martes, 22 de marzo de 2022

10 TESIS SOBRE EL CONFLICTO UCRANIANO (2 de 3)


4. LA RUSIA DEL SIGLO XXI NO TIENE NADA QUE VER
CON LA URSS DE STALIN Y SOLAMENTE EL “EJE DE LA MENTIRA”
INTENTA DEMOSTRAR QUE PERTENECE AL “EJE DEL MAL”.

El argumento preferido por la derecha en todo este conflicto ha sido: “Putin es el nuevo Stalin”. No ha faltado quien haya sostenido que Putin es “comunista” y que nada ha cambiado en Rusia desde los tiempos del estalinismo, ni la perestoika, ni la glasnost, ni la transformación de la URSS en Federación Rusa, nada de todo esto es real, solo maquillajes que encubren el hecho de que Rusia sigue siendo “una dictadura comunista”. ¿La prueba? Que Unidas Podemos se ha declarado contra la OTAN… Dejando aparte que, la posición de los restos de Unidas Podemos se corresponde al antiguo dicho español de “querer estar en misa y repicando”, lo que llevado a los términos de este grupo implica “querer gozar de las mieles del poder, pero no renunciar al gustazo de llevar la pancarta”, lo cierto es que, a estas alturas, considerar alguna toma de posición de este grupo como “seria y meditada” constituye el más craso error de apreciación. Unidas Podemos ya no representa a nadie más que a un grupo de funcionarios contratados y paniaguados de distintas ONGs que están rebañando fondos del Estado antes de desaparecer para siempre.

Pero no, ni Putin es comunista, ni el estalinismo sigue gobernando en Rusia, ni siquiera, contrariamente a lo que algunos tienen tendencia a pensar, existe un expansionismo soviético por razones geopolíticas trasferido a la Federación Rusa. De hecho, hay algo históricamente erróneo en todas estas concepciones. Lenin especialmente, pensaba que la misión histórica de la URSS consistía en exportar el comunismo a todo el mundo. Ya, en época de Lenin, la Tercera Internacional, se convirtió en un instrumento de la política soviética. Pero Lenin, todavía, aspiraba a que la “revolución proletaria” se extendiera a todo el mundo y la URSS fuera el faro mundial de ese movimiento. Stalin, mucho más realista, se limitó a transformar a la Internacional en un auxiliar para su política exterior y para su objetivo, “la construcción del socialismo en un solo país” (la URSS). Por eso sacrificó al partido comunista alemán en 1933, pensando que sería posible un entendimiento entre la URSS y el Tercer Reich y, por eso mismo, cambió la orientación de la Internacional en 1934, al percibir las dificultades de esta política, orientándose hacia una colaboración con los socialistas en los Frentes Populares (con el ánimo de trazar una alianza franco-soviética frente al Reich. Y así sucesivamente. Obviamente, en 1945, tras los acuerdos de Yalta, la URSS obtuvo todo lo que pretendió y la Internacional resultaba más una carga que un auxiliar (aún así, Moscú siguió teledirigiendo a los partidos comunistas por medio de subsidios y de “conferencias de partidos comunistas” en donde no había duda quién dirigía y quién obedecía).

Pero en 1989, con la caída del Muro de Berlín y en los meses siguientes con la caída del régimen de Ceaucescu en Rumania, se interrumpió el flujo de ayuda a los partidos comunistas de Europa Occidental. Si bien Gorbachov seguía siendo “comunista”, Eltsin ya no lo era y Putin no volvió a repetir ningún dogma, ni a difundir en la sociedad ningún mandato ni principio marxista. El Partido Comunista ruso siguió existiendo, pero, en absoluto como fuerza hegemónica y que marcaba los ritmos.

