La República de Weimar fue uno de esos
momentos estelares en la historia de la humanidad en la que en apenas unos años
se produjo una gigantesca eclosión científico-político-cultural en la que lo
mejor se juntó con lo peor y que, finalmente, predispuso a una mutación total y
radical que llevó al III Reich. Las bases de este impulso, por supuesto,
existían antes de la I Guerra Mundial pero las condiciones de inestabilidad,
tensión, crisis permanente, agitación e inseguridad que aparecieron después (y
en cierto sentido se mantuvieron a lo largo de toda la conflictiva vida de
Weimar) parecieron favorecer a este movimiento de renovación uno de cuyas
columnas centrales fue la modificación de los hábitos sexuales, tema que vamos
a tratar en este artículo.
Cuatro años de
guerra habían modificado profundamente la forma de ver la vida, el mundo y la
sexualidad por parte de los jóvenes. Muchos de ellos habían caído en los
frentes sin conocer los placeres del sexo. La guerra demostró a todos la
impermanencia de lo humano, su fragilidad y la necesidad de vivir intensamente
y sin tiempos muertos o de lo contrario, en cualquier momento un fragmento de
metralla, una ráfaga certera o un disparo perdido podrían interrumpir
banalmente la existencia. En los cerebros de toda una generación se habían
producido inevitablemente estos pensamientos durante su tiempo de permanencia
en las trincheras, en los hospitales del frente o durante los breves permisos
en la retaguardia. Si la vida es breve, y todo es “vanidad de vanidades”,
pasajero y puntual ¿por qué no disfrutar de los placeres de la vida “sin trabas
y sin tiempos muertos”?
El problema era
que el “antiguo régimen” se caracterizaba por un recato y unas actitudes
pacatas que no dejaban mucho margen para vivir intensamente la sexualidad.
Gozar no estaba bien visto. Así pues, hubo que esperar hasta noviembre de 1918
para que el shock de la derrota descompusiera los fundamentos de la sociedad y
fuera posible vivir la sexualidad de otra manera. Una de las primeras
consecuencias de la caída del Káiser fue la abolición de la censura. Entonces
irrumpió la modernidad y esto implicaba, fundamentalmente dos cosas, apreciar
la “libertad individual” (aceptar la democracia formal como la mejor forma de
organizar una sociedad) y “vivir intensamente y sin inhibiciones el sexo”
(rechazar cualquier cortapisa al principio del placer).
Algunos
“reformadores sexuales” que aparecieron en los primeros años de la República
introdujeron otro elemento en la ecuación: la sexualidad se vivía
individualmente pero también dentro del marco de la sociedad, por tanto, había
en ese impulso algo que trascendía lo privado y que, por tanto, debía tener una
dimensión social. Y, por curioso que pueda parecer, esta opinión apareció en la
derecha, en el centro y en la izquierda, como veremos.
En la izquierda
esta idea se extendió de la mano de socialdemócratas con Hirschfeld (fundador
del Instituto de Investigaciones Sexuales) como entre los comunistas con
Wilhelm Reich. A pesar de la tradicional austeridad en materia sexual del
Partido Comunista (KDP) que consideraba oficialmente que determinadas formas de
sexualidad eran “residuos pequeño-burgueses”, en ese entorno apareció el
Movimiento para la Reforma Sexual cuyo lema era “Tu cuerpo te pertenece”. Mientras
la derecha (Theodor Hendrich van Welde, autor de tres gruesos volúmenes
dedicados a una vida sexual placentera y ordenada el primero de los cuales se
titulada El matrimonio ideal) se
limitaba, en su habitual conservadurismo, a procurar extraer el máximo placer
dentro del matrimonio, la izquierda solía aludir a la “miseria marital”, a la
“crisis de la familia” y a la “miseria sexual”.
