miércoles, 17 de septiembre de 2025

SANCHEZ - PALESTINA – SIONISMO – INMIGRACIÓN – SOLIDARIDAD 3ª Parte: El sionismo y su realidad aquí y ahora


3ª Parte: El sionismo y su realidad aquí y ahora

Llegados a este punto, hace falta realizar un alto en el camino y definir lo que es el “sionismo”. Existen demasiados equívocos en este tema como para soslayarlo.

Es frecuente creer que el “sionismo” es el centro de una “conspiración mundial”. El origen de esta mistificación surgió a raíz de la publicación en 1903 de un falso documento elaborado por la OKRANA zarista, conocido como Los Protocolos de los Ancianos Sabios de Sión. Hoy no cabe la menor duda de la falsedad del documento. Y sólo los que no lo han leído pueden alegar -como es frecuente oír- que “los Protocolos serán falsos, pero se cumplen”. El documento -al decir de los falsarios que lo elaboraron- contendría las actas secretas del Primer Congreso Sionista, celebrado en 1897 en Basilea, Suiza. Cabe decir que se conocen hasta la saciedad, los asistentes, el contenido de los debates y las actas de dicho Congreso y no tienen ni un solo punto en común con los Protocolos publicados en 1903.

Por otra parte, tras la segunda guerra mundial, se establecieron leyes que condenaban a duras penas de prisión cualquier manifestación antisemita, por lo que fue, habitual, en medios de extrema-derecha y neofascistas (pero también en medios de extrema-izquierda) emplear el término “sionista” como alternativa a “judío”. A fin de cuentas, el sionismo era una organización cuyas actividades, presuntas o reales, se podían criticar sin que ello pudiera ser considerado como un ejercicio de antisemitismo. Fue así como la “conspiración mundial judía”, pasó a ser la “conspiración sionista mundial”.

Pero vale la pena recordar la esencia del sionismo, sus apoyos y su realidad dentro del judaísmo mundial.

¿Qué es el “sionismo”?

Vale la pena establecer esta igualdad: sionismo = nacionalismo judío. El siglo XIX se configuró como la “era de los nacionalismos”. A partir del jacobinismo francés y del romanticismo alemán, distintos pueblos y comunidades reivindicaron “ser una nación”. Theodoro Herzl no hizo más que adaptar esa moda al judaísmo y reivindicar un “hogar nacional judío” sobre el que construir una “nación”. Eso es todo.

Cabe decir, incluso, que Herzl, inicialmente barajó distintas ubicaciones para esa “nación”, aunque él mismo escribe que Palestina estaba en el corazón del judaísmo, dado que allí se situó lo esencial del relato bíblico.

Gemini-Google, al ser preguntado por el “sionismo”, responde, dando la razón a la definición que antes hemos aportado: “El sionismo es un movimiento político nacionalista judío que, surgido a finales del siglo XIX, busca el derecho a la autodeterminación del pueblo judío mediante la creación de un estado propio en su tierra histórica, lo que llevó a la formación del Estado de Israel. (…) hoy en día abarca el apoyo a la existencia y defensa del Estado de Israel y a la promoción de la identidad judía”.

Le reivindicación parece tan lógica que incluso el Tercer Reich apoyó la creación de ese “hogar nacional judío” hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Existían, en efecto, “intereses comunes”: Hitler quería que los judíos se marcharan del Reich y buena parte de los judíos querían disponer de un Estado propio. Los contactos de funcionarios del Reich con activistas judíos para facilitar el establecimiento de judíos en Palestina, están hoy fuera de dudas, e históricamente han quedado constatados por múltiples documentos. Inglaterra, en aquellos momentos, no estaba dispuesta a aceptarlo y perder sus bases navales en la costa oriental del Mediterráneo.

Theodoro Herzl, fundador del “sionismo”

Herzl no era el único que tuvo la ocurrencia de crear un Estado Judío. Varios rabinos (Zvi Hirsch Kalister y Yehuda Hay Alkalai, entre otros) habían promovido, antes que él, idénticas ideas, inspiradas en la irrupción de la “era de las naciones”. Pero, el problema era que lo hacían desde bases religiosas, en un momento en el que buena parte del judaísmo se había laicizado. La habilidad de Herzl consistió en recuperar estas ideas, despojarlas de su sentido religioso, darles una orientación esencialmente pragmática y buscar financiación para promover la creación de la Organización Sionista y emprender la colonización de la tierra elegida como asentamiento del futuro Estado judío.

