jueves, 7 de agosto de 2025

LA MULTICULTURALIDAD COMO FACTOR DE EMPOBRECIMIENTO (II) - RAZAS E INTELIGENCIA ¿UN TEMA CONTROVERTIDO?

RAZAS E INTELIGENCIA

El pasado mes de octubre, Tomes Watson, premio Nobel de Medicina en 1962 por su descripción del ADN, desató un auténtico escándalo mundial al declarar al Sunday Times que era profundamente pesimista sobre el futuro de África, porque «todas nuestras políticas de desarrollo se basan en el hecho de que la inteligencia de los africanos es la misma que la nuestra, cuando todas las pruebas dicen que no es realmente así».

Según sus detractores, Watson no era más que un racista senil que, con su declaración, intentaba recuperar viejas ideas que, sin embargo, habían sido refutadas por la ciencia. Dos elementos de la declaración de Watson causaron especial revuelo: la afirmación de la existencia de razas humanas y, sobre todo, la de diferencias de inteligencia entre estas razas. En este artículo nos centraremos especialmente en la segunda afirmación. En cuanto a la primera, cabe señalar brevemente que hoy en día la comunidad científica internacional admite ampliamente que existen variaciones geográficas, físicas y biológicas dentro de la especie humana, variaciones que permiten caracterizar subespecies, comúnmente llamadas razas (1). Por ejemplo, en el ámbito médico, cada año se publican miles de artículos científicos que describen, caracterizan y objetivan estas variaciones (2). La llegada de la genética, lejos de invalidar el concepto de raza, le ha dado una nueva legitimidad. Esto se resume muy bien en el siguiente extracto de un artículo publicado en 2003 en Nature, una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo: «Contrariamente a la idea defendida desde mediados del siglo XX, se pueden definir científicamente las razas en la especie humana. El conocimiento del genoma humano permite, en efecto, agrupar a las personas según las zonas geográficas de las que proceden. (...)».


James Watson: Premio Nobel de Fisiología en 1962 por el descubrimiento de la estructura de doble hélices de la molécula de ADN. Su fama como científico le precede cuando afirma que existen las razas humanas diferenciadas y que entre ellas existen diferencias de inteligencia

El resto del artículo recordaba que, si persistía el debate, no era tanto sobre la existencia o no de las razas, que es un hecho establecido, sino sobre la pertinencia de su uso, especialmente en medicina (3). Invitamos a nuestros lectores interesados en el tema a consultar la obra recientemente publicada en Estados Unidos bajo el título Race, the reality of human differences (4) (La raza, la realidad de las diferencias humanas), que ofrece una buena síntesis de los conocimientos sobre el tema. Cabe destacar que esta obra está coescrita por Vincent Sarich, profesor de antropología, y Franck Miele, redactor jefe de Skeptic Magazine, una revista de divulgación científica cuyo objetivo es promover el conocimiento científico y luchar contra el oscurantismo. Lamentablemente, este oscurantismo tiende a recuperar terreno, tanto en Estados Unidos con las corrientes creacionistas como en Europa con la negación de la realidad racial. En efecto, en el siglo XXI, negar la realidad racial es ignorar el conocimiento científico y, por lo tanto, insultar a la inteligencia.

La existencia de diferencias físicas, biológicas y genéticas entre grupos humanos está ampliamente aceptada por la comunidad científica internacional (5). Lo mismo debería ocurrir con las diferencias intelectuales y de comportamiento, que son igualmente evidentes. De hecho, no se podría entender que el intelecto y el comportamiento, basados en parte en un sustrato biológico, representaran una excepción a las reglas de la vida. Sin embargo, estas diferencias son ampliamente negadas. Esta negación no se sustenta en argumentos científicos sólidos, sino que se basa en postulados o posiciones de principio. Un ejemplo de ello es la famosa Declaración sobre la raza de la UNESCO, adoptada en 1950, de la que se extraen las siguientes citas:

«1. En cuestiones de raza, las únicas características que los antropólogos pueden utilizar efectivamente como base para la clasificación son las físicas y fisiológicas.

2. Según los conocimientos actuales, no hay pruebas de que los grupos humanos difieran en sus características mentales innatas, ya sea en materia de inteligencia o de temperamento. Los datos científicos indican que el abanico de capacidades mentales de todos los grupos étnicos es prácticamente el mismo.

