miércoles, 2 de marzo de 2022

UCRANIA: LA “TRACA” ESTÁ POR LLEGAR. ¿Por qué "Occidente" quiere prolongar el conflicto?

Vladimir Putin hablaba anteayer del “imperio de la mentira”. Y no puedo por menos que suscribir sus palabras, añadiendo, a continuación, el axioma de que “en una guerra, la primera víctima es la verdad”. Cada día que me levanto, no puedo sino imaginar el trabajo a destajo de los oficiales de “operaciones psicológicas” de una y otra parte, lanzando fakes-news e improvisando las noticias que un público, no educado en la crítica ni en el arte de la mentira, no sabrá distinguir de las noticias auténticas. Ayer, leyendo La Vanguardia, encontré una noticia maravillosa: una foto de la estación de Kiev. Se veía a ciudadanos que corrían a coger trenes para la UE. Hasta aquí no hay nada extraño: lo raro, es que todos los que huían eran africanos de color… Y esto da que pensar.

En la guerra de mentiras hay que reconocer que es fácil establecer quién la abrió: “Occidente”, desde el principio de la crisis, mintió sobre las causas políticas que desencadenaron el proceso y sigue mintiendo en los “grandes temas” (las sanciones a Rusia, el alcance del conflicto, el alcance que van a tener estas sanciones) y en los “pequeños temas” (que si se ha producido un bombardeo que ha matado a civiles, que si “ya están entrando en Kiev”, una mujer llora en la frontera, un famosillo que ha muerto “con las armas en la mano”). Y eso, desde el primer momento. Es decir, desde el mes de enero. Y, es curioso, porque de la guerra del Donbass, hacía años que no se sabía nada, ni una información, ni una noticia, ni siquiera de intoxicación. Nada.

Por supuesto, Putin no está libre de culpas. Especialmente en su justificación de la operación.

Putin tiene razón en que no es un “guerra”, sino una “operación limitada” a destruir algunos objetivos militares ucranianos en zonas fronterizas y, sobre todo, a realizar una demostración de que no se puede jugar con el concepto de “seguridad” que se ha forjado Rusia. Y quien quiere jugar, paga el precio. “Occidente” insiste en que es una “guerra”, porque ni Europa, ni EEUU, han vivido una guerra en su territorio desde hace décadas. Relacionan el concepto “guerra” con episodios ocurridos en Siria, Iraq, Palestina, Afganistán, Vietnam, Sudán, Congo… Los ataques de la OTAN a Yugoslavia queridos por la OTAN, injustificados e injustificables, si fueron una guerra: un mes continuo de bombardeos sistemáticos y destrucciones a las infraestructuras de un país, si son una guerra. Los ataques limitados a posiciones estratégicas, casi siempre situados en zonas fronterizas, son, en cambio, una “operación de castigo”.

No creo, además, todas las informaciones sobre “deserciones”, “manifestaciones masivas” o “malestar” de la población rusa ante esta “operación de castigo”. Y no lo creo, porque el ciudadano ruso ha soportado carros y carretas en el último siglo. Es un pueblo austero, duro y con sentido del Estado y pocas contemplaciones con la “disidencia”, mucho más si asoma la cabeza en momentos de tensión internacional. La austeridad rusa, que es visible en la propia personalidad de sus líderes, choca con la blandenguería “occidental”, capaz de emocionarse y estremecerse por imágenes que ni siquiera se sabe si son ciertas o de donde vienen. En “Occidente”, estremece pensar que el precio de la energía va a subir o que pasaremos un día sin telefonía móvil. El ruso tiene más mecha, más aguante. Es más duro.

Putin no fue del todo fiel sobre los motivos que le impulsaron a la guerra. Habló de “nazis” ucranianos. En realidad, no hizo más que tomar el discurso “occidental”, obsesivamente antinazi (para las buenas gentes del complejo LGTBIQ+, hasta la Ayuso o Vox son “nazis”), que ha convertido estas cuatro letras, n, a, z, i, en símbolo del mal absoluto que, solo pronunciándose, se evoca todo lo infrahumano. Aprovechando el sustrato psicológico creado en las poblaciones desde 1945 (desde 1935, en realidad) lo ha lanzado contra el propio creador del término: “Occidente”. Putin sabe perfectamente que los “nazis ucranianos” no están en el gobierno, y carecen de fuerza y de influencia sobre el poder. Habla de “banderistas” (expresión que no ha llegado a “Occidente”, ignorante en historia, incluso en la propia historia, y alude a Stephan Bandera, el líder nacionalista ucraniano de las entreguerras que, efectivamente, colaboró con el Tercer Reich), a sabiendas de que es como hablar de Ante Pavelic en la Croacia del siglo XXI. Sin olvidar, claro está, que sería raro un régimen como el ucraniano, con un presidente de origen judío y unos oligarcas, igualmente judíos (en su mayoría) que hacen y deshacen a su antojo, incluso ¡financiando a las milicias neo-nazis!

