3. El año 2025 en Iberoamérica
Bukele en El Salvador, se ha convertido en una referencia para todas las candidaturas que quieren competir en los distintos países centroamericanos. El apoyo obtenido por Bukele en las última elecciones de 2024 ha sido abrumador (54 escaños obtenidos por Nuevas Ideas -su partido- sobre un total de 60 y cuatro escaños más para los dos partidos conservadores, ARENA y Concertación Nacional) demostrando que el electorado sabe recompensar la buena gestión (de país más inseguro del mundo, El Salvador ha pasado a encabezar la lista de países más seguros, por otra parte las medidas antiinflación, la bitcoinización de una parte de la economía, la reforma política, la lucha contra la corrupción y el narcotráfico, han demostrado que cuando existe voluntad política, existen posibilidades de reconducir las situación de disgregación nacional en pocos años).
Mientras el “experimento Bukele” afectó a un pequeño país de Centroamérica, nadie se interesó excesivamente por lo que allí ocurría, pero cuando en Argentina, a mediados de 2022 apareció el “fenómeno Milei” la alarma cundió, especialmente en el Grupo de Puebla (el foro que une al ultraprogresismo de la izquierda iberoamericana, en el que están integrados el PSOE, Podemos y Sumar). Toda la izquierda europea y particularmente la española, había apoyado al kirchnerismo a pesar de sus múltiples corruptelas y al fracaso de su gestión. La victoria de Milei estaba cantada desde el principio y todavía más cuando, frente a él, los partidos del sistema argentino surgido tras el gobierno militar, solamente estuvieron en condiciones de presentar a Sergio Massa, anterior ministro de economía y uno de los responsables del caos económico. Las políticas más “libertarianas” que neo-liberales de Milei suponen una ruptura con todo lo experimentado en Iberoamérica en las últimas décadas: disciplina fiscal, achicamiento del Estado y consiguientemente del gasto público, liquidación de focos de corrupción y de chiringuitos, políticas conservadoras en orden público y seguridad, etc., han dado como resultado un “ajuste duro” que está repercutiendo favorablemente, a modo de estímulo, en la economía y en la sociedad argentina.
Pues bien, en torno a estos dos faros, Iberoamérica está reordenando sus políticas. Y en este sentido, el año 2025 traerá novedades en algunos países. Chile, celebrará elecciones en otoño. Las encuestas dan una amplia mayoría a los partidos conservadores, especialmente al Partido Republicano de Chile y a la Unión Democrática Independiente, con una suma de más del 40% de la intención de voto, frente a un 4% del Frente Amplio (al que pertenece el actual presidente Gabriel Boric -en posiciones idénticas a Sumar o el Nuevo Frente Popular francés, esto es, a la “izquierda marciana”) y a un 10% de la socialista Michelle Bachelet. Parece claro que Chile sumará, a finales de año, otra derrota del Grupo de Puebla.
Igualmente importante será el año para Brasil, a pesar de que todavía faltan 20 meses para las elecciones generales. Lula ha declarado que no buscará un cuarto mandato. Por el momento, las encuestas van muy igualadas entre la candidatura de izquierdas (38% de intención de voto) y la de derechas (37%). Las manifestaciones masivas que se han ido repitiendo en Brasil a lo largo de 2024 por los partidarios de Bolsonaro y los resultados de encuestas precedentes desde 2023, indican que la intención de voto a la izquierda va decreciendo a ritmo de 2-3 puntos al año, mientras que los “bolsonaristas” se están reforzando. La política de la izquierda brasileña ha seguido a la creada por la administración Biden contra Trump en EEUU: tratar de implicar al líder de la oposición en el máximo de procesos judiciales para impedir que vuelva a presentarse a unas elecciones hasta 2030. Lo cierto es que, durante su período de gobierno, el PIB brasileño y la lucha contra la inflación dejaron un buen recuerdo de su gestión que se empañó solamente durante la pandemia. De hecho, los resultados electorales de 2022, permiten pensar que se produjo fraude electoral, al que sus partidarios respondieron con la ocupación de edificios públicos, por los que, el propio Bolsonaro fue condenado a la inhabilitación por “alentar una narrativa delirante con efectos nefastos para la democracia”. Los cambios en la política exterior de Argentina y los que tendrán lugar en EEUU a lo largo de 2025, repercutirán también en Brasil reforzando posturas conservadoras, mientras que los reiterados fracasos político-económicos de aquellos países en donde gobierna el “Grupo de Puebla”, irán disminuyendo el margen de maniobra del “progresismo”.