3. Los estudios históricos y sociológicos respaldan la opinión de que las diferencias genéticas no son determinantes importantes de las diferencias sociales y culturales entre los distintos grupos de Homo sapiens, y que las diferencias sociales y culturales entre grupos han sido, en esencia, independientes de lo innato. Se han producido grandes cambios sociales que no han estado relacionados en modo alguno con cambios de tipo racial.

Por lo tanto, sería lícito utilizar las características físicas para una clasificación, pero no se podría hacer lo mismo con las características mentales. Esto demuestra una vez más que la realidad de las diferencias en las características intelectuales y conductuales entre grupos humanos es un tabú. Las violentas reacciones a la declaración de Watson lo ilustran claramente. Los motivos de esta negación son complejos y múltiples, tanto de orden religioso, filosófico, ideológico, social como económico... Nuestro objetivo aquí no es detallarlos. Sin embargo, volvamos a uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos: si se admite que existen diferencias en las capacidades intelectuales entre grupos humanos, entonces se admite que puede haber desigualdades entre civilizaciones. Lo que allanaría el camino al racismo. 

"Ashley Montagu", de verdadero nombre Israel Ehrenberg. autor de la Declaración de la UNESCO sobre las razas: "las razas no existen"... por tanto no hay diferencias entre ellas. Como no hay nada nuevo bajo el sol, Ehrenberg declaró ser antropólogo educado en Cambridge, Oxford, Londres, Florencia y Columbia" y haber obtenido el doctorado: en realidad, no se había graduado ni en Camnbridge, ni en Oxford y no tenía el doctorado. Su declaración sobre la raza le costó ser despedido del ámbito universitario. Su libro El mito más peligroso del hombre, subtitulado La falacia de la raza, fue escrito en 1942 y puede considerarse como "propaganda de guerra". Después de la guerra, en 1952, escribió otra obra igualmente polémica: La superioridad natural de la mujer, una obra improvisada para reavivar el feminismo.

Los textos de Ashley Montagu, el antropólogo estadounidense que redactó la Declaración de la UNESCO citada anteriormente, ilustran bien esta corriente de pensamiento. Se pueden resumir así: «La toma de conciencia de la realidad racial es peligrosa porque conlleva un riesgo de antagonismo, que puede evolucionar hacia un conflicto. Para prevenir estos conflictos potenciales, es mejor eliminar el concepto de raza». ¡Como si la mera afirmación de una diferencia tuviera que generar necesariamente odio! Por el contrario, la historia nos muestra que las ideologías igualitarias han sido verdaderas sepultureras de pueblos. Quienes hoy defienden a los pueblos indígenas no se equivocan. Militan por el reconocimiento de las especificidades, como base del respeto mutuo y, más allá, como condición para la supervivencia de la humanidad en la riqueza de su diversidad. En otras palabras, cada pueblo debe ser libre de encontrar su propio camino en su propia tierra (6).

Las diferencias sociales y culturales no surgen de forma espontánea, sino que son el resultado de la interacción entre, por un lado, un contexto geográfico e histórico y, por otro, uno o varios pueblos, con sus particularidades físicas, conductuales, espirituales y mentales. Como desarrollaremos a continuación, el reconocimiento de las diferencias de inteligencia es necesario para comprender el presente y preparar el futuro.

¿Qué hay de las diferencias de inteligencia entre razas?

Nuestro análisis se basa en estudios comparativos del coeficiente intelectual (CI). Se trata, en efecto, de la medida de la inteligencia mejor validada (se sabe lo que mide y lo que predice).

Además, la acumulación de cientos de estudios realizados con este instrumento nos permite trazar un panorama sólido y objetivo de la realidad. Por el contrario, el uso del CI es hoy objeto de debate, en particular por el argumento, muy real, de que solo permite medir una de las múltiples formas de inteligencia. Estas críticas son a la vez justificadas y poco pertinentes.

Efectivamente, la inteligencia en sí misma no puede medirse directamente, por lo que el CI es un enfoque indirecto, aproximado y parcial. Sin embargo, esto no le resta interés. De hecho, el CI no mide la inteligencia como un absoluto abstracto, sino diversas capacidades intelectuales, como resolver problemas, razonar, comprender conceptos y percibir relaciones. Todas estas capacidades son necesarias para tener éxito en la escuela. De hecho, el CI fue desarrollado inicialmente por el francés Binet con este objetivo específico: detectar a los niños con riesgo de fracaso escolar. Desde entonces, se ha confirmado que el CI es uno de los principales factores determinantes del éxito escolar, pero también social, como la capacidad de encontrar un empleo, un empleo bien remunerado, etc. El CI no mide todas las formas de inteligencia, pero es un excelente reflejo de la capacidad de aprender, integrarse y tener éxito en una sociedad industrializada moderna, como es la nuestra. Por lo tanto, no se puede comprender ni debatir sobre la educación, el desarrollo económico o la civilización sin tener en cuenta este factor determinante.

