sábado, 1 de agosto de 2015

Dossier Chicho Ibáñez Serrador. Cuando había esperanzas en el papel de la televisión


Infokrisis.– El artículo que sigue tiene diez años. Está incluido en el “viejo infokrisis” (http://infokrisis.blogia.com) y fue un homenaje a la figura de Chicho Ibáñez Serrador, realizado en el momento en el que visualizamos en apenas una semana sus películas y los programas televisivos que le hicieron famoso en la segunda mitad de los años sesenta, especialmente, Historias para no dormir, Historias de la frivolidad y El Asfalto. La verdad es que añoramos aquella televisión de mucha más calidad que la actual y realizada con una ínfima parte de medios. Este es también un homenaje a aquella televisión que fue y ya no es.
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La televisión es hoy el primer medio de bastardización de las masas y la segunda apisonadora cultural, después del Ministerio de Educación. Cómo ha llegado a ser esto así es algo que corresponde a los sociólogos determinar. Quienes vivimos los primeros balbuceos de la televisión hace más cincuenta años tenemos una extraña sensación que corresponde con nuestra visión de la historia: lejos de progresar, la historia camina hacia estadios progresivamente más degenerados. A la televisión le ocurre otro tanto. Y no siempre fue así.

I PARTE:
EL PERSONAJE Y SU OBRA

A mediados de los años 60, Chicho Ibáñez Serrador emergió en el único canal de televisión de aquel momento: y muchos recordamos sus producciones, con la añoranza de que aquella televisión. Chicho no era un fenómeno único, existió toda una generación de realizadores de TV que en el tardofranquismo fueron capaces de realizar la mejor televisión que se ha visto en este país, la más creativa, e incluso, la más formativa.

No es que tengamos añoranza del franquismo. Tenemos añoranza de aquella televisión que intentó elevar el nivel cultural de la población. Tenemos añoranza del Estudio 1, tenemos añoranza de los programas protagonizados y dirigidos por Adolfo Marsillach, tenemos añoranza de las “telenovelas”, lejos de los culebrones repugnantes hechos para mayor gloria de la zafiedad y la ignorancia de hoy, que dramatizaban las grandes novelas de la literatura mundial, tenemos añoranza de los programas de divertimento de los que durante diez años fue dueño y señor Chicho Ibáñez Serrador.


Chicho el veterano hijo de veteranos

Chicho tiene hoy más de 70 años, pero antes de cumplir los 30 ya había alcanzado la fama. De casta le venía al galgo, porque papá y mamá eran, literalmente, figuras del teatro argentino. No tuvimos ocasión de ver en los escenarios a su madre, Pepita Serrador, prematuramente fallecida en 1964 con apenas cincuenta años. Pero sí recordamos a Narciso Ibáñez Menta como uno de los actores más geniales de la naciente televisión española.
La pareja se había casado en Buenos Aires en 1934. Ella era argentina y él asturiano. En la filmografía de ella se detallan dieciocho películas filmadas entre 1928 y 1960 de las que debemos confesar que no hemos tenido ocasión de ver ninguna. Con Ibáñez Menta es diferente. No lo pudimos ver como actor teatral en donde cimentó su fama, pero sí en varias series televisivas dirigidas por su hijo.

Los padres se conocieron en el teatro y a Ibáñez Menta siempre le gustó recordar que ocho días después del parto se subía por primera vez a las tablas en los brazos de la actriz Carola Ferrando. Sus padres se asentaron en Buenos Aires, contrariamente a lo que algunos han insinuado, no fue un exilio político. De hecho, Ibáñez Menta pasó su juventud viajando entre España e Hispanoamérica. Finalmente la familia se asentó en Buenos Aires.

Ibáñez Menta pasará a la fama en España como protagonista de bastantes episodios dirigidos por su hijo de la serie Historias para no dormir. Pero aunque esta serie era “de terror”, los registros de Ibáñez Menta eran múltiples. Interpretó el teatro de Sartre y de Miller y también a Goethe. Por lo demás, algunos episodios de Historias para no dormir estuvieron realizados en clave de humor.

Ibáñez Menta estaba más atraído por el teatro, pero eso no fue obstáculo para que protagonizara 45 películas en Argentina. No sólo interpretó sino que dirigió teatro. De regreso a España se incorporó como actor en distintas series de la naciente TVE de la que, sin duda, las dos más célebres fueron las citadas Historias para no dormir y Usted puede ser el asesino.

Apareció por última vez en 1991 en la comedia de Trueba Sal gorda (1991) y falleció en 2004 cuando contaba 91 años.

Una pequeña anécdota personal sobre Ibáñez Menta

Hay una anécdota personal que me gustaría contar para dar la medida de la calidad de Ibáñez Menta como actor. A finales de los años 60 recordamos nítidamente como vimos ante el monstruoso monitor Philips en blanco y negro un episodio de Historias para no dormir que nos llamó particularmente la atención a todos los miembros de la familia. El episodio se llamaba El pacto y estaba basado en la novela de Allan Poe El extraño caso del señor Valdemar. Ibáñez Menta asumía el papel de un psicólogo mesmerista que utilizaba la hipnosis con sus pacientes. En tres ocasiones, Ibáñez Menta hipnotizaba a un paciente, con un maquillaje que destacaba unos ojos particularmente inquietantes. Pues bien, en las tres ocasiones tanto mis padres como yo, experimentamos una indecible sensación de sopor (vale la pena decir que nunca nadie nos hipnotizó ni antes ni después), pero Ibáñez Menta estuvo a punto de lograrlo… Lo sorprendente no es esto que siempre podría ser interpretado como un recuerdo lejano e idealizado. Lo realmente curioso es que hace pocos meses, cuando volvimos a ver –tras bajarla mediante un programa de P2P– El pacto, tanto mi mujer como yo experimentamos esa indeleble sensación de estar siendo hipnotizados a distancia… Hasta ese punto, Ibáñez Menta era un actor genial capaz de conseguir por TVE lo que un hipnotizador jamás ha podido conseguir en directo.