Así mismo, también cambió la política exterior y los principios geopolíticos. Rusia renunció al establecimiento de bases militares fuera de su “área geopolítica”. Putin no ha manifestado la más mínima reivindicación por regresar al estatus de Yalta (Europa dividida en dos zonas de influencia), ni tampoco a progresar su penetración en Asia hacia el Sur en dirección a los “mares cálidos”. ¿Para qué hacer todo eso? La Rusia de hoy está interesada en un orden mundial sostenido sobre distintas “patas” y, por supuesto, rechaza, como cualquier gobierno razonable haría, un “nuevo orden mundial” basado en el predominio estadounidense considerado como “única potencia mundial”… entre otras cosas porque no es un poder “político”, sino solamente el poder de los centros de decisión económicos, hoy agrupados en el Foro Económico Mundial y que hacen de la Agenda 2030 su programa de gobierno… para los gobiernos títeres.

Rusia está mucho más interesada en una cooperación económica con los gobiernos de Europa que por un proyecto “eurasista”. De hecho, sabe, que tal cooperación puede ser benéfica para las dos partes y que, se tarde lo que se tarde en establecerla (y se tardará todo el tiempo que tarden los EEUU en entrar en colapso interior por sus problemas políticos, por su situación social, por su deuda exterior, por las contradicciones entre las distintas zonas del país y por la lucha a muerte entre grupos de intereses contradictorios), es inevitable, razonable y necesaria.

Ahora bien, Putin tiene razón en considerar a la OTAN como el “eje de la mentira”. A diferencia del período estalinista y del neo-estalinismo que se prolongó hasta el final de la “era Breznev”, no hay absolutamente ni una sola prueba de que Rusia “amenace” los intereses europeos, ni siquiera que muestra la intención de convertir a Europa en “zona de influencia”. No hay que confundir un “eurasismo” de cooperación entre los distintos polos que forman este amplio territorio geopolítico (China Europa, Irán, India), lo que alejaría el fantasma de guerras y de agresiones mutuas, con el quimérico “eurasismo” que ve en este espacio a una potencia hegemónica, la única capaz de derrotar al “eje de la mentira” (la OTAN y su gran titiritero el Pentágono). Las contradicciones, las diferencias culturales, étnicas y antropológicas, los intereses económicos, impiden considerar a “Eurasia” como un todo y apostar por una política única, anti-norteamericana, para todo ese espacio. Política que puede coincidir con la sostenida por nacionalistas rusos, atraídos por la idea de “Imperium”, que intentan racionalizar puntos de vista románticos, pero no por políticos realistas como Putin.


5. LOS GOBIERNOS EUROPEOS UTILIZARÁN EL CONFLICTO UCRANIANO
PARA JUSTIFICAR LA CAÓTICA SITUACIÓN DE SUS ECONOMÍAS
Y LA IMPOSIBILIDAD DE ENDEREZARLAS.

La prensa de hoy trae una noticia que, en las actuales circunstancias, puede ser considerada casi como una broma: la UE aprueba su “plan de defensa” capaz de movilizar 5.000 soldados… tal es el límite máximo al que puede llegar esta institución en el siglo XXI: El que un continente de 600 millones de habitantes, solamente pueda disponer de un “ejército común” de 5.000 soldados es, por sí mismo, muestra de los límites de la UE. Casi un chiste irrelevante, poco o nada meditado. Una iniciativa así, ni siquiera puede tener capacidad para elaborar una “doctrina militar” propia, un principio estratégico que le dé coherencia, salvo la de llevar bocadillos a zonas en conflictos o desfilar en tiempos de paz, tras las banderas de los veintitantos países de la UE… Cero.

La Europa que quedó destruida en 1945, renunció a su propia defensa, rebajó sus presupuestos de defensa, para poder afrontar su reconstrucción y, cuando esta se hubo consumado, la OTAN ya garantizaba la “defensa de Europa occidental”, al menos sobre el papel, así que los gobiernos occidentales, ni siquiera contemplaron la posibilidad de una industria armamentística fuerte que, además de surtir a los propios arsenales, pudiera convertirse en materia de exportación. Se exporta sí, pero material táctico, y, salvo el proyecto de caza europeo, Europa está casi completamente ausente en la exportación de material bélico de carácter estratégico.

