¿Qué quieren que les diga? Me ha gustado eso de ver la “fiamma”
del antiguo Movimiento Social Italiano en las banderolas de Fratelli d’Italia, ganador
de las últimas elecciones generales en Italia, el país que ha tenido el valor
de reducir un tercio el número de diputados. Sí, ya sé que se trata de una
evolución post-post-fascista de la Alleanza Nazionale y que esta supuso la
liquidación de los viejos ideales del MSI. Incluso la ubicación de FdI entre
los conservadores y de centro-derecha europeos, me genera una repugnancia difícil
de disimular. Pero han ganado. Y para ganar han tenido que recurrir a los “valores
tradicionales”: familia, patria, religión, no al aborto, no al globalismo, no
al mundialismo, no al transhumanismo… Creo que ese es el techo de lo que puede
conseguirse hoy por vía electoral.
Está también claro que algunas de las tomas de posición que han acompañado a la campaña son prolongación de las que, en su día, tuvo el MSI... para bien y para mal. La campaña ha sido "atlantistas" y "occidentalista", como fue ayer la política oficial del MSI: defensa de Occidente a través de la OTAN. Ha desaparecido cualquier mención al corporativismo y a poner coto a los desmanes de los partidos. Todo ello ¿es un simple "imperativo legal" o es que se busca perpetuar la partidocracia? Y podríamos seguir con nuestra crítica repitiendo lo que otros amigos ya han mencionado. No es el caso.
Me gustan menos los acompañantes de la Meloni. Berlusconi,
convertido definitivamente en una máscara con la sonrisa congelada, casi un
personaje de videojuego, con unos retoques de cirugía en su rostro que
estremecen (¿dónde está eso de envejecer con dignidad?). Y, en cuanto a la Lega
Nord… no puedo olvidar que alguno de sus miembros se solidarizó con las
payasadas cometidas en Cataluña en los años de Puigdemont, aunque recuerdo
todavía medidas anti-inmigración tomadas por Matteo Salvini en su etapa de ministro, tan lógicas como racionales y anheladas por todos los europeos de bien.
Espero que este gobierno se asiente y logre gobernar una
legislatura completa. No tengo la menor duda de que en dos años, cuando tengan
lugar las Olimpiadas en París, las cosas se pondrán muy cuesta arriba para el
gobierno Macron. Si durante la final de la Champions París ya fue escenario de
un reguero de disturbios protagonizados por “la racaille”, inintegrada e
inintegrable, podemos imaginar lo que será dentro de dos años un evento que se
prolonga por espacio de quince días y al que acuden turistas incautos de todo
el mundo. Ni el gobierno Macron tiene la más mínima posibilidad de salir airoso
de esa prueba, ni la izquierda estará en condiciones de hacer valer una
alternativa que, en el fondo, no es más que una afirmación de debilidad y falta
de identidad. Veremos qué se ha hecho de Melenchon dentro de dos años.
Y, no digamos en España: el gobierno frankeinsteniano de Pedro Sánchez está desahuciado dos años antes de celebrarse las próximas elecciones. Nadie apuesta por él. Y cada declaración de algún socio de Podemos se salda con una nueva polémica: el “tope de la bolsa de la compra” de Yolanda-Petete, “los derechos sexuales de los niños” de la perturbada acampada en Igualdad, las reacciones histéricas a las bajadas de impuestos en autonomías del PP, todo eso contribuye a hundir más y más, cada día, cada hora que pasa, a un PSOE que, tras los “100 años de honradez”, los “40 de vacaciones”, vive otros cuarenta a corruptelas.
Muy difícil lo va a tener la izquierda para seguir gobernando en
España y, desde luego, para el PSOE el tiempo de las mayorías absolutas ya ha
quedado irremisiblemente atrás. De hecho, la única esperanza que le queda al
PSOE de apalancarse en parcelas de poder es que la victoria del PP en las
próximas elecciones no sea por mayoría absoluta y Feijóo pueda armar con el “PSOE-Page”
un gobierno de coalición. El gallego espera con eso realizar un viejo sueño de
la “realpolitik” española: la “gran coalición” para terminar de una vez y para
siempre con la centrifugación autonómica, y resolver la cuestión económica. A Feijóo,
todo lo demás le interesa poco (modificar la ley trans, la del aborto, la ley
de educación, la inmigración masiva…). Y vale la pena que el votante de la
derecha sea consciente en las próximas elecciones de a quién vota: a una
candidatura que mira como única alianza posible al centro-izquierda (el PSOE-Page)
y que tiene resquemor hacia sus hijos separados (Vox). Sin olvidar que Galicia
fue la autonomía dirigida por Feijóo que más celo puso en el cumplimiento de
las normas abusivas de vacunación, restricciones de movimientos y confinamiento
de los años de la pandemia. Feijóo puede parecer un “salvador”… siempre y
cuando se le compare con Sánchez esa extraña mezcla de perturbado
psicópata-suicida-killer de todo un país. Pero, no nos engañemos: es Feijóo,
otro hombre sin ideas, sin ambiciones y sin proyecto más allá de bajar
impuestos (lo que no es poco), racionalizar algo el gasto público y alejar a
los perturbados de Podemos del poder.
Pero lo cierto es que, en Europa se está produciendo un “giro a la
derecha”. Queda ahora la fortaleza alemana. Vamos a ver cómo resiste el
gobierno de coalición socialdemócrata-liberal-ecoloco el invierno que se
aproxima. Y, lo que es más importante, vamos a ver cómo reacciona la población
alemana y si está dispuesta a pagar una elevada factura de luz y gas para
solidarizarse con Ucrania. Alemania es -no lo olvidemos- un “país ocupado”. En
su territorio hay 40 bases norteamericanas. Que no son pocas. Cuando un país
tiene un ejército extranjero sobre su territorio, casi superior a sus propias
fuerzas armadas, que a nadie le quepa la menor duda: se trata de un país “ocupado”.
