Info|krisis.- La Virgen de Agosto marca el inicio de las fiestas en
el Madrid de los Austrias. Las “verbenas” madrileñas han pasado a ser una de
las grandes tradiciones españolas que ha inspirado a artistas de todos los
tiempos. Quizás sea el momento de profundizar en el origen mítico de Madrid
para intuir de quien son hijos los madrileños. Este artículo, escrito hará unos
veinte años, escarba en los orígenes míticos de Madrid y de su pasado
ancestral. Lo he rescatado del olvido. Su publicó en alguna revista de
“realismo fantástico” hacia finales de los años 90. Los rescatamos ahora cuando
irrumpe el agosto de la Verbena de la Paloma y de la Virgen de Agosto.
De Madrid a Mantua Carpetana a través Ptolomeo
La historia de Madrid es
relativamente reciente en relación a otras ciudades y pueblos de la Península
Ibérica. Las leyendas que circulan en relación a la fundación de Madrid son
pocas y tenues, no están bien arraigadas en el sustrato legendario de la ciudad
y pocos son los habitantes que las conocen. Se trata de leyendas que no nacen
de Madrid como tal, sino de la confusión entre la ciudad italiana y lombarda de
Mantua y la Mantua Carpetana (o
Mantua Carpetanorum) que, a partir de Ptolomeo, se identifica con la actual
Madrid. Ciertamente en la geografía de este autor cuesta poco situar a Toledo
como el Caput Carpetaniae; Varada
equivale verosímilmente a Barajas, Miacum estaba situada en la Casa de Campo,
Titulcia sería, con este mismo nombre que hoy, un nudo importante de
comunicaciones hacia el 184 a. de JC.
Supongamos lo que aun no está
completamente demostrado, a saber, la existencia de un Madrid romano. Existe
cierta floración de lápidas romanas que han ido apareciendo aquí y allí del
casco urbano madrileño en tiempos modernos. Algunos insinúan incluso que las
lápidas latinas que aparecen periódicamente en el casco urbano han sido traídas
desde la vecina Miacum; otros resuelven la romanidad de Madrid en unas pocas
líneas. Finalmente, los hay que soslayan la fundación romana a la vista de lo
confuso de los rastros arqueológicos.
Y sin embargo estos existen.
Aparecieron en la colina donde hoy está el Palacio Real. Lo hallado es
suficiente como para suponer que allí hubo muralla y si la hubo, hubo
población, lo bastante importante como para que mereciera ser defendida. Este
muro debió alzarse hacia principios de nuestra Era. Manuel Montero Vallejo
recuerda otros "puntos tan céntricos
y variados como la Puerta de Guadalajara, la de los Moros, la torre de los
Lasso de Castilla, collación de san Andrés, el viejo Estudio de la Villa...".
En los cronicones renacentistas,
se concreta incluso una fundación anterior a la romana. Según estos documentos
“imaginativos”, Epaminondas, el célebre general griego, plantó sus estandartes
en las proximidades del Manzanares. El insigne caudillo militar griego, tuvo
una relación más que íntima con el mundo mágico, pues no en vano, recibió de
Lysis, las enseñanzas secretas sobre la doctrina pitagórica. Llegaría a ser el
mejor orador de Grecia y su amistad con Pelópidas se convertiría en el
paradigma de la lealtad. Ambos, generales de la Liga Beocia, se enfrentaron a
los lacedemonios en la batalla de Leuctra. Fue la primera vez que los
invencibles espartanos resultaron derrotados. La amistad entre ambos hombre
debió romperse por sus heroicas muertes en Cinocéfalos donde pereció Pelópidas
y en Mantinea convertida en la tumba de Epaminondas.
Es posible que el nombre de
Mantinea fuera aprovechado por el cronista para encontrar una relación con la
Mantua romana y, por esta sucesión, con el Madrid que conocemos. Sea como
fuere, Epaminondas y con él los ejércitos tebanos quedaron destruidos por la
coalición espartano-ateniense. Esto supuso el fin de la hegemonía tebana. Pero
a pesar de la raíz común, es difícilmente aceptable que Mantinea se convirtiera
en Mantua y ésta a su vez en Madrid. Reconforta saber, sin embargo que alguien
desease fijar al gran Epaminondas en la crónica madrileña y arraigaran sobre
ella las gestas heroicas madrileñas de siglos posteriores ya constatados por la
historia objetiva.
