Max Weber había aludido
a tres tipos de racionalidad: la estética, la moral y la científica.
Horkheimer, partiendo de esta base, piensa que la transformación
revolucionaria” tiene que tener a su lado, sobre todo a la “razón científica”.
Solamente así existirá más apertura mental y, por ello, más avances científicos
que acelerarán -al menos es lo que espera- más cambios sociales y más
“progreso”. Claro está que Horkheimer pensaba esto cuando todavía tenía la
convicción de haberse adherido a una “doctrina científica”, el marxismo. Como
todo esto dista mucho de ser evidente -también es posible que la razón
científica, en sí misma, divorciada de la razón estética y de la razón moral,
genere “ciencia sin consciencia” y, más que “progreso”, de lugar a situaciones
de quiebra social y de restricciones de las libertades- vamos a extendernos un
poco en las definiciones necesarias para entender esta parte de la Teoría
Crítica de la Escuela de Frankfurt.
Se entiende
por “razón”, la capacidad de pensar, elaborar conceptos, unirlos unos con
otros, hasta llegar a conclusiones “razonables”. Horkheimer la define así en el prefacio de
la segunda edición alemana: “El hecho de percibir -y de aceptar dentro de sí-
ideas eternas que sirvieran al hombre como metas, era llamado, desde hacía
mucho tiempo, razón. Hot, sin embargo, se considera que la tarea, e incluso la
verdadera esencia de la razón, consiste en hallar medios para lograr los
objetivos propuestos en cada caso”. Todo ello, a través del discurrir
mental. La “razón instrumental”, por tanto, será la posibilidad que tiene el
ser humano de utilizar la razón para adaptarse al mundo en el que vive y
satisfacer sus necesidades. Es, por tanto, una forma de pensamiento que está
vinculado a la “acción” y que toma en consideración objetos e ideas que
utilizará como medios para alcanzar los fines que se propone. La “razón
instrumental”, por tanto, puede ser asimilada a una forma de pragmatismo. Lo que
importa, sobre todo, el llegar a lo que se pretende, el fin, sin importar los
medios que se utilicen para ello. Horkheimer sostendrá que “Los objetivos que, una vez alcanzados, no
se convierten ellos mismos en medios son considerados como supersticiones”.
Y es en ese terreno en el que sitúa a la religión, a pesar de que cita la idea
de Hobbes de que los principios morales emanados de la religión son “socialmente
útiles, destinados a fomentar una vida en lo posible libre de tensiones, un
trato pacífico entre iguales y el respeto del orden existente”.
Otra
definición de “razón instrumental” estaría próxima a la idea de “utilidad”. El
valor de cada cosa, para nosotros, está relacionado con aquello para lo que
sirve. Una música puede servir para relajarse después de una jornada
agotadora, una tijera será el instrumento adecuado para cortar un papel.
Alguien que pensara en relajarse mediante una tijera o que esperase cortar
papel con una música, podríamos decir que es un ser “irracional” o alienado, en
la medida en que no logra encontrar la utilidad que corresponde a cada objeto.
Sostiene
Horkheimer que, la razón, en tanto que “razonable” niega, a sí misma, su
carácter absoluto. Para él, “razonable” es equivalente a “relativo”. Por eso se produce la
paradoja de que “los avances en el ámbito de los medios técnicos se ven
acompañados de un proceso de deshumanización. El progreso amenaza con destruir
el objetivo que estaba llamado a realizar: la idea del hombre”.
En 1947, apareció Crítica
de la Razón Instrumental, que reúne una serie de escritos publicados por el
autor a lo largo de la década de los 40. En su primera edición apareció con el
título de El eclipse de la razón que fue perjudicial para su recepción,
parecía sugerir que se criticaba a la razón. En realidad, no lo es, pero
Horkheimer optó por un título más “comercial” desde el punto de vista de los
profesionales de la filosofía. Horkheimer no ataca a la razón y no se sitúa del
lado de lo irracional, sino todo lo contrario, lo que pretende formular es una
autocrítica a la razón, desterrar la razón de cualquier forma de autoritarismo
que, nos dice, termina pervirtiéndola. Viajando al origen kantiano del término
razón, lo que pretende es criticar la razón mutilada y reducida a la razón
instrumental.