A lo largo de 2024, éste “progresismo” solamente ha contado con un éxito: el triunfo de Claudia Scheinbaum por el Movimiento de Renovación Nacional, en México. Su triunfo sobre Xóchitl Gálvez del Partido de Acción Nacional (que pactó un “Frente Amplio” con sus adversarios históricos del Partido Revolucionario Institucional, hoy casi residual, pero protagonista de la política mexicana en el siglo XX) fue indiscutible. No se reconocen cualidades políticas excepcionales a Scheinbaum, salvo la de ser la “elegida” por López Obrador, el populista de izquierdas que ha gobernado México en los años de mayor deterioro del orden público y la seguridad. López Obrador (AMLO) utilizó para mantener su popularidad la estrategia adoptada por el Grupo de Puebla (más subsidios, más permisividad ante la delincuencia como válvula de escape para determinados grupos sociales, mayor presión fiscal sobre las clases medias y más “programas sociales”, unido a una retórica anticolonialista apuntando contra España, como maniobra de “diversión” ante la triste realidad). Con todo esto se consiguió que descendiera el “índice de la pobreza”, aunque también descendió la “riqueza per cápita” y se ha mantenido inalterable el “índica de pobreza extrema” (que no suele acudir a las urnas). Así pues, en México los dos bloques políticos están caracterizados por los que pagan impuestos de un lado y por los que reciben ayudas sociales de otro… Sin embargo, el gran fracaso de AMLO ha sido es estancamiento económico (un 1% de media durante su sexenio), el aumento del peso de las mafias de la droga que controlan por completo zonas del país, un descenso en la producción de petróleo y de la inversión en Educación (con niveles similares a Kenia). Así pues, la herencia de la Scheinbaum es envenenada y su triunfo no ha dejado de suscitar dudas sobre el futuro. El problema en el México actual no es ganar una elección (basta con aumentar subsidios a grupos sociales e ignorar lo que representa para el futuro el aumento de la deuda que ello implica), sino evitar la quiebra económica del Estado y el riesgo de que la delincuencia termine convirtiendo al país en un “Estado fallido”. Esos riesgos están hoy más presentes que nunca en México y de ahí que la victoria de Scheinbaum -una judía askenazi lituana- fuera tomada con escepticismo en el interior del país.
En Venezuela nadie sabe lo que puede ocurrir en apenas unos días. El fraude en las elecciones legislativa fue tan abultado que nadie se ha tomado en serio el resultado. Ni siquiera el Grupo de Puebla ha admitido a Maduro como miembros de pleno derecho, si bien ha permanecido en silencio ante el escandaloso fraude generalizado (silencio para evitar poner en un compromiso a Zapatero convertido en el “tonto útil” del gobierno venezolano). Para países como Argentina, Costa Rica, EEUU, Ecuador, Perú, Uruguay, Italia, Japón, Alemania, Francia, etc., el verdadero vencedor de las elecciones es Edmundo González, desde el 2 de enero de 2025, buscado como “prófugo” por la policía de Maduro. Al frente de la Mesa de Unidad Democrática (un frente “atrapalotodo” con socialistas, democristianos, progresistas, liberales, conservadores y “humanistas cristianos”, con más de una veintena de siglas), González aspira a ser nombrado “presidente electo” en enero de 2025, mientras Maduro, a despecho de la realidad, asume que él ha ganado las elecciones. A partir de esa fecha puede ocurrir cualquier cosa: desde un aislamiento internacional creciente para el gobierno de Maduro, hasta una guerra civil, incluso una intervención extranjera para imponer a Edmundo González, hasta una situación parecida a la que ya se dio entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó (que, también disputó al primero la legitimidad después de las elecciones de 2020 y que, finalmente, tras nombrar un “gobierno interino”, llegó a un acuerdo con Maduro). Lo cierto es que, desde que Maduro llegó al poder, más de 7,500.000 de personas han abandonado Venezuela, la economía está literalmente hundida y 9,300.000 de personas sufren inseguridad alimentaria, los servicios sociales básicos están en caída libre y, a pesar de que, según las cifras del gobierno, el crecimiento económico en 2024 ha sido casi del 5%, resulta insuficiente para absorber una tasa de paro del 12,7% y recuperar los muchos años de números rojos. Si el país todavía no ha entrado en quiebra técnica es a causa del petróleo (es el quinto exportador mundial) que representa el 80% de exportaciones y el 50% de ingresos gubernamentales. Esta excesiva dependencia del Estado, las nacionalizaciones de empresas, la falta de inversión, los bajos salarios y los controles de cambio han sumido al país en una crisis tan grave o más, incluso, que la crisis política y que pueden tener una repercusión explosiva a lo largo de 2025.
