La derecha está sobreactuando en torno al fallecimiento de la
Reina de Inglaterra. No es que sea algo inhabitual en ese ambiente político,
pero llama de nuevo la atención. Antes que nada creo necesario realizar una confesión
inicial: a pesar de que “gato blanco, gato negro, lo importante es que
atrape ratones”, me siendo más monárquico que republicano. Para República,
la Romana; las de hoy son meras extensiones de la partidocracia, hijas bastardas
y emputecidas de la Revolución Francesa. En tanto que tradicionalista, soy -y no
puedo ser- más que monárquico. Si alguien duda que los mejores momentos en la
historia de España han llegado de mano de algún monarca, que levante la mano.
Dicho lo cual, entremos en materia.
La muerte de todo ser humano es un hecho doloroso que nos recuerda
la finitud de la naturaleza humana. El fallecimiento de alguien, es, por tanto,
aleccionador y educativo, especialmente hoy, cuando la humanidad intenta vivir
de espaldas a la muerte y cuando los excedentes de capital de Silycon Valley se
invierten en prolongar la vida y lograr vida eterna. Por tanto, siento la
muerte de la Reina de Inglaterra, como sentiría la de cualquier otro ser
humano. Reconozco que era un personaje entrañable, especialmente para los
ingleses. Aquí sabemos de su figura por la prensa del corazón que no es,
precisamente, la más veraz, ni siquiera la mejor prensa posible.
Los medios han recalcado que su reinado ha sido el más largo de la
historia, junto con el de Luis XIV de Francia. Démoslo por cierto. ¿Fue una
gran reina? Digamos que cumplió con el papel que la Carta Magna le había reservado:
reinó, pero no gobernó y a nadie se le oculta que las visitas semanales que el
primer ministro de turno le realizaba, eran meramente protocolarias. Nada más.
Por tanto, no puede atribuirse a su gestión los cambios que ha sufrido Gran
Bretaña en estos tres cuartos de siglo de reinado.
¿Cambios? Cuando fue entronizada en 1953, Inglaterra era
todavía un imperio, en desmantelamiento, pero seguía estando presente en todos
los mares. Era una nación colonizadora. Cuando ha muerto en 2022, el Reino
Unido es una nación colonizada. ¿Se entiende la diferencia? Pasar de “colonizador”
a “colonizado” no es lo que se dice un “gran salto adelante”. Pues bien,
eso es lo que ha ocurrido en aquellas islas.
Dependerá de la salud de Carlos III y de lo que pueda prolongar su
reinado, que el Reino Unido pueda soportar las tensiones étnico-sociales-religiosas
a las que está, indefectiblemente, abocado. El mundo anglosajón está
muriendo: más vale que nos hagamos a la idea. Los EEUU van derechitos hacia
la guerra civil, como cada vez más sectores de aquel país van reconociendo. Es
el precio a un siglo de errores, desde la creación de la Reserva Federal, hasta
su intrusismo mesiánico en los conflictos de todo el mundo, y a sus fantasías
incluidas en sus documentos fundacionales que tanto -y tan negativamente- han
influido sobre la vieja Europa. Pero ahora, ya no pueden más: el peso de seguir
aspirando a la hegemonía mundial, las contradicciones entre el “stablishment” y
el “nosotros el pueblo”, las tensiones étnicas y la situación económica, no
dejan lugar para el optimismo.
Pero en las Islas Británicas las cosas no van mucho mejor. Al menos,
en EEUU, el “stablishment” es consciente de que la “corrección política”, la “ideología
woke” y todo eso de los “black matter lives” es puro cuento para “ellos, el
pueblo”. Hay que dar al “pueblo” lo que el “pueblo” pide (y lo que conviene al “stablishment”).
En el Reino Unido, en cambio, cuando un laborista o un progre, hacen un
discurso multiculti, políticamente correcto, poliétnico y lgtbiq+, verdaderamente
se creen lo que están diciendo. El pragmatismo del “stablishment”
norteamericano, es diametralmente opuesto a la credulidad de sus homólogos
británicos. Por eso, la duda que tengo, es quién se desplomará primero, si los
EEUU o el Reino Unido.
El Rey debe reinar y debe gobernar. Porque el Rey encarna la
tradición de una nación y es esa tradición la única que puede conocer y
defender. La Reina Isabel II vio pasar los años
entre recepciones y visitas de primeros ministros, no es que no se diera cuenta
de que el Imperio se iba desmigajando y al final Londres terminara siendo una
ciudad multiétnica en donde es difícil encontrar ingleses en la mayoría de
barrios. El cambio -visible desde los primeros años 60- se aceleró con la
llegada de la Tatcher -ese otro ídolo de las derechas mundiales- y sus
concepciones neoliberales: se hundió la minería, se liquidó el textil, empezaron
a llegar millones de inmigrantes de toda la “Commonwealth” que se concentraron,
sobre todo, en Inglaterra y Gales (y apenas en Escocia). Todo empezó a
subvencionarse y al calor de los subsidios se produjo el primer “efecto llamada”
en todas lasexcolonias británicas que, por aquello de la “Commonwealth” podían
establecerse en las islas sin ningún problema. El problema es también para la “clase
obrera blanca pobre”, así que se subvencionó a los hooligans podían viajar a
España a ver una final de fútbol con cargo a los presupuestos generales del
Estado; la paz étnica, por su parte, se compró a base de subsidios. Pan para
hoy y hambre para mañana, porque los subsidiados nunca quieren dejar de serlo.
Y, además, ni había trabajo suficiente y digno para absorber toda la masa que
estaba llegando, ni la propia, así que el endeudamiento era el camino más
fácil. “Después de mí, el diluvio”.
Después de la reina Isabel II, la duda es si el diluvio vendrá
acompañado de granizo, erupciones volcánicas, movimientos sísmicos o,
simplemente, será un sirimiri continuo, pertinaz y desgastador.
Sería bueno que los panegíricos dedicados a Isabel II, las
banderas a media asta en ayuntamientos y comunidades de nuestro país y los
recuerdos emocionados hacia “tía Lilibeth”, vinieran acompañados también y,
sobre todo, por una reflexión sobre lo que ha sucedido en el Reino Unido
desde que fue coronada Reina el 6 de febrero de 1952. Yo no quiero que mi país,
España, y la cultura de la que procedo, la cultura clásica, tengan el mismo fin
que es fácilmente perceptible en el mundo anglosajón. Si el multiculturalismo
es nuestro destino, estamos induciendo al hara-kiri a nuestra cultura,
renunciando a nuestro pasado, a nuestra tradición y a las concepciones de las
que hemos vivido hasta no hace mucho. Y la alternativa, no os engañéis, no es “otra
cultura”, una “cultura mestiza”, sino la barbarie.
Así que menos banderas a media asta y más observar y entender lo que ha ocurrido en el Reino Unido entre 1952 y 2022.