Para responder a la pregunta sobre las diferencias de inteligencia entre razas, tenemos la oportunidad de disponer de una magistral síntesis, redactada por el profesor Richard Lynn, catedrático de psicología (7), publicada en 2006 con el título: Race differences in intelligence. An evolutionary analysis (8). En esta obra, que contiene más de 800 referencias, Lynn hace balance de décadas de investigación sobre el tema y afirma:

— que existen diferencias en el nivel de inteligencia entre los grupos humanos;

— que las diferencias más importantes son las medidas entre los negros y las demás razas;

— que el sustrato de estas diferencias no es ambiental, sino constitucional.

Repasemos estas diferentes afirmaciones.

Efectivamente, existen diferencias de CI entre grupos humanos. Estas diferencias no se refieren al «abierto de capacidades mentales», por citar la declaración de la UNESCO (hay personas muy inteligentes y menos inteligentes en todas las poblaciones), sino al nivel medio de inteligencia. Este concepto fue popularizado por el famoso libro publicado en 1994 con el título The Bell Curve (9), escrito por el psicólogo Richard Herrnstein y el sociólogo Charles Murray (10).


Richard Herrnstein, psicólogo, autor junto al  politólogo Charles Murray de "The Bell Curve" (La curva de la campaña), en donde sostienen que la inteligencia está influenciada por factores hereditarios y ambientales. Las consecuencias de su análisis sugieren que existen conexiones entre raza e inteligencia. Sus tesis son analizadas en el marco de la sociedad norteamericana

Las diferencias más importantes se observan entre los negros y las demás razas. Los negros tienen un CI medio más bajo que el de los demás grupos raciales. El primer estudio mediático sobre este tema fue publicado en 1969 por Arthur R. Jensen, que demostraba que el CI de los afroamericanos era, en promedio, 15 puntos inferior al de los blancos. En The Bell Curve, Herrnstein y Murray confirmaron este resultado. Este libro causó un gran revuelo cuando se publicó y provocó acalorados debates.

Sus afirmaciones y conclusiones fueron analizadas minuciosamente y, finalmente, no pudieron ser refutadas en cuanto al fondo. Estas diferencias entre los negros y otros grupos humanos son importantes. El CI medio de un blanco es de 100, el de un negro que vive en Estados Unidos es de 85. En África, los resultados son aún más marcados: el CI medio de los negros africanos es de 70.

A modo de comparación, un coeficiente intelectual de 70 representa una edad mental de 11 años, el umbral que define el retraso mental leve en un adulto medio. Sin embargo, no hay que sobreinterpretar esta diferencia. ¡La mitad de los negros africanos no son retrasados mentales! Sus formas de inteligencia son diferentes a las de los blancos, están adaptadas a su entorno y a sus condiciones de vida naturales. Hay que tener esto en cuenta: a sociedades diferentes corresponden formas de inteligencia diferentes, y viceversa. Volveremos sobre esto más adelante.

 
Richard Lynn y su obra "Race Differences in Intelligence", que pone los puntos sobre las íes sobre el desarrollo de las naciones, las sociedades multiculturales y porqué unos triunfan y otros fracasan.

¿A qué factores pueden atribuirse estas diferencias? Esto plantea la cuestión de los determinantes de la inteligencia. La situación es compleja. La inteligencia no es ni totalmente genética ni totalmente ambiental, sino el resultado de la interacción entre ambos. En otras palabras, el gen proporciona un potencial que el entorno permite, o no permite, expresar. Este entorno es tanto físico, por ejemplo, son bien conocidos los efectos de la carencia de yodo o la intoxicación por plomo en la inteligencia, como sociocultural. Volviendo a la diferencia entre negros y blancos, los factores ambientales pueden explicar parte de esta diferencia, pero no lo explican todo, como demuestra la constancia de los resultados, independientemente del lugar, la época y las condiciones sociales. Lynn explica los mejores resultados de los negros estadounidenses en comparación con sus primos africanos por el hecho de que los primeros, además de vivir en un entorno mejor, tienen al menos una cuarta parte de sangre blanca en sus venas, como han demostrado los estudios genéticos.