Junto a México, Brasil y Chile, Colombia es, en estos momentos, uno de los lugares en los que el Grupo de Puebla sigue manteniendo la iniciativa. Las elecciones que tuvieron lugar a mediados de 2022, dieron el poder a Gustavo Petro por apenas 3 puntos de diferencia. En sus dos años de gobierno, Petro no ha resuelto ninguno de los grandes problemas de la sociedad colombiana: corrupción, pobreza, inseguridad, narcotráfico y desconfianza en la clase política. Petro, antiguo guerrillero del M-19, uno de los puntales del Grupo de Puebla, pero cuando ha superado el ecuador de su mandato (se convocarán elecciones para agosto de 2026) se enfrenta a protestas crecientes contra su gestión. El tiempo trabaja contra él: la falta de logros políticos, el incumplimiento de promesas electorales, los casos de corrupción (muy similares a los que se están dando en España con tensiones entre los órganos judiciales y el poder ejecutivo) y los problemas en el interior de su gobierno, actúan en su contra, frente a un conservadurismo cada vez más radicalizado y que, en estos momentos, está superando su etapa de fragmentación. En las elecciones regionales que tuvieron lugar a finales de octubre de 2023, el triunfo indiscutible fue de las fuerzas de oposición, se confirmó la impopularidad de Petro y se produjo un reagrupamiento de la oposición. Los índices de popularidad del presidente siguen descendiendo hasta ser prácticamente imposible remontarlos. Solo en Bogotá, en las generales de 2022, Petro obtuvo 2.253.997 votos, pero en la misma capital, sus resultados descendieron a menos de 600.000 poco más de un año después, una pérdida que supone casi ¾ partes del capital electoral. El paralelismo entre la España del pedrosanchismo y la Colombia de Petro, es espeluznante y parece difícil que, por muchas maniobras para controlar el poder judicial, el destino de Petro quedará sellado en 2026. Por tanto, el año 2025 será el de intentos de recuperación, sometimiento de los organismos del Estado a su control y el habitual recurso a aumentar los grupos sociales subvencionados.
