Info|krisis.- Otro artículo publicado en la revista Identidad y que
he rescatado del olvido. También tiene unos cinco o quizás seis años y algunas
referencias ya estén desfasadas, pero los datos no han mejorado desde entonces.
Se insiste sobre todo en el tema de la deslocalización alimentaria generada por
la globalización, se hace una génesis del problema y se exponen los mecanismos
a través de los cuales la alimentación llega a nuestros hogares. En el recuadro
fuera de texto se apuntan algunas soluciones a los problemas planteados.
Deslocalización
alimentaria, en lugar de autosuficiencia
La perspectiva [real]
del hambre
En las extrañas democracias
formales los problemas de unos pocos (de la alta finanza) los compartimos
todos, sin embargo los problemas de todos no interesan a nadie y mucho menos a
los gobiernos que, a fin de cuentas, son responsables por su mala gestión y su
ausencia completa de previsión. Elegidos por votación popular, paradójicamente
gobiernan y legislan para mayor gloria de los poderosos. Todo esto, no por
sorprendente, es suficientemente conocido. Lo realmente nuevo, es que esos
gobiernos ineficaces –y ZP es el paradigma- vuelven la espalda y niegan el
mayor problema que tenemos ante el futuro: la crisis alimentaria y el fantasma
del hambre.
El hambre y la sed no son ninguna
broma. En el número 15 de IdentidaD ya dedicamos un amplio estudio al fantasma
de carencia de agua en amplias zonas del planeta. De manera inevitable, la
crisis hídrica arrastra la crisis alimentaria: menos agua, menos cultivos;
menos cultivos, más hambre. Si a esto unimos distintos factores que afectan
directamente a la producción, distribución y comercialización de alimentos,
veremos que aludir al “fantasma del hambre” no es ninguna gratuidad para epatar
al lector o generar alarma social.
El hambre viva y activa en el planeta
Hay cifras para todos los gustos.
La FAO estima que 1.500.000.000 de personas sufren hambre en el mundo, de las
que 7.500.000 mueren cada año. Sin embargo, el Banco Mundial da cifras
distintas: 850.000.000 en 2007, que han pasado a ser cien millones más en 2008.
El Banco Mundial no da cifras de fallecimientos por esta causa. Otras fuentes
elevan a 12.000.000 la cifra de muertos anuales por hambre.
¿Cómo es posible que las
estimaciones de la FAO y del BM difieran en un 50%? Por que el concepto de
hambre es subjetivo: para unos, hambre es simplemente el no tener el número
suficiente de calorías día compatibles con la vida, para otros es correr
peligro de muerte por desabastecimiento. En cualquiera de los dos casos, ambas
instituciones sitúan el hambre en el antiguo Tercer Mundo. La novedad estriba
en que el riesgo de hambrunas no se circunscribe solo a las zonas
tradicionalmente más deprimidas del planeta, sino a todo el mundo. Y Europa,
nuestro hábitat, no se ve libre de esta amenaza.
La “fiebre verde” ha servido para
justificar verdaderas masacres alimentarias. En 2005 empezó la fiebre de los
biocarburantes a la vista del aumento del precio del petróleo y de la
disminución de las reservas mundiales de crudo, paralelas al aumento de la
demanda. Entonces se juzgó que la mejor manera de evitar las peores
consecuencias del problema era dedicar gigantescas extensiones de tierra (que
hasta ese momento se habían dedicado a la producción de alimentos) a la
producción de oleaginosas orientadas hacia la producción de biocarburantes. El
resultado inmediato fue el aumento en el precio de los alimentos que ya causó a
finales de 2005 los primeros problemas en México y que llevó a que en abril de
2008 se racionara el arroz en algunas cadenas de supermercados norteamericanas.
La naturaleza no da para un
consumo tan elevado de biocarburantes y de alimentos: si se producen mucho de
lo primero, falta lo segundo y si no se producen biocarburantes, el precio del
petróleo, antes o después, se disparará a causa de la escasez creciente… y, por
tanto, el mecanismo de la globalización se detendrá. Así pues, para los rectores
del Nuevo Orden Mundial la producción de biocarburantes se sitúa por encima de
cualquier otra exigencia.
