lunes, 7 de marzo de 2022

La crisis del 29: la gran oportunidad del NSDAP (1de 6) - LAS RAZONES DE UNA CRISIS

El éxito de la Revolución Nacional–Socialista en Alemania estuvo caracterizado por la "coincidencia cósmica" de tres factores sin los cuales es imposible explicar cómo desde 1932 el NSDAP se consolidó como el primer partido de Alemania.

El primero, el factor “objetivo” (dependiente de las circunstancias) es, indudablemente, la crisis económica que ya se intuía en Alemania, especialmente en la agricultura prusiana desde 1928 y que se trasladó al escenario internacional a partir del crack bursátil de 1929. Este “factor objetivo” nuevo se unió a los otros dos ya existentes: la hostilidad de la población alemana al Tratado de Versalles y la inestabilidad de la República de Weimar que había sido fundada por funcionarios del Segundo Reich, suponiendo una contracción territorial del mismo y un alejamiento de los sectores sociales que aspiraban a una “Gran Alemania” que incluyera a todos los territorios germanófonos.

El segundo, el factor “subjetivo” (esto es, el que depende del movimiento revolucionario) puede resumirse diciendo que, a partir de la conferencia de Bamberg y de la neutralización del “ala izquierda” del NSDAP, el movimiento nacional-socialista recupera su unidad en torno a una estrategia (conquistar el poder por métodos legales), a un programa muy claro (contra el diktat de Versalles, reunificación alemana, antimarxismo y antiparlamentarismo y construcción de un nuevo marco político–social) y en torno a un liderazgo único y unánimemente reconocido (Adolf Hitler). A partir de ese momento y a pesar de la endémica escasez de fondos (como se verá, hasta finales de 1932, el mundo del dinero y de los negocios hizo todo lo posible por evitar el progreso del movimiento nacional–socialista), el NSDAP está presente en todas las luchas políticas que sacuden Alemania y muestra disponer de un mecanismo excepcionalmente bien engrasado y adaptado a las circunstancias de aquel momento.

El último factor es el “voluntarista” (el que depende de los hombres y mujeres que se habían propuesto realizar la revolución nacional–socialista). Este último factor queda atestiguado por el enorme dinamismo que llamó la atención de la opinión pública mundial desde 1929 el NSDAP: al carecer de fondos, y por tanto estarle vetado el acceso a los grandes medios de comunicación de la época, su única posibilidad para alcanzar sus objetivos y desarrollar su estrategia, era el recurso a la inquebrantable decisión de sus militantes de realizar una portentosa tarea ininterrumpida de agitación y propaganda, sin la cual, por muy favorable que hubiera sido la situación y por bien engrasado que hubiera estado el aparato político del movimiento nacional–socialista, jamás hubiera registrado un ascenso tan vertiginoso.

Habitualmente, los movimientos políticos revolucionarios fracasan por inexistencia de “condiciones objetivas”, o porque el movimiento no está suficientemente adaptado a la situación que va a afrontar (“condición objetiva”) o bien porque faltan “condiciones voluntaristas” y no existen militantes ni medios humanos suficientes como para dinamizar la lucha por el poder. La convergencia de estos tres factores es lo que garantizó la etapa del movimiento nacional–socialista que se abrió con la crisis económica mundial.

Tal es lo que vamos a repasar en el presente volumen de esta obra. De ahí que, a modo de introducción, sea necesario exponer qué supuso aquella crisis, cómo estalló y qué repercusiones mundiales tuvo. Si estas fueron mucho más rotundas en Alemania que en ningún otro país fue, precisamente, por la existencia del movimiento nacional–socialista que había culminado dos años antes su reorganización. En efecto, se suele unir la crisis económica de 1929 al ascenso de “los fascismos”. El hecho de que esta opinión sea generalizada no quiere decir que responda necesariamente a la realidad.