A esto se unió la acción deletérea de pacifistas y ecologistas. Es cierto que, hasta 1989, estos sectores estaban artificialmente alimentados con subsidios procedentes de la URSS, pero también es cierto que, cuando estos cesaron, ya se había implantado en todo el continente europeo una cultura “antimilitarista” que no permitía el aumento de los presupuestos de defensa. A la clase política no le importó lo más mínimo: mejor, pensaron, así podemos gastar en otras partidas y, por lo demás, los EEUU siguen siendo el paraguas protector. Las experiencias de Vietnam o de Afganistán, con retiradas ignominiosas y desordenadas, debió impulsar una meditación sobre si las “garantías” ofrecidas por los EEUU eran reales, o simplemente, su interés consistía en estar seguros de que todas las guerras que se desarrollarían serían fuera y lejos del territorio norteamericano.

Y esto ha llevado a la situación actual: Europa carece de una política de defensa, la ha subrogado a la de los EEUU. La contrapartida es que, cuando desde el Pentágono, se toca la corneta para formar, todos los “aliados” deben acudir a la voz de ya, sin excusa posible. Actitud propia, no del “aliado”, sino del “vasallo”.

Pero, el gran problema de los gobiernos de Europa Occidental es que su situación se está convirtiendo en más y más insostenible: el “gran reseteo” del que se viene hablando desde hace dos años, no es mas que un intento de acelerar la irreversibilidad del “nuevo orden mundial”, a la vista de que las resistencias son cada vez mayores y pueden obtener éxitos parciales que pueden retrasar la marcha de la Agenda 2030.

En una civilización en la que la única medida de satisfacción es la material, los gobiernos se mantienen o caen a condición de que garanticen niveles aceptables de consumo, presión fiscal que no sea excesiva y que reporte servicios perceptibles al ciudadano y niveles asistenciales cada vez mas extendidos. La población quiere un “estado del bienestar” y aspira a que el gasto público se oriente en esa dirección. Pero hay dos elementos que están en contra de esta tendencia: por una parte, la creación de una aparato burocrático-estatal cada vez más denso (y, más ineficiente) con unas redes clientelares a mantener, unas políticas que precisan de subsidios, una clase política (con todo lo que implica de “asesores”, “gabinetes de estudios”, etc.) cada vez más rapaz e incapaz desde el punto de vista técnico de gestionar el Estado (e interesada solamente en gestionar sus propios intereses derivados de su control sobre el Estado); y de otra parte, las necesidades del capital de rendir intereses.

Este triángulo maldito (ciudadanos – burocracia estatal / partidos políticos – gestores del capital) obliga a que el primer término -los ciudadanos- carguen a sus espaldas con el mantenimiento de todo lo demás a través de la fiscalidad y del consumo. Para mantener la paz social, desde la crisis de 2007-2011, los Estados optaron por poner más y más dinero en circulación y subvencionar a cada vez más sectores y actividades: el resultado ha sido que, a partir de 2019, ya se percibió un incremento de la inflación. Durante los dos años siguientes, 2020 y 2021, esta inflación fue controlada frenándose radicalmente el consumo, mediante las medidas adoptadas para afrontar el Covid: los confinamientos y las restricciones detuvieron radicalmente el consumo y estimularon el ahorro, lo que tuvo como efecto inmediato el que la inflación pudiera detenerse durante ese tiempo. Pero, ante la imposibilidad de mantener más la tensión en torno a la pandemia, relajadas las medidas, se produjo en el inicio de 2022, un aumento de la inflación espectacular que solamente puede frenarse mediante alzas en los tipos de interés y… mediante el estallido de crisis internacionales que tengan como consecuencia una nueva merma en el consumo. Ucrania, por ejemplo.