La guerra había
provocado un desequilibrio sociológico en la sociedad alemana: en 1925 existían
1075 mujeres por cada 1000 hombres. Para colmo, la crisis de la superinflación
que apareció a principios de los años 20 y que se reavivaría con la crisis
mundial de 1929, generó el que las tasas de natalidad fueran extremadamente
bajas, las más bajas de toda Europa en 1933, apenas 14,7 nacimientos por cada
1.000 habitantes. El 25% de los berlineses, ni tenía hijos ni quería tenerlos
voluntariamente y para ello utilizaban entre 80 y 90 millones de preservativos
al año. Por si esto fuera poco, el número de abortos ilegales pasó a ser de
1.000.000 anual sobre 32.000.000 de mujeres. El hecho de que buena parte de
estos abortos se realizaran en condiciones higiénicas lamentables que
provocaban la muerte de entre 4.000 y 12.000 mujeres al año, mientras otras
50.000 sufrían problemas de salud relacionados con la intervención.
La
homosexualidad que hasta ese momento había estado contenido y era prácticamente
invisible aumentó, aunque no se dispongan hoy de cifras seguras. Hirschfeld,
uno de los gurús socialdemócratas de la sexualidad de Weimar, recomendaba
prácticas sexuales imaginativas incluidas la homosexualidad. Incluso los
“reformadores sexuales” de derechas, decían creer en el matrimonio, pero no en
la monogamia. Para estos, las relaciones sexuales prematrimoniales debían
mostrar si la pareja se “acoplaba” bien y, cuando lo habían comprobado, se
trataba de obtener el máximo placer en el interior de la pareja. La izquierda,
por supuesto, iba mucho más allá. Wilhelm Reich, que en aquel momento compartía
las doctrinas psicoanalíticas de Freud, sostenía que la “represión” sexual
había destrozado la estabilidad mental de los trabajadores y que la única
terapia consistía en adoptar una vida sexual gratificante pues, según él, la
“represión” era el recurso del capitalismo para paralizar y contener a la clase
obrera. Si ésta quería ser dueña de su destino debía proceder, no solamente a
una “liberación de clase” mediante la revolución proletaria, sino también a la
terapia psicoanalítica. La primera aboliría la represión de clase que la
burguesía ejercía sobre el proletariado, la segunda llevaba a la “liberación
sexual”.
La sociedad
alemana –siguiendo la tesis de Freud- había experimentado durante la guerra el
principio del Thanatos (de la muerte) y solamente podía liberarse absorbiendo
hasta las heces el principio del Eros (del placer). Theodor Hendrick, el
teórico de la sexualidad marital de derechas, reconocía que la familia era la
célula básica de la sociedad, pero, al mismo tiempo que el matrimonio podía
llegar a ser para algunos un infierno. La clave de la vida feliz –u él estaba
convencido de que la felicidad en el matrimonio existía- consistía en
reconducir la sexualidad hacia el paraíso. En sus investigaciones había
observado que muchas mujeres casadas no experimentaban ningún placer en las
relaciones con sus maridos y que estos también habían caído en el aburrimiento
y la rutina recurriendo a prostitutas, amantes o simplemente a la masturbación
y se decía que la clave para una relación duradera era que ambas partes, marido
y mujer, obtuvieran placer.
Hendrick, como
decíamos, era un liberal de derechas y por tanto veía cierta relación
“jerárquica” en la pareja: el marido, decía, debía ser el “educador” de la
mujer, de su propia mujer y debía de darle la mano para recorrer con ella el
camino que llevaba al placer. Confiaba, como todos los “terapeutas sexuales” de
Weimar que la ciencia era quien debía marcar el camino hacia el placer teniendo
en cuenta las características fisiológicas de las partes y las técnicas más
adecuadas para dar placer. El orgasmo simultáneo marcaba la cima de la
perfección de las relaciones maritales. Había observado que la culpa de que
muchas mujeres no experimentaran placer en sus relaciones sexuales era por la
tensión que les ocasionaba el coitus interruptus, unido a que los maridos no
sabían utilizar las “técnicas sexuales”. Y allí estaba Hendrick y demás
“reformadores sexuales” para difundir con su verbo misionero la buena nueva de
una sexualidad sana y placentera.
Muchos de ellos
creían que la respuesta a los males de la sexualidad occidental vendrían
resueltos por las ideas recogidas por antropólogos y sociólogos entre las
tribus primitivas o los aborígenes del Pacífico (estudiadas a través de los
trabajos de Malinovsky), otros pensaban que había que recurrir a refinamientos
orientales (el Kama-Sutra acababa de ser traducido y también había llamado la
atención de la sociedad alemana anterior al conflicto bélico el descubrimiento
de la institución japonesa de las Geishas o las prácticas sexuales árabes o
propias del sudeste asiático. No solamente la mujer debía de aprender
determinadas técnicas para dar más placer al varón, sino que éste debía hacer
otro tanto, modificando sus hábitos y considerando que el placer no era cosa de
uno, sino de dos, puntos en los que coincidían todos los “reformadores
sexuales” de Weimar era en creer que el Estado debía de tomar cartas en el
asunto.