Una apretada biografía: Chicho ha envejecido entreteniéndonos

El jovencito con aires de suficiencia que aparecía en las presentaciones de Historias para no dormir al estilo de Hitchcock o Rod Serling, ya no es tan joven y según me cuentan tiene algún problema de salud. Está período de jubilación y hoy apenas se oye hablar de él. Quizás, solamente los nostálgicos de la televisión que pudo ser y no fue lo tengamos presente en el recuerdo. A decir verdad lo que experimentamos en relación a Chicho es simplemente agradecimiento por los buenos ratos que nos hizo pasar y, sobre todo, por haberse negado a participar en la degradación del medio televisivo.

Si es verdad como dicen sus biógrafos que nació el 4 de julio de 1935, eso implica que está a punto de tener 80 años. De nombre Narciso como su padre, utilizó el seudónimo de Luis Peñafiel para firmar sus guiones. Le acompaña un peculiar acento del que nunca ha logrado desprenderse y que sin duda es el resultado de haber pasado los doce primeros años de su vida en Argentina. A pesar de que pasará a la historia como realizador y director de televisión, también ha sido actor, director de teatro y de cine e incluso doblador. De hecho debutó doblando al conejo Tambor en la versión argentina de Bambi, esa cinta a la que los niños de mi generación recordamos con verdadero pánico y que, posiblemente, infundió en Chicho el interés por las historias de terror. Si non é vero e bene trovato. También se le suele añadir el oficio de guionista de radio que nosotros no hemos conocido.

Se inició en la TVE a finales de los cincuenta. El “ente” había nacido cinco años antes y sus primeras armas en él fueron las series Obras maestras del terror, Cuentos para mayores, Los premios Nobel y España y su teatro. Los que tenemos ahora 60 años recordamos tenuemente algunas de estas series que se emitían más allá de las 21:00 horas, barrera impenetrable para los niños de aquella época, educados en el madrugón.

Por esas fechas, Chicho inició su período de éxito. En 1959 había estrenado en el teatro Aprobado en inocencia, comedia de la que era autor, actor y director. En 1963 cuando se había asentado definitivamente en España, tras haber abordado la dirección de la serie Estudio 3 en donde se escenificaban piezas de teatro, comprobó que las de terror tenían gran aceptación. De esa intuición surgieron las series Mañana puede ser verdad (con adaptaciones de autores de ciencia ficción como Ray Bradbury) e Historias para no dormir.

Si estas series lo consagraron en España, con Historia de la frivolidad, realizada por él y escrita junto a Jaimé de Armiñán, su fama traspasó fronteras. Por primera vez en el España franquista la censura y el pacatismo fueron parodiados como merecían. El especial de humor recibió premios en distintos festivales europeos. Era 1968. Había nacido el erotismo en versión Chicho.

Era inevitable que con estos antecedentes realizara una película que debía ser el sincretismo entre erotismo y terror. Esa película fue La Residencia, el éxito de taquilla en 1969. A partir de ese momento, Chicho también tuvo lugar en la historia del cine español.

Debería llegar 1972 para que la televisión, convertida en vehículo de cultura de masas, tuviera su gran concurso: Un, dos, tres… responda otra vez. Concurso semanal aparatoso logró emitir 411 programas. España parecía paralizarse para verlo en los últimos años del franquismo y primeros de la transición.

En 1974, Chicho es considerado como una máquina de programar éxitos así que es nombrado director de programación. Un error. No se siente cómodo en el cargo y dimite a las pocas semanas. Prefiere el trabajo de creación. Poco después realiza el que considera su “episodio favorito”, El Televisor, que debió aparecer como un capítulo de Historias para no dormir, protagonizado por su padre Ibáñez Menta. En este programa denuncia los perniciosos efectos que puede tener la televisión en gente normal: ocupando espacios cada vez mayores en el cerebro, la televisión corre el riesgo de crear un mundo virtual que parece permitir el prescindir del mundo real. La sociedad del espectáculo termina no siendo más que espectáculo y renunciando a cualquier otra manifestación de la realidad. Este mensaje parece hoy asumido por muchos, pero en 1974 era una anticipación de los riesgos que podía acarrear la TV. Es preciso recordar que en aquel momento solamente había una televisión y dos canales y, así pues denunciar los riesgos de la televisión suponía denunciar los riesgos del mismo poder.

Chicho no fue nunca un franquista militante, de hecho siempre ha eludido hablar de política. La política y la honestidad creadora tienen pocos puntos de contacto. Aparentemente, pues, la muerte de Franco no tenía porque afectar ni a su obra, ni a su prestigio creativo, ni, por supuesto a su permanencia en televisión.

En 1976, su segunda película, ¿Quién puede matar a un niño? Fue también acogida con gran éxito. Poco después TVE rechaza el proyecto de una serie de suspense, pero le aceptan la serie antológica de terror presentada por él: Mis terrores favoritos. En 1982 realiza cuatro capítulos de unas nuevas Historias para no dormir que tienen gran aceptación por parte del público.

Su siguiente éxito tiene lugar cuando han irrumpido las televisiones privadas y, a pesar de la mayor competencia, el público le regala su apoyo. Es Waku–Waku en 1989, presentado por Consuelo Berlanga, Hablemos de sexo presentado por la doctora Elena Ochoa y luego El semáforo con Jordi Estadella entre 1995 y 1997. En el 2000 vuelve al teatro con Aprobado en inocencia y El Águila y la Niebla.

Cuando consigue que un canal acepte su proyecto de reemprender el concurso Un, dos, tres… responda otra vez las cosas ya han cambiado demasiado en TV para que el programa vuelva a tener éxito. No solamente hay más canales, sino que los gustos del público han cambiado. Un concurso no puede competir con un programa del corazón o con una teleserie de humor de brocha gorda y si lo hace está llamado a perder la partida. Eso le ocurrió al programa de Chicho.