En el volumen se reúnen
escritos realizados al margen del Instituto de Investigación Social y de sus
trabajos sobre la reforma educativa. Menciona que fue un trabajo vinculado a la
elaboración de la teoría crítica y al estudio realizado con “mi amigo Adorno”, Dialéctica
del Iluminismo (del que dice que está “agotada desde hace mucho tiempo”,
cuando en realidad había tratado de retrasar lo más posible la reedición de la
obra que circulaba en múltiples ediciones pirata). El texto se basa en apuntes
tomados durante charlas y cursos realizados en la primavera de 1944 en la
Universidad de Columbia. A pesar de que, en Dialéctica de la Ilustración
parecía claro que Horkheimer y su “amigo Adorno”, circulaban por
carriles paralelos, pero con tendencia a separarse, aquí se obstina en
tender puentes hacia él: “Sería difícil determinar cuáles de los
pensamientos se debieron a él y cuáles a mi”, concluyendo: “Nuestra
filosofía es una sola”.
El libro, confiesa el
autor, es fruto de una decepción: “Con el fin del nacionalsocialismo -así
creía yo entonces- amanecería en los países progresistas un nuevo día, ya sea
mediante reformas o por una revolución, y comentaría la verdadera historia de
la humanidad. Junto con los fundadores del “socialismo científico” habría
creído que necesariamente, se extenderían por le mundo los logros culturales de
la época burguesa, el libre despliegue de las fuerzas, la productividad
intelectual, sin llevar ya el estigma de la violencia y la explotación”…
El error de
Horkheimer en esa época, consistía en creer -o haber fingido creer- que la
Segunda Guerra Mundial y la violencia que le acompañó fue solamente el producto
del nacionalsocialismo, cuando él y los “frankfurtianos”, gracias a sus
contactos con los servicios de inteligencia de los EEUU, las fundaciones y los lobbis
para los que trabajaron, se situaban en el vértice belicista en los EEUU y
fueron los que más instigaron el desencadenamiento de la guerra en Europa. Concedamos que la
situación de exilio (en realidad de autoexilio) y la condición étnica del grupo
“frankfurtiano” inclinó, de manera natural, por puros intereses instrumentales,
a colaborar en el esfuerzo bélico de los EEUU. Pero, al acabar el conflicto,
ese “mundo feliz” en el que creía (o decía creer Horkheimer) no se realizó:
inmediatamente se encadenó el conflicto entre el Este y el Oeste, entre los
EEUU y la URSS, en lo que se llamó la Guerra Fría.
Horkheimer,
inicialmente marxista, luego teórico del pensamiento crítico, toma partido, en
1967 -año en el que escribe el prólogo a la segunda edición alemana de la obra-
implícitamente por los EEUU: es un hombre desengañado, pero agradecido. Escribe en aquel
momento de violencia: “Sin embargo, lo que he experimentado desde aquellos
tiempos no dejó de afectar a mi pensamiento. Sin duda alguna, los Estados que
se llaman comunistas y se sirven de las mismas categorías marxistas a las que
tanto debe mi esfuerzo teórico, no se encuentran hoy día más próximos al
advenimiento de aquel nuevo día que los países en los cuales por el momento se
ha extinguido todavía la libertad del individuo”.
En los años 30,
Horkheimer pensaba que la técnica era una fuerza subjetiva, entre tantas, con
las que había que contar en la medida en que la ciencia cada vez se hacía más
presente en la vida de la humanidad. Por lo tanto, resultaba necesario integrar
en la teoría crítica y predecir los progresos científicos. Lo que le
preocupaba era que, en el ámbito científico, no se diera también la falta de
racionalidad que había detectado en los subproductos de la Ilustración que
identificó. Parece que quedó conmocionado por la explosión de las bombas de
Hiroshima y Nagasaki y por algunos programas de armamento alemán que aparecieron
en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Se reafirmó en la
neutralidad de la ciencia y en su concepción como producto de la razón, pero
también adquirió la convicción de que la aplicación de los principios
científicos podía estar guiada por la irracionalidad. Así pues, en la ciencia,
producto más depurado de la razón instrumental, la irracionalidad se filtraba,
al igual que en la Ilustración.