Fue durante la
República de Weimar cuando se introdujo la idea de que era necesario que
existiera una educación sexual en las escuelas. A través de la educación sexual
el Estado debía recomendar prácticas sexuales que llevaran a la felicidad
individual y conyugal. Este planteamiento quedaba todavía más reforzado por el
hecho de que en los años 20 las enfermedades venéreas y las psicopatías
sexuales se habían enseñoreado de la sociedad. Sin excepción, todos estos problemas
eran tratados en la amplia literatura que se generó a derecha e izquierda en la
República de Weimar. La izquierda, por supuesto, insistía resaltando las
dificultades económicas que encontraba la clase obrera en el ejercicio de una
sexualidad placentera. La derecha, por su parte, buscaba contener el placer en
el interior de la célula familiar. Sin embargo, la diferencia entre unos y
otros consistía en que entre los medios de la izquierda, existían muchas
mujeres que se habían sumado al movimiento, mientras que en la derecha el
movimiento era algo protagonizado solamente por varones.
La sífilis
estaba extraordinariamente extendida y era solamente una de las muchas
enfermedades sexuales que transmitían las prostitutas (y de ahí se extendía a
toda la sociedad); la impotencia también era el pan de cada día. La
pauperización de la clase obrera contribuía a aumentar su miseria sexual.
Viviendo en barrios hacinados, dentro de pisos minúsculos en los que era
imposible disfrutar de una sexualidad plena unido a la falta de intimidad, con
las mujeres constantemente embarazadas o trabajando fuera del hogar, la clase
obrera parecía vivir una situación dramática que le impedía el acceso al
placer. Por eso los “reformadores sexuales” de izquierda consideraban que la revolución
sexual y la revolución social iban de la mano y que no podía darse una sin la
otra.
Los medios de
comunicación weimarianos también pusieron su granito de arena a la hora de
definir una nueva sexualidad. Las varias decenas de títulos de la cadena de
prensa Ullstein (sobre la que Arthur Koestler en sus memorias da abundantes
datos en la medida en que desde muy joven fue uno de sus corresponsales)
crearon el arquetipo de la imagen de la “mujer moderna” que tanto habría de
influir posteriormente en toda Europa. Hay que decir, que los propietarios de
cadena fueron muy criticados por el NSDAP en la medida en que eran judíos
alemanes.
El ideal femenino weimariano: la “mujer
moderna”
La “mujer
moderna” tenía unos rasgos taxonómicos inequívocos: era atractiva, esbelta, la
práctica del deporte (especialmente del tenis y la natación) le proporcionaban
un cuerpo atlético y atractivo; ya no lucía melena recogida, sino un pelo corto
casi varonil. Carecía por completo de instinto maternal o al menos las
publicaciones de los Ullstein no se lo atribuían. El arquetipo, abundantemente
fotografiado en los magazines ilustrados, mostraba inevitablemente a una mujer
de clase media o acomodado, que trabajaba fuera del hogar en el mundo de la
cultura o en oficinas y que no tenía inconveniente –importante novedad en la
época- en salir sola o bien en grupo de mujeres. Tenía independencia económica
y recurría a hombres solamente cuando experimentaba la necesidad del contacto.
Políticamente era progresista o “centrista”. Creía en la democracia traída por
la República y en la igualdad de derechos con el varón.
Naturalmente, el
arquetipo era una falacia que correspondía solamente a unos pocos miles de
mujeres. En su mayoría la mujer weimariana distaba mucho de este ideal y del
arquetipo pintado en las publicaciones de la cadena Ullstein que correspondía
al ideal de la “mujer moderna” de derechas. Ciertamente, la mujer se había
incorporado al mundo del trabajo durante la guerra europea, pero en 1925 una
estadística demostró que a pesar de que un tercio de las mujeres alemanas
trabajaba por cuenta ajena, habitualmente en fábricas insalubres o en oficinas,
casi siempre lo hacía en puestos subalternos y percibiendo unos salarios
extraordinariamente bajos. Esto permitió que los comunistas construyeran otro
arquetipo de su “mujer ideal” de izquierdas.