Consecuencias de estas diferencias de inteligencia

Esta importante diferencia en la inteligencia media no deja de tener consecuencias. En particular, no se puede dejar de ver en ella uno de los factores que explican el menor rendimiento escolar, así como el fracaso social masivo de la población negra que vive en Occidente. Las dificultades de aprendizaje escolar de los negros son bien conocidas. Se observaron ya en la década de 1960 en Estados Unidos y fueron uno de los motivos por los que se implantó la discriminación positiva (affirmative action), que consistía, en los concursos de acceso a la universidad, en reservar cuotas o aplicar umbrales de admisión más bajos para las minorías, en particular los negros, que para los blancos. El fracaso social puede objetivarse mediante el desempleo masivo de los negros en Europa y América del Norte.

En Francia no disponemos de estadísticas raciales, pero podemos obtener una aproximación mediante análisis basados en el origen geográfico: en 2004, el 31 % de la población activa de más de 15 años originaria del África subsahariana estaba desempleada. Por lo general, estas dificultades para integrarse en el mercado laboral se atribuyen a la discriminación de que son víctimas los negros. Sin embargo, esta situación se observa en todos los países, independientemente de su sistema político o económico, de sus políticas sociales y de las políticas en favor de las minorías (tanto en Francia como en Suiza, Gran Bretaña o Canadá). Así pues, se podría dar otra explicación al fracaso escolar y social masivo de los negros en los países occidentales: no tienen la capacidad de triunfar en este contexto». (11) Al incitar directa o indirectamente a los jóvenes negros a emigrar a Europa, se les conduce al fracaso social. Esta política es humanamente inaceptable.

Consecuencias macroeconómicas y sobre el desarrollo

En un libro publicado recientemente con Tatu Vanhanen, IQ and the Wealth of Nations (12), Richard Lynn (¡otra vez él!) ha demostrado que la riqueza de los países está fuertemente correlacionada con el coeficiente intelectual medio de sus habitantes: de hecho, dos tercios de las variaciones del producto nacional bruto (PNB) en el mundo podrían explicarse por el coeficiente intelectual. Este resultado ha sido confirmado desde entonces por varios otros autores. Por ejemplo, Richard E. Dickerson, en un artículo científico publicado en 2006, concluye que un aumento de 10 puntos en el coeficiente intelectual medio se asocia con una duplicación del PNB per cápita (13). Este resultado es importante, ya que pocos factores tienen tal poder explicativo. Sin embargo, sorprendentemente, la inteligencia rara vez se menciona entre los factores del subdesarrollo. Se habla incluso de países «en vías de desarrollo», como si estos países estuvieran destinados, con el tiempo, a convertirse en países desarrollados según nuestros criterios; como si, según la expresiva frase del africanista Bernard Lugan, los africanos eran “europeos pobres de piel negra” (14). No hay que deducir de estos resultados que las civilizaciones no pueden prosperar en África, la historia ha demostrado lo contrario. Su nivel y forma de inteligencia no impiden que África desarrolle su propio modelo, solo le impiden adoptar el nuestro. Los hechos lo demuestran. Está claro que los programas de desarrollo que no tienen en cuenta las realidades están condenados al fracaso. Como escribió Lugan: «Para salvar África, es urgente derribar los dogmas universalistas que la asfixian y le impiden volver a ser ella misma».

Consecuencias para Europa

A partir de las observaciones anteriormente expuestas, se puede pensar que la inmigración que estamos sufriendo en Europa es, y será, un factor de empobrecimiento intelectual. Es posible que ya estemos observando los primeros efectos en las escuelas. De hecho, la mayoría de los profesores, ya sean de primaria, secundaria o superior, lamentan un descenso del nivel de los alumnos y estudiantes. Esta percepción se ve corroborada por las investigaciones. Por ejemplo, una investigación sobre las competencias ortográficas y gramaticales de los alumnos, publicada en 2007 por las lingüistas Danièle Manesse y Danièle Cogis, y citada en un artículo de Le Monde del 15 de diciembre de 2007, estableció que en veinte años se había producido un retroceso de dos años escolares: una quinta parte de los alumnos de 2006 tenía el nivel de un alumno de quinto de primaria de 1987. ¿Cómo se explica un deterioro tan importante en un periodo de tiempo tan corto? No se puede descartar la hipótesis de la influencia de la proporción cada vez mayor de alumnos de origen no europeo en los centros educativos (en 30 años [1968-1999] el número de jóvenes negros de origen africano se multiplicó por veinte en Francia) (15). Los lamentables resultados observados en Seine-Saint-Denis, el departamento de Francia metropolitana con la mayor proporción de personas de origen extranjero (más del 50 %), son una prueba fehaciente de ello. Como se destaca en este extracto de un informe del Senado (16):