Y este último aspecto es muy importante para valorar la cuestión: generalmente se acepta que el pueblo judío surgió de la obra unificadora de sus rabinos a partir de la diáspora: estos supieron mantener vivo el “espíritu judío” y fueron ellos los que terminaron por definir el “carácter judío”. Pero, los judíos de la diáspora no se vieron libres de las tendencias al laicismo y al ateísmo que afectaron en todo Occidente a las concepciones religiosas, especialmente tras la Revolución Francesa.

En el siglo XIX, cuando se alude al “judaísmo”, éste ya no actúa como un “movimiento religioso unificado”, sino que engloba a judíos creyentes divididos en distintas sectas, a judíos laicizados dedicados a la agitación política y a la crítica subversiva a los principios tradicionales, a judíos convertidos a otras religiones, judíos ateos, judíos que habían asumido las culturas nacionales de los países en los que vivían, y, para colmo, la gran división entre askenazíes y sefarditas, esto es, entre judíos centroeuropeos y procedentes del Este -buena parte de ellos, judíos de religión, pero no de raza, originarios del Imperio Jazaro, convertido al judaísmo en el año 740 y originarios de la actual Ucrania-, incluso en el interior del movimiento sionista existían distintas orientaciones políticas (judíos marxistas, judíos anarquistas, judíos ateos, judíos de religiosidad tibia, judíos defensores intransigentes de su identidad religiosa), etc, etc, etc.

El propio Herzl tenía convicciones laicas y recibió una educación protestante, tras aprender sus primeras letras en un colegio judío y pasar luego a una escuela laica en la que duró poco a causa del antisemitismo. En su juventud militó durante un tiempo en la Burschenschaft que aspiraba a la unificación alemana con el lema “Honor, Libertad, Patria”. De esta breve experiencia de juventud basaría su idea de adaptar el nacionalismo al caso judío.

Tras licenciarse en derecho, optó finalmente por dedicarse al periodismo y como tal asistió como corresponsal en Francia a la ceremonia de degradación de Dreyfus, condenado en Francia por espionaje. Contó en su Diario que quedó impresionado por las manifestaciones antisemitas que se dieron en aquel momento en Francia y varió sus ideas: de creer que los judíos establecidos en Europa podían “asimilarse” a las naciones en las que vivían, pasó a defender la “emancipación judía” y considerar la posibilidad de crear un Estado propio. 

Un año después de la condena al capitán Dreyfus, en 1896, Herzl publicó El Estado judío: ensayo de una solución moderna de la cuestión judía. Su propuesta era muy simple: crear un Estado judío moderno. La idea, en los primeros meses, no obtuvo apoyos de notables: las sinagogas no lo apoyaron (no aludía a la religión como base de dicho Estado) y las fortunas judías más importantes de la época -los banqueros Moritz von Hirsh y el grueso de la familia Rothschild no le prestaron mucha atención. Pero sí tuvo éxito entre las masas judías centroeuropeas y en el mecenas de la casa Rothschild, Edmond James, el más joven de los hijos del fundador de la firma. Estos apoyos consideraron a Herzl “portavoz del sionismo” y avalaron su proyecto.

Sionismo: el origen de la palabra y primeros pasos del movimiento

Herzl ni siquiera creó la palabra “sionismo”. Históricamente, “Sión” era considerado el nombre de una de las colinas de Jerusalén. Con el paso del tiempo este nombre pasó a definir, primero a toda la ciudad, luego a sus inmediaciones y, finalmente, a todo el territorio israelí.

El término "sionismo" fue acuñado por un editor austriaco de origen judío, Nathan Birnbaum en 1890 (que, en la última fase de su vida, militó en el antisionismo, tras pasar del ateísmo, al judaísmo religioso ortodoxo). Birnbaum fue el secretario general de la Organización Mundial Sionista, elegido en el Primer Congreso Sionista de Basilea, que abandonó poco después para dedicarse en exclusiva a la promoción de la cultura y de la lengua yidish. La adición del término “-ismo”, a la palabra “Sión”, sugiere “doctrina” o “movimiento”.

