miércoles, 27 de abril de 2022

ORGANIGRAMA DE LAS IDEOLOGÍAS DE LA MODERNIDAD (1 de 5)

¿Por que hoy se alude constantemente a lo LGTBIQ+? ¿A qué esa insistencia en la Agenda 2030? ¿Por qué se insiste tanto en acabar con el estudio de la historia y de las humanidades en los planes de estudios? ¿por qué "centro-derecha" y "centro-izquierda" están cada vez más predispuestos al pacto y se muestran como bomberos poco dispuestos a pisarse sus respectivas mangueras? ¿Y ese afán de "igualdad" y de "unificación mundial" tan agitado por la UNESCO? ¿qué aspira? ¿de dónde procede? Y, por lo mismo, cabría preguntarse el por qué de favorecer e instigar las grandes migraciones -el que llega a Europa "lo tié to' pagao"- y borrar las identidades nacionales... Pues bien, todo esto es imposible de interpretar sin antes conocer la naturaleza, el origen y la esencia de lo que hemos llamado "ideologías de la modernidad". Eso es lo que pretendemos exponer en esta serie de artículos.

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Evola ya estableció en Revuelta contra el Mundo Moderno la génesis del pensamiento moderno. Resultaría, por tanto, inútil insistir en lo ya escrito. Ahora bien, en los últimos 40 años, las ideas dominantes en la modernidad han ido variando. No estoy muy seguro de que exista algún estudio accesible, “políticamente incorrecto” y fuera de la dependencia al “pensamiento único” que integre las distintas corrientes que han dado lugar a las ideas dominantes en el siglo XXI. Es un terreno vidrioso en el que siempre se corre el riesgo de olvidos interesados, incomprensiones o, simplemente, ocultaciones deliberadas. Hay algo en las ideologías del siglo XXI que resulta enfermizo. Sin embargo, parece claro que las sífilis que cabalgan sobre él son los resultados últimos y terminales de infecciones anteriores que Evola (coincidiendo con René Guénon) sitúa en torno al siglo XIV-XV, esto es, con el declive del ekumene medieval y los primeros pasos del humanismo renacentista. Evola siguió su análisis en Cabalgar el Tigre y plasmó la evolución del pensamiento “moderno” hasta las convulsiones de los años 60. Fue en ese momento, cuando nosotros mismos, por edad, adquirimos conocimiento de nuestro tiempo y nos sentimos predispuestos a estudiar los fenómenos que se fueron sucediendo a partir de la “revolución cultural de los 60”. Lo que sigue es el resumen de lo que hemos podido deducir de la evolución del pensamiento “moderno”. Dividiremos el estudio en cinco partes:

- De la contracultura al transhumanismo
- Del ocultismo al pensamiento transhumanista
- Del marxismo enunciado por Marx al marxismo de la Escuela de Frankfurt
- De la Escuela de Frankfurt a la Agenda 2030 y
- Los dos vectores de la modernidad: globalismo y mundialismo

 


1. EL TRÁNSITO DE LA CONTRACULTURA A LA NEW AGE

Aquella década estuvo marcada por cinco fenómenos:

- aparición de la contracultura

- revolución sexual y de las costumbres

- concilio Vaticano II y pérdida de iniciativa de la Iglesia Católica en Europa

- apogeo del pensamiento marxista a pesar de sus disidencias

- prosperidad económica generalizada

En el fondo, todos estos fenómenos estaban, más o menos, vinculados entre sí y ninguno de ellos hubiera podido darse en solitario: la aparición de la contracultura era ampliamente tributaria de la llamada “Escuela de Frankfurt”, formada por marxistas heterodoxos alemanes exiliados a los EEUU durante el Tercer Reich y que, adaptaron sus creencias a la sociedad americana, fusionando su pensamiento con las concepciones freudianas. La ideología marxista, perdió en este país, EEUU, su tradicional austeridad y se convirtió en el heraldo de “la liberación sexual”, “Eros venciendo a Thanatos” y “el placer como fin último”. Esta formulación ideológica cuajó en los EEUU en forma de contracultura, junto con otros fenómenos que, igualmente resultaron adulterados desde que se les trasladó de sus lugares de origen al territorio de los EEUU: budismo, hinduísmo, tantra, zen…

