Unos días de
convalecencia por un accidente de varias décadas atrás, ha favorecido el que
pudiera realizar una relectura de La Odisea. Hay que leer más La
Odisea de Homero y desengancharse lo más posible de los “redes sociales”,
que, como su nombre indica, son redes para pescan a merluzos. Pues bien, en el Canto
X -que narra la aventura de Ulises en la isla de Eolo y en el palacio de
Circe, la hechicera- aparece la figura de un tal “Elpenor” (550), del que el
rapsoda ciego dice:
“Había un tal Elpenor, el más joven de todos, no muy brillante en la
guerra ni muy dotado de mientes, que, por buscar la fresca, borracho como
estaba, se había echado a dormir en el sagrado palacio de Circe, lejos de los
compañeros. Cuando oyó el ruido y el tumulto, levantóse de repente y no reparó
en volver para bajar la larga escalera, sino que cayó justo desde el techo. Y
se le quebraron las vértebras del cuello y su alma bajó al Hades”.
En el canto
siguiente se presentará a Ulises en el Hades, se le aparecerá el infortunado
Elpenor para pedirle unos dignos funerales. Al volver a la isla de Eea, Ulises
y lo que queda de su tripulación, recuperarán su cuerpo y lo quemarán
ritualmente, colocando en su túmulo un remo. La impresión que uno se lleva del
relato es que Odiseo-Ulises y, por extensión, el rapsoda ciego que compuso la
epopeya, no apreciaban mucho al tal Elpenor.
Como se sabe, en
el curso de esa aventura, Circe convirtió a los marineros de Ulises en cerdos.
Circe, hay que recordarlo, era una hechicera (en uno de los extremos de la isla
de Malta, existe una cueva reputada de haber sido el “sagrado palacio de Circe”).
Este palacio, dice Homero, estaba rodeado de Lobos y Leones que no eran más que
hombres transformados en animales gracias a la magia de la hechicera. A los
hombres de Ulises, tras emborracharlos, luego los convirtió en ganado porcino.
Avisado Ulises
por el único marinero que había logrado escapar al encantamiento, se encargó de
buscar una hierba que consiguiera reponerlos a su forma humana. Hermes se cruzó
con Odiseo y le mostró la planta moly que lo protegería de cualquier
encantamiento. Se sabe lo que ocurrió luego: el héroe consiguió que Circe diera
su brazo a torcer, ella se enamoró de él e, incluso, le ayudó a regresar a
Ítaca. Elpenor no vuelve a aparecer, ni como borracho, ni como inepto, ni como
sombra en le Hades.
En 1950, Lion
Feuchtwanger, un intelectual judío, nacido en Alemania y que se había
establecido en los EEUU, escribió una versión apócrifa del relato homérico: Odysseus
und die Schweime (Odiseo y los cerdos) en el que integra una interpretación
que había tenido eco en la Grecia clásica. Es de esas obras que vale la pena
leer. Cuando Odiseo encuentra la hierba que salvará a sus marineros del
encantamiento de Circe y les devolverá su forma y su condición humana, al
comunicarlo a las víctimas, los marineros-cerdos, estos huirán en todas
direcciones. Ninguno quería recuperar su forma humana. Tengo la sospecha de que
fue esta leyenda la que inspiró a Eugene Ionesco, su pieza teatral, “El
Rinoceronte”, luego explicaré por qué.
Podemos imaginar
a Ulises-Odiseo persiguiendo a los cerdos y tratando de frotarles el lomo con
la hierba sagrada. Al final, consigue atrapar al más torpe de todos ellos,
¿cómo no?, a Elpenor, el cual, en su forma de cerdo, se resiste a recibir el
toque de la hierba que deshará la magia de Circe. Cuando recuperó la forma
humana, lejos de agradecérselo le espetó a Ulises estos reproches:
“¿Así que has vuelto granuja entrometido? ¿Otra vez a fastidiarnos y a
molestarnos? ¿Otra vez a exponer nuestros cuerpos al peligro y a obligar a
nuestros corazones a tomar nuevas decisiones? Yo estaba tan contento, podía
revolcarme en el fango y retozar al sol, podía engullir y atracarme, gruñir y
roncar, libre de dudas y razonamientos: ‘¿qué debo hacer, esto o aquello?’ ¡¿A
qué viniste?! ¿A arrojarme de nuevo a mi odiosa vida anterior?”.
