domingo, 6 de octubre de 2019

Crónicas desde mi retrete (21) – TRUMP: UNILATERALISMO YES - GLOBALIZACIÓN NEIN


Vaya por delante que el que llega a presidente de los EEUU no es un tipo normal: es el que, durante toda su vida se ha preocupado por llegar al límite del sueño americano (ser más que nadie) y, finalmente, lo ha conseguido, a costa de no tener vida personal, a costa de aceptar el hecho de que no es él quien manda en su totalidad sino sólo en una parte (y que, por tanto, debe tener en cuenta a otros actores: el complejo militar-industrial, el complejo petrolero-energético, la voluntad de las sectas mundialistas y, claro está, el poder de la alta finanza, sectores con los que debe convivir y compartir el poder), y a costa de que determinadas decisiones le entrañen ataques inmisericordes de enemigos políticos y económicos. Eso es lo que le ha pasado a Donald Trump que -como en el caso de Putin- tiene luces y sombras.

La diferencia de calidad entre Putin y Trump con los presidentes que les han precedido en sus respectivos países, Eltsin y Obama, es tal que apenas merece comentarse. Putin logró reconstruir un país convertido en ruinas por el mal hacer de un alcohólico bendecido en Washington. Y, en cuanto a Obama, defraudó a los que creían que un presidente negro sería algo diferente a un esclavo del capital financiero multinacional. Al menos, Trump, desde el principio, planteó su programa político en términos mucho más realistas: reconstrucción de infraestructuras, relocalización empresarial e impulso de la economía nacional. Lo va cumpliendo.

A pesar de lo que la prensa tiene tendencia a pensar, en las pasadas elecciones norteamericanas, la “halcón” era Hillary Clinton y su insidiosa manía de amenazar y declarar la guerra a quien no cumpliera las exigencias democráticas: es decir, a quien no aceptara la globalización y el unilateralismo norteamericano como irreversibles. Para Trump, en cambio, la globalización era un problema en la medida en que EEUU debía afrontar la competencia desleal de otras potencias. Es decir, Trump sigue siendo “unilateralista”, pero desconfía de las mieles de la globalización, especialmente cuando la desregulación obliga a EEUU a estar en una mala situación en el mercado de algunos productos.

De ahí la “guerra comercial” con China y la multiplicación de aranceles que, por primera vez, esta semana, ha afectado a España. La primera medida, adoptada hace y meses, ha tenido como consecuencia de “desaceleración de la economía mundial”, es decir, del conjunto de intercambios comerciales entre los distintos países. Se tiene tendencia a pensar que ese es un índice fiable de la “salud económica” mundial. No lo es. Si cada país fuera autárquico, ese índice, tal como se concibe hoy, quedaría reducido a cero, pero eso no implicaría, necesariamente, que hubiera menos actividad económica mundial (sólo que ésta, en lugar de ser una cifra absoluta, sería la suma de la actividad económica de las distintas naciones).


No estoy muy seguro de que Trump tenga muy claro lo que es la globalización, lo que sí tengo claro es que defiende a la economía de su país y los puestos de trabajo. Eso es más que decir, “cerremos las fábricas de vehículos de los EEUU y traigamos coches de China o de India donde se fabrican mas baratos”, como también es más que decir: “convirtamos en leña los olivos del sur de los EEUU porque el aceite español es más barato”... Puedo entender a Trump y su política, lo que ya me resulta más difícil es entender la reacción del gobierno español.

Porque ante una subida de aranceles, la respuesta del otro país debe ser del estilo: “bien, no hay problema, pero, por cierto, el alquiler de las bases del Pentágono en España ha experimentado un repunte, o mire, Amazon tendrá que pagar un impuesto para trabajar en España”. ¿Qué la “guerra comercial” puede desembocar en “guerra política”? Evidentemente. A los aranceles contra productos europeos, se responde con menor participación de Europa en la OTAN, sin ir más lejos. ¿Y eso? Para reconocer que el mundo “unipolar” en inviable y que Europa apuesta por una política mundial multipolar. A fin de cuentas, una mesa se apoya mejor sobre cuatro patas que sobre una.

Pero, claro, todo eso perjudica a los grandes beneficiarios de la globalización cuyo terror es: ¿y qué ocurre si a la reimplantación de aranceles lleva al restablecimiento de fronteras para el movimiento de capitales? Eso sería el fin de la globalización. Y nos congratularíamos de que así ocurriera. El período de la globalización se inició con la caída del Muro de Berlín y la segunda guerra de Irak, llegó hasta el estallido de las subprimes, la crisis bancaria y la crisis de la deuda del período 2007-2012. Luego no se superó, se enmascaró: pero aquella crisis demostró que la globalización planetaria era imposible por la sencilla razón de que la Tierra es un planeta demasiado diverso y con muy distintos niveles de desarrollo para considerarla como un mercado único de producción y consumo. El suicidio mundialista ignoraba esta realidad y partía de la base de que lo ideal era un mundo uniformizado en el que, naturalmente, la economía fuera nuestro destino y la satisfacción de la cúpula de diosecillos de las finanzas se extrapolara al destino de toda la humanidad.

Por eso, cuando estalló la crisis de 2007 dijimos: no es una crisis puntual, es, más bien, la crisis de la globalización, “¿sistémica?” como le llamaron algunos. Lo sorprendente fue que nada se hizo para evitar que se reprodujeran crisis de este tipo: los paraísos fiscales siguieron siéndolo, la economía se desregularizó cada vez más, el capital financiero no encontró límites para migrar y extender sus sífilis, la deuda de los Estados aumento entre un tercio y el doble en apenas diez años… Y, finalmente, la inestabilidad económica ha ido reapareciendo: chispazos en Argentina, desaceleración en Alemania (en dos meses, recesión y, por tanto, recesión en todo el marco de la UE), disminución de la actividad económica mundial, guerra comercial con China, proximidad de nuevos repuntes en el precio del petróleo, etc, etc, etc. Y, en España, pensando en la sentencia del 1-O y en las elecciones del 10-N…

Tampoco me extraña que la figura de Trump sea objeto estos mismos días de un nuevo asalto por parte de los demócratas (en donde existe unanimidad globalizadora). Creo que fracasará, como han fracasado los anteriores, pero sería un error considerar que este ensañamiento se debe a los errores presidenciales y no a que sus medidas tienden a reducir los efectos de la globalización. Algo que la alta finanza internacional nunca le perdonará.

No sé de ningún partido que manifieste, clara y rotundamente, su oposición a la globalización y que contenga medidas para revertirla. Nadie, en ningún partido, piensa en un Plan B: un mundo que se haya desembarazado del mundialismo y de la globalización, sífilis ideadas en el siglo XIX, consagradas en 1945, construidas entre 1989 y 2007 y en crisis permanente desde entonces.