido reconocido su “más valer”. Las posibilidades eran dos, que encontraran la mítica ciudad y el brusco enriquecimiento les hiciera sentar la cabeza, o simplemente que todo fuera un mito y murieran en la aventura. Tal fue la innoble motivación que originó la famosa expedición de “los marañones”.
En total no llegaban a 1000 hombres de los que solamente 300 eran españoles siendo el resto esclavos negros y sirvientes indios. Cuando Lope de Aguirre sintió bajo sus pies las aguas del río Marañón ya era un hombre con el juicio enturbiado y un odio cerval hacia la autoridad imperial y cualquiera de sus servidores. Era inevitable que Pedro de Ursúa, que comandaba la expedición fuera el objeto inicial del odio de Lope. Ursúa, por lo demás, había llevado a la expedición a su amante mestiza y pronto Lope extendió el rumor de que Ursúa desatendía sus obligaciones y estaba completamente volcado a su amante (lo que, por otra parte, parece que era cierto). Lope de Aguirre entendía que él valía más que Ursúa para encabezar la expedición, juzgaba que sus méritos eran muy superiores y parece milagroso que tardara un año, desde que se inició la expedición, en derrocar y asesinar a Ursúa.
Pero El Dorado parecía huir de los “marañones” y estos respondían a las calabazas del destino causando estragos entre las poblaciones que recorrían. Quizás el resentimiento, la brutalidad y la sensación de ser desconsiderado, fuera larvando a lo largo de ese primer año, agravado por las privaciones, los accidentes, las enfermedades y los choques con los indígenas que poco a poco fueron mermando la expedición. Puede pensarse en un clima de progresiva pérdida del sentido de la realidad y de enrarecimiento de las relaciones personales que debió agravar la locura incipiente de Lope de Aguirre. Y fue así como se llegó a la jornada del 23 de marzo de 1561 cuando Aguirre reunió a 186 capitales y soldados y les instó a firmar una carta declarando la guerra al Imperio Español, carta que él mismo firmó con el nombre de “Lope de Aguirre, el traidor” y que se preocupó de hacer llegar al Emperador.
La carta es una pieza de megalomanía pero con destellos de lucidez. Básicamente, la carta explica al Emperador que él y los firmantes “hemos salido de tu obediencia, desnaturalizándonos”. No se trata de una expresión habitual en el lenguaje de las armas del siglo XVI, pero sí tenía un sentido preciso: indicaba la voluntad de los firmantes de dejar de estar sometidos a la corona imperial y renunciar a tener a Felipe II como Rey y Emperador ¿Era admisible que en tiempos de Felipe II, alguien se “desnaturalizara”? Era posible, en efecto, hacerlo y así lo preveían las leyes medievales empezaron por el código de las Siete Partidas en donde se dice que la “desnaturalización” puede sobrevenir en cuatro supuestos: por una traición del vasallo, por culpa del señor que practica excesos y obliga a cargas insoportables vasallo, cuando el señor deshonra a la mujer del vasallo y, finalmente cuando alguna de las partes no respeta una decisión superior. Lope de Aguirre estima que es el segundo supuesto el que está justificado para romper con el Emperador de las Españas y es al que se acoge.
Caro Baroja ha demostrado que si bien la carta de Lope de Aguirre es un signo de desmesura y, por tanto, de locura megalomaníaca, la fundamentación jurídica y los argumentos que utiliza, no son los de un castellano del siglo XVI, pero sí los de un vasco del siglo XV, porque, nuestro guerrero era, un hombre de temperamento medieval, casi como alguien de otro tiempo perdido en un universo hostil que cada vez entendía menos y provisto de unos valores que cada vez quedaban más atrás en el tiempo y, por tanto, parecían más incomprendidos a la vista de todos.