Ocno Bianor y su papel en la mitología
Algún autor alude a Ocno Bianor como fundador mítica de la
urbe. Este sería hijo de Tíber y de la profetisa Manto. Tíber, el río que en
otro tiempo cruzó la capital imperial romana, era también un personaje
mitológico. Se le representaba en algunos templos clásicos como un anciano
coronado de flores y frutos, sería, pues, símbolo de la fecundidad, un sentido
que queda reforzado por la presencia siempre próxima del cuerno de la
abundancia y de la loba capitolina. Frecuentemente se representa a Rómulo y
Remo cerca de su efigie. Así pues, Ocno sería hijo de una tierra fecundada por
el sol y vinculado a los orígenes de la Ciudad Eterna. Su esposa, Manto, era
una mujer notable. Profetisa, había heredado esta disposición para la
clarividencia de su padre Tiresias y éste, a su vez, la obtuvo del divino Júpiter,
padre de los dioses. Muy pocos madrileños conocerán esta leyenda sobre el
"bisabuelo" de Madrid, pues si Manto es la abuela y Ocno el padre,
Madrid es el último descendiente de esta saga.
Era un hombre normal, como
cualquier otro, solo que tuvo la fortuna de divisar en las laderas del monte
Cileno a dos serpientes copulando; las separó y de manera imprevista se
convirtió en mujer. Pasó el ciclo mágico de siete años y en el mismo lugar
volvió a presenciar idéntico ritual de amor; al separarlas recuperó su sexo
primitivo. Fue así como cuando el divino Júpiter y su esposa Juno, disputaron
sobre quien recibe y da más placer en el amor debieron llamar a Tiresias para
que les aclarara la cuestión, pues él conocía el amor desde las dos partes:
como hombre y como mujer. Poco diplomático, afirmó que el gozo se componía de
10 partes, la mujer poseía 9 y el hombre 1. La respuesta no satisfizo a Juno
quien, vengativa, le quitó la vista; Júpiter, por el contrario, le recompensó
con el don de la videncia. Una vez más nos encontramos con el mito clásico del "hombre cegado para ver mejor". Desde
Wotan hasta Homero existe todo un gremio de invidentes para los que el quedar
privados del mundo de los colores y las formas, les ha abierto el de la
introspección más allá del espacio y del tiempo.
Manto heredó esta cualidad y,
apresada tras la segunda guerra tebana, fue llevada a Claros en Asia. Allí
estableció un oráculo que consagró a Apolo el más atractivo de los dioses y luz
solar triunfante de la que alguna estatua del Madrid antiguo nos legó el recuerdo.
Manto, nostálgica de su patria, lloraba de continuo y ese mismo llanto la
derritió hasta convertirla completamente en agua; en el lugar sobre el que se
fluidificó su cuerpo apareció una fuente y de esa fuente manó agua sin parar
hasta transformarse en un lago. Quien bebía de esas aguas obtenía el don de la
profecía, pero en contrapartida, veía acortada su vida.
Ocno, buen vástago de sus padres,
fundó Mantua y en recuerdo de su madre le puso su mismo nombre. En el capítulo
10º de la Eneida se narran las vicisitudes de la lucha de Ocno junto a Eneas y
contra el enemigo común, Turno. Su apellido era Bianor que es utilizado por dos
personajes, uno es Rey de Etruria y el otro héroe corresponde a un héroe griego
muerto por Agamenón. En el tiempo de Virgilio aun podía verse en el camino de
roma a Mantua, el túmulo tenido como sepulcro del rey. Y así lo menciona en el
capítulo 9º de las Églogas.