Y luego apareció la droga: los doctrinarios del marxismo reorientado no podían admitir la existencia de ningún tipo de realidad más allá de la materia, pero confrontados a la psicodelia, debieron de admitir formas de placer que, discreta e interesadamente, habían sido ignoradas por Freud y que sumergían en “otros estados de conciencia”. Olvidaron que Aleister Crowley ya había establecido que la “droga es el alimento de los fuertes”. Lo sabía, porque había pasado por ese camino y él mismo estuvo a punto de descarrilar (y, de hecho, descarriló en varios momentos de su biografía). Muchos más débiles que Crowley, buena parte del movimiento hippy, que asumió el cannabis y el LSD como “dieta” cotidiana, resultaron destruidos en la aventura.

A finales de los años 60, la contracultura era un recuerdo en EEUU y podría decirse que el asesinato de Sharon Tate y de sus amigos, por parte de la “familia Manson” dio el carpetazo definitivo a la aventura. Las conversaciones de paz en París entre los EEUU y el gobierno de Vietnam del Norte, hicieron que las movilizaciones contra la guerra aflojaran y, para colmo, en 1973, la cuarta guerra árabe-israelí, la guerra del Yom-Kippur, abrió las puertas de par en paz a la primera recesión económica de la postguerra con el que se podía fin a “los 30 años gloriosos” de la economía mundial.

Lo que había sobrevivido del movimiento contracultural de los 60, ha tenido continuación hasta nuestros días. La publicación de dos obras, El Tao de la Física (1975) de Fritjof Capra y La conspiración de Acuario (1980) de Marilyn Ferguson, contribuyeron a facilitar el tránsito entre la ya demolida contracultura y el movimiento de la New Age que se gestó a lo largo de los años 80. A finales del milenio, éste movimiento ya manifestaba interés en lo que hoy se conoce como ”transhumanismo” y puede afirmarse que buena parte de los sectores que hoy se inspiran en esta ideología surgieron en los 90 del área de la New Age. Los que, aún hoy, siguen considerándose como “newagers”, o bien pertenecen a sectas (eufemísticamente llamadas “nuevas religiones” y hay decenas de ellas), o bien venden cursos y terapias (que abarcan desde cursos de meditación, autoayuda, terapias cognitivas, sistemas de sanación alternativos que van desde la vieja homeopatía hasta el chamanismo, pasando por adaptaciones de sistemas orientales, etc, etc.).

En realidad, cabría decir que “no hay nada nuevo bajo el sol”. En EEUU se consideró que la New Age era una parte de lo que llamó “tercer gran despertar espiritual”, siendo el primero el que acompañó a la Revolución Americana y a la independencia, el segundo el que se situó en las inmediaciones, antes y después, de la Guerra de Secesión, siendo el tercero el que apareció con la contracultura: cada uno de estos despertares generaron o contribuyeron al desarrollo de sectas religiosas: la masonería el primero, los mormones, adventistas, los espiritistas, testigos de Jehová el segundo y grupos como la Cienciología, las sectas orientalistas y la reaparición de los “cristianos renacidos” en el campo conservador. Incluso los movimientos eugenésicos y de salud que aparecieron en los EEUU a finales del siglo XX tenían puntos en común con la contracultura de los años 60-70 y con la New Age (véase a este respecto la película de Alan Parker, El balneario de Battle Creek [1994]).


2. DE LA NEW AGE AL TRANSHUMANISMO

Ahora bien, hay que considerar en el movimiento de la New Age un elemento que no estaba presente en la contracultura: la admiración y la fascinación por la técnica. A partir de la lectura de El Tao de la Física, la idea dominante en este ambiente fue que las doctrinas tradicionales ya habían enunciado, de una manera dramatizada en imágenes míticas y en una mística espiritualista, principios que estaban presentes en la física teórica a partir de los años 70. Esto supuso un interés de antiguos miembros de las corrientes contraculturales por las “ciencias de vanguardia”. Y fue así como apareció una de las vías -a finales de los años 90- que condujeron de la New Age al Transhumanismo. Un caso típico de esta corriente fue la creación del Instituto Extropiano cuyo manifiesto fue publicado en 1998 (puede leerse en El manifiesto extropiano). Los cinco puntos en los que se basan, resumen las ideas de lo que podemos llamar “proto-transhumanismo”. Son significativas:

1) Progreso indefinido, “sin fin”. Ese progreso no alude solamente al aspecto material, sino también a la evolución de la especie humana. Su idea es que “lo humano” debe ser superado de la misma forma que el primate fue superado por “lo humano”.

