martes, 23 de agosto de 2022

ESCUELA DE FRANKFURT (VII) - GRAMSCI, O LA LUCHA POR LA "HEGEMONÍA CULTURAL"


Hijo de una familia sarda modesta, pero culta (su padre era abogado), justo cuando su padre cumplía una condena por falsificación de documentos, él, con apenas tres años, sufrió un accidente que lo dejó afectó su columna y lo dejó lisiado para toda la vida. Obtuvo una beca para estudia filosofía y letras en Turín. Ya por entonces (1911) mostraba simpatía hacia el socialismo, terminando por afiliarse al partido en 1913. Pronto trabará amistad con Palmiro Togliatti y juntos defenderán en el PSI la neutralidad de Italia al estallar la Primera Guerra Mundial. Su primer artículo en el diario socialista turinés, se titulará Neutralidad activa y operante y era una respuesta a un artículo “intervencionista” escrito por otro compañero de partido: Benito Mussolini. A partir de ese momento y en los diez años siguientes se convertirá en un articulista habitual en las publicaciones socialistas. Así mismo, multiplicó sus conferencias.

En ese período, Gramsci se ubicaba en el ala izquierda del PSI que miró con esperanza las noticias que estaban ocurriendo en Rusia en 1917. En el verano de aquel año, se produjeron gravísimos incidentes en Turín a causa de las manifestaciones antibelicistas, con el resultado de medio centenar de muertos. La detención de los dirigentes socialistas de la federación turinesa, obligó a crear un nuevo comité de dirección en el que figuraba Gramsci. El triunfo de la revolución rusa, generó que los nuevos dirigentes socialistas turineses se solidarizaran con ella abriéndose una brecha con la dirección central del partido. Para exponer sus puntos de vista, Gramsci, Togliatti, Angelo Tasca y Umberto Terracini fundador en 1919 el periódico L’Ordine Nuovo que, inicialmente, se dedicaría a temática cultural, pero que terminaría adoptando posturas políticas radicalizadas apoyando las ocupaciones de fábricas que tuvieron lugar en 1919-20, polemizó con la dirección del PSI y, finalmente, siguió el llamamiento realizado por Lenin en el II Congreso del Komintern pidiendo la expulsión del PSI del ala reformista, algo a lo que, por supuesto, se negó la dirección del partido (a pesar de haber pedido su adhesión a la nueva Internacional). Lenin optó por apoyar al grupo de L’Ordine Nuovo que quedó reforzado por la sensación de frustración y fracaso que produjo el final de las huelgas de abril de 1920, la ocupación de las fábricas en septiembre y la frustrada huelga general de abril de 1921. Finalmente, en enero de 1921 se produjo la ruptura y la constitución en Livorno del Partido Comunista de Italia, afiliado al Komintern. Sin embargo, no será ni Gramsci, ni ninguno de los miembros de L’Ordine Nuovo, quien dirija el Comité Ejecutivo y, por tanto, dicte la línea del partido, sino Amadeo Bordiga. Gramsci no es un hombre con capacidad para comunicar con las masas, carece de capacidad oratoria y, además, su físico, no le ayuda; consciente de todo esto, no se enfrenta a Bordiga (partidario de actuar en solitario y no participar en los procesos electorales). Sin embargo, Gramsci tiene otro carácter: ve con complacencia la aparición de una corriente católica de izquierdas en el seno del Partido Popular Italiano de Dom Sturzo y, más tarde, especialmente, cuando se percibe que las iniciativas revolucionarias de 1919-1921, han dejado agotado al proletariado italiano, Gramsci propondrá una colaboración entre comunistas y socialistas a lo que se opone Bordiga.

En 1923, Mussolini llega al poder después de la Marcha sobre Roma. Gramsci revalida su posición de un frente común con los socialistas y consigue situar en minoría a Amadeo Bordiga que resultaría detenido junto con buena parte del Comité Central. Esto favorecería el que Gramsci pasara a ser el nuevo secretario general del partido, estableciéndose en Viena. En las elecciones de abril de 1924, fue elegido diputado y regresó a Italia acogiéndose a la inmunidad parlamentaria. Sin embargo, en el congreso comunista que tendrá lugar en mayo de 1924, Gramsci no logra que se acepten sus tesis.