El problema viene porque la
mitología griega conoce otro Ocno, llamado "el soguero". A este se le
representaba en los infiernos trenzando sin fin una cuerda que una burra iba
devorando a medida que Ocno la hacía crecer. El mito, similar en su
configuración al de Sísifo, parece querer aludir al trabajo realizado
inútilmente, pero también ha sido interpretado de manera chusca comparándolo a
una pareja en la que el hombre laborioso sufre la tiranía de una mujer
derrochadora. Evidentemente, éste segundo Ocno está desprovisto de toda
grandeza y, por lo demás, la interpretación a la que hemos aludido, es
verosímilmente tardía y extraída del contexto mítico, arrojada al plano de lo
económico-social.
Ambos Ocnos tienen elementos
comunes, a pesar de las apariencias. Por de pronto, el burro, el asno es
símbolo del caos en todas las tradiciones. Allí donde algún místico o santo, gurú
o profeta, cabalga sobre un asno, allí hay un intento de superar el caos.
Cristo entrando en Jerusalén sobre un pollino, de la misma forma que treinta y
tres años antes había nacido calentado por un asno y fue sobre éste animal como
huyó hacia Egipto. Pero no era el único. Isis lo detestaba y en el contexto de
la tradición egipcia el asno fue un animal "tifoniano". Los caldeos
representaban a la diosa de la muerte con forma de asno y el fracaso del Rey
Midas se evidencia por las orejas de asno que solamente su barbero conocía. Así
pues, el producto del trabajo de Ocno, devorado por un asno, supondría un
riesgo de caída y de dominación por el Caos. En cuanto a la "esposa de
Ocno", esa mujer derrochadora, quizás en una versión primitiva de la
leyenda apareciera asimilada a las aguas, el elemento más caótico que conocía
la humanidad antigua. Y esto viene a cuento, como veremos, de la interpretación
del nombre "Madrid".
Otras versiones sustituyen a Tíber
por Fauno o Hércules; terrible contradicción que nos dice mucho sobre la
indefinición que luego afectará a Madrid. Si bien Tíber y Fauno pueden ser
asimilados como dioses de la naturaleza salvaje, caótica y desenfrenada,
dadores de vida vegetal y frondosidad desordenada, si bien son, en definitiva,
divinidades telúricas y ginecocráticas, no puede decirse lo mismo de Hércules.
Este es, por lo demás, héroe solar y solamente es comprensible su relación con
Ocno, apelando a una confusión de términos en las que Tiresias de un lado y
Hércules de otro, tienen como punto común, el odio que hacia ambos siente la
Gran Diosa. Si Tiresias es cegado, Hércules recibe de Juno las dos serpientes
que vencerá desde la cuna. La alusión a las serpientes es, por lo demás, la
segunda concomitancia entre Hércules y Tiresias. Si el primer signo de grandeza
en Hércules es la muerte de las dos serpientes enviadas por la madre de los
dioses para acabar con él, en Tiresias se convierten en motivo de su
transexualización y, finalmente, de su desgracia y poder de videncia.
Se sabe que los mistagogos de la
antigüedad intercambiaban mitos y personajes; pero no se trataba de algo hecho
al azar: cada cambio indica una orientación diferente del pensamiento
mitológico y unos influjos variables. Lo que va de Tiresias a Hércules es lo
que va del mito del andrógino al mito solar; ambos son, en definitiva,
transcripciones de un estado edénico y primordial -concebido por unos como
androginia (reintegración) y en otros como solaridad, (centralidad)- obtenido
tras la victoria sobre la dualidad representada por las serpientes derrotadas o
separadas. A Madrid, al mejor Madrid, le corresponde el tema solar. Este
aparece en el símbolo de la ciudad, el Oso, en sus signos protectores, Leo y
Sagitario, en la presencia del dragón en sus tradiciones ancestrales, y finalmente,
en el planeta dominante, Júpiter. Y todo esto que ha sido soslayado por las
crónicas oficiales de la Villa y Corte, no puedo serlo en el contexto de este
trabajo.
Los “Reyes Oso” y el Escudo de Madrid
Entre el siglo V y el VIII, en
toda Europa aparecieron monarquías de las que se sabe muy poco, situadas a
medio camino entre la historia y la leyenda, pero todas ellas unidas por una
constante: su común referencia al oso, como animal totémico; todas las leyendas
urdidas en torno a estos monarcas hacen de ellos seres míticos.