En esta
obra es en la que aparece retratado el concepto que la Escuela de Frankfurt se
forja de “felicidad”. La “felicidad” (en principio, la tendencia freudiana al placer
compensatoria del “thanatos”) venía dada por el dominio del ser humano
sobre la naturaleza. Sin este dominio no puede haber bienestar. Para crear un mueble
es necesario derribar un árbol, pera cultivar frutos es necesario roturar los
campos. Todo es, por tanto, dominio sobre la naturaleza y de eso depende de la
felicidad: siguiendo este razonamiento, la felicidad absoluta vendrá dada por el
dominio completo sobre la naturaleza (tesis que, en el fondo, ha sido recuperada
por el transhumanismo). Sin bienestar, no hay felicidad posible. El hombre primitivo,
cazador-recolector, en su cueva, difícilmente podría ser feliz. La historia
de la humanidad, para Horckheimer es una lucha por desbrozar el camino que
lleva a la felicidad y ésta, solamente puede ser, material: a diferencia de
Adorno, quien, en tanto que musicólogo, comprendía que una sinfonía podía
evadir al ser humano de sus problemas (recuérdese la orquesta del Titanic),
el autor de Crítica de la Razón instrumental, no concibe otra felicidad
más que éstq. Es lo que podríamos llamar una “concepción materialista de la felicidad”.
Dominar a
la naturaleza -y este es el drama- implica también dominar a los hombres que
forman parte de esa naturaleza. Incluso el científico que trabaja en algún proyecto que implique tal
dominio, sufre él mismo los resultados: “la historia de los esfuerzos del
hombre por sojuzgar a la naturaleza es también la historia del sojuzgamiento
del hombre por el hombre”.
En las
páginas de esta obra, está presente el espíritu del antiguo marxista,
consciente que el marxismo es incapaz de explicar, incluso, aquello que había
puesto más énfasis en elucidar: la historia, por ejemplo. Horkheimer se da cuenta de
que no podemos controlar la historia, ni las condiciones en las que se
desarrolla. Por eso, la historia humana es, al igual que la naturaleza, un
“objeto externo”. La historia no puede comprenderse porque, al igual que en las
demás ciencias sociales, no puede haber en ellas mismas explicación, en la
medida en que forman parte de la naturaleza, algo que la “filosofía de la vida”
alemana ya había planteado intermitentemente desde Hegel. La
imprevisibilidad e incontrolabilidad de la historia es el rasgo de esta nueva
etapa de la Escuela de Frankfurt.
Lo único que puede
realizar el ser humano ante la historia es ejercer una función “crítica” que le
permitirá entrever por dónde se ha filtrado la irracionalidad y, por tanto,
cómo conjurarla. La aplicación de la “racionalidad reflexiva y crítica”,
implica disponer de un arma creativa que permitirá que el hombre se rencuentre
con la naturaleza y que el termine integrándolo en el todo de esa naturaleza.
Así se construirá otro orden y otras realidades.
La
preocupación de Horkheimer es cómo el progreso científico puede liberar al
hombre de pesos y responsabilidades y convertirlo en un “ser feliz”. Cada página del libro
rezuma la contradicción entre el antiguo marxista que cree en el materialismo y
en la concepción materialista de la felicidad y, al mismo tiempo, el hombre que
ha sufrido decepciones y visto horrores y al que no le quedan mucho margen para
el optimismo: de ahí su apelación a la observación crítica.
Así como Dialéctica
de la Ilustración es un grito airado y muy poco filosófico, la Crítica
de la Razón Instrumental es una obra mucho más mesurada. Obsérvese este
párrafo: “En otro tiempo el arte, la literatura y la filosofía aspiraban a
expresar el significado de las cosas y de la vida, a ser la voz de cuanto está
muerto, a prestar a la naturaleza un órgano para expresar sus padecimientos o,
como cabría decir, para llamar a la realidad por su verdadero nombre. Hoy se ha
privado del lenguaje a la naturaleza. Una vez se creyó que toda manifestación,
toda palabra, todo grito, todo gesto tenía un significado interior; hoy se
trata de un mero proceso. La historia del niño que, mirando al cielo, preguntó:
- Papá, ¿de qué es un anuncio la luna?; es una alegoría de aquello en que ha
venido a convertirse la relación entre hombre y naturaleza en la era de la
razón formalizada. Por una parte, la naturaleza se ve desprovista de todo valor
intrínseco o sentido. Por otra, el hombre ha sido privado de todos los fines
salvo el de autoconservación. Intenta transformar todo lo que tiene a su
alcance en un medio para ese fin (…) El antiguo cazador con trampas no veía en
las praderas y en las montañas sino la perspectiva de una buena caza; el hombre
de negocios moderno ve en el paisaje una oportunidad favorable para la
instalación de anuncios de cigarrillos. Una noticia que apareció hace algunos
años en los periódicos simboliza muy bien el destino de los animales en nuestro
mundo. Informaba de que en África los aterrizajes de los aviones eran
dificultados por las manadas de elefantes y de otros animales. Así pues, los
animales son considerados solamente como obstáculos para el tráfico”.
