miércoles, 16 de junio de 2021

Salvador Dalí, fascismo y política hermética (2 DE 3)

Dalí, por su parte, siguió "experimentando" en el terreno de los movimientos socio-políticos. El ámbito anarquista también sintió que sintonizaba con los puntos de vista surrealistas. El pintor fue invitado por la CNT-FAI a dar una conferencia poco antes del estallido de la guerra civil. En un ambiente favorable a sus ínfulas antiburguesas, salió a la superficie todo el Dalí surrealista que no ahorró obscenidades ni palabras groseras para calificar al "enemigo de clase", hasta que un anarquista le reprochó tales frases dichas ante mujeres y niños. Dalí le preguntó si estaban en un local libertario o en una sacristía. Por entonces el pintor tenía sus primeras obsesiones en torno al pan, así que en el punto más polémico de la conferencia mandó que le trajeran una barra de pan y se lo sujetó en la cabeza. En ese momento un librepensador sufrió un ataque de locura y se abalanzó para matarlo, mientras Dalí recitaba las primeras estrofas de su Asno Podrido. Antonio D. Olano cuenta que los organizadores le felicitaron: "Ha ido usted un poco lejos, pero estuvo muy bien", le dijeron

Tampoco en este terreno los contactos debían prosperar. Dalí no era anarquista en el sentido que entendían los miembros de la CNT-FAI, ni experimentaba el menor interés en realizar el "apostolado seglar" al lado de los desheredados tal como preconizaba el ambiente libertario. Dalí era un burgués que no quería proletarizarse, ni descender un peldaño en la escala social, sino encaramarse hasta la aristocracia. El mismo cuenta como abandonaba las reuniones surrealistas diciendo que se iba a una cena en el palacio del Conde tal o del magnate cual... pero al estar en compañía de la aristocracia, les decía que tenía que dejarlos para asistir a la reunión surrealista. Así conseguía centrar la atención de unos y otros, despertar su interés y sus recelos, conseguir, en definitiva, ser el centro de atención.

De esta época data también una manifestación en la que el pintor llevó una bandera alemana y otro amigo suyo enarboló la de los soviets. El día antes había concluido una conferencia en el Centro Republicano gritando "Viva Rusia y Viva Alemania" justo antes de lanzar la mesa contra el público de un puntapié... En la España de la época solamente un pequeño grupo, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas de Ramiro Ledesma Ramos, constituidas en torno al semanario La Conquista del Estado, enarbolaban semejantes consignas. Precisamente a éste grupo habían acudido algunos surrealistas españoles como Ernesto Giménez Caballero. Si hacemos abstracción de sus contenidos seudo-fascistas, muchos de los artículos insertados en La Conquista..., están próximos al surrealismo con el que los "jonsistas" compartían la temática antiburguesa. Ramiro Ledesma y los suyos no tenían inconveniente en dar vivas a la Alemania nazi, la Italia fascista y la Rusia bolchevique; en su óptica, los tres movimientos encarnaban el espíritu revolucionario y subversivo de la época. Dalí opinaba igual.

No es improbable que Dalí tuviera conocimiento de las publicaciones "jonsistas" a través de algunos de sus amigos surrealistas que siempre formaron en torno al "fascismo español"; ciertamente, no se le conoce ninguna actividad pública a su favor, pero, en 1970 Dalí tenía todavía en su casa de Port Lligat un retrato de José Antonio Primo de Rivera, el hombre que dio cierta coherencia política al magma fascista local anterior a la guerra. El retrato había permanecido expuesto en un conocido restaurante de Figueras hasta que el propietario decidió retirarlo a requerimiento de unos turistas franceses de paso; Dalí lo instaló en un sitial preferente de su hogar. Hablaba de él sin ocultar admiración: "!Era un genio (...) José Antonio Primo de Rivera ha sido una de las personalidades más importantes que tuvimos en España! Fue el primero en inventar y utilizar lo de "!Arriba España!" y en el momento en que el liberalismo (...) consistía en decir abajo esto y abajo lo otro... "!Arriba España!", inventó ese grito que puso en pie a España y, además, es quien mejor hizo la apología de un ser que se despreciaba en aquellos momentos: el señorito. Dijo de él mismo que representaba a los señoritos y que aspiraba a que, un día, todos fuésemos señores en España". La última frase resume todo el atractivo que tenía cierta forma de fascismo para Salvador Dalí e implica por qué jamás pudo sentirse del todo cómodo en una formación de izquierda proletaria, marxista o anarquista; para Dalí no se trataba de proletarizar a la burguesía, como de aristocratizar al proletariado. En su manifiesto Mi Revolución Cultural, refleja esta creencia que estuvo viva en su espíritu hasta su última época: "La cultura burguesa no puede ser reemplazada si no es verticalmente. No se puede desaburguesar la cultura si no se desproletariza la sociedad y se orientan hacia fines bien altos las funciones del espíritu, redirigiéndose hacia su origen divino, trascendente y legítimo".