Elpenor no
quería volver a ser hombre libre. Prefería seguir siendo cerdo en el corral. A
fin de cuentas, todos los marineros, sus compañeros, también eran cerdos y se
sentían igualmente felices. Retomo la alusión a Ionesco: “El Rinoceronte”
es una obra de teatro del absurdo, escrita e interpretada por primera vez en
1959 y que, pocos años después, fue representada en el “Estudio 1” de TVE
interpretada por José Bódalo, Antonio Ferrandis, José Vivó, Antonio Paúl y
María Dolores Pradera, que lo habían estrenado en el María Guerrero de Madrid
en enero de 1961 (una pálida versión completa de esta obra puede verse interpretada
por la Escuela de Arte
Dramático de Valladolid).
Se suele decir
que “El Rinoceronte” ironiza sobre el crecimiento del fascismo y
del nazismo. Es falso. Ironiza sobre algo mucho más próximo (se escribió, no lo
olvidemos, en 1959): el conformismo del que había gala la sociedad burguesa de
la época. Basta ver la representación o leer el libreto, para advertirlo. La
temática de la obra es que, un buen día, en una sociedad feliz, aparece un
hombre convertido en rinoceronte, después del impacto inicial, los habitantes
de aquella pequeña ciudad, poco a poco se van convirtiendo en rinocerontes. Berenguer,
el protagonista es un hombrecillo irrelevante, algo borrachín, que inicialmente
se resiste a la transformación. Todos justifican su conversión en la frase
clave de la obra: “¡Puesto que no es pecado ser rinoceronte…! ¡Seámoslo!”.
Todos terminan convertidos en rinocerontes aceptando la corriente general y
estadística de la mayoría.
Y ya puestos, se
me ocurre otro lugar común para la misma temática: la escena en la que Neo, el
protagonista de Matrix, debe elegir la “pastilla azul” o la “pastilla
roja”, que le ofrecerá Morfeo: una le hará permanecer en la felicidad del sueño
prolongado (la dichosa ignorancia), la otra le despertará y le enseñará la
realidad objetiva (la verdad incómoda). Y, el protagonista, duda; el malandrín,
Cypher, el traidor miembro de la tripulación de Morfeo que traicionará, no
ansía otra cosa que tragar la pastilla azul, la de los sueños de felicidad, aun
consciente de que vivirá en una realidad falsa y alienante.
Es muy probable
que todos los que lean estas líneas hayan visto Matrix, menos
probable es que hayan visto o leído El Rinoceronte y serán menos
aún los que conozcan el Canto X de la Odisea. Pero,
seguramente, todos estarán de acuerdo en que el problema de fondo que plantean las
tres obras, es idéntico: la negativa a “despertar” del sueño feliz, ya sea como
gorrino o como el Cypher, felizmente ignorante, o como todos los rinocerontes
de Ionesco, felices en su nuevo estado animal
No somos los
primeros en advertir esta contradicción. La temática ya le preocupaba al
freudo-marxista y miembro de la “Escuela de Frankefurt”, Herbert Marcuse a
mediados de los años 60. Marcuse tenía la sensación de que nunca como en
nuestra época se presentaba como una necesidad el “liberarse” de los mecanismos
de opresión, pero al mismo tiempo albergaba la certidumbre de que cualquier
lucha de liberación carecería del apoyo de las masas… Dicho con otras palabras:
la liberación de cualquier tipo de opresión, que hasta no hace mucho, era
considerada como una exigencia y una responsabilidad, en nuestra desgraciada
época de ha convertido en una maldición.
Todos admitimos
que somos víctimas de algún tipo de opresión, incluso los más conservadores,
pero nadie, absolutamente nadie está dispuesto a asumir una lucha contra los
mecanismos de esta opresión. Las “redes sociales”, de hecho, solamente sirven como
las válvulas de seguridad de las ollas a presión: modular y canalizar el
potencial explosivo, convertir los debates y las críticas, en lo que antes eran
las discusiones de café, para que todo siga igual.
