martes, 16 de agosto de 2022

LA ESCUELA DE FRANKFURT (V) - ALEMANIA EN LOS AÑOS 1918-1923

EL MOVIMIENTO COMUNISTA INTERNACIONAL EN LOS AÑOS 20

La Escuela de Frankfort nace en Alemania en el período posterior a la guerra. Inicialmente, en los primeros años, se encuadra en el marxismo y mira con simpatía lo que está ocurriendo en la URSS. Será en una segunda fase cuando empiecen a marcarse distancias respecto al estalinismo y, ya en EEUU, cuando rompan con él definitivamente. De ahí que la primera fase de la historia de la Escuela de Frankfurt esté marcada por las vicisitudes de la República de Weimar y por el diktat de Versalles, por el desarrollo del Komintern y por sus orientaciones aplicadas a Alemania y, así mismo, por la aparición de corrientes disidentes del leninismo que cristalizarán, como veremos, en 1923.

1. Alemania en los años 1918-1923

La llamada “República de Weimar” es el nombre con el que la historiografía ha conocido al régimen surgido de la derrota alemana de noviembre de 1918 y que se prolongó hasta el 30 de enero de 1933, cuando Adolf Hitler fue nombrado canciller. Desde el principio se trató de un régimen inestable que, lejos de beneficiarse de la caída de la monarquía, nunca consiguió legitimarse del todo. A partir de la revuelta de los marinos de Kiel el 3 de noviembre, los sucesos se desencadenarían de manera incontrolable, hasta 1923. El Kaiser se vio obligado a abdicar y el Rey de Baviera huyó el 7 de noviembre, constituyéndose un consejo de obreros y soldados dirigido por Kurt Eisner. Mientras los socialdemócratas proclamaban la República desde el Reichstag, estallaba la revuelta espartaquista anunciando la “República Libre y Socialista Alemana”.

Probablemente, si la izquierda hubiera estado más unida, habrían logrado entrar en una situación pre-revolucionaria, pero se encontraba fraccionada en tres formaciones: el histórico SPD, partido socialdemócrata, con el 35% de escaños en 1912. Querían constituía una “democracia parlamentaria”, rechazaban el modelo y las prácticas leninistas y los métodos insurreccionales. Los “socialistas independientes”, organizados en el USPD, habían surgido en 1917 como escisión del SPD, con el que se mostraban solidarios en algunas iniciativas y más radicalizados en otras. Finalmente, la Liga Espartaquista, inicialmente una fracción del USPD terminó escindiéndose y radicalizando sus posiciones; a pesar de que la opinión pública los consideraba émulos de los bolcheviques rusos, en realidad, sus posiciones estaban muy alejadas del leninismo. Rosa Luxemburgo, por ejemplo, no compartía la concepción del partido como vanguardia organizada de revolucionarios profesionales. La extrema-izquierda alemana (USPD y los espartaquistas) fueron los únicos partidos alemanes que aceptaron la tesis de la responsabilidad de su país en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial y que saludaron la derrota como una “victoria del proletariado”. Esto, unido a la asimilación realizada por la opinión pública con los excesos bolcheviques, redundó en un aislamiento de las posiciones de extrema-izquierda en relación a la mayoría de la sociedad alemana y le hurtó la posibilidad de incorporar bases de las clases medias y de los empleados. Sin embargo, en medio de la oleada revolucionaria, este sector creyó que era posible derrocar al gobierno mediante un golpe de fuerza. Entre 1919 y 1921, se fueron sucediendo distintas insurrecciones que terminaron todas en fracasos, con fuertes pérdidas para ambas formaciones.

En las elecciones que siguieron a la Asamblea Constituyente y a la proclamación de la república, vencieron los socialdemócratas con un 37,9%, seguidos a distancia por el Zentrum (19,7%), mientras que el USPD obtenía un 7’8%. El SPD, para poder gobernar, pactó con los partidos de centro, logrando formar gobierno. En algunos länders se vieron obligados a pactar con los nacionalistas. A pesar de haberse aprobado una nueva constitución, convocado elecciones y elegido un gobierno de coalición, lo cierto es que el panorama distaba mucho de haberse estabilizado. Por una parte, los Freikorps y las distintas ligas nacionalistas, no aceptaban ni el Tratado de Versalles, ni la República de Weimar y, en el otro extremo del arco político, ocurría exactamente lo mismo con la extrema-izquierda, cada vez más fragmentada, dividida y desprestigiada por sucesos exteriores (especialmente por los sucesos Hungría durante la República Socialista proclamada por Bela Kun y a raíz de las noticias de masacres que llegaban de la URSS). El 7 de abril fue proclamada la República de los Consejos de Baviera, inicialmente por elementos anarquistas y luego recuperada por los comunistas. Pero en mayo de 1919, el foco insurreccional había sido completamente aplastado.