Dalí y los totalitarismos del siglo XX

Poco antes de que estallara el drama de la guerra civil, Dalí abandonó España yendo a encontrar a su amigo Edward James en Roma. De ahí pasó a París que abandonó poco antes de la entrada de las tropas alemanas. Finalmente, recaló en Estados Unidos. Por entonces ya había reformulado alguna de sus ideas políticas. Sus tenues simpatías por el comunismo se desvanecieron cuando empezó a percibir en la versión moscovita una forma extrema y plebeya de conservadurismo. Solía explicar que la degradación del marxismo tenía un carácter capilar: Marx lució siempre barba luenga y desordenada; Engels, por el contrario, se la recortaba y cuidaba más; Lenin utilizó solo bigote y perilla; Stalin mostacho, Malenkof rostro liso y, finalmente, Kruschev era incluso calvo. Para Dalí esta "degradación capilar" estaba en razón directa al grado de conservadurismo asumido por el Partido Comunista de la Unión Soviética. Pero el rechazo por la ideología y por las formulaciones prácticas del marxismo iba parejo a la admiración que sintió hacia a algunos de sus líderes. Incluso durante el franquismo no escatimó loas y alabanzas a José Stalin, ni tampoco a Mao Tse-Tung del que ilustró una edición de sus Poemas con ocho ilustraciones a punta seca. De Stalin decía que "ha forjado el Ejército Rojo y el poder de Rusia. Los herreros han constituido siempre hermandades y sectas. Desde que este tipo del guerrero llega al poder, crea símbolos masculinos y femeninos: la hoz y el martillo. Tal fue el caso de Vulcano en la Grecia antigua. Fue Vulcano quien forjó el escudo de Aquiles, en tanto dejó que Apolo sedujera a su esposa Venus". Dalí estaba familiarizado con los trabajos de Mircea Eliade [2], el famoso historiador de las religiones que antes de la guerra había sido miembro del partido fascista rumano "Guardia de Hierro" en torno a las hermandades secretas de herreros y forjadores. En su libro Herreros y Alquimistas, Eliade demostró como la Alquimia procedió del arte de la forja de los metales. Dalí, además, no olvidaba al primer vástago de su linaje del que tenía noticia, Pedro Dalí, el herrero de Llers, próximo a Figueres, su pueblo natal.

Evidenciado a través de símbolos que permitían asociaciones paranoicas, Dalí percibió en el comunismo huellas de irracionalismo; experimentó una fascinación particular por la hoz y el martillo en cuya fusión descubría su admirado andrógino. Para él, la hoz era un símbolo femenino y el martillo masculino. Idéntica fascinación le produjo la esvástica en la que veía otro símbolo andrógino de unión sexual (Wilhelm Reich, el psiquiatra postfreudiano, quiso ver lo misma en el distintivo del NSDAP). No ahorró declaraciones favorables a Hitler antes de la guerra e incluso es posible que sintiera alguna simpatía política. Breton recordaba que, en febrero de 1939, el propio Dalí le había explicado que "la crisis contemporánea era racial y que la solución posible era concentrar todos los esfuerzos de los blancos para reducir a las razas de color a la esclavitud".

