Infokrisis.- El Diccionario de la Real Academia define la locura como privación del juicio, gran desacierto y acción inconsiderada, acción que, por su carácter anómalo, causa sorpresa y exaltación del ánimo producida por algún incentivo… Y al repasar el significado de la palabra, no podemos sino recordar algunos de los rasgos más extremos y paradójicos de la milicia. ¿Qué diablos hace una cabra en la Legión Española? ¿Y qué pensar de Reinaldo de Chatillon que alcanza Tierra Santa para redimir sus pecados y allí aumenta sus culpas asaltando caravanas completamente fuera de sí para romper una y otra vez treguas labradas trabajosamente? ¿Y qué pensar de aquel mayor de tropas aerotransportadas que animaba a hacer surf entre las balas en Vietnam y que tan bien retrató Coppola quizás porque realmente existió? ¿No hubo mucha locura entre nuestros conquistadores de América? ¿Y entre los supervivientes de las tropas de asalto alemanas que habían combatido en la I Guerra Mundial no fue una muestra de locura el que prosiguieran su angustiosa experiencia en las filas de los freikorps?
Muchas actitudes de la milicia no son comprendidas por la sociedad: ¿Para qué tanta disciplina? ¿Para qué ese machismo que tiende a llevar a consumos exajerados de alcohol? ¿Por qué proclamar ser “novios de la muerte”? ¿Por qué los mosqueteros eran considerados “gascones locos”? ¿Por qué un oficial de marines fuera de sí, William Calley, asesinará a mujeres y niños indefensos en Mi-Lay, Vietnam del Sur? ¿Es razonable que 300 espartanos aguantaran a pie firme a un ejército compuesto por 300.000 hombres en el paso de las Termópilas? Decididamente, parece haber mucha locura en la milicia. Sin embargo, aquí nos interesa la locura clínica, no la que deriva de una incomprensión del lenguaje militar por parte de la sociedad civil. Esa incomprensión suele darse entre casta y casta: ¿Por qué la casta sacerdotal practica la castidad? ¿Por qué ni una voz se alza dentro de los conventos de la trapa? ¿Por qué los menestrales tenían un lenguaje secreto propio de cada oficio? ¿Qué hace de un marino el que necesite estar en la mar? No son estas las incomprensiones que nos interesan ahora y a las que ya hemos aludido en otra parte de nuestra obra Milicia. Introducción a la tradición guerrera. Ahora toca aludir a la locura clínina, la que hace que existan guerreros que experimentan una realidad aparte, no solamente con otras castas, sino incluso dentro de su misma casta. Estos guerreros parecen vivir fuera del mundo, incluso, contra el mundo. Sus comportamientos son excéntricos, sus juicios descabellados, su agresividad salvaje e incontrolable.
En las líneas que siguen intentaremos explicar el porqué aparecen estos comportamientos. A qué se deben y cuáles son sus orígenes. Aludiremos especialmente a algunos guerreros suficientemente conocidos –Ungern Khan von Stemberg y Lope de Aguirre- para redondear nuestra tesis y terminar de ilustrar la figura del “guerrero loco”.
¿Por qué aparece la locura en el guerrero?
Existe en la milicia una facilidad para conocer la locura, no sólo por la irracionalidad de la experiencia bélica en sí misma -irracionalidad creciente a medidas que las destrucciones que provoca aumentan- sino por el proceso de entrenamiento para el combate. Este proceso, como hemos visto, se basa en reforzar tres nexos: el que une el guerrero a su unidad generando el sprit de corps, y, el que refuerza la cohesión interior del guerrero uniendo los principios de su “código” ético con su práctica en el ejercicio de la milicia y finalmente, el que supone reforzar las potencialidades del propio cuerpo y las reacciones reflejas e instintivas del mismo. Como todos los entrenamientos los practicados por la milicia son particulamente duros porque intentan modificar las pautas de comportamiento que el sujeto ha tenido hasta vestir el uniforme. De ahí que ese entrenamiento deba de ser, en ocasiones, brutal. No se enderezan troncos retorcidos, acariciando su corteza sino sometiéndolos a tensiones que romperán a algunos.
En la película La chaqueta metálica se muestra mejor que en cualquier otra el entrenamiento de los marines de los EEUU que no es diferente en relación a ningún otro cuerpo de élite. Se percibe perfectamente como el recluta debe renunciar progresivamente a su ego, renunciar a él cuando viste de uniforme y cuando está en combate. Solamente así emergerán actos reflejos, la unidad adquirirá sprit de corps y, por tanto, máxima eficacia. Algunos reclutas asumen perfectamente el entrenamiento; se diría que han nacido para responder eficazmente a las pruebas y al estilo a los que se someten. Otros cumplen y pasan las pruebas pero su interior parece impermeable a la milicia. Cumplem pero no creen. Cumplen por miedo, por no ser señalados por sus compañeros o cumplen por pura inercia, pero la milicia no ha logrado penetrar profundamente en su piel. No han nacido para la milicia: de hecho, el fenómeno no es nuevo, los menestrales medievales luchaban en defensa de sus ciudades, a pesar de que no habían nacido para luchas sino para producir bienes con sus manos. Y, finalmente, están aquellos otros que enloquecen con la experiencia. En la película citada, uno de estos, pasa de ser un “recluta patoso” a una “máquina de matar”… a costa de su locura. Y esa locura se proyecta contra el sargento mayor que la ha sometido durante 90 días a todo tipo de tensiones, privaciones, burlas y sufrimientos.