Después de la firma de esta carta, la locura de Lope de Aguirre pareció desatarse. Sus hombres protagonizaron masacres en Isla de Margarita y en las inmediaciones. Era así como se forjaban los imperios y Lope de Aguirre quería uno en el que él estuviera en la cúspide. De todas formas tras asesinar a Ursúa no fue él quien se atribuyó la púrpura del nuevo emperador, sino Fernando de Guzmán al que luego, efectivamente, sustituía (y mataría). En ese momento, su violencia se ha convertido en algo peligroso para los suyos: la más mínima falta, o lo que a sus ojos es una falta, basta para decretar la ejecución. Llegó a prohibir a sus hombres murmurar y hablar en voz baja y mandará ahorcar a uno "Por abladorcillo" (utilizaba estos diminutivos con frecuencia, a otro lo ejecutó “por amotinadorcillo”), y a otros dos "Porque se hablaban de oído". Matará a la amante de Ursúa y también a muchos de sus hombres por simple capricho. Un biógrafo de Lope dice de su comportamiento es esos momentos: “Volvióse la bestia y tirano más cruel que ha habido en nuestros tiempos, ni en pasados, y lo que más admira, que con abominar los soldados aquellas impiedades, le temían tanto que no se atrevían ni a mirarle: mató a muchos; si se reían los mataba; si estaban tristes, los mataba; si se juntaban, los mataba; si se paseaban solos los mataba; no se ha visto ni leído semejante ánimo de demonio”.
En el colmo de la locura dirigirá una segunda carta a Felipe II, firmada en esta ocasión como “Lope de Aguirre el Peregrino y príncipe de la libertad”, y así como la primera anunciando su desnaturalización era grave pero respetuosa, esta es una aglomeración de insultos lo que redobló los esfuerzos de las tropas reales por capturarlo. Finalmente, cuando intentó conquistar Panamá, fue rodeado y aun tuvo tiempo de matar a puñaladas a su propia hija, Elvira, que le había acompañado en la aventura y tras matar a algunos de sus propios soldados otro de ellos lo tumbó de un arcabuzazo. Descuartizado, cada parte de su cuerpo fue enviado a una ciudad de Venezuela para que se lo comieran los perros. Se dice que en los últimos diez meses de aventura llegó a asesinar a 72 de sus propios hombres por los más fútiles motivos. Su tropa utilizaba cuatro banderas, dos de ellas negras, cada una con dos espadas cruzadas y la leyenda “Sigo”. Una de ellas fue expuesta en tocuyo junto a la cabeza enjaulada de Lope de Aguirre. Aun hoy en algunos lugares de Venezuela se dice que los fuegos fatuos que aparecen en ocasiones en los cementerios son el fantasma de Lope de Aguirre y de sus “marañones”. Felipe II prohibió que su nombre fuera mencionado…
Algunos, Bolívar entre ellos, han sugerido que Lope de Aguirre fue el precursor de las independencias iberoamericanas y que su “desnaturalización” precedía en 300 años a la formación de los Estados Nacionales independiente. Esto nos parece hilar demasiado fino. Lope de Aguirre acumulaba obsesiones paranoicas que hicieron que en el momento de su ruptura con la corona de España, su cerebro pareciera no distinguir ya bien de mal, realidad de sueño, independencia de colonialismo. Para realizar estas distinciones hace falta tener un cerebro en perfecto estado, lo que no era el caso de Lope de Aguirre cuando asesina a Ursúa, a Hurtado y a sesenta y tantos españoles más miembros de su expedición, entre ellos a tres clérigos. No es con los movimientos de emancipación nacional del siglo XVIII con los que conviene comparar la portentosa aventura de Lope de Aguirre sino con un fenómeno mucho menos heroico: la piratería.
Con menos cultura que Lope de Aguirre, los piratas del siglo XVII no eran sino disidentes religiosos ingleses, holandeses y franceses que sin haberse “desnaturalizado” formalmente (se trataba de una fórmula medieval que en el siglo XVII quedaba ya muy atrás), sí lo habían hecho en la práctica, intentando construir en el Caribe su “sociedad ideal”. Eran místicos y utopistas religiosos. El negro de su bandera con la calavera y las dos tibias son un emblema suficientemente significativo que nos dice mucho acerca de su inspiración. Es significativo que la bandera de Lope de Aguirre fuera negra, no con dos tibias sino con dos espadas cruzadas. El nombre que los piratas daban a su pabellón es "Jolly Rogers", sin que nadie haya sabido explicar el por qué. "Jolly", en cualquier caso, es la transcripción fonética de "Holly", sagrado; en cuanto a "Rogers" es posible que se trate de uno de los millares de extremistas religiosos que entre 1640 y 1650, huyeron de Inglaterra y se refugiaron en El Caribe, particularmente ubicados en Barbados y Jamaica.