«Se observa, en el ámbito escolar [en Seine-Saint-Denis]:

— importantes retrasos en el acceso al 6º curso (casi el 8 % de los alumnos tienen dos años de retraso, frente al 4 % de la media nacional) y al 3º (12 % frente al 6 %);

— una cuarta parte de los jóvenes de entre 16 y 19 años ya han abandonado el sistema educativo, mientras que la media nacional es de aproximadamente el 16 %;

— la tasa de acceso a la enseñanza superior es una de las más bajas de Francia (13 puntos por debajo de la media nacional de la academia);

— Por último, los resultados de los alumnos de Seine-Saint-Denis reflejan importantes diferencias con respecto a la media académica y nacional en las evaluaciones nacionales de 6º y en las tasas de éxito en los exámenes, con la excepción de algunos títulos profesionales (certificado de aptitud profesional y título de técnico superior, en particular).»

Así, con la inmigración, nos encontramos ante un fenómeno «perdedor-perdedor»: el traslado de población de África a Europa provoca un empobrecimiento intelectual tanto en África como en Europa. Esta aparente paradoja es un ejemplo de lo que en estadística se denomina la paradoja de Simpson. Se explica fácilmente por un doble fenómeno: por un lado, los mejores son los que se marchan de África, lo que provoca un empobrecimiento en este continente (para gran desesperación de los amigos de África); por otro lado, estos mejores, al llegar a Europa, se encuentran al nivel de los menos buenos, lo que provoca un empobrecimiento en Europa.

En conclusión

Existen diferencias en las formas y los niveles de inteligencia según las razas. El hecho de que no se hayan tenido en cuenta puede ser una de las causas del naufragio del África subsahariana. No querer verlas supone un riesgo importante de declive para Europa. Es falso y totalmente erróneo afirmar que la inmigración representa una riqueza, como se afirma a menudo en la prensa bienpensante. Un ejemplo típico de esta mentira se recoge en el informe de la Comisión para la Liberación del Crecimiento Francés (sic), conocido como informe Attali: «La inmigración ha sido en el pasado y puede ser en el futuro un potente factor de crecimiento». Por supuesto, Attali no escribe esto por estupidez, es muy consciente de las consecuencias nefastas de la inmigración para Europa. Incluso las desea. Forma parte de aquellos que quieren destruir al hombre arraigado en favor de lo que él mismo llama el hombre nómada, título de una de sus obras. Para Europa, al igual que para África, la inmigración es un factor de empobrecimiento intelectual y, por lo tanto, educativo, cultural, social, económico y, a la larga, civilizatorio. Quizá sea pronto para observar todas las consecuencias, pero ¿qué pasará con el potencial creativo científico, técnico y artístico de Europa cuando los jóvenes inmigrantes de hoy sean los trabajadores del mañana? Hoy nos enfrentamos a un verdadero reto para nuestra civilización.

MICHEL ALAIN

Notas

1) Una especie se define como una categoría que agrupa a individuos similares que generalmente pueden reproducirse entre sí. Por lo tanto, existe una especie humana.

La raza es una subdivisión de la especie (se habla de subespecie), con características hereditarias, cuyos individuos constituyen una población definida por ciertos límites de naturaleza geográfica, ecológica, fisiológica, biológica, morfológica, etc. Por lo tanto, hablar de varias razas humanas es algo natural, del mismo modo que se distingue entre razas en los animales. Más aún cuando las diferencias morfológicas entre las razas humanas suelen superar las que separan a varias razas animales de la misma especie, incluso en el caso de los primates, que separan especies diferentes.

2) A modo de ejemplo, la base de datos de la Biblioteca Nacional de Medicina recoge más de 122.000 artículos científicos que incluyen la palabra «raza» en su resumen, 8.526 solo en el año 2007.

