El libro de Víctor
Javier Ibáñez Una resistencia olvidada – Tradicionalistas mártires del
terrorismo, es una de esas obras que hay que abordar con una gran
serenidad interior o de lo contrario, su lectura puede sumir en una profunda
ofuscación. Nos habla de la campaña sistemática de asesinatos, amenazas,
atentados y coacciones de ETA contra el movimiento tradicionalista. Sin duda, la
parte más difícil de digerir es cuando el autor va desgranando, la
personalidad, las actividades y la situación familiar y social de todas las víctimas.
Ninguno de ellos da el perfil de “torturador sin escrúpulos”, ni en sus biografías
hay nada parecido a “anti vasquismo”, ni nada que se les pueda reprochar desde
ningún punto de vista: pero, eso sí, todos ellos tienen un mismo denominador,
no creer en el nacionalismo, estar arraigados como pocos en su tierra (no con
ocho, sino casi todos, con dieciséis apellidos vascos), considerarse españoles
y haber asumido el lema: “Dios – Patria – Fueros – Rey”. Las
víctimas, eran ejemplos para la sociedad vasca, herederos de viejas tradiciones
y usos que, en sí mismos, constituían la mejor protección contra el virus
nacionalista. Por eso los mataron.
Reconozco que el
libro me ha impresionado porque no tenía en mente que fueran tantos los
tradicionalistas asesinados por ETA. En varios casos, recordaba el nombre del
asesinado, pero no conocía su vinculación al movimiento tradicionalista. La
prensa ignoró y desfiguró el sentir político de muchos de ellos, especialmente
durante los años de la transición y del felipismo.
Es justo
recordar que el tradicionalismo tuvo su núcleo duro en los antiguos territorios
del Reino de Navarra (es decir, en la actual Comunidad Foral de Navarra y en la
Comunidad Autónoma del País Vasco). El segundo frente fue Cataluña y,
especialmente, la “montanya”. Víctor Javier Ibáñez, en su obra,
desmiente la afirmación que algunos han realizado sobre que la suerte adversa
de las Guerras Carlistas llevase a muchos tradicionalistas de estas regiones a
militar en el nacionalismo, mediante una leve transformación de la doctrina
foral. Error. La liquidación de los fueros tras la derrota del carlismo en
1876, fue contestada por sectores sociales vascos que luego darían vida al
nacionalismo. Pero, desde su origen, estos nacionalismos fueron lo contrario
del tradicionalismo (vinculados a la aristocracia económica, estos movimientos
eran y son liberales, mientras que el tradicionalismo, vinculado a la
aristocracia de la sangre, se basaba en lazos orgánicos y de lealismo).
Es difícil
precisar tanto el número de víctimas como establecer su militancia. Víctor
Javier Ibáñez se ha tomado el cuidado de dividirlos en aquellos que fueron
asesinados por su militancia en el carlismo (suman 12), los asesinados que
estaban de alguna manera vinculados al carlismo (otros nueve nombres, el último
de los cuales -vale la pena recordarlo- fue el de Genara García O’Neill de 23 años, hija de un Requeté, asesinada en el
Hotel Corona de Aragón… uno de esos atentados que ETA no reconoció y que el
Estado, contraviniendo cualquier peritación, tampoco consideró como atentado,
para evitar que se crisparan todavía más los ánimos y solamente fue en 2010 cuando
el propio Estado tuvo que reconocer que, efectivamente, había sido un crimen de
ETA). Luego están cinco víctimas procedentes de familias tradicionalistas, pero
asesinados en tanto que militares. Globalmente, pues, resultaron asesinados
casi tres decenas de tradicionalistas. Pero hay más.
Antes de que
cayera el primero (5 de julio de 1975), ETA había llevado a cabo una campaña
sistemática de amedrentamiento contra el tradicionalismo: dinamitando cualquier
recuerdo, monumento, medio de expresión, Vías Crucis y caseríos relacionadas
con este movimiento. ETA generó miedo en la sociedad vasca que terminó actuando
como nunca se había visto antes en la historia milenaria de Euskalherria: una
sociedad empática y solidaria, de marinos, aventureros y conquistadores, de
hombres y mujeres de empuje, se convirtió en una sociedad enferma, incapaz de
establecer una distinción neta entre víctimas y asesinos, entre el sentido
común y la psicopatía. El primer rasgo de esta “enfermedad vasca” fue la
extensión de la cobardía en todos los rincones y especialmente entre las
“nuevos vascos”, inmigrantes llegados de otras partes del Estado que, como
mecanismo de compensación, creyeron que integrándose en ETA serían considerados
antes “ciudadanos vascos”. El autor aporta unos cuantos datos significativos
sobre el origen y los apellidos de muchos etarras; compárese con los apellidos
de los asesinados y se percibirá con ese sencillo ejercicio quien podía acreditar
más arraigo en su tierra natal.