Arruinados, aislados y exiliados de la metrópoli por sus ideales igualitarios y revolucionario, debieron de sobrevivir gracias a la piratería. Lope de Aguirre, no había hecho otra cosa: buscando su fortuna e intentando demostrar su “más valer”, la administración imperial no le había otorgado reconocimiento y fue entonces cuando se escindió de ella, pero en un afán de demostrar valores de justicia, improvisó un extraño ideario de igualdad que encontramos, así mismo, entre las ideas de los piratas del Caribe del siglo XVII. Aguirre, tras hacerse cargo de la expedición trató a los negros e indios de la misma forma que a los españoles y vascos. Instauró una igualdad de hecho. La piratería por su parte había realizado esos mismos ideales de igualdad a su manera. El capitán pirata era elegido en asamblea general. Podía ser revocado por cobardía o crueldad; se alimentaba del mismo rancho que sus hombres y todos tenían derecho a sentarse en su mesa. Antes de zarpar el capitán y la tripulación debían firmar un "contrato de caza" que definía las reglas, reparto del botín y distribución de la autoridad. Un "cabo de marineros" asumía la representación y defensa de la tripulación. A él y al capitán les correspondía una parte y media del botín, al resto de la tripulación una parte. Si el capitán fallecía, caía preso o daba muestras de incapacidad, lo sustituía un Consejo emanado de la asamblea general. Una parte del botín iba destinado a engrosar el fondo común. Al contramaestre le correspondía la administración de ese dinero que se destinaba a auxiliar a heridos, mutilados y jubilados. Los piratas recibían ayuda por la pérdida de un dedo, el brazo, piernas u ojos. El ojo era lo que más se tasaba. Nadie era embarcado contra su voluntad. Sin embargo, si aceptaba subir a bordo la disciplina era férrea y quienes no consentían ser sometidos a la ley común aprobada por todos, eran abandonados en islas desiertas o simplemente lanzados por la borda. Esa idea de “igualdad” absoluta era una derivada de sus ideales religiosos y utópicos. Y si bien el “igualitarismo” de Lope de Aguirre tiene otra matriz (el mundo para él estaba dividido entre quienes le apoyaban y quienes no le apoyaban y, por tanto, no tenía sentido hacer diferenciaciones de raza o clase).
Esta analogía entre Lope de Aguirre y la mentalidad de los piratas del Caribe, antiguos disidentes religiosos, merece ser estudiada con más detenimiento. Es evidente que en el caso de algunos “capitanes ilustres” (Daniel Defoe, que los conocía bien porque él mismo había sido disidente religioso y condenado a la picota por ello, escribió el libro Historia de los Capitales Ilustres en el que describe a los piratas más conocidos de su tiempo) estamos ante personalidades tan psicopáticas como mínimo como la de Lope de Aguirre. Barbanegra, Henry Morgan, Stiff Bonnet, Edward Teach, John Rackman, no ahorrarán crueldad y violencia. Barbanegra, cuyos ataques de furia homicida eran bien conocidos, encendía mechas en su barba para aterrorizan al enemigo. En cierta ocasión cortó los labios a un prisionero y se los comió; en otra cortó las orejas a un oficial inglés y obligando a comérselas con sal. Es imposible no evocar aquí los hombres que Lope de Aguirre asesinó con sus propias manos.
