lunes, 10 de octubre de 2022

CRONICAS DESDE MI RETRETE: EL NUEVO GOBIERNO DE LA gencat, EL PRÓXIMO CICLO DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA… Y EL SIGUIENTE

Pere Aragonés, el “noi de Pineda” (cuyo padre fue antiguo Jefe Local del Movimiento en esa misma localidad), ha nombrado nuevo “gobierno” para gestionar la gencat en los meses precios a las elecciones autonómicas. Paradójicamente, su gesto -elegir a restos de serie de anteriores opciones políticas- augura la proximidad de elecciones regionales. Para ERC, el nuevo ciclo de la política española, la firma de un nuevo “pacto del Tinell”, como el de 2003, que auspiciaba el “todos contra Aznar”, sería su escenario ideal. Pero la situación no es la misma. La historia -Marx dixit- se repite como farsa. Y es eso estamos.

CATALUÑA Y EL NUEVO “GOBIERNO” DE LA gencat

Para resumir: los nuevos “consellers” de la gencat no pasan de ser una muestra de la fauna progre catalana desubicada de todos los partidos o excéntricos: un Nadal que ya no tiene sitio en el PSC de Illa, un Campuzano sin partido tras abandonar el PDCat y dejar muy atrás su radicalismo en CDC, la Meritxell (en los gobiernos de la gencat la presencia de una “Meritxell” es casi una exigencia antropológica), que estuvo al lado de Puigdemont hasta darse cuenta de que el “ex onorable” caído no volvería a levantarse, y pasó a ERC; Balcells, especialista en “sanidad” de ERC y aviso a Illa, recuerdo, además del triste papel del secretario general del PSC durante la pandemia; Julio Fernández, incorporado con la idea de que un “Fernández” suscite la confianza del cinturón industrial (hijo de manchego y murciana), una especie de sustituto in pectore de Rufián, un tontorrón del que se recuerda que aparece con las uñas pintadas en mítines y miembro de la ejecutiva de ERC; Gemma Ubasant, ex de podemos-cat que estuvo en su sector soberanista. Como se dice en Cataluña: “tot plegat, res de res” (en conjunto, nada de nada).

El nuevo “gobierno” está formado en clave pre-electoral. ERC sabe perfectamente que tendrá que convocar elecciones anticipadas. Solamente después, podrá pactar con el PSC, pero, antes, claro, tiene que demostrar que es el “partido mayoritario” y que, de la misma forma que necesitará a los socialistas catalanes para gobernar, el socialismo del Estado precisará su concurso para afrontar la próxima etapa post-electoral, incluso para esta.

¿Y el PDCat? El PDCat es una olla de grillos en la que encontramos cinco o seis sensibilidades diferentes: los corruptos, los irresponsables, los ciegos que no han percibido todavía que el “procés” no solamente es cosa del pasado, sino que resulta muy difícil que vuelva a encontrar una vía unitaria, la independentistas por encima de todo, los restos del “nacionalismo moderado” del pujolismo, y los nostálgicos de Puigdemont, figuran bajo la misma sigla, cuando, en realidad, son un batiburrillo de tendencias.

Lo sorprendente es que hace 20 años, CDC era el “partido moderado” y ERC “los radicales”, pero solamente los saltos al vacío con doble pirueta y sin más red que los socialistas, han operado una inversión de polaridades: ahora, los de ERC aparecen como “moderados” y los restos de CDC, reconvertida por los procesos judiciales que hacían la vida de este partido, ahora llamado PDCat, figuran como “radicales”. Es el radicalismo de los perdedores: de los que no quieren aceptar que la partida en el terreno indepe la ha ganado ERC.

ERC tiene necesidad de confirmar su primacía electoral. Y para ello precisa un PDCat reducido a la mínima expresión, con un Puigdemont lejano, remoto y al que basta enviarle unos miles de euros al mes extraídos del presupuesto de la gencat, para mostrar “solidaridad”. Pero, que nadie se engañe, ERC quiere a Puigdemont, lejos, muy lejos, permanentemente en Waterloo.

ERC con este nuevo “gobierno” está preparando las elecciones: en su infantilismo político, Aragonés muestra de dónde pretende rebañar votos:  del PDCat (para eso está Campuzano), del PSC (de ahí que Nadal, que todavía tiene cierto peso en Gerona, figure, como una especie de Ernest Maragall renovado), de Podemos (la Ubasant tiene esa función) y, finalmente, algunos colegios profesionales (como el de médicos, papel de Balcells). También se trata de atraer los votos de los “raritos” y de la inmigración española (rol atribuido a Fernández). Se ha olvidado de colocar algún conseller de origen marroquí o subsahariano, pero, tranquilos, ya habilitará alguna subsecretaría para ello.

