Entre los errores de la postmodernidad, lo más sorprendente es
seguir persistiendo y profundizando en los mismos errores que han acompañado a
la civilización desde el siglo XVII-XVII: racionalismo e ilustración. Estaba
releyendo las Notes pour comprende le siécle de Pierre Drieu La Rochelle
que coincide en su diagnóstico con Julius Evola y con la corriente
tradicionalista. La ruptura con los principios del Medievo y con los del
Renacimiento (que no fue más que un segundo renacimiento tras el medieval), se anuncia
con Descartes y se consagrada con los “iluministas” o “ilustrados”. Desde
entonces, Occidente ha sido incapaz de emprender otra ruta y se ha limitado a
discurrir por el tobogán en cuyo origen encontramos a Descartes y en cuyo final
cuelgan yaz al borde del abismo, Lyotard, Vattimo, Foucault y los postmodernos.
La derecha, incluso, ha asumido ese “sentido de la historia”. Lo único que ha variado en relación a las izquierdas es la
velocidad del deslizamiento por el tobogán. Porque se trata de un descenso,
esto es, de un proceso de decadencia. Si desde el siglo XVII la historia
tiene un sentido -porque lo tiene- éste es el de la decadencia: ahondar cada
vez más en los primeros errores con la excusa de “profundizar” en la vía
emprendida, sin considerar que, o bien habría que ensayar otras nuevas (si es
que existen), o bien, lo más razonable sería remitirnos al modelo anterior a
la irrupción del proceso de recrudecimiento de la crisis: por que es allí
en donde se trataría de rectificar o bien de profundizar.
EL CASO ESPAÑOL: LAS COMPONENTES DEL “BLOQUE PROGRESISTA”
Si miramos el panorama político español -pero el ejemplo es
extrapolable a cualquier otro país europeo, observaremos lo que podemos
llamar “el bloque progresista” y, del otro lado, pequeñas resistencias que, a
modo de Casandras, profetizan los males futuros sin que el grueso de la
sociedad crea en sus apocalípticas predicciones.
El “bloque progresista”, contrariamente a lo que se tiene
tendencia a pensar no se identifica solamente con la “izquierda”, que amaría ser la única propietaria de la marca, se extiende
también a la derecha política. Como hemos dicho, lo único que varían son las
velocidades de descenso por el tobogán. Existe una derecha liberal que
aspira a conquistar el espacio centrista y, para ello, no tienen el más mínimo
inconveniente -Feijóo así lo demostró especialmente en sus primeras semanas al
frente del PP- en lucir la escarapela “Agenda 2020”, en reconocer el matrimonio
homosexual igualado al heterosexual, asumir el aborto, negarse a rectificar las
deletéreas políticas socialistas en materia educativa, no chistar ante el
fenómeno de la inmigración masiva, seguir el juego a cualquier consigna emanada
desde no importa qué rascacielos de Nuevo York por algún diosecillo de la
economía y a tratar de rectificar las políticas presupuestarias socialistas con
un apretón de cinturón. Eso es todo.
El finiquitado “centrismo” se encuentra en las mismas posiciones,
mientras que en el PSOE tenemos un amplio espectro de marchas, desde la más
corta, la socialdemócrata, que se sitúa a poca distancia del centrismo liberal,
hasta un ala radical, lindante con Podemos y que compite con este engendro
político en radicalidad y en cortejar a la misma clientela: subsidiados,
inmigrantes recién nacionalizados, minorías sexuales, okupas y toxicómanos,
siempre atraídos por la promesa de legalización de las drogas, animalistas,
eco-veganos. En cuanto a la “galaxia Podemos” se trata de lo mismo, pero
intensificado por su falta de experiencia y de calidad humana de sus miembros.
Ni siquiera la totalidad de Vox está fuera de este “bloque progresista”:
algunos de sus dirigentes y bastantes de sus cuadros intermedios, está en esta
formación, simplemente, porque no han encontrado un lugar en los repartos de
poder del PP, pero, en su espíritu, se consideran “progres” y alejados de
cualquier crítica al liberalismo económico, al neoliberalismo y a sus
vanguardias culturales. Solo se tiene la
convicción que odian a la izquierda, pero parte de su programa no deja de ser
un remedo de temáticas liberales y la voluntad de muchos no pasa de querer
constituir un “PP auténtico”. No es la totalidad del partido, pero si los
rasgos innegables que adornan una buena parte de esta sigla.