Cuando al año siguiente tiene lugar el asesinato del líder socialista Matteotti, Gramsci se equivoca al pensar que al fin del fascismo está próximo, sin embargo, en sus escritos de esa época demuestra que, de todos los doctrinarios de izquierda europeos, es el que ha entendido mejor y más rápidamente, la esencia del fascismo. Escribe: “el fascismo ha logrado constituir una organización de masas de la pequeña burguesía. Es la primera vez en la historia que esto se verifica”. Aquí termina su análisis lúcido sobre el fascismo: evita explicar cómo es posible que se hayan unido campesinos de toda Italia, o cómo están presentes también miembros de otras clases sociales. En realidad, Gramsci, parece no querer entender que, si bien el núcleo central del fascismo son las clases medias, éstas han pasado a ser la columna vertebral de todos aquellos ciudadanos, al margen de su clase social, que querían orden, progreso, dignidad nacional, seguridad y justicia social. Quería ver en el fascismo solamente una forma de “escuadrismo” violento, pero era mucho más que ese: se trataba de un movimiento de reconstrucción nacional compuesto por todos aquellos que habían dicho basta a cuatro años de inestabilidad, desórdenes continuos, inseguridad y miseria. Gramsci, en ese momento, ni siquiera era capaz de controlar a los miembros de su partido: Cuando Giovanni Corvi, miembro del PCI asesinó al diputado fascista Armando Casalini. El 16 de mayo de 1925, tomará la palabra por primera y única vez en el parlamento. El gobierno de Mussolini ha preparado un decreto para prohibir a la masonería y a las organizaciones secretas. Gramsci se opone a esta medida con un discurso excesivamente doctrinario: “… no podrán prevalecer sobre las condiciones objetivas con que están forzados a moverse”.

En el congreso de Lyon del PCI, desarrollado en 1926, Gramsci ya tiene la mayoría en el comité central. Su tesis se reafirma en la interpretación marxista ortodoxa: industriales del norte y latifundistas del sur son las fuerzas que han estabilizado el fascismo. El proletariado, única fuerza con intereses diferenciados, es el elemento unificador de la sociedad en la lucha contra el fascismo. ¿La solución? Bolchevizar el partido, organizarse en células, aumentar la disciplina interior…

En octubre de 1926, Mussolini es objeto de un atentado que desencadena una oleada represiva contra la izquierda y la extrema-izquierda. Quedan disueltos los partidos políticos y el 8 de noviembre Gramsci resulta detenido y encarcelado. Será acusado, junto a toda la dirección del PCI, se actividad conspirativa para derribar el Estado, incitación al odio de clase e instigación a la guerra civil. Resulta condenado a 20 años de prisión. A partir de febrero de 1929, iniciará la escritura de sus Cuadernos de Prisión. A causa de sucesivas recaídas y de la aparición de nuevas enfermedades, fallecerá en 1937, después de obtener la libertad condicional.

En aquellos Cuadernos de Prisión (escritos en una treintena de libretas que luego fueron reunidos en seis volúmenes) Gramsci aborda temas muy diversos, análisis del fascismo, episodios concretos de la historia, educación, arte, todo ello interpretado desde la ortodoxia marxista. Sus tesis son suficientemente conocidas así que vamos a limitarnos a resumir solamente aquellos elementos que tuvieron mayor relación con el desarrollo de las ideas del a Escuela de Frankfurt. Se trata de punto de vista, relativamente coincidentes. Gramsci, con estas ideas, se sitúa en una especie de bisagra entre el “marxismo oriental” (el defendido por la Internacional y por los Partidos Comunistas Ortodoxos) y el “marxismo occidental” (que encuentra en la Escuela de Frankfurt a su núcleo central).

El “gramscismo” es una interpretación autónoma y libre del marxismo que se desvía de Marx en varios aspectos, lo rectifica en otros, lo completa en algunos y, finalmente, elabora una teoría completamente opuesta al leninismo. Lo esencial del “gramscismo” se encuentra concentrado en los Cuadernos de Prisión. Se limitó a observar los fracasos del movimiento comunista internacional en el período 1919-1933 y establecer algunas conclusiones.

Hasta llegar a Gramsci, nadie en las filas marxistas había dudado de la inexorabilidad de las leyes económicas tal como habían sido enunciadas por Marx. Para el doctrinario alemán, estas leyes económicas constituían la “infraestructura” de todo sistema social. Para cambiar una sociedad, por tanto, en la estricta ortodoxia marxista, había que operar sobre la “infraestructura”, desarticular el funcionamiento del capitalismo y así se obtendría un cambio en la “superestructura”, concepto marxista que hace referencia a los elementos jurídicos, políticos, culturales e ideológicos, vinculados a ese mismo sistema. La “superestructura” está formada por dos componentes: de un lado, la “superestructura ideológica”, compuesta por las distintas formas de conciencia social, y, de otro, la “estructura jurídico-política”, formada por el Estado, el Derecho. Marx no desarrolló mucho estos conceptos que quedaron al albur de sus intérpretes posteriores. Todos ellos, Gramsci incluido, aceptaban que existía un vínculo entre infraestructura y superestructura, pero, mientras Marx, en esto se mostraba excepcionalmente radical y tajante (para él, la infraestructura condicionaba absolutamente la superestructura), Gramsci se mostraba mucho más realista. Aceptaba como otros marxistas “revisionistas” y como los antimarxistas en general, que existían partes de la sociedad que no podían reducirse a este esquema y que, en cualquier caso, quedaban fuera de la influencia de la infraestructura económica. Por ejemplo, el desarrollo de la ciencia, no tenía nada que ver con el sistema económico. El lenguaje y buena parte de las formas culturales que se desarrollaban en el interior de la sociedad, también parecían verse libres de este condicionamiento económico (luego Marcuse, dentro de la Escuela de Frankfurt desmentirá este planteamiento).