Se ha dicho que, con el paso de los años, Dalí se había ido convirtiendo en un hombre de orden que ansiaba, ante todo, la estabilidad por encima de las ideologías políticas: si Stalin le causó una profunda devoción surrealista se debía -entre otras cosas- al régimen de hierro que había creado, sintió otro tanto por Mussolini y Hitler y la admiración que deparaba a Franco o Mao no estaba muy lejos de todo esto. Pero sería incompleto reducir la admiración de Dalí hacia esos regímenes totalitarios a una mera muestra de conservadurismo político; en esos años existieron otras muchas dictaduras totalitarias que no merecieron ningún comentario elogioso ni su más mínima atención. Dalí, en realidad, no experimentó apenas una admiración hacia el aparato de poder de estos regímenes; sólo le atraía la "dimensión mítica" que intuía en ellos.

A principios de los años 30, Dalí empieza, en efecto, a sentir fascinación hacia la esvástica. Esto coincide con las presiones de René Crevel para que el surrealismo tome partido a favor de la Internacional Comunista y asista al Congreso de escritores de Jarkov. En el momento más inoportuno, Dalí propuso a los surrealistas votar una moción "proclamando la mirada y la espalda blanda de Hitler dotadas de un lirismo poético irresistible". Más adelante confesará sentirse "fascinado por las caderas blancas y rollizas de Hitler" (...) "la más divina carne de una mujer de cutis blanquísimo". No podía evitar asociar Hitler a la imagen de una mujer.

A partir de la conversación con Crevel, escribe, "mi obsesión Guillermo Tell - piano - Crevel dejó paso a la del "gran paranoico comestible", o sea, Adolfo Hitler". Consideraba al fundador del NSDAP como el "gran masoquista", capaz de desencadenar una guerra de dimensiones "kolossales" solo por el puro placer de perderla y destruirse en la vorágine.

Dalí se cuidaba de destacar que estas asociaciones paranoicas no tenían nada que ver con las valoraciones políticas que podían hacerse del nazismo. Breton, no quiso, finalmente hacer tales distingos y el grupo surrealista terminó convocando una reunión para tratar la expulsión del pintor. Éste acudió con un termómetro en la boca y se tomó la temperatura en no menos de cuatro ocasiones quitándose y poniéndose ropa según el cariz de la discusión. Finalmente se llegó a una solución de compromiso en la que Dalí resultó expulsado pero se le permitió seguir exponiendo con otros pintores surrealistas.

Coincidiendo con estos hechos reflexionó en torno a las sugestiones alucinatorias que le producía un cuadro de Millet, El Ángelusse preguntaba por qué algunos símbolos, personajes o cuadros favorecían la eclosión de sus fantasmas interiores y que otros le dejaban completamente indiferente. Dedicó varios cientos de páginas a resolver el enigma en un libro cuyo manuscrito permaneció perdido desde 1940 a 1962, El mito trágico del Ángelus de Millet; el cuadro le parece objetivamente "azucarado y nulo", de la misma forma que Hitler desprovisto de sus atributos de dictador no es más que un típico burgués medio o la esvástica no deja de ser un signo más entre otros muchos; ¿por qué estos elementos le sugieren innumerables asociaciones paranoicas?, ¿por qué otros se muestran completamente inertes? Llega a la conclusión de que "a tales efectos deben corresponder causas de cierta importancia y que, en realidad, bajo la grandiosa hipocresía de un contenido de lo más manifiestamente azucarado y nulo, algo ocurre"… Dalí ha llegado al núcleo de los grandes símbolos, aquellos que generan una sintonía entre lo exterior a nosotros, la percepción del símbolo, y lo que está dentro de nosotros, latente, el arquetipo simbólico. Llama a esto "atavismo".

La atracción que sintió Dalí hacia el nazismo y más en concreto hacia la figura de Hitler y la esvástica, forma parte de este atavismo. Dalí asumía la interpretación que Wilhelm Reich en su Psicoanálisis del nazismo hacía sobre la esvástica. Para Reich el símbolo del nazismo tuvo atracción sobre las masas por que indicaba, de manera estilizada, una cópula entre hombre y mujer; cada parte estaría representado por ┌┘ y └┐, cuya intersección indicaría los sexos unidos durante el coito...

El franquismo en Dalí

Dalí no sólo simpatizó con el franquismo sino que además conoció personalmente al dictador y ambos compartieron momentos de intimidad. Pintó un retrato de su nieta y dedicó un poema al entonces Príncipe de España, sucesor de Franco. Hay que ser claros: Dalí sedujo a Franco y la simpatía fue mutua. ¿Sobre qué se basó?