Tanto Lope de Aguirre como los piratas odiaban al orden constituido que les había impedido ser aquello que ellos pretendían ser. Los disidentes religiosos, antes de transformarse en piratas, habían querido forjar un mundo nuevo en función de sus creencias igualitarias, democráticas y libertarias. Al haber tenido que abandonar Europa, experimentaban un resentimiento hacia el viejo continente. Odiaban, en una palabra. Querían venganza contra una sociedad que no los admitía en su interior. "Revenge" (venganza) fue el nombre de muchos de los buques piratas (así se llamaba el de Barbanegra y también el de Steef Bonnet) y su grito de guerra. La piratería fue un fenómeno de revancha social, sangriento, irracional y luciferino. El pirata Bellamy tenía muy presente una concepción de la piratería como surgida de la lucha de clases; insultaba a unos prisioneros: "Marionetas rampantes que aceptáis ser gobernados por leyes dictadas por los ricos". Y luego añadía: "Esos crápulas nos condenan, cuando solo nos diferencia que ellos roban a los pobres amparados en sus leyes y nosotros saqueamos a los ricos amparados en nuestra valentía"… Estas palabras, hoy pueden aparecer como relativamente justas, pero hay que tener en cuenta que pronunciadas en el siglo XVII por asesinos sádicos y crueles, tenían un calado muy diferente que no deja de evocar a las razones por las que Lope de Aguirre se “desnaturaliza” y todo lo que le echa en cara a Felipe II.
Desencantados con lo que conocían, tanto los piratas como Lope de Aguirre intentaron reconstruir el mundo y adaptarlo a su particular horma. Para ello precisaban territorios nuevos: por eso, los piratas acuden en masa a la Isla de la Tortuga y para eso mismo, Lope de Aguirre aspira a conquistar un imperio más grande que el español. Era allí en donde debían de haberse creado ese “estado ideal” en el que unos y otros creían. En el de la igualdad absoluta en el caso de los piratas del Caribe y en la igualdad relativa de una tiranía en el que todos los súbditos son iguales pero sólo uno está por encima de todos ellos, al “valer más”, Lope de Aguirre.
Su locura parecía estar compuesta de una hipertrofia megalomaníaca de su personalidad y de una obsesión por la muerte. No le importaba que se hablara mal de él, simplemente quería que se hablara e hizo todo lo posible para dar que hablar. Si al guerrero le interesa la buena fama que pueda alcanzar, a Lope de Aguirre no le importaba la fama en sí misma, sin darle importancia que ésta fuera buena o mala. En cuanto a la obsesión por la muerte resulta evidente cuando mata a los hombres que han caído enfermos o simplemente los abandona en el camino. No le importaba morir e incluso en algún momento de delirio y fiebres pidió a sus hombres que lo mataran. Resulta sorprendente como estos –gente aguerrida y experimentada en los combates, sin duda la mayoría de ellos mucho más jóvenes que Aguirre- no siguieron su orden y lo remataron cuando no podía defenderse. Sus hombres le atribuían tratos con un demonio familiar que en el Renacimiento se creía que estaba al servicio de magos y nigromantes. Decían que sabía leer dentro de ellos gracias a ese demonio familiar y que por eso lograba descubrir conjuras y anticiparse a quienes le rechazaban incluso mucho antes de que ellos mismos se hubieran dado cuenta de que lo rechazaban.
Bolívar tenía algo de razón cuando consideraba a Aguirre un precursor de las independencias americanas. A fin de cuentas, los piratas del Caribe fueron los que aprovisionaron a las colonias norteamericanas cuando estas iniciaron la lucha por la independencia. En efecto, cuando Inglaterra insistió en mantener el monopolio del comercio con sus colonias, abrió el camino para que Boston, Rod Island, Nueva York, etc. fueran aprovisionadas por piratas, establecidos en Nassau y New Providence, a pocas millas de las costas norteamericanas. Poco a poco, los piratas trabaron amistad con gobernadores y con la oficialidad, sus precios eran los más baratos, sus mercancías las mejores. Y sería justo recordar aquí que si los piratas del Caribe fueron inicialmente disidentes religiosos, también los colonos del May Flower lo eran. Sus ideales eran democráticos y no es sin duda por casualidad que Jean Laffite, último "rey de Galvestone", pirata de pro, financió la primera edición del Manifiesto del Partido Comunista. Lo que empieza con una disidencia religiosa democrática, termina con un apoyo indisimulado a una religión laica colectivista. Es significativo que Aguirre adoptara, entre otros títulos el de “ira de Dios”, “Príncipe de la Libertad” y “Príncipe del Reino de Tierra Firme”… Lope de Aguirre, el guerrero loco del Amazonas, era un tirano, algo que nadie dudado y algo que el mismo tenía asumido y como todo tirano, sus crueldades se hacían en nombre de la igualdad y de la libertad.