Así pues, no solamente la “infraestructura” no determina ni está en condiciones de presionar sobre la “superestructura”, sino, lo que es peor para el planteamiento marxista: resulta altamente impenetrable a los ataques del “proletariado”. Es cierto que el mito de la “huelga general”, en aquellos años, todavía ejercía una gran influencia psicológica, pero Gramsci, que había visto los resultados de la huelga general y de las ocupaciones de fábricas en el período anterior al ascenso del fascismo, era mucho más realista: el capitalismo, sobre todo, estaba empeñado y obligado a defenderse de los ataques directos que le amenazaban. La libre competencia, el mercado, la plusvalía, la propiedad de los medios de producción, etc. Resultaba muy difícil para un movimiento revolucionario operar sobre la infraestructura económica. Las “clases dominantes” siempre estaban muy atentas a los ataques frontales y se mostraban dispuestos a defenderse con uñas, dientes y, por supuesto, utilizando los aparatos de seguridad del Estado que controlaban.

Ahora bien, siempre existía la posibilidad no contemplada por Marx, ni por Lenin, de actuar sobre aspectos de la superestructura para conseguir un cambio social. Esto tenía la ventaja añadida de que la burguesía capitalista, no estaba tan atenta a lo que ocurría en la superestructura. Tenía la sensación de que los cambios que se producían allí no eran tomados en serio, ni siquiera considerados como importantes: el hecho, por ejemplo, de que en las escuelas se enseñara la historia con algunos contenidos marxistas, no parecía importar a la burguesía, a pesar de que, con el tiempo, los alumnos formados en esa óptica asumirían, presumiblemente, estarían condicionados para asumir de buen grado determinadas opciones ideológicas. Así mismo, era posible presentarse a las elecciones generales o sindicales para obtener puestos representativos e ir debilitando la posición de la burguesía capitalista, mientras mejoraban las expectativas del proletariado revolucionario.

Lo que Gramsci estaba planteando era actuar a través de tres canales: la educación, la religión y la comunicación para debilitar la ideología de las clases dominantes. En otras palabras: contrariamente a lo que opinaba Marx y a la práctica leninista, si era posible operar sobre la superestructura disputando a las clases dominantes la “hegemonía cultural”. Todo induce a pensar que Gramsci había perdido la confianza en la conciencia de clase desde el fracaso de los movimientos insurreccionales de la postguerra: ni creía que el proletariado bastase para realizar una tarea revolucionaria, ni siquiera que, aun teniéndola, estuviera dispuesta a utilizarla. Por tanto, precisaba encontrar otros estratégicos para que el proceso dialéctico burguesía-proletariado llegara a un final que no desmintiera al mecanicismo marxista.

Gramsci terminó considerando que el fascismo era solamente la “dictadura del capital”, forma a la que se había visto obligada la burguesía a descender para garantizar la defensa de sus intereses. Sostenía, con mucho optimismo por su parte, que al haberse escapado la “superestructura” de las manos del capitalismo y haber perdido, por tanto, la “hegemonía cultural”, se había visto obligado a recuperarla mediante una iniciativa “brutal y represora”. El concepto de “hegemonía cultural” es fundamental en el “gramscismo”.

Tal hegemonía es siempre impuesta a la sociedad por la clase dominante en cada momento. Los principios y, en general, la concepción del mundo de ese grupo social, se convierten en el dominante para todos los demás, a pesar de que solamente beneficien a quienes lo promueven. Gramsci, sobre todo, aludió a la “hegemonía cultural” presente en la “superestructura” y que, según él podía alterarse cuando el proletariado y sus aliados objetivos, los intelectuales con conciencia social, trata de imponer su propia “cultura de clase”.

La Escuela de Frankfurt recuperará en parte esta teoría que le permitía situar sus propias especulaciones dentro de un contexto más amplio: al completar el patrimonio cultural y filosófico del marxismo, aún rectificándolo, trabajaban para facilitar el proceso dialéctico que conducirá al “final hegeliano” de la historia.