Ésta era una
mujer que no se cuidaba tanto de su apariencia externa. Solía vestir mono de
trabajo y se la representaba manejando la cuba de un alto horno o cuidando de
una máquina industrial. Si la mujer de derechas se peinaba “a lo garçon” y
utilizaba prendas masculinas (pantalones y americanas estilizadas), la mujer de
izquierda también incorporaba a su imagen el mono propio de los trabajadores y
el pelo recogido. La mujer de izquierdas se presentaba en las publicaciones
comunistas como comprometida con la causa del proletariado, a diferencia de la
mujer de derechas que apenas lo estaba con la de Weimar y la democracia
republicana. En Weimar no se inventó lo “bisex”, pero si apareció una tendencia
a asimilar mujer a varón en su imagen externa.
El ideal de belleza masculina
¿Y cómo era el
arquetipo del varón weimariano? También aquí se produjo otra novedad. Mientras
que hasta ese momento nadie se había atrevido a hablar de la belleza masculina”
y cualquier cosa que supusiera el que el varón se cuidaba de su aspecto físico,
era considerado como sospechoso de homosexualidad o, lo que era lo mismo en la
óptica de la época, de debilidad, lo cierto es que distintas publicaciones del
período weimariano no dudaron en difundir un ideal de belleza masculina que
interesó algo más a la derecha que a la izquierda. Y es que los ideales de la
belleza masculina eran tipos habitualmente identificados con la óptica de
derecha.
Stephan Zweig se
sorprendía de que en apenas 15 años (desde principios de siglo hasta el final
de la I Guerra Mundial) la sociedad alemana hubiera cambiado tanto. Recordaba
sin ninguna nostalgia especial bien es cierto a las mujeres encorsetadas,
utilizando canesús y miriñaques que recorrían los barrios acomodados alemanes
en 1905 y las comparaba con la “mujer moderna” que parecía recorrer la Unter
den Linden en 1920. Era todo el símbolo del tiempo nuevo que había sustituido a
la vieja Alemania decimonónica. Esta visión era suficiente como para que Zweig
se reconfortara pensando que todo estaba cambiando.
Los dolores de
la guerra y el trauma de la derrota habían exorcizado todo lo que el Antiguo
Régimen parecía representar. Además habían aparecido medios de comunicación
nuevos e incluso los ya existentes como la prensa se beneficiaban de la
incorporación de ilustraciones cada vez más perfectas que exhibían arquetipos
de la belleza femenina y también masculina. La fotografía y el cine (que en
Weimar adquirieron un desarrollo extraordinario) contribuyeron a esta
renovación de la estética masculina y femenina. Pero también el auge de los
deportes (que siempre había estado presente en Alemania desde el último tercio
del siglo XIX) y entre ellos del boxeo que mostraba cuerpos desnudos y rostros
sudorosos de varones agresivos. Además, habían llegado de los EEUU en los
furgones de los vencedores, nuevos ritmos (el jazz, el fox, el charlestón…) que
obligaban a los cuerpos a moverse y adoptar posturas y gestos que encerraban
contenidos eróticos. Las bailarinas de revista, tan habituales en los miles de
cabarés berlineses –a imitación de las hileras de coristas del Cotton Club
neoyorkino- parecían responder muy bien al espíritu de la época, pero también a
las tradiciones prusianas de disciplina. Tal como observó el filósofo y
sociólogo Sigfried Kracauer, aquellas coristas no eran sino una deformación del
arquetipo prusiano: iban de uniforme (quizás no con galones y guerra, sino con
corpiños y mallas), evolucionaban en el escenario como una tropa en formación
y, para colmo, tenían tendencia a levantar sus piernas uniforme y rítmicamente
como si estuvieran desfilando al paso de la oca. Militarismo prusiano y
sexualidad norteamericana confluyeron en los escenarios weimarianos y explican
quizás porqué aquella época marcó el paraíso de la revista, los espectáculos de
cabarets y la aparición de los primeros locales similares a nuestras actuales
discotecas.