Cuando se cumplieron los 50 años de TVE él fue uno de los homenajeados. En realidad, él había sido el rey indiscutible de los primeros 25 años del medio.

II PARTE:
LOS GRANDES ÉXITOS DE CHICHO
HISTORIAS PARA NO DORMIR, HISTORIAS DE LA FRIVOLIDAD, LA RESIDENCIA…

En esta segunda entrega vamos a intentar continuar nuestro pequeño homenaje a Chicho recordando siquiera brevemente sus Historias para no dormir, aquel gran éxito internacional impensable en la época que fue Historia de la frivolidad y la primera película de Chicho, La Residencia. Algunos no hemos olvidado y no podemos por menos que comparar la actual mediocridad infamante de la actual televisión –de toda, pública y privada, estatal o autonómica– con la honestidad de un ayer ya lejano y denostado como "páramo cultural".

Historias para no dormir, el terror como estímulo para la reflexión

A partir del 4 de febrero de 1966 el televidente quedó enganchado a la primera pantalla durante 50 minutos, más un bloque de publicidad, con la serie Historias para no dormir. Cuando se emitió el último el último episodio el 27 de septiembre de 1982, España y la TV habían cambiado extraordinariamente, sin embargo, la serie siguió gozando del favor del público. En total fueron 29 episodios, suficientes como para dejar una huella imborrable.

Hasta 1966 a ningún directivo de TVE se le había ocurrido que el terror pudiera interesar. No es raro que la televisión anterior a esa fecha fiase todo su éxito en la emisión de series extranjeras, novelas de producción propia –desiguales en cuanto a su interés– y a ser, por supuesto, la única existente en esos momentos.

Chicho se había forjado armas en anteriores experiencias televisivas, las precisas para saber lo que le interesaba al público. Tal es su gran mérito: haber conocido durante tres décadas lo que interesaba al televidente y tener la capacidad de ofrecérselo sin caer en productos de masas. Es inevitable ver en su anterior experiencia televisiva –Mañana puede ser verdad– un precedente de la nueva serie (los productos de Chicho en esos primeros años permiten ver cómo era capaz de encadenar unos proyectos con otros e inspirarse en los elementos que más habían atraído al público para crear el siguiente, aislando esos elementos primero y resaltándolos después.

En Mañana puede suceder, Chicho dramatizó novelas clásicas de anticipación, en especial adaptaciones de Ray Bradbury. Ya entonces observó que la mezcla de anticipación y terror era una buena combinación para el público de la época y presentó un proyecto nuevo que vio la luz el 4 de febrero de 1966 con la emisión de El Cumpleaños, primer episodio de Historias para no dormir.

Desde el primer momento la serie atrajo la atención de los espectadores. Algunos guiones eran propios de Chicho, aunque la mayoría fueran adaptaciones de Bradbury y, especialmente, de Edgar Allan Poe. Al terminar esa primera temporada, el relato titulado El Asfalto ganó la ninfa de Oro del Festival de Montecarlo, en un tiempo en el que ni los atletas ni los programas españoles obtenían galardón alguno fuera de nuestras fronteras.

Filmado con una estética minimalista (la televisión de entonces ahorraba en todos los terrenos), vista a 42 años de distancia, el espectáculo es conmovedor. El Asfalto nos habla de la soledad y del aislamiento del hombre urbano, de la inhumanidad de las grandes ciudades, del repliegue a lo personal, del egoísmo y de la burocracia, de la ineficiencia de las autoridades y de que la bondad y la normalidad no tienen lugar en los tiempos modernos. ¿Quién dijo que la censura era férrea en el franquismo? Chicho aprendió a vulnerar su vigilancia, la esquivó en materia erótica en Historias de la frivolidad y la despistó completamente en esta obra de verdadero terror: porque el mensaje –siempre hay un mensaje en las obras de Chicho– es que las grandes ciudades engullen a lo humano. No es una crítica coyuntural (sobre la que la censura si estaba permanentemente en estado de vigilia) sino estructural: lo que se denuncia es el sentido de la modernidad.

El papel protagonista estuvo interpretado por su padre, Ibáñez Menta. Nos equivocaríamos si viéramos en esta elección un rastro de nepotismo. Si era el protagonista y siguió siéndolo de muchos episodios de Historias para no dormir, es porque bordaba los personajes y en particular éste del pobre diablo tocado con canotier y bastoncillo, progresivamente engullido en el asfalto.

De esa primera temporada merece destacarse El Tonel, inspirado en El Barril de Amontillado de Edgar Allan Poe en el que descubrimos a una Gemma Cuervo casi adolescente en papel de esposa infiel. De la segunda temporada merecen recordarse todos que causaron verdadero terror en la noche española de los sesenta. Entre los episodios figuraba una recreación de la vida de Edgar Allan Poe, al que Chicho profesaba una verdadera devoción en esta materia, El Cuervo. Otros, como La Zarpa o El Transplante alcanzaron su finalidad de aterrorizar y entretener.

Cuesta trabajo explicar por qué hubo que hacer un salto de quince años para que llegara la tercera temporada de la serie. En efecto, en 1982, Chicho recupera sus Historias… y, con unos medios más amplios filma cuatro capítulos. A pesar de anunciarse en el 2000 que la serie volvería y reemitirse como presentación el episodio de los años 70 titulado El Televisor, el proyecto no cuajó. Tele5 volvió a recuperar la idea en 2005 con episodios dirigidos por Mateo Gil, Jaime Balagueró, Alex de la Iglesia y Enrique Albizu, coordinados por el propio Chicho que además debía dirigir uno de los capítulos. De esta nueva intentona salieron solamente dos capítulos (el filmado por Alex De la Iglesia y por Balaguero). La serie había muerto. Su éxito fue en 1968 y 68, con una breve prolongación 15 años después. Pero los tiempos habían cambiado –y mucho más en 2005– y las aficiones y tendencias del público eran otras.