LA TRADICION COMO ÚNICA ALTERNATIVA AL PROGRESISMO
Todo lo que no sea una negativa, clara, rotunda, terminante y sin
vacilaciones del obsoleto liberalismo, del racionalismo y de sus hijos directos,
el materialismo, implica estar incapacitado para aportar soluciones y revertir
la naturaleza de los problemas terminales de una civilización.
Soy de los que opinan que no hay nada nuevo bajo el sol, salvo el
hecho de que, como anunciaba Nietzsche, “el desierto crece”. No creo,
por tanto, que haya que buscar valores, principios y soluciones “nuevos”.
No seamos tan absolutamente idiotas como para pensar que las orientaciones
sanas de una civilización solamente se descubrirán hoy, aquí y ahora y que,
durante siglos, incluso milenios, los hombres y las mentes mas preclaras de
cada época no las han percibido. El “buen camino” existe. Y solamente hay un
“buen camino” y muchos “malos caminos” (todos ellos incluidos en el “bloque
progresista”).
Lo contrario de “progreso” es “tradición”. La tradición no niega el progreso, sino que le hace hundir sus
raíces -arraigar- en un pasado del que el presente y el futuro no pueden más
que ser continuación, perfeccionamiento y transmisión de valores. Los frutos
técnicos del progreso, aquellos que valen la pena porque optimizan, mejoran y
facilitan la vida, pueden ser vividos por un hombre de nuestro tiempo, tanto como
alguien de la Edad Media o de la romanidad antigua.
Sin embargo, los valores de la post-modernidad, los que alimentan
al “bloque progresista” resultarían verdaderos insultos para el hombre anterior
al siglo XVII. La técnica es trasplantable a la tradición; el progresismo,
en cambio, sería una caricatura en cualquier otra época tradicional. Y, a
la inversa, los valores de la Tradición, resultan difícilmente comprensibles en
una época hecha de materialismo, racionalismo y “principios ilustrados”.
LA ÚNICA OPCIÓN REALISTA: PROGRESISMO O TRADICIÓN
Descartando la existencia de una “tercera vía”, si se niegan los
valores del “bloque progresista” no habrá más que aceptar que la solución está
en la Tradición. Y la tradición española tiene un nombre y unas referencias políticas
muy claras: el viejo carlismo.
En el patrimonio político-cultural del carlismo se encuentran
algunas fórmulas imprescindibles para un “retorno a la normalidad”. Porque, a fin de cuentas, de eso se trata: de cortar de una vez
por todas, esa marcha, hacia concepciones, situaciones, valores y medidas
sociales y legislativas cada vez más “anormales”, esto es, más alejadas de las
exigencias de IDENTIDAD y ESTABILIDAD que requiere todo Estado para
persistir en el tiempo y lograr sus fines: una correcta gestión de la cosa
pública que tienda al perfeccionamiento del ser humano, a las necesidades de
justicia social y que, cosa importante, sea NATURAL, esto es, que sea acorde
con el espíritu humano.
Y esta temática es la que pretendemos desarrollar en días
sucesivos.
PRÓXIMAS ENTREGAS:
- EL CASO DE LAS AUTONOMIAS EN COMPARACIÓN CON LOS FUEROS
- EL REY QUE REINA Y GOBIERNA FRENTE AL REY QUE NI REINA NI GOBIERNA
- LA ESTRUCTURA ORGÁNICA FRENTE A LA PARTIDOCRACIA
- LO ABSOLUTO EN EL TIEMPO DE LA CRISIS DE LA IGLESIA
- EL DERECHO A LA REBELIÓN ANTE EL PODER INJUSTO
- LA PATRIA EN EL TIEMPO DE LOS GRANDES BLOQUES GEOPOLÍTICOS