Dalí, culturalmente hablando, era capaz de cualquier exceso y excentricidad, pero ya hemos visto que, con el paso del tiempo, en términos políticos, fue convirtiéndose en un conservador nato, horrorizado por las turbulencias de la inestabilidad y el vacío de poder. Fue acentuando estas tendencias con el paso de los años. La posibilidad de una "revolución político-social" le producía nauseas, precisamente por eso se dejó seducir por el concepto de "revolución cultural", pues, en el fondo eso consistió el surrealismo de su juventud: la transformación de los parámetros culturales y de las concepciones para que estas, a modo de infraestructuras presionaran sobre las superestructuras políticas. La muerte de García Lorca influyó en su ánimo más de lo que han estimado muchos biógrafos. Otro tanto puede decirse de la desaparición de correligionarios surrealistas en campos de concentración, en huidas de Francia o en combates en el maquis. En su conferencia en 1951 en el Teatro María Guerrero dijo: "Yo siempre he sabido que toda revolución no es interesante por lo que revoluciona, sino al contrario, porque, a través de ella, se vuelve a encontrar la tradición viva que estaba oculta bajo el polvo de la falsa tradición: las rutinas burocráticas del espíritu".

Dalí sintió por Franco lo que otros muchos conservadores experimentaron hacia la figura del dictador: agradecimiento por haber enterrado un caos llamado "Segunda República" y dado fin al estilo de hacer política de los partidos que conformaron el arco parlamentario de la época. Para Dalí importaba poco la legalidad republicana, opinaba que este capital se había dilapidado en el desgobierno, el caos cotidiano y la incapacidad para resolver los problemas. En la citada conferencia de 1951 su primera frase -"Picasso es comunista, yo tampoco"- fue recibida con una ovación rotunda. Y siguió: "En nuestra época de mediocridad, todo lo grande, importante y auténtico, se ha llevado a cabo fuera de lo común, frecuentemente contra viento y marea". En otro momento dijo: "Antes de Franco, los políticos y los gobiernos aumentaron la confusión el desorden y las mentiras en España. Franco rompió abiertamente con esta falsa tradición, restableciendo la claridad, la verdad y el orden en todo el país, en los momentos de mayor anarquía. Esto revela una gran originalidad". Y, por si había alguna duda, continuó: "Vengo para visitar a dos Caudillos. El primero Francisco Franco. El segundo Velázquez, que cada día asciende más en el firmamento artístico del mundo". Franco era un enamorado de la pintura y, ciertamente, conocía a los clásicos, no solo españoles. Uno de sus pintores favoritos era Vermeer de Delf. Dalí se sorprendió, en la audiencia que le concedió en 1954, cuando Franco le habló extensamente de Vermeer, precisamente en los momentos en los que Dalí se sentía obsesionado por el cuadro del pintor flamenco La Encajera. En otra ocasión declara que Franco se ríe mucho con él. Son buenos amigos, los dos han tenido siempre pocos verdaderos amigos, quizás por eso se compenetran. Un día, después de comer, Dalí se retira a sestear, "Franco, por el contrario -cuenta- fue a revisar unos manuscritos medievales, su capacidad de trabajo era inmensa". Esto nos permite entrar en otro terreno...