En los países andinos, Perú y Ecuador se viven situaciones muy diferentes. En Perú, como era de esperar, tras el fracaso de la “tercera fuerza” que trató de inspirar Vargas Llosa, se consolidaron dos bloques, la “izquierda progresista” (en torno a Pedro Castillo, un viejo marxista-leninista de manual, hoy en Perú Libre) y la “derecha conservadora” de Keiko Fujimori (que actúa con el nombre de Fuerza Popular), respectivamente con 15 y 24 diputados. Sin embargo, en las elecciones de 2021 los distintos partidos de la derecha conservadora y de la extrema-derecha obtuvieron un total de 93 diputados de la derecha conservadora, mientras que la izquierda apenas obtuvo 20 y 18 los partidos centristas). Sin embargo, en las elecciones presidenciales de ese mismo año, Pedro Castillo obtuvo la presidencia en la segunda vuelta (en la primera apenas había logrado el 18%). Desde los primeros momentos su política fue errática y a los pocos meses perdió todos los apoyos políticos y se vio implicado en casos de corrupción, nepotismo y mala gestión que le costarón el cargo, tras declarar el “estado de excepción” 500 días después de llegado al gobierno, siendo destituido de su cargo por el Congreso y detenido tras intenta huir a México. Fue condenado a 18 meses de prisión y en 2024, creó el partido Todo por el Pueblo. Hoy se define como “progresista no marxista”. Fue sustituido por la presidenta del Congreso, Dina Boluarte, a la que Castillo considera como “dictadora” y que ha confirmado que concluirá su mandato en 2026. Así pues, la derecha conservadora y la extrema-derecha peruana, mayoritarias socialmente, tendrán ocasión de reorganizarse y lo harán con peticiones de imitación de la “estrategia Bukele” contra la represión y de la “fórmula Milei” frente a la crisis económica y la inflación. Y no parece que la izquierda puede ofrecer nada más que grandes palabras sobre los “estudios de género”, la eutanasia, el aborto y los derechos de los indígenas como alternativa.
En Ecuador, el presidente electo Daniel Noboa declaró la existencia de un “conflicto armado en el interior del país”, generado por el narcotráfico y la delincuencia organizada, decretando un “estado de excepción” de 60 días. Noboa, llegó al poder apoyado por el centro-izquierda, del que él mismo se reclamaba. Sin embargo, sus políticos se han caracterizado más bien por estar inspiradas en la derecha más dura (represión a la delincuencia, liberalismo económico, libertad de empresa). Hoy, nadie duda en Ecuador que Noboa, por educación, por familia y por ideas, se ha reubicado a la derecha.
Después de algo más de 40 años sin golpe de Estado, en 2024, vimos como reverdecían los laureles golpistas en Bolivia cuando un grupo de miembros de las fuerzas armadas, liderados por el comandante general del Ejército, Juan José Zúñiga, intento hacerse con el control del país en un más que confuso episodio que duró pocas horas. Zúñiga explicó que se trataba de un autogolpe ordenado por el presidente Arce, para “levantar su popularidad”. Luis Arce, ganó con un 55% de los votos, las elecciones de 2020, como líder de una de las fracciones del MAS (Movimiento Al Socialismo), siendo Evo Morales, el dirigente de la otra. Arce tiene el apoyo de los grupos indígenas, campesinos y mineros, y el rechazo del resto de la población, incluidas las universidades, los medios de comunicación y los centros económicos. La oposición es especialmente enconada en Santa Cruz de la Sierra (Arce se niega a un nuevo censo que ampliaría el número de escaños de este departamento). Evo Morales expulsó del MAS a Arce y a su vicepresidente Choquehuanca. Cabe decir que, en los últimos años, Bolivia, mejoró su situación económica, pero no tanto gracias a las gestiones de los distintos gobiernos, como a la sobreexplotación de sus riquezas naturales, especialmente en minerales estratégicos cada vez más codiciados. Así mismo, la composición étnica del país hace que, desde principios del milenio, los grupos étnicos indios voten a uno de los suyos a despecho de si su gestión es mala, regular o infame. En el mes de agosto de 2025 está previsto convocar nuevas elecciones. Todo induce a pensar que el actual alcalde de Cochabamba, Manfred Reyes, ex militar y conservador, va muy por delante en intención de voto, rebasando a Evo Morales (inhabilitado para presentarse) y triplicando las previsiones de voto de Arce. Así pues, va a ser un año histórico para Bolivia.
