jueves, 28 de abril de 2022

ORGANIGRAMA DE LAS IDEOLOGÍAS DE LA MODERNIDAD (2 de 5) Del ocultismo al pensamiento mundialista


3. Del ocultismo al pensamiento mundialista

¿Qué es el “ocultismo”? En síntesis, podría decirse que es una “fascinación por lo oculto”, pero sería decir poco. En la práctica, se trata de una serie de divagaciones seudo-espiritualistas que derivan de una mala comprensión de las antiguas corrientes espirituales. Estas han sido entendidas, no como “vías de acceso a la trascendencia”, sino como “formas para obtener poderes paranormales”. Las concepciones tradicionales, por esta regla de tres, han pasado a ser “ideas ocultistas”. Por increíble que pueda parecer, en “ocultismo” se ha filtrado en una época aparentemente “racionalista”. De hecho, desde su origen “ocultismo” y “racionalismo”, contra lo que se tiene tendencia a pensar han ido al mismo paso.

En efecto: los trabajos de la historiadora Frances Yates sobre el “humanismo místico” del Renacimiento (con Giordano Bruno, Pico della Mirandola, Marsilio Ficino, Cornelio Agrippa), no dejan lugar a dudas sobre la fascinación y la posición central que tuvieron en su pensamiento los llamados “textos herméticos”, atribuidos a Hermes Trimegisto. La misma historiadora confirmó en sus estudios sobre el “iluminismo rosacruz” y sobre “la filosofía oculta en la época isabelina” que el “racionalismo” tuvo como nudo central a una fracción de la secta rosacruz a la que pertenecieron tanto Francis Bacon, René Descartes y Newton, los tres fundadores del paradigma científico que ha imperado desde el siglo XVII hasta el XX.

Sin olvidar que otro de los miembros más notables de esta fraternidad, Amos Comenius, es hoy considerado como el “fundador de la pedagogía moderna” (Comenius aludía a la “enseñanza panfósica”: “enseñar todo a todos”) y tenido como el gran inspirador de la UNESCO (véase Juan Amos Comenius, apóstol de la educación y de la comprensión internacional). Comenius lanzó la idea de que no se trata de “educar” a la humanidad, sino de “corregir a la humanidad”, ¿cómo? A través de la educación. ¿Con qué objetivo? Con el de llegar a la “panortosia”, la situación en la que los conflictos se solucionen “con el tribunal de paz, sin guerras, ni violencia”.

Los trabajos de investigación de Frances Yates confirman las tesis de Evola y Guénon, sobre el origen remoto del “pensamiento moderno”: un sector del humanismo renacentista había asumido la idea de que podían adquirirse “poderes” y “dominio sobre la naturaleza”, mediante “procedimientos mágicos”, idea asumida a partir de una lectura incorrecta y parcial de los textos herméticos alejandrinos redescubiertos en el Renacimiento. Esta corriente fue ganada por sectores disidentes del catolicismo durante las guerras de religión y la “reforma” protestante y terminó confluyendo con sectas rosacrucianas, herederas de corrientes místicas medievales surgidas en el siglo XIV que, poco a poco, fueron desprendiéndose de sus incrustaciones místicas y religiosas, y orientándose hacia prácticas científicas y filosóficos: Descartes aportó el “racionalismo” y la “duda sistemática”, Bacon el “método empírico e inductivo” y Newton “la física mecanicista”. Obviamente, este sector decantó a las sociedades occidentales hacia la sobrevaloración de la ciencia como factor de progreso. Las consideraciones morales y éticas, se mantuvieron en un primer momento, pero, poco a poco, fueron siendo relegadas a segundo plano llegándose en el siglo XX a la “ciencia sin conciencia”, incluso a realizar investigaciones en campos que amenazaban (y amenazan) a “lo humano”. La ciencia daba el “poder” que los humanistas renacentistas habían buscado en los textos alejandrinos y en la “magia”. Esta idea, como veremos, será central en el movimiento transhumanista.

Otro sector de estas corrientes, menos dotado para el espíritu científico y las ciencias puras, optó por mantenerse en el terreno de los poderes adquiridos por métodos paranormales. Y de esa tendencia nació el ocultismo contemporáneo. Las sectas “rosacruces” fueron las responsables de la oleada de alquimistas que sacudió Europa en los siglos XVII y XVIII y también de la aparición de “filosofías místicas” en torno a lo personalidades concretas que desarrollaban sistemas propios: Swedenborg, Saint-Martin, Jakob Böhme, Martínez de Pasqually, Willermoz, etc.