La acción de ETA
supuso el abandono de 200.000 vascos de las tierras que les habían visto nacer.
Si querían asegurar la supervivencia de sus esposa, hijos y nietos, tenían que
llevarlos fuera del radio de acción de ETA. Fue una verdadera “sustitución de
población”. A fin de cuentas, eran irreductibles y darían paso a los “recién
llegados” que, por miedo e incluso por complejos de inferioridad inadmisibles,
se integrarían mejor en el nacionalismo. Lo peor de todo es que el consejo de
abandonar su tierra natal, era la que les daban habitualmente las autoridades,
especialmente durante el felipismo.
El
tradicionalismo, como tal, ha estado prácticamente ausente en la vida política
oficial de estas últimas décadas. Es muy difícil que un movimiento como el
tradicionalista, pueda adaptarse a la fórmula “partido”. Sin embargo, los
tradicionalistas han estado presentes en algunas fórmulas que se han presentado
en distintas competiciones electorales y que han tenido cierta relevancia. El
autor pasa revista a estas coaliciones en el último capítulo y, también, claro
está, a las víctimas de origen carlista que han aportado.
El autor aporta
algunos detalles sobre la evolución del carlismo durante el franquismo. Porque,
a fin de cuentas, la cuestión es preguntarse, como un movimiento que hasta
finales de los años 60 era hegemónico en muchas zonas del País Vasco y de
Navarra, entró en crisis y llegó muy debilitado a la democracia. Coincidimos
con la interpretación que da: en primer lugar, la contradicción entre la
participación tradicionalista en la Guerra Civil entre cuyos postulados se
encuentra el foralismo y la realidad jacobina del régimen franquista; en
segundo lugar, los problemas internos generados por la traición de Carlos Hugo,
pasado al campo de la oposición democrática, junto al PCE y al PSOE,
sustituyendo el lema “Dios – Patria – Fueros – Rey” por el lema “Federalismo –
Socialismo – Autogestión” que chocaba frontalmente con todos los presupuestos
ideológicos que habían dado al tradicionalismo su rostro y su identidad. Era
evidente que una “reforma” de este tipo iba a suponer en las bases, confusión,
polémica, frustración y abandonos. A esto se sumaba, como recuerda el autor, el
resultado del Concilio Vaticano II que abrió las puertas a la crisis del
catolicismo. Un movimiento político cuyo eje giraba en torno al magisterio de
la Iglesia, iba, necesariamente, a verse afectado por la crisis del Vaticano.
Hay que señalar,
además, que el movimiento tradicionalista llegó muy dividido a finales de los
años 70: por un lado, la Regencia Nacional Carlista de Estella, RENACE, por
otro, los “carlooctavistas”, además de la Comunión Tradicionalista, sin olvidar,
aunque desgajado de la familia, el malhadado Partido Carlista, sin olvidar,
aquellos carlistas que ya desde tiempos de la República se habían manifestado a
favor de la convergencia con los “alfonsinos” primero y luego con los
“juanistas” y aceptaron, finalmente, el nombramiento de Juan Carlos como futuro
Rey de España.
¿Qué falta y qué
sobra en esta obra? Quizás elementos visuales: aunque el libro está ilustrado
con las fotos de las víctimas, la interpolación de cuadros, resúmenes,
estadísticas, es decir, todos los elementos facilitados hoy por la infografía y
que, cada vez más, son casi de obligada presencia en un libro de estas
características. Pero esta carencia es formal y, por tanto, muy secundaria:
quienes amamos la lectura y creemos que nada puede sustituirla, encontraremos
todo lo que podía decirse sobre este tema en las más de 200 densas y ágiles
páginas de esta obra.