3) El debate está relacionado, entre otras cosas, con el hecho de que la administración estadounidense utilizaba una clasificación racial imperfecta, que, en particular, define al grupo hispano como una raza, cuando en realidad se trata de una etnia multirracial.

4) Vincent Sarich, Franck Miele, Race, the reality of human differences, Westview Press, 2004.

5) En Francia no tenemos esta imagen porque el debate científico está contaminado por la ideología. Nuestros genetistas prefieren sus ideas universalistas a la realidad de sus laboratorios.

6) Todo esto plantea cuestiones existenciales a nuestros defensores de los derechos humanos: ¿cómo se respeta la diversidad al tiempo que se niega? No son ajenos a las paradojas, como demuestra este sabroso extracto de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, adoptada en 2007: « (...) Afirmando que los pueblos indígenas son iguales a todos los demás pueblos, al tiempo que se reconoce el derecho de todos los pueblos a ser diferenciados. (...)».

7) http://www.rlynn.co.uk

8) Richard Lynn. Race differences in intelligence. An evolutionary analysis. Washington Summit Publishers, 2006_

9) La curva de Bell (The Bell Curve) es lo que en estadística se denomina una distribución normal o gaussiana.

10) Richard J. Herrnstein, Charles Murray. The Bell Curve. Free Press; 1994.

11) Uno de los indicadores de esta inadaptación es la terrible estadística de la población carcelaria en Estados Unidos. En 2006, en el grupo de edad de 20 a 34 años, uno de cada nueve jóvenes negros estaba en prisión.

12) Richard Lynn, Tatu Vanhanen. IQ and the Wealth of Nations. Praeger/Greenwood, 2002.

13) Richard E. Dickerson. «Exponential correlation of IQ and the wealth of nations 2006», Intelligence 34 (3): 291-295

14) Bernard Lugan, God Bless Africa, Carnot, 2003.

15) Michèle Tribalat,  “Les concentrations ethniques en France”, Agir, 2007; 29, pág. 16.

16) http://www.senat.fr/rap/06-049-1/r06-049-164.html

17) Basta buscar “fuga de cerebros” y “África”, en Google para descubrir decenas de textos y de sites de Internet sobre el tema.

 

[Artículo publicado en la revista Terre et Peuple, nº 35, equinoccio de primavera de 2008]








LA MULTICULTURALIDAD COMO FACTOR DE EMPOBRECIMIENTO (I) - RAZAS E INTELIGENCIA ¿UN TEMA CONTROVERTIDO?

Solo lo es en la medida en que así lo quieren los fanáticos de los dogmas instituidos por quienes controlan el poder intelectual y cultural, tanto en los medios de comunicación como en el ámbito universitario. Esto se hace con un desprecio constante y sistemático de los datos científicos, sobre todo en Francia, mientras que, en los países anglosajones, donde la caza de brujas también está muy presente, los investigadores pueden, a pesar de todo, hacer oír su voz y presentar los resultados de sus trabajos.

En 1977, la editorial Editions Copernic desafió las prohibiciones y causó un gran revuelo al publicar, bajo la firma de Jean-Pierre Hébert (nombre presentado como el seudónimo colectivo de cuatro investigadores especialistas en ciencias de la vida), Race et intelligence, en la colección «Factuelles», dirigida por Alain de Benoist. La ambición de este libro se definía así: «1969: estalla en Estados Unidos el «caso Jensen». El profesor de psicología de la educación de la Universidad de Berkeley, A. R. Jensen declara que la diferencia media registrada desde hacía tiempo entre las diferentes razas en los resultados de los tests de coeficiente intelectual (CI) se explica probablemente por la intervención de un coeficiente genético. Esta afirmación causó un gran revuelo. Desde entonces, la polémica no ha cesado. En los países anglosajones se han publicado más de cincuenta libros y cientos de artículos sobre este tema. En Francia, reina el silencio. Un silencio que los autores de este libro han querido romper reuniendo todos los elementos del dossier. Y situándolo en el marco del debate que, desde hace un siglo, enfrenta a los «hereditaristas» y los «ambientalistas» sobre la determinación de las aptitudes mentales y los rasgos de carácter en el ser humano.

Desde el principio, los autores han apostado por la objetividad. Rechazan el espectro de un racismo cuyos efectos negativos son bien conocidos, así como cierta propaganda que, bajo el pretexto del igualitarismo, da a entender que hay verdades científicas «buenas» y «malas». Abogan por el derecho a la diferencia y al desarrollo de los pueblos según su propio genio. Los documentos aquí presentados van acompañados de más de mil referencias. El público francés, por primera vez, puede juzgar por sí mismo.