Aragonés dirá que este gobierno es para “durar”. Miente, como cualquier otro político que conozca su oficio, miente porque se trata de un gobierno para ampliar el caudal electoral de ERC. Pero este “gobierno” no va a hacer que ERC supere su minoría parlamentaria, así que más vale, que el electorado catalán se vaya haciendo a la idea de que, en un año, le tocará perder el tiempo votando de nuevo.

EN LA CRISIS DEL PEDROSANCHISMO

Recientemente, un periodista se preguntaba por el interés del pedrosanchismo por controlar RTVE, cuando, en realidad, el “ente” está en las horas más bajas de su historia, con una caída de audiencias sin precedentes y con muy poco peso en la conformación de la opinión pública. El hecho de que, en Cataluña, cada vez más, franjas horarias enteras pasen a ser emitidas en catalán (en el primer canal, el TV2 y en el Canal 24 horas), puede ser considerado un éxito por ERC, pero, en realidad, para lo único que está sirviendo es para hundir cada vez más en los índices de audiencia a los tres canales. A pesar de haber hoy más horas de programación de televisión en catalán, las audiencias globales van disminuyendo, lo que indica la debilidad de la lengua catalana en relación a la castellana. Pero, para ERC, es una cuestión de principios.

En el interior del PSC, por mucho que la mayoría de sus miembros no lo digan, se da a Sánchez por amortizado. Es rigurosamente cierto que los “barones”, incluso los alcaldables, tienen reservas a aparecer en fotografías junto a Sánchez, esa verdadera máquina de perder votos y contagiar con su lepra a quien se sitúa cerca. De ahí que tienda, cada vez más, a apoyarse en Podemos, en ERC y en Bildu. Se ha dicho en muchas ocasiones que lo paradójico de estos momentos es que España está gobernado por la “no España”. Si fuera así, no sería incluso tan nefasto. El problema es que, además de la “no España”, algunos ministros, simplemente, son meros perturbados psíquicos. Y no solamente, la pobre Irene Montero, representante de un extraño furor ideológico cogido por los pelos y que generaría sólo una incontenible hilaridad por sus concepciones genérico-gramaticales, de no ser por el presupuesto de su ministerio (que Feijóo debería garantizar que 24 horas después de hacer cargo del gobierno -como máximo- sería liquidado y sus cuentas revisadas al dedillo) maneja todavía fondos restados de educación, sanidad o defensa.

Sánchez está preparando también las elecciones. Pero sus apoyos interiores están a mínimos. El PSOE mantendrá su “unidad estalinista de criterio” en público, pero en privado, todos agradecerían que el psicópata de la Moncloa diera un paso atrás y abriera un período para elegir otro candidato menos comprometido con este gobierno de la “no-España”. Pero Sánchez -y este es uno de los rasgos de su psicopatía- no cederá: él “nunca se equivoca”. Su tendencia actual se basa en tres orientaciones:

- Confirmar y ampliar los pactos con ERC y Bildu para garantizar apoyos parlamentarios al gobierno. Estos partidos están bajo presión por la certidumbre de que, en el próximo ciclo electoral, el PP obtendrá un resultado que sentará a Feijóo en La Moncloa. A partir de ese momento, saben que se han acabado indultos, perdones a los pagos de indemnizaciones judiciales, y que sus posibilidades de poner en práctica ideas de “referéndums” autonómicos se reducen a cero. Condicionando al PSOE pueden obtener algo; con el PP no obtendrán nada. De ahí que

- Romper los restos de Podemos -ya virtualmente roto- ganando e integrando a Yolanda Díaz y al Partido Comunista de España. De hecho, no sería la primera vez que el PSOE crece a costa del PCE. Lo que ocurre ahora es que ya no estamos en tiempos de Carrillo, ni de Gerardo Iglesias, ahora ya “queda poco” del PCE y lo que logre atraer, no compensará las pérdidas sufridas por el PSOE.

- Mantener atado a Podemos manteniéndolo dentro del gobierno, a sabiendas de que cada declaración de sus representantes (especialmente de Irene Montero y de Alberto Garzón) se convertirán en polémicas y generarán sangrías de votos para la coalición de extrema-izquierda. Podemos, está viendo, impotente y alarmado, como Sánchez corteja a Yolanda Díaz, pero se ve incapaz de abandonar ministerios y de renunciar, aunque sea por unos meses, a las prebendas y ventajas económicas, de mantenerse dentro de un gobierno. Podemos sabe que, en las próximas elecciones, puede quedar reducido a la mínima expresión: fuera del gobierno le espera la marginalidad, la irrelevancia y la “muerte lenta en el Hades” que diría un clásico.