La guerra había
dejado miles de minusválidos recorriendo las calles alemanas. Antiguos soldados
del frente a los que las balas y la metralla enemiga había amputado piernas y
brazos, cuyos rostros estaban deformados por el fuego, las heridas o las
quemaduras, eran un penoso espectáculo que estaba presente día a día en las
calles de la República y en todos sus barrios. Nadie podía huir de aquella
realidad, pero si enmascararla refugiándose en el concepto de belleza
idealizada que se pretendía encontrar en las salas de fiestas, en los
espectáculos y en los medios de comunicación. Por tanto, no puede extrañar que
incluso la “belleza masculina” estuviera presente en Weimar y en sus medios de
masas.
Los Ullstein
explotaron este filón que sabían que atraería a lectoras. Los actores a lo Paul
Richter (que entre otros filmes había encarnado al Sigfrido de Die Nibelungen Fritz Lang) encarnaban un
ideal “germánico” de belleza masculina que se complementa con la de deportistas
como el boxeador Max Schmelling, considerado como un derroche de masculinidad
agresiva que volvía locas a las “mujeres modernas” de la época (y a algunos
hombres…). Schmelling (que luego sería paracaidista de la Luftwaffe durante la
guerra y su imagen difundida por la propaganda de Goebels, debió abandonar el
boxeo a causa de haberse roto los tobillos en un salto durante la batalla de
Creta), boxeador de éxito y campeón mundial de los pesos pesados, era el
arquetipo del héroe y del luchador real que tanto agradaba a la derecha. Era
además, el triunfador, la imagen de la nueva Alemania que se inició en Weimar y
que el nacionalsocialismo exaltó hasta la saciedad especialmente en las
Olimpiadas de Berlín y en las películas de Leni Riefenstahl.
El ideal
masculino en Weimar mostraba a un hombre sereno, misterioso, repeinado,
destilando encanto y sensualidad, elegante y directo, destilaba una mezcla de
firmeza y ductilidad, decisión y virilidad. Así era Richte en sus filmes. En el
otro extremo estaba Schmelling cuyas fotos sugerían fuerza, vitalidad, sudor,
brutalidad, erotismo salvaje y poder. Entre ambos extremos discurrió el ideal
de belleza masculina en Weimar.
El movimiento nudista
Hubo un hombre
llamado Hans Surén. Era hijo de un capital del Estado Mayor y él mismo ingresó
en el ejército. En 1905 había alcanzado el grado de teniente y fue uno de los
primeros aviadores militares del ejército del Káiser. Antes de la I Guerra
Mundial había sido destacado al Camerún en donde fue capturado por los ingleses
pasando un cautiverio de tres años. Tras acabar la guerra siguió en el ejército
y en 1919 tomó parte en los combates que tuvieron lugar en el sur de la URSS
alcanzando el rango de mayor. Aprendió durante su período de prisionero de
guerra la importancia del deporte para mantenerse en forma. Practicó remo, boxeo,
lucha libre, esgrima, levantamientos de pesas y gimnasia sueca. Era un
individuo austero que por las noches gustaba realizar atletismo desnudo en los
campos. Cuando se casó en 1920 ya había asumido el nudismo como ideal.
Hacia 1924 ya
tenía claro su programa de actividades para llevar a cabo una vida sana,
natural y sexualmente plena y lo expresó en su obra Der Mensch und die Sonne, literalmente El hombre y el Sol. Hay en ese trabajo algo de mística de
los Wandervogel (los “pájaros errantes” que habían aparecido antes de la guerra
en Alemania como movimiento de la protesta de la juventud algunas de cuyas
ramas de orientaron hacia el paganismo y el nudismo), pero también de los
“reformistas sexuales” que aparecieron en Weimar. El libro obtuvo un gran
reconocimiento en Alemania y en todo el mundo. La obra trataba sobre el arte de
vivir al aire libre, acompañado del sol (de quien se recibía la vitalidad) y
del deporte (que proporcionaba la fortaleza); ambos elementos daban proporcionaban
belleza al cuerpo. Para Surén los cuerpo humanos, masculinos y femeninos, deben
ser fuertes, bronceados y fibrados. El nudismo y la gimnasia son elementos
esenciales para alcanzar la perfección corporal que, tal como se creía en el
mundo clásico, era el mejor reflejo de una mente sana. El Sol (con mayúsculas)
era el aliado de los humanos para perseguir este objetivo y el nudismo la mejor
forma de absorber su energía. Su libro empezaba así: “¡Salve a todos los que amáis la naturaleza y la luz del sol!