No parece que esta crisis influyera decisivamente en la ascensión de otro fascismo que no fuera el representado por el NSDAP. Es cierto que, en todo el ámbito del mundo capitalista, aumentó el paro y buena parte de los afectados respondieron adhiriéndose al fascismo, pero solamente fue en Alemania en donde el movimiento se transformó en una alternativa de poder. La crisis de 1929 no tuvo nada que ver con el ascenso del fascismo italiano, ni del resto de los fascismos mediterráneos y muy poco que ver con el ascenso del fascismo belga o del fascismo británico, ni mucho menos con la aparición del fascismo español. E incluso en el caso del fascismo alemán hay que preguntarse si el impacto causado por la crisis hubiera sido suficiente para aupar al NSDAP al poder de no ser por la concurrencia de otros factores (especialmente por el odio generalizado hacia el tratado de Versalles y la falta de prestigio de la clase política de la República de Weimar).

Así se hunde un sistema especulativo: “jueves y martes negros”

Se entiende por “crisis del 29” una serie de episodios que engloban la crisis bursátil iniciada el llamado “jueves negro” (24 de octubre de 1929), la crisis financiera que siguió iniciada cinco días después, el llamado Crack del 29 (29 de octubre de 1929), y la Gran Depresión que se prolongó por espacio de una década y que solamente remitió a partir de septiembre de 1939 con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Este largo período de diez años ha sido objeto de muchos estudios desde diversos puntos de vista y no siempre los análisis de cómo logró salirse de la crisis han, como veremos, han diagnosticado las mismas causas[1].

La crisis se inició con la caída en picado de la Bolsa de Nueva York el “Jueves Negro”. En los primeros momentos no se pensó que la caída de iba a convertir en un crack, en realidad, desde el mes de marzo del mismo año se venían registrando oscilaciones en la bolsa, los tradicionales “dientes de sierra”: caídas seguidas de recuperaciones. Las caídas se producían al recibirse órdenes de venta masivas y las recuperaciones sucedían por la creencia de que aquellas caídas hacían más atractivos los precios de los valores y se producían compras masivas que llevaban los índices a posiciones más altas que inicialmente. En el mes de marzo se produjeron varias de estas caídas seguidas por tres semanas de ascensos constantes.

Poco a poco, fue cobrando forma la idea de que los productos que cotizaban en bolsa estaban sobrevalorados. Ha pasado a la historia la anécdota contada por el fundador del clan Kennedy que se salvó de la crisis al haber vendido previamente todas sus acciones. En efecto, Joseph Joe Patrick Kennedy[2] conocía a un limpiabotas que ejercía su oficio cerca del edificio de la bolsa en Wallstreet. El padre de los Kennedy departía diariamente con él mientras le prestaba servicios. El limpiabotas era un pequeño ahorrador con ideas propias sobre inversiones bursátiles. Inmediatamente antes del crack bursátil, Kennedy le preguntó mientras le cepillaba los zapatos:

 —¿Cómo va la bolsa, Pat?

 —Subiendo, mister Kennedy, subiendo.

 —¿Si? ¿Ganas mucho?

 —Desde luego. ¿Quiere un buen consejo? Compre petróleo y ferrocarriles, se van a poner por las nubes. Me lo ha dicho un tipo que está en el secreto…[3]

Al llegar a su hogar, Kennedy comentó a su mujer que una Bolsa en la que cualquiera podía invertir y un limpiabotas predecir, no era un mercado fiable. Vendió todas sus acciones y evitó la quiebra que derrumbó a otras dinastías financieras. En efecto, el problema de la bolsa de Nueva York en aquel momento era el “recalentamiento” y la sobrevaloración de las acciones. Cuando llegó el “jueves negro” la bolsa llevaba años creciendo desmesuradamente y la especulación acumulada había llevado a una sobrevaloración similar a la que se produjo en España a partir del verano de 2007 con los productos inmobiliarios: el “efecto burbuja”

En la tarde del 23 de octubre aparecieron negros nubarrones sobre Wallstreet: bruscamente los valores empezaron a bajar. Entre las 18:00 horas de la tarde del miércoles y las 9:00 horas de la mañana del jueves pareció como si los riesgos que durante los años anteriores no se habían percibido cobraran forma: el hecho de que durante cinco años los productos bursátiles hubieran ido aumentando su valor hizo que muchísimos norteamericanos de todas las clases sociales pidieran créditos para invertir en bolsa. El optimismo parecía no tener límites: nadie pensaba que las subidas se detendrían algún día. El endeudamiento de las familias y de las empresas había subido excesivamente. Nadie, parecía darse cuenta de que, a pesar de que la bolsa experimentara subidas continuas, la situación de la industria no era buena. Los sectores principales (industria, construcción y transporte) mostraban problemas estructurales y estaban descompensados.