Historias para no dormir seguía una tradición muy utilizada por TVE en sus 20 primeros años de vida: recurrir a autores clásicos a la hora de escenificar tragedias o comedias. Se confiaba en los clásicos como ahora se confía en los culebrones. Gracias a esta tendencia, muchos conocimos la obra de Ray Bradbury o de Edgar Allan Poe antes de haberlos leído. Fue Chicho y sus producciones las que nos incitaron a leerlos. Lo mismo ocurría con Estudio 1 o Novela.

Aquella televisión originaria nos obsequiaba semanalmente con escenificaciones teatrales de obras consagradas como las mejores de su género, antiguas y modernas, clásicas y experimentales. Para algunos ha sido la única oportunidad que hemos tenido de ver el teatro de Ibsen o de Arniches, de Lope o el drama clásico. No solo las obras eran seleccionadas sino que los actores figuraban entre los más dotados de la época. Aquella televisión educaba culturalmente. Las propias obras de teatro proveían del espíritu crítico suficiente para que hiciera inútil la tarea de la censura. Ahora cabe preguntarse, si algún canal de TV se atrevería a volver a ofrecer El enemigo del pueblo de Ibsen… No solamente sería imposible por no existir actores del fuste de José Bódalo, sino porque el mensaje que transmite esta obra es tan identificable con lo que está pasando hoy en España que se diría que Ibsen pensaba en nuestra país y en nuestra época cuando escribió una de sus obras cumbres.

Si el Estudio 1 era semanal, la Novela era diaria. En algunas temporadas se procuraba concentrar una novela famosa en cinco capítulos. En otras, la serie se prolongaba todo el tiempo que fuera necesario con la mayor fidelidad al texto originario. De estas, El conde de Montecristo fue sin duda la que alcanzó más fama. Si hoy comparamos aquellas producciones con Yo soy Bea o Aida, vemos que las diferencias son abismales e incuestionablemente, los años han generado una caída de calidad y una simplificación del género.

En los primeros años 80 cuando nos movíamos Hispanoamérica, lamentábamos sinceramente que el público de aquellas latitudes fuera bastardizado sistemáticamente por unos culebrones que causaban vergüenza ajena y cuyos intérpretes no hubiera alcanzado el nivel de meritorios en Estudio 1 o en Novela. Lo dramático fue que cuando regresamos a España vimos como aquellos culebrones infames, cuyo nivel zafio y miserable satisfacía a cierto público latino poco exigente ¡estaban llegando a España! Las TV privadas –que debían haber contribuido a que una mayor oferta aumentase la calidad de la televisión– empezaron con las MamaChicho y terminaron con el Chiquilicuatre

Decididamente la TV de los años 60 y 70 no puede ser recordada sino con nostalgia y resulta casi desesperante saber que no nuestros hijos no tendrán la oportunidad de ver aquellas series que Chicho dirigió y que contribuyeron a afianzar nuestros conocimientos culturales y a despertar en nosotros la llama de leer a los clásicos del terror.

Historias de la frivolidad, el sexo bajo el franquismo existía

El 9 de febrero de 1967 TVE emitió Historias de la frivolidad cuyo anuncio había suscitado una extraordinaria expectación en el país. Se sabía que el programa iba de erotismo y frivolidad, algo ausente de la España tardo franquista. Chicho, por aquellas fechas, tenía fama –bien ganada, por cierto– de enfant terrible, así que la expectación de la crítica y del público estaba justificada: ¿cómo iba a aborda el problema de la frivolidad? ¿de qué manera lograría esquivar la censura? Y si la esquivaba ¿no existía la posibilidad de que decepcionara la expectación de la audiencia?

El programa es una serie de sketches humorísticos sobre la historia del erotismo, desde Adán y Eva hasta nuestros días. El hilo narrador lo da el personaje de la conferenciante (Irene Gutierrez Caba), una especie de adusta mujer de la España profunda, que habla en la asamblea de la Liga Femenina contra la Frivolidad. Es evidente que esta Liga está inspirada en las sufragistas inglesas del XIX.

Desde la hoja de parra de Adán y Eva hasta el futuro imperfecto en el que la carne será sustituido por la hoja de lata del robot con gran alborozo de la Ligada contra la Frivolidad, los distintos sketches son, todos sin excepción, de una brillantez que no ha vuelto a estar presente en TV.

Inolvidable el stree–tease de Iran Eroy en una taberna medieval en la que se va despojando… de una armadura. O el diálogo del balcón entre Romeo y Julieta en el que la prohibición de Isabel I de Inglaterra de que las mujeres subieran al escenario hace que Julieta sea interpretada por José Luis Coll.

Al parecer la idea de un programa de estas características nació del cerebro hoy desbaratado de Adolfo Suárez, entonces Director General de RTVE que albergaba la idea de mostrar el aspecto más “moderno y tolerante” de España en el extranjero. El encargo fue entregado a Chicho y éste buscó la colaboración de Jaime de Armiñán. El censor oficial de TVE en la época, Francisco Gil Muñoz, amenazó con dimitir si el programa se emitía. Se emitió, pero el censor no dimitió.

De hecho, cuando el programa se presentó al Festival de Televisión de Montecarlo, éste inicialmente lo rechazó: para poder concursar debía haberse emitido. Así que, las crónicas cuentan que se emitió “al filo de la medianoche y tras el anuncio del fin de la programación”. Es posible que fuera así, aunque nosotros recordamos haberlo visto por la noche, junto a nuestros padres y sin excesivos problemas.