Estas corrientes convergieron con la masonería inglesa del siglo XVIII. Es preciso realizar una precisión sobre el papel de la masonería (le lectura de la obra de Bernard Fay sobre La masonería y la revolución intelectual del siglo XVIII es, literalmente, imprescindible para entender esta convergencia y cómo se produjo). El papel de la masonería no fue otro que el de allanar el terreno y preparar las “revoluciones burguesas” que acompañaron a la Primera Revolución Industrial. La corriente mayoritaria de la masonería se recubrió con ideas místicas y divagaciones ocultistas y fue también el centro de reclutamiento para muchos grupos ocultistas. Llegados al último tercio del siglo XX, la masonería era ya una sombra de lo que fue: las revoluciones liberales habían triunfado en Europa y en buena parte del mundo y el ritualismo masónico, así como los casos de corrupción, y la aparición de ONGs que asumían una parte sustancial de las iniciativas masónicas (especialmente en lo relativo a obras benéficas y a denuncias contra los reales o supuestos adversarios de las democracias), entrañaron su declive a partir del final de la Segunda Revolución Industrial (principios de los 80). Hoy sigue siendo un “grupo de presión”, pero excepcionalmente disminuido en relación al peso que tenía hace cuarenta años y muy por detrás de otros grupos de presión (Foro Económico Mundial, Club de Bildelberg…).

La marcha del ocultismo registró en el siglo XIX la aparición de un fenómeno nuevo: la Sociedad Teosófica que, oficialmente, se proponía el “estudio científico de las religiones”, pero que, en realidad, desembocó en un grupo ocultista convencional, con sus dogmas, su reiterada mala lectura e incomprensión de textos budistas y, en general, de textos tradicionales. La aparición de la Sociedad Teosófica coincidió con la irrupción política e ideológica del marxismo y puede decirse que ambos son hijos del mismo espíritu: la “idea de progreso”. De la misma forma que el marxismo decía que la humanidad progresaba a través de la lucha de clases, los teósofos sostenían que existía una evolución progresiva ascendente en la historia que llevaba del dominio de una “raza matriz” a otra “raza matriz”. Ambos, coincidían, igualmente en que nos aproximábamos a un período de “mutación histórica” que, para los marxistas vendría marcado por la subida al poder del proletariado, el internacionalismo y la colectivización de la propiedad y para los teósofos por la llegada de la “nueva era de Acuario” (que pondría fin a la “era de Piscis” o era del cristianismo), se llegaría al mundialismo y a una “nueva religión universal”. Esta idea, como ya hemos visto, estaba presente en la contracultura de los años 60 en donde aparece obsesivamente y, por supuesto, en su heredero el movimiento de la New Age.

No es raro que, en toda Europa, el teosofismo de Helena Petrovna Blavatsky, apareciera siempre junto a las fracciones más “progresistas” de la humanidad del siglo XIX y que sus militantes apoyaran todas las “causas progresistas”: desde el sufraguismo, hasta el feminismo, nuevos conceptos educativos, la contracepción, los movimientos sociales y educativos de vanguardia, la creación de un nuevo “idioma universal” (que sería el “esperanto”) y, en especial, la lucha contra la “religión de la época cósmica anterior”, el catolicismo. La Sociedad Teosófica, dirigida por una notoria feminista, Annie Besant, y un pedófilo puro y simple, Charles Webster Leadbeater, presentaran a un niño hindú, como el “mesías de la nueva era”. Se trataba de Jidu Khrisnamurti, presentado por los teósofos como “líder espiritual” de la “nueva era”.

Khrisnamurti desembarcó pronto de aquella loca aventura y se contentó con ser el “gurú de los millonarios” norteamericanos, escribir unos cuantos libros y folletos de misticismo ingenuo y vivir una postrera fama durante el período de la contracultura, siempre buscando la compañía de famosos. La Sociedad Teosófica, a partir de la defección de Khrisnamurti entró en crisis. Una de las escisiones, Buena Voluntad Mundial, fundada por Alice Ann Bailey (otra teósofa que decía estar en contacto con “entidades espirituales” que le dictaban por “clariaudiencia” sus obras), consiguió que uno de sus más prominentes partidarios, Robert Müller, fuera secretario general adjunto de la UNESCO durante 40 años, desde la creación de la entidad hasta su jubilación y el más próximo colaborador en la entidad de Julien Huxley (de quien hablaremos más adelante). Así mismo, estas organizaciones ocultistas consiguieron que Daj Hammarksjold (secretario general de las Naciones Unidas entre 1953 y 1961) abriera en el hall del edificio central, un “salón de la meditación” diseñado sobre patrones incuestionablemente ocultistas.