El culto al oso entre los
antiguos íberos queda atestiguado por distintas inscripciones en las que figura
la palabra "arconi" o "arco" (idéntica en su raíz a
"arkthos" y a la mítica y paradisíaca Arcadia) referidas a una diosa
de la tierra y de la naturaleza.
Los germanos adoraron al oso y
los godos trajeron hasta España este culto que quedó ligado a la nobleza
visigoda superviviente después de la invasión árabe. El primer conde de
Barcelona se llamó Bera (= el oso), y varios de sus sucesores Berenguer (= el
que es como un oso).
Al producirse la invasión
musulmana en España, se produjo una sacudida social mucho más grave que la que
representó las invasiones germánicas. Las estructuras de la sociedad
hispano-visigoda se derrumbaron y con ellas el Estado. El período legendario en
la historia de España tiene su momento áureo desde que los musulmanes inician
la invasión, hasta la culminación de la dinastía astur.
Del hijo de Pelayo, el primer rey
de la Reconquista, Favila, solamente se sabe una cosa, pero ciertamente
significativa, que murió “abrazado por un oso”. A la luz de la óptica
legendaria y de las estructuras míticas medievales, este dato no hay que
tomarlo como un desgraciado accidente, sino como la asunción por parte de
Favila y de sus descendientes, de las características propias del oso: vigor,
vitalidad, fortaleza, valor, energía, etc. que, mediante el acto del abrazo,
quedarían incorporadas al rey. Éste moriría como hombre para renacer en sus
descendientes con fuerzas renovadas. Tal esquema, muerte/renacimiento es
frecuente en las mitologías e iniciaciones medievales.
¿Por qué esta insistencia de la
humanidad medieval en la figura de los osos y en su vinculación con las
monarquías legítimas? Para entenderlo hay que alzar los ojos al cielo en la
noche clara y contemplar que la respuesta está allí: las constelaciones
llamadas Osas tienen una estrella de singular importancia en el cielo, la
Polar, es decir, aquella en torno a la cual gira todo el firmamento y que
indica el Norte.
La ideología medieval consideraba
que el rey estaba dotado de una función polar: indicaba el camino a seguir, era
inmóvil e inaccesible, frecuentemente su castillo se encontraba en una montaña
elevada, o su trono se alzaba sobre el nivel del suelo en las salas palaciegas,
y esto era así, por influencia divina.
Madrid es conocida como la villa
del oso y del madroño, elementos que componen el escudo heráldico de la
Capital. Las hojas perennes del madroño lo relacionan con la inmortalidad,
mientras que su color rojo púrpura lo entronca con la realeza imperial. No es
por casualidad que exista una relación fonética -no etimológica- entre Madrid y
madroño: las funciones que de una capital están contenidas simbólicamente en el
madroño que junto con el oso rampante, sobre campo de plata, componen el escudo
de Madrid.
La presencia del oso está
justificada por la abundancia que hubo de este animal en otro tiempo; pero al
mismo tiempo, el oso representa la fuerza y la potencia salvajes, violenta,
primitiva e incontrolada que, al contacto con los frutos de la inmortalidad
-madroño- será transformada en potencia ordenada, luminosa y rectora.
No fue siempre el oso el animal
emblemático de Madrid; durante mucho tiempo el "lagarto de san Ginés"
tuvo su lugar en el escudo madrileño. Su forma extremadamente ondulante tenía
cierto parecido con la tarasca madrileña que en otro tiempo desfiló por las
calles de la Villa en la fiesta del Corpus. En realidad, la diferencia entre
lagarto y tarasca tiene que ver con la ausencia o presencia de alas y este
matiz, en absoluto baladí, le otorgo distintas valencias simbólicas.
De la historia de los cronicones a la etimología del nombre
La primera sistematización
etimológica corrió a cargo de Menéndez y Pidal en la Revista de la Biblioteca de Madrid. Hubo que esperar a este autor y
al año 1945 para saber que en lengua céltica -o más probablemente, celtíbera- "mageto" quiere indicar
grande y "ritu", puente;
por sucesivas corrupciones y adaptaciones la ciudad del "puente
grande", "mageto-ritu", pronto
convertida en Magerito, debía de
terminar en el Madrid que conocemos.