Una promesa cumplida gracias al rico contenido documental del libro, respaldado por una bibliografía que revela la amplitud del debate en el mundo anglosajón. Han pasado treinta años. ¿Dónde nos encontramos hoy?

La Nueva Derecha, a la que pertenecían los protagonistas de Editions Copernic, parece haber renunciado progresivamente a pronunciarse sobre cuestiones que implican de cerca o de lejos la noción de raza. ¿Porque se considera que este tipo de debate es demasiado comprometedor? ¿Porque ya no es compatible con la posición ideológica adoptada por Alain de Benoist (que, por cierto, ha tomado distancia de la etiqueta Nueva Derecha, que ya casi nadie reivindica)? Sea como fuere, no podemos sino lamentar esta decisión, sean cuales sean los motivos, ya que uno de los méritos indiscutibles de la Nueva Derecha fue dar a conocer a un público francófono (culto, por lo tanto, muy reducido...) la importancia ideológica de ciertos temas hasta entonces desconocidos o, al menos, poco conocidos.

Sin embargo, las cosas están cambiando en el panorama intelectual. Aunque la ideología oficial sigue proclamando entre sus dogmas fundacionales la inexistencia de las razas, algunas mentes lúcidas y honestas se plantean preguntas. Es el caso de Bertrand Jordan, biólogo molecular, que acaba de publicar L'humanité au pluriel. La Génétique et la question des races (Seuil).

Parte de una constatación que justifica su libro: no hay libros recientes, al menos en lengua francesa, que aborden la cuestión de la raza, «término que parece casi tabú en nuestro hermoso país» (podría haber añadido: y bien conocido por su apertura de espíritu y su apego a la libertad de pensamiento y de expresión...). Al reseñar el libro de Bertrand Jordan en Le Monde (18 de marzo de 2008), Jean-Yves Nau se ve obligado a reconocer, sin mucho entusiasmo, que la obra aborda sin evasivas la validez de la referencia a la raza: «Lejos de los tópicos que genera la cuestión de la realidad de este concepto en la especie humana, el autor explica, con gran pedagogía, lo que los últimos avances de la genética nos dicen sobre nuestras identidades y nuestras diferencias. Y hay que reconocer que esta ciencia en plena expansión pone en tela de juicio muchos postulados cómodos».

Bertrand Jordan recuerda que la existencia de las razas, durante mucho tiempo considerada una evidencia, fue en un momento dado objeto de una importante prohibición: «Esta afirmación fue refutada tras la Segunda Guerra Mundial. En las últimas décadas, la biología ha negado la pertinencia misma de la cuestión, alegando que todos los seres humanos comparten el 99,9 % de su patrimonio genético». Ay, ay... Jean-Yves Nau debe inclinarse ante la demostración de Jordan, que derriba el mito de esta supuesta comunidad genética: «No es así. Los últimos resultados de los gigantescos proyectos de secuenciación del genoma humano muestran que las diferencias genéticas entre los seres humanos son más importantes de lo que se suponía hasta hace poco. El desciframiento cada vez más preciso y rápido de los genomas demuestra la existencia de «diferencias hereditarias estables» que, más allá de las apariencias físicas, permiten remontarse a los orígenes geográficos lejanos de los individuos o, en ocasiones, explicar su vulnerabilidad a determinadas enfermedades».

Aunque pone el dedo en la llaga, Bertrand Jordan evita cuidadosamente hacer referencia con demasiada frecuencia a la palabra «razas». Prefiere escribir que «la pluralidad humana, tal y como podemos comprenderla con las técnicas más modernas, es mayor y más sutil de lo que queríamos creer». Y asegura que esta pluralidad no puede traducirse en una jerarquía entre razas. Pero no le pedimos tanto. A nosotros nos basta con que se reconozca un diferencialismo étnico, un etnopluralismo que impulse a que cada «grupo de población», por utilizar el término un tanto hipócrita aceptado por los censores de Le Monde (lo cual es nuevo y revelador), vea reconocido su derecho a la identidad, a su identidad. Nada más, pero nada menos.

PIERRE VIAL

[Artículo publicado en la revista Terre et Peuple, nº 35, equinoccio de primavera de 2008]