Los intérpretes no pudieron estar mejor seleccionados: Irene Gutierrez Caba, Margot Cottens, Rafaela Aparicio, Jaime Blanch, José Luis Coll, Irán Eory, Lola Gaos, Agustín Gonzalez, Narciso Ibáñez Menta, Francisco Morán, Pilar Muñoz, Fernando Rey, Fernando Santos, Sánchez Polack, Manolo Codeso, Pedro Semson, Tomás Zori y Ricardo Palacios. No es raro que cosechara la Ninfa de Oro del Festival de Montecarlo, la Rosa de Oro y el Premio de la Prensa del Festival de Montreux y la Targa d’Argento del festival de Milán.

Y, sin embargo, la censura existía en España hasta extremos inimaginables. Bastaba que una soprano apareciera en TV para cantar un aria, sus hombros y sus brazos, si estaban desnudos eran cubiertos con un tupido chal. La concupiscencia, al parecer, podía aflorar mientras cantaba a Verdi o a Puccini.
El problema de la censura durante el franquismo es que fue, sobre todo, de matiz sexual. En 1967 las obras de Marx se vendían libremente en España y, no solo las de Marx, sino las de Freud, Fromm o Marcusse. Nosotros mismos recordamos que ese tipo de literatura podía adquirirse en todos los kioscos de Las Ramblas de Barcelona que luego se cubrieron en la transición con revistas porno y ahora con infinidad de revistas especializadas en los más inverisímiles temas. A partir de 1965, prácticamente no existió censura para obras de ensayo, pero siguió existiendo para todo lo relativo a la sexualidad... No es raro que, a partir de 1972, las peregrinaciones a Perpignan, Saint Jean de Luz y Portugal tras la “revolución de los claveles”, fueran masivas. En 1963, todavía, una foto porno revelada en casa y de dudoso gusto, costaba más que un bocadillo de jamón… Mi madre, que recibía Paris Mach con matasellos extranjero, veía como los envíos postales eran regularmente abiertos para evidenciar que no había dentro nada que fuera vagamente erótico, incluso si alguna foto de la revista podía ser interpretado en clave erótica, el envío no pasaba.

Lo más terrible de aquellos años fue que el nacional–catolicismo de los años 40 y 50, se convirtió en desarrollismo en los 60, liderados por el Opus Dei que en materia sexual, estaban en las mismas posiciones que los nacional–católicos. Esto hizo que España fuera una olla a presión a partir de la irrupción de la minifalda y de la píldora anticonceptiva y estallara el 21 de noviembre de 1975.

La comedia de Chicho sobre la frivolidad intentó que este estallido fuera moderado, que existiera un lugar para el sexo en televisión. No era desenfreno lo que se proponía, ni siquiera una moral sexual laxa, simplemente el espíritu de aquella comedia era: no cerréis la puerta al sexo, porque si lo hacéis el sexo entrará por la ventana.

La Residencia y ¿Quién puede matar a un niño? o el terror español

La opera prima de Chicho en cinematografía fue La Residencia, rodada en 1969 y que se apuntaló con el éxito de Historia para no dormir. El núcleo del guión fue una historia de Juan Tebar que el propio Chicho convirtió en guión de este producto que puede ser clasificado como suspense/terror.

Las primeras escenas nos sitúan en una “residencia” para chicas procedentes de familias con problemas. Ahí llega Teresa (Cristina Galbó) acompañada por su padrastro. El establecimiento está dirigido por una especie de “señorita Rottenmeyer” (Lili Palmer). Desde las primeras escenas aparece el inquietante hijo de la directora (John Moulder Brown) que intenta siempre eludir la prohibición de reunirse con las alumnas que su madre le ha impuesto. La relación entre madre e hijo es enfermiza y éste, sobreprotegido, desemboca en episodios de voyerismo. En cuanto a la alumnas se trata de adolescentes dominadas por instintos carnales, impulsos sado–masoquistas, con leves pinceladas de lesbianismo implícito. La residencia es, en definitiva, un microcosmos enfermizo y deformante del que quien conserva la cabeza sobre los hombros aspira necesariamente a huir.

Son varias las alumnas que desaparecen de la residencia. Inicialmente se cree que, hartas de la convivencia problemática y asfixiante, han decidido abandonar el centro, pero la protagonista, Teresa, comprueba que ninguna ha salido por la puerta y que de ninguna nadie ha vuelto a tener noticias. El desenlace muestra que han sido asesinadas y descuartizadas.

El argumento es propio del terror clásico y de las películas de suspense. La película es, además, innovadora por otros muchos elementos (aparece el primer asesinato filmado a cámara lenta, algo que hoy puede parecer normal, pero que no lo era en 1969). El casting está perfectamente realizado incluso en la última de las alumnas del internado y, en particular, la madura Lili Palmer que protagoniza uno de los mejores trabajos de su carrera. Chicho supo exprimir bien las posibilidades dramáticas de su inquietante rostro.

Es fácil reconocer el influjo que ejerció sobre Alfred Hitchcock sobre los criterios cinematográficos de Chicho. Influencia, no copia. A cuarenta años vista de su rodaje, La Residencia sigue conservando frescura. El paso del tiempo no la ha deteriorado en ningún sentido.

Una vez más, Chicho ensaya aquí un erotismo implícito y soterrado (la escena de la alumna díscola azotada por una compañera, la escena de la ducha de las alumnas observada por el hijo de la directora, con los camisones mojados, la escena de las alumnas en clase de costura cuando saben que ha llegado el joven que trae la leña…) que demuestra que en el tardofranquismo eludir la censura era cuestión, sobre todo, de inteligencia creativa. Cuando, durante los primeros años 70, la censura se va relajando, es curioso como algunos directores que hasta ese momento habían realizado un cine honesto e, incluso, patriótico (Pedro Lazaga es un caso paradigmático) descubren, primero el “landismo” y después el “destape”. Lo que va de ese cine a La Residencia es lo mismo que va de la sal gruesa al sabor salado, del brochazo a la pincelada…

En su siguiente película de terror ¿Quién puede matar a un niño? Chicho se plantea un problema interesante: ¿Sería posible filmar una película de terror sin monstruos, sin chirriar de puertas, sin que se desarrolle en la noche en medio de un ambiente agobiante e inquietante? ¿Sería posible filmar una película de terror a plena luz del día en un paraje extremadamente atractivo y en la que los monstruos fueran niños?