No son pocos los que defienden el
origen pre-musulmán y romano de la palabra. Madrid procedería para estos
autores de "Matrice" que
unos interpretan en el sentido de "madre de las aguas" y otros como
"matriz de aguas subterráneas”. El primer sentido puede interpretarse como
origen de todas las formas. En efecto, la ciudad que estaba llamada a ser el
centro del Imperio Español, se consideró en otro tiempo "matriz de las
aguas"; y si nos retrotraemos a lo ya dicho en relación a Ocno y a su
madre Mando, diluida en fuente por su llanto, o a las relaciones entre el
segundo Ocno, el pobre trenzador de alimento para la burra, asimilada esta, por
la interpretación tardía que nos ha llegado, a la mujer y por la ortodoxa, al
caos, veremos como todas estas interpretaciones quedan integradas en ese
nombre. Pero si además creemos a quien nos dice que el primer emplazamiento de
Madrid sobre las aguas del Manzanares dificultaba la traída de aguas fluviales
al poblado, pero que, en cambio, gracias a las aguas subterráneas, pronto
transformadas en minas y acequias cubiertas, nunca jamás faltó agua en la
ciudad.
Y es posible que esta sea la
pista buena a tenor de los datos, progresivamente más fiables que nos
proporciona el discurrir del tiempo. La llegada de los árabes hizo que se
acelerara la conformación del nombre actual de la Villa. Los hombres de Alá la
llamaron Mayrit, palabra que procedía
de la unión de la palabra árabe "mayra",
que significa madre y matriz, y del sufijo "it"
de origen iberorromático que indicaría lugar. Así pues, el significado final
sería "el lugar de la matriz", o "el lugar de la madre". Y
aun hay más. Ya hemos hablado de la abundancia de acequias subterráneas, "machra" en árabe; añadido el
sufijo de abundancia romance "-etu",
transformado en el "it"
árabe, tendríamos "Machrit", esto
es, "lugar de abundantes aguas". La primera de estas acequias,
"matriz" de todas las demás, sería la alcantarilla de las Fuentes de
San Pedro en la actual calle de Segovia, en el Madrid más rancio.
Pero aún queda una última
interpretación. Los visigodos conservarían la nomenclatura romana en relación a
Madrid y de estos, y el nombre de Matrice
seguiría en la memoria de los hombres gracias a los mozárabes. En el siglo XIV,
Matrice se convertiría en Madrit y luego, suavizando su final,
pasaría a ser el Madrid que conocemos
hoy. Un largo trayecto hasta nuestros días...
¿Dónde subyace el elemento mágico
en todo esto? En la mitología, en primer lugar. La mitología no es un
"comic" para uso y disfrute de los antiguos, es, antes bien, la
expresión de ideas y contenidos metafísicos. Es el espejo más fiel que nos dirá
como es el alma de los hombres que la crearon y, a través de los rasgos que
personifican a los héroes y dioses, potencias uranias y diablos telúricos, cual
es el espíritu de los lugares que califican. Así sabremos que Madrid es hija de
las aguas y del fuego, síntesis de lo telúrico y lo solar, y por lo mismo,
llamada a altas gestas de la historia.
Pero ademá,s lo mágico radica en
que Madrid carece de historia antigua. Es inútil escarbar en los cronicones y
en los atlas antiguos, buscando pistas del nombre que se nos escapa una y otra
vez y que los eruditos, con toda su carga de conocimientos, no logra esclarecer
definitivamente. El pasado más ancestral de Madrid se nos escapa entre las
manos y probablemente no lo conoceremos jamás. No importa. Podemos intuir que
hubo alguien, seguramente algún arúspice que marchaba junto a las legiones
romanas y creyó percibir, con toda la convicción del visionario, que sobre
aquel terruño se levantaría algún día una capital, grande no solo por sí misma,
sino por ser el centro del mundo.
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