A este respecto no hay que olvidar que la UNESCO es, en la actualidad, el principal financiador, apoyo y sostén de “Auroville”, la llamada “ciudad de la nueva era”, construida en la India (en Pondicherry, Estado de Madrás) en donde viven un millar de “aurovillianos”, llegados de todo el mundo. La ciudad nació de la iniciativa de Mirra Alfassa, esposa de Sri Aurobindo, un gurú hindú, más o menos heterodoxo en relación a su religión tradicional. Mirra Alfassa, impulsora había sido compañera del ocultista Max Theón, un judío polaco, antiguo miembro de la Hermetic Brootherood of Luxor, que luego fundaría el Movimiento Cosmista. El símbolo de Auroville es, precisamente, el que fuera símbolo habitualmente utilizado por el movimiento de Theón. Las ideas de Theón, no eran diferentes de las corrientes ocultistas de su tiempo: universalismo, ideas de “nueva era” y de “fusión”. (Puede consultarse esta temática con más detalles en nuestro artículo: Auroville, la ciudad financiada por la UNESCO)

¿Qué tienen en común todas estas corrientes ocultistas que hemos mencionado con las respetables organizaciones internacionales citadas en este artículo? El “mundialismo”, esto es, la idea de que la humanidad ha entrado en una nueva fase de evolución en la que tendemos a la “unificación mundial”. Esta unificación se dará en cinco aspectos:

- el aspecto económico (con la globalización que será un “factor de progreso unificador”),

- el aspecto religioso (“nueva religión mundial” que resultará de la fusión de las existentes),

- el aspecto cultural (con la idea del “mestizaje cultural” tan en boga hoy y la idea de que con la cultura pueden rectificarse y reorientarse todos los impulsos humanos incluso el ADN),

- el aspecto étnico e identitario (con la desaparición de las “razas” mediante la fusión y la alusión a la única “raza humana”) y

- el aspecto científico (con el desarrollo de aplicaciones científicas de vanguardia que harán posible que el ser humano se “trascienda” a sí mismo).

En algunos capítulos de nuestra obra Hijos de la Teosofía y El pensamiento excéntrico, ya tocamos con más detalle algunos de estos aspectos. No hace falta aludir a “conspiraciones”, sino más bien a “proyectos comunes”. Y, las pistas históricas nos permiten sostener afirmaciones muy concretas:

1) El origen del “pensamiento ocultista” se encuentra en el “humanismo mágico” del Renacimiento, tal como ha sido establecido por Frances Yates.

2) El paradigma científico mecanicista, todavía en buena medida en vigor, procede de tres personajes (Bacon, Descartes, Newton) vinculados a medios de la secta rosacruz (cuya orientación y objetivos tenían ya poco que ver con la organización fundada en el siglo XIV).

3) La masonería asumió en integró en los siglos XVIII y XIX, a amplios sectores ocultistas y los ganó para su tarea de “reforma política”. Su papel como “motor de las revoluciones liberales” se detuvo cuando estas fueron realizadas y quedaron consolidadas a mediados del siglo XX.

4) Las organizaciones internacionales surgidas a partir de 1945 estuvieron, desde el principio, penetradas por el espíritu “mundialista” que, previamente, había calado en el ocultismo teosófico y en sus variantes, haciéndose eco y rectificando -a través de la idea de “cambio de era cósmica”, de Piscis a Acuario- la idea marxista de “internacionalismo”.

5) Las ideas comunes, tanto de los sectores marxistas, como de los sectores masónicos, como de los sectores ocultistas, presentes también en la UNESCO, especialmente, es la idea de “unificación mundial” a todos los niveles (cultural, económico, étnico, religioso, político).

Ahora bien, todo este planteamiento no estaría completo, si ignorásemos la influencia del ocultismo en el otro bloque, el comunista, cuyo ciclo histórico se prolongó desde la revolución bolchevique de 1917 hasta la desintegración de la URSS en 1991 con su disolución.