Las revueltas del hambre
No aparecen en primera plana por
que son tan breves como dramáticas, pero en los últimos dos años se han
multiplicado las revueltas populares ocasionadas por el hambre, que si no han
merecido la primera página de los medios se ha debido a dos motivos: son breves
y todas han tenido lugar en zonas recónditas del Tercer Mundo que solamente
aparecen en la prensa cuando son víctimas de catástrofes naturales y de
masacres al filo del genocidio.
Esther Vivas en El Viejo Topo
(mayo de 2009) daba algunas cifras: “los precios de los alimentos han subido,
según el Banco Mundial, un 83% del año 2005 al 2008 y, según la FAO, han
aumentado un 45% en pocos meses, entre finales de 2007 y principios del 2008”.
Y más adelante: “el precio del trigo ha crecido a nivel mundial un 130%, la
soja un 87% y el arroz un 74%”. Y lo que es más significativo: “Más de treinta
alzamientos se han producido en pocos meses de punta a punta del planeta”.
El fondo de la cuestión no es que
no exista capacidad de producir alimentos, sino la imposibilidad creciente de
sectores cada vez más amplios de la población mundial para acceder a ellos a
causa de sus precios. Por eso, importa poco que hoy se produzcan tres veces más
alimentos que hace cuarenta años, lo que debería de servir para alimentar
convenientemente a una población mundial que solamente se ha duplicado en el
mismo período de tiempo.
Es cierto que, a partir de 1943
se inicio en México la “primera revolución verde” a partir de técnicas de
selección genética de semillas, nuevas técnicas de agricultura intensiva y
utilización masiva de productos químicos como fertilizantes y pesticidas.
Veinte años después, las mismas técnicas depuradas se aplicaban a la producción
de arroz y maíz especialmente en la India (uno de los países más afectados por
el hambre en aquel momento). Estas técnicas de racionalidad agrícola lograron
que el rendimiento por hectárea de trigo, por ejemplo, pasara de 750 kg a 3.200
kg. La “primera revolución verde” indicó las posibilidades de erradicar el
hambre en el mundo.
Sin embargo, inmediatamente
aparecieron los problemas:
1)
La agricultura dejó de ser una actividad
tradicional para afrontar nuevos problemas derivados de la dependencia
tecnológica (necesidad de nuevos útiles
y cosechadoras) y
2)
Excesivo coste de las semillas, problemas de
almacenamiento de los excedentes, poca adaptación de los cultivos y aparición
de nuevas plagas que solamente se pudieron afrontar mediante nuevos
plaguicidas.
En los años 60, la agricultura
mundial no era capaz de alimentar a una población creciente. Sin embargo,
gracia a la “primera revolución verde” promovida a nivel mundial por la FAO, la
situación, momentáneamente, pareció mejorar. Y siguió haciéndolo desde mediados
de los 90 cuando irrumpieron los transgénicos –protagonistas de la pretendida
“segunda revolución verde”- que prometían optimizar los cultivos mediante la
creación de semillas genéticamente modificadas que serían invulnerables a las
plagas. Monsanto y la Dupont de Nemours se hicieron con el mercado mundial de
semillas modificadas, tanto como la Bayer, Yara, Sinochen o Potash Corp se
apropiaron del mercado de los pesticidas… adaptados para las semillas que
inicialmente no precisaban pesticidas. En España, se cultivan 80.000 hectáreas
de maíz MON 810, sobre la que existen sospechas de toxicidad (los ratones
alimentados con esta semilla en la Universidad de Caen mostraban signos de
toxicidad en hígado y riñón. En maíz MON 603, genera, según el gobierno
austríaco, una menor descendencia en los ratones alimentados con él. Pero si
todas estas variedades genéticas han sido autorizadas en la UE (a pesar de los
estudios desfavorables que deberían inducir a aplicar el principio de
prudencia), la variedad MON 810 rechazada por la UE, es libremente utilizado en
España… tanto en el período de gobierno del PP como en el zapaterismo.
