lunes, 5 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (187) – LA TEORÍA DEL “BIEN MENOR” (III de IV)


En las dos anteriores entregas hemos formulado una teoría que pretende superar la repugnancia a acudir a las urnas para entregar el voto al “mal menor” (sea cual sea). Proponíamos la teoría del “bien menor” cuyos límites intentábamos establecer. En la segunda entrega tratamos de definir el concepto de “zona crítica” para nuestro país, zona de la que es preciso alejarse; afirmábamos que el “sentido común” es el arma, el ancla y el apoyo para evitar caer por el precipicio, aunque eso suponga vulnerar la corrección política, negar el pensamiento único y enfrentarse decididamente a los constructores del “nuevo orden mundial”. Terminábamos recordando lo que, durante la Segunda Pública y desde las columnas de Acción Española se llamaba “ley de los afines”. En esta entrega vamos a describir el contenido mínimo que debe contener una propuesta que pueda ser considerada como “bien menor”.



11. CONTRA EL LIBERALISMO ¿CONTRA QUÉ LIBERALISMO?

Si recurrimos a la coherencia y al mundo de las ideas comprobaremos que el liberalismo ha jugado un papel desgraciado en los últimos pasos que nos han llevado hasta la globalización. Esta “ideología”, obviamente, ha tenido una gran importancia en el desarrollo de la economía en los últimos dos siglos y medios: tanto en lo mejor (la prosperidad económica) y en lo peor (una prosperidad rota por ciclos de crisis). Del estudio de estas crisis pueden establecerse una serie se conclusiones:
  1. Las crisis se producen siempre cuando se deja libre curso a los factores que intervienen en el Estado. Las crisis solamente se evitan cuando el Estado regula el “mercado”. De lo contrario, los agentes que participan en la vida económica no se rigen tanto por la ley de la oferta y la demanda como por la ley del máximo beneficio con la mínima inversión y los mínimos costes sociales.
  2. Las acumulaciones de capital, al igual que el poder de los grandes consorcios, al rebasar determinados límites se convierten en instituciones que acumulan más poder e influencia que los Estados. Perder la idea de que el Estado y la Economía son dos esferas diferentes supone abrir la posibilidad de que los “grandes” disten sus leyes sobre la totalidad de la población y que éste pierda la posibilidad de ser defendida por el Estado, encarnación jurídica de la comunidad nacional.
  3. La transformación de la economía productiva en especulativa, la búsqueda de beneficios y rentas no procedentes del trabajo sino de la actividad especulativa, unido a fenómenos como la deslocalización y la inmigración masiva, hacen inviable al sistema mundial globalizado, lo convierten en inestable, peligroso y deletéreo: inaceptable, en una palabra.

Si hemos llegado hasta ese punto es porque a finales de los años 70, Reagan y Margaret Tatcher impusieron los puntos de vista neoliberales. Su nombre ha quedado unido a la derrota de la URSS y a la liquidación de la Guerra Fría, pero lo que siguió, no fue un paso atrás, sino un paso hacia adelante en dirección al abismo: un mercado mundial globalizado, la financiarización de la economía y la sumisión del Estado a los grandes actores económicos olvidando que un Estado se justifica por su carácter de instrumento al servicio de la totalidad de los ciudadanos y no al servicio de los intereses de los poderosos.

Está claro que esta no era la idea de los doctrinarios del liberalismo del siglo XVIII y XIX… ni siquiera era lo que tenían en mente los liberales de los años 50 y 60. Pero, fatalmente, es a donde hemos llegado a causa del dogmatismo de personajes como Hayek o Von Misses, a de la “escuela de Chicago”, convertidos en gurús del “liberalismo”. Lo que demuestra lo ocurrido en los últimos 25 años es que el Estado no puede inhibirse se las cuestiones económicas, que el mercado no es “inteligente” sino que se encamina siempre, fatalmente, hacia sus últimas consecuencias: la ley del máximo beneficio con la mínima inversión, la ley de que los “grandes” se comen a los “pequeños” y la ley de que contra mayor es un acumulación de capital más se impondrá la voluntad de sus detentadores sobre los intereses de las mayorías.