Se dice que Franco intentó entrar en la francmasonería durante la II República, como francmasón era su hermano Ramón y como defensor de la masonería inglesa se erigió su hermano Nicolás, gracias a cuya gestión se pudieron implantar logias en las bases militares americanas en España. En realidad, Franco no desmerecía a la masonería inglesa, pero albergaba una completa hostilidad a la francesa y hacia los "Grandes Orientes" (laicos, ateos, librepensadores, racionalistas y, políticamente, liberal-izquierdistas). Durante sus estancias en Marruecos, Franco había conocido personajes extraños; uno de ellos, Corintio Haza, médico judío y khabalista, diseñó para él un extraño talismán que lo acompañaría durante toda la guerra: el "Víctor". El dictador sentía una atracción desmesurada por la figura de Felipe II y por el Escorial. A pesar de haberse erigido en defensor de la cristiandad y de haber desangrado España en defensa del papado, Felipe II mantuvo relaciones difíciles de justificar con individuos que se habían colocado en el punto de mira de la Inquisición: desde el arquitecto Juan de Herrera -autor del Tratado sobre la piedra cúbica, uno de los libros de cabecera de Dalí en su período místico- hasta el bibliotecario Benito Arias Montano, pasando por sus gustos pictóricos extremadamente curiosos que iban desde El Bosco hasta los pintores alumnos de Vasari que, como Pellegrino Tibaldi, acudieron a decorar la biblioteca y el claustro de El Escorial dejando sobre aquellos muros el testimonio de su sabiduría hermética. Precisamente en la Biblioteca de El Escorial y en las estancias personales de Felipe II se guarda la colección mejor provista de tratados de alquimia reunidos sobre territorio español. El Emperador tenía atracción reverencial por Saturno y los astrólogos de la Corte le habían comunicado que su reinado estaría influido por este planeta; de ahí que el Emperador vistiera perpetuamente de negro. Las leyendas urdidas en torno al sitio de El Escorial afirman que su emplazamiento fue elegido por una vieja tradición que situaba allí la "puerta del infierno". Su trazado tiene en cuenta una doble estrella pentagonal y reproduce el Templo de Salomón: El Escorial debía taponar esa entrada de lo maligno. Franco estaba al corriente de todo esto y lo tuvo en cuenta a la hora de edificar el Valle de los Caídos. La cripta del Valle de los Caídos está orientada hacia El Escorial y simétricamente separada de él por el monte Avantos. Decididamente todavía queda por escribir la historia oculta de Franco...

Para Dalí esto era la "gran política" que le atraía desde sus tiempos de precoz lector de Federico Nietzsche: el liderismo de hombres que, a despecho de las masas, actúan para transformar su voluntad de poder en mecanismo histórico, líderes que están, como mínimo tan preocupados por los destinos históricos de un país antes que por la solución de los pequeños problemas cotidianos. Para Dalí la sintonía natural entre Franco y Felipe II tenía más valor que todas las inauguraciones de pantanos de aquel período, la avalancha turística o los planes de desarrollo. Era la muestra de que Franco era "grande" (bueno o malo, pero "grande" al fin y al cabo).

Dalí vio por última vez a Franco año y medio antes de su muerte; el Jefe del Estado se encontraba ya con las facultades físicas muy disminuidas y la audiencia fue breve, pero, gracias al encuentro, el Teatro-Museo de Figueras recibió un impulso notable. Fue el último gesto daliniano del Franco. Dalí alabó, una vez más, la "grandeza del Caudillo". Esta "grandeza" que percibió en Franco, la racionalizó de manera paranoico-crítica mediante la observación de los símbolos y ritos del franquismo: un himno de letra completamente surrealista -El Cara al Sol, paralelo al poema, igualmente surrealista, que Dalí había compuesto en 1929, Con el Sol-, parafernalia imperial antiplebeya, símbolos míticos (el yugo y las flechas, el cisne, la garra solar), y talismanes (el “Víctor”), todo lo cual suponía entroncar el período franquista con lo que reconocía como la "tradición" española.

Los símbolos no son mudos: son expresiones sensibles de ideas, evocan ideas a través de su morfología; cualquier espíritu avezado penetrará en la naturaleza de un símbolo con sólo visualizarlo una vez, sin meditar sobre él. Y Dalí pertenecía a este tipo de individuos que cuando ven una esfera no piensan sólo en que se trata de una forma idéntica al balón, sino que tras él intuyen significados simbólicos y metafísicos más profundos. Tales significados de este o aquel movimiento político, más que el movimiento en sí, son los que seducen a Dalí, a pesar de que el conjunto pueda ser de una bajeza y mediocridad alarmante. La persona del líder carismático y las sugerencias paranoico-críticas que de los símbolos que lo acompañan, atraen al pintor más que cualquier otra cosa. También en el caso del franquismo, la personalidad de Franco y su acompañamiento simbólico ritual, referido siempre a la tradición española, mereció su adhesión, en absoluto el franquismo sociológico -la burguesía-, ni al franquismo organizado -el "Movimiento Nacional"- con el cual jamás tuvo ninguna relación.