Hoy la alimentación llega más
allá que en los años 60… pero también genera más enfermedades que cuando se
utilizaba libre y masivamente el DDT, considerado hoy como cancerígeno. Vale la
pena recordar que no somos cobayas. Pero existen otros problemas.
La deslocalización como responsable
La característica de nuestra
época es la “globalización”. La producción de alimentos se ha deslocalizado
como si se tratara de cualquier otra actividad industrial. Fresas cultivadas en
California, tomates traídos del valle de Souss en Marruecos, brócolis de
Guatemala y Nueva Zelanda, judías tailandesas, corderos australianos, trigo y
arroz llegado de China, recorren cada día el mundo en dirección a Europa… ¡que
está dejando de producir alimentos! España está, como siempre, en vanguardia de
la deslocalización alimentaria, algo que, ayer Aznar y hoy Zapatero, consideran
como un “logro”.
A finales de abril de 2009 un
fantasma recorrió el mundo: la pandemia llamada “gripe porcina”. A pesar del
avance de la enfermedad, no parece ni que sea particularmente peligrosa (no más
peligrosa que otras formas de gripe que solamente causan estragos allí en donde
no existe una sanidad digna de tal nombre), aunque tampoco da la sensación de
que esté contenida. En México corrió el pánico: Francia amenazó con cortar los
flujos aéreos con ese país y EEUU hizo amago de cerrar fronteras a productos
aztecas.
No es la primera alarma sanitaria
de este tipo: antes llegó la peste aviar y antes el mal de las vacas locas y,
antes aún, el ebola nacido, como el VIH, en las selvas de África Central. De
todas estas epidemias solamente la última alcanzó el nivel de pandemia. Pero es
inútil olvidar que desde los años 60 se está asistiendo a una competencia entre
antibióticos y microbios cada vez más fuertes. Fármacos que servían hace 40
años ya no tienen ninguna utilidad frente a microorganismo patógenos en
mutación continua… y sobre todo, más resistentes.
Así pues, hay que tener presente
el escenario en el que en alguna zona insalubre del planeta apareciera un nuevo
virus destructivo frente al cual no se dispusiera de una vacuna para bloquearlo.
La irrupción de un virus de este tipo supondría, no solamente el corte brusco
en el flujo de personas, sino también la interrupción de los canales mundiales
de suministro. Eso implica que los alimentos que hoy están fluyendo de todo el
mundo hacia Europa se cortarían generando una hambruna de consecuencias
incalculables en el viejo continente.
El modelo de circulación mundial
de alimentos es erróneo y de nada sirve que unas autoridades ciegas e
insensatas pretendan -¡a estas alturas!- seguir haciéndonos creer en las mieles
de la globalización: gracias a la globalización las industrias europeas huyen
hacia el Tercer Mundo y gracias a la globalización gentes de todo el mundo
afluye hacia Europa para abaratar el precio de la mano de obra (aún más). Esa
es la realidad de la globalización: un sistema insensato que considera que es
más rentable producir un alimento a 25.000 km de distancia, que en el huerto
situado apenas a unas decenas de kilómetros.
¿Qué supone la “globalización
alimentaria”? Cuatro fenómenos, a cual más grave:
Transportar
implica consumir combustible y esto implica que cada vez nos precipitamos
más hacia la escasez de crudo. Sin olvidar que, lo que la naturaleza ha tardado
millones de años en generar, lo hemos consumido en apenas 200 años. La era del
petróleo barato ha terminado: todo lo que se ahorra en mano de obra, quedará
absorbido por los sucesivos aumentos en el precio del carburante. Además, ese
tránsito incesante de mercancías a un lado y otro del planeta es la principal
fuente de generación de CO2 que genera –y no hay estudios serios que
nieguen el “efecto invernadero”- el proceso de cambio climático.