Situado entre los mundos, el medieval y el preludio de los estados nacionales, Lope de Aguirre es una figura trágica y desequilibrada, casi como un Don Quijote de las Américas, sólo que mientras que éste era un personaje literario y sus andanzas apenas descripciones de una época, Lope de Aguirre que compartía locura con el Quijote se dejó arrastrar como sus hermanos de ideas, los piratas del Caribe, por la senda de una violencia demoníaca. Y en el inicio de la ruta se quedó su locura. Seguramente la aventura de Lope de Aguirre inspiró lejanamente a Josep Conrad en la creación de su Corazón de las tinieblas. Lo que para Conrad era el río Congo, para Aguirre era el Marañón. Descendiendo por río, en un ambiente progresivamente rarificado y en el que la razón, la lógica y el sentido común dejaban de tener espacio y significado, la brutalidad y el salvajismo del entorno convirtieron al “peregrino” en loco.
Pero, incluso en el centro mismo de su locura, Lope de Aguirre siguió siendo un guerrero, acaso porque no sabía ser más que guerrero. Tenía 51 años cuando murió poco antes de burlarse de un arcabucero que con su mala puntería sólo lo había herido. Era guerrero en otro de los títulos que le gustaba utilizar –“fuerte caudillo de la gente marañona”- y consideraba que la guerra era el motor de la historia: “desde el principio del mundo, los hombres la habían amado [a la guerra] y seguido y aun en el cielo la había habido entre los ángeles cuando echaron del a Lucífer”, había escrito. Caro Baroja recuerda su ideario: “La idea de que en una sociedad de conquistadores no debía de haber pleitos, sino que todo debía resolverse por armas y guerra, idea que sustentaba Aguirre y que escandalizó a muchos, es una idea vinculada a la de “más valer”, que a su vez, hemos de poner en conexión con el viejísimo concepto de “hybris” y otros similares como el de prepotencia”.
Lope terminó perdiendo la fe en todo y solamente la conservó en él mismo y en su fuerza. Algún autor se ha preguntado si creía en algo. En poco en realidad; había escrito: "...no creo en la ley de Dios ni en las sectas de Mahoma, ni Luthero, ni gentilidad y creo y tengo que no hay más que nacer y morir". Su mismo concepto de Dios era el propio de un guerrero. En la lengua vasca –que tanto utilizaba Lope de Aguirre- llama a Dios “Jaungoikua”, siendo “jaun” la partícula que equivale a “señor”. Por tanto, hablando con propiedad, en vascuence, “Jaungoikua” no es el “padre eterno”, sino el “señor eterno”. Esta concepción del dios como un “señor” al que se le debe fidelidad, lealtad, obediencia y vasallaje, está en el origen del catolicismo vasco medieval que compartía Lope. Pero como buen guerrero, no duda en blasfemar, maldecir y abjurar de ese Dios como lo había hecho de su emperador Felipe II. “Dios, si algún bien me has de hacer, agora lo quiero y la gloria guárdala para tus santos”, dijo a sus capitanes y les animaba a romper los mandamientos: “Decía que no dejasen los hombres, por miedo de ir al infierno, de hacer todo aquello que su apetito les pidiese, que sólo creer en Dios bastaba para ir al cielo y que no quería él los soldados muy cristianos, ni rezadores y sino que, si fuese menester, jugasen con el demonio el alma a los dados”. Murió creyendo, como otros guerreros locos, sólo en él mismo y en el poder de su espada.
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