Desde hace casi
250 el leit-motiv de toda democracia es “libertad, igualdad, fraternidad”.
Desde entonces, han sido muchos sistemas los que han lanzado su particular
interpretación del lema. No olvidemos que, si bien estas tres palabras
alumbraron la revolución francesa, fue con ellas con las que los revolucionarios
bolcheviques se lanzaron a la calle en 1917 y también el que medio siglo
después, redescubrieron sus herederos en mayo de 1968. Y, si se nos apura, hubo
que pasar casi otro medio siglo para que el sueño dorado que sugería estas tres
palabras se convirtiera en patrimonio de “los indignados”. La diferencia es
que, estos últimos quisieron aportar un matiz: “¿igualdad?”, sí, pero a
ultranza y ya. Y los cinco ministrillos de “Unidas Podemos” van trabajando sólo
en esa dirección, conscientes de que algo solamente puede ser igual a otra
cosa cuando ambas carecen por completo de identidad.
Pero esta no es
la cuestión. Lo realmente curioso es ver como el lema tantas veces repetido,
una vez más, produce monstruos.
En España el
semanario El Caso, cuyo ciclo vital se prolongó durante medio siglo,
satisfacía las exigencias de morbo de los españoles. Cuando yo era pequeño, los
kioscos de periódicos mostraban en sus anaqueles, páginas de los diarios,
abiertas, atadas con pinzas para que estimular a los lectores a que los
adquiriesen. Mi hábito de lectura se remonta a esa época (segunda mitad de los
50), cuando leía -preferentemente- las columnas de El Caso en los
kioscos. Algunas noticias eran escalofriantes. Recuerdo un tipo al que su novia
plantó y que quiso dejarse morir de hambre en las montañas. Se refugió en un
macizo inaccesible y allí se propuso dejar de comer. Eso de “morir de amor”,
siempre me ha parecido una gilipollez. Si uno siente morir de amor, mejor que
busque otro amor que le satisfaga. El fulano en cuestión, al cabo de unos días,
con la barba hirsuta, demacrado y enloquecido, se alimentaba del rocío de la
mañana que sorbía de las hojas. Pasaron pocos días antes de que se decidiera a
comer hierba. Ahí fue cuando unos excursionistas lo vieron y dieron cuenta a la
Guardia Civil. Y es que España ha tenido siempre madera para folletines. El
Caso se nutría en buena medida de este tipo de “sucesos”. Los crímenes
dignos de tal nombre estaban generados por el hambre, el desamor y el
subdesarrollo. Luego, en los años de la democracia, lo esencial de la
criminalidad pasó a estar dominado por la corrupción política y por la droga.
Ahora, ambos jinetes del Apocalipsis siguen compitiendo hoy a corta distancia
con bandas étnicas, y los crímenes gratuitos.
Ver la tele
estos días -desde mi retiro veraniego- me ha hecho pensar: en uno de esos
canales generalistas, un programa veraniego de tardes, daba cuenta de
asesinatos y delitos cometidos en esta España que ya no es la de Puerto
Hurraco, ni de los Marqueses de Urquijo, del tipo que comía hierbajos por
desamor: es la España de las bandas étnicas (asesinatos, agresiones y palizas
en los lugares más distantes, diariamente y sin descanso), de los delitos
inexplicables (okupaciones continuas), de los inocentes en la cárcel (como el abuelo que ha ingresado en cárcel por
defender su propiedad ante quien quería robarle) y de los progres clamando por
los derechos de los delincuentes, o de los crímenes gratuitos, sin contar con
anuncios de televisión que claman al cielo (¿qué me decís de ese anuncio de un
sistema de seguridad que cuando detecta delincuentes en un hogar ¡arroja humo
para ahuyentarlos!? ¿no hubiera sido mejor gas mostaza o, en su defecto, un gas
inmovilizante para que la policía los pillara con las manos en la masa y los
enviara sin apelación a prisión?). Solamente pasando revista a la crónica de
sucesos, se pueden llenar dos horas largas de programación.
Esto sin contar
con los telediarios en donde la gestión del gobierno se ha convertido en una
selección de disparates que han llevado a Sánchez y a sus comparsas a ser el
gobierno peor valorado de Europa. Sánchez dice que es por la gestión de los de
Podemos, pero no: es por la suya propia. Al buen psicópata solamente le interesa
él y nada más que él. Cada día, la gestión del gobierno, sin excepción, es
la crónica de un sinsentido. Y, por cierto, que tampoco la oposición es que lo
esté haciendo de maravilla: aquí ya empiezan a hacer falta movilizaciones de
masas, ocupaciones de ministerios y de centros administrativos, para forzar
elecciones antes de que el gobierno Sánchez termine distribuyendo entre los “amigos”
y entre las “comunidades desafectas” los fondos europeos por llegar. (Hago
aquí un inciso: estaba leyendo un artículo en el que Dominique Venner recuerda
que, tras la Segunda Guerra Mundial, De Gaulle dio orden de que se revisarán en
profundidad las cuentas del gobierno de Vichy presidido por el Mariscal Pétain
y reputado de haber colaborado con los alemanes. Los inquisidores abrieron expediente
a los 117 ministros que había tenido Pétain entre 1940 y 1944 y ¡no encontraron
un solo caso de enriquecimiento ilícito, ni rastros de prácticas corruptas!)
Esta
democracia nuestra está avejentada: Apenas tiene 44 años y ya está con un pie
en la tumba y en vida artificial. En realidad, está así desde mediados de
los 80, cuando la ciudadanía más consciente empezó a pensar que esto de la
democracia no eran ningún chollo y que algo estaba fallando. Desde entonces,
todo ha ido de mal en peor. Hoy, la democracia española es algo tan
desagradable como ver a una pareja de caníbales marcarse un 69.
Si queda alguien
que mantiene las esperanzas en que esto puede cambiar, será mejor que acuda a
la farmacia y pedir un reforzante cerebral: la dirección de caída, sobre
todo una trayectoria que viene prolongándose durante tanto tiempo, es
irreversible y no puede sino llegar hasta sus últimas consecuencias. Hoy, las
estamos próximos a alcanzar ese punto. ¿La prueba? Que el lema idealista e
idealizante de LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, se ha trocado en CAOS,
DESORDEN E INESTABILIDAD. El que tenga ojos que vea.
Aunque a Sánchez
le queden dos telediarios en el gobierno (casi podría aplicársele el shakesperiano:
“llegará al 2022, pero Sánchez no pasará el 2022”), los males
acumulados por su gestión (y las anteriores), son de tal calibre que no se
trata ya de ver si el vaso está medio lleno o medio vacío, sino de reconocer
que el vaso está roto en mil pedazos. Y el “vaso” es nuestro país, nuestra
sociedad, nuestra identidad, nuestra economía y nuestras instituciones.
Si tu lema es ORDEN,
AUTORIDAD, IDENTIDAD, éste ni es tu gobierno, ni tu sistema, ni tu escala
de valores. Reconócelo y actúa en consecuencia.