La respuesta es sí y ¿Quién puede matar a un niño? es la demostración. En realidad, existe una correlación lógica entre esta película y La Residencia, en efecto, en ambas el criminal es un niño. La diferencia es que en esta película no es solamente un niño malcriado y sobreprotegido (como en La Residencia) el que genera el mal sino toda la infancia como grupo social. No solamente los nacidos sino los que aún están en el seno materno se convierten en asesinos de los adultos.

La idea que Chicho quiere transmitir es que los niños han sufrido mucho por parte de los adultos (podría haber mostrado imágenes de la entonces reciente guerra de Biafra, Vietnam o de Bangla–Desh en la que la infancia sufrió no solamente los combates, pero prefirió abrir la película con fotos de niños en campos de concentración) y, llegado un momento, se toman la venganza.

La película llega en ocasiones a límites insoportables de terror cuando la protagonista, embarazada, siente que el hijo que lleva en la entrañas la está desgarrando.

En cierto sentido, la película es un producto de su era: no había creación artística sin mensaje. En este caso el mensaje era la revuelta de la juventud contra los excesos de sus mayores.

III PARTE:
UN, DOS, TRES, RESPONDA OTRA VEZ. ENTRETANIMIENTO PURO Y DURO

Las sociedades que ríen son sociedades sanas. Las sociedades que solamente ríen son sociedades estúpidas y las sociedad que desconocen la risa son sociedades enfermas. La risa es a la sociedad lo que las proteínas al cuerpo. Sin ellas, la vida es, sino imposible, sí al menos difícil y sin alicientes. Siempre ha existido en las producciones televisivas de Chicho un impulso innegable hacia el humor incluso en sus obras más dramáticas.

Historias para no dormir estaba precedida de una pequeña presentación en la que el propio Chicho explicaba de qué iba la obra que seguiría. En uno de los episodios, por ejemplo, en el titulado El Tonel (versión libre de El Barril de Amontillado de Poe), por ejemplo, tras explicar dramáticamente que TVE había reducido su presupuesto para la seria, afirmaba, aún con mayor dramatismo, que el director, los guionistas y realizadores, habían renunciado a su sueldo para poder sacar adelante la seria. Cuando tras esta dramática alocución, la cámara se alejó podían verse a Chicho y a dos realizadores cubiertos solamente con el tonel que daba nombre al episodio y que, al mismo tiempo, era el símbolo de los que lo habían perdido todo. Presentaciones de este tipo fueron inseparables de la serie que ha aterrorizado a más españoles. El humor no puede ir separado del terror, so pena de que éste termine causando una angustia insuperable. El humor, sobre todo el humor, y, si se nos apura, un humor inteligente, es lo que estaba en la intención de Chicho a la hora de pensar en los espectadores.
Esa necesidad de humor estuvo en el origen de Un, dos, tres… responda otra vez, el concurso de mayor seguimiento televisivo en España y uno de los programas que fue capaz de superar la barrera de las diez temporadas en antena. El programa llegaba después de una larga gestación y, en realidad, algunos de los elementos que contenía estaban presentes en creaciones previas de Chicho.

Era inevitable que Los tacañones (codiciosos y desagradables miembros del jurado que intentaban avasallar a los concursantes) eran la reproducción de las miembros de la Liga contra la Frivolidad. Sus trajes austeros eran idénticos a los que lucía Emilia Gutierrez Caba, Margot Cottens y demás narradoras de Historias de la Frivolidad. Por lo demás, una de las protagonistas de La Residencia, Paloma Hurtado, una de las alumnas colaboracionistas que dictaban su ley entre las internas, volvía a colaborar con Chicho cuando, tras la muerte de Valentín Tormos (el primer tacañón), el pintoresco jurado cambió de sexo y se convirtió en las tacañonas. En realidad, aquel núcleo colaboracionista de La Residencia ya prefiguraba lo que luego sería, en clave de humor, el jurado de Un, dos tres…

El concurso aunaba tres elementos presentes en la vida humana: la cultura, el esfuerzo físico y la suerte y era, en definitiva, una dramatización de la vida. La cultura estaba representada por las preguntas iniciales que daban nombre al concurso. Hoy hubiera sido imposible realizar un concurso con aquellos contenidos: el nivel cultural medio de la población ha descendido hasta extremos alarmantes. En los años 60, al menos, el Bachillerato unificaba los conocimientos del alumnado y le dotaba de un bagaje cultural no desdeñable situado, en cualquier caso, a años luz del que provee la enseñanza media actual. Las preguntas iban dirigidas al intelecto. No siempre eran fáciles. Su dificultad era creciente y contestarlas suponía aunar memoria, imaginación, conocimientos y serenidad. No era fácil destacar sobre otros concursantes. Se premiaba al que más conocimiento poseía.

En la segunda parte se trataba de plantear esfuerzo físico. Para afrontarlo había que estar en buena forma. Pocos obesos estuvieron en condiciones de imponerse, si es que alguna vez lo hicieron. ¿Discriminatorio? Si tenemos en cuenta que por un lado el ministerio de sanidad alerta constantemente sobre los riesgos de obesidad y si tenemos en cuenta que en programas televisivos del género de Tardes con Patricia más parece un muestrario (o “monstruario”) de obesos, veremos que la contradicción es palmaria entre un riesgo sobre el que se alerta –la obesidad– y la “comprensión” del obeso que debe tener si lugar en la sociedad. El resultado es que, cuando dos vectores apuntan en sentido contrario, cuando la publicidad del ministerio apunta contra la obesidad y cuando programas de TV “normalizan” al obeso, ambos se anulan. Todo estaba más claro cuando se estrenó Un, dos, tres… Era preciso gozar de forma física envidiable para imponerse. Y lo que era más importante: era preciso ser una pareja.

