lunes, 26 de septiembre de 2022

FRATELLI D’ITALIA: 99 AÑOS DESPUÉS DE LA MARCHA SOBRE ROMA

¿Qué quieren que les diga? Me ha gustado eso de ver la “fiamma” del antiguo Movimiento Social Italiano en las banderolas de Fratelli d’Italia, ganador de las últimas elecciones generales en Italia, el país que ha tenido el valor de reducir un tercio el número de diputados. Sí, ya sé que se trata de una evolución post-post-fascista de la Alleanza Nazionale y que esta supuso la liquidación de los viejos ideales del MSI. Incluso la ubicación de FdI entre los conservadores y de centro-derecha europeos, me genera una repugnancia difícil de disimular. Pero han ganado. Y para ganar han tenido que recurrir a los “valores tradicionales”: familia, patria, religión, no al aborto, no al globalismo, no al mundialismo, no al transhumanismo… Creo que ese es el techo de lo que puede conseguirse hoy por vía electoral.

Está también claro que algunas de las tomas de posición que han acompañado a la campaña son prolongación de las que, en su día, tuvo el MSI... para bien y para mal. La campaña ha sido "atlantistas" y "occidentalista", como fue ayer la política oficial del MSI: defensa de Occidente a través de la OTAN. Ha desaparecido cualquier mención al corporativismo y a poner coto a los desmanes de los partidos. Todo ello ¿es un simple "imperativo legal" o es que se busca perpetuar la partidocracia? Y podríamos seguir con nuestra crítica repitiendo lo que otros amigos ya han mencionado. No es el caso.

Me gustan menos los acompañantes de la Meloni. Berlusconi, convertido definitivamente en una máscara con la sonrisa congelada, casi un personaje de videojuego, con unos retoques de cirugía en su rostro que estremecen (¿dónde está eso de envejecer con dignidad?). Y, en cuanto a la Lega Nord… no puedo olvidar que alguno de sus miembros se solidarizó con las payasadas cometidas en Cataluña en los años de Puigdemont, aunque recuerdo todavía medidas anti-inmigración tomadas por Matteo Salvini en su etapa de ministro, tan lógicas como racionales y anheladas por todos los europeos de bien.

Espero que este gobierno se asiente y logre gobernar una legislatura completa. No tengo la menor duda de que en dos años, cuando tengan lugar las Olimpiadas en París, las cosas se pondrán muy cuesta arriba para el gobierno Macron. Si durante la final de la Champions París ya fue escenario de un reguero de disturbios protagonizados por “la racaille”, inintegrada e inintegrable, podemos imaginar lo que será dentro de dos años un evento que se prolonga por espacio de quince días y al que acuden turistas incautos de todo el mundo. Ni el gobierno Macron tiene la más mínima posibilidad de salir airoso de esa prueba, ni la izquierda estará en condiciones de hacer valer una alternativa que, en el fondo, no es más que una afirmación de debilidad y falta de identidad. Veremos qué se ha hecho de Melenchon dentro de dos años.

Y, no digamos en España: el gobierno frankeinsteniano de Pedro Sánchez está desahuciado dos años antes de celebrarse las próximas elecciones. Nadie apuesta por él. Y cada declaración de algún socio de Podemos se salda con una nueva polémica: el “tope de la bolsa de la compra” de Yolanda-Petete, “los derechos sexuales de los niños” de la perturbada acampada en Igualdad, las reacciones histéricas a las bajadas de impuestos en autonomías del PP, todo eso contribuye a hundir más y más, cada día, cada hora que pasa, a un PSOE que, tras los “100 años de honradez”, los “40 de vacaciones”, vive otros cuarenta a corruptelas. 

Muy difícil lo va a tener la izquierda para seguir gobernando en España y, desde luego, para el PSOE el tiempo de las mayorías absolutas ya ha quedado irremisiblemente atrás. De hecho, la única esperanza que le queda al PSOE de apalancarse en parcelas de poder es que la victoria del PP en las próximas elecciones no sea por mayoría absoluta y Feijóo pueda armar con el “PSOE-Page” un gobierno de coalición. El gallego espera con eso realizar un viejo sueño de la “realpolitik” española: la “gran coalición” para terminar de una vez y para siempre con la centrifugación autonómica, y resolver la cuestión económica. A Feijóo, todo lo demás le interesa poco (modificar la ley trans, la del aborto, la ley de educación, la inmigración masiva…). Y vale la pena que el votante de la derecha sea consciente en las próximas elecciones de a quién vota: a una candidatura que mira como única alianza posible al centro-izquierda (el PSOE-Page) y que tiene resquemor hacia sus hijos separados (Vox). Sin olvidar que Galicia fue la autonomía dirigida por Feijóo que más celo puso en el cumplimiento de las normas abusivas de vacunación, restricciones de movimientos y confinamiento de los años de la pandemia. Feijóo puede parecer un “salvador”… siempre y cuando se le compare con Sánchez esa extraña mezcla de perturbado psicópata-suicida-killer de todo un país. Pero, no nos engañemos: es Feijóo, otro hombre sin ideas, sin ambiciones y sin proyecto más allá de bajar impuestos (lo que no es poco), racionalizar algo el gasto público y alejar a los perturbados de Podemos del poder.

