Vincent Werner es un ejecutivo holandés que lleva casi
veinte años en España. No es un inmigrante de aluvión, está aquí trabajando como
consultor para distintas multinacionales. Nada que ver con la legión de manteros.
Habla perfectamente castellano y nos ha observado como un entomólogo observa
las reacciones de un hormiguero: con atención y objetividad. El resultado ha
sido un libro de casi 400 páginas sobre la “mala praxis” de ser español. Se lo
ha editado él mismo y lo difunde Amazon: It
is not what it is: The real (s)Pain of Europe, un bonito juego de palabras
que viene a decir que “no es lo que es”, aludiendo a España, ¿y qué es, pues? Spain
pasa a ser (s) pain y “pain” es en inglés, “dolor”. El dolor de Europa. Eso es
lo que somos y así nos ve uno que nos conoce.
“¡Maldito holandés!” dirán algunos. El problema es que
Werner nos ha clavado en su descripción. La tesis final es que España es una
bomba de relojería insertada en la UE que corre el riesgo de acabar dinamitando
la institución. Creo que Werner exagera. Ni siquiera somos eso: somos, eso sí,
capaces de dinamitarnos a nosotros mismos. Y, de hecho, lo estamos haciendo en
estos momentos. Cabe decir que, de los casi 20 años que el holandés errante ha
pasado en nuestro país, salvo dos años, el resto del tiempo ha residido en
Barcelona. Así pues, lo que describe es, catalán tanto como español. Nuestra tesis
siempre ha sido que “Cataluña es España”, por la historia, por la cultura, por
las tradiciones, pero, sobre todo, pero que, sobre todo, hoy es la vanguardia de
la desintegración de España. Ya se sabe que una “vanguardia” forma parte de un
cuerpo de ejército, no es nada separado de él, son los que van por delante, los
que abren el camino.
Los europeos que llegan aquí y les interesa algo más que litronas
a 0,75 euros, porros a buen precio que consumir aquí y llevarse a su país o
darse vuelta y vuelta con nuestro sol, tienen claro que el estado de la
sociedad española es mucho peor de lo que imaginaban. Werner es uno de ellos y
nos describe en su e-book, una a una. Sostiene que el orgullo español nos impide
reconocer nuestra nivel de decadencia y los procesos de desintegración que se
dan en nuestra sociedad.
Tiene gracia, por ejemplo, que un holandés como Wernes, se
queje de que en Barcelona (y en cualquier otro lugar de Cataluña) sea fácil,
por el simple olfato, identificar dónde se está cultivando cannabis para algo
más que el consumo privado. Si lo hace el ciudadano de a pie, bien podría
hacerlo la policía, pero ¿para qué? no hay órdenes expresas para combatir la
principal toxicomanía que ya no es ni el tabaquismo, ni el alcoholismo, sino
adolescentes que llevan fumando cannabis desde los 12 años y que, lógicamente,
a los 16 se han convertido en futuros ni-nis para toda su vida. Hay que
recordar que, hasta no hace mucho, los colgaos europeos hacían de Amsterdam la
meca del porro. Hoy, ese dudoso honor corresponde a Barcelona.
Luego están las injusticias: dice Werner, “me molestán pero
aquí las sufris y ni siquiera lo sabéis porque aquí es lo normal”. Una de las
frases que más le ha sorprendido es la consabida: “esto es lo que hay…”, que
indica resignación y fatalismo, que junto con la apatía y el individualismo son
las cuatro columnas de “lo español”. Y no de ahora, sino que intuimos que ya en
el siglo XVI-XVII, si tenemos que atender a cómo era la España de “La Celestina”
o de las “Novelas Ejemplares” de Cervantes.
No estamos a la altura de la sociedad post-industrial: el
rendimiento de nuestros trabajadores, incluso en profesiones de alta
especialización, es más bajo que la media europea. Porque una cosa es “trabajar
mucho” y otra “pasar mucho rato en la oficina”. La productividad del español está
a la altura del betún. Y luego está el absentismo laboral (25.000 millones
anuales perdidos por las empresas) o fenómenos como el “top manta” o las
tarjetas black… tenemos tendencia a pensar que esto es igual en Europa y no lo
es, son rasgos propios de la decadencia española. En Oporto y en Belgrado, en
Praga y en Budapest, en Edimburgo y el Glasgow, no he visto ni un solo “top manta”.
Werner se queja de que cuando un empresario extranjero busca
instalar una filiar en España choca con una burocracia incomprensible. ¿La peor
de todas? La autonómica. ¿La más corrupta? La autonómica, claro está, pero a
corta distancia y compitiendo con la corrupción municipal y con la que carcome
el Estado. En tanto que procedente de un país protestante, Werner le da mucha
importancia a la ética: ética en los negocios, ética en el ejercicio de la
abogacía, ética ciudadana… y no ve -acaso porque es una rara avis- ninguna
ética en la sociedad española, ni más moral que la del pelotazo. Cuenta el caso
de una compañía instalada en Cataluña, tuvo que entregar 5.000 euros para
participar en una licitación y otros 3.000 después. Y Werner dice: “esto no
ocurre en ningún lugar de Europa, pero sí en toda África”.
¿La democracia ha resuelto algo? Llevamos 40 años. Sabemos
que durante el franquismo, España salió del subdesarrollo y lo peor que se le
podía reprochar es que las libertades políticas no estaban, que digamos, muy
desarrolladas, y que la moral sexual era pacata y grotesca. ¿Hemos mejorado? Cuarenta
años son como para mejorar, pero, globalmente no está tan claro: Werner
recuerda que España tiene un nivel de pobreza más alto que en los años 40, al
menos estadísticamente. Pone el dedo en la llaga: “cuando veo gente rebuscando
en la basura o durmiendo por las calles, me duelo ¿qué se ha hecho con todo el
dinero enviado por la UE?”.
¿La conclusión? Que España es el eslabón más débil de la UE.
Algo con lo que estamos completamente de acuerdo. España es la cuarta economía
de la UE en estos momentos: somos un monstruo económico enfermo y decrépito,
con una sociedad débil, unos partidos con clases políticas dirigentes y
discursos bochornosos, unas televisiones de pega, una justicia que dice “esta
es mi sentencia, si no le gusta, le pongo otra”. Sí, en toda Europa hay
corrupción, pero sólo en España está fuera de control.
De esto va el libro de Wernes que, por cierto, salió a la
calle con una bandera europea el día en que los indepes lo hacían con trapos
estelados (“fraccionarse nos hace más débiles a todos”, dice). Nos ha clavado,
el jodido holandés herrante…