A principios de octubre de 1929 daba la sensación de que la inconsciencia inversora proseguía pero que el crédito estaba disminuyendo y, por tanto, la burbuja detenía su crecimiento. A esto se le llamó “apatía bursátil”. En realidad, lo que estaba ocurriendo es que empezaba a percibirse la volatilidad de los mercados. El padre de los Kennedy no fue el único que se dio cuenta de que aquello se iba a derrumbar de un momento a otro. En esos días, los especuladores empezaron a retirarse del mercado.

El viernes anterior, seis días antes del hundimiento de la bolsa, ya se había producido un anticipo cuando salieron a la venta 8.000.000 de títulos y la bolsa perdió el fin de semana casi un 19%. Durante el fin de semana posterior al 18 de octubre, algunos de los especuladoras consideraron que ya habían ganado suficiente y que la relación inversión–riesgo empezaba a ser desfavorable para ellos. A eso se le llamó “miedo bursátil”. El miedo fue creciendo de lunes a miércoles. La crisis del 19 de octubre se conjuró por pura inercia, cuando los inversores se convencieron a sí mismos de que era imposible que el período de alza desmesurada de los valores hubiera concluido. Las órdenes de venta fueron absorbidas por quienes creían que el mercado se recuperaría en los días siguientes. Ya se habían producido en los últimos meses pequeñas convulsiones similares y ésta daba la sensación –para los que querían creerlo– de que sería una nueva tormenta capaz de generar el alza subsiguiente que situaría el índice por encima de donde estaba al principio... La bolsa subió ligeramente el lunes, pero cuando se cerró el parqué en la tarde del 23, el miedo ya se había materializado y un número alto de inversores de todos los tamaños decidieron vender sus acciones para el día siguiente. Desafortunadamente para ellos, ya era tarde.

Durante el fin de semana corrió el rumor (cierto, por lo demás) de que la Reserva Federal mantenía reuniones diarias y secretas para afrontar la crisis que se avecinaba sin generar alarma social. Se supo en la tarde del domingo que el organismo de gobierno de esa institución se había reunido el sábado anterior con lo que se expandió el rumor de estallido de la burbuja bursátil. Así cristalizó el clima de pánico psicológico –o más bien de “despertar” del sueño especulativo– que abriría las puertas a la pesadilla del lunes siguiente.

Al abrirse la bolsa el día 24, empezaron a lanzarse las ofertas de compra de acciones y las cada vez más angustiosas órdenes de venta. Pronto fue evidente que las compras se habían reducido prácticamente a cero y las ventas acaparaban toda la actividad. Nadie compraba, todos vendían. Los valores cayeron en picado en un ambiente de histeria: se pedían garantías para los títulos comprados a crédito… pero nadie podía ofrecer garantías contra valores tan sobre–evaluados. A pesar de que los medios de comunicación tenían un desarrollo todavía muy embrionario y de que no existía una información directa y en tiempo real entre lo que ocurría en el interior de la bolsa y en la sociedad, pronto corrió la noticia de que la bolsa se estaba derrumbando y de que algunos especuladores se habían suicidado[4]. Frente al edificio de la bolsa se produjo un tumulto que obligó a la policía a intervenir.

Lo que estaba ocurriendo era el “efecto bola de nieve”. A la vista de que la mayoría de acciones se habían comprado a crédito, avaladas por las mismas acciones que se adquirían, los inversores, en el momento en el que advirtieron que las acciones empezaban a bajar, vendieron las suyas para recuperar al menos una parte de la inversión y minimizar los daños… consiguiendo solamente aumentar el pánico, acelerar el desplome y la caída en picado de todos los valores.