Bienaventurados vosotros que marcháis por campos y praderas, por valles y
colinas (…) Una maravillosa sensación de libertad fluye en vuestro interior y
exultáis con el ejercicio! (…) Nuestra desnudes natural encierra algo puro y
sagrado. Sentimos la maravillosa revelación de la belleza y la fuerza de
nuestro cuerpo desnudo, transfigurado por la divina pureza que resplandece en
la mirada abierta y límpida que revela toda la profundidad de un alma noble en
busca de algo (…) Salve a todos los que aman el sol desde su desnudez natural y
saludable”. Así empezaba el libro de Surén, resumiendo su contenido.
Desnudez, belleza, ejercicio, salud, son las claves de la alegría de vivir para
Surén.
La segunda obra
de Surén apareció en pleno régimen nacionalsocialista. En él abundan las citas
al Mi Lucha de Hitler. Hacía tiempo
que se había sumado al NSDAP y asumido sus tesis especialmente en lo que se
refiere a la raza y a las técnicas eugenésicas de mejora de los arquetipos
raciales. A pesar de que sectores del NSDAP
se mostraban contrarios a las prácticas nudistas de Surén (Goering, por
ejemplo, era uno de sus críticos más demoledores), lo cierto es que en las
publicaciones de propaganda del III Reich (en la edición española de la revista
Signal, por ejemplo), la publicación
de fotos de mujeres desnudas era habitual (y sorprende que en los años 40, en
un momento en que la influencia del nacional-catolicismo en España estaba en su
cenit, se difundieran estas publicaciones, las primeras que mostraron cuerpos
desnudos de mujeres durante el período franquista).
A pesar de que
Surén se declaraba heterosexual es cierto que sus trabajos excitaron la
homofilia y que, en sus obras, las fotos de varones desnudos son
extraordinariamente significativas y decían mucho sobre sus fantasmas ocultos.
A decir verdad, había algo enfermizo no tanto en la obra de Surén como en él
mismo. En 1942 fue detenido por la policía por masturbarse en público, excluido
del NSDAP y multado, pasando los últimos años del III Reich en la cárcel de Brandeburg…
El caso de Hans
Surén no era único, en la Alemania Weimariana el movimiento por la “reforma
sexual” y el movimiento nudista iban de la mano. Si bien algunos sectores de la
república eran admiradores de la vida ciudadana, del vértigo de las grandes
ciudades y de la frialdad de las construcciones de acero, vidrio y cemento,
otros seguían la tradición de los Wandervogel y apostaban por las excursiones
al campo, el paseo por los bosques y las caminatas de uno a otro monumento
ancestral como formas para reponer energías. La extrema izquierda, la
socialdemocracia, los partidos del centro, la derecha y, por supuesto, el NSDAP
compartían estas tendencias y todos ellos albergaban en su interior
asociaciones deportivas y gimnásticas que estimulaban la práctica del deporte.
Es significativo
que en la propaganda política de todos los partidos weimarianos, se tendiera a
representar al adversario –fuera cual fuese- con los rasgos depravados y
deformes, mientras que se atribuía a los propios militantes características de
belleza y perfección física. Había un trasfondo sexual en todo ello. El
enemigo, además de ser depravado, malvado, feo… tiene los rasgos de un acosador
sexual que intenta lacerar la belleza. Así fueron presentados los judíos en la
propaganda de Streicher y, por supuesto, los partidos de la derecha en las
hojas del KDP o del SPD. La derecha y especialmente el NSDAP cargaron las
tintas cuando se produjo la ocupación del Ruhr. Buena parte de las tropas que
penetraron en aquel momento en Alemania eran fuerzas coloniales francesas
procedentes de países africanos. Era inevitable que la propaganda
nacionalsocialista los presentase como gorilas primitivos capaces de cualquier
brutalidad. Así mismo, la propaganda de reclutamiento de los Freikorps insistía
en la virilidad y la belleza de sus combatientes. Incluso los grabados de
Sluyterman von Langeveyde muestran una singular tendencia a exaltar la belleza
natural de los combatientes y no digamos los carteles de reclutamiento que
suelen mostrar a soldados tocados con el casco de acero en actitudes marciales
que emanan cierto erotismo. Quizás era esta la forma para olvidar la tristeza
de la derrota, la miseria de los cuerpos mutilados que deambulaban por las
calles de Alemania y la frustración generada por la doctrina de la “puñalada
por la espalda”.