Detrás de estas distintas respuestas ante el entrenamiento militar, lo que existen son distintas potencialidades del individuo que o está interiormente más volcadas hacia la acción en unos casos, en otros hacia la contemplación y en otros hacia el trabajo sobre la materia. Cuando, a partir de la Revolución Francesa, aparecen los ejércitos de leva, se desconoce el hecho de que hay caracteres y mentalidades que no están volcadas a la acción y que por tanto no tienen la misma respuesta ante el entrenamiento militar. Y en algunos de estos algo parece romperse interiormente.
El entrenamiento militar tiende a romper el ego del recluta como hemos visto en nuestro artículo sobre las “novatadas”. El ego impide que el soldado se sacrifique, que contemple a sus compañeros como una parte de sí mismo, el ego le hace pensar con la cabeza, evaluar los riesgos de manera cerebral, olvidando las órdenes, la misión, los valores, el estilo, en beneficio de la supervivencia. No es eso lo que se le pide a un soldado sino que muera y mate cumpliendo órdenes. Y para ello su ego debe desaparecer. En el momento en que el entrenamiento militar tiende a disminuir el vínculo del ego con la personalidad del guerrero, se produce un vacío que en situación normal es cubierto con la salida a la superficie de valores más profundos anidados en la personalidad del guerrero: el estilo, la impersonalidad, la implacabilidad, los valores propios de la tradición guerrera que también hemos analizado en esta serie de artículos.
Pero ¿qué ocurre cuando lo que sale a la superficie no son los valores del guerrero sino los aspectos más siniestros y macabros del subconsciente? ¿Qué ocurre cuando al vaciado del ego, el subconsciente emerge brutalmente sacando a la superficie los oscuros horrores allí aninados y que han hecho que en las civilizaciones tradicionales el subconsciente fuera sinónimo de las oscuras profundidades del mar poblado por monstruos desconocidos? Entonces lo que sobreviene es la rotura del razonamiento lógico, el eje de la personalidad se desplaza a las profundidades del subconsciente y algo se rompe dentro del sujeto. Algo que no puede controlar se apodera de su ser, lo gobierna y le obliga a comportamientos incomprensibles para otros.
¿Qué rasgos tiene la locura en el guerrero?
El entrenamiento militar ha generado una sobrecarga en el circuito existencial del individuo y, finalmente, lo ha quemado. Más allá sólo hay la locura. El entrenamiento ha cumplido su parte: el recluta ha ganado en instintividad, en fuerza, en destreza en el manejo de las armas, pero al estar al servicio de un subconsciente desencadenado, todas estas habilidades se convierten en soportes de un salvajismo y de una brutalidad que les hace cometer las mayores tropelías y destrucciones. Un impulso incontenible hacia la destrucción, un impulso ciego, brutal, innecesario e injustificado, sale de su interior. Y ese impulso tiene un color: el rojo.
Es frecuente entre los practicantes de artes marciales el que en el curso de los entrenamientos tengan la exteriencia de una “luz interior” que parece invadirles y se apodera de ellos, como si se tratara de un fogonazo de luz blanca extremadamente que, lejos de impedir la visión, parece otorgar una mayor lucidez y efectividad en los movimientos. Es fácil precisar de dónde viene esa “luz”. La eficacia del entrenamiento en artes marciales se basa en transferir el eje de la personalidad, del cerebro al “corazón”, esto es de los impulsos intelectivos y racionales, a los emocionales e instintivos que se considera como anidados en el “corazón”. Esto implica relajar la actividad cerebral al máximo. La relajación facilita el que la sangre llegue a zonas del cerebro que hasta ese momento habían tenido poca o ninguna actividad. Y esto es lo que genera la sensación de aparición de una luz interior, un fenómeno que fue estudiado hasta la saciedad por Mircea Eliade en varias de sus obras.
No es precisamente “luz blanca” la que emerge del interior del guerrero loco. Es una luz “roja” la que se percibe en muchos testimonios, incluso banales: “lo ví todo rojo”, suele decir el criminal que en un raptus ha asesinado a alguien; es rojo el color de Marte el dios de la guerra; es rojo el color que más excitación y enervamiento produce según la psicología moderna; es el rojo de la sangre; el rojo al que se asocia habitualmente la furia desencadenada y la agresividad sin límites.