Abolición
de la autonomía alimentaria, principio irrenunciable según el cual el ser
humano debe alimentarse de productos susceptibles de ser cultivados en las
proximidades de su lugar de residencia. Esto hace que exista una relación
directa entre productor y consumidor y que aquel cuide la calidad de los
productos que coloca en el mercado. ¿Qué interés puede tener un campesino chino
en si un ciudadano español ingiere sobredosis de pesticidas que pueden
generarle cánceres y neumonías? ¿Para qué sirve la cuidadosa y puntillista
legislación europea sobre producción agrícola y ganadera de alimentos –la
famosa “trazabilidad”- si cada vez más alimentos proceden de zonas fuera de
cualquier control sanitario?
Desaparición
de miles de variedades locales de frutas, verduras, ganados, hortalizas,
que alcanza niveles incalculables y que tiende a una uniformización y
simplificación mundial de las variedades en función de criterios absurdos: el
tamaño, el aspecto, el color, según sean más rentables y atractivos. Siempre
los valores nutricionales pasan al segundo plano en beneficio de todo lo que
puede ser aspecto exterior y tamaño. No es ningún secreto que los tomates
cultivados en el valle de Souss tienen de tomate la forma y el color… pero
saben a cualquier cosa, menos a tomates, como máximo a agua. Lo mismo puede
aplicarse a las manzanas que, hasta hace poco, cualquier región disponía de
alguna variedad perfectamente aclimatada, la mayoría de las cuales han
desaparecido sepultadas por criterios mercantiles y productivos que priman
sobre los medioambientales y nutricionales.
La
irrupción de las variedades genéticamente modificadas, que están suponiendo
un vuelco total en la agricultura y ante las que ya se conocen los efectos
sobre el sector. Contrariamente a lo que se proclamaba como justificación para
su irrupción en el mercado, estas semillas consumen pesticidas, herbicidas,
fungicidas y abonos en cantidades superiores a las semillas naturales… La
prueba es que desde que se inició su comercialización, ha aumentado
considerablemente la producción y utilización de agrotóxicos. Y, para colmo, su
rendimiento es igual o menor a las variedades no transgénicas. También tienden
a reducir la biodiversidad, dañar acuíferos a causa de la sobredosis de
agrotóxicos y, finalmente, dañar a las especies silvestres asociados a cada
ecosistema concreto.
Los gobiernos europeos –y en
especial el español que alardea de una posición “progre”, pero que se niega a
aplicar el principio de prudencia en materia alimentaria- evitan afrontar la
realidad de la catástrofe alimentaria que se avecina. Evitan hablar del
problema y miran hacia otro lugar para evitar enfrentarse a las empresas
líderes del sector de semillas transgénicas y a las grandes multinacionales del
sector de abonos y pesticidas a los que les costaría muy poco desestabilizar a
cualquier gobierno para persistir en las políticas suicidas alimentarias que,
eso sí, aumentan sus beneficios.
La peste: las cadenas de distribución y multinacionales
La deslocalización alimentaria y
la supuesta “segunda revolución verde” han hecho de las compañías que tienen
relación con la producción, distribución y venta de alimentos, gigantescos
consorcios que detentan increíbles acumulaciones de capital y se muestran como
las más seguras inversiones ante la crisis. Monsanto aumentó sus beneficios en
2007 un 44%, Sinochen, uno de los principales fabricantes de fertilizantes
alcanzó un desmesurado aumento del 95% en sus beneficios en relación al año
anterior. Otro tanto ocurrió con las principales procesadores de alimentos
(Nestlé, aumento del 7% de beneficios) o cadenas de venta de alimentos
(Carrefour, Wall-Mart, aumento del 10% de beneficios). No es raro que así sea:
a fin de cuentas se trata de consorcios que se mueven ante la perspectiva de
obtener los mayores beneficios posibles. El problema es que tales beneficios se
anteponen a consideraciones humanitarias o medioambientales. La cuestión de
fondo es: ¿hasta qué punto consorcios empresariales pueden dictar sus leyes y
ser dueñas absolutas de sectores estratégicos de la economía como la
alimentación?