Así pues, cuando hablemos de “liberalismo” habrá que convenir que no hay solamente una forma de “ser liberal” o de considerar el liberalismo como “una” teoría económica: tiene múltiples facetas, distintos grados de aplicación y de eficiencia. La libertad es un bien supremo, pero en materia económica, frecuentemente, se traduce en la aparición y el dominio por parte de intereses oligárquicos. Y, desde luego, el capital precisa ser controlado y disciplinado: controlado para evitar que la población vote una y otra vez, pero sea el capital el que dicte a los gobiernos las reglas y las políticas a aplicar. Así pues, si de lo que se trata es de aplicar la ley de “más economía y menos Estado”, hay que cerrar tajantemente el paso a ese liberalismo y defender la visión de que el Estado encarna la representación de todos los ciudadanos y, por tanto, debe preocuparse del bienestar, la paz, la convivencia, la prosperidad, la estabilidad, de todos los ciudadanos, esto es del Orden con mayúsculas. El lema sería, más bien, “el Estado marca el camino por el que debe discurrir el capital para convertirse en un instrumento social y dejar de ser un factor oligárquico”.

Todos estarán de acuerdo en que cierto grado de “liberalidad” y cierto talante “liberal”, en el sentido de admitir las discrepancias, el contraste de pareceres, incluso las leyes de mercado, es positivo, sano y favorable: pero confundir esto con el límite extremo al que nos ha llevado el liberalismo y/o el neo-liberalismo, constituye algo que, hoy, puede considerarse como extremadamente negativo para los pueblos e incluso para la estabilidad de la economía de las naciones.

El Estado debe regular la economía y debe tener en su mano los instrumentos para que la economía sirva a la sociedad, no a un pequeño grupo de actores privilegiados. Si se acepta esto, puede aceptarse en contrapartida algunos de los valores “liberales”, pero nunca, y menos en las actuales circunstancias, declararse “liberales”, sin realizar las matizaciones pertinentes. El neo-liberalismo -hay que recordarlo- ha sido el factor más importante que nos ha situado en la “zona crítica” previa al abismo. Asumir “todo el liberalismo” supone permanecer en la “zona crítica”, mostrar una incapacidad para salir de ella y, lo que es peor, no entender los procesos que nos han situado hasta allí. Claro está que poner coto a los límites extremos del neo-liberalismo solamente puede hacerse dentro del marco de una reivindicación del Estado, de su misión y de su destino y, para ello se precisa una regeneración de la clase política y que ésta recupere el “sentido del Estado”. Necesitamos “estadistas”, no politicastros.

12. POR ESPAÑA ¿QUÉ IDEA DE ESPAÑA?

Recuperar el patriotismo y la identidad nacional son factores que deben de estar presentes en cualquier opción que pueda ser considerada como un “bien menor”. Pero también aquí existe un problema. Si bien el patriotismo siempre es un recurso para movilizar masas, supone un riesgo el no reconocer que el período de los Estados-Nación está terminando y que la política mundial (desde la segunda guerra mundial, cuando los adelantos científicos y técnicos empequeñecieron al mundo), en la actualidad, ya no tiene como actores principales a Estados Nación. Desde 1945 entramos en la época del bilateralismo que cayó con el muro de Berlín en 1989. Tras una época de unilateralismo norteamericano, en la actualidad nos encontramos en marcha hacia una saludable época de multilateralismo protagonizado por “potencias regionales”.

La España que fue cobrando forma a lo largo del siglo XIX y XX, ya no está en condiciones de afrontar esta situación (como no lo han estado Francia y el Reino Unido). Desde los años 30 parece evidente que, desde el punto de vista tecnológico, económico, de recursos, materias primas, cultura, hay que pensar en términos de “grandes espacios” o “espacios continentales”.