El guerrero que cumple con su deber manteniendo su posición hasta la muerte, o cargando a la bayoneta contra el enemigo, experimenta también una furia que le lleva fuera de sí a asaltar una posición o defendiendo otra, pero esa furia está modulada por el mando: durará too el tiempo que dure el asalto, durará todo el tiempo que el mando tarde en dar la orden de retirada o la orden de salir de la trinchera. La furia en el guerrero es una furia controlada, orientada y dirigida por las necesidades tácticas y que el mando tiene capacidad para regular. En el guerrero loco, esa furia es incontenible, está fuera de cualquier control y no atiende a órenes, se alimenta el subconsciente, allí encuentra su combustible y no hay nada más allá del ese pozo de los horrores quien pueda aplacar una furia demoníaca.
El guerrero loco mata y no le importa morir en el curso de su furia. Así como el guerrero ha visto como su ego es destruido y eso redunda en la afirmación de su valor y de su desprecio a la muerte, en el guerrero enloquecido este rasgo está también presente, pero sometido a actitudes excéntricas, su furia no está sometida a un plan estratégico ni supone el desarrollo de una operación táctica en la que valga la pena exponer la vida, su potencial destructivo está orientado contra todo y contra todos, incluso contra él mismo. El guerrero loco no piensa, pero actúa en función de su capacidad destructiva, intenta matar a otros, incluso a él mismo, y no le importa siquiera matar a sus camaradas: el esprit de corps está presente no para la victoria sino sólo para la muerte, para la propia muerte.
Como toda locura, el guerrero loco manifiesta razonamientos excéntricos y una percepción conflictiva y continuada de la realidad. Es Lope de Aguirre encontrando razones para “separarse” de España y romper con Felipe II, es Guy de Lusignan manifestando una sumisión desmesurada y teatral en relación al Emperador de Constantinopla, es Unger Khan interrogando al futuro sentándose sobre la trinchera y recibiendo las balas del enemigo, son los guerreros nórdicos de la “horda sagrada de Odín” y los “berserkir” de las antiguas sagas poseídos por una fiereza más animal que humana y por el ímpetu destructivo del oso…
El guerrero enloquecido, después de su entrenamiento frustrado o que al menos ha tenido una salida imprevista, tiende a reforzar esa dirección siguiendo dos vías: o bien consumiendo drogas y alcohol, o bien mediante ritos totémicos.
La droga puede tener dos rasgos: o bien es expansiva y amplia las posibilidades de la personalidad, la hincha, la extiende, la proyecta de manera delirante sobre la realidad, o bien puede suponer una apertura a mundos oníricos. La cocaína y el alcohol formarían parte de las primeras, el haschisch y la heroína de las segundas. El guerrero prefiere siempre las drogas enervantes que para el guerrero loco se han transformado casi en un alimento de su furia interior. El haschish suele ser fumado por el guerrero: conduce artificialmente hacia un relajamiento y una paz interior que en ocasiones precisa como contrataste a su situación de tensión, de vigilia permanente y de estado de alerta. La heroína –o la morfina, su precedente atenuado- ha entrado en la milicia a través de la farmacopea. Los dolores de una herida se aliviaban instantáneamente mediante una inyección de morfina. Tras la I Guerra Mundial en toda Europa se produjo una oleada de adictos a la morfina, en general, antiguos soldados que habían sido tratados con este fármaco para aliviar sus dolores.
El guerrero es un hombre libre y, de la misma forma que solamente está sometido a una cadena de mando, también es libre en relación a la droga y al alcohol: nada hay en él de puritano, si quiere bailar necesita música y si quiere comer precisa alimento, pero si quiere inhibirse siempre tendrá el recurso a la droga o al alcohol. El alcohol además tiende a soldar las relaciones con sus camaradas y a reforzar el espíritu unión del pelotón. Pasar un porro de uno a otro compañero puede también contribuir a reforzar los lazos en el interior de una unidad. El problema es que, en tanto que hombre libre, el guerrero no puede estar ligado ni al alcohol, ni a la droga. Si es libre, nada, a la postre, debe atar su interior. Prescindir completamente o consumir, no es la cuestión, la cuestión es si se es libre en relación a la droga y al alcohol o si por el contrario uno termina siendo su esclavo.
En el guerrero loco toda esta relación se altera. La droga refuerza su impulsividad y destructividad, la mantiene en vigor, no es que la droga y el alcohol se hayan apoderado del guerrero, sino que llevan su locura hasta más allá de donde se hubiera mantenido de no resultar estimulado.
La locura es el desorden completo, la anarquía total, mientras que mantener el juicio equivale a una posición de orden y estabilidad. El guerrero loco es lo más alejado del orden que pueda concebirse. La orden y el lenguaje lacónico, tan apreciados en la vida militar, callan y palidecen y en su lugar aparece el desorden autodestructivo carectizado por guturalismo, alaridos y maldiciones. No es el dios de la guerra quien se manifiesta a través del guerrero loco, sino las furias y erinias de la mitología clásica, fuerzas primitivas, anteriores a la aparición de los dioses olímpicos, genios vengadores identificadas con la serpiente, con látigos y antorchas como símbolos y que rechazan tanto a los hombres como a los dioses.
© Ernest Milà – Infokrisis – Infokrisis@yahoo.es – http://infokrisis.blogia.com – Prohibida la reproducción de este texto sin indicar origen