Si hoy concursos como éste serían imposibles es porque nuestra sociedad ha perdido la noción de “normalidad”. Un, dos, tres… era un concurso para gentes “normales”, cuando estaba claro lo que era la normalidad y dónde  residía. ¿Y hoy? ¿Competirían parejas gays con parejas heterosexuales? ¿y parejas lesbianas? ¿Estarían de competir en un todos contra todos? ¿No sería la existencia misma de un programa de este tipo una odiosa muestra de sexismo y una oprobiosa forma de discriminar a miembros y miembras? ¿Y cómo podía tener lugar una prueba física si implicaría la eliminación de los obesos? ¿habría que pensar en imponer medidas de discriminación positiva a los concursantes menos dotados o menos hábiles en el manejo de la cultura o del deporte? Preguntas que dejamos con puntos suspensivos por incontestables e informulables dentro del marco de lo políticamente correcto.

Pero la vida es también suerte y la tercera parte del concurso hacía planear este factor sobre las cabezas de los concursantes. Era inútil que los concursantes hicieran utilizar su lógica o su capacidad deductiva. En esta parte, el sentido común estaba completamente ausente y dependía de la habilidad del presentador (Kiko Ledgard, Mayra Gómez Kemp, Jordi Estadella, etc.) llegar, literalmente al huerto a los concursantes. Si estos obtenían el coche o el apartamento en Torrevieja (esta ciudad alicantina le debe a Chicho su boom inmobiliario) era cuestión de suerte y de su habilidad para practicar el escepticismo absoluto. Era también –como la vida misma– un problema de intuición. Había algo en algunos concursantes que indicaba que tenían su intuición más desarrollada. Suerte sí, pero pasada por el tamiz de la intuición. Como la vida misma.

Nada de todo esto ha sido posible integrar en concursos posteriores. Pasa palabra, por ejemplo, es un mero concurso de preguntas y respuestas como Saber y Ganar (eterno concurso de la TV2) o como tantos otros. La TV parece haber tendido hacia la especialización antes que hacia la integración. ¿Qué apostamos? o Gran Prix ambos presentados por Ramón García, apuntan a la fuerza física especialmente y otros como el Juego de la Ruleta tienen que ver sobre todo con la suerte. Desde Un, dos, tres… no hemos vuelto a encontrar un concurso que integre cultura–esfuerzo físico–suerte/intuición y probablemente no lo volveremos a encontrar jamás. Si los concursos son perífrasis simbólicas del estado de las sociedades, habrá que reconocer que la sociedad española de los 60–70 estaba más integrada que la sociedad española treinta años posterior.

Se suele contar que el programa había tenido un precedente en Argentina, Un, dos… Nescafé, realizado por el propio Chicho en el que las parejas de concursantes debían ir respondiendo alternativamente. A esta primera parte se le añadió otra inspirada en un concurso presentado por Kilo Ledgard en Perú, Haga negocio con Kiko, basado en una subasta en la que el presentador ofrecía regalos ocultos o dinero en mano. Ambas partes fueron unidas por la tercera que seleccionaba a los concursantes en función de sus cualidades físicas. El denominador común de estas partes fue lo que podríamos llamar un “ofensor del concursante”, Don Cicuta, los Tacañones, luego feminizadas, verdadera parte negativa del concurso que remitía a las historias de terror que tanta fama habían otorgado a Chicho. Pero también había una parte positiva: las azafatas, seis hermosas chicas seis, con falta minimal y escote máximal que recordaba lo que era la belleza y que no debía de ser sinónimo de tontería. Muchas de estas azafatas destacaron luego en el teatro y en el cine español Finalmente, cada programa estaba presidido por un tema: el circo romano, el mar, las aventuras en África, los viajes espaciales, que tenían que ver, frecuentemente, con temas de actualidad y que eran paradigma de esa edición del concurso en torno al cual giraban decorados, preguntas, etc. La buena o mala suerte estaba representada por Ruperta, Clotilde, el Chollo, una calabaza en definitiva.

El concurso sobrevivió más de diez años, en un medio en el que tres temporadas se consideran un éxito. Cuando en 2004 el programa fue resucitado la fórmula se había convertido en inadecuada. Si antes las parejas eran parejas de “amigos y residentes en…”, “novios” o “matrimonios” y a nadie se le había ocurrido algo diferente a que fueran heterosexuales, en el tardío revival era inevitable que existiera una apertura hacia el mundo gay.

En buena medida el programa había sido resucitado por impulso de Luis Larrodera, joven presentador aragonés que recordaba las últimas temporadas del concurso y convenció a Chicho de presentar un nuevo proyecto.  A pesar del buen hacer que Larrodera demostró entonces y que posteriormente le han consagrado como presentador de concursos, el programa, tras una buena acogida inicial, fue perdiendo audiencia y se canceló tras 19 emisiones. Los diez años que habían transcurrido antes de su reaparición no habían tenido en cuenta que la sociedad española había cambiado extraordinariamente. El nivel cultural del país ya no estaba para muchos trotes.

Una reflexión sobre el papel de la televisión en la sociedad

No es la intención del presente artículo entrar en un análisis profundo sobre la vida y la obra de Chicho Ibáñez Serrador, sino simplemente recordarlo. Pro sería bueno antes de concluir reflexionar sobre el papel de la televisión en la sociedad.