El pobre Elpenor
no era nada más que el “último hombre” del que hablara Nietzsche, la antítesis
de Ulises-Odiseo, el individuo situado en las antípodas del superhombre. Es
significativo que su muerte se produzca después de un botellón, seguramente al
ritmo de hip-hop y rap marcados por Circe, y tras lo que parece la práctica del
“balconing”. Elpenor, sin duda, tomaría la pastilla azul de la dichosa
ignorancia y no dudaría en mutar en rinoceronte cuando hubiera visto que un
número suficiente de congéneres lo hacían.
Seguramente por
eso hoy la política no es el terreno más recomendable para la disidencia. La
gente prefiere hoy dormitar, vivir en la contemplación de una especie de
espejismo de felicidad, creer en la publicidad, a pesar de saber que la
publicidad, siempre, es engañosa, ir a favor de la corriente o volar con el
viento de cola, bajar en sky una montaña antes que ascenderla con piolet junto
a los compañeros de cordada, compartir los elementos de la “cultura de masas” antes,
simplemente, que tener una Cultura digna de tal nombre, aceptar la mala calidad
de cualquier producto cultural (¿Por qué llaman “música” a ritmos de gama tonal
ínfima, los más escuchados entre los jóvenes?), alimentario (tiene forma de
hamburguesa, parece una hamburguesa, pero no es digno de alimentar a un cerdo),
sanitario (le llaman vacuna, pero no inmuniza, ni previene), informativo (el
cambio climático es la noticia del verano gracias a los incendios forestales,
junto al traspaso de Messi y a la vacunación, pero ¿es, algo de eso,
verdaderamente importante? ¿podemos garantizar que las informaciones que
aparecen en primera plana son remotamente ciertas?), etc.
El ser humano
que pulula en la modernidad no quiere ser “liberado” de nada, se niega a
ejercer el pensamiento crítico. Acepta que le engañen con tal de que le
garanticen un mínimo de seguridad y estabilidad. Que nadie le complique la
vida. Que nadie le pida más esfuerzos que los que le pide el patrón o la
necesidad de ganarse la vida. Que nadie le ofrezca alternativas. Quiere vivir y
poco le importa que esa vida sea “fea, brutal y breve”.
La caverna de
Platón tiene la puerta abierta pero ya nadie sale para comprobar como es la
realidad objetiva del mundo exterior. Todos los pobladores de la caverna han
convenido que un mundo de sombras chinescas, espejismos tranquilizadores y
mentiras libre y unánimemente aceptada, es superior a un mundo del esfuerzo, de
la objetividad, del honor, la lealtad, la familia, el linaje, y cualquier otro
valor tradicional. Nadie quiere ser liberado, ni siquiera los que dicen ejercer
el pensamiento crítico.
A fin de
cuentas, tienen razón. No puede hacerse nada porque los males de nuestra época
están arraigados hasta el tuétano de las poblaciones. No existen paredones
suficientes para purgarlas. Y, por otra parte ¿quién en su sano juicio
aceptaría hoy participar en un pelotón de fusilamiento que trabajase a destajo?
¿Entonces? Como dice aquella vieja canción: “Cree y espera”.
Soy de los que
cree que el sistema sufrirá un desplome interior que verán los milenials de
hoy a lo largo de su vida. Y no procederá del “cambio climático”, sino más
bien de la “convergencia de catástrofes” a la que aludió Guillaume Faye en los
años 90. La catástrofe ecológica, podría solventarse en cierta medida, pero
será mucho más difícil de hacerlo en el momento en el que estallen las crisis
sanitarias, sociales, étnicas, religiosas, económicas, alimentarias,
tecnológicas, que amenazan desde posiciones muy próximas en el tiempo y en
conjunto se manifestarán en avalancha. El
futuro se va a parecer mucho más a Mad Max que al Mundo
Feliz de Huxley. El efecto de la pastilla azul, es como la vacuna del
Covid, sirve para una ola pero no para la siguiente.
Así pues, es
hora del repliegue a los cuarteles de invierno o a las catacumbas. Observar,
prever, vivir, meditar, aprender, dirigirse solo a los que elijan la pastilla
roja, a los que piensen como Ulises y no como Elpenor, a los que se resistan a
su conversión en rinocerontes. Es hora de crear redes sociales propias, nuevas
jerarquías, vivir en un mundo de valores, y, ahora que también nos han robado
la patria, vivir en la Idea, dejar el ring para que otros se aticen en él. En
una palabra, “creer y esperar”.
¿O es que pensáis que el sistema, en su actual configuración, puede durar eternamente?