El proyecto de Herlz, inicialmente, se orientó hacia Iberoamérica, una zona que todavía distaba mucho de estar colonizada y en la que estaban a la venta enormes lotes de tierra. Sin embargo, por razones “sentimentales” e “históricas”, tras una entrevista con el sultán de Turquía, optó por el territorio conocido entonces como “Siria Otomana”. No lo consiguió, pero el conocimiento de la región, le inspiró la estrategia a seguir:

“Cuando ocupemos el territorio, debemos ofrecer beneficios inmediatos al Estado que nos reciba. Debemos expropiar con cuidado la propiedad privada en el Estado que se nos ha asignado. Intentaremos desplazar a la población pobre que está a lo largo de la frontera, procurando empleo para ella en los países de tránsito, al tiempo que le negamos el empleo en nuestro país. Los propietarios vendrán a nuestro lado. Tanto el proceso de expropiación como el de la eliminación de la pobreza deben ser llevados a cabo de forma discreta y con prudencia. Permitamos a los propietarios creer que nos están engañando, vendiéndonos las cosas más caras de lo que en realidad valen. Pero nosotros no les vamos a revender nada... Debemos vender solo a judíos, y todo intercambio de bienes raíces debe realizarse solo entre judíos. No es necesario decir que debemos tolerar respetuosamente a la gente de otras religiones y proteger su propiedad, su honor y su libertad con las más severas medidas de coerción. Ésta es otra área en la que debemos mostrar al mundo entero un magnífico ejemplo...”

Elegido presidente del movimiento en el Primer Congreso Sionista, siguió ostentando el cargo hasta su muerte y realizando una actividad extremadamente dinámica de visitas a las comunidades judías y promoción de su mensaje nacionalista. Murió a los 44 años en Austria el año 1904.

Los 200 participantes del Primer Congreso Sionista no establecieron ni un plan para conquistar el mundo, ni para subvertir ningún gobierno. El programa aprobado decía textualmente:

“El sionismo tiene por objeto establecer para el pueblo judío un hogar seguro pública y jurídicamente en Palestina. Para el logro de ese objetivo, el congreso considera los siguientes medios prácticos:

1.       La promoción de asentamientos judíos de agricultores, artesanos, comerciantes en Palestina.

2.       La federación de todos los judíos en grupos locales o generales, de acuerdo con las leyes de los diferentes países.

3.       El fortalecimiento del sentimiento y la conciencia judía.

4.       Medidas preparatorias para el logro de los subsidios gubernamentales necesarios para la realización de los objetivos sionistas”.

El “Protocolo oficial” publicado como conclusión de este Primer Congreso Sionista de Basilea, no tiene nada que ver con lo descrito en los “Protocolos” elaborados por la OKRANA zarista: nombramiento de Herlz como presidente de la organización, adopción de himno y bandera del movimiento, elaboración de la estrategia de compra de tierras y formación de Kibutz, inicio de relaciones diplomáticas con Turquía para el traslado de judíos alemanes a su territorio, fijación de Palestina como enclave del futuro Estado… Eso fue todo.

Los problemas de la estrategia de Herlz

A nadie, ni al propio Herlz se le podía escapar que comprar tierras en una zona poblada por habitantes de otras razas, de otra cultura, de otra religión y de otra nacionalidad, para insertar en ellas un creciente número de colonos, iba a generar tensiones. Antes o después surgirían los problemas. Era lógico, pues, que Herlz pensara, inicialmente, en otras ubicaciones más despobladas: en la Patagonia argentina, en Madagascar... Ya hemos visto la razón por la que, finalmente, optó por Palestina.

Sociológicamente, se considera que cuando una comunidad se enquista en el interior de otra más amplia, no aparecen conflictos hasta que los recién llegados superan la barrera del 5%. A partir de ese momento, de forma inevitable, aparecen fricciones entre los habitantes tradicionales del territorio y los recién llegados que crecen a velocidad superior a la tasa de natalidad de la comunidad originaria. Y eso fue lo que pasó en las distintas “aliyás” u oleadas migratorias.

Las frases conciliadoras que Herlz incluye en el párrafo que hemos citado, están casi obligadas para evitar que desde el principio el proyecto fuera criticado, pero era evidente que dos comunidades completamente diferentes sobre el mismo territorio van a constituir una fuente inagotable de conflicto.

