miércoles, 30 de mayo de 2018

365 QUEJÍOS (31) DEJAD QUE LOS ENFERMOS PONGAN SUS CRUCES AMARILLAS


¿Están enfermos los independentistas? Lo están: el nacionalismo es una sífilis que corroe el cerebro, una de las coberturas más eficaces al nihilismo y el recuerdo de nuestra herencia animal (lo que Nietzsche decía sobre que “hemos recorrido el camino entre el gusano y el hombre y aún queda en nosotros mucho de gusano”). José Antonio Primo de Rivera situó al nacionalismo como “lo espontáneo” en contraposición a su concepción sobre la Nación concebida como una “unidad de destino” (que representaría “lo difícil”, antítesis de “lo espontáneo”). Debió llegar Konrad Lorenz para situarlo como una modulación del “instinto territorial” propio de las especies animales. Bien, pero todo tiene un límite. Porque una cosa es ser y sentirse apegado a la tierra que a uno le vio nacer, otra cosa es convertir ese apego en obsesión política (en “pequeña política”, tan distante de la “gran política” de la que hablara Nietzsche como un analfabestia puede estarlo del Nobel). 

Existe un nivel todavía más lamentable: cuando el nacionalismo se transforma en enfermedad y arrasa con la racionalidad. Es lo que en estos momentos está ocurriendo en Cataluña. Las cruces amarillas en las playas son muestra de que los servicios de salud mental de Cataluña (convenientemente transferidos desde hace décadas por el gobierno del Estado) no terminan de funcionar bien. Me quejo de que alguien se ha vuelto loco en Cataluña y la sanidad catalana no hace nada para impedirlo.

En pleno delirio de la ideología de género, el pasado día de la mujer trabajadores, un grupo feminista de Vinaroz llevó la playa de aquella localidad con 739 cruces contra los crímenes machistas de los últimos diez años. Son muchas cruces… porque ha habido muchos crímenes. Lo puedo entender. Lo que no puedo entender es lo de las cruces en las playas catalanas, cruces amarillo pálido, por más señas, como no sea para irse haciendo a la idea de que algo se ha muerto… y es, mira por dónde, el propio proceso soberanista que siempre ha carecido de pies y cabeza, siendo un mero tubo digestivo: comer recursos públicos para defecarlos en forma de propaganda soberanista.

Me dicen que las cruces las colocan unos “comités de defensa de la república” que es como decir un ente abstracto situado en el vacío en medio de la nada. República inexistente e inviable y comités que no son más que otra sigla de la CUP, los borrokillas gracias a los cuales Quim Torrat debe su cargo. Aquellos que convocaron una “huelga general” y provocaron un embotellamiento masivo ante la pasividad de los Mossos. Que también fue para quejarse.

Ha sido providencial esto de la plantada de cruces porque ha evidenciado que algunos sectores independentistas, incapaces de reconocer que su proyecto ha fracasado, han optado por lo siniestro. Yo no creo que valga la pena perder cinco minutos recogiendo estas cruces que, por sí mismas, son, no solamente el símbolo de un fracaso político y el epitafio del independentismo, sino la muestra más palpable de su estado de confusión mental: porque en los últimos 40 años, solamente el independentismo ha generado 5 víctimas mortales, cuatro miembros de Terra Lliure a los que les explotaron entre las manos las bombas que iban a colocar y una mujer que vivía en un edificio que se derrumbó en Berga a causa de un atentado de estos discapacitados mentales.

Si aceptamos que la vida es una tensión dialéctica entre Eros y Thanatos, el principio del placer y el principio de la finitud y la muerte, habrá que reconocer que a estos chicos que van realizando plantadas de cruces amarillo pálido, además de faltarles un hervor, deberían disfrutar un poco más de la vida, vivir sin tiempos muertos en lugar de exaltar la muerte de un proyecto político que desde el momento de su alumbramiento era puro cadáver. Me quejo, de que aquí en Cataluña, muchos precisan asistencia psiquiátrica y deberían luchar para que se ampliara el servicio del “Servei Catalá de Sanitat” en lugar de tratar de amargar la vida a los que disfrutamos (principio del placer) en las playas de la tierra que nos vio nacer. Las cruces a los cementerios y los proyectos muertos al basurero de la historia.