La gran contradicción que afecta a todos los movimientos “populistas” europeos radica es que, excitando el patriotismo, combinándolo con la defensa de la identidad nacional y de la justicia social, han obtenido éxitos atrayendo a sectores del electorado, por encima del 15% en buena parte de Europa, pero sus propios dirigentes son conscientes de que hace falta introducir algún elemento corrector que, hasta ahora, no encuentran cómo definir en sus campañas electorales. Está claro que el euro supone un avance en relación a la peseta o al franco, pero que la gestión del Euro se ha realizado mal y de manera desequilibrada, favoreciendo a algunos países y debilitando a otros seguramente porque antes había que haber igualado las distintas economías europeas en lugar de aprobar una moneda única tenida bajo control del “más fuerte”. Está claro que son necesarios elementos de corrección al nacionalismo y al patriotismo heredados del siglo XIX y XX y que hay que pensar -si se quiere estar en condiciones de asumir los desafíos tecnológicos del siglo XXI- en términos de “grandes espacios” de cooperación e integración entre Estados lo más homogéneos posible.

Y esto plantea algunas cuestiones importantes para nuestro país: la primera de todas es ¿cuál es nuestro lugar en el mundo? ¿hacia dónde tenemos que dar preferencia? ¿Hacia Europa o hacia Iberoamérica? Porque la historia, desde la época de los Grandes Austrias y las leyes universales de la geopolítica indican que una nación puede tener una orientación “oceánica” (hacia los mares) o bien “continental” (como potencia terrestre). Pero las dos son incompatibles e insostenibles. Y el problema que se plantea es: ¿la España del siglo XXI debe mirar hacia Europa o hacia Iberoamérica? Lo que

¿Y nuestras relaciones con Portugal? Algunos sostenemos que la relación a los problemas de España podría realizarse estableciendo una nueva relación con el vecino país, que de concluir en una federación orientaría definitivamente la Península Ibérica en dirección a Iberoamérica.
Sea como fuere, lo que está claro es que el patriotismo que puede ser un perfecto apoyo para salir de la “zona crítica” no puede ser el mismo que el que hemos conocido en el siglo XX y desde la época de Menéndez Pelayo. Hace falta proyectar ese patriotismo hacia el futuro y ser conscientes de que, de la misma forma que antes existieron los “reinos” y después las “naciones”, hoy la fórmula Estado-Nación encierra una inadecuación creciente y hará falta asumir el debate sobre la política de los grandes espacios.



13. CONTRA EL CAOS ¿QUÉ IDEA DE ORDEN?

La globalización solamente puede prosperar sobre el caos de lo indiferenciado y sobre la abolición de cualquier tipo de identidad. Es necesario recuperar la idea de “Orden” en un sentido que va mucho más allá del “orden público”. Solamente un progresista se atreverá hoy a discutir la necesidad de emprender una lucha sin tregua y sin perdón contra la delincuencia, contra las mafias, contra la corrupción, contra la neodelincuencia, y solamente un idiota negará la necesidad de una regeneración moral de nuestras sociedades. Parece demasiado evidente que después de 40 años de sistema judicial garantista, de políticas de reinserción, el balance es globalmente negativo: en 1975, contando presos políticos, la población penitenciaria estaba por debajo de 10.000 personas; en la actualidad está por encima de 100.000 y si las estadísticas indican que en los últimos años desciende ligeramente el número de presos, no es porque se cometan menos delitos, sino porque con las cárceles saturadas, los jueces evitan al máximo las condenas a prisión y las prisiones preventivas.