En Uruguay el Frente Amplio de carácter progresista, ganó en la segunda vuelta las elecciones de noviembre de 2024, por un estrechísimo margen de votos (apenas 90.000) sobre el Partido Nacional. Sin embargo, el Frente Amplio obtuvo 19 actas de diputado más que el Partido Nacional. La victoria fue inesperada dado que la pobreza había remitido en el país y era la más baja de toda Iberoamérica. La pandemia y las consecuencias económicas que derivaron de ella, erosionaron la administración conservadora del Partido Nacional. El país dispone todavía de la clase media más extendida de toda Iberoamérica (el 60% de la población). La administración del Partido Nacional fue muy prudente en lo económico por lo que la ajustada victoria del Frente Amplio sorprendió a los observadores. Incluso el presidente Lacalle tenía un amplio nivel de aceptación en su gestión, con una rápida recuperación económica tras la pandemia, un crecimiento del empleo y una disminución de la pobreza. El resultado solamente puede interpretarse como un rechazo al “oficialismo” protagonizado por sectores políticamente inmaduros del electorado.
En Paraguay, desde 2023, gobierna el conservador Santiago Peña que poco antes había sido muy criticado en el exterior por elogiar los 50 años de dictadura de Alfredo Stroessner. En esas mismas elecciones, el Partido Cruzada Nacional de Payo Cubas quedó en tercer lugar con un 23% de los votos, mientras que el Partido Liberal Radical, tradicional opositor a Stroessner quedaba en segundo lugar, con un alto nivel de disgregación interior. Presentado en las últimas elecciones en coalición con otros grupos políticos en la candidatura Concertación para un Nuevo Paraguay, en el que cabía todo, desde la extrema izquierda al liberalismo, pasando por el indigenismo, la democracia cristiana y el progresismo… es lo más que puede ofrecer la izquierda paraguaya.
Por su parte, en los países centroamericanos, la tendencia es, o bien tiende a imitar a Nayib Bukele (en Costa Rica) o bien a convertirse en dictaduras personales (como en Nicaragua). En Panamá, Raúl Mulino fue elegido presidente en mayo de 2024, presidente de Realizando Metas, un partido populista y conservador situado a la derecha de la derecha. Honduras, por su parte, se orienta hacia una dictadura personalista siguiendo el camino no de Nicaragua.
Cuba, como siempre, sigue atascada y cada vez más depauperada, sin perspectivas de cambios en el interior. Hará falta ver si la política de la nueva administración Trump, cambia en relación a Cuba. En cualquier caso, las reformas que el gobierno cubano tiene previstas para 2025, son tan mínimas que la población apenas las advertirá, mientras su PIB per cápita es de 8.317 € y la inflación es de tres dígitos, con apagones constantes y una depreciación constante de la moneda nacional. Cuba es, hoy por hoy, el país más pobre de Iberoamérica, por delante de Venezuela y Honduras (con gobiernos “progresistas” en los tres casos, lo que hace creíble el axioma de “donde gobierna la izquierda, progresa la pobreza”).
En conjunto a principios de 2025, en Iberoamérica se tiende a un equilibrio de fuerzas entre “conservadores” y “progresistas” que, a lo largo del año y especialmente en 2026, se irá resolviendo a favor del bloque conservador, cada vez más influyente (incluso en el terreno cultural, mejor dicho, sobre todo, en el terreno cultural) y en detrimento de una izquierda progresista, poco a poco, arrinconada o bien que gana elecciones por la mínima, queriendo aplicar medidas de “ingeniería social” como si hubiera logrado mayorías amplias… Esa irresponsabilidad, tan propia del “progresismo”, autoaureolado de un sentimiento de “legitimidad moral”, es lo que hemos llamado “izquierda marciana” (en el sentido de que no tiene apenas relación con la realidad, ni una mínima previsión de futuro y se centra en medidas que solo interesan a grupos minoritarios o en un reformismo social utópico y permanentemente fracasado). El péndulo en Iberoamérica, está cada vez más alejado de las posiciones progresistas y para 2030, el Grupo de Puebla es muy posible que pueda llamarse el Grupo de los Derrotados.
Lo que se nos viene encima en 2025 (1 de 4). España
Lo que se nos viene encima en 2025 (2 de 4). Europa
Lo que se nos viene encima en 2025 (3 de 4). Iberoamérica
Lo que se nos viene encima en 2025 (4 de 4). Las superpotencias