Pero lo cierto es que, en Europa se está produciendo un “giro a la derecha”. Queda ahora la fortaleza alemana. Vamos a ver cómo resiste el gobierno de coalición socialdemócrata-liberal-ecoloco el invierno que se aproxima. Y, lo que es más importante, vamos a ver cómo reacciona la población alemana y si está dispuesta a pagar una elevada factura de luz y gas para solidarizarse con Ucrania. Alemania es -no lo olvidemos- un “país ocupado”. En su territorio hay 40 bases norteamericanas. Que no son pocas. Cuando un país tiene un ejército extranjero sobre su territorio, casi superior a sus propias fuerzas armadas, que a nadie le quepa la menor duda: se trata de un país “ocupado”. Colonizado, incluso. Y seguirá siéndolo mientras acepte el resultado de la Segunda Guerra Mundial que no fue, insistimos, la derrota del Tercer Reich, sino que supuso un a derrota de Europa, de toda Europa, incluso de los europeos que creyeron figurar en el bando de los vencedores. Después, una serie de partidos y de políticos que querían hacer “realpolitik” y aceptar los hechos consumados (que el país tenía relativa autonomía, nula en política internacional) y que no era cuestión de recordar esa sumisión, sino de soslayarla, fueron convenciendo y autoconvenciéndose de que, a partir de la creación de la República Federal Alemana en 1949, se abría un período nuevo. Pero no: lo que siguió, incluso tras la caída del Muro en 1989, fue eternizar una situación de ocupación permanente por parte de las tropas americanas.

Ha resultado significativa la reacción del gobierno alemán después de que, de manera muy irresponsable, los polacos pidieran el pago de más de un billón de euros para compensar los efectos de la guerra. La polémica se cortó cuando el gobierno recordó que Polonia debería responder por los trasvases forzados población de Prusia Oriental y por la expulsión de habitantes de zonas tradicionalmente alemanas entre 1938 y 1945. Y es que, una cosa es olvidar deliberadamente las situaciones reales incómodas en beneficio de una “realpolitik” que permita ir gestionando el día a día, sin fantasmas ni obsesiones de “liberación nacional” y otra, tocar el bolsillo en momentos de crisis, generando el que afloren antiguos resentimientos, querellas y reivindicaciones guardadas en el desván de la historia, pero nunca olvidadas.

Media Europa es ya de derechas. Es cierto que, en parte de Europa -España incluida- esa derecha es liberal, mundialista, globalizadora y… poco más. Y es también cierto que esa derecha tiende a converger con el centro-izquierda para mantener el status-quo. Pero, a poco que nos fijemos, advertiremos que, cada vez más, son los “partidos populistas” los que toman la iniciativa. Hace veinte años, Fini y su Alleanza Nazionale eran el comparsa de Berlusconi. Ahora es Berlusconi el que va detrás con su máscara plastificada y como mero acompañamiento. Así mismo, en Francia, los resultados de las últimas elecciones presidenciales -y lo que se avecina dentro de dos años- dejan pocas dudas sobre lo que ocurrirá en el futuro: hoy Marine Le Pen está realizando una aproximación a Macron, apoyando algunas de sus medidas. Mañana, de cumplirse el esquema italiano, será el centro-derecha francés el que se veo obligado a cooperar con el Rassemblement National para salvar lo salvable. Incluso en España, una experiencia Feijóo - PSOE-Page podría dar lugar, en un siguiente proceso electoral, al desplome de las dos opciones y a un formidable impulso a Vox, si sus costuras internas, las tendencias y las sectas católicas que actúan en su interior, consiguen mantener su unidad. Y si se rompe Vox, seguramente aparecerá una versión femenina de Marine Le Pen o de Giorgia Meloni (¿Olona? ¿Ayuso independizada de Feijóo?)

A 99 años de la Marcha sobre Roma está claro que lo que está avanzando en toda Europa no es “fascismo”. Es, claro está, “populismo”. ¿Y que es el “populismo”? Respuesta: el límite máximo al que pueden llegar fórmulas conservadoras mediante el parlamentarismo para afrontar los envites del progresismo globalizador y mundialista. No es mucho, pero es algo. Lo hemos dicho en muchas ocasiones: Podemos representa la ambición de arrojarse al vacío mediante las cantinelas progres más perturbadas; el PSOE supone dirigirse al vacío a buen ritmo; el PP de Feijóo no tiene intención de variar la dirección -lo ha dicho en innumerables ocasiones- solamente que a un paso más lento; y, finalmente, Vox sería la opción “populista” de quienes piden: “detengámonos para reflexionar porque eso de caer por el abismo no es de recibo y hay que rectificar”. ¿Cuál es la mejor opción? Parece bastante claro.  

Si miran en la cabecera de este blog verán mi autodefinición: la firmo y me reafirmo. Conservador consciente de que queda muy poco por conservar y que se trata más bien de instaurar que de conservar. ¿Instaurar el qué? Los valores tradicionales, por supuesto. Luego me defino como “revolucionario”. ¿De qué revolución? De la del Orden, faltaría más. Porque vivimos en el caos y la llegada de la derecha liberal al poder no supone más que un intento de restaurar el “orden” en el terreno económico. Nada más. Luego, me defino como “anarca” en la línea de Jünger: ¿Anarca? Sí, es aquel tipo que huye del pensamiento masificado, que busca tener su centro dentro de sí y no exterior a él. Lo que enlaza, por supuesto, con la definición de “apolítico” que completa mi paradigma: la política no me interesa, nunca he valorado vivir de ella, ni me interesa tomar partido por opciones por las que, inevitablemente, nunca podrás poner la mano en el fuego, pero eso no implica que no me interese por la política, simplemente, me mantengo distanciado de ella. Y eso es lo que recomiendo a todos los amigos que durante veinte años han ido leyendo este blog. Todo esto es lo que me sugieren los resultados electorales de ayer en Italia.