¿A qué podía deberse el que cuándo existía una sola televisión en España y cuando las libertades políticas estaban disminuidas, existiera una televisión más creativa que en la actualidad? Simplemente, se debe a que el “liberalismo” no funciona. El exceso de oferta, lejos de multiplicar la calidad del producto, lo que contribuye es a aumentar los precios de la publicidad que lo acompaña.
Mauricio Carlotti que si sabe de algo es de la televisión de los 90 en adelante, lo dijo hace tiempo: “Yo vendo publicidad… lo que pasa es que estoy obligado a poner programas para que la gente la vea”. Se hubiera podido decir más alto pero no más claro. Las televisiones privadas no iban a competir con la pública en calidad, sino en publicidad. No iban intentar dar los “mejores” programas, sino aquellos atrajeran una audiencia cada vez más masificada y aculturizada especialmente a partir de que en los años 80 el Ministerio de Educación permitiera la degradación de la enseñanza. Una persona madura de 40 años se educó ya en la EGB y en el BUP de los años 80, por tanto, su nivel cultural es inferior al que otorgaba el diploma de reválida de 6ª solamente diez años antes. Esa persona, si no se ha interesado por la cultura no habrá podido evitar tener un déficit de conocimientos.

Las TV privadas, venden publicidad y solamente les interesan los ingresos procedentes de la publicidad. Pero eso implica que para poder obtener más ingresos deben, necesariamente, tener más audiencias. Y por ello deben adaptarse al nivel cultural de la población: si éste es bajo, las televisiones deben estar como mínimo en la media. Y ya se sabe lo peligroso que es hablar de medias en lo que a cultura de masas se refiere. Gustav Le Bon ya dicho hace más de 100 años que el nivel medio de una masa, no se sitúa en la media aritmética, sino en su nivel más bajo de la masa.

Al menos, antes, cuando la televisión estatal no tenía competencia, era completamente independiente de la publicidad. Si entraba servía para sanear el presupuesto, si no entraba, tampoco era una tragedia, simplemente los presupuesto generales del Estado cubrían el agujero. ¿Injusto? No exactamente, porque aquella televisión de los orígenes cumplía una función social imprescindible: formaba y divertía. Ciertamente no informaba o al menos no informaba con libertad. Pero la información no lo es todo. Y, por lo demás, en aquella España en blanco y negro quien quisiera estar bien informado lo conseguía sin dificultad. Los programas de Radio Praga – Estación Pirenaica deformaban la realidad tanto como el Telediario. Y en cuanto a Radio Tirana o a Radio Pekín, las cosas no eran muy diferentes. En cuanto a los programas en castellano de la BBC eran ciertamente más fiables… pero no siempre. La ventaja de aquella televisión es que nadie se llamaba a engaño: los informativos difundían noticias enfocadas desde el interés del régimen. Pero, esta no era toda la televisión, ni siquiera la que tenía más seguimiento por parte del público. Los programas de Chicho están ahí, en el recuerdo y en P2P para que podamos, por nosotros mismos, hoy, en 2008, comprobar su calidad.

Hoy nadie se preocupa por formar a la ciudadanía. Se nos entretiene con programas y concursos de perfil bajo, que hace treinta años hubieran sido considerados como concursos aptos para ignorantes. Se nos “echan”  culebrones como se arrojan desperdicios a los cerdos para que se alimenten. Y, para colmo, la información es sesgada, existen debates pero cada tertuliano defiende una opción concreta dentro de cada cadena que asume la defensa o el ataque contra tal o cual opción política. En lenguaje militar se dice que más vale un mal mando que muchos mandos buenos… lo que trasladado a términos televisivos y ligeramente alterado equivaldría a decir que más valía una televisión que formara y divirtiera que varias televisiones que compiten en zafiedad.

La irrupción de las televisiones privadas no ha servido para ofrecer una mejor calidad de contenidos. De hecho, lo que ha ocurrido ha sido todo lo contrario: desde las MamaChico de los primeros tiempos de Tele 5, hasta la ristra de talk–shows, es difícil decir cuál es peor y cuál cumple mejor su función de profundizar en la bastardización de las masas.

Eternamente gracias, Chicho

Si hoy Chicho está ausente de televisión no es sólo porque está en edad de jubilación, sino porque no hay lugar para él en la moderna televisión. Las nuevas generaciones no habrán tenido la ocasión de oír su peculiar acento, ni de ver sus programas estremecedores unos, desternillantes otros, pero que siempre mantuvieron un nivel de calidad que hoy no tiene –no puede tener– lugar en las televisiones generalistas.

Nos ha llegado el macutazo de que Chicho no anda bien de salud. Le deseamos pues una rápida recuperación. No creemos que tenga dificultades económicas así que puede permitirse una tercera edad tranquila y reposada. Le vamos a sugerir algo: que se introduzca en la red, que viaje por la red, que vea las enormes posibilidades formativas y de ocio de la red. Seguramente tendrá algo que decirnos.

O quizás es posible que no tenga ganas. Todos tenemos derecho al descanso y no vamos a ser nosotros quienes exijamos a Chicho un esfuerzo de sus “pequeñas células grises” (como ponía en boca de Hercules Poirot su genial creadora Agatha Christie). Hay proyectos que ya no tienen cabida en las televisiones generalistas, pero que quizás sí sea posible adaptar a Internet.

Pero hay algo en lo que sin duda Chicho nos podría ayudar: a recuperar sus programas, sus películas, sus series. Para ello están los sistemas de intercambio de archivos. Hay mucho de Chicho en estas redes, pero no todo. Queremos suponer y suponemos que la SGAE le pasará a Chicho su parte alícuota del canon digital.

Seguramente la satisfará saber a Chicho que La Residencia sigue “bajándose” constantemente de la red, que sus Historias para no dormir, siguen siendo buscadas por jóvenes y no tan jóvenes y que en youTube fragmentos de sus vídeos están presentes registrando audiencias altas, sino altísimas. Estas obras despiertan mucho más interés que la mayoría de películas del cine español actual, intimistas y aburridas, sosas y sin rastros de creatividad con la que nos salpica ese cine agonizante por subvencionado y previsible por progre.

Chicho debería echarnos una mano y poner sus archivos a disposición del público interesado en su obra. Este artículo era hasta aquí un agradecimiento. En este último párrafo es casi una súplica.


© Ernesto Milà – Info|krisis – ernesto.mila.rodri@gmail.com – http://info–krisis.blogspot.com