Colonizado, incluso. Y seguirá siéndolo mientras acepte el resultado de la
Segunda Guerra Mundial que no fue, insistimos, la derrota del Tercer Reich,
sino que supuso un a derrota de Europa, de toda Europa, incluso de los europeos
que creyeron figurar en el bando de los vencedores. Después, una serie de
partidos y de políticos que querían hacer “realpolitik” y aceptar los hechos
consumados (que el país tenía relativa autonomía, nula en política
internacional) y que no era cuestión de recordar esa sumisión, sino de soslayarla,
fueron convenciendo y autoconvenciéndose de que, a partir de la creación de la
República Federal Alemana en 1949, se abría un período nuevo. Pero no: lo que siguió,
incluso tras la caída del Muro en 1989, fue eternizar una situación de
ocupación permanente por parte de las tropas americanas.
Ha resultado significativa la reacción del gobierno alemán después
de que, de manera muy irresponsable, los polacos pidieran el pago de más de un
billón de euros para compensar los efectos de la guerra. La polémica se cortó
cuando el gobierno recordó que Polonia debería responder por los trasvases
forzados población de Prusia Oriental y por la expulsión de habitantes de zonas
tradicionalmente alemanas entre 1938 y 1945. Y es que, una cosa es olvidar
deliberadamente las situaciones reales incómodas en beneficio de una “realpolitik” que
permita ir gestionando el día a día, sin fantasmas ni obsesiones de “liberación
nacional” y otra, tocar el bolsillo en momentos de crisis, generando el que
afloren antiguos resentimientos, querellas y reivindicaciones guardadas en el
desván de la historia, pero nunca olvidadas.
Media Europa es ya de derechas. Es cierto que, en parte de Europa
-España incluida- esa derecha es liberal, mundialista, globalizadora y… poco
más. Y es también cierto que esa derecha tiende a converger con el
centro-izquierda para mantener el status-quo. Pero, a poco que nos fijemos, advertiremos
que, cada vez más, son los “partidos populistas” los que toman la iniciativa.
Hace veinte años, Fini y su Alleanza Nazionale eran el comparsa de Berlusconi. Ahora
es Berlusconi el que va detrás con su máscara plastificada y como mero acompañamiento.
Así mismo, en Francia, los resultados de las últimas elecciones presidenciales
-y lo que se avecina dentro de dos años- dejan pocas dudas sobre lo que
ocurrirá en el futuro: hoy Marine Le Pen está realizando una aproximación a Macron, apoyando
algunas de sus medidas. Mañana, de cumplirse el esquema italiano, será el centro-derecha
francés el que se veo obligado a cooperar con el Rassemblement National para salvar
lo salvable. Incluso en España, una experiencia Feijóo - PSOE-Page podría dar
lugar, en un siguiente proceso electoral, al desplome de las dos opciones y a
un formidable impulso a Vox, si sus costuras internas, las tendencias y las
sectas católicas que actúan en su interior, consiguen mantener su unidad. Y si
se rompe Vox, seguramente aparecerá una versión femenina de Marine Le Pen o de
Giorgia Meloni (¿Olona? ¿Ayuso independizada de Feijóo?)
A 99 años de la Marcha sobre Roma está claro que lo que está
avanzando en toda Europa no es “fascismo”. Es, claro está, “populismo”. ¿Y que
es el “populismo”? Respuesta: el límite máximo al que pueden llegar fórmulas
conservadoras mediante el parlamentarismo para afrontar los envites del
progresismo globalizador y mundialista. No es mucho, pero es algo. Lo hemos
dicho en muchas ocasiones: Podemos representa la ambición de arrojarse al vacío
mediante las cantinelas progres más perturbadas; el PSOE supone dirigirse al
vacío a buen ritmo; el PP de Feijóo no tiene intención de variar la dirección
-lo ha dicho en innumerables ocasiones- solamente que a un paso más lento; y,
finalmente, Vox sería la opción “populista” de quienes piden: “detengámonos
para reflexionar porque eso de caer por el abismo no es de recibo y hay que
rectificar”. ¿Cuál es la mejor opción? Parece bastante claro.
Si miran en la cabecera de este blog verán mi autodefinición: la
firmo y me reafirmo. Conservador consciente de que queda muy poco por conservar
y que se trata más bien de instaurar que de conservar. ¿Instaurar el qué? Los
valores tradicionales, por supuesto. Luego me defino como “revolucionario”. ¿De
qué revolución? De la del Orden, faltaría más. Porque vivimos en el caos y la
llegada de la derecha liberal al poder no supone más que un intento de restaurar
el “orden” en el terreno económico. Nada más. Luego, me defino como “anarca” en
la línea de Jünger: ¿Anarca? Sí, es aquel tipo que huye del pensamiento
masificado, que busca tener su centro dentro de sí y no exterior a él. Lo que
enlaza, por supuesto, con la definición de “apolítico” que completa mi
paradigma: la política no me interesa, nunca he valorado vivir de ella, ni me
interesa tomar partido por opciones por las que, inevitablemente, nunca podrás
poner la mano en el fuego, pero eso no implica que no me interese por la
política, simplemente, me mantengo distanciado de ella. Y eso es lo que
recomiendo a todos los amigos que durante veinte años han ido leyendo este
blog. Todo esto es lo que me sugieren los resultados electorales de ayer en
Italia.