2) Igualdad sin restricciones, sociedad sin autoridad. Esto es, una sociedad utópica que será facilitada por la revolución científica que se aproxima y que posibilitará que todos seamos modificados genéticamente, se puedan eliminar las enfermedades e incluso la muerte.

3) Una sociedad colectivista, sin propiedad individual. Afirman querer eliminar “leyes arcaicas y obsoletas”, sobre derechos de autor, patentes, dinero y propiedad. Se suman al espíritu de los fundadores de la “era digital” en los años 80, para los que la “información” debía ser gratuita y accesible a todos

4) La “edad de la inteligencia”. Los extropianos se llamaban así en contraposición a la segunda ley de la termodinámica, la ley de entropía, según la cual, los sistemas cerrados van perdiendo energía. Los “extropianos”, por el contrario, defendían un mundo hecho de “energía desbordante”, “creatividad y optimismo”, “ingenio y pensamiento crítico”, considerándose a sí mismos, como quintaesencia del “pensamiento nacional”.

5) Culto a la máquina. Auguraban un futuro en el que la humanidad se vería liberada de la pesada carga del trabajo y de los trabajos repetitivos mediante la robótica y las nuevas tecnologías y apostaban por la “singularidad” (situación que se daría cuando el pensamiento de la máquina igualara al del cerebro humano) y por la IA (inteligencia artifical).

Los “extropianos” tuvieron su origen en la obra de Max More, Los principios de la Extropía (1983). More es hoy presidente de Alcor (empresa que criogeniza cuerpos a la espera de que la ciencia descubra remedios para sus dolencias y los revitalice). No es un científico, sino que sus estudios giran en torno a la “filosofía, la política y la economía”; si lo fuera sabría que la física no ha dado constancia de ningún fenómeno “extropiano” (a diferencia de la entropía). Pero, eso no le impide profesar y transmitir un “optimismo científico” con el que se nutre todo el movimiento transhumanista. El Instituto Extropiano creado en 1991, terminó disolviéndose en 2006 y los propios redactores del Manifiesto Extropiano (Breki Tomasson y Hank Pellisier), junto con More, pasaron al Movimiento Transhumanista en 2010.

Ahora bien, antes de pasar a un estudio más directo del Transhumanismo, será bueno realizar algunas observaciones que nos ponen en las pistas de otras influencias presentes en el Manifiesto Extropiano:

1) Por una parte, aparece una “veta marxista” en su solución colectivista e igualitaria.

2) Se percibe una alusión al “marxismo reorientado” de la Escuela de Frankfurt en su alusión al “pensamiento crítico”, un concepto que cabalga paralelo a este grupo de intelectuales alemanes.

3) Está presente todavía el espíritu de la primera generación de Sillicon Valley que creía en un mundo de la información abierto a todos, con códigos libres, accesible y gratuito y, por todo ello, “democrático e igualitario”.

4) Se percibe la aceptación acrítica del “progreso” y de la “evolución” como motores de la historia y de la propia especie. Ambos conceptos se convierten en dogmas intocables.

5) Finalmente, el manifiesto destila, por todo lo anterior, “optimismo científico” que llegará a augurar y celebrar la inmortalidad como objetivo final de la “revolución extropiana”.

El extropianismo se ha extinguido como tal en el magma del Movimiento Transhumanista. En la práctica, es la pieza de enlace entre sectores de la antigua New Age y las actuales concepciones transhumanistas. Pero, antes de seguir el análisis de esta corriente, será bueno, detenernos en otras influencias anteriores de las que el Transhumanismo es el resultado final: corrientes ocultistas y teosóficas, corrientes marxistas no leninistas, corrientes cientifistas surgidas en el último cuarto del siglo XIX en el Reino Unido y la aparición de literaturas de ficción que se convirtieron en heraldos de las “ciencias de vanguardia”, muy por delante de la marcha de la “ciencia real” y más en contacto con la “ciencia ficción” que con la evolución probable del pensamiento científico moderno.