Pero hay algo
más importante y que, para algunos, resultará el verdadero misterio de todo
este asunto: ¿cómo fue posible que el tradicionalismo no pagara a los etarras
con su misma moneda? ¿cómo, teniendo redaños y hombres suficientes para
hacerlo, el tradicionalismo no devolviera ojo por ojo, diente por diente? El
misterio queda resuelto por lo apuntado al principio: la superioridad moral del
tradicionalismo en relación a la iniquidad ideológica, ética y moral del
nacionalismo y de ETA en concreto. Actuar como terroristas es rebajarse. Nadie
bien nacido podría contemplar la posibilidad de cometer un crimen como el de la
calle del Correo, asesinando a 13 inocentes y causando 70 heridos, ni por la
causa más alta que pudiera imaginar. Nadie, desde luego, desde las filas del
tradicionalismo católico. Esa era la diferencia. Y eso explica el rechazo a
actuar como los asesinos.
En el otro lado,
en cambio, la mentira, el asesinato a sangre fría y la traición eran el pan de
cada día. La construcción nacionalista que presenta a los “etarras” como a
“gudaris” y presupone a estos un valor legendario es otra de las falacias del
síndrome nacionalista vasco. Tomemos un caso, el primer atentado indiscriminado
en Madrid: la calle del Correo. ETA, después de matar a 13 inocentes y causar
80 heridos, 70 de ellos graves, niega ser la autora del crimen (como niega
también haber asesinado a su camarada Eduardo Moreno Bergareche (a) “Pertur” o
haber asesinado a tres gallegos de paso en el País Vasco francés), es más,
acusa a la “extrema-derecha”. Sólo muy tardíamente, en abril de 2018 ETA(m)
asumió que había sido un atentado suyo. Por supuesto, los dos asesinos que
colocaron la bomba, Bernard Oyarzábal Bidegorri (actualmente “Barnard Oyharçabal”,
hoy “académico de la lengua vasca”) y su esposa María Lourdes Cristóbal Elhorga
(actualmente Maritxu Cristóbal Elorza), nunca pasaron ni un solo día en
prisión, ni nadie les interrogó, incluso en sus biografías no aparecen como
ASESINOS DE 13 INOCENTES; ni siquiera han tenido la talla moral mínima para
pedir perdón y reconocer su “error” (y, decimos “error” porque para la justicia
democrática, al no haber sido juzgados, solamente son “presuntos”). Como
tampoco lo tuvo, Eva Forest ni su marido Alfonso Sastre, la primera que dio la
idea a ETA de cometer el atentado; ambos eran “ultraprogres” de la época,
miembros de “gauche divine” que consideraban lo más “cool” colaborar
con la “lucha armada” de ETA. La Forest incluso se construyó una “aureola de
martirio” como torturada por el franquismo, algo que sus compañeros de
detención desmintieron. Había sido también la persona que puso a ETA en la
pista del recorrido realizado por Carrero Blanco para facilitar el atentado que
le costó la vida a él y a sus acompañantes y también la que escribió la obra “Operación
Ogro – cómo y por qué matamos a Carrero Blanco”. Murió en la cama y tampoco
pidió perdón, Herri Batasuna la convirtió en “senadora”.
El
tradicionalismo, por sus valores, por su fe católica intensamente vivida, nunca
habría podido actuar de manera ni remotamente similar ¿Entienden la diferencia?
No es solamente la que separa a víctimas de verdugos, sino también la que
divide la dignidad de iniquidad, la grandeza de la miseria.
Estamos ante una
obra imprescindible en toda biblioteca de alguien que mantenga la cordura en
esta sociedad y en este momento histórico enloquecido, por cuatro motivos:
- como “memoria histórica”. Esto es lo que ha ocurrido, merece conocerse, y es imprescindible que todo aquel que conserve un elemental sentido de la justicia conozca la persecución que sometió ETA al movimiento tradicionalista.
- como homenaje a todas las víctimas del terrorismo, a los que debieron abandonar sus hogares, a los que se vieron amenazados y extorsionados.
- como rechazo al deplorable borrón y cuenta nueva decretado por los gobiernos de España desde el zapaterismo, cerrando el capítulo del terrorismo, renunciando a aclarar todos los asesinatos y dando por compensadas a las víctimas y a sus familiares.
- como tributo al movimiento tradicionalista y reconocimiento al valor de su sangre derramada por España y por Euskalherria.
Unas palabras finales de agradecimiento al autor. Víctor Javier Ibáñez es licenciado en Derecho e historiador vocacional. Ha escrito varios trabajos sobre la historia del carlismo. En esta obra ha hecho gala de las tres cualidades que adornan a un historiador digno de tal nombre: objetividad, rigor y amplitud de miras. Su obra es el resultado de un compromiso moral y político y un homenaje obligado a los mártires de la Tradición.
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