El objetivo político del pedrosanchismo, coincide con el de ERC: suscribir un nuevo Pacto del Tinell con ERC, Bildu, la extrema-izquierda y con algún partido “de la España vacía”. Pero la situación es muy diferente a la de 2003.

En realidad, en 2003, aquel pacto hubiera sido algo inútil sin las bombas del 11-M. Fue gracias al 11-M que, entre dos y tres millones de votos, se decantaron pocos días antes de las elecciones hacia el PSOE, cuando el día antes, era indiscutible que el PP iba a ganarlas y todo el problema era sabir si renovaría mayoría absoluta o precisaría el concurso de CiU.

Ahora todo ha variado y el “todos contra el PP” ya no funciona:

- En primer lugar, porque la derecha ya no es “una”. La aparición de Vox, más que cualquier otra cosa o que la desaparición de Ciudadanos, ha trastocado todo el panorama político. De ahí la importancia que está teniendo en estas semanas, la ofensiva contra este partido.

- En segundo lugar, por la bisoñez, el infantilismo y la falta de experiencia de sus interlocutores en ERC. En 2003, Zapatero tenía como interlocutor a Pujol que todavía pesaba en la gencat: un viejo zorro corrupto… pero con experiencia sobre lo que se “podía hacer” y lo que “no se podía hacer”. La ERC se hoy, en cambio, es un amasijo de ambiciosos sin experiencia (Aragonés), dogmáticos independentistas y viejas glorias que ni siquiera se atreven a confesar el ridículo del 1-O y la imposibilidad de repetir el “procés” (Junqueras). Y todo este amasijo quiere ofrecer “apoyo” a cambio de “referéndum” (por aquello de que, en su masoquismo, son adictos al “jugar y perder”).

- En tercer lugar, porque no habrá nuevas bombas providenciales que decanten votos in extremis en favor del PSOE. Bush ya no gobierna en EEUU y resulta muy difícil organizar “extraños atentados” ni por parte de la Al Qaeda de entonces, ni del Isil de ahora.

- En cuarto lugar, porque la derecha ya no está dirigida por un “antisocialista” como Aznar, sino por una persona que ha repetido, por activa y por pasiva, desde que fue elegido secretario general del PP, que, si necesita pactar, lo hará con el PSOE antes que con Vox. Y Feijóo tiene en mente obtener mayoría, claro, pero si no la obtiene, su planteamiento ideal sería pactar con un PSOE liderado por Page o por algún otro barón socialista desvinculado de los pactos con la “no España” y con Podemos. No es un planteamiento absurdo, si tenemos en cuenta que el día después de las elecciones, se acaba el pedrosanchismo, o dimite o, simplemente, sus pares, lo echan a patadas.

ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES Y CONTEMPLANDO LAS SIGUIENTES

Ejerzamos de futurólogos. Las próximas elecciones (para después de las municipales y autonómicas del año que viene, en las que el PSOE recibirá un “palo” notable y que seguramente se convocarán para septiembre u octubre de 2023) registrarán un ascenso sin precedentes del PP y una merma de votos del PSOE. Ninguna de las dos formaciones revelará sus cartas -como viene siendo tradición en la democracia española: ocultar al electorado lo que se hará el día después con el voto depositado por el ciudadano-; es muy difícil que el PP alcance la mayoría absoluta. Vox haría mal en “apoyar exteriormente” al gobierno. Y Feijóo, se sentirá libre, especialmente después de que el PSOE haya jubilado a Sánchez, lanzar un llamamiento para una “gran coalición” (la fórmula reclamada por la socialdemocracia alemana desde los años 90 y, hoy por hoy, por toda la Unión Europea).