La estrategia descrita por Herlz era un “colonialismo de asentamiento”, frente al “colonialismo” convencional que se había visto hasta entonces. Mientras que éste último se basó en la explotación de recursos y de poblaciones, el “colonialismo de asentamiento” consistió en ir arrinconando progresivamente a las poblaciones originarias mediante un proceso de apropiación del territorio (mediante compra o a través de presiones) operado a velocidad creciente. En sus primeras fases, parece un simple movimiento de “colonos” para explotar tierras todavía inexplotadas, y se produce una “colonización amable”, pero, a partir de una densidad de “colonos” (que la sociología cifra en más de un 5% de la población autóctona) aparecen los conflictos que desembocan, o bien en operaciones de “limpieza étnica”, o bien en situaciones de guerra civil.

A no confundir “colonización” con “colonialismo” definido por la RAE como la situación en la que un Estado “controla y explota un territorio ajeno al suyo”. Pero una “colonización” puede desembocar en una situación de tensión creciente y guerra, cuando el “colonizador” se hace más fuerte que el “autóctono”.

Esto es lo que ha ocurrido en Palestina que ha pasó a ser en apenas 50 años, tierra árabe a tierra judía.

La financiación de la construcción del Estado de Israel

Theodoro Herzl y su proyecto, recibieron, finalmente, apoyo económico y político del Barón Edmond de Rothschild, quien financió asentamientos judíos en Palestina a partir de 1882, mientras que otros empresarios y banqueros contribuyeron a financiar la causa sionista y el Fondo Nacional Judío. El propio Edmond de Rothschild viajó en cinco ocasiones a Palestina para supervisar el desarrollo de aquellos primeros kibutz puestos en marcha con sus fondos. Después de sufragar los gastos de asentamiento de una colonia de judíos rusos para cultivar viñedos en torno al Monte Carmelo, en 1924 creó la Palestine Jewish Colonization Association que adquirió 500 m2 de terreno. En total realizó inversiones en la región por un total de 50 millones de dólares.

Otros millonarios judíos ingleses y franceses mediaron en los años 20 con la administración británica de Palestina, allanando el camino para que se facilitara el asentamiento de más kibutz en detrimento de la presencia árabe. Estos kibutz fueron, en realidad, producto del capital de millonarios judíos (fundamentalmente askenazíes) y del trabajo de los judíos emigrados a Palestina, bajo la permisividad del gobierno británico que se sentía obligado por el incumplimiento de la Declaración Balfour.

Las cosas cambiaron tras la Segunda Guerra Mundial: ya no sería el capital judío el que financiaría la construcción del Estado de Israel sino los fondos procedentes de Alemania, el país derrotado en el conflicto, en función del Acuerdo de Reparaciones entre Israel y la República Federal de Alemania, firmado el 10 de septiembre de 1952.

Este acuerdo preveía que Alemania Occidental debía pagar a Israel los costes de “reasentamiento” de judíos y fue suscrito por el canciller Adenauer y representantes del Estado de Israel y del Congreso Judío Mundial. Israel necesitaba urgentemente una inyección de fondos para seguir su proceso de colonización, crear nuevo tejido industrial y superar las consecuencias de la guerra de 1948.

Israel recibió 3.000 millones de marcos en los siguientes 14 años (y 450 millones al Congreso Mundial Judío), pagaderos en cuotas anuales. Aparte de estas cantidades, la Conferencia sobre Reclamaciones Materiales Judías contra Alemania, formada en 1951 por 23 organizaciones judías, obtuvo del gobierno de Adenauer, pensiones vitalicias para judíos que habían sido detenidos entre 1933 y 1945, pagos únicos para los judíos que se habían trasladado del Reich a otros países, pagos únicos para los herederos de judíos que murieron en campos de concentración en aquellos años, etc. La Conferencia de Reclamaciones sigue existiendo y gestionando distintos programas de indemnización. En 2022, la Conferencia asignó fondos de bienestar social para 10.000 judíos-ucranianos supervivientes de los campos de concentración.

Esta organización ha sido objeto de críticas en los propios medios judíos a partir de 2006, cuando se publicaron en The Jewish Chronicle los sueldos de los altos funcionarios de la organización, entre ellos Gideon Taylor, vicepresidente ejecutivo de la Conferencia, al que se le pagaba un salario anual de casi medio millón de dólares. Isi Leibler, ex presidente del Congreso Mundial Judío, lanzó acusaciones contra la organización por “incompetencia, impropiedad y encubrimientos”, así como por burocratización y estar dominada por una “pequeña camarilla”. The Jerusalem Post publicó el patrimonio de la Conferencia: 900 millones de dólares en activos (otro informe posterior, en 2006, localizó 1.700 millones en sus cuentas), mientras algunos judíos supervivientes ya muy ancianos, vivían en la pobreza absoluta. También once empleados de la Conferencia en EEUU presentaron denuncias por fraude y malversación que fueron investigados por el FBI, llegando a la conclusión de que se habían defraudado 57 millones de dólares. El director de fondos, Semen Domnitser fue condenado en 2013 a 8 años de prisión.