Hubo mucho
equívoco sexual en la Alemania weimariana. Cualquier negativa a tener una
relación sexual suscitaba inmediatamente una serie de letanías: “eres una
reprimida”, “no has logrado emanciparte de tus prejuicios”, “vives en el
antiguo régimen”, etc. En una mala lectura de las obras de Freud, Reich, Rank,
y demás psiquiatras, cualquier negativa podía ser interpretada en clave
psicoanalítica y evidenciar supuestas inhibiciones y traumas. Abundó en este
sentido la presión psicológica surgida de la charlatanería seudo-psiquiátrica
que indujo a muchas mujeres a revolverse contra esta dialéctica. El feminismo
de la época reaccionó contra esta tendencia y denunció las “nuevas
estratagemas” del varón para alcanzar el coito sin que a mujer lo deseara
verdaderamente. En realidad, lo que estaba ocurriendo es que el tránsito de la
sexualidad tradicional del período “wilhelmino” a la nueva sexualidad del
período “weimariano” había tenido lugar demasiado aceleradamente y se había
filtrado demasiada escoria. Algunos intelectuales de la época denunciaron el fenómeno.
Kracauer, por ejemplo, denunció la obsesión por las apariencias física y por la
perfección corporal y lo consideró como un reflejo del “carácter represivo e injusto de la modernidad capitalista en la fase
del consumo de masas”.
Las iglesias
católica y protestante se situaron también en la oposición a la nueva
sexualidad pero desde el punto de vista conservador. No negaban la necesidad de
una vida sexual sana, pero si temían que desembocara en un hedonismo que
olvidara que en su concepción el papel sagrado de la familia era la
procreación. Además, estas confesiones se alarmaron al conocerse, a mediados de
los años 20, las dimensiones del número de divorcios y de abortos que estaban
proliferando y que para ellos era sinónimo de inmoralidad y decadencia. Los
“reformadores” les contestaban que la novedad de la nueva sexualidad que
recorría Alemania consistía en haber desvinculado la “propagación de la vida”
de la “alegría de vivir”… lo que implicaba reconocer que la sexualidad era
importante no solamente por lo que contribuía a la procreación, sino también
porque proporcionaba placer y uno era independiente del otro. Por extraño que
parezca esa idea que hoy es unánimemente aceptada, se teorizó por primera vez
en Weimar.
La república fue
uno de aquellos momentos en los que una sociedad pareció sincerarse consigo
misma. Los alemanes reconocieron que las restricciones a la sexualidad de las que
habían hecho gala hasta ese momento les generaban más problemas y tensiones
interiores que otra cosa. Fueron, acaso por primera vez en la modernidad,
conscientes de que una vida sexual sana y plena tiende a estabilizar al resto
de la personalidad y acertaron a la hora de reconocer el papel importante de la
sexualidad en la constitución e lo humano. Tuvieron razón en denunciar la
hipocresía que rodeaba a las concepciones burguesas de la sexualidad y aspirar
a una salud y a una higiene sexual desconocida hasta entonces. Lo que estaban
cuestionando los “reformadores sexuales” de Weimar era a la sociedad burguesa y
a sus prácticas. Todo eso, como hemos dicho al principio fue inseparable del
trauma que supuso la guerra y su catastrófico final.
La sexualidad
tal como la conocemos hoy empezó en Weimar. Pero también puede formularse una
crítica a estas posiciones. El “principio del placer” quedó situado en la
cúspide de todos los valores y esto llevó a una oleada de hedonismo y de
subordinación de cualquier otro valor a la tiranía del eros. Weimar, contribuyó
a dar el primer paso para absolutizar el principio del placer y convertirlo en
el eje de las búsquedas personales para muchos. No era algo que no se intuía en
los EEUU desde antes de la I Guerra Mundial, pero si es rigurosamente cierto
que en Weimar esta tendencia a liberar el sexo de cualquier atadura y
absolutizarlo encontró a sus primeros teóricos e intelectuales. De hecho, en
Weimar encontramos una mezcla de espíritu de renovación viciado por la
importación de usos y costumbres procedentes de los EEUU que nada tenían que
ver con la tradición europea. Quizás por esto, las concepciones weimarianas
sobre la sexualidad escaparon pronto a todo control. Y entonces llegó el
nacionalsocialismo.