Si estas empresas han podido
obtener tales beneficios desmesurados es por el modelo globalizado y
desregularizado que se ha impuesto siempre en detrimento de los pueblos y en
auxilio de las grandes acumulaciones de capital. Hoy, el mercado mundial de
alimentos va camino de estar controlado por 10 consorcios que en hoy controlan
en 50% del sector y dentro de 6 años habrán alcanzado el 75%. En España, aquí y
ahora, una decena de empresas controlan el 60% del mercado. Vivimos pues una
situación de oligopolio.
Las consecuencias de este modelo
son devastadoras:
Unas
pocas empresas deciden qué comemos, de dónde procede, cuál será su precio y
en qué forma ha sido elaborado, procesado, presentado y promocionado.
Cambio de
hábitos en la cesta de la compra, basado en la búsqueda de los precios mas
baratos y, especialmente, de marcas blancas (el 32% de la venta en España y que
aportan mas beneficios a las cadenas alimentarias. Ya no se compra lo esencial
de la cesta, ni en el mercado de abastos, ni en el barrio, sino que para ello
es preciso desplazarse en coche hacia las “grandes superficies” situadas en los
suburbios si lo que se aspira es a los precios más baratos.
Liquidación
creciente del pequeño comercio de proximidad que no puede afrontar los
precios impuestos por las grandes cadenas. Negocios familiares con estabilidad
en el empleo y relación directa entre consumidor y “tendero” facilitaba el que
solamente se comercializaran productos que no defraudarían al primero y
fidelizaban la clientela. Esta destrucción ha contraído el mercado de trabajo:
por cada puesto de trabajo precario generado desaparece 1,5 puestos de trabajo
estables.
Asfixia
de los pequeños agricultores a través de una disminución creciente en el
precio de venta de sus productos… que, sin embargo, no nota el consumidor final
a causa de que, durante el proceso de presentación en el mercado, los alimentos
llegan a experimentar 11 aumentos de precio, multiplicándose su valor un 320%.
Esta cadena parasitaria es la verdadera responsable del aumento del precio de
los alimentos.
Asfixia
del ecosistema mediante una agricultura ultraintensiva basada en la
utilización masiva de fertilizantes que en pocos años deja absolutamente
inservible, yerma e infértil la tierra que durante una década ha dado cosechas
“espectaculares”.
Aumento
desmesurado de los residuos domésticos a causa de los blisters, displays,
embases y de todo aquello que se llama “packaging” que han apenas 30 años han
pasado de ocupar un 10% de la bolsa de basura al 70% actual. Ningún embase es
retornable, todos son de usar y tirar, lo cual es mucho más grave teniendo en
cuenta que la mayoría se fabrican a partir de derivados del petróleo o de la
madera, contribuyendo a acelerar el tránsito hacia el apocalipsis ecológico.
Todo esto está generando cambios
radicales en los hábitos sociales y, al mismo tiempo, están generando el
aumento de una mano de obra castigada por salarios de hambre (paradójicos en un
sector que tiene que ver con la alimentación) y la inestabilidad laboral. La
primera multinacional del sector de hipers, Wal-Mart alardea de que paga a sus
empleados un 20% menos y que (al menos en EEUU) ha desalojado a los sindicatos
de sus centros. Además, estos sectores sufren enfermedades profesionales nunca
reconocidas y siempre presentes (estrés, dolores de espalda crónicos). Los
trabajadores de estas empresas son los primeros en sufrir en su propia carne la
rapacidad de las empresas para las que trabajan.
Pero, con lo grave que pueda ser
todo esto no tiene punto de comparación con el riesgo principal que afrontamos
a la vuelta de la esquina. La ampliación del perímetro de las grandes ciudades
y la formación de “conurbaciones” que unen a varios municipios sin
discontinuidades, hace que, mientras aumentan las poblaciones urbanas, las
zonas con posibilidades de producir alimentos se vayan alejando más y más.