En esa época, uno de los
elementos que Horkheimer retenía del viejo marxismo y del pensamiento
decimonónico, era la idea de que el progreso era irreversible y que no se le
podía dar marcha atrás: “Somos, en una palabra, para bien y para mal, los herederos de la
ilustración y del progreso técnico. Oponerse a ellos mediante la regresión a
estados primitivos no mitiga la crisis permanente que han traído consigo”. La
“solución Horkheimer” pasa por reconciliar la razón instrumental con la razón
objetiva, lo que facilitará el reencuentro entre razón y naturaleza y la única
vía es el “pensamiento crítico”.
No están más claras las
vías que propone para tal “reencuentro”. La fórmula más convincente sería el
restablecimiento de valores absolutos y el abandono de cualquier relativismo,
una solución que Horkheimer no puede aceptar, ni siquiera contempla. Ofrece en la segunda
parte de la obra, una fórmula: “liberar de sus cadenas al pensamiento
independiente”, pero, tal pensamiento, privado de referencias absolutas, no
es uno, sino múltiple, incluso puede llegar a ser contradictorio, y derivar
hacia el nihilismo o hacia horizontes todavía más problemáticos (el
“postbiologismo” transhumanista). En estas circunstancias, si bien el
análisis de Horkheimer parece bastante “razonable”, sus conclusiones lo son
algo menos: volviendo al trabajo realizado junto a Adorno, en Dialéctica de la
Ilustración, parece poco sensato el reconocer que “el sueño de la razón
produce monstruos”, algo que puede admitirse, para luego afirmar que “para
bien o para mal, somos herederos de la ilustración y del progreso técnica.
Oponerse a ellos mediante la regresión a estados primitivos no mitiga la crisis
permanentemente que han traído consigo”. Si un camino conduce al abismo, lo más
sensato es desandar lo andado y buscar otro camino. Así pues, lo “racional”,
aceptando la crítica de Horckheimer sería situarnos en el pensamiento
pre-ilustrado y, a partir de ahí, contemplar la posibilidad de emprender otras
rutas, porque la de la Ilustración, una y otra vez, llevará a la barbarie. El
autor de esta obra no puede hacerlo: para él, la gran aportación de la
Ilustración es romper con las “mitologías”, negar las “supersticiones”, dar la
espalda al “pensamiento mágico” y considerar que el ser humano es materia, solo
materia y nada más que materia, a la que hay que “satisfacer”. Una
concepción así, no solamente no enmienda el camino emprendido por la
Ilustración sino que profundiza en su maleza. Lo que nos está proponiendo es que, aun a
sabiendas de que esa ruta conducirá al abismo, la recorramos “críticamente”…
Para ese viaje, más que alforjas hubiéramos necesitado un paracaídas…
Esta es, sin duda, una
de las obras más interesantes desde el punto de vista de la Escuela de Frankfurt,
en la que se encuentran justificaciones y bases de movimientos como el
ecologismo o de tendencias compulsivas de la modernidad como el “progresismo”. Hay
lugar también para fundamental cualquier forma de hedonismo y, por supuesto,
también es posible anclar cualquier tendencia del complejo LGTBIQ+. A fin de
cuentas, lo que le interesaba era la “felicidad”, es decir, negar valores
superiores, eliminar absolutos, y dejarlo todo al albur del “libre examen” de
cada cual, ahora llamado “análisis crítico”.