Por entonces, la situación económica del país estará muy deteriorada: lo insoportable de la deuda pública y el hecho de que el Banco Central Europeo hayan dejado de comprar las emisiones de deuda del Estado, generará el que las primas de los seguros se disparen. Feijóo realizará un esfuerzo en la única dirección que ha prometido hacer: tratar -como hizo Rajoy al asumir el poder- tratar de reconducir la situación económica. ¿Reducir impuestos? Hay un camino más simple que no dudamos adoptará: reducir el gasto público, ahorrar unas decenas de miles de millones en ministerios absurdos, reducir las subvenciones a los chiringuitos “humanitarios”. Todo lo demás quedará exactamente igual que ahora: es cierto que no se adoctrinará en la misma medida que ahora y que se recortará los efectos más chuscos de algunas leyes emitidos por los sectores más perturbados y enloquecidos del gobierno. Pero, salvo la economía y acallar el runrún de las autonomías y de los sindicatos (que solo chistan cuando les reducen el pienso), serán las consecuencias de este pacto de gobierno (ya sea una “gran coalición” formal, con representantes de los dos partidos en el gobierno, o disimulada, como es más probable, con pactos de apoyo parlamentario entre PP y PSOE). Esta hipótesis es la más querida por Feijóo.

¿Y Vox? Vox debe “aguantar el tirón”. Si Vox sabe gestionar la inmensa virtud de la paciencia, tiene el terreno ganado en las elecciones siguientes. Feijóo, habrá afrontado solamente el problema económico, pero, a esas alturas, ya será de muy difícil resolución: la deuda no puede estirarse mucho más. Y, por mucho que se baje el gasto público o se gestione mejor, las bajadas de impuestos y el aumento de los intereses y de lo seguros de la deuda, hace cuestionable una “recuperación” que sitúa los niveles de inflación y de paro en la media europea. Pero, hay que excluir marchas atrás en “memoria histórica”, “aborto”, “LGTBIQ+”, política internacional, política magrebí, política de inmigración, la ruina del sistema educativo y la alarmante situación en la que se encuentra el sistema sanitario, todo esto seguirá exactamente como está hoy. Habrá que estar atentos a las “reformas constitucionales” que se puedan pactar. Pero si el gobierno Feijóo quiere alardear de algo más, sin duda, presentará batalle en materia de “orden público” (la especialidad de la derecha… lo que implica una nueva política en ruptura con la impuesta por Marlaska y sus “chuequistas”) y en aumento del número de turistas… otro sector en el que la derecha, históricamente, siempre se ha movido bien. En definitiva: casi nada o muy poco para la tarea de reconstrucción nacional pendiente y que, desde luego, Feijóo no tiene interés en asumir.

Pero, además, el riesgo de una “gran coalición” consiste en el desgaste de los dos partidos, especialmente en un país en el que, por activa y por pasiva, las dos partes, durante más de cuarenta años se ha negado a negociar. Una coalición de este tipo se hubiera impuesto en varios momentos en años anteriores, incluso para afrontar reformas constitucionales, poner fin al terrorismo por la vía de su aplastamiento, en lugar de negociando perdones y dando la espalda a las víctimas, resolver el problema de la centrifugación independentista, resolver problemas sociales, tomar posturas unitarias ante la UE, etc. En principio, es imprevisible la reacción que pueda tener el electorado de ambos partidos. Pero, lo que está muy claro es que, si estas políticas fracasan -y todo hace pensar que tienen un riesgo muy elevado de fracasar, ambas formaciones pueden quedar heridas de muerte; y mucho más el PP que el PSOE: el PP tiene, hoy por hoy, a su derecha al que es el “tercera partido”, mientras que, a la izquierda del PSOE solo quedan despojos. Ya no estamos en los tiempos en los que, con Rajoy o con Aznar hubiera podido zurcirse una “gran coalición”, cuando todavía regía el “sin enemigos a mi derecha”, tan obstinadamente defendido por Fraga. Ahora, hay un partido “a la derecha de la derecha”.  Sin olvidar que Feijóo sigue teniendo dentro del partido sectores que parece estar mucho más cerca de Vox que de su estrategia de buscar apoyos en el PSOE.

Por entonces, no hay que olvidar que, tanto en Francia como en Alemania puede haber rectificaciones de los equilibrios tradicionales entre partidos. En Francia, las olimpiadas a celebrar en París en el 2024 serán una prueba de fuego que, no dudamos impactará a la sociedad francesa y europea y escenificará, delante de todo el mundo, el fracaso de las políticas de integración orientadas hacia la inmigración africana. Marina Le Pen espera ese momento como agua de mayo. También será el momento de Vox, a condición de que tenga paciencia, separa esperar sin convulsiones internas, insistir en las políticas para seguir siendo un partido verdaderamente “populista” (patriotismo + justicia social), que sea el “partido de nuestra gente” e insista, como condición previa para una “regeneración nacional”, en restar poder a la partidocracia y entregarlo a la sociedad civil.

Falta hace, aunque solamente sea para cambiar de siglas. Porqué las del PP y del PSOE llevan ya demasiado tiempo prolongando su existencia, y los problemas del país no dejan de aumentar.