jueves, 27 de febrero de 2020

SOCIEDADES SECRETAS EN EL MAOISMO CHINO (2 de 2)


Hay elementos en el maoísmo que inducen a pensar en un sincretismo entre la tradición china y el marxismo ortodoxo. Del confucionismo, Mao aprende e incorpora su análisis de la sociedad rural y de la condición humana. Pero no sólo se siente atraído por la teoría sino que pasa a incorporar bellas imágenes poéticas a su propaganda comunista; igualmente solía ensalzar las realizaciones prácticas de la tradición china que nos han llegado hasta el siglo XX; la acupuntura gozaba, en particular, de sus preferencias.

En varios escritos glosa la eficacia de la medicina autóctona y en concreto de la acupuntura. Dice, por ejemplo, en 1954: «La medicina china ha hecho grandes méritos por nuestro pueblo (...). Si se la compara con la occidental advertimos que la nuestra tiene una historia de milenios y es seguida por más de quinientos millones de chinos (...) Lo más importante es que los médicos estudien también medicina china y que la medicina occidental no sea aprendida por los médicos chinos». Y en otro discurso de 1959, añadió: «Cuando los americanos aún se comunicaban por señas, nosotros ya teníamos más de cinco mil años de cultura; entre ella, la cultura médica, claro». Es útil recordar que la medicina china parte de la base de la existencia de un «cuerpo sutil» o «cuerpo de energía» sobre el cual opera a través de la acupuntura, no reductible a los esquemas del materialismo marxista. Además, el conjunto de técnicas que emplea tienen su base metafísica en el confucionismo,


Así mismo, las concepciones militares de Mao derivan, como ya hemos visto, de la práctica milenaria de las sociedades secretas y, estas a su vez, se remiten a las concepciones estratégicas expuestas por Sun Tzu en El arte de la guerra, otra obra impregnada de pragmatismo lúcido y de principios de psicología confucionista. Este texto fue para Mao el libro de cabecera mientras duró la «larga marcha».

Todo lo anterior hizo del comunismo chino algo aparte en relación al movimiento comunista internacional. Esencialmente voluntarista, las «condiciones objetivas» tan tenidas en cuenta por los partidos comunistas ortodoxos, contaban poco: la misma «larga marcha» era, sobre el papel, una locura. Mientras que los dirigentes comunistas rusos, rumanos, etc. vivían en el lujo y la abundancia y constituían una «nueva clase» –Milovan Djilas acertó en la calificación– burocrática y estabilizada, el comunismo chino creó una clase política enteramente nueva que tenía mucho de ascética: desde Mao hasta el último guardia rojo, el «hábito» era el mismo –el llamado en Occidente «traje Mao»– quizás por eso el sistema comunista chino ha logrado sobrevivir a sus hermanos del Este Europeo. En el curso de la «revolución cultural» los guardias rojos no dudaron en utilizar los mismos castigos prescritos por las «tríadas» para golpear a sus enemigos: el corte de la coleta se convirtió en un castigo ominoso para los disidentes de fines de los años sesenta, como ayer lo fue para los mandarines y los burgueses colaboracionistas con el poder mongol.


Las sociedades secretas chinas (Tríada, Hung, Loto Blanco, etc.) tienen su equivalente occidental en la francmasonería, el carbonarismo y la magia. Al igual que el grueso de la francmasonería, las sectas chinas impulsaron y tuvieron un papel destacado en las «revoluciones democráticas y nacionalistas», derrocando monarquías absolutas y abriendo la brecha a regímenes liberales. La fragilidad de la burguesía china –unido a la invasión japonesa y la estructura rural de la sociedad– hizo que el Kuomintang no pudiera consolidar su poder y que las fuerzas campesinas organizadas en torno al PCCh terminaran imponiéndose. En este proceso, algunos de los hombres que participaron en las actividades del Kuomintang en los primeros tiempos, pasaron al Partido Comunista y, entre ese contingente, figuraban miembros de las sociedades secretas aludidas. En los partidos comunistas occidentales se produjeron fenómenos análogos, especialmente en el PCF entre 1919 y 1922 y durante unos años mantuvieron doble militancia. Finalmente, el III Congreso de la Internacional Comunista declaró incompatibles filiaciones.

La masonería occidental tuvo en China una implantación que venía de antiguo. Las primeras logias fueron establecidas por los ingleses en 1767 y ochenta años después la Gran Logia de Londres autorizaba la creación de una Gran Logia Provincial China, con dos secciones, para los sectores norte y sur del país. Antes de la guerra chino–japonesa existieron en la totalidad del país, no menos de 40 logias pertenecientes a distintas obediencias: desde el Rito Escocés, hasta dependientes de la Logia Tres Globos de Berlín pasando por centros subsidiarios de los Grandes Orientes de Francia, Filadelfia y Filipinas. Los distintos avatares de la política china hicieron desaparecer a las logias del continente; los supervivientes sufrieron todo tipo de vicisitudes: quienes no se integraron en el partido, huyeron a la República de Formosa, allí constituyeron en 1949 una «Gran Logia» de la que a principios de los años 90 dependían nueve logias. Otro sector de la emigración china radicó en Hong–Kong en donde en nuestros días trabajan 20 talleres masónicos.

Con todo, en la China continental, a pesar de una legislación restrictiva las sociedades secretas nunca terminaron por desaparecer completamente. Tras la muerte de Mao, con la relativa liberalización del régimen, se restablecieron buena parte de las instituciones y costumbres ancestrales. La lejanía y complejidad del continente chino hacen que sea difícil saber si las socieda­des secretas han logrado reconstituirse, pero es presumible que así haya sido. Lejos de allí, en la Barcelona post–olímpica, la policía desarticuló en Noviembre de 1992 una «tríada» en fase de implantación entre la comunidad china de la Ciudad Condal que pretendía cobrar un racket de protección a los restaurantes chinos...

Y es que las sociedades secretas, de conspiradores o de bandidos, o ambas a la vez, no han desaparecido todavía, forman parte de la China de siempre.