Resuelto este problema, la firma del tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919, reavivó las tensiones. Alemania debió aceptar la responsabilidad del conflicto y, por tanto, pagar indemnizaciones, perder territorios en beneficio de Francia, Dinamarca, Bélgica, Checoslovaquia, Polonia y Lituania, y renunciar a todas sus colonias. La firma del acuerdo y las indemnizaciones a las que se obligó a Alemania, unido a la agitación interior organizada por la extrema-izquierda y a la resistencia patriótica de los sectores nacionalistas, hizo que la “República de Weimar” atravesara unos años caóticos entre 1919 y 1923. Al terrorismo de extrema-izquierda que había aparecido en muchas regiones se sumó la resistencia nacionalista que cristalizó en el “golpe de Kapp”, apoyado por los Freikorps (marzo de 1920).

El “golpe de Kapp” encontró su réplica en la extrema-izquierda en la sublevación del Ruhr y en la formación de un “ejército rojo” compuesto por 15.000 izquierdistas que no lograron que la intentona revolucionaria superara la cuenca industrial en la que nació. La extrema-izquierda sumó así un nuevo fracaso. Sin embargo, la coalición gobernante, a la vista de la situación, se vio obligada a convocar nuevas elecciones que sellaron el fracaso del SPD y de sus aliados centristas y el avance de los nacionalistas. El SPD pasó a la oposición y el gobierno recayó en el Zentrum. Nada de todo esto cortó las acciones terroristas y los atentados procedentes de ambos extremos del espectro político. Para colmo, hacia mediados de 1921, la inflación empezó a desbocarse y en apenas un año, el valor de 100 marcos pasó equivaler a un billón: una libra de carne costaba en 1923 36.000 millones de marcos y una jarra de cerveza 4.000 millones… No había forma, por tanto, de pagar las indemnizaciones de guerra a Francia. Ésta respondió con la ocupación del Rhur (enero de 1923). Era la gota que hizo rebosar el vaso. Las ligas de extrema-derecha, entre las que se encontraba ya el NSDAP, reducido a su feuda bávaro en aquel primer momento, respondieron con atentados a la desesperada que los franceses se cobraron con represalias y fusilamientos. A su vez, la extrema-izquierda decretó la huelga general, e incluso, Karl Radek, responsable del Komintern para Alemania, elogió a Albert Leo Schlageter y a los resistentes nacionalistas del Rhur, procedentes de los Freikorps, fusilados por los franceses.

En 1923, la sociedad alemana, desmoralizada por la derrota, por cuatro años de violencia política e insurrecciones constantes, amputada territorialmente, con un movimiento obrero que había fracasado estrepitosamente en todas sus iniciativas, golpeada por la hiperinflación, con la sensación de que ésta había favorecido a los grandes capitalistas que pudieron comprar inmuebles y bienes raíces a bajo precio, unido a la sensación de que esa misma clase se había enriquecido durante los años de guerra a costa de los sufrimientos de los soldados del frente. Ese año, la idea de que el ejército alemán, que había logrado derrotar a Rusia, que había ocupado buena parte de Francia, había sido traicionado (la idea de la “puñalada por la espalda”) estaba muy extendida en todo el país, así como la idea de que las revueltas de los marineros de Kiel y de los espartaquistas, habían sido protagonizadas por soldados que no habían conocido los rigores de la primera línea del frente, por emboscados, cobardes y desertores.

Alemania vivía en 1923 una situación catastrófica: económicamente hundida con la hiperinflación, militarmente derrotada, políticamente sin alternativas, con un gobierno que había sido apuntalado por los freikorps, a los que no dudó en traicionar tras la aventura del Báltikum (cuando les prometieron tierras a cambio de combatir a los bolcheviques y fueron bochornosamente abandonados), desmoralizados por la criminalidad política, los atentados, las pérdidas territoriales, confundidos por la rapacidad de los “agiotistas” (especuladores) y la formación de fortunas en medio de la miseria generalizadas. Sin que las iniciativas surgidas a la extrema-derecha y a la extrema-izquierda pudieran concretarse en experiencia alternativas. Y, sobre todo, en 1923, sin ningún tipo de perspectivas. Porque, estaba claro que las soluciones clásicas de la derecha radical (el golpe de Kapp y, luego, el golpe frustrado de Hitler en Munich en noviembre de 1923) y la que había ensayado el leninismo en Rusia (concretada en Weimar en las iniciativas subversivas protagonizadas por la izquierda comunista y que detallaremos más adelante), no eran los caminos más adecuados para generar invertir la situación. Paramos, estas pinceladas sobre Weimar en 1923.