martes, 20 de noviembre de 2018

365 QUEJÍOS (202) – METAFÍSICA DE LA VULGARIDAD


El otro día comentaba que ser padre es una de las pocas tareas que pueden ser consideradas como heroicas en los tiempos modernos. Una de las primeras decisiones que deben afrontar los padres conscientes es la dicotomía de ofrecer a sus hijos una educación que haga de ellos seres humanos con “estilo” y personalidad, diferenciados del resto, o bien una educación que los convierta en seres “normales”, estandarizados y que respondan al modelo de su tiempo. Las cosas no están claras: si hacen lo primero, corren el riesgo de educar “bichos raros”, individuos que choquen con la tendencia general a la vulgaridad y la zafiedad. Si hacen lo segundo, pueden caer en la construcción de personalidades débiles y quebradizas. Así que las cosas no están tan claras como parecen. Me quejo, de que, si uno quiere ser “normal” en nuestros tiempos, debe ser, necesariamente vulgar.

La vulgaridad, calidad de “lo vulgar”, es todo lo que no tiene nada de original y resulta poco distinguido, impropio de alguien culto y educado. La colección de sinónimos que acompañan a la palabra (ordinariez, tosquedad, grosería, incorrección, rusticidad, simpleza, necedad, chabacanería, ramplonería, chocarrería) contribuyen a definir el arquetipo de “lo vulgar”, frente a los antónimos que se sitúan en oposición: elegancia, distinción, exquisitez, singularidad, particularidad, excelencia, cortesía, factores cada vez más ausentes en nuestro marco social.

Esto tiene un alcance muy superior a la simple dimensión de las costumbres y la educación. En democracia, por ejemplo, si un candidato quiere tener mayoría, deberá contar, necesariamente, con los votos del grupo mayoritario de ciudadanos, cuyos ideales y hábitos deberá imitar, o, lo que es mejor aún, haber emergido de entre la masa informe de los vulgares.  Miren a los candidatos de los tres grandes partidos en este momento y verán que están cortados a troquel. Las “libertades políticas”, al parecer, cuestan un tributo: la aceptación de la vulgaridad elevada a triste paradigma de la normalidad democrática.



No es que demuestre una sagacidad particular, pero empecé a notar que la transición había sido, especialmente, un tránsito hacia la vulgaridad en cuando nuestras pantallas se poblaron con el “cine del destape” y cuando se entendió la “libertad de expresión” en clave de porno de consumo. Del cine porno no queda más rastro que Internet, pero, desde entonces, cualquier novedad en el ámbito tecnológico se ha integrado en clave de vulgaridad. Me cuentan que el 60% del tráfico de Internet se orienta hacia el porno. Lo peor no es eso, sino que todo centímetro cúbico de semen derramado en donde no corresponde, supone restar posibilidades al erotismo realmente existente con partener de carne y hueso. Lo peor no es la existencia del porno, sino el que el erotismo se convirtiera el patrimonio de la individualidad: sólo tú y la terminal electrónica hoy y solo tú y el robot humanoide a buen precio mañana. Pero esto, más que al terreno de la vulgaridad, pertenecería a la miseria sexual de nuestro tiempo.

Porque la vulgaridad deriva de algo mucho más amplio. Si el otro día decíamos que las “ideologías de género” derivan de una concepción extrema, absoluta y niveladora del concepto “vulgaridad”, podríamos añadir que la “vulgaridad” aparece cuando las conductas dejan de contemplar mandamientos, obligaciones absolutas o deberes. Haz lo que te rote es la garantía de que se impondrá, finalmente, la ley del mínimo esfuerzo. ¿Moral? En tiempos de minimalismo, la moral puede ser comparada a un mueble de Ikea: cada cual puede montarlo como le dé la gana con la seguridad de que le servirá para poco tiempo.

La vulgaridad es, por lo mismo, el apéndice extremo del individualismo. ¿Lo primero? El individuo, off curse. ¿Luego? El individuo y su libertad individual. ¿Finalmente? La absoluta libertad sin valores, ni mandangas que lo repriman. ¿El resultado? Calles recorridas diariamente por fantasmas ambulantes que se creen lo más importante del mundo, y que siguen a estetas excéntricos y gurús de la moda, fabricantes de trending-topics, twiteros obsesivos, homínidos y hominicacos, en lugar de humanos.

El tuteo es una de esas muestras más significativas de vulgaridad. No se trata del “tuteo revolucionario” propio de los “camaradas” que han conocido experiencias similares, piensan de la misma manera y unen amistad, destino y proyecto. Se trata de la cajera del super que te dice: “¿Tienes cambio?”, o del alumno que le dice al profesor “¿te vienes a tomar una birra?”. En un mundo hecho de granos de arena, iguales, del mismo tamaño, de la misma calidad, sería absurdo que alguno se sintiera superior a otro. El tuteo es la muestra de que quien lo practica ignora valores como “jerarquía”, “desigualdad”, incluso conceptos como “más” y “menos”, “superior” o “inferior”. Cree en la igualdad absoluta en todo: en inteligencia, en capacidades, en méritos, en responsabilidades… Estamos en la época del individualismo extremo en el que, parajódicamente, cualquier individuo que busca originalidad y realizar su libertad, se convierte en un ente anónimo y despersonalizado de una “masa” informe y… vulgar.

Pero, por eso mismo, estamos también ante la cultura de la barbarie. Desde los años 20, Nicolas Berdiaev ya recordó que, tras la caída del Imperio Romano, esto es, a la caída de la civilización, sucedió un período de barbarie que fue solamente de una intensidad menor al que se anuncia actualmente. Al menos, los “bárbaros” del siglo V y VI, tenían conciencia de pueblo: eran “pueblos jóvenes” que aportaron sabia nueva a la carcomida sangre del Imperio. Los nuevos bárbaros hoy, lo son de pleno derecho. Niegan cualquier regla, todo valor y jerarquía. Y lo que es peor: ya no existen instituciones que los eduquen en el significado de estos conceptos y en su necesidad. Se da por sentado, simplemente, que tienen libertad para elegir entre distintos niveles de vulgaridad.

Es así como hemos realizado un doble salto mortal: el de la sociedad amoral y el de la sociedad vulgar. Bienvenidos a la época de la vulgaridad. Podéis elegir modelo: entre la Kardasian y la Esteban, entre el cutrerío fashion y el cutrerío poligonero, hay una amplia gama de iconos. Porque, no lo duce, si usted  consigue alcanzar cuotas de vulgaridad inalcanzables, usted tendrá su lugar en el santoral de la modernidad.