El nivel más bajo se había producido a las 12:30 del mediodía cuando los valores alcanzaron las cotizaciones mínimas. Sin embargo, tal como había ocurrido en otras ocasiones, a las 13:00 horas se produjo una ligera recuperación. Varios bancos norteamericanos de primera fila invirtieron 30 millones de dólares limitando el desastre de ese día que finalmente quedó en un 12% de depreciación de las acciones. En efecto, algunos bancos que hasta ese momento se habían dedicado únicamente a comprar gangas, ejercieron su oficio de “tiburones” y compraron acciones a precios irrisorios solo un día antes. Eso hizo que cuando se cerró la bolsa prácticamente la caída producida había sido atenuada, pero lo suficiente para arruinar a muchos pequeños inversores. Y lo peor estaba aún por llegar: los medios de comunicación retransmitieron al día siguiente las imágenes de la histeria ante el edificio de Wallstreet y las cifras a las que habían llegado a caer los valores más populares. La confianza de los inversores estaba rota –algunas acciones se habían llegado a ofrecer a un tercio del valor que tenían a la hora de apertura de la bolsa y ni siquiera encontraron compradores que las aceptaran– y a partir de ese momento, ya no se trataba de quién compraba “gangas” sino de que los valores se irían redimensionando hasta sus precios reales: algunos no valían ni siquiera el precio del papel sobre el que estaban impresos. Después del “jueves negro”, en efecto, vino el “martes negro” (29 de octubre de 1929). Si en la primera jornada habían caído especuladores y pequeños inversores, en esta segunda oleada de caídas en picado fueron trusts, empresas de inversión, bancos y valores industriales. Ese día la bolsa se desplomó literalmente, prosiguiendo las bajadas en los días sucesivos hasta que a mediados de noviembre se alcanzó la máxima depreciación de los valores.

Entre ambas jornadas se habían volatilizado el equivalente a todos los gastos de los EEUU en la Primera Guerra Mundial, exactamente 5.000 millones de dólares. El origen de todo el problema fue al alto número de acciones cuyo valor nominal creció mucho más allá de su valor real y se agravó por el hecho de que las instituciones de crédito animaron a pequeños inversores y a sectores amplios de la población a especular en bolsa, ofreciéndoles unos créditos que no pudieron pagar. La crisis bursátil mutó inmediatamente en crisis financiera y aún quedaba la jornada del 8 de junio de 1932 cuando la bolsa tocó fondo: ese día el índice de la bolsa de Nueva York bajó a la octava parte de lo que había sido su máximo en 1929…



[1]  Utilizaremos como libros de referencia: Jean Paul Brunet y Michel Launay, De una guerra a otra 1914–1945, Akal, Madrid 1991, especialmente el capítulo X, pág. 159 y sigs; Oriol Amat Salas, Euforia y pánico, especialmente 3.5.1. Diferencias entre el crac de 1929 y la crisis de 2008–9, Profit Editorial, Barcelona 2009, pág. 101 y sigs.; España y la crisis de 1929, Juan Fernández Andreu, Espasa Calpe, Madrid 1986; e Historia Económica y Mundial y de España, Joaquín Ocampo y Daniel Peribáñez, Textos Universitarios Udiuno, Universidad de Oviedo, Oviedo 2006, especialmente Período de entreguerras (1914–1939), pág. 136 y sigs.

[2] El padre de la dinastía Kennedy había nacido el 6 de septiembre de 1888 en Boston, Massachusetts. Inversionista, empresario, diplomático y político demócrata. Había estudiado derecho en Harvard y lo menos que puede decirse es que demostró ser un hombre sin escrúpulos. Empezó invirtiendo en la bolsa de Nueva York pero su despegue definitivo se produce con la Ley Seca cuando, junto con el hijo de Roosevelt, adquieren los derechos de importación de whisky escocés. Instaló su centro de operaciones en el Merchandise Mart, el mayor edificio de Chicago en la época y acto seguido invirtió en Hollywood. Se afilió al Partido Demócrata del que fue uno de sus exponentes más destacados en la primera postguerra y alcanzo con él algunos cargos políticos el más importante de los cuales fue sin duda la embajada de EEUU en Inglaterra. Desde ahí practicó una política de acercamiento al III Reich que suscitó oposiciones en su país y le obligó a renunciar. A partir de entonces, al no poder continuar una carrera política propia, facilitó las de sus hijos de los que fue siempre “asesor político”.