Donde Putin “dice verdad” -y este es el punto central de la cuestión- es en definir lo que empezó hace ocho días como una “operación limitada” y no como una “guerra”. Los servicios de “operaciones psicológicas” de “Occidente” están estirando demasiado temas como “los rusos a punto de entrar en Kiev” -ahora se espera una famosa “columna” rusa que está llegando a la ciudad…- o el no menos tópico, “se combate en los arrabales de Karkov” que desdicen cualquier concepción bélica moderna llevado a cabo directamente por una potencia militar en sus propias fronteras. La cuestión es: ¿por qué “Occidente” se empeña en querer hablar de “guerra” (con todo lo que implica) y no reconocer lo limitado de la operación militar rusa?

Hay dos justificaciones que lo explican:

- En primer lugar, “Occidente” está en una situación económica muy difícil. El proceso inflacionista desencadenado tanto en la UE como, especialmente, en los EEUU, después de años de inyectar cantidades brutales de dinero en el mercado, ha generado los fenómenos más perversos de la economía liberal: pérdida de poder adquisitivo de los salarios, alzas generalizadas de precios, retraimiento de la inversión productiva, aumento de los presupuestos públicos (con el consiguiente aumento de la presión fiscal), deudas públicas disparadas y de las que ya solo se aspira a pagar los intereses, etc, etc, etc. A esta crisis hay que añadir el inviable modelo de economía globalizada libre de aranceles y en la que los centros de poder financiero mundial siguen avalando en la medida en la que satisface sus intereses, pero no así los del resto de poblaciones de Oriente y Occidente.

Hace falta preparar “explicaciones” y “justificaciones” para esta crisis económica, ya imparable, una de ellas es la “guerra” y las “sanciones” a Rusia (que vendrán acompañadas de “contrasanciones” por parte de este país). Las noticias sobre los aumentos de los tipos de interés, cualquier desajuste económico, el desabastecimiento, las alzas en los precios de la energía, todo, absolutamente todo, se explicará por una guerra que no es guerra.

El problema al que se enfrenta “Occidente” es que, como ha ocurrido en Canadá con el “convoy de la libertad” o como ocurrió en Francia con “los chalecos amarillos”, las protestas motivadas por no importa qué motivo, se extiendan como un reguero de pólvora hasta poner en riesgo de colapso a algún país y generar un “efecto dominó” en el resto de países del entorno.

Para evitarlo hace falta de recurrir al “miedo”: ahora es el miedo a la “guerra”, ayer fue el miedo al Ómicron, hace dos años al Covid-19, antes al “ISIL-DAESH”, antes aún a la crisis económica, y más atrás, miedo al “terrorismo internacional y a Al-Qaeda” y, en su origen, al “eje del mal” (Irán-Corea-Venezuela-Cuba…). El miedo impide pensar, el miedo impide razonar, el miedo resta serenidad a las decisiones, el miedo, finalmente, hace que todos queramos refugiarnos bajo el paraguas protector del Estado. Y el Estado nos dice: “yo os protegeré” (aunque, en realidad, está protegiendo a sus gestores -la clase política- y a los centros financieros que la han colocado ahí).

- En segundo lugar, y relacionado con esto, hace falta entender que los “pueblos” reaccionan al unísono cuanto más homogéneos son. Por eso ha podido hablarse del “sentir nacional”, o incluso, de la “conciencia de clase”. El “stablishment” ha convertido a “pueblos” y “clases” que, antes eran homogéneas y, por tanto, tenían intereses, voces y aspiraciones únicas, en verdaderos mosaicos étnicos en donde ya nadie se reconoce en el vecino: hay barrios en toda Europa Occidental “moros”, “panchitos”, “asiáticos”, “negros”, etc. Incluso, dentro de cada una de estas bolsas étnicas de origen no europeo, existe una fragmentación de origen que va más allá de lo religioso: no confundas a un paquistaní con un marroquí, ni a un hindú con un paquistaní, un coreano difícilmente se juntará con un chino y un salvadoreño tendrá a un hondureño como enemigo. Los partidarios de la “multiculturalidad” nos dicen que esto pasa porque son “recién llegados”. No es así: sin olvidar que la semana pasada un deleznable rapero catalán, entrevistado por Ebole, hijo de marroquíes, de 21 años, que no había ido a Marruecos, reconocía que esa era “su patria” por mucho que tuviera DNI español.