Parafraseando a Nietzsche podríamos
decir que “los desiertos alimentarios crecen”. ¿Qué ocurrirá si en el futuro,
una pandemia, un conflicto internacional, un parásito resistente a los
pesticidas, interrumpe el flujo internacional de alimentos? ¿De qué campos, hoy
abandonados, podría vivir la población europea? ¿Qué agricultores conocedores
de los ecosistemas locales podrían cultivarlo si ya hoy Europa está viendo la
última generación de verdaderos trabajadores del campo que hayan heredado los
conocimientos de una cadena de generaciones? Si no hay quien “cree” alimentos
en Europa, Europa vivirá antes o después, hambre.
Todo lo que tiene que ver con las
necesidades humanas es demasiado grave como para dejarla al arbitrio de la
locura del mercado, de la rapacidad de las multinacionales y de la apatía de
los gobiernos cuya única ambición es salir reelegidos mientras sea posible por
unos electores narcotizados. No solamente es preciso cambiar de modelo
alimentario, de modelo económico, de modelo internacional, sino también y sobre
todo de modelo político. Con un 30% de paro para 2011 y la espada de Damocles
alimentaria sobre nuestras cabezas, Zapatero bendiciendo los transgénicos, las
grandes superficies, la deslocalización alimentaria, el abandono del campo
español, está diciendo lo mismo que la reina de Francia dijo cuando le
explicaron que unos manifestantes parisinos estaban ante palacio gritando:
“Tenemos hambre”: “¿Tienen hambre? Que coman bizcochos”.
[recuadro fuera de texto]
¿Hay soluciones? Sí hay soluciones
Cinco medidas para evitar el hambre
Considerar
todo lo que tiene que ver con la producción, trasformación, distribución y
venta de alimentos como un sector estratégico que debe estar regulado y
planificado y que, por tanto, debe situarse al margen de la economía liberal y
del mercado, a la vista de que todo lo que tiene que ver con necesidades
humanas o nacionales básicas, no puede estar en manos de consorcios que actúan
movidos sólo por la ley del máximo beneficio.
Emancipación
de las líneas y políticas establecidas por los organismos impulsores de la
globalización: BM, FMI, FAO y OMC. Esto implica romper la globalización
alimentaria. Incluso dentro de la UE cada país debe ser autónomo en materia
alimentaria y, por principio, la circulación, importación y exportación de
alimentos debe reducirse al mínimo imprescindible.
Retorno a
la agricultura de proximidad y a un sistema emancipado de la deslocalización
alimentaria, lo que implica la denuncia de los tratados firmados con la
Organización Mundial del Comercio y el atenerse estrictamente al principio de
“lo que aquí se come aquí se produce”. Europa puede ser autosuficiente en
materia alimentaria y competitiva en cuestión de precios… a costa de que el 60%
del margen de beneficio de las multinacionales alimentarias se recorte. Los
circuitos alimentarios, contra más cortos y directos, mejor.
Impulso a
las cooperativas agrícolas de producción y de consumo, la solución en
Europa para la crisis alimentaria consiste en productores y consumidores que
actúen en sinergia eliminando las cadenas de intermediarios y generando un
vínculo directo entre productores y consumidores a través de una pieza que
puede estimularse su reaparición: el pequeño comercio de proximidad. La “santa
alianza entre productores y consumidores” es fundamental para salvar la agricultura
europea y eludir el fantasma del hambre.
Prohibición
total de las semillas transgénicas mientras no se demuestra su eficacia global
en relación a las semillas tradicionales. Así mismo, es preciso revisar de
nuevo los impactos de determinados pesticidas en la salud y establecer -¿por
qué no hablar de “imponer”?- sistemas racionales de cultivo basados en su
viabilidad a largo plazo, eludiendo los sistemas de producción intensiva y
fatal para el ecosistema.
© Ernesto Milá – info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com –
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