El NSDAP era una
mezcla de distintas tendencias políticas reunidas todas bajo la jefatura
indiscutible y la personalidad carismática de Hitler. También en materia sexual
el NSDAP era un amasijo de tendencias contrapuestas, con la diferencia de que
Hitler nunca pareció tener una opinión concreta sobre la sexualidad (y si la
tuvo no la divulgó). Hitler era uno de esos tipos históricos para los cuales la
sexualidad parece no existir y que canalizan todas las energías que el hombre
común encauza hacia la sexualidad, en dirección a otros fines. Esto creaba un
vacío que hizo que la política sexual en el III Reich adquiriera rasgos
relativamente contradictorios.
De un lado se
reforzó el concepto de familia tradicional, se estimuló la natalidad y se
tendió a que las familias fueran estables. El número de divorcios y abortos
disminuyeron. También las distintas organizaciones del partido tendieron a
favorecer las políticas eugenésicas e incluso, se favorecieron los matrimonios
entre hombres y mujeres que respondían al arquetipo del ideal “germánico” tal
como se concebía (el famoso proyecto Lebensborn), es decir, piel blanca, alta
estatura y ojos y cabellos rubios o claros.
En general, las
autoridades nacionalsocialistas solamente restringieron la actividad de los
“reformadores sexuales” en la medida en que estaban vinculados a proyectos de
izquierda y extrema-izquierda. En absoluto se favoreció una moral sexual
restrictiva, ni se prohibieron lo que algunos hubieran podido considerar como
muestras pornográficas: los espectáculos de cabaret y revista prosiguieron, se
restringieron eso sí las publicaciones consideradas inmorales y que difundían
mensajes contrarios a la integridad del Reich pero ni siquiera se restringieron
las películas pornográficas que siguieron filmándose incluso tras el inicio de
la guerra y en el Bundesfilarchiv de la República Federal Alemana han quedado
muestras suficientes para atestiguarlo. El nudismo estuvo presente bajo el III
Reich sin más restricciones que las derivadas de la “higiene racial”. Otro
tanto ocurrió con la difusión de desnudos masculinos y femeninos en revistas
gráficas, incluso de propaganda, que como hemos apuntado anteriormente, se
difundieron con naturalidad.
Entre 1918 y
1933, en los apenas quince años que duró la república de Weimar, la
problemática sexual estuvo muy presente y frecuentemente atrajo la atención de
los medios y de las gentes. Lo mejor, como hemos visto, se juntó con lo peor y
lo mismo ocurrió en otras ramas de la
sociedad weimariana en diferentes artes y manifestaciones culturales e
incluso en la política. Cuando se produjo el advenimiento del III Reich todo esto
quedó tamizado por las conveniencias de la política nacionalsocialista: aquello
que contribuía a reforzar su concepción de la vida, del mundo, de la estética y
de la sexualidad, sobrevivió, aquello que estaba ligado a movimientos de
izquierda y de extrema-izquierda desapareció. Reformadores sexuales como
Wilhelm Reich debieron abandonar Alemania y siguieron defendiendo sus
principios desde los EEUU.
La sexualidad en
los doce años que duró el nacionalsocialismo en el poder no fue muy diferente
de la tendencia iniciada en Weimar: en el fondo, el Reich, con sus políticas
sociales y de natalidad, con sus centros Lebensborn, con su exaltación
de la belleza masculina y femenina y sus arquetipos de perfección racial, con
sus tendencias neopaganas y su culto a la naturaleza, no podía sino seguir una
tendencia muy desinhibida en lo sexual. La sexualidad en el Reich, en
definitiva, no fue sino la sexualidad de Weimar depurada de sus componentes
anárquicas, libertarias y de las interpretaciones psicoanalíticas que se les
antojaban producto de la “teorización judía” sobre el psicoanálisis.