¿Qué queda del sionismo originario?

El sionismo obtuvo el Estado por el que había luchado y que debía ser considerado como la culminación de su proyecto, pero fracasó a la hora de hacerlo atractivo para todos los judíos. Sobre los 15,8 millones de judíos que viven en el mundo en 2025, 7,3 viven en el Estado de Israel y 8,5 en la diáspora (de los que 6,3 viven en EEUU). El “hogar nacional judío” no ha interesado, por tanto, a más de la mitad de la población judía mundial.

Las causas son muchas: desde la inestabilidad política de la zona, el terrorismo islámico, la posibilidad de guerra abierta, existencia de delincuencia y actividad de mafias judías, hasta el arraigo en las naciones en las que viven, pocas perspectivas económicas, excesivas dificultades y dureza en la vida de los kibutz, disminución de la presión antisemita, etc. Si Herlz creía que todos los judíos se sentirían identificados con la creación de un “hogar nacional judío” se equivocaba.

Durante los años de existencia del Estado de Israel, el judaísmo mundial ha cambiado extraordinariamente. Así como a principios del siglo XX parecía evidente que las primeras fortunas de todo el mundo estaban en manos de judíos y las principales cabezas de la agitación subversiva anarquista, socialista y comunista, era, así mismo, judíos y esta tendencia se mantuvo hasta los años 30, en la actualidad, la lista de multimillonarios ya no registra la presencia de los mismos nombres.

Por lo general, los considerados hoy como los “más ricos del mundo”, proceden del mundo de las nuevas tecnologías, no de la banca ni del comercio. Y, en cuanto a los judíos que han hecho su fortuna al calor de las nuevas tecnologías (Zuckemberg de Meta, Larry Ellison de Oracle, Larry Page uno de los fundadores de Google) son judíos completamente apartados de la sinagoga, incluso con pocas relaciones con su comunidad étnica.

Elon Musk, Jeff Bezos, no lo son, como tampoco lo es Bill Gates (a pesar de lo que se ha dicho): se educó en el protestantismo y hoy es completamente agnóstico. Los hombres más ricos de Francia (Bernard Arnault), de España (Amancio Ortega) son católicos o el inversor Warren Buffet (EEUU) presbiteriano, el mejicano Carlos Slim es católico maronita… No tienen ni una gota de sangre judía a pesar de ser los hombres más ricos de sus respectivos países.

La impresión que da es que, en las últimas décadas, se está produciendo una disminución de nombres judíos en las listas de los mas ricos del mundo. Y, los que siguen figurando, en general, son judíos de raza, pero no de religión.

También vale la pena subrayar la salida a la superficie de una crítica al judaísmo desde el punto de vista judío, incluso en la meca del judaísmo norteamericano, la industria del cine de Hollywood: directores y productores como Woody Allen o Larry David han ironizado la naturaleza del judaísmo tradicional.

Hay muchas explicaciones a todo esto –y este no es lugar para exponerlas–, pero en general puede decirse que la prosperidad del judaísmo coincidió con la segunda revolución industrial, iniciada a mediados del siglo XIX y que se prolongó hasta 1945. Fue la época en la que los mayores beneficios se obtenían en la banca y en el comercio. Y ahí si que existió una hegemonía judía; pero en la actualidad las ratios de capitalización de las empresas tecnológicas superan con mucho a los obtenidos por la banca y el comercio clásicos. Estas nuevas empresas requieren menos inversión y menos personal, pero muy especializado, generando un alto valor añadido. Podemos decir que han quedado fuera de la tiranía del interés bancario. Esta es la principal razón de la disminución del peso del capital judío dentro del mundo de los negocios. Sin olvidar que, parte de estas actividades se han desplazado hacia Extremo-Oriente en donde la presencia judía es nula.