Pero las alzas en los tipos de interés, no solamente frenarán la inflación, sino que harán aumentar el paro, detendrán la inversión y harán inviable el actual modelo de Estado. La tendencia viene observándose desde la crisis de finales del milenio, cuando empezaron a aparecer en toda Europa partidos de carácter “populista” que, en mayor o menor medida, diagnosticaban bien los males, aunque no estaban en condiciones de dar respuesta satisfactoria a los mismos. Los impulsores del “nuevo orden mundial”, del “gran reseteo”, de la “Agenda 2030”, ahora, tiene prisa por marchar hacia sus objetivos: saben que la situación de todos los gobiernos de Europa Occidental es delicada y el continente puede entrar en una situación de inestabilidad política permanente. Por eso tienen prisa en crear “falsos objetivos” (cambio climático, transición energética, igualdad, mestizaje, derechos LGTBI+…), capaces de generar polémicas inútiles que permiten tranquilamente -como ya ha ocurrido en Canadá con la huelga de camioneros y ya ocurrió en los EEUU con la Acta Patriótica de 2001- aplicar medidas liberticidas a partir de las cuales, la disidencia (incluso del pensamiento) será absolutamente imposible.

Con la guerra de Ucrania, por ejemplo, se ha demostrado la incapacidad de la UE para defender sus propios intereses. Si los gobiernos europeos hubieran contemplado esta posibilidad, jamás se les habría ocurrido invitar a este país a que se integrara en la UE (sabiendo que esto implica necesariamente -véase el caso de España- su integración en la OTAN. Si los gobiernos europeos fueran conscientes de sus intereses, jamás hubieran aceptado aplicar medidas contra Rusia que pudieran afectar al suministro energético procedente de ese país y nunca hubiera permitido el desmantelamiento de las plantas de producción de energía nuclear, desmantelamiento que, en si mismo, supone una renuncia a la independencia energética de Europa.

La falta de talla política de gobiernos como el español, han evidenciado la estrategia de comunicación utilizada desde que se inició la crisis de Ucrania: culpar a Rusia y a su “agresión a un país indefenso con el resultado de muertes y sufrimientos por parte de la población indefensa” para justificar su imprevisión en materia energética, su falta de visión de futuro y de cuantificación de las necesidades de consumo y las posibilidades de satisfacerlo por parte de las “energías renovables” y su negativa a reconocer la realidad: que el consumo de petróleo es el “modelo energético” histórico de los EEUU, el consumo de gas el modelo ruso y el modelo europeo debería ser la energía nuclear mientras no se esté en condiciones de generar energía de fusión.

Pero el conflicto ucraniano no lo explica todo y, ni siquiera es capaz de explicar, por qué hoy se está comprando gas natural a los EEUU a un precio 40% más caro que el comprado a Rusia o porque, justo en el momento más grave de la crisis energética generada por el conflicto ucraniano, el gobierno español elige para cambiar su postura ante la cuestión del Sahara, apoyando a Marruecos, rompiendo en la práctica las relaciones con el que hasta ayer era nuestro principal proveedor en materia de gas, Argelia, y de paso, aumentando las tensiones entre estos dos países.

6. EL CULPABLE DE UN CONFLICTO ES EL QUE GENERA SUS CAUSAS
Y EL CULPABLE DE LA CRISIS UCRANIANA 
ES EL DESEO DEL PENTÁGONO DE DESAFIAR A RUSIA.

Es cierto que las tropas rusas están realizando una “operación de castigo”, mucho más que una “invasión” de Ucrania. Esta operación de castigo tiene tres objetivos: garantizar la seguridad de las dos repúblicas que optaron por escindirse de Ucrania, el Donestk y Luganks, garantizar al seguridad de Crimea y el acceso a este territorio, innegablemente ruso, y, finalmente, destruir y alejar de las fronteras rusas a los efectivos militares ucranianos. En su conjunto, la operación tiene un objetivo estratégico final: conseguir que Ucrania dé marcha atrás y abandone sus pretensiones de integrarse en la OTAN o, lo que es lo mismo, ser socio de la UE.

Ya hemos explicado el porqué de esta legítima aspiración. Sin embargo, la tendencia “políticamente correcta” en Europa es que, un país, aunque tenga razón, la pierde al utilizar la fuerza. Y esto es lo que se reprocha en Europa Occidental a Putin: el haber atacado primero. Comparándose su acción con el ataque a Polonia realizado por el Tercer Reich en septiembre de 1939. Dejando aparte que aquel ataque fue una “guerra relámpago” y no una “operación de castigo” como es la emprendida por el ejército ruso, cabe decir que, en ambos conflictos existió un paralelismo que la “memoria histórica” aliada de la “corrección política” oculta por todos los medios.