En nuestro país hay una oleada de crímenes y delitos que se saldan sin posibilidades de satisfacción ni resarcimiento a las víctimas. Incluso está mal visto y castigado el actuar en defensa propia. Presos psicópatas son liberados por “buena conducta” con cumplimiento ridículos de sus condenas. El sistema penal es cómodo para los presos y breve, especialmente si se trata de menores. Esto ha generado que España registre en la actualidad una afluencia masiva de delincuentes llegados de todo el mundo, subvencionados dentro y fuera de la prisión. Discutir sobre esto cada vez tiene menos sentido: lo que pide la situación son medidas enérgicas y quirúrgicas para desactivar, desincentivar, desmotivar, castigar y resarcir a las víctimas. Discutir es demostrar debilidad. Anteponer los derechos de las víctimas a los derechos de los delincuentes es la única posición razonable derivada del sentido común. La reforma de las leyes y del sistema judicial y penal es urgente y no la va a realizar ninguno de los partidos que se sitúan dentro del “área crítica”.
 
Está claro que no hay “orden” sin orden público, pero que la idea de “Orden” no puede reducirse a este único nivel. El Orden es algo más: es la estabilidad de una sociedad, la defensa que el Estado asuma ante todos los riesgos que puedan alterarla y generar tensiones en su interior; es que los ciudadanos puedan vivir sin miedo a perder el trabajo, sin miedo a verse hipotecados toda su vida, sin miedo a que sus hijos tengan que irse al extranjero a buscar empleo, sin miedo al terrorismo yihadista, sin miedo a que el Estado se vea invadido por una clase política cleptomaníaca, ciega y psicópata, sin miedo a que en nombre de la “libertad de expresión” o de la “libertad de conciencia” se cometan y se ejecuten las mayores tropelías, se destruyan los fundamentos de la convivencia, se cuestione la propia identidad o aventureros irresponsables quieran forzar a martillazos un nuevo modelo de sociedad en ruptura y en contradicción con todos los valores que ha representado Europa en los últimos 2.700 años.

Nuestra sociedad, más que ninguna otra en Europa, precisa el restablecimiento del “Orden”: España es el único lugar en Europa en el que la idea de “autoridad” es mirada con desconfianza. Y nos ha sido nos ha ido: hemos visto como en las escuelas desaparecía la autoridad del maestro, cómo el Estado censuraba incluso a los padres en sus tareas educativas, cómo los médicos eran agredidos en los hospitales, los revisores en los trenes, las policías en el ejercicio de sus cargos, en ningún país como en España la “ocupación” de viviendas ha alcanzado los extremos, estamos en vanguardia en Europa de la despenalización de las drogas y los colgaos que antes iban a Amsterdam ahora lo hacen a nuestra ciudades. Vemos como repunta la siniestralidad vial, los accidentes laborales, cae en picado la eficacia de muchos servicios y, paralelamente, nuestras calles huelen a porro; hemos vivido campañas contra el tabaco, contra los accidentes de tráfico pero nunca hasta ahora ninguna contra el consumo de cannabis y demás drogas, como si denunciar sus riesgos fuera contrario a la “corrección política” y un insulto para los colgaos… que cada vez más están presentes en calles, plazas, centro de estudio, de trabajo.

El “Orden” es el “sentido común” individual aplicado a las decisiones de Estado. “Orden” es anteponer el interés nacional al interés de partido. “Orden” es anteponer los derechos de la comunidad a los derechos de los grupos oligárquicos, los derechos de las mayorías a los de las minorías, los derechos de los que generación tras generación han construido este país a los derechos del último recién llegado en busca de la sopa boba.

Para alejarse de la “zona crítica” hace falta asumir la defensa del “Orden” de manera decidida y sin complejos, de manera amplia porque lo contrario del “orden” es el “caos” y de la “zona crítica” hacia delante el rasgo más característico que encontraremos siempre es caos e inestabilidad.

LA TEORÍA DEL "BIEN MENOR" - I PARTE
LA TEORÍA DEL "BIEN MENOR" - II PARTE
LA TEORÍA DEL "BIEN MENOR" - III PARTE

LA TEORÍA DEL "BIEN MENOR" - IV PARTE