A esto hay que añadir que el judaísmo de 1945 tiene poco que ver con el judaísmo actual: se ha producido un amplísimo proceso de laicización, incluso dentro del Estado de Israel. A esta laicización hay que añadir la fragmentación entre judíos agnósticos y ateos, judíos que acuden a la sinagoga pocas veces al año, casi como una obligación social, y judíos fundamentalistas, divididos en varias tendencias, alguna de las cuales -los Neturei Karta, en concreto- niegan la existencia del propio Estado de Israel, oponiéndose al sionismo desde el punto de vista religiosa. Los jaredíes, por su parte, se autoaislan, pidiendo el desmantelamiento pacífico de Israel y el retorno de los judíos a sus países de origen. Estas creencias parten de la consideración de que el Estado de Israel es laico y nacionalista y, por tanto, no es un reflejo del judaísmo. Para ellos, la diáspora fue un castigo de Yavhé por sus muchos pecados y, por tanto, el sionismo vulnera la voluntad divina.

Estos grupos exóticos consideran que la Halajá (ley judía) establece que rabinos ilustres determinaron que el Mesías vendría para poner fin a la diáspora. En 2013 fue detenido en Israel un miembro de los Neturei Karta acusado de realizar espionaje a favor de Irán. Otro miembro, Moshe Hirsch figuró como ministro de asuntos judíos en el gabinete e Yaser Arafat. Es habitual que en cada fiesta del Purim (14 de judío), los miembros de esta secta quemen banderas de Israel. Consta que, en 2023, miembros del Neturei Karta se reunieron con dirigentes de la Yihad Islámica en Palestina. Tras la visita de una delegación de este grupo a Irán y, tras elogiar a Ahmadinejad, declararon a la prensa iraní: “Lo que queremos no es una retirada [de Israel]a las fronteras del 67, sino a todo lo que está incluido en ellas, para que el país pueda volver a los palestinos y podamos vivir con ellos...”. También participaron en la Conferencia Internacional sobre el Holocausto celebrada en Teherán en diciembre de 2006: aprovecharon para denunciar la colaboración entre el Tercer Reich y los sionistas.

¿Hay un genocidio en Palestina en 2025?

Para concluir este breve vistazo histórico cabría regresar a la actualidad para definir lo que se entiende por “genocidio” y determinar si en la actualidad, Israel lo está practicando -como sostienen algunos- en la Franja de Gaza.

La R.A.E. define “genocidio” (de “genos”, raza y de “-cidio”, matar) como el exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivos de raza, etnia, religión, política o nacionalidad. Como hemos dicho anteriormente, la política actual de Netanyahu, no está orientada a eliminar a los 645.567 habitantes con los que contaba Gaza en 2021, sino más bien en anular la capacidad ofensiva de Hamás.

Genocidio sería el exterminio sistemático de dos millones de armenios o bien el exterminio de la población vandeana durante la Revolución Francesa, aprobada por la Asamblea Nacional y que generó la muerte de 250.000 víctimas, o el genocidio de Ruanda en el que fueron exterminados el 70% de la etnia tutsi entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, con un millón de muertos.

Los muertos que se están produciendo desde hace año y medio no tienen como objetivo liquidar a la población civil, sino más bien acabar con el terrorismo de Hamás. Obviamente, Hamás (al igual que Zelensky en Ucrania) utiliza la táctica de colocar arsenales y lugares de mando en las inmediaciones de escuelas, hoteles para extranjeros y hospitales, con el fin de disuadir de bombardeos judíos que pudieran poner en peligro a la población civil.

Pero, para el Estado Mayor judío, acabar con Hamás y garantizar la seguridad en la frontera sur, es una prioridad, ante cualquier otra consideración. Esto explica los reiterados heridos y víctimas entre la población civil. Netanyahu, aspira a que la propia población de Gaza expulse a Hamás del territorio.

Si, en cambio, existe un intento de acabar físicamente con las cabezas de Hamás mediante operaciones selectivas de eliminación. Y, también -el futuro lo confirmará o desmentirá- existen intentos de “limpieza étnica” en la zona que con muchas probabilidades puede ser incorporada al Estado de Israel. Israel aspira a que desaparezca ese permanente foco de tensión en el sur del país y hará todo lo posible por conseguirlo: o bien arrinconando a lo que quede de población palestina en un enclave mínimo del territorio, o bien estimulando la emigración de la población fuera de la franja.

No puede, por tanto, hablarse de “exterminio sistemático y planificado” como alardean los solidarios con Gaza y el propio presidente del gobierno español con una ligereza impropia e incompatible con un Estado moderno.