Es posible que hace 30 años viniera inmigración a Europa para trabajar. Pero, desde la crisis económica de 2009, está claro que en Europa Occidental ya no hay “trabajo” que permita salir de las proximidades del umbral de la pobreza, especialmente, si no se tienen habilidades especiales. Hoy, la inmigración llega a Europa, estimulada por el régimen de subvenciones que recibe y que, cada vez más, equivalen al “está to’ pagao”

Y esto viene a cuento de este conflicto, porque, la UE nos ha “prevenido” de que no nos sorprendamos por “5.000.000 de refugiados” que pueden llegar a Europa Occidental, huyendo de la “guerra en Ucrania”.

Desde el principio nos sorprendió: a fin de cuentas, 5.000.000 de ucranianos caucásicos, contribuirían a que los ciudadanos europeos de origen caucásico vieran aumentar su número. Y, a pesar de que, lo más probable es que estos ucranianos, se instalaran en Europa del Este, Balcánica y Central, contribuirían a paliar el exceso de población de orígenes étnicos no europeos. ¡Pues bien, este planteamiento es erróneo!


(La Vanguardia, 1 de marzo 2020.
Sorprendentemente, el tema estaba en toda la prensa mundial)

La Vanguardia, en su edición del 1 de marzo publicaba una foto de “ciudadanos residentes en Ucrania” que estaban esperando para subir a un tren para dirigirse a la Unión Europea… La crónica está firmada por el enviado especial del diario a cubrir la crisis ucraniana que alude a “los miles de universitarios africanos que estudiaban en Ucrania”. ¿Africanos en Ucrania? La foto no miente: en la estación Leópolis, la foto nos muestra a un grupo de africanos negros a la espera de llegar a territorio de la UE. Vale la pena preguntarse lo que augura esta foto.

Los ecos de la “operación de castigo” se agotarán pronto. Zelensky solamente está dispuesto a negociar una cosa: su permanencia en el poder. Sabe perfectamente que está obligado (por la inactividad de la OTAN y por la claridad de Putin) a elegir la vía del neutralismo. Como máximo le gustaría poner sobre el tapete la entrada en la UE, pero eso ya supone cruzar la “línea roja”: Rusia nunca permitirá una Ucrania en la UE, a sabiendas de que lo que se vende en el Tratado de la Unión es el “pack” conjunto con la OTAN (España fue un caso paradigmático y las incorporaciones de los antiguos países del COMECON otro ejemplo más próximo aún y más cercano para Rusia). Pero en este conflicto, como decíamos el otro día “ya está todo el pescado vendido”. “Occidente” aspira a alargarlo para justificar la crisis económica que ya nos “invade” y esos “5.000.000 de refugiados” anunciados que, como podemos ver en la foto, no responden a los rasgos étnicos eslavos, sino más bien a los africanos de color negro.

Lo que va a pasar es fácil de prever: en los próximos meses 5.000.000 de africanos llegarán a Turquía y de allí emprenderán el viaje por el Mar Negro (tranquilo y relajado) hasta Ucrania y, desde allí, a Europa. ¿A qué Europa? A Europa Oriental, esto es, a los países de la Unión Europea situados en el Este y en el centro de Europa que, hasta ahora, se han visto libres de las oleadas migratorias procedentes de África: Polonia, Hungría, Esvolaquia, Chequia, Eslovenia, Bulgaria, Rumania, Croacia… Hace falta “llevar la multiculturalidad” a esas zonas, no sea que, de ahí puede partir algún “susto” para la UE, como, de hecho, ya se ha producido en Hungría o Polonia…

Volver a mirar la foto: no es ni la Gare d’Austerlitz, ni la Estación Victoria de Londres, ni la estación de Chamartín. Es la estación de Leópolis en la Galitzia ucraniana… Al otro lado de la frontera, a donde miran estos africanos, está la Unión Europea, donde “está to’ pagao”. Para ellos. Nuestra “sensibilidad humanitaria” cubre los gastos.

Postdata:

Y, por si consideráis poco significativo el artículo de La Vanguardia, mirad en youTube este vídeo (entre otros), que indica una “línea de tendencia” (la misma noticia, significativamente, ha sido reproducida en Euronews, o en The Independent, o en Google). En efecto, cuando aparecen, súbitamente, noticia del mismo calado en medios de comunicación muy distintos, no lo dudéis: forman parte de una “operación psicológica”. Dentro de poco, nadie se sorprenderá de que el Ayuntamiento de Barcelona -por poner un ejemplo casi tópico- anuncia la llegada de “refugiados ucranianos”… y no haya ninguno rubio…