En efecto, en 1939, la guerra fue inevitable por tres razones: las necesidades que el presidente Roosevelt tenia de que estallara un conflicto en Europa que pusiera en marcha las fábricas en los EEUU, tras el fracaso de su política del “new deal”; el nacionalismo polaco de carácter imperialista que oprimía a 5.000.000 de germano-parlantes que vivían en su territorio después de los ignominiosos acuerdos de Versalles; y, finalmente, la política tradicional británica de impedir que en Europa existiera una potencia hegemónica. Frente a estos argumentos, todo lo demás es irrelevante y pasa a segundo plano: lo cierto es que, en 1939, el nacionalismo polaco estaba asesinando a ciudadanos germano-parlante que vivían en su territorio, intentaba asfixiar la vida de la Ciudad Libre de Danzig (que pretendía anexionarse), alemana en un 95%, y, en la creencia de que los aliados franco-británicos estarían en condiciones de apoyarla, se sentía fuerte hasta el punto de mantener contenciosos territoriales con todos los países vecinos.

Cámbiese hoy Danzig por Crimea, los territorios alemanes entregados por Versalles a Polonia por las Repúblicas del Donestk y Luganks, la parálisis de la economía norteamericana en 1929-39 por el proceso inflacionista, la deslocalización empresarial, la deuda de los EEUU, y se tendrá una situación absolutamente paralela.

Si abandonamos las ideas que constituyen la “versión oficial” sobre el conflicto de 1939-45 y realizamos un ejercicio de memoria histórica sin prejuicios ni apriorismos, sin las falsas imágenes transmitidas por los vencedores de 1945, lo que nos queda es una Alemania que, por su peso demográfico e industrial se hubiera convertido en el polo de agregación de Europa en el marco del “nuevo orden europeo” (que hubiera sido un “orden” alemán), sin necesidad de una guerra de conquista, sino simplemente por su propio peso específico que hubiera generado un “efecto gravitacional” en torno suyo por parte de los países europeos. Por lo mismo, Rusia, hoy, no tiene necesidad de un conflicto con Ucrania, ni mucho menos con Europa, en la medida en que le interesa mucho más garantizar, en primer lugar, su seguridad, y en segundo lugar su provisión de gas a Europa y relaciones económicas fluidas, mucho más que una guerra contra la OTAN.

De la misma forma que es importante establecer quién fue el verdadero motor que llevó a la Segunda Guerra Mundial y qué proporción puede atribuirse a cada parte, es imprescindible reconocer que en el caso del conflicto ucraniano, Rusia fue llevada a una situación sin salida en la que debía de callar y aceptar la sumisión que implicaba colocar misiles nuclear en sus fronteras, o responder con una “operación de castigo” que desmotivara a Zelensky de seguir por esa vía. Por eso, Rusia ni ha entrado en Karkov, ni en Minks, ni en ninguna otra ciudad y se está limitando a destruir infraestructuras y defensas militares. ¿Acaso la OTAN no hizo otro tanto durante un mes en Serbia en 1999 sin justificación posible y solamente por el hecho de que se trataba de un país amigo de Rusia?

Determinar quien es el responsable de una guerra es importante: porque es a él a quien deben atribuirse todas las responsabilidad y masacres que luego, inevitablemente, se cometen en todo conflicto armado. Y el verdadero responsable nunca es el que disparó el primer tiro, sino aquel que hizo imposible el llegar a un acuerdo, el que mantuvo una política intervencionista para demostrar hasta qué punto, la otra parte, aguantaba el desafío o bajaba la guardia y demostraba debilidad. Si hay un responsable de esta guerra ha sido la OTAN y su centro de decisión, que no está en Europa, sino en el Pentágono: y es a estas instituciones a las que hay que cargar la responsabilidad de todo el dolor, los muertos, las destrucciones y las masacres que se han cometido y que se van a cometer.