De una familia católica irlandesa, durante sus estudios intentó ingresar en la Fraternidad Delta–Epsilon, siendo rechazado por algunos miembros por su origen irlandés. Como hemos visto, hizo fortuna comerciando con alcohol ilegal durante la Ley Seca, y en esa época también se dedicó al contrabando y a la prostitución. También mantuvo relaciones con la mafia de Chicago. La “maldición de los Kennedy” se inició cuando su hija mayor fue internada en un sanatorio mental y su primogénito murió durante la Segunda Guerra Mundial. En 1948, otra hija murió en accidente de aviación en Francia. Durante el período de presidencia de su hijo John, sufrió una embolia que lo mermó falleciendo en 1969 de una apoplejía a los 81 años. La biografía más accesible de Joe Kennedy es Joseph P. Kennedy, the mogul, the mob, the statesman, and the making of an American myth, de Ted Schwartz, John Wiley & Sons, Chicago 2003 y Joseph P. Kennedy Presents: His Hollywood Years, de Cary Beauchamp, Knopf Doubleday Publishing Group, Nueva York 2010.

[3] La anécdota es citada entre otras obras en 1929, La quiebra de Wallstreet, Cataclismo mundial, David Solar, nº 72 de La Aventura de la Historia, Arlanza Ediciones, Madrid, octubre 2004.

[4]  Las leyendas de especuladores aterrados saltando al vacío forman ya parte de la tradición popular sobre la Gran Depresión. Sin embargo, y a pesar de que tirarse por un puente o por la ventana era la segunda forma más común de suicidio en Nueva York entre 1921 y 1931, la «epidemia de saltos suicidas debidos al crack» es un mito. Entre el Jueves Negro y el final de 1929, sólo cuatro de los 100 suicidios y tentativas de suicidio registrados por el New York Times fueron saltos al vacío relacionados con la crisis, y sólo dos ocurrieron en Wall Street. Hubo también algunos suicidios motivados por el crack que no consistieron en saltos fatales: los presidentes de County Trust Co. y Rochester Gas and Electric se suicidaron ambos, pero lo hicieron con un arma de fuego y con gas, respectivamente. La leyenda urbana sobre la ola de suicidios parece haber surgido instantáneamente. Al día siguiente del Jueves Negro, el New York Times informaba de que se estaban propagando muchos rumores “brutales y falsos” por todo el país, entre otros, que 11 especuladores se habían suicidado, y que se había formado un corro alrededor de un edificio de Wall Street porque la gente confundió a un operario con un especulador preparándose para saltar. Ese mismo día, Will Rogers bromeó diciendo que “había que hacer cola para conseguir una ventana por la que tirarse”; y Eddie Cantor difundió enseguida el chiste de que los recepcionistas de hotel preguntaban a los clientes si querían la habitación “para dormir o para tirarse”. Para mediados de noviembre, el jefe de los médicos forenses de Nueva York intentó acabar con el rumor anunciando públicamente que, entre el 15 de octubre y el 13 de noviembre, había habido menos suicidios que en el mismo periodo del año anterior. No obstante, los dos saltos suicidas que efectivamente sucedieron fueron lo bastante dramáticos como para alimentar el mito. El 5 de noviembre, Hulda Borowski, contable que llevaba 28 años trabajando en una agencia de corredores de bolsa de Wall Street, se tiró desde un edificio de 40 plantas. El 16 de noviembre, tres días después de que el mercado sufriera otra caída, G. E. Cutler, director de una empresa de productos agrícolas, se encaramó a la cornisa de la ventana del despacho de su abogado quien intentó evitar que se arrojara al vacío. Durante un instante, los dos hombres se separaron, y luego el Sr. Cutler se abalanzó por la ventana. El abogado lo sujetó por la cola del frac, pero se le escurrió. El cuerpo de Cutler se estrelló contra un automóvil con matrícula de Nueva Jersey aparcado junto a la confluencia de las calles Wall, Pearl y Beaver, y rebotó cayendo sobre el pavimento”. Cfr. ¿Por qué no se están tirando por las ventanas los ejecutivos? http://www.soitu.es/soitu/2008/09/23/actualidad/1222188661_696902.html